Luis Alberto García, un actor de pueblo - Eddy Rodríguez Garcet - E-Book

Luis Alberto García, un actor de pueblo E-Book

Eddy Rodríguez Garcet

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Luis Alberto García se sitúa entre los más notables de su generación, entre los imprescindibles coterráneos del arte escénico, gracias a sus condiciones y visceral entrega, principalmente en el arte efímero del teatro –dice Gerardo Fulleda en el prólogo del presente título y agrega- es, precisamente, sobre este actor del cine y la televisión que Eddy Rodríguez Garcet nos propone la presente compilación donde se recoge toda la memoria atesorada y la estimación de sus compañeros de profesión, de críticos, de amigos, de sus seres más cercanos y de simples espectadores —como el que escribe estas líneas—, quienes tuvimos la oportunidad de disfrutar siempre y agradecer la entrega de este impar creador, en todos los medios en que se forjó, con personajes de carne, hueso y pasión. Un libro para el recuerdo, el mejor homenaje.

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Edición y corrección: María Eugenia de la Vega

Diseño y maquetación: María Elena Gil Mc Beath

Ilustración de cubierta: Jorge Luis Martínez Camilleri

Ilustración: Silvio Rouco

Fotografía: Eddy Rodríguez Garcet

©Eddy Rodríguez Garcet, 2023

© Ediciones en Vivo, 2023

ISBN: 9789597268741

Instituto Cubano de Radio y Televisión

Ediciones en Vivo

Calle N, No.266, entre 21 y 23

Plaza de la Revolución, La Habana, Cuba

CP 10400

E-mail: [email protected]

[email protected]

www.tvcubana.icrt.cu

Índice de contenido
Los imprescindibles coterráneos
Introducción
Luis Alberto García, Premio Nacional de Teatro ¿Por qué no?
¿Cómo era Luis Alberto García?
Perspectivas desde la memoria
León
Alberto Pujol
Un gran actor
Alden Knight
Mi personaje inolvidable
Alfredo Ávila
Un extraordinario ser humano
Amado del Pino
Pueblo
Ana Fajardo Curbelo
Bartolo
Armando, el Bodeguero
Un actor muy intuitivo
Arturo Soto Díaz
Una persona silenciosa
Audry Gutiérrez Alea
La persona más ingeniosa
Carlos Cruz
Un actor brillante
Carlos Pérez Peña
Un hombre muy espiritual
Carlos Ruiz de la Tejera
Sensible y orgánico
Celia García
Buen amigo
Doris Gutiérrez
Cubano
Emilio Batista Torres
Divertido y serio a la vez
Gema Juárez Díaz
Un actor carismático, sensible
Gerardo Fulleda León
Dios
Juan Carlos García Novoa
Un actor grande, grande
Juan Pin Vilar
Un gran talento
Jorge Losada
Lo máximo
Leonardo García Novoa
Maestro mío
Luis Alberto García Novoa
Un gran artista, un profesional
Miguel Á. Rodríguez Juárez
Andoba es Luis Alberto García
Miriam Lezcano
Un ser único
Miriam Martínez
Autético
Argelio Sosa
Para un amigo, desde la nostalgia
Mirtha Ibarra
Talento y disciplina
Nelson Dorr
Muy humano
Nieves Laferté
Una gente increíble
Nilda Collado Díaz
Un artista
Noel García
Buen hijo, buen padre, buen esposo
Obdulia Novoa
Sencillez, modestia y grandeza
Oscar Bringas
Magistral
Osvaldo Doimeadiós
Amigo, hombre
Rolando Núñez
Afable, transparente, muy cubano
Rosa García (Rosita)
El único
Samuel Claxton
Sincero, serio y directo
Silvio Amorós Acea
Como un hermano
Silvio Rodríguez Domínguez
Muy buen actor
Verónica Lynn
Subir lomas hermana hombres
Vicente Feliú
El None
Wilfredo Candebat
Luis Alberto García, un imprescindible del teatro cubano 25 años después
Apéndice
Bibliografía
Testimonio gráfico
Datos del autor

A la memoria de Noel García, hermano, amigo, alguien quien logró en poco tiempo ser parte de mi familia junto a su esposa, él conoció a Luis Alberto García, fueron grandes amigos, lograron compenetrarse, sentirse hermanos, familia, y después de su partida física hablaba todos los días con él, ahora después de haberse ido a su encuentro yo hablo todos los días con él, y le cuento cada cosa, el primer ejemplar de este libro, se lo dedicaré a Noel García que tanto luchó porque esta edición se materializara.

A Luis Alberto García por dejarme entrar en su vida y mostrarla al mundo.

A Obdulia Novoa (Yuya), viuda de Luis Alberto García, que siempre confió en mí y me brindó todo su apoyo.

A sus hijos Juan Carlos, Leonardo y Luisito, por compartir sus memorias.

A todos los entrevistados que cooperaron para que este homenaje se hiciera realidad.

A Gemita mi hermana, gracias por estar siempre.

A Abel Molina, apoyo y orientación desde que nació el proyecto, cooperador incansable en labúsqueda de información.

A Matilde Salas Servando, periodista amiga, hermana, guía exigente.

A mi esposa, mis hijas y familiares, cuya paciencia de más de 14añosde espera ansiosa por ver el producto terminado.

A Jorge Martell, importante diseñador informacional, apoyo y entrega.

A Cirita Santana, actriz, comediante, cantante, amiga, familia, colaboradora.

A Vilma Ponce Suárez, mi otra hermanita, gran investigadora, orientadora, dándome siempre aliento y empuje.

A Miguel Sánchez León, del Centro de Investigación de las Artes Escénicas, por ayudarme a encontrar muchas cosas que desconocía del trabajo de Luis Alberto y compartir información aun sin conocerme.

A la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí, mi segunda casa, a Nancy Machado, su subdirectora general, por su apoyo y a todos mis compañeros de trabajo

A Mario Naito, por su apoyo incondicional, factor importante en la ubicación de programas de televisión y todo lo que apareciera relacionado con esta investigación.

A Silvio Rouco, genial ilustrador de este libro, siguiendo cada propuesta mía sin reclamos y aportando trabajos interesantes para el proyecto, su obra estará presente siempre y aunque no estés físicamente me acompañas a cada momento.

A aquellos que no quisieron cooperar a pesar de conocer a Luis Alberto y trabajar con él, gracias, porque me obligaron a profundizar más en su obra.

A todos los que confiaron en mí y en la realización de este trabajo.

Los imprescindibles coterráneos

En los primeros años de la Revolución, como parte de la efervescencia que acompaña a un proceso naciente de construcción social, aparecieron jóvenes valores en el teatro cubano, fundamentalmente en la capital, con esa impronta que la edad y el fervor de los nuevos tiempos les inoculaba. Prometían asumir el legado de las figuras que ya brillaban en la radio, la aún joven televisión y el naciente cine cubano, tomar lo mejor de quienes se erigirían en maestros y enlaces entre diferentes formas de asumir el arte de las tablas. Pero como buenos retoños, tenían el afán de llegar a ser paradigmas escénicos de los tiempos modernos, renovando conceptos, formas de hacer y aportando postulados creativos novedosos.

Una larga lista puede citarse entre los establecidos que contaban ya con sólidos cimientos en el gusto popular, que en ocasiones hacían teatro y que se insertaron sin reparos en la construcción de nuevas formas de arte: Raquel Revuelta, Gina Cabrera, Maritza Rosales, Marina Rodríguez, Violeta Jiménez, Martha Jiménez Oropesa, Lilia Lazo, Martha Casañas, Violeta Casal, María de los Ángeles Santana, Mary Munné, Teté Vergara, Fela Jar, Antonia Rey, Manela Bustamante, Elvira Cervera, Ana Lasalle y Adela Escartín —entre las actrices—. Carlos Badías, Enrique Santiesteban, Eduardo Egea, Carlos Monctezuma, Ángel Espasande, Baldomero Peláez, Cepero Brito, Idalberto Delgado, Alberto González Rubio, Manolo Coego, Alejandro Lugo, Santiago Ríos, Jesús Albariño, Pedro Álvarez, Raúl Eguren, Andrés Soler (Cholito), Leopoldo Fernández, José Antonio Rivero, Aníbal de Mar, Hilario Ortega, René Sánchez, Alberto Garrido, Federico Piñeiro, Alberto Ínsua, Ángel Toraño, Luis Alberto Ramírez, por citar algunos actores, a los que pueden unirse aquellos que ya estaban por su incuestionable talento al borde de alcanzar la plenitud como: Reinaldo Miravalles, Vicente Revuelta, José Antonio Rodríguez, Edwin Fernández, Julio Martínez, Enrique Almirante, Silvio Falcón, Roberto Blanco, Alden Knight, Miguel Navarro, René de la Cruz, Sergio Corrieri, Argelio Sosa, Rolando Barral, Ramón Veloz, Jorge Félix, Omar Valdés, Daniel Jordán, Eduardo Vergara, Florencio Escudero, Fernando Robles, Miguel Montesco, Eugenio Hernández Martin, Sergio Prieto, Miguel Gutiérrez, Mario Limonta; y las féminas Consuelo Vidal, Aurora Pita, Margot de Armas, Miriam Acevedo, Ana Viñas, Flora Lauten, Ingrid González, Helena Huerta, Obelia Blanco, Teté Vergara, Margarita Balboa, Rebeca Morales, Oneida Hernández, Nilda Collado, Sara Reina, Marta del Río, Amelita Pita, Bertha Martínez, Sarita Reyes, Liliam Llerena, Ernestina Linares, Herminia Sánchez, Sonia Barriel, Ada Béjar, Pillín Vallejo, Ofelita Núñez y Verónica Lynn.

Todo el proceso de interacción, aprendizaje y formación se gesta en una coyuntura particular en que las salas de teatro tienen que luchar por mantener su estabilidad ante la competencia clara que significaban la feroz y eficaz acometida de la pantalla grande —Cuba llegó a ser la nación latinoamericana con mayor cantidad de cines—, y el avance indetenible del disfrute popular de la televisión desde la comodidad hogareña.

Era, entonces, una época de pequeñas salitas donde la programación tenía que ser atractiva y sistemática para conquistar a un público que poco a poco empezó a hacerse habitual. Muchos recordarán nombres como Las Máscaras, Hubert de Blanck, Prometeo, Prado 260, Atelier, El Sótano —recién inaugurado en aquellos tiempos—, la Sala Idal, las funciones ocasionales en el Palacio de los Torcedores y los Yesistas, así como la sala Tespis, sede del Teatro Universitario.

Ante el empuje de estos incansables proyectos se sumaron la inauguración de dos salas del moderno Teatro Nacional de Cuba en la Plaza de la Revolución: la Covarrubias y la Avellaneda. También se transformó el cine Rodi de la calle Línea en un gran coliseo teatral: el [Julio Antonio] Mella.

Mientras, el teatro Martí se dedicaba a las zarzuelas, las ocasionales óperas y los espectáculos musicales, donde habían dejado sus huellas personalidades iconográficas de la escena como Rita Montaner (reconocida por el pueblo con el sobrenombre de La Única), Rosita Fornés, Bola de Nieve, Olga Guillot, Celia Cruz, María de los Ángeles Santana, Alba Marina, Miguel de Grandy, Maruja González, Sara Escarpenter, Antonio Palacios, Armando Pico, Ramón Calzadilla y muchos más que harían esta lista interminable. Por su parte, el Gran Teatro de La Habana renombrado hoy, merecidamente, como Alicia Alonso, acogió a la ya importante Compañía de Ballet de Cuba.

En aquellos primeros tiempos, fue clausurado por ser tenido como “inmoral” el teatro Shanghái, donde alcancé a ver —colado, pues por mi edad se me prohibía la entrada— una función que confieso me divirtió mucho, a pesar de algunos momentos de rubor por situaciones o desnudeces pacatas— para nuestros espectadores actuales, insólitas para mí en aquel momento, aunque regocijantes, sin lugar a dudas—. Allí llegaron a trabajar figuras como Cuca Tellechea, Alicia Rico y el viejito Bringuier, quienes luego harían de las suyas en el Martí, con Candita Quintana y Carlos Pous, con su gracioso e inigualable desparpajo y calidad artística.

Debido a prejuicios —cíclicos— hacia lo popular y su arraigo entre el gran sector “ignaro” de la población y gracias al menosprecio de las élites culturales —con poder para “librar al resto de los espectadores” de tamaña intrepidez y monopolio de público— fueron cerradas, también, las carpas de teatro ambulante —mayúsculo error a mi entender—, con una gran recepción de la población más populosa de la capital, donde se palpaba el gracejo que pudo haber tenido el ya desaparecido y mítico Teatro Alhambra. De la misma forma lograron más tarde, cual punto final, la desaparición de las Brigadas Covarrubias, el cierre del Teatro Popular Cubano del teatro Martí y, para culminar, la disolución del Teatro Musical de La Habana. ¿Argumentos? Los de siempre: baja calidad de los espectáculos y mal gusto reinante. En el fondo: puro elitismo, tendenciosidad y horror a la sana diversidad, de la que tanto alardeamos en las artes escénicas.

En ese inicial contexto que ofrecía la ciudad de La Habana, además, se apoya la consolidación del Ballet Nacional de Cuba con Alicia y Fernando Alonso; se crean (a partir de 1961) el Conjunto Folklórico Nacional, con Rogelio Martínez Furé a la cabeza y la compañía de Danza Moderna, con el maestro Ramiro Guerra de líder; obtienen su sede y se consolida el mítico Guiñol Nacional de los Camejo y Carril. También se fundan los grupos de teatro Guernica, bajo la batuta de Heberto Dumé, para teatro de dramaturgia universal; Milanés, con la conducción de Adolfo de Luis, para hacer teatro de dramaturgia cubana —disueltos ambos unos años después por la fiebre de la “moralina”, cabalgante—; el Rita Montaner, con Cuqui Ponce de León al frente, destinado a comedias, vaudeville y farsas; y el ejemplar Teatro Estudio, con los hermanos Raquel y Vicente Revuelta, para hacer teatro de arte y experimental, al que se le concede primero una sala en Marianao y luego la sede del Hubert de Blanck.

Por esa época, surge en la escena teatral de la capital, presentando sus credenciales artísticas, una nueva hornada de talentos: Aurora Basnuevo, Xiomara Palacios, Isabel Moreno, Isaura Mendoza, Elsa Camp, Gladys Anreus, Doris Castellanos, Magaly Diez, Daisy Granados, Daisy Fontao, Eslinda Núñez, Idalia Anreus, Elsa Gay, Ana Aurora Díaz, Alicia Bustamante, Heddy Villegas, Miriam Learra, Asenneh Rodríguez, Flora Lauten e Hilda Oates; de la mano de caballeros de la talla de Mario Balmaseda, Carlos Pérez Peña, Pancho García, Aramís Delgado, Ángel Más, Héctor Quintero, Rubén Breña, Jorge Cao, René Ariza, Samuel Claxton, Eduardo Moure, Pastor Vega, Tito Junco, Oscar Álvarez, Carlos Gili, Ramón Ramos, Noel García y Armando Morales. Eran ellos los más dotados, entre otros pocos, para desarrollar sus capacidades interpretativas, hacer de damas jóvenes, galancetes, galanes jóvenes y finalmente convertirse en primeros actores o primeras actrices, deslumbrarnos y conmovernos con sus caracterizaciones y sus dominios en la pantallita, la pantalla grande o el mundo único y trascendente de un escenario teatral.

Entre todos ellos, con luz propia, descolló siempre Luis Alberto García. Él supo situarse entre los más notables de su generación, entre los imprescindibles coterráneos del arte escénico, gracias a sus condiciones y visceral entrega, principalmente en el arte efímero del teatro. Nos regaló esa experiencia vital, singular e irrepetible, aunque se represente cada noche, que los oficiantes de Tespis nos ofrendan.

Es, precisamente, sobre este actor del cine y la televisión que Eddy Rodríguez Garcet nos propone la presente compilación donde se recoge toda la memoria atesorada y la estimación de sus compañeros de profesión, de críticos, de amigos, de sus seres más cercanos y de simples espectadores —como el que escribe estas líneas—, quienes tuvimos la oportunidad de disfrutar siempre y agradecer la entrega de este impar creador, en todos los medios en que se forjó, con personajes de carne, hueso y pasión. Un libro para el recuerdo, el mejor homenaje.

Gerardo Fulleda León

Introducción

Conocí a Luis Alberto García en 1970, cuando empecé a visitar el barrio de Martha Abreu. Por ese entonces lo veía a diario y en mis recuerdos siempre se dibuja como alguien jovial, jaranero y sociable. A menudo me lo encontraba en la bodega, junto a su inseparable amigo Armando, el bodeguero, a quien todos los vecinos llamábamos cariñosamente Bartolo. Ambos acostumbraban a ponerles apodos a todos los niños. Entre los más familiares, recuerdo el de Cacaca: se lo decían a mi hermana pequeña porque, como apenas sabía hablar, siempre le pedía galletas a Bartolo con esa frase. Otros como Ciricupito, Cabeza de Bote y muchos más llenaban de juegos la vida de no pocos chicos cuya relación con este personaje inolvidable del barrio en esa época era muy estrecha.

Durante los primeros tiempos, no sabía que él era actor: lo veía como un vecino más, alguien divertido, con mucha picardía, que alegraba a los vecinos con increíbles ocurrencias. Su formidable agilidad mental le permitía tener lista, en cualquier circunstancia, la frase oportuna o una respuesta a cuanta pregunta que le hicieran.

Cuando televisaron las aventuras de Espartaco, yo solo tenía tres años por lo que no recuerdo su actuación, pero sí el papel protagónico de Juan Quinquín en Pueblo Mocho, de 1973. A partir de ahí, ya lo vería diferente y me sentía orgulloso de ser su vecino cada vez que aparecía en seriales y películas donde encarnó varios personajes, mostrándonos su magistral actuación en cada uno de ellos.

En mis estudios preuniversitarios coincidí con su hijo Juan Carlos, por lo que pude verlo a menudo en la escuela, sobre todo porque las profesoras lo mandaban a buscar con frecuencia.

Asimismo, comenzaron a visitarlo en el barrio sus compañeros de actuación más cercanos y muchos amigos: René de la Cruz, Carlos Gili, Samuel Claxton, Noel García, Silvio Rodríguez. Casi siempre, el lugar de reuniones era la casa de Carmen, una vecina farandulera que no se perdía las funciones de Luis Alberto y conocía a todos los miembros de los grupos de teatro en los que él trabajó. Ella conserva en su memoria vivencias muy interesantes. Actualmente, Carmen es la encargada de localizar a todos en momentos que queremos reunirnos y recordar a un grande de las tablas en Cuba, alguien que dio su vida por el teatro y la Revolución sin pedir nada a cambio. Solo hacía eso, poner el teatro cubano en lo más alto, defender cada personaje que encarnó con la dignidad y la responsabilidad que siempre lo caracterizó.

Es una pena que a este hombre, siendo parte importante de la historia del teatro en Cuba, no se le haya hecho en vida el reconocimiento que merecía. Después de su desaparición física ha ido quedando en el olvido, salvo por la memoria de sus más allegados y algunos intentos institucionales esporádicos. Fue así que en febrero de 2008 —aprovechando el espacio establecido por el Sistema de Casas de Cultura para homenajear municipalmente, en fechas especiales y aniversarios cerrados, a personalidades de la cultura que no se encuentran ya entre nosotros— un grupo de personas con deseos de hacer algo digno y emotivo en el aniversario 65 de su natalicio, se acercó a la comunidad para, con el delegado del Poder Popular, los vecinos, los jóvenes, algunas personas de la Casa de Cultura del Cerro y varios instructores de arte, de conjunto con el artista plástico y profesor de la Academia San Alejandro, Samuel Riera y sus alumnos, emprender el proyecto de un mural, al que se sumaron diferentes actividades y representaciones, con materiales de todo tipo donados por los pobladores. Se puede afirmar, sin lugar a dudas, que el encuentro ganó en la grandeza que merecía Luis Alberto.

Para esa ocasión realicé un audiovisual a partir de testimonios, donde no faltaron sus amigos del barrio, como Armando el bodeguero y compañeros del gremio, entre ellos Miriam Lezcano, directora de Teatro Mío en ese entonces. La escuela de la barriada nos facilitó un televisor y gracias a ello pudimos proyectar el corto en el portal de Samuel, cuya visibilidad favorecía a los asistentes, congregados en la esquina de Martha Abreu. El audiovisual fue el primer paso para el presente libro, pues terminado el maravilloso festejo quedé comprometido moralmente con la viuda de Luis Alberto, Obdulia Novoa (Yuya), y con Juan Carlos García Novoa, uno de los hijos del matrimonio.

En el año 2013, se realizó un nuevo homenaje que incluyó el coloquio titulado: “Luis Alberto García In Memoriam”, a cargo de la Casa de la Cultura del municipio Cerro. Fue una oportunidad más para mi labor investigativa.

Finalmente, este libro que les presento cuenta con testimonios sobre Luis Alberto contados por su esposa, hijos, vecinos, amigos, actores, miembros del equipo técnico y directores que trabajaron con él, a través de los cuales se muestra la trayectoria de su vida, su amplia obra en el teatro, el cine y la televisión, los reconocimientos recibidos. Todo ello avalado por horas de búsqueda e indagación incansable en sedes de los diferentes grupos de teatro, centros de documentación, la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí y la Biblioteca Provincial de La Habana Rubén Martínez Villena.

Considero importante destacar que, a pesar del hallazgo de fragmentos en algunos trabajos periodísticos que destacan su figura, es una pena no haber encontrado ningún trabajo de la crítica especializada, en positivo o negativo, de su paso por los diferentes teatros, donde representó personajes interesantes con magistral puesta en escena. Lo mismo ocurrió en el cine y en la televisión.

Espero disfruten este pequeño acercamiento a la vida y obra de Luis Alberto García Hernández y que este trabajo incentive a los investigadores a profundizar en la obra de muchos otros —actores, directores, dramaturgos— que están, como este actor, olvidados. Aportaría un granito de arena más en la historia del teatro cubano, para que las jóvenes generaciones conozcan y admiren desde los inicios del teatro en Cuba, hasta la actualidad, qué grupos existían y qué obras se representaban a lo largo de las diferentes épocas, así como conocer el antecedente de la nueva semilla que germina.

Deposito toda mi confianza en el respeto de los lectores a la memoria. Agradecido a los que hayan llegado a este punto, espero que continúen hasta la última página y envíen sus criterios, para lograr una segunda edición con más información, siempre contando con testimonios interesantes y enriquecedores.

Luis Alberto Garcíapremionacional deteatro¿Por qué no?

Corrían los primeros años de la década del 40 cuando, en la edición del 12 de marzo de 1943, el periódico Hoy anunciaba en sus titulares:

En Cuba se dirigen a la Audiencia de La Habana los trabajadores en demanda de justicia, próximo a celebrarse en ese alto tribunal el juicio contra la Havana Electric por burlar el descanso.

(…) magnífica movilización en toda la República, los obreros de la Isla abogan por el promedio, para respaldar la justa y humana petición de los obreros agrícolas azucareros de que se mantengan los mismos promedios del pasado año en la presente.

Españoles demócratas en Cuba desenmascaran una declaración política pro nazi de Franco.

“Estaremos frente al Capitolio hasta tanto se apruebe la ley sobre ampliación tributaria”, expresaron a Hoy los viejos libertadores.

Sufren los nazis grandes pérdidas al norte y noroeste de Vyazma, y rechazan los soviéticos intentos de los nazis para llegar a Járkov. (Hoy, Diario de la mañana, segunda edición, Año VI, Número 61, La Habana, viernes 12-3-1943, pp. 1-3).

En medio de tales acontecimientos ocurridos en un mundo convulso, hace 77 años, nace Luis Alberto García Hernández, El None, como le decían sus familiares y amigos. Sus primeros años de vida transcurren en la casa marcada con el número 158 de la calle Vapor, en la barriada de Cayo Hueso en el territorio del actual municipio de Centro Habana, un lugar propicio para su formación vocacional; tanto así que ya para 1960 se incorpora al Cuadro de Comedia Esproco de la Escuela Profesional de Comercio de La Habana, que dirigía Hilario Ortega, su primer profesor de teatro. A partir de ese momento, encamina sus pasos por esa carrera que lo acompañó a lo largo de toda la vida y lo llevó a estar entre los primeros actores que representaron a Cuba en cualquier latitud.

En 1962, se une al grupo de teatro Rita Montaner que dirigía Cuqui Ponce de León, cuyo plato fuerte era la comedia, sobre todo la musical. Por ese entonces, ensayaban en la actual sede de la Casa de la Cultura de Centro Habana, en la populosa avenida de Carlos III. Allí, junto a varios actores y actrices, Luis Alberto inicia una importante carrera para el desarrollo de las tablas en Cuba con diversas obras, entre las que destacan: Propiedad particular; Ese lunar; El conventillo; Arsénico y encaje; Heredarás el viento; Las Yaguas; La pérgola de las flores, en la cual compartió la escena con la inigualable actriz Aurora Basnuevo y Carnaval adentro, carnaval afuera, presentada en el Tercer Festival de Teatro Latinoamericano de la Casa de las Américas, en la sala Hubert de Blanck.

El Conjunto de Arte Teatral La Rueda lo recibe en 1966, allí actuó en diversas obras que tuvieron un importante reconocimiento, baste citar: Entremeses japoneses; La fierecilla domada; Volpone y La ópera de los tres centavos. Un compañero de escena muy importante marcó la carrera de Luis Alberto en este grupo: el actor, músico y comediante de gran prestigio dentro del teatro cubano, Carlos Ruiz de la Tejera.

Un año después, el grupo Jorge Anckermann lo invita a trabajar en la comedia musical en dos actos: Dios te salve comisario, de la autoría de Enrique Núñez Rodríguez, bajo la dirección de Rubén Vigón y con la actuación de Leonor Zamora, Carlos Monctezuma y Américo Castellanos, entre otros.

Para 1968, Luis Alberto fundaba, junto a René de la Cruz (padre), el grupo Teatro del Tercer Mundo, donde representó grandes obras como El asesinato de Malcolm X, del uruguayo Hiber Conteris y en la cual tuvo una actuación magistral, bajo la dirección de Ramón Matos. Con ese grupo actuó también en Elegías Antillanas, Naranjas de Saigón y El rey Cristóbal.

Tercer Mundo desaparece y surge el grupo Teatro Político Bertolt Brecht. Una vez más estuvo entre los fundadores de este proyecto al cual le siguieron muchos actores y actrices que habían hecho trayectoria junto a él. Allí participó en muchas obras, tanto nacionales como extranjeras, de gran valor para la cultura cubana y en las que una gran cantidad de directores ofrecían toda su experiencia para cada puesta en escena.

A propósito de ello vale destacar: La panadería; El rojo y el pardo; Ernesto; El carillón del Kremlin; El Premio; Girón o La Verdadera Historia de la Brigada 2506, de la autoría de Raúl Macías Pascual, quien ganó el Premio Casa de las Américas 1976. En esta obra, Luis Alberto encarna de manera formidable y en sus diversos matices el personaje de Calviño, un tenebroso asesino miembro de esa agrupación, a quien le celebraron un juicio en La Habana en la década de los 60.

Otra de las obras que protagonizó magistralmente fue Los amaneceres son aquí apacibles, donde, en un trabajo rodeado de mujeres en plena batalla, logra una armonía, un sentimiento y una entrega total al personaje protagónico, al que le da credibilidad, pasión y entrega.

Sin embargo, una obra que marcó su carrera como un importante hito fue Andoba o Mientras llegan los camiones, de la autoría de Abraham Rodríguez con la dirección de Mario Balmaseda. Aquí representa al protagonista, un hombre llamado Oscar. Puede asegurarse que Luis Alberto da lo mejor de su experiencia y defiende al máximo este personaje.

El teatro Mella de la capital cubana se mantuvo abarrotado de público en cada función y quedaban siempre largas filas de personas en la puerta sin poder entrar a disfrutar del espectáculo. Cuentan —anécdota que no por jocosa es menos cierta— que, durante la temporada, los choferes de los ómnibus que circulaban por la populosa calle Línea, una de las más importantes de La Habana, cuando llegaban a la parada del teatro Mella decían al público: “¡Vamos, llegaron a la parada de Andoba!”. Algo parecido a lo sucedido cuando se puso por la década del sesenta en ese mismo teatro la obra Santa Camila de la Habana Vieja. Incluso el público que nunca había visitado ese coliseo, después de asistir por primera vez a la puesta en escena, se identificaba tanto que regresaba sin dudarlo. Luis Alberto sorprendía con algo diferente en cada representación y, quizás por eso, ir todos los días a ver la misma obra no afectaba: siempre vería algo novedoso sin que se perdiera la esencia del personaje.

Este grupo de teatro se mantuvo activo hasta el año 1989 y en su amplia trayectoria desarrolló disímiles obras de gran importancia para la historia del teatro cubano.

Paralelo a este trabajo, Luis Alberto García formó parte de otros proyectos como la Primera Brigada de Escritores y Artistas jóvenes en la Sierra Maestra, creada entre los meses de febrero y marzo de 1972. Este grupo llevó la cultura a los lugares más apartados del país. Allí estuvieron Vicente Feliú, Rafael Gutiérrez Torres (Jefe de la Brigada), Frank Fernández (segundo Jefe de la Brigada), Enriquito Núñez y Pedro Luis Ferrer, entre otros.

Años después, en 1983, trabajó con el grupo de Teatro Estudio en el montaje de la obra, Santa Camila de La Habana Vieja, de José Ramón Brene, que dirigió Armando Suárez del Villar junto a destacados actores de reparto como: Adolfo Llauradó, Adria Santana, Paula Alí y Samuel Claxton. Con esta obra se presentaron ese año en el Festival de Teatro Cubano de Camagüey, donde Luis Alberto García junto a Samuel Claxton alcanzaron el premio a la mejor actuación masculina secundaria.

También se desempeñó como profesor de teatro en las escuelas de instructores de arte, donde contribuyó a la formación de muchos jóvenes actores y directores.

Por otra parte, el público tuvo el privilegio de disfrutarlo en la pantalla grande o de recibirlo en sus hogares a través de la televisión.

El cine contó con su actuación en el elenco de 17 películas, sin embargo, el único papel protagónico que realizara fue en el mediometraje de Arturo Soto Díaz, Talco para lo negro, su trabajo de graduación de la Escuela Internacional de Cine y Televisión en el año 1992, el cual le valió, según nos asegura Arturo Soto, el premio de mejor actuación masculina en el festival de Cine Joven 1993, entregado post mortem.

A pesar de no interpretar un papel protagónico en el filme cubano titulado La ultima cena, su personaje tuvo una fuerza y presencia permanente durante toda la cinta. La calidad de actuación y la entrega que realizó en cada una de sus presentaciones no fue analizada por la crítica ni bien ni mal.

En la televisión, fueron muchos los programas en los que participó este actor y algunos que ya peinan canas recordarán el serial de aventuras Espartaco, en el año 1967; en los diferentes episodios del policíaco Sector 40, en las aventuras de Juan Quinquín en Pueblo Mocho; Entre mar y tierra; Orden de ataque; en varias presentaciones de Teatro ICR; a los que sucedieron La gran rebelión; Julito el pescador; En silencio ha tenido que ser; Algo más que soñar; Para empezar a vivir; varios Día y noche, y ya afectado por su enfermedad, un personaje en el serial Su propia guerra, para el cual tuvo que utilizar su experiencia en técnicas de actuación lo que le permitió sacarle provecho a su estado de salud.

Luchando hasta el final contra la enfermedad que lo hizo “abandonar” las tablas y resistiéndose a claudicar, formó, en 1992, el grupo de teatro La Llave, un colectivo singular dado que los actores eran sus propios vecinos: el presidente del Comité; el encargado de la vigilancia; el bodeguero; jóvenes del barrio. Junto a Ramón Matos, otro actor profesional, montó para este proyecto la obra titulada Accidente, de Roberto Orihuela, a cuya puesta en escena asistieron el entonces ministro de Cultura, Armando Hart Dávalos y Abel Prieto, presidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba.

Refiriéndose a las funciones realizadas, el crítico de teatro Amado del Pino escribió entonces: “(…) Cerca del gigantesco Estadio Latinoamericano, en la esquina de Marta Abreu y Enrique Villuendas, en el capitalino y legendario barrio del Cerro, se ha instalado el teatro con una mezcla de solemnidad y sabor cotidiano, nuestro gran actor Luis Alberto García padre, asumió la dirección y el rol protagónico en una sintética versión de la obra de Roberto Orihuela Accidente”. (Del Pino, “La llave en la calle”, Juventud Rebelde, 132[3]: 4, La Habana, 23de febrero de 1992).

En 1993, cuando falleció Luis Alberto García, Amado del Pino escribió en el periódico Juventud Rebelde: “(…)Los rutinarios y eficaces enterradores se sorprendieron levemente en esa triste mañana de febrero porque en esta ocasión el último viaje iba acompañado de un aplauso largo, fuerte, un aplauso de teatro. Nos parecía entonces que congratularlo, como al final de una función de Andoba o de Los Amaneceres… era la mejor forma de defender a Luis Alberto García de la muerte”. (Del Pino, “Andoba no debía morir”, Juventud Rebelde, 165[7]: 4, La Habana, 28 de febrero de 1993).

¿A qué se debe que actores de la talla de Luis Alberto García que sentaron cátedras de la actuación en Cuba y se entregaron plenamente a ello queden olvidados?

Si el premio Nacional de Teatro se hubiera creado antes de la desaparición física de este actor, sin dudas lo hubiera recibido, pues entregó 34 de sus 50 años de vida al arte de las tablas, enriqueciendo cada presentación, ayudando en la formación de actores y directores jóvenes, siendo parte importante en la historia de la cultura cubana. ¿Por qué no podemos decir, entonces?: Luis Alberto García: premio Nacional de Teatro.

¿Cómo era Luis Alberto garcía? 

Perspectivas desde la memoria

León

Alberto Pujol

(Actor y compositor)

Luis Alberto García, padre, fue un referente obligado para todos los que estudiábamos actuación. En aquella etapa la escuela tenía a mal la incursión en la televisión y este criterio se impregnó de tal manera en tantos alumnos, que incluso llegamos a rechazarla, volcando todo nuestro interés en el teatro y en los actores que se destacaban en este medio, los sentíamos como nuestros mitos. Todo se resumía a ser como este o aquel actor. Irremediablemente, Luis Alberto se proyectaba entre los primerísimos artistas de la escena cubana.

Ante todo, era un actor con un ángel incomparable y un manejo de la escena que todavía hoy no sé. Cuando aparecía, la atención se centraba en él, todo lo hacía con un nivel de realismo tal que no dejaba espacio para nadie más. Luis Alberto, además, poseía un físico muy determinante que, a veces, estaba en contradicción con el personaje que le asignaban, pero precisamente ahí estaba la prebenda de verle actuar, en descubrir cómo se sobreponía con su interpretación, desbordaba la ternura, el temor o lo que quisiera. El ímpetu en sus actuaciones, el nivel de desenfado de cada personaje que interpretó ha quedado para siempre.

Luis Alberto te miraba y era como si te hiciera una radiografía, escuchaba, levantaba las cejas como en un asombro y después soltaba un comentario, que podía ser tan solo una palabra, en ella estaban dadas todas las conclusiones posibles del estudio que él te había hecho mientras te observaba.

Creo firmemente que fue uno de los primerísimos actores de nuestra escena y ha quedado en ese gran panteón de actores que hoy son los duendes a los que nos encomendamos antes de salir a escena, los que seguimos en este tren.

Si tuviera que describir a Luis Alberto en una palabra, esta sería: león.

Un gran actor

Alden Knight

(Actor)

No fui de los compañeros de Luis Alberto que más trabajó con él, sin embargo, lo conocí bastante porque tuvimos una relación de amistad. A él se le daba bien hacer amigos, tenía un carácter muy jovial, lo recuerdo de esa forma, muy vital. Nos vimos por primera vez cuando hicimos en la tele la aventura Espartaco. Entré al programa cuando ya se había iniciado pues el director —que era al mismo tiempo el escritor, Silvano Suárez— incorporó un personaje llamado Borcet que era la contrapartida de Espartaco. Y justo de esta ocasión tengo una anécdota simpática. Ensayábamos la escena de una pelea entre Borcet y Espartaco antes de hacerse amigos. Yo tenía que darle un golpe a Espartaco y luego él se defendía; sin embargo, ocurrió lo inesperado el golpe fue flojo pero en el mentón, y Luis Alberto cayó al suelo así redondito, fue un susto tremendo para todo el mundo. No fue duro, no sabíamos ¿por qué había caído? Luego nos explicaron algunos especialistas en deportes de combate que un golpe en el mentón puede resultar determinante para una pelea; por ejemplo, en el boxeo se puede noquear golpeando en esa parte del cuerpo. A partir de ahí, fue más grande la amistad entre Luis Alberto y yo.

Lo recuerdo como un actor muy espontáneo en el teatro, en televisión o donde quiera que lo pusieran a actuar. Tenía esa naturalidad que me imagino tuvieron los actores del teatro Alhambra, aquellos actores del teatro Martí. Él era capaz de improvisar, hacer una incursión dramática o humorística que viniera bien con el tema que se estaba representando sin que estuviera en el libreto. Esas improvisaciones solamente pueden hacerla los actores que están muy bien situados en el personaje, y que, además, tienen vivencias de la vida.

Era simpático, espontáneo, una gente que valía la pena mantener como amigo, porque siempre tenía una sonrisa, un chiste, una manera de ver la vida filosóficamente muy optimista.

Era un gran actor que sabía salir airoso igual en una comedia que en una tragedia, porque era estudioso de la materia, de la actuación, de la escena; no solamente de su personaje, sino que cuando iba a trabajar veía la escena completa, era capaz de sugerirle a los directores participación no solo suya sino de otros, tenía esa posibilidad de dirigir, de actuar, de hacer lo cómico, de cantar, bailaba bien la música cubana, no es que fuera a bailar un ballet, pero sí bailaba las cosas criollas, las cosas populares... con gracia porque hay quien lo baila bien pero sin gracia. Era un actor de facetas variadas. Uno podía verlo en Andoba, pero podía verlo en Los amaneceres son aquí apacibles, en El Carillón del Kremlin, lo podías ver en una comedia ligera: cosas tan diversas y con la misma naturalidad y fuerza, que el público lo recibía como si él fuera así. Lo mismo hacía Espartaco, un personaje clásico en la televisión, que te sorprendía con un policía o un borracho en Día y noche, y uno le creía. Porque no es que el actor lo haga, sino que uno lo crea, que el público se lo crea. Él tenía ese don de actores que pueden hacer diversos personajes. Yo no dudo que un día hubiera podido hacer incluso, si no lo hizo, el personaje de una mujer y al salir al aire, uno creerse además que es una mujer loca.

El hecho de la muerte ocurrió en un día que no puede opacar los otros tantos en los que nos regaló su alegría. Bravo por Luis Alberto y el aplauso por su mutis por el foro.