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volvería a dejarla escapar. Wolfe llevaba cinco años buscando a Rowan Corbett con el fin de resolver un misterio, y ahora que la había encontrado, resultaba ser todo lo que él había esperado: una mujer encantadora e increíblemente bella. Pero también había en ella una inocencia que sorprendió a Wolfe... La combinación de todo aquello era tan explosiva que ambos acabaron en la cama nada más conocerse. Después de su breve encuentro, Rowan huyó de él, pero Wolfe Talamantes no era de los que se rendían. Ya la había encontrado una vez y estaba dispuesto a hacerlo de nuevo... pero esa vez no volvería a dejarla marchar sin que le contara toda la verdad.
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Seitenzahl: 143
Veröffentlichungsjahr: 2015
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2002 Robyn Donald
© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Más allá de la verdad, n.º 1369 - junio 2015
Título original: Wolfe’s Temptress
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Publicada en español 2002
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcasregistradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-6254-8
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Si te ha gustado este libro…
Así que esta es Anne Corbett –murmuró Wolfe Talamantes, mirando la fotografía.
Era la mujer más bella que había visto en su vida. Incluso más que la estrella de cine con la que compartió cama durante unos meses.
–Rowan Corbett –lo corrigió el hombre que estaba al otro lado del escritorio.
–Te pedí que investigases a Anne Corbett.
–Su nombre completo es Rowan Anne Corbett. Al parecer la llamaban Anne cuando era pequeña, pero ahora se llama Rowan Corbett.
Wolfe volvió a mirar la fotografía. No lo sorprendía que fuese tan bella. Tony era famoso por su buen gusto en cuanto a mujeres.
Tenía el cuello largo y elegante, el pelo negro con reflejos rojizos, sujeto en un moño. Pómulos altos, mentón firme y labios muy generosos que le daban un aspecto ligeramente exótico.
A pesar de la seriedad de sus ojos y la impresión que daba de control, por primera vez en su vida Wolfe entendió el encanto de lo prohibido. Y a su mente acudió la imagen de una piel de seda y una cama de sábanas arrugadas durante una noche de fiera pasión.
Había esperado precisamente eso: una mujer tentadora que destacase por encima de otras mujeres bellas porque emitía una promesa de arrebatada carnalidad.
¡Pero aquellos ojos! Una mezcla de oro y ámbar, bordeados por largas pestañas oscuras. Unos ojos que harían volver la cabeza a cualquier hombre, que encenderían su sangre y lo harían olvidar a cualquier otra mujer.
Unos ojos como para matar por ellos.
Para morir por ellos...
Wolfe, un hombre sensato, experimentó un deseo casi primitivo al enfrentarse con aquellos ojos.
Apartando la mirada de la fotografía, se dirigió a su jefe de seguridad:
–Y ahora trabaja de camarera en un café en la bahía de Kura, al norte del país.
–De siete de la mañana a dos de la tarde, de lunes a sábado.
Wolfe levantó una ceja. Si no se equivocaba, su experimentado jefe de seguridad sentía la misma fascinación que él.
–Te gusta, ¿verdad?
El hombre sonrió.
–Resulta muy agradable a la vista. Pero es demasiado joven para mí, y mi mujer me cortaría el cuello si hiciese algo más que mirar... como tú bien sabes.
Wolfe asintió.
–¿La señorita Corbett sabe que le has hecho esta foto?
–Estoy casi seguro de que no lo sabe.
–¿Casi?
El otro hombre vaciló.
–Fue agradable, pero tan distante que me pregunté si sospechaba algo... hasta que me enteré de que es distante con todo el mundo. Y se dedica a la cerámica.
–¿Cómo?
–Hace platos y objetos de cerámica. Por lo visto, es bastante buena.
–¿Tiene novio? –preguntó Wolfe, intentando parecer desinteresado y sin conseguirlo del todo.
–No. Y tampoco tiene amigas. Es una chica muy solitaria.
–¿La gente de Kura conoce su pasado?
–Sí, pero no hablan de ello. Es la última de una vieja familia de pioneros. Parece ser que su madre murió al dar a luz y su padre, un policía, solía llevarla allí durante las vacaciones; de modo que la conocen desde niña.
–¿Y no has podido sacarles nada?
–Esos pueblos tan pequeños son todos iguales... la gente sabe los cotilleos de todos los vecinos, pero a los forasteros no les cuentan nada. Ah, por cierto, me he enterado de que es una experta en artes marciales. Te lo digo por si acaso.
–Ya sabes que a mí me gustan las peleas limpias –sonrió Wolfe.
Su jefe de seguridad, que lo había ayudado a librarse de tres matones armados en un callejón sudamericano, soltó una risita.
–Porque eres letal con los puños –dijo, alargando la mano para tomar la fotografía.
Pero él se lo impidió.
–Me la quedo.
–Muy bien. ¿Alguna cosa más?
–No. Gracias por todo.
Cuando se quedó solo, Wolfe levantó su metro noventa de la silla para acercarse a la ventana, pensativo.
El paisaje era una calle ordinaria en una ciudad ordinaria, una mezcla de peatones, coches, ruidosas motos... Entonces se fijó en un grupo de gente con sandalias y camisetas de colores brillantes.
¿Ordinaria? No, no podía ser otro sitio más que Auckland.
Normalmente le gustaba volver a Nueva Zelanda, pero desde la llamada telefónica de su madre estaba nervioso y agresivo.
Durante seis años se había olvidado de Rowan Anne Corbett, pero no podía ignorar a su madre.
–He encontrado a Anne Corbett –le había dicho, con aquella voz lánguida y enfermiza que le recordaba lo que no quería recordar.
Un año después de la muerte de su hijo pequeño, Laura Simpson había sucumbido ante una depresión que la dejó sin fuerzas ni ganas de vivir. Ni los mejores médicos del mundo pudieron hacer nada hasta que uno de ellos, el más sincero, le dijo que sencillamente tenía el corazón roto y no había cura para eso.
–¿Dónde la has encontrado? –preguntó Wolfe.
–Ha sido una coincidencia. Mi amiga Moira la vio trabajando en un café en la bahía de Kura y le preguntó su nombre.
–¿Por qué?
–Porque estuvo conmigo durante la investigación y la reconoció.
–¿Te has puesto en contacto con ella?
–Le escribí una carta y ella me ha contestado diciendo que hace seis años le dijo al forense todo lo que sabía sobre la muerte de Tony. Quería llamarla por teléfono, pero no está en la guía –suspiró su madre–. Dejé un mensaje para ella en el café, pero como no me ha llamado pienso ir allí dentro de unos días.
–No quiero que vayas, mamá –dijo Wolfe, furioso con Rowan Anne Corbett por negarse a hablar con una mujer enferma. Incluso viajar en avión la dejaría exhausta–. Iré a verla yo mismo.
–Gracias. Y cuando lo hagas, cuando la veas, dile que no la culpo por lo que pasó. La usé como chivo expiatorio y lo siento. Solo tenía veintiún años... Pero necesito saber qué pasó aquella tarde.
Su madre podría haber perdonado a Rowan Anne Corbett, pero él no. Con su pelo negro y aquel rostro de sirena había sido la responsable directa de la muerte de su hermanastro.
Laura Simpson vaciló un segundo antes de preguntar:
–Wolfe, ¿notaste algún cambio en Tony después del accidente?
–¿A qué te refieres?
–Me pareció que estaba más serio. Más... no sé, intenso.
–Es lógico después de un accidente de tráfico. Esas cosas te hacen pensar.
–Sí, claro. Es verdad.
Antes de colgar, Wolfe le prometió ir a comer con ella la semana siguiente.
Y después miró de nuevo la fotografía con una sonrisa amenazadora. Aquella vez Rowan no podría escapar con mentiras y subterfugios.
Seis años antes, una neumonía lo tenía prisionero en un hospital al otro lado del mundo, obligando a su madre a lidiar sola con la investigación sobre la muerte de Tony.
Su incapacidad de protegerla le dejó una herida que se hizo más profunda al saber que Rowan Corbett había desaparecido sin dejar rastro.
Pero la obligaría... o la seduciría para sacarle la verdad. Haría lo que tuviese que hacer y disfrutaría de ello.
Anne... Rowan Corbett había llevado a Tony a la locura, pero él era más duro que su ingenuo y mimado hermano. Wolfe tomó la fotografía y la guardó en un cajón que cerró de golpe, con desprecio.
Media hora más tarde, sin poder dejar de pensar en aquel rostro serio y eróticamente intrigante, lanzó una maldición. Sin pensar abrió la página del periódico local en Internet y, al hacerlo, la palabra «Rowan» llamó su atención.
Incrédulo, buscó el artículo. Por lo visto, una galería de arte exponía aquella misma noche una colección de cerámica, pintura y vidrio soplado. Según el periodista, todos eran trabajos muy buenos, pero reservaba los mejores elogios para la cerámica de alguien llamado Rowan.
Nada más. Rowan.
Y el periodista lo elogiaba con calificativos como «esmaltes de brillo extraordinario», «forma soberbia», «una nueva estrella en la constelación artística de Nueva Zelanda».
Wolfe examinó la fotografía de un jarrón. Elegante de forma, era un diseño muy original, muy hermoso.
Quizá sería demasiada coincidencia, pero él era un hombre acostumbrado a dejar que la intuición dictase sus decisiones.
Por el momento, aquel misterioso instinto nunca lo había decepcionado, todo lo contrario; fue así como convirtió la pequeña empresa de electrónica que le dejó su padrastro en una multinacional de la información tecnológica.
Una inteligencia formidable y una gran habilidad para saber lo que los consumidores demandaban había ayudado en esa subida meteórica. Y también la implacabilidad. Pero sus adversarios lo respetaban, y su personal le era absolutamente fiel. Wolfe esperaba lo mejor de ellos, pero a cambio ofrecía las mejores condiciones de trabajo.
–Señorita Forrest –dijo entonces, pulsando el intercomunicador–. Consígame una entrada para la exposición de esta noche en la galería Working Life.
Rowan intentaba controlar un ataque de nervios que empezaba a parecer un humillante ataque de pánico.
–No quiero ir –murmuró, mirándose al espejo. La imagen que veía reflejada era la de una completa extraña.
Asombroso lo que podían hacer unos cosméticos bien aplicados.
Bobo Link, su agente, dejó escapar un suspiro.
–No puedes estar toda la vida escondiéndote.
–No estoy escondiéndome –replicó Rowan.
–Viviendo como una ermitaña en Kura, trabajando como una esclava en un café deprimente, negándote a salir ni a ver a nadie... ¿Eso no es esconderse?
–Es que tengo mucho trabajo. Quieres vender mis trabajos de cerámica y...
–Pues sal y vende –la interrumpió Bobo, su sincera y brutalmente honesta representante artística–. Estás preciosa... los ojos y la boca me han quedado estupendos. Aunque hay buen material para trabajar, es cierto.
–La verdad es que no me reconozco... Pero a mí no se me da bien vender. Deberías hacerlo tú por mí.
–Tonterías. La gente siempre quiere conocer al autor de las obras que compran y tú eres un regalo del cielo, Rowan. Además de una gran artista, eres preciosa y quedas genial en las fotos.
–No soy una modelo –protestó ella.
Bobo suspiró de nuevo.
–No te preocupes, tu trabajo destaca por sí mismo. Pero Frank hizo una crítica tan estupenda en el periódico, que sería una lástima no explotarla... usarla. Eres un genio, pero los jarrones no se comen. Y si no quieres tener que seguir trabajando de camarera toda tu vida, será mejor que aparezcas esta noche en la exposición.
Rowan se miró al espejo, pensativa. Llevaba una blusa de seda negra y una falda larga de cuero que le había prestado su representante. Debía reconocer que estaba muy guapa, pero...
–Muy bien, iré. Pero no puedo ponerme esta blusa tan transparente... ¡mis pechos no están en venta!
Bobo levantó los ojos al cielo.
–Ese padre tuyo tiene que responder de muchas cosas. Si no se te ve nada...
–¿Cómo que no? ¡Se me transparenta todo!
–Bueno, si alguien mira muy de cerca... Pero ahora se lleva así. Yo me pongo esa blusa muchas noches.
–Tú saldrías a la calle desnuda si te dejaran –rio Rowan–. ¿Y si me pongo un sujetador?
–Fatal. Quedaría muy hortera.
–Pues yo así no voy.
Suspirando, Bobo sacó una camisola de seda negra del armario.
–Los sacrificios que una tiene que hacer... Ponte esto debajo, anda.
–¿Qué es?
–Una camisola, boba. Así no se transparentará nada.
–No te merezco –sonrió Rowan, quitándose la blusa. Después volvió a mirarse al espejo–. Ah, ahora sí.
–Es cierto, no me mereces. Pero estás preciosa, así que deja de gimotear.
–Yo no estoy gimoteando.
–¿Cómo que no? Tu padre debía ser una persona maravillosa, pero te educó como una ursulina. Era demasiado anticuado... no te enfades conmigo por decir esto. Tienes un aspecto tan sexy, tan perverso... y luego resulta que eres Caperucita Roja.
–¿Caperucita Roja?
–Sí, eso mismo. ¿Y cómo vas a reconocer al lobo si no te espabilas? –suspiró Bobo, abrazándola.
«¿Cómo?», se preguntó Rowan.
Tony había sido el único hombre de su vida y después, aterrada por el caos que había creado aquella relación, decidió concentrarse en su trabajo, a través del cual canalizaba toda su energía creadora.
–Esta noche no eres Rowan Corbett, artista ermitaña. Eres Rowan, una mujer misteriosa y sofisticada cuyos trabajos dentro de poco se pagarán a precio de oro... y yo me llevaré un diez por ciento. ¡Así que vamos, tenemos mucho que vender!
Media hora más tarde, con una copa de champán en la mano, Rowan miraba a su alrededor intentando ver a todos los invitados en ropa interior.
Pero no la ayudó nada. Seguía asustada. No debería haber dejado que Bobo la convenciese. Toda aquella gente vestida con ropa de diseño y besando al aire, tan sofisticados, tan risueños... la ponían de los nervios.
Cuando miró su copa, decidió que había bebido más que suficiente para darse valor. Además, tenía veintisiete años y debía comportarse como una mujer adulta. Y si no sabía hacerlo, ya era hora de aprender.
–Cariño, quiero presentarte a alguien –oyó la voz de Bobo tras ella.
Por su tono, notó que ese «alguien» debía ser un comprador y se volvió con una sonrisa en los labios.
–Hola.
–Rowan, te presento a Wolfe Talamantes.
Como si estuviera cayendo por una pendiente, Rowan se enfrentó con un hombre altísimo de aspecto... peligroso. Era muy guapo, con facciones de pirata, pero su potente magnetismo llegaba de dentro, no a causa de un arreglo genético fortuito.
El pánico aumentó entonces, pero soltó una risita nerviosa al recordar su conversación con Bobo. Wolfe. Lobo en inglés... sin la «e», claro.
Él arrugó el ceño al verla reír. Tenía la nariz recta... o debía haberla tenido antes de que se la partieran. Pero en lugar de afearlo, aquello lo hacía aún más atractivo.
–Sí, lo sé. Es un nombre raro.
Tenía una voz ronca, muy masculina. Una voz que la hizo sentir un escalofrío. La voz del lobo, desde luego.
–No, no, perdone. Es que tengo un perro que se llama Lobo.
–¿Un caniche?
–No, un pastor alemán.
–Rowan, el señor Talamantes está interesado en el número 47. El jarrón verde.
–Ah, me alegro.
–Tienes mucho talento, Rowan –dijo él, apretando su mano.
Era absurdo, pero tenía la sensación de que estaba haciéndole el amor... contra su gusto, forzada por un deseo más grande que la formidable voluntad del hombre.
–Gracias –murmuró, tragando saliva.
Aquel hombre tenía un carisma masculino, una fuerza que la envolvía como si quisiera tragarla. Su arrogancia, su tamaño, la fuerza de sus músculos la hacían sentir recelo y curiosidad a la vez.
–¿Me perdonáis? Tengo que ir a hablar con otra persona –dijo Bobo entonces.
Wolfe sonrió.
–¿Te molesta que nos quedemos solos, Rowan?
Sus ojos eran de color verde esmeralda, con puntitos dorados, como pepitas de oro en el fondo de un río. Y, al mirarlos, el instinto le dijo que saliera corriendo porque aquel Wolfe Talamantes tenía el poder de poner su mundo patas arriba.
–Claro que no –murmuró, apartando la mirada–. ¿El número 47? –preguntó entonces, intentando desesperadamente parecer una sofisticada artista vendiendo su producto–. Ah, sí, es una pieza interesante.
No habría podido decir nada más sobre el número 47 aunque le fuera la vida en ello. Excepto quizá que era del mismo color que sus ojos.
–Una pieza hermosísima –dijo él, mirando sus labios.
El corazón de Rowan dio un vuelco. Era tan sutil como un martillo pilón, pero que fuese tan directo despertó una respuesta inmediata en todas las células de su cuerpo.
«Magia negra», pensó, buscando el número 47. Tenía buen gusto, era una de las mejores piezas.
–Lo pasé muy bien haciendo ese jarrón –dijo, tragando saliva.
–¿Dónde aprendiste a hacer cerámica?
–En Japón.
–¿En Japón?
Ella se encogió de hombros.
–El artista que más admiro en el mundo vive en un pueblecito cerca de Nara, así que fui a aprender con él.
Se sentía como bajo un potente foco. Le pesaban las piernas y tenía la piel tan sensible, que la seda de la camisola casi la quemaba.
–¿Así de sencillo?
–Bueno, no... Al principio él se negó a verme. Y era lógico. Es uno de los ídolos de Japón mientras yo solo era una extraña sin credenciales, una mujer occidental de veintiún años.
–¿Cómo lo convenciste para que te diera clases? –preguntó Wolfe.
La frialdad en su tono de voz envió un escalofrío de aprensión a su espalda.
–Acampé delante de su casa y, al final, aceptó ver alguno de mis trabajos. Pero le parecieron horrendos, y estuve un mes haciendo piezas hasta que me aceptó como alumna.
–De modo que admiraba tu testarudez. Y reconocía tu talento, de lo contrario no te habría dejado acampar frente a su casa.