Maquillada - Daphné B. - E-Book

Maquillada E-Book

Daphné B.

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¿Qué representa el maquillaje simbólica, económica, socialmente? ¿Por qué decimos que es frívolo? ¿Cuáles son los efectos sobre el medio ambiente de los productos que usamos? ¿A costa de la explotación de quiénes se producen? En Maquillada Daphné B. ahonda en una industria y unos modos de consumo que generan miles de millones de dólares e inspiran a personas en todo el planeta, incluida ella misma. Confesional y ensayístico, personal y poético, este libro de deslumbrante actualidad cuestiona los falsos binarismos de los cánones de belleza tradicionales usando como referencia a influencers y famosos como Kylie Jenner, Elon Musk y Grimes, pero también a poetas y filósofos, desde Anne Boyer hasta Audre Lorde. El maquillaje como signo de la sumisión a los dictados de la belleza y su lógica capitalista, pero también como arma de liberación, de resistencia, de rebelión: "Me desdoblo para poder abrazarme mejor. Arranco esos golpes de mi memoria y les ofrezco colores".

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Seitenzahl: 208

Veröffentlichungsjahr: 2022

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Daphné B.

 

 

maquillada

ENSAYO SOBRE EL MUNDO Y SUS SOMBRAS

 

traducción: Cecilia Pavón

 

Índice

CubiertaPortadaEpígrafemaquilladaNota de la autoraSobre la autoraCréditos

 

 

 

 

no solo salud

belleza

bondad

también un poco de iluminador en la punta de la nariz

en el arco de cupido

en las mejillas

 

Maude Veilleux

Une sorte de lumière spéciale

 

 

 

 

Schmoney.

La estrella del pop anarquista ha tenido un bebé con el hijo del multimillonario. Es un fajo gris verdoso de armas y billetes. Es la prueba, para quienes la necesitaban, de que ella realmente no quiso decir lo que decía.1

A menudo pienso en el bebé que tuvieron la estrella del pop y el rico heredero.

Pienso en el fajo gris verdoso de dinero y armas, ese color en el que se cruzan la riqueza y la violencia, fibras indisolubles de un mismo tejido. Intento comprender el color, expresar su confusión con palabras. Es un fajo turbio, como el agua sucia. De una opacidad muy práctica que le ayuda a ocultar su banal verdad: no hay billetes sin armas.

Tener un fajo de algo es tener mucho. Pero la opulencia presupone escasez, porque florece sobre la miseria de los demás. De esta relación cercana y esencial nace la violencia. Este bebé está disparando un arma.

El bebé que describe la poeta Anne Boyer no es gris, sino grisáceo. No es verde, sino verdoso. De hecho, su tono desafortunado e inacabado cambia constantemente. De ahí los sufijos áceo y oso. Siempre está tomando otro color y mutando, como un órgano en descomposición. El riñón de un cadáver cambia de marrón a negro. La tráquea, primero blanca, se vuelve roja, luego olivácea. El color traza un movimiento, nos encierra en un ciclo. Y nadie escapa a su danza.

1 Anne Boyer, “No World But The World” [No hay mundo más que el mundo], en Garments Against Women, Boise, Ahsahta Press, 2015, p. 18.

Durante mucho tiempo creí que los poemas eran pequeñas profecías, que contenían presagios: una muerte, un concepto científico, un elemento que faltaba en la tabla periódica. Pero ahora pienso que lejos de predecir el futuro, las imágenes de los poemas cristalizan un fenómeno que ya existe y que siempre debe encontrar nuevas palabras para decirse a sí mismo. En este sentido, la poesía no es vidente, sino que está fuera del tiempo. Más precisamente, la poesía no se corresponde con lo que está sucediendo; es siempre inactual. De hecho, es más probable que te suceda [la poesía], mientras que muchas otras cosas que parecen más importantes no te sucederán nunca,2 dice Jean Cocteau, en un video donde le habla al año 2000. La poesía, por lo tanto, no es actual. Pero la actualidad, por su parte, no acontece sin poesía.

¿Sospechaba la poeta Anne Boyer que el bebé del capitalismo, con el que ella fantaseaba, iba a nacer algún día? ¿Que un hecho se abriría paso hasta las tapas de los diarios y le demostraría que tenía razón tres años después de la publicación de su colección de poemas? Después de todo, la poeta no inventa nada, simplemente escribe lo que ya existe. Porque la actualidad, como el bebé gris verdoso, no es más que una prueba para quienes la necesitan.

En mayo de 2018, Grimes, la estrella pop canadiense autoproclamada antiimperialista, hizo pública su relación romántica con el empresario multimillonario Elon Musk, clasificado en el vigésimo tercer puesto de la lista de las personas más ricas de Estados Unidos. Antes de levantar el velo de su amor, Grimes sabiamente retira la mención “antiimperialista” de su biografía de Twitter. Ahora está saliendo con el hombre que sueña con colonizar Marte.

Grimes: la princesa del Montreal underground hecho de lofts polvorientos y sustancias químicas que usamos para aflojarnos. La chica de cabello verde, negro y rosa que trabaja sin descanso y que se encierra durante días en la oscuridad, sin dormir ni comer, para gestar sus discos de música experimental. Cyborg, pop y metálica, bañada en una nube de hollín iridiscente, la música empuña el sable y persuade a las serpientes. Sus canciones suenan como la droga que nos hace subir de repente, como la velocidad con la que volvemos a bajar.

Hablo de Grimes porque fuimos a la misma universidad, porque era amiga de una amiga, amante de otra. En un momento, antes de que saliera con uno de los hombres más poderosos de la Tierra y de que promocionara su música con carteles proclamando que “el calentamiento global es algo bueno”, la sentí cerca de mí. Uno de mis ex me describió las fiestas que hacía en su casa. Me habló de su departamento sucio, la mugre de su bañera cubierta por un agua casi negra. “Estaba roñoso”, me dijo. Era Grimes. Como sea, esa suciedad no me es ajena. Mancha todos los departamentos asequibles en Montreal. Incluso hoy, la lluvia sigue filtrándose por mi techo.

Cuando se supo del romance entre Grimes y Musk, yo estaba saliendo con un conocido sociólogo. Treintañero, con la cabeza afeitada, un “rebelde sin praxis”. El tipo de socialista que no siente nada cuando se pone un condón. Tan radical… con su ropa de lino negro y sus sacos decorados con pins. Vivía en Los Ángeles, trabajaba para una empresa que cotizaba en bolsa y conducía un BMW. Recuerdo su mirada escandalizada cuando hablaba de la ropa sucia de su amada cantante. Una Grimes capitalista era más de lo que podía soportar. Estaba decepcionado, casi asqueado. ¿Pero ese asco provenía de todas las Grimes que sentía latir dentro de sí mismo?

Porque la parte de nosotros mismos que reconocemos en el otro nos repugna. Los cadáveres, por ejemplo, nos repelen porque detectamos en ellos nuestra propia muerte. Algún día seremos nosotros la ignominiosa podredumbre que nuestros seres queridos se encargarán de ocultar ante la vista de los sobrevivientes.3 Estar disgustado es tener náuseas, estar en un espasmo desesperado por distanciarse del propio ser.

¿Qué había hecho Grimes, sino visibilizar las contradicciones constitutivas de nuestro siglo, esas contradicciones que continuamente amenazan con destruirnos? Todo es tanto una cosa como lo contrario. Incluso los deseos que me impulsan se oponen entre sí. Deseo el fin del mundo con el mismo fervor con el que lo temo. Además, a menudo me sorprendo convocando a la catástrofe, abriéndole suavemente la puerta. Acepto el apocalipsis como el resultado “natural” de una existencia elástica, lista para volar en mil pedazos.

Aislada en un piso vacío, en medio de una pandemia, sólo pensaré en comprarme una vela de pomelo. Desearé que mi fin del mundo huela bien. Veré videos para aprender a decolorar mi cabello por mi cuenta. Haré el test en línea para averiguar cuántos planetas similares a la Tierra necesitaríamos si todos consumieran como yo. El test dirá: 3,6 planetas. Me disculparé por eso.

Me disculpo todo el tiempo. Incluso me disculpo por disculparme. Tengo 3,6 planetas en mi vientre y uno más atascado en la garganta. A veces deseo el apocalipsis de la misma forma en que se pide perdón. Me alivia imaginar mi desaparición.

Pienso en mi sociólogo de Los Ángeles. ¿De verdad cree que puede escapar de la paradoja en la que nos encierra nuestro siglo?

Si es así, entonces, San Sociólogo, ruega por mí.

2Jean Cocteau s’adresse à l’an 2000, disponible en línea: www.youtube.com [última consulta: 22/3/2022]. Agradezco a Olivia Tapiero por haberme hecho conocer este video.

3 Georges Bataille, “La Mort”, en L’Histoire de l’érotisme, París, Gallimard, 1976, p. 79.

Maquillada, metida en la cama, escucho una canción que habla del dinero, lleno mi carrito de compras de Sephora hasta el borde: dos paletas de sombras de ojos iridiscentes, un lápiz de ojos y una botella de retinol. Con el clic de un mouse, desperdicié el equivalente a un tercio de mi alquiler. Hice que una estrella implotara, aniquilé a una familia de mariposas, arrasé un campo de tréboles. Pronto vendrá un camión y me entregará una pequeña caja.

No estoy haciendo nada para detener el apocalipsis. Estuve pegada durante cuatro horas a la pantalla de mi computadora. La paleta de sombras de ojos Conspiracy, fruto de una colaboración entre los youtubers estadounidenses Jeffree Star y Shane Dawson, acaba de ser lanzada.4 Sólo dos minutos antes de que saliera al mercado, el aumento de usuarios de internet hizo que colapsara la plataforma de comercio electrónico Shopify. “¡Rompieron!” Jeffree Star se apresura a decirles a sus frustrados fans que intentan sin éxito hacerse con la paleta.

Sin embargo, esta falla informática no tiene nada de sorprendente. Juntos, Jeffree Star y Shane Dawson tienen más de treinta y nueve millones de suscriptores en YouTube,5 una verdadera marea humana. Mientras Shopify trabaja duro para revivir la plataforma de sus cenizas y permitirle al capital que siga su curso, los fanáticos febriles recurren a Twitter. Hay una que publica un video de ella en el hospital. Se la ve empujando su soporte intravenoso hacia la ventana más cercana, teléfono en mano. Está decidida a recibir la señal y mantener su lugar en la cola de espera digital.

“De camino a la ventana tratando de obtener alguna señal para poder comprar la #ShaneDawsonXJeffreeStar #ConspiracyPalette ya que no pude salir del hospital e ir a una tienda Morphe ”.

Todos estamos conmovidos por este acto de devoción, yo también. Shane Dawson está llorando, quiero decir: Shane Dawson está tuiteando emojis de hombrecitos llorando. En la sala de conferencias donde se filma la serie, alguien les grita a los dos acólitos que probablemente tengan más influencia que el presidente estadounidense. Y puede que sea cierto, ya que en este preciso momento están ejerciendo una verdadera fuerza gravitacional sobre millones de cuerpos. Como los astros, Shane y Jeffree están sutilmente desviando mi órbita, la mía y la de tantas personas. Obligan a esta niña enferma a empujar su soporte intravenoso, a caminar hacia la ventana más cercana para refrescar su pantalla. Ahora, más de dos millones y medio de clientes están haciendo cola en línea, ansiosos por finalizar su transacción. Menos de cuatro horas después, antes de que yo misma pueda conseguir la paleta, un millón cien mil unidades6 han volado y todos los artículos de la colección están agotados. El lanzamiento de Conspiracy Palette deja así una marca en los anales de la industria de la belleza.

Está bien, no estoy en Los Ángeles, no estoy saliendo con el CEO de Tesla, no tengo discografía propia. Aun así, no puedo distanciarme tan fácilmente como me gustaría de la contradictoria estrella del pop, esta chica “que no piensa mucho lo que dice”. Acabo de perder un día de mi vida fantaseando con una paleta de maquillaje, y esta no es la primera vez que pierdo el tiempo así. Soy feminista, poeta y traductora. Intento luchar contra el capitalismo, el sexismo, el racismo y el colonialismo que acechan dentro de mí. Y a pesar de que hablo en voz alta, a pesar de que cuestiono a los hombres demasiado seguros de sí mismos cuando hablo en vivo en la radio estatal, no soy inmune a lo que estoy describiendo. Me da vergüenza consumir y desperdiciar mi vida en sitios que alimentan mis deseos inagotables. Mi libido está disminuyendo, pero todavía tengo ganas de comprar. Comprar. Sin importar qué. Un nuevo color de sombra de ojos, zapatos, vino anaranjado, una salchicha hecha de carne de foca. A veces, no llego a convencerme de que mi inercia es una forma de autocuidado. Contemplo mis privilegios y la sangre sobre mis manos manchadas de pan y manteca. Mi vergüenza no hace que se frene ninguno de mis impulsos.

Cuando vivía en Taipéi, una anciana de mi calle vendía batatas que cocía sobre carbón. Yo, que no vendía batatas, que probablemente nunca en mi vida vaya a vender batatas, me alejaba de su puesto lo más rápido posible cada vez que pasaba por delante. Me escabullía para correr a lo largo de un río contaminado con la sincera esperanza de esculpir mi trasero. En aquellos tiempos, lograba salir de mi letargo para ir a fumar cigarrillos a mi balcón. Encontré mi disfrute en la autodestrucción; la vi como una forma de salvarme. Me gustaba pensar que matándome un poco iba a terminar perdonándome por existir. Y si bien no hay nada de malo en la vergüenza cuando nos descentra,7 cuando nos mueve, el bebé de dinero y armas se mueve en mi vientre. Me da pataditas.

Como una gota de rocío clavada en los hilos de un lienzo complejo y flexible, no estoy fuera del fajo gris verdoso del capital, sino más bien entrelazada en su mortaja vibrante. Wikipedia me dice que una telaraña es un tipo de trampa. Y a veces yo soy el prisma por el que atraviesa el sol. Yo soy la que hace el sistema brillar. Maquillada, enlentejuelada, mcdonalizada; soy la lluvia que convierte mi trampa en cristal.

Pero me gustaría dejar de barrer mi vergüenza con cigarrillos o arrebatos suicidas. Me gustaría escuchar hablar a mi vergüenza y aprender de ella.

4 Fue lanzada el 1 de noviembre de 2019.

5 Esta cifra fue calculada en noviembre de 2019. Desde entonces no cesa de aumentar.

6 Según una historia de Instagram de Jeffree Star, se vendieron un millón cien mil paletas.

7 Nicholas Dawson, Désormais, ma demeure, Montreal, Triptyque, 2020, p. 156.

Navego en la abundancia que no debería permitirme. Hago clic en productos. Compro vacío. Creo un perfil de sugar babe en el sitio de citas SeekingArrangement, fantaseo con la idea de que me paguen para tener lo que siempre he dado gratis. Quinientos dólares por hablar conmigo, besarme, penetrarme. PapaLuisVuitton, Daddy’s_Home y Renardinterstellaire, vengan a mí. Realizo un seguimiento de los me gusta, las publicaciones; hago mi selección según los ingresos anuales y los valores netos de estos abuelos con el rostro enmascarado, a menudo mayores que mi propio padre. Mientras camino por las calles de Outremont, transformo a los hombres de mediana edad que me cruzo en sugar daddies. Parece que todos están buscando una súper amiga con quien jugar, sin drama, sin ataduras. Papá te cuidará. Tal vez adivinaron que las mujeres como yo estamos del lado de los episodios de llanto, las emociones demasiado intensas. Sin drama. Se sienten obligados a prevenir desastres.

El repartidor llama a la puerta. Una vez más tengo un propósito, una razón de ser: abrir cajas. Sudario, estuche, joyero iluminado, creo que he encontrado mi religión. El lujoso maquillaje que compré está envuelto como si se tratara de una reliquia sagrada. Mis sombras de ojos Pat McGrath vienen en bolsitas de plástico transparente, llenas de lentejuelas. Cuando las rompo, una gota de oro se derrama sobre mis sábanas. Este resplandor es el único tipo de brillo que puedo permitirme. Chanel, Yves Saint Laurent, Marc Jacobs, Armani… La cosmética y los perfumes siguen siendo la metonimia de un lujo mayor. Al hacer asequible una parte de las inaccesibles casas de alta costura que representan, crean la ilusión de una abundancia que cualquiera puede disfrutar.

Para emular la elegancia de las clases sociales más acomodadas, a veces tienes que cambiar tu nombre. Leo que Florence Nightingale Graham se rebautizó a sí misma como Elizabeth Arden cuando abrió su propio salón de belleza en 1910. Fue con ese nombre comercial que construyó su imperio de cosméticos. Esta enfermera canadiense, hija de un granjero, llegó a encarnar la opulencia que comenzó siendo sólo una actuación. “Fake it till you make it”, finge ser algo hasta conseguirlo, como se suele decir. De hecho, tallaron “Elizabeth” en su lápida.

Por mi parte, mi nombre de usuaria en SeekingArrangement es poetbaby. Me pregunto si se notará que no soy una verdadera sugar babe. Los años que tengo se me notan en los ojos, en los cabellos rebeldes, en los hematomas, en las células potencialmente cancerosas. Quince nuevos daddies visitaron recientemente mi perfil y siento ganas de lastimarlos y después susurrarles al oído: “Sin drama”.

Pensándolo bien, el bebé gris verdoso del capital puede ser verdín, ese color de los monumentos que aparece cuando el cobre se corroe, el verde de las estatuas y los edificios oficiales, la autoridad simbólica de los techos de los edificios patrimoniales. El verde del Ayuntamiento de Montreal.

El color que tienen todas las personas que me dicen que lo entenderé cuando sea mayor, cuando tenga hijos.

El de mi mamá diciéndome puta.

El de la policía y la señora alcaldesa que aumenta las tarifas del transporte público.

El de la Libertad iluminando el mundo desde el sur de Manhattan.

Este verdín se fusiona con el poder estatal, la vigilancia y el control de los cuerpos. El cobre se oxida y los edificios, los cuarteles, las pirámides erigidas en la marcha de la colonización se cubren con una pátina venerable. Susurra como el viento en las hojas, es sangre que se ha vuelto de color verde. El metal se consume, se degrada. Y, curiosamente, cuanto más se envilece, más respeto y obediencia exige su color.

Mi bisabuelo trabajaba en una mina de oro y cobre. Él minó este color con el sudor de su frente. El 26 de diciembre de 1941, cayó desde una altura de cuatrocientos metros al fondo del pozo número cuatro de la mina Noranda. Mi abuela Ghislaine tenía sólo 18 meses cuando su padre murió.

“Mientras Johnson y el Sr. Blais tenían un pie en el elevador y el otro en el piso del nivel mil doscientos, el asistente del cabrestante recibió una señal para levantar el elevador sin tener idea de que la señal había sido dada erróneamente. Cuando el elevador comenzó a subir, Johnson logró salir, pero el señor Blais, sorprendido por el movimiento repentino, siguió dentro de la cabina hasta que el elevador llegó al entramado superior de la galería, desde donde cayó, probablemente inconsciente, al enorme agujero”.

Mi bisabuelo no estaba acostumbrado a trabajar el día posterior a la Navidad. Sabía que los mineros, siempre buenos para el trago, todavía intoxicados por la cena del día anterior, corrían el riesgo de cometer todo tipo de errores fatales. Sin embargo, esa vez había hecho una excepción porque necesitaba el dinero.

El recorte del periódico que registra su muerte describe su cuerpo desgarrado, irreconocible.

“Al caer, su cuerpo se desgarró contra la madera y sólo se encontró una masa informe de carne. Fueron necesarias varias horas de meticuloso trabajo para recoger todos los jirones de la desafortunada víctima”.

La historia de este cuerpo destruido en el mismo sitio de su explotación es la historia de la carne mezclándose con el fajo de dinero y armas. Es una noticia, la actualidad que reactiva constantemente el poema, ese texto inactual y fuera del tiempo.

En el pequeño cuaderno de tapas blandas donde mi bisabuela detalla su vida en cuarenta páginas con bolígrafo azul, la prueba de esta muerte es despachada con una sola frase: “No debemos poner tristes a los niños”.

De la mina, hoy sólo queda la fundición Horne con sus dos chimeneas, que escupen cada año toneladas de arsénico, plomo y dióxido de azufre. Según mi familia de Abitibi, el aire en Rouyn-Noranda huele e incluso tiene sabor: picante.

Visito Abitibi en mi MacBook Air atravesando bosques de ventanas y pestañas. “Un cielo extraordinariamente azul durante el día y una aurora boreal mágica ciertas noches”, afirma un sitio turístico. Leí que el arsénico en el aire aumenta el riesgo de cáncer de pulmón y pienso en el tumor pulmonar perfectamente redondo que mató a mi abuela. “Es el tipo de cáncer que sólo se ve en los veteranos de la guerra de Vietnam”, nos dijo su médico. Hago clic en otro artículo. Habla de la fundición, que llaman “uno de los pulmones económicos de Rouyn-Noranda”. La luz es azul en mi pantalla.

Hago clic en “siguiente”. Descargo archivos PDF, fotos de necrosis en el follaje de una grosella, de un serbal, de un álamo. Escucho a Raôul Duguay en Spotify. La letra de su canción “La bitt à Tibi” habla de un río de nombre Harmonica que no aparece en ningún lugar de Google Maps. Sin embargo, me gustaría bajar por ese río, pescar allí o dormirme en su lecho durante cien años.

“Quiero navegar los ríos de América en YouTube”, anunciaba Beach Sloth en 2012. Este verso, el poeta de internet lo imprimió en remeras que vendía en su sitio web, junto a tazas de café promocionales. Hoy, su sitio está en construcción y el poeta ha sido olvidado, al igual que la comunidad poética a la que pertenecía.8

Por aquella época, usé el suéter que le compré en todas partes: en la cama, en clases, mientras llenaba mi vida mirando compulsivamente videos de maquillaje. Recorrí el mundo en YouTube, horas y horas, de día y de noche, sin saber realmente lo que estaba buscando. Hoy, todavía me emborracho con las voces suaves de mujeres anónimas que diseccionan para mí las virtudes de miríadas de productos cosméticos. Me hablan de la textura, el olor, los pigmentos y los reflejos. Hago un seguimiento de las reseñas de esos productos, como si escrutara el cielo en busca de la Estrella Polar. Siempre tuve y sigo teniendo sed de consejos; no importa si me hacen comprar de más. Son consejos que me tranquilizan cuando tengo un nudo en la garganta sin razón. Son palabras en las que quiero confiar. A veces, para encontrar la paz, basta con que me digan qué comprar.

 

Este es el mejor polvo.

Este es el brillo más brillante.

Este es el rojo más mate,

el más vibrante,

el más cremoso.

Aquí está el santo grial.

 

Como un caballero del Rey Arturo, estoy en busca del famoso santo grial. En el lenguaje codificado del YouTube cosmético, un HG (santo grial, por sus siglas en inglés) es un producto mítico e insustituible que reemplaza a todos los demás. Es la culminación de una búsqueda capitalista, una combinación perfecta. Su descubrimiento es una celebración y pone fin al vagabundeo del consumidor solitario. Todos jugamos el papel de un príncipe al que se le ha confiado una misión, la de encontrar el producto ideal, esa mercancía sagrada, hecha a nuestra medida.

8 La Alt Lit fue una comunidad literaria informal que tuvo su auge en internet alrededor de 2011. Siempre heterogéneas, las obras de la Alt Lit estaban atravesadas por las redes sociales y la ética del hazlo tú mismo. Sacudida por múltiples escándalos sexuales, la comunidad se disolvió unos años después.

Vuelve a sonar el timbre y esta vez es mi labial Chanel. Viene en una caja que está dentro de un estuche que está, a su vez, embalado en una bolsa. Mientras rompo tanto papel, siento como si hubiera llegado al centro de la Tierra, ese primitivo núcleo ígneo. Mientras quito una a una las capas, me acerco al labial. Late con toda su fuerza el corazón delator. Todos los muros que me separan de mi lápiz de labios funcionan como obstáculos físicos que despiertan mi deseo. El apetito aumenta cuando está motivado por un objeto inaccesible. El deseo se relaciona con la desaparición. Sueñas con un cuenco de cerezas y luego al día siguiente recibes una carta escrita con jugo rojo.9 Parece que siempre quiero el corazón que no se entrega. El que late en otra parte. Paso mi tiempo en YouTube o leyendo cartas escritas con jugo rojo.

 

Hola, Daphné, sí, lo siento

hubiera querido

Pero tengo que

Espero que tú

estés feliz

estés feliz y bien

 

Yo estoy feliz, yo estoy bien y me embriago con videos de unboxing, esos videos que muestran el meticuloso desempaque de todo tipo de productos. Los miro, aturdida por el sonido del papel arrugado y las uñas acrílicas que rasgan suavemente las superficies duras de los preciosos paquetes. Ya sea alguien rompiendo un huevo Kinder o una persona desabrochando la correa de un Rolex, no importa. Lo que me calma es ver cómo se desviste una mercancía. Los unboxings quitan lo inorgánico, registran el striptease de lo consumible, justo antes de que lo poseas. Cuando veo estos videos, siento que soy yo quien abre las cajas y rompe el papel. Saboreo el placer volátil de la adquisición, me imagino sacando el objeto de su caja, sosteniéndolo en mis manos, como si fuera un pájaro azul. Una de mis gurús del maquillaje favoritas suele publicar videos en los que hace precisamente eso: desenvolver paquetes obsequiados por los relacionistas públicos, esos paquetes promocionales que le envían a diario las empresas de cosméticos. Hoy selecciona algunos artículos para sortearlos entre sus suscriptores. Estoy en la fase de aplicar el método Marie Kondo para sacar lo superfluo de mi vida. Quiero que esto le traiga alegría a otra persona,