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Cómo es posible que unos pocos criminales incultos, alcohólicos, marginados y sin apenas recursos pusieran en jaque a los imperios de la época durante 200 años. Algo tenían que hacer bien de forma sistemática para tener éxitos repetidos y desproporcionados a sus condiciones y medios. ¿Cómo conseguían cooperar entre ellos y competir con éxito contra enemigos mucho más poderosos? ¿Qué buenas prácticas desarrollaron respecto al liderazgo, trabajo en equipo, la atracción y el desarrollo del talento, los incentivos y la motivación, la toma de decisiones, la cultura organizativa, la gestión de cambios y de riesgos, etc.? Más allá de juicios morales, ¿qué podemos aprender de personas y organizaciones que hacen muy bien el mal? ¿Cómo aplicarlo y aprovecharlo para el bien de todos en el mundo empresarial actual? A través de magníficos relatos de piratas, tan increíbles como ciertos, el autor nos transporta a otra época para emocionarnos y reflexionar juntos sobre qué podemos aprender que sea útil para nuestras empresas para rebelarnos contra organizaciones y personas depredadoras, injustas o mediocres, competir contra ellas o transformarlas desde dentro para el bien de empresas, personas y sociedades, ya seas emprendedor, empresario, manager, profesional de RRHH, o simplemente rebelde constructivo.
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Seitenzahl: 362
Veröffentlichungsjahr: 2025
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¿Qué pueden aprender las mejoresempresas de los peores piratas?
Luis González
Título original: Management audaz.
¿Qué pueden aprender las mejores empresas de lospeores piratas?
Primera edición: Junio 2025
© 2025 Editorial Kolima, Madrid
www.editorialkolima.com
Autor: Luis González
Dirección editorial: Marta Prieto Asirón
Maquetación de cubierta: David Visea
Ilustraciones generadas con IA
Maquetación: David Visea y Carolina Hernández Alarcón
ISBN: 978-84-10209-74-9
Producción del ePub: booqlab
No se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares de propiedad intelectual. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 45).
«En la oscuridad, una vez que alguien la ha iluminado, hay descubrimiento, hay posibilidad, hay libertad...».
CAPITÁN FLINT,personaje de la serie Black Sails
Antes de que subas a bordo
1662 Los piratas somos gente honrada
Reglas, cultura y valores
1669 El saqueo de Maracaibo
Estrategia, astucia y determinación
1694 La tripulación
Equipos y organizaciones de alto rendimiento
1700 El tesoro pirata
Objetivos, incentivos y motivación
1716 La República Pirata
De emprendedores a empresarios
1717 El Robin Hood de los mares
Delincuentes vs. Estados vs. ciudadanos
1718 Capitanes piratas
Liderazgo, meritocracia y decisiones
1718 ¡Todos a bordo!
Atracción y gestión del talento y la diversidad
1721 El cazador de piratas
Una mirada sistémica
1724 Mala hierba, ¿nunca muere?
Liderazgo tóxico, eficacia, adaptabilidad, salud mental y bienestar
Casos de éxito en empresas actuales y cómoaprender más
Bibliografía para seguir descubriendo a los piratas
Otras iniciativas y proyectos relacionados, y cómo contactarme
Mapa de los lugares, fechas y piratas protagonistas de las historias de este libro. Elaboración propia a partir de la Carta de L'Ocean Occidental. Jacques Nicolas Bellin, 1746..
«Donde hay un mar hay piratas».
PROVERBIO GRIEGO
¡Toma asiento y un ron, grumete! Antes de contar viejas historias de mares lejanos, empecemos por conocernos un poco. Soy Luis González, profesional del desarrollo de personas y organizaciones, y experto en piratas, especialmente en los del Caribe de los siglos XVI y XVII.
Confieso que las historias de piratas siempre me han fascinado. También me gusta el buen ron, navegar a vela, la historia, las aventuras y un estilo de vida poco convencional. Además, soy preguntón, curioso, escéptico, inquieto, independiente, creativo, obstinado, buen amigo y mal enemigo... En resumen, me gusta definirme como rebelde constructivo, lo que me ha llevado a desconfiar de los poderosos (políticos, profesores, curas, jefes, etc.).
Quizás en otra época habría podido ser un explorador... o un pirata. ¿Tal vez tú también? Permíteme que te haga un pequeño test:
• ¿Alguna vez las corbatas, la burocracia y la rutina te han asfixiado y has soñado con correr aventuras o con una fiesta en una playa tropical?
• ¿Trabajas en un entorno cambiante, hostil e incierto?
• ¿Te gustaría trabajar con compañeros, jefes y proyectos que has elegido (en vez de los que te han impuesto)?
• En tu equipo o empresa, ¿te gustaría que todos estuvierais unidos como hermanos por el bien común?
• ¿Alguna vez has tenido un jefe tan incompetente como bien pagado y has fantaseado con abandonarlo en una isla desierta, o has estado a punto de retar a duelo a un mal compañero?
• ¿Has tenido que conseguir grandes retos usando tus habilidades, inteligencia y trabajo para suplir una desventaja de medios (o quieres aprender cómo hacerlo)?
• ¿Eres inconformista y crítico con las organizaciones e instituciones dominantes?
• ¿Te fascinan las leyendas de piratas y te gustaría conocer su realidad histórica, aún más fascinante?
Si varias de estas respuestas son afirmativas, este libro es para ti. Te aviso que habrá aventuras y desventuras, tesoros y ruinas, luchas y amistades, vida y muerte, hambre, sed y fiestas, naufragios y fortuna, honor y traición, ambición y decepción... como en las empresas actuales.
¡Bienvenido a bordo! Te deseo una buena singladura.
Empecemos por el origen de mi libro, conferencias y talleres sobre este tema, y por qué creo que los piratas interesan a líderes y empresas actuales.
La imagen que se nos muestra sobre los piratas del Caribe en la cultura popular es atractiva pero muy distorsionada por la industria del entretenimiento. Se los representa como haraganes estúpidos, villanos diabólicos o héroes románticos. Lo que me intrigaba de las típicas caricaturas o historias de piratas es que no podían responder a una pregunta fundamental: ¿cómo es posible que unos pocos criminales incultos, alcohólicos, marginados y sin apenas recursos pusieran en jaque a los imperios de la época durante 200 años?
Algo tenían que hacer bien de forma sistemática para tener éxitos repetidos y desproporcionados a sus condiciones y medios, ¿no? Eso nos lleva a más preguntas: ¿Cómo conseguían cooperar entre ellos y competir con éxito contra enemigos mucho más poderosos? ¿Qué buenas prácticas desarrollaron respecto al liderazgo, trabajo en equipo, la atracción y el desarrollo del talento, los incentivos y la motivación, la toma de decisiones, la cultura organizativa, la gestión de cambios y de riesgos, etc.? Más allá de juicios morales, ¿qué podemos aprender de personas y organizaciones que hacen muy bien el mal? ¿Cómo aplicarlo y aprovecharlo para el bien de todos en el mundo empresarial actual?
Advierto que este no pretende ser un sesudo tratado de historia. Las conversaciones entre los personajes son inventadas, aunque he intentado ser riguroso y honesto, basando mis historias de piratas en hechos reales. No ha sido fácil, dada la incoherencia y dudosa fiabilidad de las diversas fuentes, así como la distorsión, mitificación y mezcla de realidad y ficción de los narradores de los últimos 300 años. Me disculpo de antemano por cualquier error u omisión históricos. Tampoco es un libro de economía, psicología o empresa, aunque son enfoques que usaré para aportar cierta profundidad al análisis, más allá de opiniones subjetivas.
Mis objetivos son otros: emocionarnos descubriendo algunas historias de piratas tan increíbles como ciertas y reflexionar juntos sobre qué podemos aprender que sea útil para nuestras empresas aquí y ahora.
Evidentemente, cuando hablo de aprender y aplicar no me refiero a matar, robar, torturar, intimidar, etc., sino a rebelarnos contra organizaciones y personas depredadoras, injustas o mediocres, competir contra ellas o transformarlas desde dentro para el bien de empresas, personas y sociedades, ya seas emprendedor, empresario, manager, profesional de RRHH, o simplemente rebelde constructivo.
Los capítulos son independientes entre sí, aunque tienen un orden cronológico y una estructura similar:
1. Narración de alguna situación histórica interesante, de forma novelada, pero basada en hechos reales.
2. Reflexiones, conceptos y análisis desde mi perspectiva personal y profesional.
3. Ideas y sugerencias disruptivas para aplicar en nuestra realidad.
4. Cuaderno de bitácora, para que anotes tus propias ideas si quieres.
Puedes simplemente disfrutar con las historias o profundizar en los análisis y conclusiones, pero recomiendo que tomes tus propias notas tras cada capítulo. No espero que pienses como yo, sino que, como yo, pienses. Y que apliques a tu realidad lo que encuentres útil.
Sin más preámbulos, ¡soltemos amarras! La marea está alta y el barco preparado. El viento sopla a favor y los tesoros esperan a los audaces.
Spanish Town, Jamaica, 1662. Un marino flaco, con la piel curtida por el sol, la ropa raída y un pendiente de oro entró en la taberna del puerto, un tugurio mal construido con tablones despojados de algún naufragio. Miró alrededor mientras sus ojos se acostumbraban a la penumbra y su nariz al olor a alcohol barato.
En las mesas de la taberna cuatro pescadores jugaban a las cartas, dos marineros comían un guiso con trozos de alguna carne correosa, un señorito bien vestido cortejaba a una moza de mal vivir y las moscas revoloteaban, irritadas por la tormenta que se avecinaba.
El marino se dirigió a la barra. El tabernero, hombre calvo, grueso, encorvado, con pocos dientes y uñas sucias, lo observó con ojo experto. El marino se tambaleó levemente como si el suelo se moviera bajo él. Parecía sobrio, así que debía tener el «mal de tierra», habitual al pisar tierra firme tras semanas embarcado.
El tabernero miró el pendiente de oro con codicia, hizo una mueca que intentó ser una sonrisa y se dirigió al cliente con una cortesía exagerada para el establecimiento y la calaña de sus clientes.
–¿Qué desea el caballero?
–Busco a Bartolomeu el portugués; me han dicho que lo encontraría por aquí.
–¿Y qué va a beber mientras le ayudo a encontrarlo?
–Un ron, que no sea muy caro.
–Tengo un «burla negra» casero, muy bueno –respondió el tabernero, decepcionado por otro cliente pobretón.
–Me valdrá –dijo el marino, resignado. Pensó que no sería peor que otras bebidas que había probado en distintos antros del Caribe. El tabernero vertió un líquido amarillento con un fuerte olor a alcohol en un pequeño vaso.
–Aquí está el ron, y Bartolomeu es el caballero de pelo largo sentado en la mesa del fondo. ¡Está usted de suerte; hoy está de buen humor!
Tras pagar con una de las pocas monedas que le quedaban, el marino dio un primer trago en la barra para armarse de valor ante una decisión que le podía suponer la riqueza o la muerte. Por un momento se imaginó acabar como otros piratas: colgando de una soga, con las gaviotas picoteando sus ojos muertos. Luego sacudió la cabeza y avanzó hacia la penumbra como quien va a hacer un trato con el diablo.
Dos hombres malcarados, a los que nadie querría encontrar en un callejón oscuro, estaban sentados en una mesa. Sobre ella había una botella de ron y una biblia. Habían posado sus pistolas y sables en una silla, siempre a mano.
Bebían parsimoniosamente y hablaban en una mezcla de portugués y español, pero demasiado bajo para entender más que palabras sueltas. Se callaron al aproximarse el extraño, y uno de ellos se levantó y posó la mano sobre la empuñadura de una vizcaína que lleva en la cintura.
El que permaneció sentado era un hombre de pelo largo, cara estrecha, ataviado con ropas de calidad y un pequeño crucifijo de oro en el pecho. Miró gélidamente al marino, como quien está acostumbrado a medir de un vistazo el valor de otros hombres. El marino sintió un escalofrío repentino a pesar del calor tropical. Finalmente se decidió a hablar.
–¿Es usted Bartolomeu el portugués?
–Sí. Siéntese, amigo, y díganos qué quiere.
–He oído que buscan hombres para una expedición.
–Puede ser. Pero es una expedición peligrosa y ya tenemos a casi toda la tripulación. No nos vale cualquiera.
–Yo tengo experiencia. Fui pescador durante mi infancia y luego he sido marino en varias expediciones de comercio... y de contrabando. Conozco cómo aparejar un barco, coser velas, trenzar cabos, cortar madera, manejar el machete y estoy sano. Sé mantener la boca cerrada y los ojos abiertos.
El capitán pareció satisfecho. Siempre viene bien tener gente que ayude con el aparejo cuando, inevitablemente, algo se acaba rompiendo.
–Veo que sabes quienes somos. ¿Por qué arriesgarte con nosotros en vez de buscar un trabajo normal?
–No tengo familia ni hogar que me espere y en cambio tengo deudas de juego que me persiguen. Así que necesito desaparecer y un trabajo bien pagado. Acabo de desembarcar, pero la pesca ha sido mala y el patrón no nos ha pagado. ¡Maldita sea!
–El oro, la seda y el ron están bien, pero esto no solo es un negocio. Es una forma de vida casi siempre incómoda e incluso mortal.
–No será peor que la que tengo ahora.
–¿Tan mala es?
–El hambre, el calor, el frío y el trabajo duro los puedo soportar. Pero no quiero seguir siendo tratado como un perro por jefes que no se merecen sus privilegios, rompiéndome la espalda solo para poder sobrevivir.
–Te entiendo. La libertad y la dignidad de un hombre valen más que un mísero salario. Pero escúchame: vienes por tu voluntad. Si te enrolas tendrás que respetar las reglas. Siempre. Sin excusas. Son pocas, pero necesarias. No tenemos cárceles ni jueces, y los castigos son inmediatos y terribles. Mira, este es nuestro código pirata. ¿Sabes lee y escribir?
–No muy bien. Pero sé escribir mi nombre.
–Te leeré las reglas de nuestra tripulación una sola vez, y no las repetiré nunca más, así que presta atención. Tu vida puede depender de ello. Luego, solo si estás de acuerdo, firmarás jurándolo sobre la biblia y esta botella de ron.
Bartolomeu procedió a leer detenidamente y con gran seriedad las reglas:
1. Todo hombre tiene voto para todas las decisiones importantes, menos en situación de combate, cuando el capitán tiene poder absoluto. También tiene derecho a provisiones frescas o licores fuertes y, si le corresponden, puede usarlos a voluntad, salvo en periodos de escasez o por el bien de todos. El capitán podrá prohibirlo en combate o con mala mar.
2. El botín se repartirá uno a uno, por lista; pero si alguien defrauda o engaña, el abandono en una isla desierta será su castigo.
3. No se puede jugar a las cartas o a los dados por dinero.
4. Las luces y las velas se apagan a las ocho en punto de la noche: si algún miembro de la tripulación quisiera seguir bebiendo tendrá que hacerlo en cubierta.
5. Mantener la pistola y sable limpios y aptos para el combate.
–Por cierto, ¿tienes armas propias? –preguntó Bartolomeu al marino.
–Solo un cuchillo y un machete –reconoció, avergonzado.
–Bueno, eso tendrá que servir hasta que capturemos una presa y puedas reclamar alguna de las armas requisadas. Pero tendrás que comprarlas con tu parte del botín, o merecerla por ser uno de los primeros en avistarlos o abordarlos. Y es tu responsabilidad mantener tus armas en perfecto estado en todo momento. Solo los cañones y las culebrinas son comunes para toda la tripulación, y los cuidan los artilleros.
El marino asintió y Bartolomeu siguió leyendo, con fuerte acento portugués.
6. No se permiten niños ni mujeres en el barco. Si cualquier hombre fuera encontrado seduciendo a cualquiera del sexo opuesto, y la llevase al mar disfrazada, sufrirá la muerte.
7. Abandonar el barco o esconderse durante una batalla se castigará con la muerte o el abandono.
8. No se permiten las peleas a bordo. Se pondrá fin a cualquier pelea en la costa, a pistola y espada. Si ninguno acierta su disparo, se batirán a espada, siendo declarado vencedor el que consiga la primera sangre del rival.
9. Ningún hombre puede abandonar esta forma de vida hasta que haya compartido mil libras en el fondo común.
10. El capitán recibe dos partes de cada botín; el maestre, el contramaestre y el cañonero una parte y media; y el resto de oficiales, parte y cuarta. Al cirujano y al carpintero se les paga un sueldo fijo. Además, si el capitán aporta el barco, recibirá otras 6 partes adicionales.
11. Los músicos tienen que descansar el sábado.
El capitán prosiguió explicando algunos otros detalles que no estaban escritos, pero todos debían conocer:
–Además, tenemos indemnizaciones si pierdes un ojo o un miembro; Dios no lo quiera. Ya te las explicaremos. Cuidamos unos de otros como hermanos. Y también podemos dar premios a quien se destaque en combate. Si aportas mucho, recibirás mucho. Pero solo si hay botín. Si no puede que solo encontremos la pobreza y la muerte.
–De acuerdo.
–¿Alguna duda?
–¿Dónde guardáis el botín para que nadie lo robe?
–En un cofre al alcance de todos y sin cerradura.
El marino no pudo disimular su sorpresa, lo que provocó sonrisas en los piratas, que esperaban esta reacción.
–¿No es muy arriesgado? En otros barcos mercantes o militares en los que he navegado no se puede dejar nada sin vigilar. Todos roban a todos.
–No tenemos ese problema. Si se te ocurre coger o guardarte algo, aunque sea una mísera moneda del botín común, morirás inmediatamente. Somos hombres honrados sin jueces ni abogados, no como los «buenos ciudadanos».
–Otra pregunta: ¿quién juzga y aplica el código?
–El contramaestre, y si hace falta con la ayuda del capitán u otros oficiales.
–¿Nadie rompe estas reglas?
–Es muy raro. A veces alguien se enrola únicamente por el botín, y solo cumple las reglas si teme un castigo. Pero ese tipo de hombres acaban muertos o expulsados. Lo normal es una buena camaradería. A veces un capitán abusa de su poder, pero se queda pronto sin tripulación, le clavan un puñal, lo deponen o lo abandonan en una isla desierta. Pero eso no pasará conmigo.
–De acuerdo con todo. Firmo.
El marino se sintió como quien salta a un mar turbio desde un acantilado. Con mano temblorosa hizo un garabato.
–¡Bienvenido a bordo! Salimos el sábado, pero hay mucho que hacer antes. Nuestro destino es Cuba. Allí vamos a intentar apresar barcos españoles. Despídete de tus amigos o familiares, pero no le digas a nadie dónde ni con quién vas. Preséntate esta tarde en un balandro con 4 cañones al final del muelle.
–¿Por qué un barco tan pequeño?
–Es rápido y maniobrable. Nos permitirá alcanzar a los mercantes lentos y cargados, y escapar en aguas someras de cualquier perseguidor más grande y mejor armado. Incluso podemos entrar en un río, desmontar el mástil y escondernos entre la espesura.
–Ya entiendo.
–Y ahora dile al mesonero que te invito a algo de comer. Los hombres hambrientos no trabajan bien. Correremos grandes aventuras de las que se hablará durante siglos. Encontraremos el desastre o la fortuna, o ambas, así que te necesito en forma.
–¡Gracias, capitán Bartolomeu!
Ninguno de ellos imaginaba que estas palabras de Bartolomeu serían proféticas. Con su pequeño barco capturó muchas presas, entre ellas un galeón español con 70.000 reales de a ocho (una auténtica fortuna).
Posteriormente fue capturado por tres barcos españoles. Se fugó cuando iba a ser ahorcado, matando a su guardián. Pero había un pequeño problema: no sabía nadar; así que tuvo que usar unas damajuanas (grandes botellas) de vino como flotadores para llegar a tierra firme.
Una vez en la costa enemiga no tenía ninguna posibilidad, así que atravesó 200 km de selva para escapar de los españoles. Pero no se conformó con eso: volvió con 20 hombres y robó el barco en el que había estado prisionero.
También naufragó, sufrió diversas heridas y acabó en la pobreza absoluta tras perder toda su fortuna, como la mayoría de los piratas.
«Lamento verte así. Pero si hubieras luchado como un hombre, ahora no tendrían que colgarte como a un perro».
ANNE BONNY, antes de la ejecución de su pareja,Jack Rackham
Bartolomeu el portugués es un personaje interesante, épico y dramático, digno de una película. Recomiendo leer su historia, más allá de las anécdotas que menciono. Pero no introduzco a este personaje por sus aventuras increíbles, sino porque nos permite hablar del código pirata.
Esta conversación que acabamos de presenciar es inventada, pero basada en los códigos piratas reales que sí se conservan. Algunas reglas nos resultan sorprendentes o arbitrarias, pero tienen más sentido de lo que parece. Si no, los piratas (gente pragmática y nada amiga de obedecer reglas) no se molestarían en definirlas y aplicarlas.
El código pirata o «Charte Partie», a diferencia de lo que muestran las películas, no era una ley universal escrita en un gran tomo, obligatoria para todos los piratas, ni dictada por una autoridad centralizada. Es cierto que existió una Cofradía de la Costa para gestionar conflictos entre piratas y algunos intentos de establecer repúblicas piratas (lo veremos en otro capítulo), pero los códigos piratas son anteriores.
El código pirata era un sencillo acuerdo propio de cada tripulación. Incluso podía adaptarse si la tripulación se dividía en dos o en función de la misión.
Se considera a Bartolomeu el portugués pionero en formalizar este tipo de código por escrito, aunque en su caso nos tenemos que conformar con fuentes orales. No quedan muchos de esos códigos por escrito (solo 9 ejemplos fiables y completos); era lo primero que los piratas hacían desaparecer si corrían el riesgo de ser capturados, ya que sería una prueba en su contra en un juicio.
Algunos piratas, cuando eran juzgados, intentaban defenderse diciendo que habían sido obligados a colaborar por la fuerza (y a veces era cierto, especialmente en el caso de oficios difíciles de atraer como navegantes o carpinteros), pero su firma en un contrato lo desmentía y los condenaba. Sin embargo se conservan algunos ejemplos de códigos muy similares al de la historia (ficticia pero realista) que acabamos de leer.
Los códigos no pretendían ser un sistema legal completo. Su foco era evitar o gestionar las situaciones que más habitualmente podían provocar conflictos y romper la cohesión de una tripulación: el juego, las peleas, las mujeres, el robo...
Algunos ejemplos: un homicida era arrojado al mar atado a su víctima, o se le dejaba en un islote rocoso para que se ahogase cuando subiera la marea. Si el delito no era muy grave se le dejaba en territorio español con una botella de agua, algo de pólvora y un arma pequeña con municiones, abandonándolo a su suerte («Maroon»). Para las rencillas entre miembros de la tripulación, se hacían duelos a sable o pistola, hasta que uno de ellos resultaba herido.
Otros castigos menores eran la privación de la parte correspondiente del botín, el paso por la quilla, los poco usuales latigazos o la obligación de subir al palo mayor con mal tiempo (la expresión «vete al carajo» tiene un origen marinero, ya que estar en la cesta en lo alto del mástil, «el carajo», con mal tiempo era un suplicio). No había cárceles, abogados ni jueces, ni los necesitaban.
Resulta curioso el que grupos de maleantes analfabetos se molestaran en escribir una serie de reglas, explicárselas a los nuevos reclutas y hacérselas jurar. Incluso el hecho de haberlas firmado los comprometía y podía ser una prueba en contra en eventuales juicios por piratería. ¿Por qué tanta formalidad, en vez de simplemente cumplir la voluntad de un capitán todopoderoso?
La respuesta es que las reglas (tanto formales como informales) eran una tradición marinera que permitía minimizar los conflictos y obtener el máximo compromiso de los hombres. En toda organización humana hacen falta unas reglas formales (leyes y normas) o informales (cultura), y los piratas no eran una excepción. Cuanto más conocidas, legitimadas, respetadas y adecuadas para el objetivo de la organización, mejor.
Cada tripulación tenía su propio código, pero en general eran bastante parecidos, fruto de un proceso evolutivo de siglos. Las tripulaciones con códigos eran más eficientes y tenían menos conflictos internos que otras que no tenían ningún código o dependían de la disciplina subjetiva de su capitán. Por eso se convirtieron en algo generalizado.
Lo esencial es que, incluso entre delincuentes que rechazaban las leyes, cada tripulación asumía unas mínimas normas de convivencia. De forma orgánica, sin imposición externa ni centralización, sin legisladores, abogados, jueces, o departamentos de compliance, aceptaron que la libertad de todos ellos se maximizaba fijando unos límites para que no afectara a la de los demás.
El código no era una cuestión moral, sino de eficiencia económica y social. En otro capítulo hablaremos específicamente de los incentivos económicos y la motivación que estas reglas favorecían. Otra discusión más compleja en la que no vamos a entrar es si la moral es una herramienta socialmente adaptativa, o si hay códigos morales mejores o peores.
En el caso de los piratas, a pesar de ser criminales habituales, las violaciones de su propio código eran escasas, ya que este cumplía cuatro criterios muy importantes en cualquier ley (y que hoy en día parecemos haber olvidado): fácil de comprender, ser considerado legítimo por quienes están sujetos a ella, con consecuencias claras y eficaces, y coherente con los objetivos comunes.
Los piratas, sin haber recibido cursos de gestión del desempeño o relaciones laborales, sabían que la rotura de las reglas debía afrontarse según el nemotécnico de la «plancha caliente». No me refiero a hacer caminar a alguien por una plancha bajo el ardiente sol del Caribe para arrojarlo a los tiburones (castigo típico de las películas, pero de escasa evidencia histórica). Me refiero a la plancha de planchar ropa. Si la tocas te quemas. Inmediatamente, seas quien seas, de forma previsible, sistemática, puntual y con consecuencias concretas y proporcionales al comportamiento.
En cuanto a los prisioneros ajenos a la propia tripulación, el código no estipulaba ninguna conducta específica. Los piratas recurrían a costumbres tradicionales basadas en la extorsión y la crueldad, tales como pedir rescates, tortura para que dijeran dónde estaban sus tesoros, o castigos corporales o materiales como incendiar el barco apresado en represalia por haberse resistido a la captura.
Sin embargo, esta crueldad no se explica por una personalidad psicópata que disfruta haciendo daño. Aunque hubo piratas torturadores y caníbales, como François l’Olonnais (que le arrancó el corazón a uno de sus prisioneros y se lo comió crudo para forzar a otros prisioneros a revelar información), eso no era común.
En general hacían daño con propósitos intimidatorios o para forzar una colaboración. No es una justificación moral; lo que quiero decir es que cultivaban su reputación diabólica con motivos prácticos y para evitar luchas innecesarias y arriesgadas, como explica el economista Peter Leeson en su libro The Invisible Hook.
Pero entre piratas no era eficiente estar intimidándose todo el tiempo. Era mejor establecer y respetar unas reglas. El código no intentaba recoger por escrito todas y cada una de las posibles situaciones, ni lo necesitaba.
En contraste, actualmente hay millones de páginas de legislación, restricciones, normativas y prohibiciones, a menudo cambiantes, contradictorias y absurdas, que micro-regulan cada aspecto de nuestras vidas, generando una serie de problemas seguramente superiores a los que pretenden evitar. Y no solo en la legislación; algunas empresas tienen unos códigos, procedimientos y burocracia tan complejos que suponen un freno a su funcionamiento normal.
El código pirata, en cambio, recogía algunos puntos clave para evitar y gestionar conflictos, pero no reglamentaba cada detalle, manteniendo una flexibilidad y una eficiencia superiores a las de sus competidores de la época.
El capitán o el contramaestre eran quienes aplicaban el código. En caso de duda interpretaban y juzgaban el comportamiento teniendo en cuenta los valores y la cultura de estos grupos, muy distintos a los de las sociedades de la época. Por otra parte, estos cargos podían ser destituidos si no hacían bien su trabajo, no conseguían botines, o eran injustos o abusaban de sus cargos, como veremos en otro capítulo.
Hablando de cultura y valores, los piratas tienen fama de ser un colectivo inmoral y salvaje, pero en realidad tenían un código moral que chocaba con el de su sociedad. Eran rebeldes, anárquicos, orientados a resultados, ambiciosos, valientes, astutos, oportunistas, materialistas, leales con los suyos, meritocráticos, libertarios... lo cual casaba bien con su tipo de empresa y actividad, pero mal con la sociedad de esa época... y quizás con la actual.
La clave del éxito individual y colectivo era, y sigue siendo, la coherencia entre valores y conductas, entre reglas escritas, cultura y estrategia, en y entre personas. Cuando solo hay coherencia entre algunos de estos elementos el éxito es parcial, pero los piratas conseguían a menudo que los valores y los objetivos fueran coherentes con sus comportamientos, tanto a nivel colectivo como individual.
Bartolomeu y su tripulación sabían perfectamente cómo tenían y no tenían que actuar para cooperar exitosamente, lo cual es más de lo que se puede decir de la mayoría de las empresas actuales.
En una empresa (especialmente si es pequeña y ágil) o equipo no necesitas complicados departamentos y voluminosos reglamentos de «compliance», pero sí algunas normas para evitar conflictos y arbitrariedades. Establece en tu empresa o equipo unas pocas (no más de 10) normas importantes para evitar conflictos o problemas frecuentes o graves, explícalas con claridad, da a la gente la opción de cumplirlas o irse, y aplica las consecuencias de las mismas de modo implacable. Una vez bien establecidas, el esfuerzo para imponerlas ser á mínimo, ya que la presión social mutua reforzará las reglas. Otra ventaja es que tampoco necesitas sindicatos cuando los propios empleados participan en la elaboración de las normas y el reparto del botín.
En tu casa, con tus hijos, define pocas reglas pero poderosas. No pongas mil prohibiciones débiles. En mi caso, por si le sirve de algo al lector, solo hay tres, con un orden priorizado, y no hacen falta más. Todo lo demás son circunstancias o ejemplos concretos en los que estas tres normas nos dan guía:
1. Hazte el bien a ti mismo
2. Haz el bien a otros
3. Haz el bien a las cosas y el entorno
Eso sí, siempre que se rompan cualesquiera reglas tiene que haber consecuencias, siguiendo el criterio de la «plancha caliente», como analogía de cómo debe ser la disciplina: inmediata, impersonal, previsible, sistemática y proporcional.
Para el resto de situaciones, encuentra y define qué valores, reglas no escritas y costumbres dan marco y sentido a las acciones de las personas, más allá de la mera consecución de objetivos. Cuida que las reglas escritas (pocas, comprensibles, legítimas e implacables) sean coherentes con las no escritas.
Y si quieres cambiar las reglas o la cultura, o definir estrategias sin tener en cuenta la cultura y la moral colectiva existente, prepárate para un camino largo y difícil. Como dice Peter Drucker: «La cultura se come a la estrategia para desayunar».
Si diriges una empresa o un equipo es mucho más fácil contratar a gente con valores y acciones coherentes (no necesariamente iguales) con los de la organización que tratar de cambiarlos posteriormente. Evita desde la contratación el onboarding, la gestión del desempeño, la formación, la comunicación, los incentivos, etc., así como generar conflictos de valores, cultura o reglas. No quieres personas totalmente homogéneas, pero tampoco personas con valores e ideas tan contrapuestos que generen más conflicto que avance.
Prevé también cómo, cuándo y dónde vais a resolver los conflictos cuando inevitablemente surjan. Mejor un sistema claro, conocido y consensuado que uno perfecto pero ineficaz o que la falta de reglas de gestión del conflicto.
Si te vas a integrar en una empresa, elige organizaciones o compañeros con objetivos y valores coherentes con los tuyos personales para sentirte identificado. Un prerrequisito es que tengas claros tus valores, y los demás los suyos. Escribe una lista, prioriza unos pocos, y defínelos1. Y no basta con escribirlos en un papel; asegúrate de que la empresa y sus directivos practican lo que predican, que sus acciones son coherentes con sus valores, incluso cuando suponga un riesgo, pagar un precio o renunciar al éxito a corto plazo.
En las entrevistas de selección (ya seas candidato o seleccionador), pregunta por algún ejemplo concreto en el que la persona o la empresa tuvo que pagar un precio o renunciar a algo por defender sus valores.
Además, siempre cuida de que tus actos sean coherentes con tus valores. Ese es el verdadero éxito personal, independiente de factores externos. Si, además, tus acciones son coherentes con las que necesita la organización, tendrás éxito profesional. Es difícil conseguir estas cuatro coherencias a la vez, pero merece la pena acercarse lo más posible.
Por supuesto, si eres líder en una organización, tu autoridad quedará destruida en cuanto se perciba la mínima incoherencia entre estos cuatro elementos, así que cuida tu integridad y reputación por encima de todo. Dar ejemplo de lo que predicas no es un factor más para conseguir autoridad, es un requisito imprescindible.
Si eres una pequeña empresa que lucha contra otras más grandes, esa puede ser una ventaja competitiva significativa en términos de motivación, toma de decisiones, cohesión del equipo, atracción del talento joven, etc. Cuanto más grandes son las empresas, mayor incoherencia existe entre los valores individuales y colectivos, y entre sus valores y sus acciones. Un pequeño barco en el que todos quieren ir en la misma dirección y cada uno trabaja para conseguirlo avanza más rápido que uno grande en el que cada marino quiere ir en uno sentido.
Selecciona, evalúa y promociona a personas con unos valores y cultura no necesariamente idénticos (sería imposible e indeseable), pero coherentes con los de la empresa, y asegúrate de que se practica lo que se predica, empezando por los directivos. Puedes tolerar errores bienintencionados o cierta incompetencia, pero no la falta de integridad o de valores. Sin excepciones, aunque el infractor tenga poder, contactos o aporte resultados.
Si hay incoherencias o faltas de integridad, no disimules el problema o dejes que pudra al resto de la organización. Recuerda que grupos pequeños pero cohesionados de piratas eran capaces de ganar a tripulaciones mucho más numerosas de barcos mercantes o militares cuya tripulación (incluido su capitán) solo se movía por su interés particular inmediato.
Cuaderno de bitácora
Para finalizar cada capítulo te invito a pensar por ti mismo y sacar tus propias conclusiones. El aprendizaje no es un proceso pasivo sino activo, y lo que escribimos ayuda a fijar las ideas en la mente. Así que, de estas historias, reflexiones y consejos, o de lo que hayas pensado por tu cuenta... ¿qué dos ideas interesantes o útiles te llevas para tu realidad, aquí y ahora?
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1 Aquí están los nuestros, a modo de ejemplo. https://revitalent.com/nuestros-valores/
El Capitán Morgan y su tripulación capturando a una mujer española. Fuente: Wikimedia Commons
Golfo de Venezuela, marzo de 1669. Henry Morgan estaba nervioso mientras se acercaba a la entrada del lago de Maracaibo, como el zorro que se cuela en un gallinero sin saber si el granjero está cerca. Ordenó a sus vigías que otearan el horizonte una última vez antes de entrar al mayor lago de Hispanoamérica. Sabía que España había mandado varios barcos fuertemente armados, la Armada de Barlovento, tras los saqueos y desmanes que el propio Morgan había perpetrado recientemente.
Un año antes había sido nombrado comandante de las milicias de Port Royal por Thomas Modyford, gobernador de Jamaica, en posesión inglesa desde 1657. Su intención inicial había sido atacar La Habana, pero estaba demasiado bien defendida. Morgan sabía que es mejor atacar al enemigo en sus puntos débiles, con fuerzas superiores y cuando menos se lo espere. Por eso había elegido Puerto Príncipe y Portobelo para sus anteriores expediciones. Morgan rememoró los últimos meses.
En marzo del 1668 Puerto Príncipe se había enterado de sus intenciones y preparó su defensa. Sin embargo, Morgan, con 700 hombres y 12 barcos, no atacó donde lo esperaban. Burló a los defensores rodeando el bosque. Una vez ante las fuerzas de la ciudad derrotó a un batallón de caballería sin dificultad y se dedicó al pillaje. Torturó y amenazó a los ciudadanos para que entregaran sus riquezas. Pero interceptó una carta del gobernador de Cuba por la que se enteró de que se preparaba un contraataque, así que huyó con rapidez, no sin antes exigir un “tributo de quema” (un rescate a cambio de no quemar la ciudad), con el que consiguió 50.000 pesos y objetos robados en las iglesias.
A pesar de ello, su tripulación de filibusteros jamaicanos, franceses e ingleses estaban insatisfechos. Les prometió más riquezas y consiguió 9 barcos y 460 hombres.
El reto era ambicioso: Portobelo, la 3ª ciudad mejor defendida del Caribe. Pero Morgan era tan astuto como ambicioso. En vez de un enfrentamiento directo por mar, se acercó por la costa, capturó a un vigía español, a quien convirtió en su informante, y desembarcaron a 3 millas de Portobelo.
Atacaron por tierra, conquistaron sin mucho esfuerzo el castillo de Santiago, donde hicieron saltar un almacén de pólvora con todos los soldados españoles encerrados dentro. Luego atacaron el fuerte de San Jerónimo, donde encontraron más resistencia. Para doblegarla utilizaron a ancianos, monjas y curas como escudos humanos. También tomaron el fortín de San Felipe por sorpresa, y finalmente toda la ciudad.
Fueron dos semanas de infierno desatado: robos, violaciones, asesinatos y tributo de quema. Morgan volvió a Jamaica y repartió 250.000 reales de a ocho. Él, la tripulación, el gobernador y el rey de Inglaterra estaban sumamente satisfechos.
España no tanto; protestó ante Inglaterra, con quien en ese momento se suponía que estaba oficialmente en paz. Pero Morgan no estaba preocupado al respecto. Sus contactos políticos eran los primeros interesados en atacar a España alegando inocencia o desconocimiento de las actividades piratas.
Los éxitos anteriores les volvieron más osados. La actual expedición era ambiciosa: saquear algunas de las más ricas ciudades españolas en el Caribe.
Entre su flota destacaba la fragata inglesa «HMS Oxford», de 26 cañones, y el capturado barco francés «Cerf Volant» (renombrado como «Satisfaction»), de 36 cañones, a cuyo reacio capitán hizo falta convencer con un poco de «persuasión» tras invitarlo a una cena-trampa.
Empezaron por dirigirse a la isla Saona para apresar algún barco rezagado de un convoy español con cargamentos de plata. Fue coser y cantar.
No obstante, en la celebración, además de abundantes brindis y ron hubo disparos al aire. Uno de ellos encendió el pañol de pólvora y un barco saltó por los aires, junto más de 200 piratas a bordo. Solo un puñado se salvó, incluido Morgan, por la fortuna de estar sentado lejos de la explosión.
Como es de suponer, Morgan rápidamente organizó el rescate de los cadáveres que flotaban. No para salvar a los heridos o enterrar a los muertos, sino para recuperar cualquier objeto o ropaje valioso que llevaran.
El plan inicial era atacar Cartagena de Indias, pero con la pérdida del «Oxford» y la deserción de 3 barcos franceses decidieron buscar objetivos más asequibles, siguiendo el ejemplo del exitoso ataque dos años antes por Jean-David Nau «El Olonés».
En definitiva, ahora contaba con 8 naves y 500 hombres. Con ellas se dirigieron al aceitoso y extenso lago Maracaibo, de 86 x 60 millas. Fueron guiados por el experto capitán Pierre Le Picard a través de un canal estrecho y somero hacia el recién construido castillo de San Carlos de la Barra, que cerraba la entrada al lago y la dominaba con su batería de 11 cañones.
Pero en realidad las precauciones eran innecesarias. El castillo estaba mal guarnecido con tan solo 9 soldados y no opuso apenas resistencia. Fue tomado por tierra tras un breve combate de artillería. Los soldados intentaron volar el polvorín antes de huir, pero los piratas pudieron apagar las mechas. Morgan y sus hombres aprovecharon para abastecerse de pólvora y armas.
Después, se adentraron 20 millas en el lago usando canoas y embarcaciones de poco fondo capaces de navegar por los bajíos. Los habitantes de Maracaibo se escondieron tierra adentro, pero 100 de ellos fueron buscados y capturados. Los piratas saquearon Maracaibo y los pueblos cercanos y torturaron sin piedad a los habitantes para obligarlos a revelar dónde estaban los tesoros que Morgan suponía habían escondido.
Se llevaron 500 piezas de a ocho. Pero Morgan no quería perder el tiempo con pequeñeces. El que pega primero pega dos veces. Abandonó la ciudad de Maracaibo (dejando una pequeña guarnición) para cruzar el lago y atacar Gibraltar, en la orilla sureste.
Allí mandó algunos prisioneros para reclamar la rendición, pero se encontró con la respuesta en forma de cañonazos desde el fuerte. Los piratas, lejos de acobardarse, desembarcaron fuera del alcance de la artillería y atacaron la ciudad por tierra. Gibraltar estaba poco defendida. Los habitantes huyeron y se escondieron en la selva.
Los filibusteros encontraron a un demente que aseguró ser hermano del gobernador de Maracaibo. Al enterarse de que no era cierto, lo colgaron de una cuerda y quemaron hojas en su cara hasta matarlo. Al fin, un esclavo reveló el escondite de los vecinos. Los piratas apresaron a unas 250 personas y pidieron rescates por ellos.
Las crueldades continuaron. Por ejemplo, se ensañaron con un rico portugués de unos 60 años. El infortunado fue tratado con barbarie al aplicarle el «trato de cuerda»: lo colgaron de los cuatro dedos gordos, de las manos y los pies a cuatro estacas altas donde ataron cuerdas de las que tiraban, provocándole dolores inmensos, rompiéndole los brazos y obteniendo finalmente mil pesos del desdichado.
No obstante, el gobernador de Gibraltar y un núcleo de fieles habían escapado tierra adentro. Los piratas exigieron tributo de quema. Los residentes cedieron y prometieron 5.000 reales de a ocho, con rehenes para asegurar el pago.
Los piratas, con el botín en su poder, cruzaron el lago de vuelta. Al fin y al cabo, Morgan no pretendía una conquista territorial, sino enriquecerse a costa de los españoles y volver a la seguridad de Jamaica antes de que reaccionaran.
Pero en su viaje de vuelta le llegaron las noticias que tanto temía: había tres naves de guerra esperándolo en la estrecha salida del lago. La Armada constaba de tres barcos: el galeón «Magdalena», buque insignia de 412 toneladas y 48 cañones, el patache «San Luis» de 210 toneladas y 38 cañones, y la fragata «Soledad» de cincuenta toneladas y 24 cañones. Otra fragata, «Señora del Carmen», había naufragado, pero se recuperaron los 18 cañones y se enviaron a la fortaleza de San Carlos de la Barra, con de 40 arcabuceros. Don Alonso del Campo y Espinosa tenía en total unos 126 cañones y unos 500 hombres. ¡Los piratas estaban atrapados!
Morgan reunió a los capitanes del resto de su flota.
–Caballeros, no me andaré con rodeos. La única y estrecha salida del lago de Maracaibo está bloqueada por tres poderosos barcos y un fuerte artillado. Hemos conseguido un tesoro, pero estamos atrapados.
–¿Cómo es posible? Hace unos días no encontramos apenas resistencia en la entrada.
–¡Maldita sea! Nos confiamos demasiado y nos pudo la avaricia. Fue un error dejar abandonada nuestra retaguardia y alargarnos tanto en los saqueos.
–Romperemos el bloqueo. ¡No nos faltan hombres, armas, ni valor! –respondió uno de sus oficiales más jóvenes, embriagado aún de ron y éxito.
–No lo dudo. En cambio, de inteligencia veo que no vamos tan sobrados. Ahora ya no nos enfrentamos con cuatro pueblerinos asustados y desprevenidos, sino con cientos de soldados españoles en una posición ventajosa –lo reprendió Morgan con acidez. El aludido bajó la mirada, humillado.
–¿Qué opciones tenemos? –terció otro oficial, más pragmático.
–He intercambiado mensajes con la flota española. Aún podemos hacerles más daño a sus poblaciones y ellos lo querrán evitar. Le pedí tributo de quema por Maracaibo al capitán de las naves, don Alonso del Campo y Espinoza.
–¿Qué respondió?
–Me reclamó abandonar el lugar y devolver todos los rehenes y el botín en dos días a cambio de permitirnos volver a Jamaica, o enfrentar su escuadra.
–Ninguna de estas opciones parece buena. Nuestros hombres no estarán contentos.
–No os preocupéis, hemos salido de situaciones peores. Ellos se creen fuertes y lo son, pero también podemos convertir sus ventajas en sus desventajas.
–¿Cómo?
–Los castellanos siguen teniendo una mentalidad de lucha estáticas y defensiva. Igual que en Portobelo han renunciado a la iniciativa y la movilidad anclando sus barcos y concentrando sus fuerzas. Empecemos por el primer problema: tres barcos españoles, fuertemente armados. ¿Qué se os ocurre?
El contramaestre, Edward Collier, hombre experto en el mar y en la guerra, tuvo una idea.