Lulú - Pablo Martinez - E-Book

Lulú E-Book

Pablo Martinez

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  • Herausgeber: Tektime
  • Kategorie: Ratgeber
  • Sprache: Spanisch
  • Veröffentlichungsjahr: 2024
Beschreibung

Pablo Martínez, nos detalla la vida a través de los ojos de su madre y la cruda realidad de una época funesta para la nación. Nos entrega una historia tan personal como íntima y una confesión cara a cara con el lector.
“…El repetitivo proceso acosó a una pequeña que solo podía llorar, imposibilitada de solicitar ayuda en los episodios más violentos cuando él, ebrio de ira, la quemaba apagando los cigarrillos en sus brazos y la golpeaba de la forma más salvaje y brutal. La holladura que se produjo en un periodo tan breve, fue suficiente para conducir una vida al padecimiento, porque cuando tanto te quieren muerto, parece ser de muy mala educación discutir...”
No fue sencillo para mi detallar ese párrafo. Fueron sensaciones de impotencia las que se gestaron en aquel café del centro, cuando mi madre me contaba los amargos tramos de su biografía. Intentaré nnarrarles, a modo muy acotado y quizá romantizando, esa fugaz etapa llamada pasado, solo así comprenderán lo que sucedió y por qué.

Pablo Emanuel Martínez, nos detalla la vida a través de los ojos de su madre y la cruda realidad de una época funesta y apocalíptica para la nación. Nos mantiene imposibilitados de cerrar el libro, de principio a fin nos entrega una historia tan personal como íntima con el lector, una confesión cara a cara.
“…El repetitivo proceso acosó a una pequeña que solo podía llorar, imposibilitada de solicitar ayuda en los episodios más violentos cuando él, ebrio de ira, la quemaba apagando los cigarrillos en sus brazos y la golpeaba de la forma más salvaje y brutal. La holladura que se produjo en un periodo tan breve, fue suficiente para conducir una vida al padecimiento, porque cuando tanto te quieren muerto, parece ser de muy mala educación discutir...”
No fue sencillo para mi detallar ese párrafo, tampoco lo que habría de venir. Fueron sensaciones de impotencia y de rabia las que se gestaron en aquel café del centro, cuando mi madre me contaba los amargos tramos de su biografía. Intentaré narrarles, a modo muy acotado y quizá romantizando, esa fugaz etapa llamada pasado, solo así comprenderán lo que sucedió y por qué.

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Pablo Emanuel Martínez

LULÚ

Las crónicas de mi madre

©2024 - Pablo Emanuel Martínez

E-book (Spanish edition)

También disponible en su versión de tapa blanda

“Lulú – las crónicas de mi madre” 2024

Autor: Pablo Emanuel Martínez

Impreso en Argentina — Printed in Argentina

Obra protegida por derechos de autor:

Dirección nacional de derecho de autor Argentina Ley 11.723

Prohibida la reproducción total o parcial del presente libro, por cualquier medio -salvo pasajes breves para reseñas o citas, siempre y cuando se citen las fuentes- de los textos, gráficos o fotografías de este libro sin la autorización expresa del autor o la editorial. Cualquier copia sin previa autorización queda estrictamente penada por la ley.

A mi mamá.

“Trata a un ser humano por lo que es y seguirá siendo lo que es. Trátalo por lo que pueda llegar a ser y se convertirá en lo que esperaba no ser”.

J. W. Von Goethe

Índice

Justificación

Capítulo I

Capítulo II

Capítulo III

Capítulo IV

Capítulo V

Epílogo

Justificación

En Setiembre de 1996 España amanecía con un infausto encabezado en sus periódicos y aquí, en Argentina, las cadenas de televisión no tardaron en hacernos llegar las noticias.

«Un radiólogo alemán, asesinó a sus dos hijos estando de vacaciones en Sa Coma» decía el conductor.

«La niña de ocho años y su hermano de seis, fueron encontrados muertos en su habitación por una empleada del hotel donde se alojaban. El radiólogo expresó lo sucedido de una manera muy abierta y natural: “Al niño le di un somnífero muy potente que lo mató en minutos, en cambio a ella no le hizo el mismo efecto, ya que aún movía brazos y piernas, por lo que inyecté aire en sus venas y falleció minutos más tarde. Los niños murieron mientras dormían y sin experimentar sufrimiento alguno”. Añadió que, una vez consumado su propósito, intentó suicidarse con la misma aguja, incluso se acostó en la bañera de la habitación a esperar su propia muerte, según relató. Al no conseguir su objetivo, vistió, trasladó los cuerpos a sus respectivas camas —colocando una rosa en las manos de la niña— y los acomodó. Agregó finalmente que los mató para ahorrarles el sufrimiento de vivir con su madre, a quien un juez había otorgado la custodia tras el reciente divorcio. Aseguró incluso que ellos estaban de acuerdo en que era la mejor decisión para poner punto final al drama familiar».

Tenía seis ocho cuando vi la noticia en televisión, recuerdo que no pude concentrarme en todo el día, estaba disperso como hielo al rayo de sol, ese día me escabullí entre pedestales serranos, que abundaban en mi localidad, y en la intimidad del bosque me comparé con el más pequeño «también tengo ocho años, podría haber muerto yo», decía trepado a un árbol como pájaro carpintero, hasta me sentí culpable por haber hecho absolutamente nada, estaba durmiendo mientras ocurría.

La siguiente historia no tiene que ver con el alemán, ni el macabro y desafortunado final de sus hijos. Pero, cuando crucé la adolescencia, esa sensación de enorme vacío, esa dispersión, ese peso de responsabilidad, esa culpa insoportable, todo ese conjunto de emociones que me abofeteó a los ocho años, se produjo una segunda y probablemente última vez en mi vida y fue en aquel café del centro, cuando mi madre me contaba los amargos tramos de su biografía. Intentaré contarles, a modo muy acotado y quizá romantizando, ese fugaz periodo llamado pasado, solo así comprenderán lo que sucedió y por qué.

Capítulo I

Somanta

Madrugada del 4 de enero de 1972.

Nubes de humo se asentaban sobre las calles del pueblo, la niebla y su característica espesura acariciaban las veredas extendiéndose hasta los pórticos, dando un contexto sarcástico para lo que estaba por ocurrir. Las condiciones estaban perfectamente preparadas para que todo transcurriera de esa forma, el destino estaba listo para brindar su función, con la desidia de siempre y listo para el génesis. La suerte amasaba una seguidilla de cuentos que no podrían impedirse.

Nada parecía ir bien en el parto, esa noche, estoy seguro, la parca podía olerse putrefacta como de costumbre. En su corazón, una madre pactaba consigo misma como dos jugadores a punto de hacer tablas: ella o su pequeña por nacer. Soportó con una fuerza ciclónica, aunque la decisión ya estaba tomada, guardando la última bocanada de aire para verla nacer y despedirse con el magnífico recuerdo de haber creado vida. Cerró los ojos con la sonrisa más placentera que pudo regalarle a su hija.

El grupo médico intentó estabilizar el ritmo cardíaco hasta que el titileo pasó de intercalado a constante y fue declarada clínicamente muerta. Lulú, María del Carmen Heredia, mi madre, veía la luz sin entender sobre el deceso. Y en esta clase de ocasiones es cuando señalan al doctor, enfermero, aprendiz o ayudante, a la persona más simpática, carismática y sensible de la sala para transmitir la noticia a los que esperan caminando de lado a lado.

—Señor Heredia, su esposa —dijo la partera después de haberlo zamarreado para que despierte.

Se levantó precipitadamente y después de ver su mirada de abatimiento, le suplicó.

—¡Por favor no, por favor! —partió en llanto.

—Lo siento mucho, hicimos cuanto estuvo a nuestro alcance, conocíamos sus antecedentes y en un proceso tan fuerte era probable que no resistiera, aun así, hicimos todo lo posible. Dio la vida por la de su hija, recuérdelo muy bien, —aseguró mientras apoyaba a la primogénita en sus brazos.

La niña, envuelta en una frazada rosa, se arrulló y durmió en su hombro con suma tranquilidad, pero en él se había suscitado una implosión, un abogado de larga trayectoria que no encontró ley alguna que le devolviese la vida de su esposa. Su mirada se fue perdiendo por los pasillos del hospital sin dar respiro a la búsqueda de una explicación «¿qué pasó?, yo confiaba en vos Jesús, yo quería volver a casa de a tres».

Fue en ese momento que despertó un ignoto sentimiento en el reciente viudo. No voy a ahondar en detalles del tipo funeral y días póstumos, quisiera ser conciso en ciertos hechos y pasar de una vez por todas a liberar este peso que cargo al escribir las memorias de mi madre, de los que tuve el honor de entrevistar en el proceso para completar los baches y lagunas que Lulú tuvo durante su narración, y quienes pudieron ayudarme a maquetar y armar el rompecabezas desde que ella nació.

Lo importante y decisivo en la vida de una persona no es lo que le pueda suceder sino la actitud que tome frente a ello, estallar o resurgir. El prestigioso abogado, tras enviudar, cayó por el abismo del deterioro mental, el alcoholismo, el menosprecio, la culpa, la depresión, el abandono, con el agravante de una vida por preservar.

La pequeña fue abrazada y también torturada. Porque por momentos él veía a su esposa viva en ella, quizás en las facciones, en la comisura de sus labios, en la curva de sus ojos, en un pequeño lunar ubicado en un lugar idéntico, pero en otros momentos solo veía a la culpable de su soledad. Si no, ¿cómo podrían explicar lo que vino después?

El repetitivo proceso acosó a una pequeñita que solo podía llorar, imposibilitada de solicitar ayuda en los episodios más violentos cuando él, ebrio de ira, la quemaba apagando los cigarrillos en sus brazos y la golpeaba de la forma más salvaje y brutal que se pueda imaginar. La holladura que se produjo en un corto periodo, fue suficiente para conducir una vida al padecimiento, porque cuando tanto te quieren muerto, parece ser de muy mala educación discutir.

Esa tarde de café, mi madre me extendió su brazo aún con las marcas de la bestia, marcas que quizás con algún tratamiento corporal moderno y regenerativo podrían desaparecer, pero las llagas psicológicas que propiciaron aquellas lágrimas jamás podrán olvidarse, sobre todo cuando cada noche cierra los ojos para irse a dormir, hasta la última noche donde por fin sea libre de todo tormento.

El tiempo que transcurrió entre abrazos y torturas podría haber terminado la mañana en que su padre le abrió la puerta a una mujer de la que pronto se enamoraría.

—Disculpe señor, ¿me daría un vaso con agua por favor?, mi hijo y yo tenemos sed —preguntó la desconocida observando el interior lujoso de la residencia como un niño observa la montaña rusa.

—Sí, por favor pase, tome asiento señora —abanicaba la mano para que entren.

—Patricia, Patricia Palma, disculpe, pero qué hermosa casa tiene.

Ella traía consigo a un niño de edad similar a la pequeña que habitaba la casa. Le contó sobre la infortunada forma en la que perdió su trabajo y por consiguiente el proceso de irse despojando poco a poco de sus bienes hasta terminar viviendo en una obra en construcción abandonada y él respondió de la forma quizás más humana que pudo encontrar en el fondo de su corrompido ser.

—Pues, puede quedarse aquí si quiere, parece una buena persona, tenemos espacio más que suficiente ahora —hizo una pausa observando la marca pálida que había dejado la sortija en su anular.