Erhalten Sie Zugang zu diesem und mehr als 300000 Büchern ab EUR 5,99 monatlich.
La batalla ideológica que se libró en los institutos de Segunda Enseñanza durante la Guerra Civil ya se venía gestando en Europa desde la Primera Guerra Mundial. Algunos profesores se identificaban en los años treinta del siglo XX con las nuevas tendencias del nacionalismo antiliberal reaccionario y del fascismo que se estaban abriendo paso en el continente. Frente a ellos, un sector importante del profesorado se reconocía en los valores ideológicos de las distintas opciones de izquierdas y, además, una amplia masa de docentes ambiguos permanecía en la denominada «zona gris». La pugna ideológica que se vivió en ese tiempo entre el personal docente de la Segunda Enseñanza se saldó con la separación del servicio de un buen número de profesionales. Primero fue la República la que cesó de forma forzosa a los considerados desafectos a la causa republicana y después fue el franquismo el que llevó a cabo una limpieza política de gran alcance en el seno de la administración educativa. Ambas cribas ideológicas presentan muchas diferencias, no solo en cuanto a agentes y objetivos, sino también en cuanto al contexto histórico y a la naturaleza de la represión política y cultural que desencadenaron.
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 470
Veröffentlichungsjahr: 2019
Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:
HISTÒRIA I MEMÒRIA DEL FRANQUISME / 52
__________________________________________
DIRECTORS
Ismael Saz (Universitat de València)Julián Sanz (Universitat de València)
CONSELL EDITORIAL
Paul Preston (London School of Economics)Walter Bernecker (Universität Erlangen, Núremberg)Alfonso Botti (Università di Modena e Reggio Emilia)Mercedes Yusta Rodrigo (Université Paris VIII)Sophie Baby (Université de Bourgogne)Carme Molinero i Ruiz (Universitat Autònoma de Barcelona)Conxita Mir Curcó (Universitat de Lleida)Mónica Moreno Seco (Universidad de Alicante)Javier Tébar Hurtado (Arxiu Històric de Comissions Obreres de Catalunya, UB)Teresa M.ª Ortega López (Universidad de Granada)
Esta publicación no puede ser reproducida, ni total ni parcialmente,ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información,de ninguna forma ni por ningún medio, sea fotomecánico, fotoquímico,electrónico, por fotocopia o por cualquier otro, sin el permiso de la editorial.Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org)si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
© Del texto, Margarita Ibáñez Tarín, 2019© De esta edición: Publicacions de la Universitat de València, 2019
Publicacions de la Universitat de Valènciahttp://[email protected]
Coordinación editorial: Juan Pérez MorenoImágenes de la cubierta: Gonzálo Suárez, Camilo Chousa y Alejandro GaosDiseño de la cubierta: Celso Hernández de la FigueraCorrección: Iván García EsteveMaquetación: María Aránzazu Pérez
ISBN: 978-84-9134-477-3
ÍNDICE
AGRADECIMIENTOS
LISTADO DE SIGLAS
ARCHIVOS Y CENTROS DE DOCUMENTACIÓN
INTRODUCCIÓN.LA SEGUNDA ENSEÑANZA EN LA GUERRA CIVIL
I. GUERRA Y SEGUNDA ENSEÑANZA EN LA RETAGUARDIA VALENCIANA
1. Antecedentes. La calma que precedió a la tempestad
2. Incremento de la red pública de institutos y llegada masiva de profesorado republicano a Valencia
3. Guerra escolar, ceses de profesores y nueva política educativa en el Ministerio de Instrucción Pública
4. La sindicalización forzosa de la docencia en los años de la guerra
II. PROFESORES REPUBLICANOS, ANTIRREPUBLICANOS Y EN LA ZONA GRIS
1. Profesores antifascistas con conciencia de formar parte de un movimiento transnacional
2. Profesores católicos, nacionalistas, reaccionarios y fascistas transitando el mismo espacio político
3. Profesores derrotistas, saboteadores, espías y hombres de acción en la retaguardia republicana
4. Últimos días de la República y llegada de las fuerzas de ocupación franquistas
III. NUEVO ORDEN Y LIMPIEZA POLÍTICA DEL PROFESORADO DE SEGUNDA ENSEÑANZA EN EL PAÍS VALENCIANO
1. Colaboración de los nuevos poderes locales y provinciales en el arranque de la represión
2. Justicia militar, consejos de guerra y prisiones
3. Depuración de profesores heterodoxos identificados con la anti-España
4. Extorsiones económicas y penas de prisión por acusaciones de responsabilidades políticas y masonería
5. Expurgos e incautaciones. Los profesores y la guerra bibliográfica
6. Supervivientes en el exterior y en el interior del Nuevo Estado
CONCLUSIONES
BIBLIOGRAFÍA
Fuentes hemerográficas
ANEXOS
Cuadros sinópticos
Gráficas
Imágenes
ÍNDICE ONOMÁSTICO
AGRADECIMIENTOS
El contenido de este libro es el resultado de una tesis doctoral presentada en la Universitat de València en septiembre de 2017 y que nunca hubiera visto la luz de no haber contado con la ayuda del doctor Marc Baldó Lacomba, al que estoy muy agradecida por su apoyo, confianza y respeto hacia mis planteamientos. Sin sus acertados consejos y correcciones esta investigación no hubiera llegado a buen puerto.
Este trabajo se ha escrito en momentos difíciles de mi vida, marcados por la desaparición de dos de las personas más queridas. Quiero aprovechar estas líneas para expresar especialmente mi gratitud a mi madre y a mi hermano, in memoriam; a mi padre y a mis hermanas; a mi marido y a mis hijos Lucas y Lubna.
LISTADO DE SIGLAS
AAC
Acción Agraria y Ciudadana
ACME
Archivo Central de Educación
ACNP
Asociación Católica Nacional de Propagandistas
AGHD
Archivo General e Histórico de Defensa
AHCV
Arxiu Històric de la Comunitat Valenciana
AHN
Archivo Histórico Nacional
AHUV
Archivo Histórico de la Comunidad Valencia
AIR
Archivo del Instituto de Requena
AJR
Archivo del Juzgado de Requena
AMR
Archivo Municipal de Requena
AP
Acción Popular
ARV
Archivo del Reino de Valencia
ATEA
Asociación de Trabajadores de la Enseñanza en Asturias
BOE
Boletín Oficial del Estado
BOP
Boletín Oficial de la Provincia
CDMH
Centro Documental de la Memoria Histórica
CDU
Clasificación Decimal Unificada
CEDA
Confederación Española de Derechas Autónomas
CNT
Confederación Nacional de Trabajadores
CSIC
Centro Superior de Investigaciones Científicas
CT
Comunión Tradicionalista
DERD
Delegación del Estado para la Recuperación de Documentos
DRV
Derecha Regional Valenciana
ERC
Esquerra Republicana de Catalunya
FAE
Federación de Amigos de la Enseñanza
FAI
Federación Anarquista Ibérica
FE
Falange Española
FERE
Federación Española de Religiosos de Enseñanza
FET-JONS
Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista
FETE
Federación Española de Trabajadores de la Enseñanza (UGT)
FUE
Federación Universitaria Escolar
GPU
Administración Política del Estado (la policía secreta de la URSS)
ILE
Institución Libre de Enseñanza
JAE
Junta de Ampliación de Estudios
JARE
Junta de Auxilio a los Republicanos Españoles
JUP
Juventudes de la Unión Patriótica
MEC
Ministerio de Educación y Ciencia
NG
Nova Germanía
PCE
Partido Comunista de España
PCP
Partido Comunista Portugués
POUM
Partido Obrero de Unificación Marxista
PSOE
Partido Socialista Obrero Español
PSUC
Partit Socialista Unificat de Catalunya
PURA
Partido de Unión Republicana Autonomista
RE
Renovación Española
RSI
República Social Italiana
SEM
Servicio Español de Magisterio
SEPEM
Servicio Español de Profesorado de Enseñanza Media
SERE
Servicio de Evacuación de Refugiados Españoles
SEU
Sindicato Español Universitario
SIPM
Servicio de Inteligencia y Policía Militar
TERMC
Tribunal Especial para la Represión de la Masonería y el Comunismo
UGT
Unión General de Trabajadores
UME
Unión Militar Española
UNAM
Universidad Nacional Autónoma de México
UNED
Universidad Nacional de Educación a Distancia
UR
Unión Republicana (partido político conocido también como URN: Unión Republicana Nacional)
URN
Unión Republicana Nacional (partido político conocido también como UR: Unión Republicana)
ARCHIVOS Y CENTROS DE DOCUMENTACIÓN
Archivo Central de Educación, Alcalá de Henares
Archivo del Instituto N.° 1 de Requena, Requena
Archivo del Juzgado N.° 1 de Requena, Requena
Archivo Municipal de Requena, Requena
Archivo del Reino de Valencia, Valencia
Archivo General de la Administración, Alcalá de Henares
Archivo General e Histórico de Defensa, Madrid
Archivo Histórico de la Comunidad Valencia, Valencia
Archivo Histórico Nacional, Madrid
Archivo Max Aub, Segorbe
Archivo privado de Gonzalo Suárez, Madrid
Arxiu Històric de la Comunitat Valenciana, Valencia
Centro Documental de la Memoria Histórica, Salamanca
INTRODUCCIÓN.LA SEGUNDA ENSEÑANZA EN LA GUERRA CIVIL
El combate ideológico que se vivió en el ámbito de la Segunda Enseñanza durante la Guerra Civil y el primer franquismo en el País Valenciano se inscribe en el ciclo de profunda crisis que azotó Europa entre 1914 y 1945, una fractura traumática que no fue solo económica y social, sino también política y de legitimidad, que implicó el auge de discursos, ideologías y prácticas de violencia y un hondo cuestionamiento de las formas parlamentarias de la democracia liberal.1 El profesorado de los institutos de las provincias de Castellón, Valencia y Alicante, en la retaguardia republicana, vivió de manera dramática esa fractura político-ideológica causada por la guerra. Fue un choque ideológico entre valores, visiones del mundo y concepciones de la cultura completamente opuestas, y al mismo tiempo un conflicto entre modernidad y conservadurismo que no se libró solo en España, también se desarrolló de manera simultánea en toda Europa.
La complejidad política e ideológica de Europa era también la complejidad de la realidad española de aquel tiempo. Por eso no cabe aceptar la vieja imagen de las dos Españas condenadas a enfrentarse.2 La fractura que provocó la guerra civil en la Segunda Enseñanza en España no fue un episodio aislado en la historia de Europa, la misma persecución por cuestiones de pensamiento y las mismas exoneraciones del personal docente más comprometido con los valores de la izquierda se dieron también en Italia y en Portugal, si bien con diferentes métodos, y nunca llegando a las exorbitantes cifras de represión política y cultural del franquismo. No hay diferencias sustanciales entre lo ocurrido aquí y en otros lugares del continente en el primer tercio del siglo XX. En palabras de José-Carlos Mainer: «La presunta anomalía española es un simple desenfoque de los observadores –propios y foráneos– excesivamente encandilados con la tragedia nacional».3
Existía con anterioridad a la década de los años treinta –al menos en las grandes ciudades como Valencia– una clase media moderna e ilustrada que mostraba la misma división cultural e ideológica que sus contemporáneos europeos. «Ser de provincias en los años republicanos no era un obstáculo para vivir en plenitud la vida intelectual. […] En el caso de un lugar como Valencia, porque la ciudad había sido siempre la tercera gran metrópoli intelectual española», se vivía en ese tiempo una época de gran efervescencia cultural. Muestras de ello eran la estética art déco de los cines y piscinas y la proliferación de revistas de gran altura literaria y filosófica como Nueva Cultura.4 Según Ismael Saz: «Los grandes parámetros de la crisis de la modernidad en España son los de la crisis de la modernidad en Europa. […] España vivía completamente inmersa en ese inmenso laboratorio de la cultura europea».5
El enfrentamiento entre los dos bloques ideológicos se venía gestando, también en España, desde la Gran Guerra. El periodo de 1914-1918 es considerado clave por muchos historiadores que consideran que actuó como un vierteaguas de los cambios que se produjeron en el mundo contemporáneo. Muchos profesores de institutos españoles se identificaban con las nuevas tendencias del nacionalismo antiliberal reaccionario y del fascismo que se estaban abriendo paso en Europa. Frente a ellos, otro sector importante del profesorado simpatizaba o se reconocía en los valores ideológicos de las distintas opciones de la izquierda. En esos años ni la derecha ni la izquierda constituían bloques ideológicos homogéneos. Entre los izquierdistas, los había desde los más escépticos a los más entusiasmados con lo ocurrido en la reciente Revolución rusa, y la «alianza natural de la derecha abarcaba desde los conservadores tradicionales hasta el sector más extremo de la patología fascista, pasando por los reaccionarios de viejo cuño».6
En nuestro país, ni el republicanismo ni el antirrepublicanismo constituyeron culturas políticas homogéneas. Tanto las fuerzas antirrepublicanas aglutinadas finalmente en el franquismo como las republicanas nunca presentaron una plena identificación, siempre mantuvieron diferencias. Los españoles de DRV, Acción Nacional, Renovación Española y Falange Española tenían conciencia de formar parte de la misma cultura política o movimiento transnacional que estaba consiguiendo tantas adhesiones entre sus contemporáneos europeos en los años treinta. El franquismo nunca fue un todo monolítico, los distintos sectores –pese a las pugnas motivadas por la diferente concepción educativa y otros aspectos– participaron de una plena identificación con la ultraderecha europea contemporánea y transitaron el mismo espacio político.
Somos conscientes de que el uso del lenguaje no es gratuito, y al utilizar los conceptos franquista y antifranquista para referirnos a las facciones enfrentadas durante la guerra en el terreno de la Segunda Enseñanza, podemos ser acusados de usar una terminología avant la lettre. Se puede pensar que estamos dando carta de naturaleza a la dictadura franquista antes de que estuviera mínimamente constituida. Y lo que es peor, alguien puede interpretar que nos guiamos por una visión teleológica que precede el resultado de la guerra, como si este estuviera decidido de antemano. Estas consideraciones están muy lejos de nuestra intención, pero el hecho de que por el momento los historiadores sigan teniendo muchos problemas para poder determinar de manera consensuada la naturaleza política del franquismo y el debate continúe abierto nos ha disuadido a la hora de oponer los términos fascismo y antifascismo al referirnos a nuestra guerra. Las razones estriban en que si bien el segundo no genera polémica y podría englobar perfectamente a las distintas fuerzas republicanas, el primero no es aceptado por la totalidad de la comunidad historiográfica porque, como es sabido, en el franquismo confluyeron fascismo y nacionalcatolicismo, lo que se ha denominado «nacionalismo reaccionario».7
Tampoco se puede hablar de profesores republicanos, presuponiendo la existencia de una cultura homogénea de izquierdistas, republicanos liberales, marxistas, anarquistas, liberales y progresistas. Esta última simplificación, que también fue utilizada por el franquismo en su propio interés a la hora de abarcarlos a todos bajo el paraguas de «rojos o marxistas», ha condicionado el hecho de que muchos estudios sobre la represión del profesorado sufran una visión demasiado generalista y no hayan profundizado en análisis particulares. Los republicanos españoles tenían conciencia de pertenecer a un movimiento político antifascista de carácter transnacional en razón de compartir ideales, lecturas, creencias, valores y, sobre todo, un enemigo común: el fascismo. Poblaban las filas de multitud de partidos y sindicatos que reivindicaban la herencia de la Ilustración y compartían un ethos colectivo que los llevó a combatir juntos las dictaduras de Mussolini, Hitler, Salazar y Franco. Esta cultura antifascista creó en ese tiempo una red institucional y de relaciones sociales que se organizó a través de un tejido de centros culturales y artísticos, revistas, periódicos, ateneos, bibliotecas, etc.
El enfrentamiento ideológico que se vivió durante la Guerra Civil y en la inmediata posguerra no fue entre dos bloques completamente opuestos, en blanco y negro, sin los matices de una variada gama de grises. En las aulas de los institutos de la retaguardia valenciana, la batalla entre los partidarios de estas dos ideologías antagónicas –Ilustración y anti-Ilustración– se saldó con la separación forzosa de la enseñanza de cientos de profesores precursores del antifascismo. Frente a ellos, se alzó una minoría de contrarrevolucionarios y una amplia masa de docentes ambiguos que permanecieron en la «zona gris». El historiador italiano Renzo de Felice utilizó por primera vez este concepto en alusión al estado de ánimo colectivo de los italianos durante el bienio trágico de 1943-1945. La mayoría de ellos adoptó una actitud de extrañamiento: «un generalizado sentimiento de genuina aversión hacia los fascistas y los alemanes, pero también de miedo por el desarrollo sangriento de la lucha armada y por el recrudecimiento de la guerra civil. Una clasificación de las preocupaciones que sitúa como primer valor la supervivencia».8
En Italia, como en España, cuando se habla de «zona gris» no se hace referencia a una actitud política. Allí, como aquí, se impuso el primum vivere ante todo. La gente optó por desaparecer, encerrarse en su cascarón, no comprometerse con ninguno de los bandos en lucha y esperar un rápido final de la guerra. Nosotros utilizamos la expresión «zona gris» aplicada a la problemática de la Segunda Enseñanza durante la Guerra Civil en alusión a un área que no está claramente delimitada. En ese tiempo de guerra y en el que siguió tras la victoria franquista, un extenso grupo de profesores se situó entre las dos minorías activas en la contienda. Muchos de ellos oscilaron entre la adaptación forzada y la colaboración entusiasta con el bando sublevado. Algunos mostraron una postura que se fue transformando durante el conflicto y sobre todo en el periodo inmediatamente posterior. Durante y después de la guerra es indiscutible que la colaboración a ras del suelo de una parte de la población fue fundamental para la victoria de los rebeldes y la posterior consolidación del régimen franquista en España. Pero no siempre es fácil establecer una separación radical entre cooperadores y resistentes, vencedores y vencidos. No solo es prácticamente imposible establecer departamentos estancos entre las distintas categorías, sino que las actitudes de los sujetos son plurales y cambiantes y pueden convivir de manera contradictoria en el tiempo o en un mismo individuo. Dentro de esa «zona vasta gris, compuesta por la masa informe de los que observaban indecisos, paralizados o incapaces de elegir su campo, y cuya actitud evolucionó, en algunos casos, a lo largo del conflicto», en palabras de Enzo Traverso,9 encontramos toda una variedad de grises. No podemos olvidar que, en las décadas de los años treinta y cuarenta, la mayoría de los profesores de Segunda Enseñanza eran burgueses biempensantes, es decir, que pensaban de acuerdo con las ideas tradicionalmente dominantes de signo conservador, y reaccionaron con arreglo a su clase. «No era fácil tomar partido cuando la guerra amenazaba la estabilidad personal trabajosamente lograda», tal como ha visto José-Carlos Mainer en su estudio sobre el papel de los intelectuales en el periodo de 1936-1939.10
Dentro de la zona gris, los hubo que tomaron partido de manera impuesta, contra su voluntad o por oportunismo, muy lejos de ser su opción ideológica, la del bando en el que lucharon, y los hubo que se convirtieron en franquistas sin saber realmente en qué se estaban convirtiendo y se quedaron aterrados cuando vieron la barbarie, las masacres en las plazas de toros y la tremenda represión que desencadenaron los sublevados. Eran funcionarios con todo el equipamiento intelectual y moral necesario para desempeñar un buen papel en la época burguesa anterior a la contienda, pero la Guerra Civil subvirtió el orden establecido y quebró radicalmente su sistema de valores.
Para las gentes que entraban en el sexto o séptimo decenio de sus vidas, la fuerte sensación de rechazo a la guerra les llevó a una inmediata búsqueda de culpables. Los valores de su mundo personal y las mismas peleas ideológicas de su juventud habían tenido como horizonte referencial el liberalismo y como motivo fundamental, su conciencia de pertenecer a una élite intelectual.11
Con la guerra las cosas cambiaron para ellos muy rápido, la estimación social de la que gozaban en el periodo anterior cayó en desgracia. Muchos profesores se vieron sobrepasados por los acontecimientos. Eran gentes de otra época, que tenían más de cincuenta años y habían conocido el mundo anterior a 1914, conscientes de pertenecer a una élite social e intelectual cuyos valores se desmoronaban. Eran liberales, pero difícilmente podían ser demócratas, habían pasado la mayor parte de su vida bajo una monarquía constitucional basada en la corrupción y el turnismo. Sabían que «lo que sucedía en España era solo un episodio del amenazante eclipse de sus creencias».12
Un elemento clave para entender las dinámicas culturales, políticas y sociales durante la Segunda República y en la guerra es el proceso de movilización política de los jóvenes que tuvo lugar en Europa durante el periodo de entreguerras. La juventud ejerció un papel protagonista y hasta conductor de los principales nuevos movimientos políticos, especialmente en el comunismo y el fascismo. La radicalización política en todos los órdenes que se vivió en ese tiempo favoreció el protagonismo político juvenil y muchos catedráticos de instituto con antigüedad consolidada en la carrera docente vivieron este hecho como una verdadera amenaza a su estabilidad y a su prestigio.13
Los profesores de la zona gris constituyen un grupo variopinto, pero no son propiamente una tercera fuerza en discordia, los encontramos en los extremos más moderados de los dos bloques enfrentados: franquistas y antifranquistas. Tampoco pueden ser asimilados a la llamada «Tercera España», un concepto que resulta bastante inasible para los historiadores. Posiblemente, más que de tres Españas habría que hablar de varias Españas enfrentadas, igual que deberíamos hablar de diferentes conflictos bélicos que se libran a distintos niveles y de manera simultánea en nuestra guerra civil: una guerra internacional, una guerra de clases, una guerra cultural, etc.
En los años treinta, como antes y como después, hubo mucho más que dos Españas. Hubo múltiples proyectos políticos que iban desde la extrema izquierda, con los anarcosindicalistas y las democracias del anarquismo, por un lado, y los comunistas y su marco transnacional, por otro, hasta la extrema derecha, con el fascismo como radical novedad. Era también la España de un socialismo que se situaba entre la realidad y la quimera; la del liberalismo de izquierdas, que giraba en torno a la revolución democrática y la reforma social; la del liberalismo conservador, republicano o no, pero defensor del orden social por encima de todo; la del catolicismo político, que apostaba por la movilización de sus bases sociales contra la República y ¡ay! contra la democracia.14
La realidad histórica es compleja y el análisis de las implicaciones e interinfluencias entre los distintos actores no siempre presenta nitidez en los tintes. Los profesores de la zona gris están presentes en los testimonios que hemos extraído y con frecuencia nos referiremos a ellos, pero tratándose de una categoría tan difusa no les hemos reservado un apartado específico.
Frente a ellos –formando parte de una de las dos minorías activas en el combate ideológico– un grupo de intelectuales, muchos profesores de Segunda Enseñanza, que habían mostrado su compromiso con los valores del laicismo y con la renovación democrática durante la Segunda República, fue considerado disidente, marginado y heterodoxo con la llegada del franquismo. Al menos una parte de estos heterodoxos de los años cuarenta proviene de una larga genealogía de enciclopedistas, librepensadores, ateos, masones, afrancesados y laicistas que se inicia en nuestro país en las últimas décadas del siglo XVIII. Justo en el momento preciso en que los herejes, los luteranos, los moriscos, los judaizantes, las brujas y las hechiceras dejaron de ser perseguidos por la Inquisición. Desde ese momento los intelectuales modernizadores pasaron a ser calificados de «extranjerizantes, antiespañoles y afrancesados», y esa imagen de dudosamente españolas persiguió a las élites liberales hasta bien entrado el siglo XX y fue retomada después de la Guerra Civil por el franquismo.15 Como es sabido, las raíces lejanas de la intolerancia católica y nacionalista española se remontan a la reacción de la Iglesia y la monarquía frente a la Ilustración y el ideario de la Revolución francesa.16 Desde el reinado de Fernando VII, un grupo importante de españoles librepensadores fue perseguido por defender el laicismo y las ideas de libertad, igualdad y fraternidad. Muchos de ellos se integraron en sociedades secretas, como la masonería, que se extendió por España con la invasión napoleónica. A lo largo de los siglos XIXy XX estos librepensadores vivieron alternativamente épocas de represión y de reconocimiento público hasta que el periodo democrático-liberal de la Segunda República (1931-1939) los devolvió a los puestos de decisión política. Pero tras la Guerra Civil la represión político-ideológica de la dictadura franquista (1939-1975) los apartó radicalmente de la enseñanza, la política, la cultura, la ciencia y todos los ámbitos de poder.
Estos nuevos «heterodoxos» de los años cuarenta respondían a los mismos rasgos que les atribuyó en su día Marcelino Menéndez Pelayo en su Historia de los heterodoxos españoles. Se trataba de españoles que no seguían fielmente o se desviaban de las normas religiosas católicas, o de las nacional-estatales. Su vasta obra, que escribió con la intención de demostrar que «el genio español es eminentemente católico y la heterodoxia es entre nosotros accidente y ráfaga pasajera», constituye un monumental catálogo de herejes españoles de los que tenemos noticia gracias a él. Después de la guerra, el franquismo consolidó sus posiciones mediante un discurso basado en el nacionalcatolicismo, pero no lo inventó. Ese ideario, que se basaba en una mezcla entre la ortodoxia religiosa tradicional católica y la ortodoxia nacionalista estatal moderna, ya había sido formulado cuarenta años antes por Marcelino Menéndez Pelayo. El polígrafo santanderino fue el padre de esta construcción intelectual y, al mismo tiempo, el creador del concepto anti-España que tanto predicamento tuvo en los años cuarenta del pasado siglo.
Antes de terminar la contienda, el primer ministro de Educación franquista, Pedro Sainz Rodríguez, el más fiel continuador de la obra de Menéndez Pelayo, plasmó en la base doctrinal del nuevo sistema educativo su ideario y puso en marcha una exhaustiva labor de purga en la enseñanza para librarse de los nuevos heterodoxos.17 De manera que la obra de Menéndez Pelayo se convirtió, muchos años después de haber sido escrita, en una contribución definitiva a la hora de identificar al enemigo interno en el franquismo. La disidencia se identificó después de la Guerra Civil con la anti-España y bajo el mismo paraguas se incluyeron a socialistas, comunistas, anarquistas, nacionalistas, feministas, defensores de la Institución Libre de Enseñanza, laicistas, ateos, etc. Estos nuevos heterodoxos fueron vistos no solo como disidentes sino como enemigos, y por lo tanto el Estado procedió inquisitorialmente en su contra a través de distintas instancias como el Tribunal de Represión de la Masonería y el Comunismo, los Tribunales de Responsabilidades Políticas, las Comisiones de Depuración Laboral, el Sistema Penitenciario, etc.
En este trabajo abordaremos el combate ideológico que se vivió en los institutos de la retaguardia en Levante y la represión política que se desencadenó desde la doble perspectiva franquista y republicana, huyendo del esquematismo y de la equidistancia. Hemos buscado contemplar los procesos de control político-social que vivió el profesorado de Segunda Enseñanza con la República, primero, y con el franquismo, después, de manera sucesiva. El propósito de este planteamiento ha sido ofrecer una mirada bifocal, más enriquecedora, y que creemos que contribuye mejor a explicar de manera más matizada este periodo de la guerra y de la inmediata posguerra, tan lleno de implicaciones. En los años treinta y cuarenta del siglo pasado, los profesores de secundaria atravesaron –al igual que el resto de la sociedad española– por una etapa traumática caracterizada por la violencia política ejercida por el Estado contra su colectivo. El fracaso parcial de la sublevación militar contra el régimen legalmente constituido llevó a una polarización irreversible del país y tanto el Gobierno republicano primero, al inicio de la guerra, como el franquista después, al acabar la contienda, pusieron en marcha mecanismos dirigidos al control social y a la sanción de los profesores de instituto. En ambos casos, las élites gobernantes eran conscientes del poderoso instrumento de socialización y nacionalización que es la enseñanza y por eso dirigieron sus actuaciones contra este colectivo.
A la hora de analizar la depuración republicana y la franquista se puede observar muchas diferencias, no solo en cuanto a agentes y objetivos, sino también en cuanto al contexto histórico y a la naturaleza de la represión política y cultural que emprendieron la Segunda República y el franquismo. Sistemática y dirigida desde el poder central en el caso franquista, y fruto de actuaciones desordenadas e individualistas, dada la multiplicidad de centros de poder durante el contexto bélico en el caso republicano. La depuración republicana, aunque se desarrolló en los años de la guerra, debe ser contextualizada en un periodo más amplio, que tiene sus inicios en 1931 con la «guerra escolar». El Gobierno del primer bienio reformista puso en marcha una serie de disposiciones legislativas encaminadas a conseguir la secularización de la educación y, en definitiva, la separación Iglesia-Estado. En 1932 se decretó la disolución de la Compañía de Jesús y en 1933 se aprobó la Ley de Confesiones y Congregaciones Religiosas, que prohibía la enseñanza a las órdenes religiosas. Estas normas y otras –ya presentes en la Constitución de 1931– desataron una verdadera guerra escolar y provocaron un encendido combate ideológico entre dos visiones contrapuestas de la enseñanza.
Sea como fuere, la depuración republicana no formó parte de un programa integral de nacionalización de masas de largo alcance –tal como concibieron la represión docente los fascismos–, más bien se trató de una consecuencia derivada del contexto de guerra. La nueva concepción de «la educación como arma de combate» que se generalizó durante la contienda, impulsada desde el Ministerio de Instrucción Pública, exigió que se tomaran medidas drásticas para apartar de la docencia a todos aquellos profesores que se consideraban desafectos a la causa republicana. A diferencia del franquismo, el cese forzoso de profesores se circunscribió al periodo de la guerra. De hecho, no existió una criba docente en los seis primeros años de la Segunda República. En el caso franquista, por el contrario, no se puede dejar de lado que la represión del colectivo docente de Segunda Enseñanza respondió a un plan superior de nacionalización de las clases medias y de adoctrinamiento ideológico de las nuevas clases rectoras, dirigido expresamente a garantizar la perdurabilidad del régimen.
Al hablar de «represión» –tanto republicana como franquista– entendemos el término como el conjunto de mecanismos dirigidos al control y la sanción de conductas «desviadas» en los órdenes ideológico, político, social o moral. Un concepto amplio que no se circunscribe a la utilización de la violencia física. Compartimos en este sentido el significado que Eduardo González Calleja otorga al término: «un amplio abanico de actuaciones, que pueden ir desde la eliminación física del disidente hasta el dirigismo de conductas públicas y privadas a través, por ejemplo, de la imposición de una cierta moral o de una cultura oficial»; en este caso, «el concepto represión aparece como más cercano al de control social, que puede ser definido como el conjunto de medios de intervención, positivos o negativos, que utiliza una sociedad o un grupo social para conformar a sus miembros a las normas que le caracterizan».18
A menudo utilizamos la expresión «limpieza política» para referirnos al propio fenómeno de represión. Aunque no son sinónimos completos, ya que presentan matices diferentes. Mientras el concepto de represión alude a los mecanismos, actuaciones y medios de intervención para conseguir el control político-social sobre un colectivo –en este caso el docente–, la limpieza política, tal como nosotros la entendemos, se refiere a «la dinámica de homogeneización política de la población de un territorio por medio del uso de la fuerza o la intimidación contra los grupos identificados como enemigos políticos».19 Cuando empleamos «limpieza política» aplicado a nuestro campo de estudio, estamos hablando de la labor de uniformización ideológica y tabla rasa que introdujo el franquismo en la Segunda Enseñanza con el fin de poder partir de cero y ser mucho más eficaz en la implantación de su proyecto de nacionalización de las clases medias y adoctrinamiento de élites en los valores del fascismo y del nacionalcatolicismo. En España, no se puede obviar que la piedra angular sobre la que se edificó el longevo régimen franquista fue una guerra civil, producto de una sublevación militar contra el orden democrático establecido. Tal como ha explicado Antonio Míguez Macho, fue una sublevación
que alcanzó el poder con el objetivo de acabar con el régimen republicano existente y de eliminar un grupo social al que identificaba como enemigo de España. Un grupo definido fundamentalmente por argumentos negativos: no católico, no español, no tradicional. Existía pues una intencionalidad genocida [política] en el golpe de estado que se pudo hacer efectiva a través de unas prácticas de violencia concretas, gracias al acceso de los sublevados a los recursos estatales.20
El franquismo se planteó, siguiendo el modelo italiano, adoptar políticas educativas que le sirvieran para remodelar la sociedad y crear nuevos ciudadanos. Las autoridades educativas franquistas instrumentalizaron la labor pedagógica de los profesores para conseguir estos fines. En 1942, durante la celebración de la I Semana de la Enseñanza Media Oficial en Madrid, Luis Ortiz Muñoz, director general de Enseñanza Media, se dirigió a los asistentes –la mayoría directores de los pocos institutos públicos que el franquismo mantuvo abiertos después de la guerra– con estas palabras: «Los catedráticos son hoy el mejor instrumento de la Revolución Nacional, los elementos de que se ha de disponer para llevar a cabo la política de recristianización y renacionalización de la Enseñanza Media Oficial».21
Pero, junto a esos catedráticos integrados que asistieron a la I Semana de la Enseñanza Media –todos ellos confirmados en el cargo y vistos como instrumentos al servicio de los nuevos planes de nacionalización de las clases medias–, existió un amplio colectivo de represaliados –sancionados en la depuración franquista con penas que iban desde la inhabilitación para cargos directivos, el traslado fuera de sus provincias hasta la separación forzosa de la enseñanza– que también compartieron docencia en los claustros de los institutos de la posguerra. Ambos casos, profesores represaliados e integrados en el Nuevo Estado, franquistas y antifranquistas, son dos caras de un fenómeno que hemos querido contraponer en las páginas que siguen. Y, por supuesto, junto a estas dos minorías activas, también ha merecido nuestra atención un amplio grupo de docentes que hemos incluido en la que hemos denominado «zona gris».
1 J. L. Ledesma Vera: «¿Cuchillos afilados? De violencias, guerra civil y culturas bélicas en la España del primer siglo XX», en J. Canal y E. González Calleja (eds.): Guerras civiles, una clave para entender la Europa de los siglosXIXyXX, Madrid, Casa de Velázquez, 2012, p. 93.
2 F. Morente, J. Pomés y J. Puigsech (eds.): La rabia y la idea. Política e identidad en la España republicana (1931-1936). Zaragoza, Prensas de la Universidad de Zaragoza, 2016, p. 13.
3 J-C. Mainer: Años de vísperas. La vida de la cultura en España (1931-1939), Madrid, Espasa Calpe, 2006, p. 20.
4 Ibíd., pp. 106-107.
5 I. Saz: «Entrevista con el autor», en Seminario Interuniversitario de Investigadores del Fascismo (SIDIF), 16 de julio de 2014. Disponible en línea: <https://seminariofascismo.wordpress.com/2014/07/16/entrevista-ismaelsaz-historiador-del-franquismo-y-de-laextrema-derecha-europea-de-entreguerras> [última consulta: 25 de febrero de 2017].
6 E. Hobsbawm: Historia del sigloXX…, op. cit., p. 130.
7 I. Saz: «Fascismo y nación en el régimen de Franco. Las peripecias de una cultura política», en M. Ruiz Carnicer (ed.): Falange. Las culturas políticas del fascismo, Zaragoza, Institución Fernando el Católico, 2013; íd.: «Sobre la naturaleza de la represión franquista», en R. Camil Torres y X. Navarro: Temps de por al País Valencià (1938-1975), Castelló, Publicacions de la Universitat Jaume I, 2012.
8 R. de Felice: Rojo y negro, Barcelona, Ariel Historia, 1996, p. 55.
9 E. Traverso: A sangre y fuego. De la guerra civil europea (1914-1945). València, PUV, 2009, p. 75.
10 J-C. Mainer: Años de vísperas…, op. cit., p. 150.
11 Ibíd., p. 139.
12 Ibíd., pp. 85 y 139.
13 F. Morente, J. Pomés y J. Puigsech (eds.): La rabia y la idea…, op. cit., p. 20.
14 F. Morente, J. Pomés y J. Puigsech (eds.): La rabia y la idea…, op. cit., p. 13.
15 J. Álvarez Junco: Mater Dolorosa. La idea de España en el s.XIX, Madrid, Taurus, 2001, pp. 113-118. Para Álvarez Junco, si hay que señalar una fecha clave en el cambio de tendencia, esa fue el llamado affaire Masson en 1783. Según el citado autor, es uno de los pistoletazos de salida del sentimiento español moderno.
16 A. Botti: Cielo y dinero. El nacionalcatolicismo en España (1881-1975), Madrid, Alianza, 1992, pp. 17, 18 y 31.
17 J. Álvarez Junco: Mater Dolorosa…, op. cit., p. 600.
18 E. González Calleja: «Sobre el concepto de represión», Hispania Nova. Revista de Historia Contemporánea, 6, 2006, p. 6.
19 R. Cruz: «Olor a pólvora y patria. La limpieza política rebelde en el inicio de la guerra de 1936», Hispania Nova, 7, Madrid, 2007, p. 6.
20 A. Míguez Macho: La genealogía genocida del franquismo. Violencia, memoria e impunidad, Madrid, Abada Editores, 2014, p. 22.
21 Discurso del director general de Enseñanza Media Oficial en la I Semana de la Enseñanza Media, Madrid, 13-20 de diciembre de 1942.
I. GUERRA Y SEGUNDA ENSEÑANZA EN LA RETAGUARDIA VALENCIANA
1. ANTECEDENTES. LA CALMA QUE PRECEDIÓ A LA TEMPESTAD
La tarde del 17 de julio de ese año de 1936 es una tarde como otra cualquiera, calurosa y optimista. Nadie sabe una palabra […]. La gente sale en mangas de camisa a balcones y aceras para aliviarse con la fresca. Se la ve repantigada en butacas o sillas de cuerda echando mano al botijo resudado de cuando en cuando. Se conversa en voz aplastada, como lejana al peligro, por el rescoldo bárbaro del estiaje. Gramófonos y aparatos de radio lanzan al viento gandul las últimas canciones de moda, tonadillas andaluzas mistificadas, de los maestros Valverde, León y Quiroga.1
Juan Renau, profesor del Instituto Obrero (1936-1938), recuerda en este texto la sospechosa calma que precedió a la tormenta el día del golpe de Estado en Valencia y, curiosamente, al igual que Adela Gil Crespo, profesora del Instituto-Escuela (1936-1939), alude a las coplas y canciones de moda que sonaban en los aparatos de radio:
Como una visión lejana, en la que el recuerdo y la fantasía se entrecruzan, me llega el recuerdo leyendo a Fraser,2 de cómo recibimos en mi familia y en mi barrio, la Prosperidad, la noticia del alzamiento. No teníamos radio. Hacía años habíamos tenido una galena, pero después mi padre no era partidario de la radio. La vecina de enfrente nos atormentaba tarde y noche con las estridencias de las canciones de moda. Pero aquel día no eran canciones, eran noticias. Los militares se habían sublevado en Marruecos, y la República parecía peligrar. Las noticias empezaron a circular, en la calle se hacían corrillos, se lanzaban opiniones. No sería nada, sería una Sanjurjada más, y el gobierno terminaría por dominar.3
En los días anteriores al golpe de Estado contra el Gobierno legal de la República, no era fácil presagiar un desenlace tan trágico, aunque no faltaran rumores, sospechas y advertencias.4 El fracaso del pronunciamiento conllevó, como es sabido, la división del territorio español en dos zonas enfrentadas y el estallido de la guerra civil. La España de preguerra no era el escenario de caos y violencia política extrema que algunos se empeñan en presentar. No existía ninguna conspiración protocomunista ni judeomasónica, ni había peligro de revolución socialista, si bien no se puede negar la aguda conflictividad social que sacudía el país aquellos días. Se trataba de unos enfrentamientos que no eran significativamente distintos (tal vez lo contrario) a los que se producían en otros países europeos, como ha argumentado Julián Casanova.5 En la primavera de 1936, se entrecruzaron procesos de crisis de diversa naturaleza: crisis institucional del Gobierno, movilización colectiva, intensificación de la conflictividad sociolaboral, presencia creciente en el espacio público de los instrumentos coactivos del Estado, conflicto religioso, etc., pero ninguno de ellos abocó necesariamente a la guerra civil, cuyo desencadenamiento se debió al fracaso parcial de la sublevación militar contra el régimen legalmente constituido.6 Ni el radicalismo de los discursos políticos ni los estallidos de violencia pueden ser vistos como la plasmación de una irreversible polarización del país que provocó ineludiblemente a la contienda. También es necesario tener en cuenta el clima radicalizado que reinaba en la Europa de los años treinta.
Muchos profesores estaban en las primeras semanas de julio de 1936 desplazados de sus domicilios y lugares de trabajo a causa de unas inminentes oposiciones que se iban a celebrar en Madrid o por motivo de las vacaciones de verano. El director del instituto de Orihuela y catedrático de Ciencias Naturales José María Andreu Rubio había llegado de vacaciones a Madrid, el 6 de julio, para clasificar sus dípteros en el laboratorio de Entomología del Museo de Ciencias Naturales. Quería pasar quince días haciendo excursiones por los alrededores y aprovechar para cazar más insectos, pero después del 18 de julio –dado que su condición de sacerdote no pasaba desapercibida– optó por esconderse en el hotel, hasta que el día 29 pudo trasladarse a Orihuela vestido de seglar.7 A José Andreo García, catedrático de Latín del instituto de Elche, el golpe de Estado le sorprendió veraneando en Aledo (Murcia), donde tenía casa y fincas rústicas. Desde allí, temiendo por su vida, huyó para refugiarse temporalmente en una casa de campo de la sierra Espuña.8 Son solo dos testimonios de los muchos que tenemos referidos del día del golpe de Estado. Aparecen en los cuestionarios que acompañan a la declaración jurada que tuvieron que presentar obligatoriamente todos los profesores y el resto de funcionarios después de la guerra para ser readmitidos en la Administración del Estado. La pregunta sobre qué estaban haciendo y dónde estaban ese día se repite en todos ellos.
Numerosos testimonios cuentan que estaban en Madrid esos días del mes de julio, convocados a unas oposiciones que se iban a celebrar el 3 de agosto. El Gobierno de la República había puesto en marcha un ambicioso plan de construcciones escolares y en paralelo un incremento sustancial de las plantillas del profesorado de Enseñanza Primaria y Secundaria. En esas fechas, la mayoría de los que se iban a presentar a los exámenes eran cursillistas de 19339 que tenían que consolidar sus plazas, aunque ya llevaban tres años ejerciendo de profesores encargados de curso, pero también había muchos catedráticos que habían sido llamados para constituir los tribunales. La insólita situación fruto de los acontecimientos les impidió la vuelta a sus lugares de origen, en el caso de ser provincias que habían caído en manos de los sublevados. Ese fue el caso de Sevilla, donde los seis bandos de guerra de Queipo de Llano, en los días siguientes al 18 de julio, dieron lugar a grandes matanzas de las que lograron escapar dos profesoras del Instituto-Escuela por no encontrarse en la ciudad en esas fechas. María Rosario Montoya y Adela Gil Crespo trabajaban en el emblemático instituto –heredero de la tradición pedagógica de la Institución Libre de Enseñanza– y unos días antes habían abandonado la capital para pasar el verano en Madrid. La primera, profesora de Ciencias Naturales en el instituto y auxiliar del profesor Pedro Castro Barea en la Universidad de Sevilla, era cursillista del 33, y como otros muchos a los que el golpe los sorprendió estudiando había venido para presentarse a las oposiciones. Su marido, Juan Caballero Moreno, era falangista desde 1933 y es de suponer que se sumó a la represión sevillana. Ella permaneció en zona republicana toda la contienda y fue evacuada con sus dos hijos de 7 y 19 meses a Requena, donde ejerció de comisaria-directora del instituto durante los años de la guerra.10 La otra docente del Instituto-Escuela sevillano, Adela Gil Crespo, profesora de trabajos manuales desde 1934 y al mismo tiempo estudiante en la Universidad hispalense, tuvo suerte de que los bandos de Queipo de Llano la sorprendieran en Madrid, de otro modo, de haber permanecido en ese instituto, que el gobernador civil de Sevilla calificó de «gran foco de sectarismo antirreligioso disuelto por las autoridades nacionales a los pocos días del Glorioso Movimiento Nacional»,11 y dada su manifiesta ideología izquierdista, podría haber corrido peligro.12 En cualquier caso, la estancia temporal en Madrid para opositar no fue una tabla de salvación para todos, hubo algunos profesores para los que significó lo contrario. Fernando Cámara Niño, catedrático de Historia Natural del instituto de Alcoi, fue detenido el 29 de agosto y encarcelado en el número 9 de la calle Fomento. Días después, acusado de ser miembro de las Juventudes Católicas de Alcoi, acabó en la cárcel de Porlier.13 En Madrid estaban también esos días algunos catedráticos que habían ido a examinar en los tribunales de oposiciones. El catedrático de Geografía e Historia del instituto de Alicante, José Lafuente Vidal, y el de Francés de Oviedo, Gonzalo Suárez Gómez, se encontraban circunstancialmente en la capital. Según cuenta el hijo de este último, el director de cine Gonzalo Suárez: «Los sucesos del cuartel de la Montaña nos pillaron en Madrid, donde mi padre impartía cursillos para profesores de Francés».14 El terrible verano de 1936 lo pasaron muchos docentes en Madrid soportando los bombardeos. «La ciudad comienza a sentir los devastadores efectos de la artillería fascista. En las proximidades de la casa donde vivimos caen varios obuses. Menudean también las visitas de la aviación. Ya no se puede atravesar el parque del Oeste…», anotaba con paciencia el catedrático Gonzalo Suárez, en el diario donde reflejaba con absoluta minuciosidad, ajeno al derrumbamiento del orden establecido, los progresos de su pequeño hijo desde su nacimiento en Oviedo, en 1934, en plena Revolución de Asturias. Estaba a la espera de que le fuese asignado destino en un instituto de la zona leal a la República.
Otros profesores más jóvenes, solteros y sin cargas familiares, que por las circunstancias ya mencionadas estaban allí, no aguardaron a que les dieran destino y pasaron a la acción de manera entusiasta en favor de la República. El profesor de Francés del instituto de Santa Cruz de Tenerife, Constantino Aznar de Acevedo, y el de Dibujo de Medina de Rioseco, Ignacio Blanco Niño, se incorporaron como voluntarios al batallón de la FETE-UGT. Desde mediados de octubre de 1936, con el nombre de batallón «Félix Bárzana» del Quinto Regimiento, este grupo integraba a más de un millar de maestros y profesores.15 Con ellos combatió Ignacio Blanco Niño y fue herido en el frente de Madrid, en el Barrio Usera. Trasladado después a un hospital de Valencia para su recuperación, se incorporó al instituto de Xàtiva en septiembre de 1937.16
Antonio Rodríguez-Moñino, catedrático de Lengua y Literatura del instituto Velázquez de Madrid –antes de trasladarse al Luis Vives de Valencia durante la guerra–, también estaba en la capital esos días y colaboró activamente con la República. Después de que el 29 de julio fuera nombrado auxiliar de la recién creada Junta de Incautación y Protección del Tesoro Artístico, dependiente de la Dirección General de Bellas Artes, se dedicó a poner a salvo bibliotecas particulares y públicas. En la zona leal a la República fueron incautadas muchas colecciones bibliográficas en los primeros meses de la guerra por partidos políticos y organizaciones sindicales, sobre todo las de aquellas personas que habían huido a la zona sublevada. La sección Bibliotecas de Cultura Popular –una organización afín al Partido Comunista que se encargaba de coordinar las actividades culturales de los partidos del Frente Popular y de las centrales sindicales–, de la que formó parte Antonio Rodríguez-Moñino, decomisó bastantes bibliotecas particulares.17 Un ejemplo es la del editor y librero valenciano Miguel Juan, un significado derechista que huyó de su domicilio en los primeros días de la guerra y cuya librería de la calle Pascual i Genís de Valencia fue saqueada y su biblioteca particular incautada. No sabemos con certeza si la confiscación fue obra de Cultura Popular o de otra de las organizaciones sindicales y políticas que llevaban a cabo estas labores en los primeros días de la contienda. Paradójicamente, la biblioteca acabó compartiendo espacio con la de Max Aub y otras embargadas por los franquistas en los depósitos de la Universidad de Valencia.18 Las incautaciones de bibliotecas en palacios de la nobleza y en edificios eclesiásticos tenían el doble objetivo de servir de salvaguarda del patrimonio y sobre todo de contribuir a su difusión: «De ahora en adelante, en la España leal tendrán a su disposición todos los trabajadores dignos, además del conocido, muchísimo material que ignoraban o que nunca pudieron consultar».19 Son palabras que Antonio Rodríguez-Moñino escribió en el fragor de la batalla del verano de 1936.
2. INCREMENTO DE LA RED PÚBLICA DE INSTITUTOS Y LLEGADA MASIVA DE PROFESORADO REPUBLICANO A VALENCIA
Gonzalo Suárez, Antonio Rodríguez-Moñino, María Rosario Montoya, Adela Gil Crespo y otros profesores se establecieron en Valencia. En noviembre, acompañando al Gobierno de la República, se desplazaron a la capital del Turia muchos de los docentes que, procedentes de otras provincias, habían quedado atrapados en Madrid y bastantes catedráticos que ocupaban plazas en la capital. En el caso de los de la Universidad Central, según ha estudiado Carolina Rodríguez: «la llegada masiva se inició a partir de noviembre de 1936, al mismo tiempo que se trasladaban el gobierno y las Cortes y se constituía en Valencia la Casa de la Cultura, llegando a su máxima expresión en el inicio del curso 1937-38». Los últimos
llegaron conminados por la orden de 28 de agosto de 1937 que disponía que todos los catedráticos, auxiliares y encargados de curso de todas las universidades, que se encontraban en zona republicana o en el extranjero, debían presentarse en la secretaría general de la Universidad de Valencia antes del quince del mes de septiembre de 1937 quedando a disposición de los decanos de las facultades respectivas con la idea de que en octubre de ese año se reanudaran las actividades universitarias.20
Coinciden las fechas de llegada del profesorado universitario y las del de instituto, lo que nos hace pensar que llegarían juntos después de que la Junta de Defensa Nacional decidió evacuar en noviembre de 1936 a los hombres de ciencia, artistas, escritores, compositores y poetas.
En Valencia, muchos intelectuales evacuados de Madrid encontraron alojamiento en el hotel Palas –renombrado esos días como «la casa dels sabuts»–, en la calle de la Paz. Antonio Machado, catedrático de Francés del Instituto Cervantes de Madrid, fue nombrado presidente del patronato de la Casa de la Cultura, que se instaló en el citado hotel. Sus compañeros de Segunda Enseñanza participaron junto con los demás en las actividades que allí se desarrollaban: conferencias, inventario de libros procedentes de las incautaciones de la Junta de Protección del Tesoro Artístico, lecturas en la biblioteca del centro, etc. Las autoridades republicanas pretendieron en todo momento crear una ilusión de «cierta normalidad en el desarrollo de la cotidianeidad docente e investigadora», pese a las adversas circunstancias que se estaban viviendo.21
Los profesores de instituto recién llegados a la ciudad estaban obligados a pasar por la nueva sede del Ministerio de Instrucción Pública, instalada en esos días de la guerra en la antigua Universidad de Valencia, en la calle de la Nave,22 para que les fuera adjudicada plaza. Julio César Sánchez Gómez, catedrático del instituto de Torrelavega, cuenta que al comenzar el curso escolar en la zona republicana
el ministro de Instrucción Pública nos ordenó que pasásemos a Valencia los profesores de los centros del Norte que nos hallábamos en Madrid, para ver la forma de organizar el viaje a nuestros respectivos institutos, asunto difícil por haber quedado todo el Norte de España desconectado del centro. Fracasó en su empeño y entonces dispuso que la sección de Institutos nos destinase interinamente donde hiciera falta. Dicha sección tardó hasta el 16 de abril de 1937 en mandarme a Lérida.23
El día 21 de enero de 1937 tuvo lugar un acto masivo de adjudicación de plazas en la calle de la Nave de Valencia. La mayoría de las plazas asignadas fueron para cursillistas del 33, pero también muchas fueron para los catedráticos que acababan de llegar a la ciudad acompañando al Gobierno. Entre ellos había personas de gran prestigio intelectual, como Samuel Gili Gaya, Manuel Núñez de Arenas o Enrique Rioja Lo Bianco, que se incorporaron al recién creado Instituto Obrero; otros catedráticos como Rafael de Penagos, Antonio Rodríguez-Moñino y Gonzalo Suárez Gómez24 trabajaron en el Instituto Luis Vives. En todos los casos se trataba de personas que se identificaban ideológicamente con la República, la mayoría eran afiliados a FETE-UGT y militantes de partidos del Frente Popular. Muchos de ellos eran catedráticos de larga y brillante trayectoria profesional que habían tenido cargos políticos de responsabilidad en el Ministerio de Instrucción Pública. En los expedientes de la mayor parte de los que consiguieron vacante ese día consta como fecha de toma de posesión en sus respectivos destinos el 1 de febrero de 1937.
Del total de los 242 profesores que ejercieron la docencia durante la guerra en los institutos de la retaguardia valenciana, hemos contabilizado 50 que se incorporaron nuevos, procedentes de otras provincias, en ese tiempo de guerra. De ellos, 41 lo hicieron en institutos de Valencia, 3 fueron destinados a Castellón y 6 a Alicante. De todas formas, creemos que pudieron ser muchos más los que llegaron al País Valenciano entre finales de 1936 y principios de 1937, pese a que no constan las fechas de nombramiento y toma de posesión en sus expedientes. Los 50 profesores que presentamos en el anexo 1 constituyen un buen ejemplo del perfil-tipo del profesorado leal a la República que se desplazó a Levante durante la contienda. Había 37 profesores afiliados al sindicato FETE-UGT y militantes en partidos del Frente Popular. De ellos 20 eran cursillistas del 33 que ejercían como profesores encargados en los institutos y que, en 1938, durante la contienda, fueron homologados como catedráticos. Todos perdieron sus derechos después de la guerra y solo consiguieron ser readmitidos en la enseñanza mucho más tarde, en virtud de dos concursos especiales celebrados en 1946 y 1950. Del grupo de profesores llegados a Valencia, 27 eran catedráticos de larga y brillante trayectoria profesional, con muchas publicaciones científicas y literarias, y en algunos casos, además, con car gos políticos de responsabilidad en el Ministerio. Al final de la guerra, 16 de ellos se exiliaron y el resto, en la mayoría de los casos, tuvo que hacer frente a la máxima sanción en la depuración franquista: la separación de la enseñanza y la baja en el escalafón, así como soportar el exilio interior.
La República había hecho un esfuerzo considerable para aumentar el número de institutos. En Madrid, antes de la guerra solo había cuatro centros públicos de enseñanza secundaria. Desde 1845 existían el Instituto San Isidro y el Instituto Cardenal Cisneros; en 1918 se había fundado el Instituto Escuela y en 1929 el Instituto Infanta Beatriz, femenino. En el País Valenciano la situación era similar. Existía el Luis Vives de Valencia desde 1851 y los institutos provinciales de Castellón y Alicante desde 1846 y 1845, respectivamente, así como el de Requena, fundado en 1928.
El objetivo del Ministerio de Instrucción Pública de crear nuevos institutos se volvió una necesidad acuciante como consecuencia de la aprobación de la Constitución de la Segunda República el 9 de diciembre de 1931. En su artículo 25 establecía: «Quedan disueltas aquellas Órdenes religiosas que estatuariamente impongan, además de los tres votos canónicos, otro especial de obediencia a autoridad distinta de la legítima del Estado. Sus bienes serán nacionalizados y afectados a fines benéficos y docentes». Igualmente señalaba que las demás órdenes religiosas quedarían reguladas por una ley especial votada por las Cortes y que se ajustaría a seis supuestos, uno de los cuales establecía la prohibición de ejercer la industria, el comercio o la enseñanza. Su aprobación significó la abolición de la Compañía de Jesús por el Decreto de 23 de enero de 1932 del Ministerio de Justicia, que regulaba la disolución de la Orden de los jesuitas y especificaba que los bienes de la compañía pasaban a ser propiedad del Estado.25 La repercusión que tuvieron estas disposiciones en el ámbito educativo fue inmediata, ya que centenares de alumnos de los centros religiosos se vieron en la calle.
La Iglesia católica regentaba, en el momento de la publicación de la Ley, 295 centros de enseñanza secundaria con 20.684 alumnos.26 El Ministerio propuso, para aliviar con premura la situación sobrevenida con el cierre de los colegios religiosos, la creación de nuevos institutos en los centros cerrados de la Compañía de Jesús, así como el nombramiento de nuevos directores. En virtud del Decreto de 28 de enero de 1932, fueron nombrados para este cometido algunos catedráticos de instituto de máxima altura intelectual y gran afinidad política republicana, como era el caso de Joaquín Álvarez Pastor. Este catedrático, en tres años, pasó de desempeñar la dirección del Instituto Luis Vives en 1931 a ser director del recién estrenado Instituto Escuela de Valencia en 1932 y, al año siguiente, a ocupar la dirección del nuevo instituto Pérez Galdós de Madrid.
Entre 1932 y 1934, el Ministerio creó institutos en Valencia, Madrid y otras capitales, al mismo tiempo que destinó un millón de pesetas para la dotación de estos centros. Los nuevos institutos de enseñanza secundaria eran de tres clases: nacionales de Segunda Enseñanza, elementales y colegios subvencionados. El objetivo era paliar las necesidades de escolarización sobrevenidas con la expulsión de los jesuitas y el cierre de los colegios de las otras órdenes religiosas.27 El primero de los inaugurados en Valencia tras la expulsión de los jesuitas fue el Instituto Escuela, que en 1932 ocupó el edificio del colegio San José que había sido propiedad de la orden. Ese mismo año también entraron en funcionamiento los institutos de Orihuela –ocupó el edificio del Colegio de Santo Domingo– y Elche.28 Un año después, en virtud de un decreto del 30 de agosto de 1933, fueron puestos en marcha el Instituto Nacional de Bachillerato Blasco Ibáñez de Valencia, el Instituto de Bachillerato Elemental de Xàtiva y el Colegio Subvencionado de Alcira.29 Más tarde, en octubre del mismo año, se añadieron los colegios subvencionados de Benicarló y Gandía. El último en entrar en funcionamiento fue el Instituto Obrero, que –creado por Orden Ministerial de 24 de noviembre de 1936– se nutrió con personal militante afiliado a partidos y sindicatos del Frente Popular y con dedicación exclusiva, ya que «alejados de sus familias y de su entorno habitual encontraron en el instituto un ambiente de afecto y camaradería que les indujo a dedicarse completamente a sus enseñanzas y a sus alumnos», según Juan Manuel Fernández Soria.30 Entre los profesores que trabajaron en el Instituto Obrero de Valencia cabe mencionar a los catedráticos Enrique Rioja Lo Bianco, Samuel Gili Gaya y Manuel Núñez de Arenas y a la encargada de curso de Literatura María Antonia Suau Mercadal. Esta profesora llegó en 1938, tras una breve estancia en Murcia. Procedía del Instituto Escuela de Madrid y estaba embarazada de un oficial italiano de las Brigadas Internacionales, Antonio Vistarini. Lo había conocido en Madrid en el terrible verano de 1936, cuando trabajaba como enfermera voluntaria en un hospital de sangre, aunque él ya vivía en España desde hacía tiempo trabajando como fotógrafo y director de cine. Entre sus películas sobresalen las que rodó durante la guerra civil, Frente a frente y Quijorna