Erhalten Sie Zugang zu diesem und mehr als 300000 Büchern ab EUR 5,99 monatlich.
«Los poetas de la Revolución» es un ensayo sobre la historia de la literatura argentina en tiempos del proceso de independencia del país escrito por Arturo Giménez Pastor. Los apartados que componen esta obra son «La poesía de la Independencia», «Las invasiones inglesas», «Los poetas de mayo» y «Los clásicos y lo genuino en la literatura de la Independencia».
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 98
Veröffentlichungsjahr: 2022
Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:
Arturo Giménez Pastor
ESTUDIOS DE LITERATURA ARJENTINA I
Saga
Los poetas de la Revolución
Copyright © 1917, 2022 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726681987
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
www.sagaegmont.com
Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com
PROFESOR DE LITERATURA CASTELLANA Y ABJENTINA EN EL COLEJIO NACIONAL DE BUENOS AIRES Y PROFESOR SUSTITUTO DE LITERATURA ARJENTINA EN LA FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS
Hay en todo gran movimiento histórico figuras, acontecimientos y manifestaciones que tienen un valor inmediato, que son elementos constitutivofundamentales de la obra, y figuras, acontecimientos y manifestaciones que adquieren su valor en el futuro, cuando el desenvolvimiento de la obra madurada por el tiempo los revela como precursiones y clarividencias de los hechos del porvenir.
Tras de la accion que afirma en el gobierno o en el campo la nueva realidad histórica entre el fuego de la lucha y del combate, está el pensamiento de la época, luz alta y tranquila que supone como jenerador un constante bullir de espíritus en activísima obra de iniciacion, de difusion, de prevision; que proclama, orienta, organiza e integra lo que la espada va conquistando en su triunfal siega de laureles.
En este grupo de obreros de patrias, los hay que, por la trascendencia efectiva e inmediata de su accion — lo bastante poderosa y lo suficientemente dinámica para desarrollarse paralela a la de los vencedores de ejércitos,—destacan al nivel de éstos su personalidad tallada con fuerte acentuacion, disputándoles bravamente su parte de sol de gloria; tal, Moreno entre los nuestros.
Otros, aunque dignos del momento y de la obra, delinean sus figuras en distintos planos del gran bajo-relieve segun la especializacion de su actividad o el mayor o menor ímpetu jenial con que la desarrollan.
Pero no son siempre los más modestos los menos interesantes cuando el reactivo del tiempo viene a acusar en su accion el verdadero significado de presente y de futuro que en sí tenía.
Tal sucede con los poetas de nuestra revolucion, con los que podemos llamar los poetas de Mayo.
Modestos poetas, por cierto, desde el punto de vista del jenio y del arte.
No realizan el tipo de esos divinos poseídos del numen que se enciende en el arrebato sublime de la inspiración. No son tampoco los jeniales artífices del verso de impecable elocuencia que surje de aquella armoniosa y pura fuente ch’espande di parlar si largo fiume!
Pero fueron los que encontraron en sus liras la sonoridad jenerosa en que vibraban recónditos, hechos música para mejor manifestarse sin comprometer antes de tiempo la obra en marcha, el pensamiento íntimo de una época y el sentimiento dominante de un pueblo. Fueron los heraldos de la Revolución en cuanto ésta era anhelo de patria nueva, voluntad de independencia, propósito de emancipación.
Fueron, en efecto, los poetas los que dieron a Mayo su voz propia, la que decía la verdad íntima y trascendental, disimulada bajo dilatorias fórmulas de acatamiento al soberano en la prosa política de las actas y manifiestos.
Cuando la Junta y el Triunvirato, aun después de Suipacha, después de Las Piedras, después de Tucuman, se veían obligados a disponer en nombre del señor D. Fernando VII, usando aquella singular “fórmula revolucionaria”, que instituía bajo la espresión de acatamiento formal el hecho del gobierno propio emanado del hecho de un rey sin autoridad efectiva, la Canción patriótica, primero y modesto molde rítmico del espíritu revolucionario, cantaba desde fines de 1810 en la voz de de Luca la muy conocida convocatoria a la lucha que había de desarrollarse en cuadro de epopeya:
Sud-americanos,
mirad ya lucir
de la dulce Patria
la aurora feliz.
La América toda
se conmueve al fin
y a sus caros hijos
convoca a la lid.
A la lid tremenda
que va a destruir
a cuantos tiranos
ósanla oprimir
La patria en cadenas
no vuelva a gemir;
en su auxilio todos
la espada ceñid.
El padre a sus hijos
pueda ya decir:
gozad de derechos
que no conocí.
El verso, pobre y comun, busca tan solo ese ritmo activo que impele y acompaña el paso de las muchedumbres en marcha; pero el concepto fundamental de la crisis política, su espíritu íntimo, su orientación real y definitiva, están proclamadas en esa composicion que implícitamente contiene lo que luego el arte clásico ha de cantar con mas noble pompa. Y fué así el verso,—el verso popular de la cancion y el verso majistral de la oda,—el que dió a la revolucion su verbo, su espresion directa, el molde sonoro en que se vació vibrando con varonil espansión la idea madre de la nueva era; la idea madre presente e invisible como victoriosa fatalidad que hace oculta su camino, en aquel cuadro del pronunciamiento bajo los balcones del cabildo donde había una revolucion ignorada de muchos de los mismos a quienes impulsaba con su misterioso empuje; la idea madre de democracia, de gobierno propio y directo que se formuló orijinariamente en una recia línea de prosa digna de ser grabada como un gran verso en la mas ancha pájina del mármol conmemorativo: la que pronunció aquel día la voz de Mayo diciendo: “¡El pueblo quiere saber de lo que se trata!”
El pueblo quiere saber de lo que se trata. El pueblo quiere ser dueño de sí mismo, de sus intereses y de sus destinos; quiere, en una palabra, ser, en adelante, el soberano.
La Revolucion, prolongada hasta su término natural, la república, estaba toda en esa frase: espíritu, voluntad, trascendencia final.
Pero las personalidades oficiales que la representaban no pudieron proclamar de inmediato en toda su estension ese dogma gritado por la plaza pública en uno de aquellos supremos instantes en que un gran movimiento encuentra su fórmula histórica. Para unos, esa fórmula era aun la monarquía, el gobierno propio, independiente, pero con los viejos atributos de la autoridad rejia; y este mismo, era designio secreto en razon de lo avanzado. Para todos, la fórmula ostensible, “la fórmula revolucionaria” del momento, tuvo que ser la de acatamiento a Fernando VII con declaracion de conservarle la integridad de estos dominios; la fórmula que juró el primer gobierno patrio en la memorable ceremonia del 25 de mayo.
En cambio el verso recojió desde el primer momento el ideal de una “patria nueva” (así la proclamaba), y lo llevó y lo sostuvo aleteante en la atrevida lijereza de la cancion y en la audaz picardía del cielito criollo, hasta depositarlo, ya madurado y vital, en su definitivo molde de superior elocuencia poética: en aquella estrofa que cantó la primera “Al gran pueblo arjentino, salud!”
Esta funcion política, este alto destino histórico del verso, llamado a ser el lenguaje natural, la proclamacion mas espontánea y sincera del íntimo y trascendental espíritu de Mayo, se reveló de inmediato en una singular característica de nuestra revolucion.
La Patria, en nuestro suelo, nació cantando. Y se fortaleció y se nutrió y se historió con cantos.
“La aurora de Mayo”, se dice tantas veces, aplicando, al decir esto, una de esas figuras de espresion literaria que parecen responder tan solo a aquellas poéticas analojías y simbólicos relacionamientos en cuya jentil idealizacion tanto se complace el espíritu, y que, sin embargo, en presencia de la realidad de los hechos observados en su sentido moral, es decir, en su real valor histórico, revelan una correspondencia de verdad efectiva que muchas veces las convierte en simples calificaciones de esos hechos.
Aurora: momento inicial de un período de vida activa tras un período de yacencia oscura, de sueño, de silencio; difusion de luz, despertar de espíritus; eso, real, efectivamente, fué, mirada en sus rasgos,—podría decirse, materiales,—de fenómeno histórico, de hecho social, la revolución de mayo.
Nada, quizá, da tan clara esta nocion de algo que despierta, de algo que nace de sí mismo en un momento dado, como la manifestacion literaria de la nueva personalidad que surgió al pronunciarse el derrocamiento del último virrey del Río de la Plata.
Como las aves al amanecer, aquel pueblo empezó a cantar a la primera radiacion de la nueva época; a cantar con ecos dispersos y tímidos primeramente, ensayando voces que aquí y allá dejaban adivinar aleteos, manifestaciones de un estremecimiento general de vida que despierta en la penumbra; con mayor robustez y amplitud de notas luego, estímulos del momento y del número a la propia osadía; en profuso, sonoro y nutrido concierto por fin, en el deslumbramiento de la luz plena, en la embriaguez de arrogancia que proclamaba con un grito al sol cada una de las victorias anunciadas por los lejanos retumbos del cañon patriota.
No es tampoco esto una figura literaria; es la espresion de un hecho. El sol fué desde un principio el símbolo de aquella revolucion que se proclamó sin sol, bajo el nublado lluvioso de mayo. La poesía y el espíritu popular no se resignaron a que faltara en el cielo ideal de la libertad su gloria radiante; lo hicieron surjir y lo instituyeron en objeto de una especie de culto triunfal en que a la vez había cierta familiaridad de identificacion filial.
Los himnos al sol compuestos para ser entonados por las voces infantiles en la plaza histórica, abundan en la literatura de Mayo.
Al sol que brillante
y fausto amanece,
aromas y cantos
América ofrece.
La Patria despierta
y su rostro hermoso
bana luminoso
el rayo solar.
Otro de la misma época, canta así:
Al sol refuljante
que brílla este día
jazmines y rosas
América envía.
¡Salve, veinticinco
de Mayo glorioso!,
día venturoso
de la líbertad.
Tu sol fué propicio
al amerícano,
que cinó ufano
laurel inmortal.
Esto no llega, sin duda, a constituir una espresion literaria; no es mas que la espansion de esa musicalidad intuitiva de la musa plebeya que dice con pretenciosa puerilidad cosas que sólo suenan bien en voces ínfantiles; pero estamos ante el valor significativo de los primeros cantos de la libertad.
Podemos aun oir esa misma salutacion entonada por voces de negros. También ellos,—¡y con cuánta razón ellos!, — cantaron al astro en que se simbolizaba la gloria de la liberacion, con su media lengua que los hace un poco niños.
La prolijidad papelista ha hecho llegar hasta nosotros estos ecos:
Ma luego ne solisonte
lo sol melicano blilla
alojado dese Oliente
len cadena le Mandinga.
Hay en este culto del sol un sentimiento en que podríamos reconocer la rudimentaria exaltacion del alma indígena definida con sello americano en el sentimiento y en el culto incásicos, y hay una alegría de despertar que se esplica como un hecho casi físico por los antecedentes de la vida colonial y el contraste de la espansion libertadora.
Hasta el histórico día de Mayo el labio criollo había permanecido mudo en la clausura de una existencia limitada e inerte que sujiere la imajen de inmóvil y silencioso mar dormido entre cerradas riberas.
La situacion de la colonia indiana del Río de la Plata en su relacionamiento con la metrópoli española venía a ser la de una pupila bajo tutela tanto mas restrictiva a toda accion autónoma, cuanto mas estraño era el tutor ausente a la existencia de aquélla y mas arraigado estaba en él por el apartamiento y la lejanía el concepto de una incapacidad cultivada por el réjimen tutorial.