Masculinidades en vertical - Francisco Jiménez Aguilar - E-Book

Masculinidades en vertical E-Book

Francisco Jiménez Aguilar

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Beschreibung

El primer franquismo supuso para España una reacción en contra de la igualdad y la libertad, donde el género atravesó todos los ámbitos de la sociedad. Desde la historia de las masculinidades, se demuestra que las culturas políticas franquistas no concibieron para su país y sus hogares un único «Juan Español», personificación del hombre de a pie. Se explica cómo llegó a ser dominante una masculinidad mitad monje mitad soldado, hasta que fue superada por otra al final de estas dos décadas: el productor. Entre la autarquía y el desarrollismo, el trabajo nunca dejó de ser una cuestión relevante para regir las vidas de los españoles y las españolas, y sus relaciones cotidianas se jerarquizaron deforma radical desde el alineamiento de la dictadura de Franco con los fascismos hasta su aperturismo iliberal. Cualquier intento de comprender la autoridad, el poder y la violencia desde un enfoque de género resulta incompleto si no se atiende a la organización de sus distintas encarnaciones masculinas.

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HISTÒRIA I MEMÒRIA DEL FRANQUISME / 68

DIRECCIÓ

Ismael Saz (Universitat de València)

Julián Sanz (Universitat de València)

CONSELL ASSESSOR INTERNACIONAL

Paul Preston (London School of Economics)

Walter Bernecker (Universität Erlangen, Núremberg)

Alfonso Botti (Università di Modena e Reggio Emilia)

Mercedes Yusta Rodrigo (Université Paris VIII)

Sophie Baby (Université de Bourgogne)

Carme Molinero i Ruiz (Universitat Autònoma de Barcelona)

Conxita Mir Curcó (Universitat de Lleida)

Mónica Moreno Seco (Universidad de Alicante)

Javier Tébar Hurtado (Universitat de Barcelona)

Teresa M.ª Ortega López (Universidad de Granada)

Se hace constar que no ha sido posible identificar la autoría de algunas imágenes o contactar con sus titulares. Si alguna persona o institución considera vulnerados sus derechos, la editorial hará lo posible por resarcirlos e incluir las menciones oportunas en próximas reimpresiones o nuevas ediciones.

Esta publicación no puede ser reproducida, ni total ni parcialmente, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, ya sea fotomecánico, fotoquímico, electrónico, por fotocopia o por cualquier otro, sin el permiso previo de la editorial.

© Francisco Jiménez Aguilar, 2023

© De esta edición: Universitat de València, 2023

Publicacions de la Universitat de València

https://puv.uv.es

[email protected]

Coordinación editorial: Amparo Jesús-Maria

Ilustración de la cubierta:

Foto frente al espejo, Francisco Jiménez Rodríguez (1963)

Maquetación: Inmaculada Mesa

Diseño de cubierta: Celso Hernández de la Figuera

Corrección: David Lluch

ISBN: 978-84-1118-273-7 (papel)

ISBN: 978-84-1118-274-4 (ePub)

ISBN: 978-84-1118-275-1 (PDF)

Edición digiutal

Al pequeño David,que empieza a caminar

Pisotead mi sepulcro también

os lo permito

si así lo deseáis inclusive y todo

aventad mis cenizas gratuitamente

si consideráis que mi voz de la calle no se acomoda con vuestros fines suculentos

pero dejad tranquilo a ese niño que duerme en una cuna

al campesino que nos suda la harina y el aceite

al joven estudiante con su llave de oro

al obrero en su ocio ganado fumándose un pitillo

y al hombre gris que coge los tranvías

con su gabán roído a las seis de la tarde.

Esperan otra cosa.

Los parieron sus madres para vivir todos

y entre todos aspiran vivir tan solo esto

y de ellos solamente ha de crecer

si surge

una raza de hombres con puñales de amor inverosímil

hacia aventuras más hermosas.

Miguel LABORDETA, «Mataos», Violento idílico, 1949

ÍNDICE

PRÓLOGO, de Miguel Ángel del Arco Blanco

AGRADECIMIENTOS

LISTA DE ABREVIATURAS

INTRODUCCIÓN

I. CRUZADOS Y TRABAJADORES

MONJES Y SOLDADOS: LA SÍNTESIS DE LA MASCULINIDAD MARCIAL FRANQUISTA

«La fecunda unión de la Cruz y la Espada»

Dispuestos a sacrificarse

«Ejemplos vivos»

Asesinos, cobardes, infrahumanos

EL LADO MASCULINO DE LA RETAGUARDIA: LA CONCEPCIÓN DE LA MASCULINIDAD TRABAJADORA FRANQUISTA

«La poesía del trabajo»

Alegres de trabajar

El frente del trabajo

Enemigos de género

II. GUARDIANES Y AUSTEROS

ENTRE LA GUERRA Y LA PAZ: LA MASCULINIDAD MARCIAL EN LA POSGUERRA

¿El descanso del guerrero?

«Vivir de pie»

Preparados para combatir

LA HORA DEL TRABAJO: LA MASCULINIDAD TRABAJADORA EN LA AUTARQUÍA

«Trabajar como antes no es posible»

Patronos, obreros y labradores

Ni españoles ni laboriosos

Honrados de servir

III. MODERNOS Y ARISTÓCRATAS

«LOS SOLDADOS DE LA PAZ»: LA MASCULINIDAD MARCIAL EN LA GUERRA FRÍA

La penitencia guerrera

La «pacificación» del monje-soldado

«LA NUEVA ARISTOCRACIA»: LA MASCULINIDAD TRABAJADORA EN EL APERTURISMO

La glorificación del trabajo

Libres para trabajar

«Hacer del trabajo la columna vertebral de nuestra economía y aun de nuestra sociología»

IV. TRABAJADORAS Y PATRIARCAS

UNA NACIÓN DE PRODUCTORES: LA CENTRALIDAD DEL TRABAJO EN EL FRANQUISMO

«Por la unidad, la libertad y la grandeza de España»

Ensanchando el mundo laboral

MADRES TRABAJADORAS Y TRABAJADORES PADRES: TRABAJO, FAMILIA Y GÉNERO

Madres que trabajan más allá del hogar

Trabajadores padres

CONCLUSIÓN: LA CONCEPCIÓN VERTICAL DE LOS HOMBRES

FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA

PRÓLOGO

Cuando nos adentramos en la tercera década del siglo XXI, podemos decir que estamos logrando conocer en profundidad el franquismo. Superamos así las trabas de casi cuarenta años de dictadura en los que la historia se deformó o silenció. Lentamente, desde poco antes de la muerte del dictador en 1975, desde la Transición hasta nuestros días, innumerables historiadoras e historiadores han realizado aportes significativos para conocer diversos aspectos de la dictadura en su dimensión política, económica, social o cultural. Podría parecer, por tanto, que quedan pocos temas por abordar para comprender, explicar y conocer el régimen del general Franco. Pero no es así. La mejor prueba de ello es este libro de Francisco Jiménez Aguilar.

La obra es producto de la tesis doctoral que defendió en la Universidad de Granada en 2021. No obstante, y pese a las presiones y urgencias del que este prólogo suscribe, el autor se ha resistido a publicarla hasta ahora. Ello es buena prueba de que tuvo la inteligencia suficiente de no seguir mis consejos: se tomó su tiempo, anotó e introdujo los comentarios del tribunal, prosiguió con más lecturas y reflexionó todavía más. El producto es una obra diferente, más madura, con más calado y trascendencia.

Masculinidades en vertical estudia las masculinidades bajo la primera etapa del franquismo. Masculinidades hegemónicas, por supuesto, trazadas por el poder como el modelo que debían seguir los «buenos españoles». Arranca para ello en los días de la Guerra Civil, deteniéndose tanto en la vanguardia como en la retaguardia del bando rebelde. Prosigue ocupándose de los años «más azules» del franquismo, donde primará la «masculinidad marcial» propia de la «Victoria», acompañada de un modelo de trabajador español vinculado con la autarquía. Mas la obra es todavía más ambiciosa: se atreve también con el periodo que va de 1945 al Plan de Estabilización (1959), rastreando cómo las masculinidades propias de la guerra van quedando orilladas para emerger poco a poco las vinculadas con la técnica o incluso con una idea de «libertad» (por supuesto, en los estrechos términos en que la entendía el franquismo). Pero eso no es todo: en la última parte el autor se aleja de los discursos oficiales del régimen y se detiene a observar en funcionamiento las figuras de masculinidad en la esfera del trabajo, de la familia y de lo doméstico.

El libro es por consiguiente ambicioso. Sus conclusiones también lo son. Demuestra que, como pudo suceder respecto a otras cuestiones, el franquismo fue menos homogéneo de lo que podíamos pensar. Está claro que apostó por unas masculinidades hegemónicas que estaban en sintonía con su idea de España y su forma de legitimar la Guerra Civil como «Cruzada». Pero dentro de las masculinidades dictadas, hubo una cierta heterogeneidad, lo que permitió que más grupos sociales se identificasen con él: no solo las clases altas, sino especialmente las heterogéneas clases medias, sin renunciar tampoco a un discurso obrerista a través del modelo del «buen trabajador».

El franquismo tampoco fue un régimen monolítico respecto a las masculinidades oficiales: fue lo suficientemente flexible como para mutar y tratar de adaptarse a las circunstancias. Pudo esculpir masculinidades que fueron aceptadas en la guerra, en la primera posguerra y en los años cincuenta. De la movilización bélica al fascismo, del fascismo al periodo católico, y de este a la Guerra Fría o incluso al aperturismo.

A primera vista, Masculinidades en vertical es un libro que podría encuadrarse en la historia de género. Una historia de género, desde luego, de nuevo cuño: sigue la estela de investigadoras imprescindibles como Nerea Aresti, Zira Box o Mary Vincent (entre otras) y apuesta por mirar a lo masculino para comprender lo social. Sin duda, el libro es eso. Pero sus páginas se levantan en un cruce de caminos: el de los estudios del franquismo. Entronca especialmente con aquellas investigaciones que apuestan por conocer el régimen desde dentro, acercándonos a su lado más humano. Mirando a los sujetos, uniendo la retórica oficial con los elementos sociales, familiares o individuales. El libro es, por tanto, una estupenda pieza de historia social. Una historia social que ya hemos aprendido a no identificar solo con el estudio de la realidad material, sino también con los elementos culturales, pues las sociedades del pasado no pueden comprenderse ni explicarse sin esa doble mirada a lo social que aúna lo material y lo cultural.

Quiero insistir en la idea del cruce de caminos, porque la obra no se limita a las masculinidades. Entronca con otros temas esenciales para comprender el franquismo, para comprender el presente y para comprendernos a nosotros. Quizá el más claro es el del nacionalismo: como demuestra Jiménez Aguilar, construyendo hombres se construye nación, un determinado modelo de nación. Los hombres se conciben en vertical y la nación española también. Por eso, acercarse a las masculinidades es también acercarnos al modelo de sociedad que quiso construir el franquismo: profundamente masculina, con las mujeres supeditadas a los hombres y siempre en segundo plano, y desde luego una sociedad jerárquica, nada igualitaria ni en el género ni en lo social.

La historia debe ser el estudio del poder en sus diversos ámbitos. Este siempre actúa, y más en las dictaduras, delimitando lo que debemos ser, estableciendo modelos hegemónicos y mayoritarios. El poder teme la diferencia, la heterogeneidad. Prefiere las autopistas a las carreteras secundarias. Es una forma imprescindible de control social. Francisco Jiménez Aguilar nos descubre de forma brillante los secretos de cómo lo hizo el franquismo respecto a los hombres. Qué queda de todo aquello es una tarea de la que ya no se ocupa, pues la buena historia, como la que él elabora, debe ser una genealogía del presente. Responder a esta última pregunta corresponde ya al lector al término de la obra.

MIGUEL ÁNGEL DEL ARCO BLANCOUniversidad de Granada

AGRADECIMIENTOS

Este libro es el resultado de buena parte de mi trabajo de investigación predoctoral. El texto definitivo fue culminado tras dos visitas a Madrid en el verano de 2021 y la primavera de 2022. Durante su escritura conté con un contrato de investigación adscrito al Departamento de Historia Contemporánea de la Universidad de Granada, así como con la ayuda de los proyectos de investigación «La hambruna española: causas, desarrollo, consecuencias y memoria (1939-1952)» y «La construcción de la cultura y de la identidad de Andalucía». Mientras termino de revisarlo, empiezo una nueva etapa en el grupo Experiencia Moderna de la Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Uniberstsitatea, bajo la supervisión de la profesora Miren Llona, como investigador posdoctoral Juan de la Cierva. Más de un lustro dedicado al estudio de las masculinidades en el franquismo. Un trabajo precario, pero sostenido por muchas personas que lo han hecho posible y merecerían acompañar a mi nombre.

En primer lugar, me gustaría dar las gracias al tribunal que evaluó mi tesis doctoral, formado por Nerea Aresti, Zira Box, Jorge Marco, Cristina Moreiras-Menor y Teresa M.ª Ortega. Desde un principio recibí su atención, cercanía y generosidad ante mi trabajo. Con posterioridad, han compartido conmigo conversaciones y me han ayudado a orientar mi estudio u optar a varias opciones posdoctorales. Espero con esta obra responder a una parte de las cuestiones que en su día me formularon, y prometo saldar en el futuro muchas otras que han quedado a la espera de una nueva oportunidad para ser puestas negro sobre blanco. He de reconocer aquí que sin la buena recepción recibida quizá no habría recobrado las ganas –de las que en aquel momento carecía– para pensar siquiera en esta monografía.

Como el apoyo que siempre me ha brindado Miguel Ángel del Arco Blanco, director de dicha tesis. Él ha estado en todo momento a mi lado, desde que empecé a esbozarla hasta que por fin ha visto la luz. Al echar un vistazo atrás, solo tengo palabras de agradecimiento para alguien que hace de la historia una vocación. Sin duda, he contado con la mejor guía para aprender a experimentar ese mismo sentimiento, además de con un gran amigo con el que seguir creciendo dentro y fuera de este mundo que llaman academia.

Varias personas han sido importantes en el proceso de investigación y escritura. Entre 2015 y 2017, Manuel Martínez y Diego Checa apoyaron algunas becas en la Universidad de Granada que me permitieron sufragar una pequeña parte de los gastos del doctorado, además de enseñarme otras formas de trabajo en la historia y de compromiso con esta. Ana Martínez Rus me acogió con generosidad, a finales de 2018, en la Universidad Complutense de Madrid, donde pude recopilar la mayor parte de las fuentes empleadas. Mary Vincent me invitó unos meses después, en 2019, a la Universidad de Sheffield. Allí conseguí ampliar mis horizontes intelectuales y orientar mis ideas iniciales con sus incisivas preguntas y la cercanía de las compañeras del Department of History. De vuelta a Granada, Claudio Hernández ha estado ahí siempre para echarme una mano.

Mención especial merece todo el personal de archivos, hemerotecas y bibliotecas que con el paso del tiempo hicieron suyo mi trabajo. En especial, a la gente de la Hemeroteca Municipal de Madrid, la Biblioteca Nacional de España y la Biblioteca de la Universidad de Granada. No solo me han ayudado a buscar las fuentes adecuadas o han reducido los tiempos de espera, sino que hicieron la soledad más llevadera con una buena conversación o una generosa taza de té con alguien que no conocían. Del mismo modo que todos los granadinos que me dejaron entrar en sus vidas para conocer mejor qué es eso de la masculinidad. Ojalá pueda más pronto que tarde dejar que sean vuestras vidas las que conmuevan a quienes nos preocupan estos temas.

Algunos de los lugares en los que he podido reflexionar colectivamente sobre estas cuestiones son la Universitat Autònoma de Barcelona, la Universidad de Granada, la Universidad de Kent, la Universidad de Leeds, la Universidad de León, la Universidad Nacional de Colombia, la Universidad del País Vasco, la Universidad de Salamanca, la Universidad de Sheffield, la Universitat de València o la Universidad de Zaragoza. Las compañeras de la enseñanza secundaria y universitaria, así como las nuevas amistades que he encontrado al viajar de un sitio a otro para consultar un archivo, o asistir a un congreso o un curso, me han ofrecido su ayuda, buenos comentarios, algunas ideas o simplemente su interés por mí con el paso de los años. Son más, pero no puedo dejar sin nombrar aquí a Juan Santana, Lázaro Miralles, Alba Martínez, Gloria Román, José Manuel Maroto, Antonio Segovia, Laura Cabezas, Candela Fuentes, Stephanie Wright, Alejandro Pérez-Olivares, Eider de Dios, Ainhoa Campos, Sergio Moldes y Antonio Álvarez-Benavides.

Me hizo mucha ilusión la aceptación de mi propuesta por PUV para su colección Història i Memòria del Franquisme, pues me confieso un asiduo lector de esta. No exagero cuando digo que este trabajo hubiera sido inconcebible sin gran número de los títulos que conforman su catálogo. Solo puedo agradecer a los dos evaluadores anónimos sus comentarios, que han mejorado el resultado final del manuscrito, además de a su editora Amparo Jesús-Maria, que ha estado siempre atenta y ha hecho el proceso más fácil.

Termino dando las gracias a mis amigos y mi familia. A los de siempre, a los que ya no están y a los que desde hace poco me acompañan. Pero sobre todo a mi madre, Lola; a mi padre, Paco; a mi hermana Gloria, mi cuñado Emmanuel, mi ahijado David, y mi Luna. Nada de esto hubiera sido posible sin todas y todos. Vuestras aspiraciones y problemas siempre están en mis pensamientos, porque nadie como vosotros me comprendéis y apasionáis.

Granada, julio de 2022 / Leioa, marzo de 2023

LISTA DE ABREVIATURAS

AC

Acción Católica

CEDA

Confederación Española de Derechas Autónomas

CNS

Central Nacional-Sindicalista

DA

División Azul

DNE

Delegación Nacional de Excombatientes

FE

Falange Española

FE de las JONS

Falange Española de las Juntas de Ofensiva Nacionalsindicalistas

FET-JONS

Falange Española Tradicionalista de las Juntas de Ofensiva Nacionalsindicalistas

INI

Instituto Nacional de Industria

JAP

Juventudes de Acción Popular

OJ

Organización Juvenil

ONU

Organización de Naciones Unidas

OSE

Organización Sindical Española

PIB

Producto Interior Bruto

SEAT

Sociedad Española de Autómoviles Turismo

SEU

Sindicato Español Universitario

SF

Sección Femenina

SMO

Servicio Militar Obligatorio

SS

Servicio Social de la Mujer

SUT

Servicio Universitario del Trabajo

URSS

Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas

INTRODUCCIÓN

Muchos fueron los adjetivos dedicados a los hombres durante la dictadura de Francisco Franco en España: alegres, austeros, cultos, disciplinados, espirituales, fervorosos, fieles, fuertes, juveniles, heroicos, honorables, humildes, leales, obedientes, orgullosos, patrióticos, sacrificados, serviciales, trabajadores, templados, valientes, voluntariosos… En definitiva, viriles. Hombres-hombres. Siempre bajo la presión de las expectativas de género o el impulso interno de rebelarse ante estas. Contrariados por aquellas ideas que habían aprendido a creer con su alma y sostenían a una comunidad que sentían en sus entrañas. Seguros de no tener por qué cumplir con todos los atributos del buen español, o de que la supuesta naturaleza masculina impedía alcanzarlos, a pesar de apoyar con firmeza el mismo régimen que los amparaba y los quebrantaba. El derrocamiento militar de la Segunda República, la guerra, la violencia cotidiana y la instauración de un nuevo estado ultranacionalista y ultracatólico supusieron una reacción patriarcal a las relaciones entre hombres y mujeres. Porque eran precisamente los propios españoles quienes debían encarnar ese nuevo país construido sobre un pacto de sangre donde todos no eran iguales. Ni ante Dios ni ante la patria. Por eso todos debían demostrar de manera constante ser merecedores de estos atributos o sus mismos congéneres los señalarían por su afeminamiento, amaneramiento, blandura, bestialidad, cobardía, crueldad, debilidad, decadencia, deshonra, emasculación, impiedad, inutilidad, inversión, sodomía, traición, tibieza o vergüenza.

Para saber cómo eran los hombres bajo el franquismo, primero hay que conocer de qué modo debían serlo. El varón respetable, el caballero, el donjuán, el patriarca, el cruzado, el santo varón, el chulo, el rodríguez, el ganapán, el padre responsable o el macho ibérico. Son muchos los modelos que han intentado capturar la masculinidad de los españoles desde mediados del siglo XX. Cada uno guiado por una forma de acercarse a la realidad, cuestionarla, afrontar problemas o buscar soluciones. Pensamientos fruto de vivencias compartidas, conocimientos heredados, etnografías, historias sociales y culturales, genealogías de género o huellas en nuestra propia carne han permitido reflexionar sobre sus experiencias. El verdadero sentido del Juan español, esa representación popular del hombre de a pie. Tan cercano, tan extraño. Probablemente, en pocos lugares se han dedicado de forma directa o indirecta tantas líneas a esta cuestión. Y sin embargo todavía resulta difícil conciliar la historia con el pensamiento feminista: la persistencia de las desigualdades con la posibilidad de que todo cambie.

Al mirar atrás, cuesta ver al conjunto de los españoles identificados con el «hombre nuevo» plasmado por la historiografía del fascismo y el franquismo. Es más, no es factible que todos estuvieran cortados por el mismo patrón. Como investigador, acercarse a la cuestión de la masculinidad se convirtió desde el primer momento en todo un desafío. ¿Cómo unir la visión lineal mayoritaria de una única masculinidad ideal franquista con la constatada pluralidad de vivencias de los hombres y las mujeres a lo largo de la dictadura? El caso familiar del subscriptor de estas líneas impidió una primera toma de contacto con ese modelo ideal fascista a la española. El trabajo inicial con las fuentes escritas tampoco reflejaba de manera usual esa masculinidad de la que hablan tantas historiadoras e historiadores interesados por el periodo de entreguerras. Ni los testimonios orales acercaban siquiera de un modo tangencial a ese nuevo hombre invocado por los contrarrevolucionarios españoles: sus representantes no querían hablar, sus detractores preferían eludirlo o caricaturizarlo y otros lo habían encerrado en el cajón de los recuerdos. Las etnografías que antropólogos anglófonos llevaron a cabo desde mediados de los años cincuenta ya daban buena cuenta de otras formas de concebir lo masculino, sin menoscabo del machismo omnipresente. Visto con perspectiva, no hacía falta indagar mucho para constatarlo. Simplemente bastaba con escuchar con atención los problemas de las personas mayores hoy día –o pensar sobre lo que callan–, pues no acostumbran a ir en la misma dirección de los grandes temas de los estudiosos del fascismo.

Este libro nace de la necesidad de replantear nuestro conocimiento de las masculinidades durante el primer franquismo. Su mayor aportación es la de considerar por primera vez la masculinidad desde su pluralidad cuando se aborda el estudio de este y otros periodos. Para ello propone un reenfoque político, centrado en el análisis de distintas masculinidades no solo basadas en las innumerables experiencias masculinas y femeninas, sino también en las relaciones de poder y las formas en las que se desplegaron. Frente a los estudios de historia de las mujeres y de historia sociocultural de la dictadura que por fortuna han incluido el género, aporta una visión renovada en la que demuestra la coexistencia de diferentes tipos de masculinidad y feminidad nacionales. Para tal fin, ofrece una perspectiva actualizada de los conceptos, las teorías y los métodos dedicados al estudio del género, lo que permite describir su extensión, legitimidad e influencia en el pasado. Analiza de forma comparada diversas feminidades y masculinidades, así como los modelos y contramodelos ligados a estas, para dar cuenta de la construcción simbólica de múltiples formas de desigualdad y violencia que sufrieron las personas. Al mismo tiempo reflexiona sobre sus contradicciones y solapamientos en la agencia de los propios individuos, prestando atención a los discursos dominantes sobre la realidad de la época.

Otra de las aportaciones de este estudio son sus reconsideraciones sobre el orden de género franquista. Esta monografía pretende definir la masculinidad dominante propia de las primeras décadas de la dictadura, así como las masculinidades subordinadas que conformaron su cosmovisión. Interpreta aquellos elementos que reequilibraron las relaciones de poder de los hombres con el trasfondo gubernativo, bélico e internacional que asoló al país en los años treinta. Describe cómo se mantuvo en el tiempo este régimen sexual en relación con las derivas políticas, económicas y culturales de los años cuarenta, donde persistió una guerra de baja intensidad y se emprendió la lenta desfascistización del régimen. Finalmente, señala algunos de los elementos que permitirían la reconversión de este orden a mediados de siglo, considerando sus posibles consecuencias posteriores tanto para los hombres como para las mujeres. Muchas de las conclusiones alcanzadas nacen de la voluntad de repensar la historia contemporánea de las masculinidades y las feminidades en España, tal y como dar pie a una revaluación de los estudios sobre el género y la masculinidad en los fascismos.

La esfera privada de la familia y la organización sexual del mundo laboral durante el franquismo son tratadas en estas páginas por primera vez desde la masculinidad. Se revalúa el papel del trabajo y su vínculo con los hombres y las mujeres, poniendo en valor otros materiales populares, como las revistas femeninas o el cine, para su estudio en el pasado. Se reconstruye el concepto de trabajo de las culturas políticas franquistas y su relación con la cultura oficial. Con ello se busca su revalorización para el estudio de esta época, minusvalorado por la historia social, confinado a enfoques estrictamente económicos o separado de las esferas política o cultural. A partir de ahí, se logra replantear la relación de las feminidades y las masculinidades con la cuestión laboral. En este sentido, esta obra no se limita al estudio de la masculinidad y realiza algunas aportaciones a la historia de las mujeres y de género durante el primer franquismo. Lo hace al reconsiderar el vínculo de lo femenino con el trabajo a fin de comprender mejor los cambios legislativos, económicos y culturales desplegados a partir de los años cincuenta. En cuanto a la masculinidad, examina su dimensión doméstica atendiendo a cuestiones como el sustentamiento, el matrimonio y la paternidad, hasta ahora ignoradas. Los dos temas son esenciales para descifrar otras facetas del régimen franquista y sus injusticias.

De manera transversal, se atiende a todas aquellas formas de masculinidad abyectas que coexistieron desde la guerra hasta el fin del aislamiento internacional. A lo largo de los próximos capítulos se rescatan los contramodelos de hombres señalados por las culturas políticas del franquismo, partiendo de aspectos interseccionales del género como la ideología política, la orientación sexual, la clase social, la competencia emocional, la religiosidad, la racialidad o la humanidad. Su consideración permite comprender las relaciones de género desde lo positivo a lo negativo, pero también desde lo posible y lo imposible, considerando su función para reforzar las masculinidades hegemónicas del periodo o para que, desde los márgenes, pudieran darse transformaciones. De hecho, se incidirá en los obstáculos que muchos españoles sortearon en sus vidas ante el imperativo sexual, se especulará sobre las presiones experimentadas en determinados momentos y se intentará arrojar luz sobre los cambios que supusieron algún pequeño paso hacia la igualdad.

No es casual el interés despertado por la sexualidad masculina en el franquismo. Culto al cuerpo, militarismo imperialista y disciplina social fueron respuestas a las grandes transformaciones de finales del siglo XIX y principios del XX. En aquel contexto, la masculinidad se elevó como uno de los principales campos de batalla. Intelectuales y políticos occidentales ya habían discutido tiempo atrás sobre la necesidad de un «hombre nuevo» para hacer frente a los males del liberalismo, la industrialización o la sociedad de masas. El auge de las mujeres en la política, la liberación sexual y el feminismo propiciaron nuevas respuestas sexistas que, en nombre de la modernidad o la tradición, defendieron la vigencia de las relaciones patriarcales. Cuando durante el periodo de entreguerras se alcanzó el contexto propicio para que esta reacción pudiera incorporar otras concepciones raciales, religiosas o reproductivas, los movimientos fascistas abanderaron la alternativa de quienes sentían la emancipación femenina y la pérdida general de la autoridad masculina como síntomas de decadencia, de una derrota.

Desde la década de los años treinta ya se tenía consciencia del sexo como un factor clave en el auge del fascismo, mas no sería hasta los años ochenta y principios de los noventa cuando se constató la centralidad de la virilidad y la heterosexualidad. Entre todas las historiadoras y los historiadores, George L. Mosse fue quien obtuvo un mayor reconocimiento por defender este carácter idiosincrático. Esto le permitió identificar el clímax de una idea dominadora masculina, vinculada a la fuerza, el ultranacionalismo y la guerra en Alemania e Italia. La fuerza fue exacerbada a través del deporte y la educación física. El cuidado del cuerpo debía estar precedido del cultivo espiritual. El autocontrol y la disciplina se inculcaron concienzudamente en las escuelas y las organizaciones de encuadramiento fascistas. Los hombres debían ser unos «cruzados», capaces de sacrificar sus vidas por el líder, el partido o la patria. De ahí la importancia del sinfín de referencias militares o el culto a la muerte. Todo ello estuvo acompañado de una concepción de la sociedad autoritaria, jerárquica y disciplinaria, sostenida en la dominación sexual sobre las mujeres y cuyo contrapunto era la persecución de todos aquellos que no se ajustaban al ideal.1

Entretanto, la historia de las mujeres reflejó otras mutaciones experimentadas por los hombres durante este periodo. En la Europa fascista la familia se consideró como la principal célula social, muchas veces situada por encima del Estado. Ya sea por razones religiosas, económicas o históricas, esta representó los principios de orden, jerarquía y armonía. Las unidades familiares debían ser extensas, promoviéndose políticas pronatalistas y eugenésicas que buscaban aumentar y moldear el «cuerpo social». Para este propósito, se crearon subsidios, premios a la natalidad, reducciones de tasas, préstamos, instituciones dedicadas a la protección de las madres y los hijos, al mismo tiempo que se prohibían y perseguían las prácticas sexuales «deshonestas», los métodos anticonceptivos y el aborto. Estas mismas apelaciones a la familia redujeron los espacios autónomos de organización civil, mientras que la relación de los gobiernos con los representantes políticos elegidos por el pueblo fue reemplazada por la participación ficticia de las familias, guiadas únicamente por la figura paterna. Gracias a los fascismos, los hombres reafirmaron su poder en el hogar y, a partir de él, en otros ámbitos.2

Con la caída del Orden Nuevo fascista, esta masculinidad ideal entró en una nueva fase de crisis y renovación. El trauma bélico trajo consigo un proceso de duelo en países como Alemania, Italia, Francia o Austria, donde la masculinidad seguiría percibiéndose como un espacio cardinal en las disputas políticas.3 Según el propio Mosse, el «hombre nuevo» fascista no sobrevivió a la posguerra, salvo en los nostálgicos. El género masculino se iría deshaciendo de los atributos militares, políticos y raciales por una concepción más centrada en la domesticidad y el trabajo, que contribuyera a la reconstrucción de sus hogares.4 La nación perdió buena parte de su importancia en favor de la familia a la hora de definir la masculinidad. En este tiempo los hombres y las mujeres se asentaron en una «igualdad en la diferencia». Al tiempo que los gobiernos democráticos implementaron leyes y políticas para amparar la igualdad civil de las mujeres, se enfatizó la imagen protectora masculina, alentando y reacomodando la función maternal femenina.5 Ligado a estos dos cambios, la virilidad dejó de vincularse con el dominio de la violencia. La derrota de las potencias fascistas o el rol subordinado adquirido por países como España, Portugal o Grecia en la Guerra Fría hicieron que el nexo entre masculinidad y militarismo fuera desvaneciéndose, al contrario de lo que ocurrió en las dos grandes potencias emergentes: Estados Unidos o la URSS.6

Durante el franquismo puede apreciarse una dinámica similar a la descrita hasta aquí. Pese a la función legitimadora de gran parte de los antropólogos bajo la dictadura, una nueva generación realizó sus primeras etnografías en los pueblos de la región meridional desde la década de los cincuenta. Aquellas investigaciones pioneras demostraron la importancia de muchas prácticas culturales ligadas a la sexualidad masculina. La recuperación de tradiciones como el carnaval o la tauromaquia, donde se ritualizaban estereotipos sexuales, el estudio de apodos, refranes o metáforas encarnadas como vestigios del sexismo imperante y la descripción de las prácticas autoritarias de los españoles en su cotidianeidad los llevó a convertirse en precursores de lo que llegaría a denominarse más tarde como la antropología de género. Así, desplazaron la mirada de las particularidades de los hombres como sexo a los elementos culturales ligados a este que reproducían relaciones de dominación entre sus pares y las mujeres. La historia de las masculinidades no puede concebirse sin esto. Pese a ello, estas investigaciones partían de visiones aún coloniales, ahistóricas y biologicistas del sexo.7

El interés historiográfico por la masculinidad española empezó con la aparición de la historia de género entre los años ochenta y noventa del pasado siglo. Giuliana Di Febo fue la primera en rescatar la figura del «monjeguerrero» como un instrumento primordial de la represión de las españolas.8 Mary Vincent observó la definición de un nuevo modelo de hombre para dotar de sentido al proyecto antirrepublicano; las figuras del «cruzado» y el «mártir» fueron representadas en los cuerpos, la vestimenta y la iconografía de las distintas culturas políticas de derechas como vehículos de esta nueva definición de la masculinidad. Por otra parte, captó cómo la dictadura se instituyó en una concepción jerárquica y paternalista, donde los hombres fueron constantemente simbolizados por encima de las mujeres. Las conclusiones que arrojó su trabajo fueron determinantes: la construcción de un hombre nuevo, como había puesto de manifiesto la historiografía del fascismo, era aplicable al caso de España, y la historia de género debía revaluar la dimensión masculina en la ecuación de la creciente desigualdad femenina en esta época.9

En las últimas décadas, el interés por la historia de la masculinidad ha crecido exponencialmente. Pero esta continúa sin explicar de manera satisfactoria la transformación de las relaciones de género y, más específicamente, de las masculinidades. Teniendo en cuenta las investigaciones precedentes, se carece de una justificación suficiente que conecte ese modelo de masculinidad fascista que alcanzó su plenitud durante la guerra y la inmediata posguerra con el de, por ejemplo, los labradores y obreros, cuya voz han rescatado la antropología o la historia social. Preguntarse por la evolución de este modelo de masculinidad y su relación con estos hombres, así como por la coincidencia en el tiempo entre unos y otros, se torna crucial para comprender las relaciones de género en esta época. Por esta razón, algunos estudios recientes han puesto el acento en otras masculinidades. Irene Murillo ha demostrado la hegemonía de un modelo de hombre paternalista, trabajador y cristiano en los procedimientos instruidos contra los vencidos en los años cuarenta.10 Por su parte, la propia Vincent ha tratado esta misma problemática en un ensayo donde analiza un álbum familiar. Con el concepto «masculinidades comunes» ha intentado conectar a los hombres que aparecen en estas fuentes y escapan de la definición más extendida de la masculinidad franquista que ella misma elaboró.11 Esto último ha sido constatado por Ángel Alcalde al estudiar la sustitución del modelo de masculinidad de los excombatientes franquistas.12 Por último, las recientes monografías de Jorge Marco y Bertrand Noblet reflejan con claridad la coexistencia de múltiples tipos de masculinidad. Incluso, en el caso de la virilidad combatiente sublevada, la competencia entre distintos modelos.13 Resulta problemático seguir preguntándose por cuál era el modelo ideal de masculinidad en el franquismo o el fascismo cuando la historia parece mostrar que muchas de las dinámicas en las relaciones de género estuvieron precisamente motivadas por la pluralidad de formas hegemónicas de ser hombre.

Hasta ahora conceptos como los de virilidad, hombría y masculinidad han permitido iluminar nuevos aspectos de la historia política, económica y cultural de los fascismos. Los enfoques socioculturales han renovado de forma paralela la historia de las mujeres y la historia de género del periodo de entreguerras, pese a lo cual continúan existiendo simplificaciones y abusos del concepto de masculinidad, muchas veces motivados por dotar de sentido tesis y teorías sobre este fenómeno político o explicar dinámicas en las relaciones de género que, en la práctica, son mucho más complejas. Numerosas visiones históricas sobre esta época no se cuestionan en profundidad las continuidades y las rupturas. Para más inri, con frecuencia no existe un diálogo certero entre diferentes ramas de la historia. Es por ello indispensable establecer unas definiciones y un enfoque que permitan aunar distintas tradiciones disciplinares sin perder de vista cuáles son los principales interrogantes suscitados por la historia de la masculinidad en casos como el franquismo.

En esta investigación se parte de un concepto de masculinidad que intenta dar cuenta de la relación individual y colectiva entre lo normativo y lo subjetivo de la sexualidad masculina, la cual está atravesada por factores espaciales, políticos y temporales. Las experiencias de los individuos en el pasado están mediadas por el género masculino, tal como el femenino y otros posibles. Los discursos en torno a la sexualidad definen los cuerpos, sus prácticas, sus deseos, sus fantasías, sus identidades; en definitiva, su ser. A través de ellos, los sujetos simbolizan sus fases de desarrollo, dirigen sus acciones, se organizan y disputan su lugar en distintos ámbitos. También construyen diferencias, fundan las normas que las establecen, legitiman determinadas desigualdades o llevan a cabo exclusiones. Y en sus vidas son ellos mismos quienes crean estos discursos, los representan, los reproducen, los normalizan, los cuestionan y los transforman. En otras palabras, la masculinidad participa de forma activa en la reproducción social.14

Al analizar las masculinidades, la mayoría de los estudios históricos se han centrado en lo que aquí se denominarán modelos, atributos y tipos. Estos tres conceptos hacen referencia a las formas de considerar la acción social basada en el sexo. Primero, los «modelos» son las fantasías que simbolizan distintos hombres. Estas pueden ser históricas, míticas, coetáneas y en acto, protagonizadas por los propios individuos y grupos. Sería la forma de aprehender la acción masculina en relación con otros hombres y géneros. Estos modelos están conformados a su vez por una serie de «atributos», que serían las cualidades asociadas a cada modelo de masculinidad. Estas propiedades pueden ser de tipo somático (rasgos), emocional (caracteres), moral (valores) y social (deberes), entre otras. Su delimitación ofrece una visión heurística del ser hombre que no se reduzca a lo individual o lo social, y que demuestre que muchos de estos elementos son sexualizados. Por último, se puede hablar de «tipos» cuando al clasificar y agrupar los modelos y los atributos masculinos es posible reproducir unas determinadas relaciones de poder. A pesar de la especificidad de cada momento, las masculinidades comparten lógicas similares dentro de un orden de género. Esto permite dar cuenta de las experiencias para comprender las relaciones basadas en el cuerpo, rescatando, delimitando y clasificando las formas posibles de ser hombre y sus consecuencias.

En esta senda, este libro propone un reenfoque político de la masculinidad centrado en los tipos de poder y las relaciones de jerarquía. Por una parte, están las formas de ejercer el poder o resistirse a él. Por más que estas sean variadas e intercambiables, deben categorizarse. Aquí la distinción entre modelos y tipos de masculinidad es fundamental. Si bien los modelos actúan como fantasías concretas de los hombres, los tipos responden a articulaciones propias que reproducen unas lógicas de poder determinadas y pueden rastrearse en diferentes sociedades y épocas. Pasar de la constitución de cada masculinidad al estudio de sus distintas regulaciones sociales. Por supuesto, dichos tipos poseen una historicidad y se manifiestan de formas diversas. En este sentido, algo recurrente en la teoría y la historia de las masculinidades es su escasa atención a las múltiples formas de poder masculino (o masculinizadas). Rastreando el trabajo de varias autoras y autores puede abordarse el reflejo de estas experiencias en el pasado.15

Para esta investigación se han descrito dos grandes tipos, a los que habría que sumar un tercero ignorado. En primer lugar, puede distinguirse una masculinidad «dominadora». Este tipo basa su preminencia en la agresión y el dominio sobre otros cuerpos. Las masculinidades dominadoras obtienen su estatus social de usar su fuerza –al mismo tiempo que se ponen en riesgo– para eliminar a otros, lograr el sometimiento de sus pares, controlar a las mujeres a través de la coerción o la seguridad y regir las instituciones fundamentales de la sociedad. En este caso, la masculinidad asociada al fascismo sería una de sus más brutales y depuradas muestras en la modernidad, pues en ella convergieron la capacidad de herir, matar y sacrificarse. Aun así, este tipo puede otearse desde la antigüedad hasta nuestros días, afectando a todas las clases sociales o procedencias.

En segundo lugar, puede describirse una masculinidad «protectora» centrada en las formas de controlar las necesidades básicas de las personas. Este tipo se centra en la organización de la vida, con cuestiones como la distribución de la naturaleza, el tiempo y el espacio, los cuidados o la reproducción social, sin prescindir por ello de una sutil relación diferenciada con otros hombres y mujeres. Es usualmente más cercana y ha sido objeto de crítica, aunque suele quedar fuera de los focos cuando se estudian las masculinidades en el pasado o la violencia de género convencional. El hombre sustentador de las sociedades industriales, desde el proletariado asalariado y el burgués asceta hasta el jerarca patriarcal o el padre responsable, serían los modelos más afianzados. Cuando se trata del estudio de la España franquista, no se han tenido prácticamente en cuenta. Una rápida ojeada a la cultura demuestra que no era extraño y, como se verá, fue el tipo más común.

En tercer lugar, puede hablarse asimismo de un tipo de masculinidad «epistemológica», la cual basa su poder y su autoridad en la construcción y difusión de marcos culturales sobre el sexo y la sexualidad, así como en otros aspectos intervinientes en la construcción de las relaciones de género.16 Esta masculinidad suele pasar desapercibida, pero a largo plazo posee una mayor incidencia en las experiencias individuales y colectivas. El problema de la desigualdad no solo está en las masculinidades que usan el poder o la violencia contra las mujeres y otros hombres, sino también en quienes lo hacen posible legitimándolo o invisibilizándolo. Para ello es necesario crear marcos culturales, sostenerlos, difundirlos y extenderlos a distintos ámbitos. Si se piensa en el franquismo no es difícil imaginar el influjo de actores, escritores, intelectuales, maestros, médicos, políticos, sacerdotes y hasta de los propios españoles de a pie en la hegemonía de distintos discursos de género.

Obviamente, las experiencias de poder masculino son mucho más complejas que estos tipos de poder. Un individuo puede encarnar todas ante una situación y puede desligarse de alguna o reformularlas para dar cabida a unas relaciones más igualitarias. Muchas veces se corre el peligro de caer en antagonismos, inoperantes para avanzar en el estudio del género. Sin embargo, esta propuesta taxonómica sobre los tipos de masculinidad puede ser de especial utilidad, consideradas siempre de forma histórica, para explicar la desigualdad y la violencia, así como para definir los cambios en los distintos regímenes y órdenes de género que organizaron las relaciones entre hombres y mujeres.17 Tal vez cada época estuvo marcada por una forma de virilidad, pero lo que la define de verdad es cómo se organizaron los diferentes tipos de masculinidad entre sí.

Por otra parte, un enfoque político se cuestiona a su vez las relaciones de poder entre las distintas masculinidades. La historia ha estudiado tradicionalmente el «ideal» de cada grupo, sociedad o régimen político. Este enfoque tiene además una mayor vigencia en este caso porque uno de los promotores de los estudios sobre el fascismo y de los precursores de la historia de la masculinidad fue el propio Mosse. En sus trabajos definió de manera magistral la masculinidad, dando cuenta de distintos modelos en otros lugares del mundo en ese momento. Por el contrario, aquí se propone la siguiente pregunta: ¿y si lo usual fuese la existencia de varias masculinidades bajo los fascismos? En los últimos tiempos, la mayoría de las investigaciones han mostrado la estratificación y la pluralidad de las actitudes sociales. Los hombres se impusieron los unos a los otros, su estatus masculino fue retado por sus pares y en las diferentes etapas de su curso vital debían ser capaces de representar una serie de atributos. La coexistencia de distintos grupos de hombres y de poder generó vínculos, conflictos, intercambios, transformaciones. Es cuando menos simplificador pensar en una única forma de ser hombre en el pasado, incluso cuando se abordan movimientos y regímenes considerados totalitarios.

Porque si los fascismos tuvieron esa voluntad totalitaria, también contaron con una dimensión profundamente vertical, muchas veces desdibujada por los enfoques «liberales» o «culturales». En el franquismo se promovieron unas concepciones de los hombres y sus relaciones, al tiempo que se rechazaron otras, dejando entre medias terceras opciones. En cada una de estas existían clasificaciones y ordenaciones. Ni todos los hombres debían ser iguales ni tampoco los enemigos del género masculino. Es ahí donde puede abordarse desde los conceptos de Raewyn Connell, como los de masculinidad hegemónica o masculinidad marginal, para dar cuenta de toda esa diversidad que caracteriza a cada sociedad y las jerarquías que la atraviesan. Aunque, en este caso, a diferencia del uso habitual en la historia que reproduce esa misma idea de masculinidad ideal, se hablará de masculinidades hegemónicas en plural para referirse a todas las que toman parte dentro de un orden o régimen de género, tal y como han plasmado recientemente las ciencias sociales.18

Existen múltiples modos de definir las relaciones entre distintos tipos y modelos de masculinidad. Siguiendo la propuesta de Connell, reformulada con posterioridad, pueden distinguirse al menos cinco: 1) La «masculinidad dominante», sustitutoria de las conceptualizaciones y reconceptualizaciones de la masculinidad hegemónica o ideal, que designa a aquella que sostiene la dominación de los hombres sobre las mujeres. Esta sería la forma culturalmente más legitimada. No obstante, no siempre es la más extendida. 2 y 3) Las «masculinidades subordinadas» y «cómplices» serían las que despliegan una parte de los modelos masculinos dominantes o están sometidas de manera explícita sin llegar a ser rechazadas. Determinadas prácticas relacionadas con el deseo, la reproducción o la negación de la fuerza han sido reducidas a otros elementos marciales o productivos. Otros hombres subalternos se apoyan en aspectos dominantes para lograr una mayor autoridad. Deben ser conceptualizadas atendiendo a cada caso. 4) Las «masculinidades marginadas» o «contramasculinidades» son las que han de ser disciplinadas, apartadas y eliminadas. 5) Finalmente, existen «masculinidades contrahegemónicas», que permiten disputar las masculinidades citadas hasta ahora y el propio orden de género. Teniendo en cuenta sus precedentes, estas serían las que pueden dar pie a formas de ser hombre más igualitarias, siendo tarea de la observación empírica su rescate, puesto que se encuentran en los márgenes de lo imaginable en las sociedades patriarcales.19

Una vez más, los tipos, los modelos o los atributos pueden ser encarnados de manera incompleta o difusa, existiendo solapamientos o contradicciones. Incluso, la hibridación forma parte de las estrategias empleadas por los sujetos de manera circunstancial o permanente, dando forma a nuevas configuraciones de género. Todo ello forma parte de la puesta en acto de la sexualidad, llevada a cabo de manera consciente e inconsciente. Aun así, tanto aquellos definidos como hombres no pueden encarnar todos estos valores y modelos de forma simultánea como las investigadoras e investigadores tampoco pueden dar cuenta de ello. Básicamente, porque las prácticas son incapaces de simbolizar todo al mismo tiempo. En términos sociales, tampoco es una decisión eficaz en la mayoría de las situaciones. Los individuos hacen distintas interpretaciones situadas de la realidad que, para bien o para mal, son incapaces de abarcarla. El juego entre los sujetos históricos con respecto a la sexualidad está determinado de un modo infatigable por sus acciones, pero su generalización y su influencia son las que asimismo estructuran esa acción.

Además, cuando se piensa la masculinidad no puede hacerse sin contar con otras categorías, algo que ha hecho considerar la sexualidad como una dimensión límite.20 Cualquier visión separada del género impide ver cómo está condicionado y condiciona otras formas de poder basadas en los afectos, las capacidades, las clases sociales, la colonialidad, la edad, la especie, la nacionalidad, la raza o el credo. Partir de esta conexión es fundamental para la historia de las masculinidades. En este libro se presta una atención exhaustiva a la relación del género con dos categorías esenciales para la comprensión de este tema, espacio y época: la nación y el trabajo. Por una parte, el ultranacionalismo es una de las particularidades de los fascismos. Las cosmovisiones basadas en la nación permiten rescatar una visión amplificada de la mayoría de las cuestiones sociales. Cada vez más, los estudios del nacionalismo han prestado una mayor atención a la dimensión experiencial, corporal y emocional de este, siendo un lugar privilegiado para estudiar la masculinidad en su dimensión colectiva y espacial. En cambio, la clase no ha despertado un interés similar, aun cuando permite ver la relación de los hombres y las mujeres en su vida cotidiana. En concreto, el concepto de trabajo es capital no solo para estudiar la transformación material, sino la dimensión corporal de los procesos económicos. Su abordaje llevará a cuestionar su función en la sociedad franquista y a superar los límites de la economía productiva para adentrarse en el ámbito de la reproducción desde la masculinidad.

El estudio de la sociedad franquista en su conjunto, como muchas veces se ha planteado, resulta un propósito loable, aunque inabarcable. En su lugar, aquí se ha optado por el estudio de sus principales culturas políticas. La historia de estas no solo acerca a los agentes más determinantes de esta etapa, sino a la consideración de la influencia que pudieron llegar a ejercer en la dictadura. En la actualidad se sabe que los regímenes fascistas surgieron de la competencia entre distintas ideologías o facciones políticas, lo cual los dotó de un considerable dinamismo y diversidad mientras duraron, a costa de prescindir de una supuesta pureza ideológica.21 Los fascismos se caracterizaron por una «inclusividad totalitaria» que acomodó diversas tendencias conservadoras, reaccionarias y revolucionarias, al mismo tiempo que excluyó cualquier otra opción política. 22 No debe olvidarse que, al fin y al cabo, todos formaban parte de un mismo «movimiento», aunque no siempre se orientara en la misma dirección. Así pues, el estudio de sus principales culturas políticas permite evidenciar las divergencias y las tensiones existentes entre estas, dando lugar a conflictos que propiciarían posteriores transformaciones.23

En el caso español, se aprecia una dinámica similar a la de otras dictaduras fascistas y parafascistas. Entre sus apoyos sociales pueden distinguirse una derecha propiamente fascista, una derecha radical y una derecha autoritaria: el falangismo, el nacionalcatolicismo y el tradicionalismo carlista. Esta tipología ha sido aplicada al caso español, dando pie al paso de una concepción ideológica reductora a una concepción de las culturas políticas en atención al carácter performativo de muchos elementos más allá de los manifiestos, las proclamas y los programas políticos. Para ello, se ha atendido a los discursos, a las prácticas, a las actitudes de los integrantes de estos movimientos y a de qué modo estos elementos fueron cambiando.24 Aun cuando su estudio no suponga una visión total de conjunto, las condiciones restrictivas de la dictadura permiten englobar la mayoría de las tendencias políticas, las mayoritarias y las poseedoras de más influencia social. La importancia de otras ideologías como el liberalismo, el socialismo o el comunismo no es menor; cuentan y requerirán futuras investigaciones. Por eso se prestará una especial atención a la interacción de estas culturas políticas franquistas, los elementos de cambio y continuidad, así como aquellos espacios que eludieron o sobre los que corrieron un tupido velo.25

La cronología abarcada es el «primer franquismo» (1936-1959). En las últimas décadas se ha empleado esta expresión para hablar de periodos más cortos que van desde 1936 y 1939 hasta 1945 y 1951. Esta investigación opta por una periodización más larga, donde se han distinguido tres fases relacionadas con acontecimientos multidimensionales como la Guerra Civil, momento en el que se empezó a conformar el Estado y la sociedad franquista; la posguerra, en la que se terminaría de fundar la dictadura con todos los elementos de naturaleza fascista, y el mesofranquismo, bisagra entre la dictadura totalitaria y la democracia orgánica, el modelo autárquico y el desarrollista o el internacionalismo fascista y el anticomunista posliberal, antes de su consolidación. Esta periodización de más de veinte años responde a una visión donde van de la mano la política, la economía y la cultura para hablar de la masculinidad. Por otra parte, la historia demuestra que los cambios sociales y de género no se dan de la noche a la mañana. Una mirada de largo recorrido puede ser mucho más rigorosa ante los verdaderos cambios y las persistencias en la historia, por muy pequeños que sean.

El corpus de fuentes está compuesto por una amplia muestra de publicaciones periódicas de época. Se han buscado revistas producidas por el falangismo, el nacionalcatolicismo o el tradicionalismo carlista, donde se reunieron los discursos de sus miembros. También periódicos que dieron cabida a una o más corrientes al mismo tiempo, de especial interés por el modo en que dotan de sentido a los eventos que marcaron estas décadas o por la forma de interpelar al público. Publicaciones de carácter local, regional o nacional han sido analizadas teniendo en mente la evolución de la propaganda franquista y su utilidad para construir las cosmovisiones de los miembros de dichas culturas políticas y de la población en general. Del mismo modo, se han estudiado aquellas revistas y secciones dirigidas a segmentos específicos, según criterios de edad (niños, jóvenes, adultos) o sexo (femenino y masculino). Aunque estas últimas no aborden la cuestión masculina con tanta frecuencia, lo hacen desde otros puntos de vista que no suelen etiquetarse de políticos y, antes bien, son más determinantes para las vidas de las personas. Para finalizar, se han tenido en cuenta otros libros de carácter popular y académico. Si unos muestran las ideas más a mano, los otros permiten profundizar en mayor detalle en su sentido y el curso que siguieron.

A esto se suma otro conjunto de fuentes menos amplio y más específico para profundizar en otros aspectos más esquivos. Primero, se han estudiado los principales textos normativos de la dictadura, pues dan cuenta de la posición estatal ante distintos asuntos. Segundo, se ha trabajado con manuales escolares y libros de consejos, por su capacidad para llegar a instruir en cuestiones relacionadas con el cuerpo y el sexo. Tercero, también se examinan producciones culturales como canciones, poesías, imágenes y películas. Muchas de estas fuentes deben incluirse en el propio discurso de estas culturas políticas y añaden otros elementos nuevos, puesto que estuvieron promovidas y censuradas por los resortes del «Nuevo Estado». Aun cuando no definan rotundamente la posición de una facción social, sí muestran su capacidad de interpelar a los españoles comunes a través de otros medios y de imponer determinados discursos sobre la realidad. Este tipo de fuentes son muy útiles para rescatar visiones críticas y otras estéticas.

Con el fin de romper con los análisis circunscritos a un único tipo o modelo masculino, en las siguientes páginas se presenta de forma comparada el estudio de dos masculinidades hegemónicas en aras de una mayor comprensión de la pluralidad y sus consecuencias en el orden de género franquista. Sin duda, hubiera sido más sencillo abordar cada una de las masculinidades descritas en capítulos separados, pero esto no hubiera reflejado la importancia de esa coexistencia para comprender los cambios en las relaciones de género. Los tres primeros capítulos responden a las subdivisiones ya indicadas del primer franquismo y el último compendia todo este periodo para indagar las transformaciones relativas al trabajo y su incidencia en la familia heterosexual. De esta manera, la monografía no se desmarca del todo de los estudios históricos de la masculinidad. Presta una atención inicial a lo masculino para después atender con mayor minuciosidad a aspectos asociados a la feminidad y a la familia, analizando por primera vez de forma comparada distintas masculinidades en relación con la nación y el trabajo.

La obra comienza con un primer capítulo sobre la zona sublevada de la Guerra Civil española. En este se describe el proceso que convirtió en dominante un tipo de masculinidad marcial simbolizada por la figura del monje-soldado, al mismo tiempo que se conformó otro tipo hegemónico subordinado en la retaguardia rebelde: el trabajador. Así, se manifestará cómo el género permeó los discursos políticos, la movilización bélica y las cuestiones fundamentales para la conformación de la dictadura desde el 17 de julio de 1936 hasta el 1 de abril de 1939. Para cada caso, primero se atenderá a la convergencia de las distintas culturas políticas para conformar esas masculinidades y jerarquizarlas de un modo completamente distinto al de la República. Luego se desarrollarán los atributos masculinos que compartieron y distinguieron a ambos. En el caso de la masculinidad marcial, se atenderá a los diferentes modelos individuales y colectivos que fueron empleados para movilizarlos, en consonancia con la cosmovisión social fascista y nacionalcatólica. A los discursos movilizadores de los trabajadores se les dedicará un espacio aparte, dado el reducido interés que han merecido y con miras a reflejar la subordinación de estos frente a los cruzados. Los contramodelos que tanto en uno como en otro caso moldearon los tipos ideales y excluyeron a aquellos hombres que ponían en cuestión el proyecto nacional rebelde se catalogarán para finalizar.

El segundo capítulo se traslada al lustro posterior a 1939. La inmediata posguerra distó de ser un periodo donde la violencia desempeñó un papel secundario. Será en este escenario donde se presentarán las razones por las que esa masculinidad marcial mantuvo su dominancia, más allá de la propia naturaleza dada a movimientos y regímenes fascistas como el franquismo. Entre medias, la instauración de la autarquía económica profundizará la construcción de la masculinidad trabajadora por las culturas políticas franquistas, aún subordinada pero mayoritaria en una población sacudida por las secuelas bélicas, la situación internacional y la consecución de las políticas económicas propiciatorias de la escasez, el racionamiento y la hambruna. En los distintos apartados, se abordarán los discursos desmovilizadores y movilizadores, así como los atributos de ambos tipos. Esto permitirá exponer de manera más clara la concepción jerárquica que consolidó la dictadura durante estos años y apuntaló esta relación vertical entre los hombres. Por último, en el caso de la masculinidad trabajadora, se prestará atención al desenvolvimiento de diversos modelos y contramodelos imbricados en la palingenesia fascista, la reinvención del pasado conservador español y la realidad socioeconómica que azotó el país más allá de la década de los años cuarenta.

El ecuador del régimen, el largo periodo de transición entre el momento fascista y la etapa desarrollista de la dictadura, es el objeto del tercer capítulo. Se atenderá a los procesos y los factores que llevarían, a partir de 1945, a alterar el equilibrio entre los dos tipos de masculinidad hegemónicos. Mientras la violencia interna se iba reduciendo y el mundo iniciaba un nuevo ciclo de conflictos bélicos, el monje-soldado se convertirá en diana de sus primeras críticas y se procederá a su renovación. Paralelamente, la masculinidad trabajadora será glorificada en consonancia con las dinámicas de género transnacionales, en particular ante los retos políticos y económicos del régimen simbolizados por el Plan de Estabilización. Las páginas dedicadas al monje-soldado se centran en su paulatina subordinación y reconversión en un nuevo sentido técnico-modernizador. Por su parte, el apartado referente al trabajador se detendrá en las claves de su renovada dominancia, sus nuevos atributos y la elevación del empresario como principal modelo. Una especial atención merecerá el cambio en la cosmovisión vertical de los hombres con la reivindicación de un concepto de libertad en la línea del liberalismo occidental de posguerra, eso sí, dentro de los límites del franquismo.

El último capítulo se detiene en las ineludibles cuestiones del trabajo, la familia y la domesticidad a lo largo de estos casi veinticinco años. La mitad inicial está dedicada a la revaluación histórica del concepto de trabajo y la cultura laboral franquista. Deteniéndose en las disposiciones legales, las instituciones, la cultura oficial y la cultura popular, se expondrá de qué forma se resignificó el trabajo en un sentido fascista y nacionalcatólico en España. El principal propósito perseguido es el de tomar en cuenta el discurso sobre el trabajo a la hora de estudiar el franquismo, superando prejuicios historiográficos. La segunda mitad está dedicada a dos procesos que fueron de la mano: la vinculación del trabajo remunerado con la feminidad y la mayor implicación del varón en la crianza. Se exponen los tipos de feminidad propugnados por el falangismo y el nacionalcatolicismo, así como su limitación para dar cuenta de la realidad laboral femenina. A continuación, se revela la conexión cultural del trabajo con las mujeres en los años cuarenta y cincuenta. De ahí se da paso al estudio de la reafirmación de la masculinidad en el hogar a través de ideas como la sustentación, el paternalismo y el autoritarismo. Posteriormente, se explicará cómo las transformaciones en la feminidad y la masculinidad propiciaron que la paternidad transitara hacia formas menos autoritarias y más concienciadas con la educación de su prole. Al analizar el impacto de los cambios políticos, económicos y culturales en la esfera doméstica, se puede observar con claridad hasta qué punto estaba ligada a la situación del país.

En resumen, este libro muestra cómo el orden de género franquista se basó en una multiplicidad de tipos de masculinidad organizados de manera radicalmente jerárquica. El franquismo, como otros fascismos, hizo una apología de las masculinidades dominadoras. Era la piedra de toque de su conquista del poder y de buena parte de las políticas desplegadas durante cerca de cuarenta años, pues siempre necesitó contar con hombres capaces de dar su vida o cercenar la de otros. La dictadura y sus apoyos sociales tampoco renunciaron a definir las masculinidades protectoras del primer tercio del siglo XX y a las que se había consagrado la Segunda República, imprescindibles para la reproducción social. Imaginó una nación de empresarios, técnicos, obreros y campesinos subordinados al poder de arriba y autoritarios con todos los de abajo. En los hogares, se amparó el modelo de familia dirigida por un padre con atribuciones similares a las de un tirano, aunque se demandara un trato más humano. La viva representación del «Nuevo Estado» en las relaciones cotidianas que mediaban entre los cuerpos. Fuera quedarían quienes, por sus deseos, emociones, ideología o, en definitiva, acciones, debían ser purgados. Esta situación se prolongó hasta que el contexto político, económico y cultural fue decantando la balanza hacia el lado de las masculinidades cuya autoridad descansaba en el trabajo. Sin que la herencia sexista fascista llegase a ser superada, serían tiempos de cambio tanto para los españoles como para las españolas.

1 George L. Mosse: Nationalism and Sexuality: Middle-Class Morality and Sexual Norms in Modern Europe, Madison, The University of Wisconsin Press, 1985; íd.: The Image of Man: The Creation of Modern Masculinity, Nueva York / Oxford, Oxford University Press, 1996, pp. 155-180. Véase Klaus Theweleit: Male Fantasies, vol. I, Women, Floods, Bodies, History, Minneapolis, University of Minnesota Press, 1989; íd.: Male Fantasies, vol. II, Male Bodies: Psychoanalyzing the White Terror, Minneapolis, University of Minnesota Press, 1989; Barbara Spackman: Fascist Virilities. Rhetoric, Ideology, and Social Fantasy in Italy, Minneapolis / Londres, University of Minnesota Press, 1996; Emilio Gentile: El culto del Littorio. La sacralización de la política en la Italia fascista, Buenos Aires, Siglo XXI, 2007; J. A. Mangan (ed.): Shaping the Superman. Fascist Body as Political Icon. Aryan Fascism, Londres / Nueva York, Routledge, 1999; Sandro Bellassai: «The masculine mystique: antimodernism and virility in fascist Italy», Journal of Modern Italian Studies 10(3), 2005, pp. 314-335; John Champagne: Aesthetic Modernism and Masculinity in Fascist Italy, Londres / Nueva York, Routledge, 2013; Lorenzo Benadusi: The Enemy of New Man. Homosexuality in Fascist Italy, Madison, University of Wisconsin Press, 2012; Thomas Kühne: The Rise and Fall of Comradeship: Hitler’s Soldiers, Male Bonding and Mass Violence in the Twentieth Century, Cambridge, Cambridge University Press, 2017.

2 Victoria de Grazia: How Fascism Ruled Women: Italy, 1922-1945, Berkeley, University of California Press, 1992, pp. 69-71; Gisela Bock: «Antinatalismo, maternidad y paternidad en el racismo nacionalsocialista», en Gisela Bock y Pat Thane (eds.): Maternidad y políticas de género. La mujer en los estados de bienestar europeos, 1880-1950, Madrid, Cátedra, 1996, pp. 401-437; David L. Hoffman y Annette F. Tim: «Utopian Biopolitics. Reproductive Policies, Gender Roles, and Sexuality in Nazi Germany and the Soviet Union», en Michael Geyer y Sheila Fitzpatrick (eds.): Beyond Totalitarism. Stalinism and Nazism Compared, Nueva York, Cambridge University Press, 2009, pp. 119-128.

3 Ruth Ben-Ghiat: «Unmaking the fascist man: masculinity, film, and the transition from the dictatorship»,