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Cuando el exprometido de Lucy Crosby regresó a la ciudad y tuvo tan poco tacto como para presentarle a la mujer con la que se iba a casar, Lucy decidió que ya era hora de que alguien le diera un buen escarmiento. Pero nunca pensó que para conseguirlo tendría que presentar al atractivo Jack Gallagher como su nuevo prometido. Y mucho menos que iba a verse envuelta en una falsa boda. La representación resultó todo un éxito. Jack estaba tan metido en su papel que por un momento llegó a creer que se estaban casando por amor. Pero cuando realmente Lucy comenzó a pensar que había cometido un gran error fue durante su falsa luna de miel. Y es que era ella quien realmente se estaba enamorando de ese hombre.
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Seitenzahl: 212
Veröffentlichungsjahr: 2022
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 1997 Renee Roszel
© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Me estoy enamorando, n.º 1401 - enero 2022
Título original: Married by Mistake!
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.:978-84-1105-552-9
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Si te ha gustado este libro…
LUCY, cariño, gemelos!
Lucy frunció el ceño e intentó estirarse, pero el dolor en sus caderas la hizo desistir. Era como un sueño extraño en el que Jack estaba, al parecer, muy preocupado. Aunque lo cierto era que a ese hombre no le pegaba estar preocupado. Normalmente era una persona muy tranquila y dócil.
Sintió de nuevo dolor en las caderas e intentó abrir los párpados y despertarse. Pero estaba muy cansada, y lo único que quería era estar sola. De repente recordó algo y sintió la necesidad de quedarse de nuevo dormida.
Cuando sus ojos se abrieron del todo, hizo una mueca. ¿Por qué tenía la cabeza sobre aquel sofá de terciopelo y las piernas retorcidas sobre el frío suelo de madera?
Se incorporó sobresaltada, aturdida al descubrir que se había quedado dormida. Se restregó los ojos y vio dos velas encendidas sobre una mesa llena de polvo. Era la única iluminación, pero suficiente para saber que su hermana pequeña no estaba en el sofá. Lucy estaba consolándola, acariciándola. ¡Pero se había marchado! Lucy se levantó de un salto.
–¿Helen?
En la penumbra pudo ver a las recién nacidas envueltas en su gabardina. Era un bulto enternecedor sobre el sofá de terciopelo. Dio gracias a Dios por aquello. Se colocó la chaqueta de lana y comenzó a asustarse. Era una casa muy fría y su hermana acababa de dar a luz prematuramente. Había tenido dos niñas gemelas. Estaría débil y con frío, ¿dónde podía haber ido?
–¡Helen! ¡Helen! –repitió, desesperada–. Por favor, ¿dónde estás?
En ese instante, oyó los pasos de alguien y se giró rápidamente hacia la entrada. Un hombre alto y moreno apareció en la puerta, justo en una zona donde la luz de las velas no llegaba. ¿Qué estaba sucediendo? Estaba tan cansada, tan agotada emocionalmente, que los ojos le estaban jugando una mala pasada. ¿O estaría alucinando? Con un poco de suerte, puede que siguiera dormida. ¡Claro, eso era! Estaba dormida, y aquel hombre impresionante no estaba de verdad allí. Allí sólo estaba ella con su hermana, dormida al lado de sus hijas.
Lucy cerró los ojos y apretó los puños. «¡Por favor, por favor, que me despierte de esta pesadilla!».
Sin embargo, escuchó el sonido de unos pasos que avanzaban hacia ella y lo único que pudo hacer fue acercarse a las recién nacidas y protegerlas.
Cuando el hombre llegó al sofá, escuchó un sonido incoherente, algo gutural, y al mismo tiempo sintió unas manos que la sujetaban del brazo.
–Lucy… –su nombre fue dicho con suavidad, y ella sintió que comenzaba a temblar ligeramente–. Sé que no soy el hombre de tus sueños, pero tampoco creía ser una pesadilla. Dame una oportunidad.
¡Ella conocía aquella voz! Pero no podía ser él. No podía ser Jack. Él estaba pasando un mes en las Bermudas, o por lo menos la última carta que había recibido de él procedía de allí.
La muchacha bajó los brazos y abrió los ojos. Lo primero que vio fueron dos ojos de color canela, que brillaban con humor melancólico.
–¿Jack? –aunque la luz no era buena, conocía aquellos ojos–. ¡Jack! Gracias a Dios que estás aquí. Helen ha desaparecido. Tienes que ayudarme a encontrar…
–Tranquila –aconsejó, tomándola entre sus brazos–. Ya he llevado a Helen al coche y he llamado al hospital Skaggs para decir que vamos hacia allí.
Lucy se abrazó a él con todas sus fuerzas, tan aliviada con sus palabras que no podía articular palabra.
–¿Qué estás haciendo en Branson?
–Lo de siempre –contestó él, abrazándola con cariño–. Ya sabes: derrotando dragones, salvando damas en peligro…
Para Lucy, oír aquella voz y sentir su abrazo suponía mucho más de lo que nunca hubiera imaginado. Pero, desgraciadamente, el hombre se apartó enseguida, señalando con un gesto a las sobrinas de Lucy.
–¿Qué te parece si rescatamos a esas pequeñas damiselas?
La muchacha no terminaba de entenderlo, pero Jack la estaba haciendo sentirse tan bien que incluso sonrió.
Un escalofrío le recorrió la espalda. Era una noche fría de mediados de marzo, demasiado fría dadas las circunstancias.
Él debió notar el temblor en ella, porque se quitó la chaqueta y se la puso alrededor de los hombros. La envolvió el calor del cuerpo masculino y su conocido olor. Agradecida, metió los brazos en las mangas y se abrazó a sí misma. Hacía mucho tiempo que no necesitaba tanto que la consolaran.
Cuando miró de nuevo a Jack, él estaba tomando a las niñas en sus brazos. Ella lo siguió hacia la entrada. Por alguna razón, recordó el extraño sueño y no pudo evitar dar un golpecito en la espalda a Jack.
–¿Me llamaste querida hace un rato?
Lucy creyó notar una vacilación en su forma de andar. Luego la miró de reojo e hizo un ruido con la boca.
–Claro que sí. Os llamé a todas queridas Crosby. Así no tengo que recordar el nombre de cada una.
La muchacha se ruborizó, sintiéndose ridícula.
–Lo siento, creo que estaba un poco histérica.
–Olvídalo –replicó, colocando a las niñas en los brazos abiertos de Helen, para ayudar luego a Lucy a subir al asiento trasero del lujoso coche alquilado–. Por cierto, feliz cumpleaños, Lucy –añadió, inclinándose hacia ella y susurrándole al oído.
Antes de que ella pudiera reaccionar, se apartó y se subió al asiento del conductor. Mientras arrancaba, ella sonrió con timidez, mirándose las rodillas. Debería de haberse imaginado que a Jack no se le iba a olvidar.
Uno de los bebés gimió y Lucy miró a su hermana pequeña.
–¿Va todo bien, Helen?
La joven madre miró hacia atrás y sonrió. Aunque parecía cansada, su expresión era alegre.
–Con tu ayuda y la de Jack, ¿cómo puedo estar mal?
Y sin previo aviso, Lucy sintió unas ganas enormes de llorar. Fue como si en ese momento, una vez que todo había pasado, se diera cuenta de los nervios de aquellos días. Gracias a Dios que todo había ido bien.
Jack tomó el auricular de su teléfono móvil en ese momento.
–Llamaré a la policía de Branson. Elissa fue allí para decir que habíais desaparecido.
Dejó un mensaje en el teléfono de Elissa, diciendo que fuera a encontrarse con ellos al hospital.
Lucy se recostó en el asiento de piel, agradecida de que Jack estuviera con ellas, solucionando todo.
Pero, de pronto, recordó el otro asunto y se mordió los labios con fuerza, porque prefería el dolor al recuerdo. No era momento de pensar en cosas desagradables, en amarguras y traiciones. Era el momento de recordar cosas buenas. Miró los hombros anchos de Jack y luego sus manos estilizadas y morenas, que agarraban el volante. Sí, Jack era una cosa buena. Pensaría en él.
Jack había entrado en la familia como hermanastro quince años antes. Aunque sólo había vivido en casa de su padre tres años, y la madre de él, Rita Gallagher, nunca había permitido que fuera legalmente adoptado, las hermanas Crosby se habían negado a separarse de Jack. Incluso cuando su madre se escapó con otro hombre. A pesar de que no era un pariente propiamente dicho, lo querían mucho.
Además, pensaba Lucy, parecía tener un sexto sentido para aparecer siempre que las hermanas lo necesitaban.
Y ella estaba encantada de que él, en esos casos, estuviera con ellas.
Lucy aceptó el café de máquina que Jack le ofreció. El ala de maternidad del hospital Skaggs estaba situada en una zona nueva añadida al edificio antiguo. La sala de espera era como en todas partes: fría y aséptica. Tenía una alfombra que parecía innecesaria, en medio de aquel silencio, y las paredes pintadas de blanco con algunos adornos en tonos turquesa y malva.
El mobiliario consistía en sillas de madera, también de color turquesa, con brazos, pero incómodas para cualquier persona normal. Pero Lucy estaba agotada y emocionalmente exhausta.
Aunque también estaba alegre. El doctor los había informado de que Helen y las niñas estaban fuera de peligro.
–¿Dónde está Elissa? –preguntó Jack, sentándose en la silla de al lado.
–Ya conoces a Elissa. Estará dando instrucciones acerca de lo que hay que hacer.
–Claro, nuestra Elissa se siente la mamá de todos –dijo, pasando un brazo alrededor de los hombros de la muchacha–. ¿Qué tal estás?
Sabía que se refería a Stadler, pero no tenía ganas de hablar de él. Todavía estaba dolorida por el hecho de que la hubiera abandonado. Tomó un trago de café caliente y asintió.
–Estoy bien, ahora que sé que Helen y los niños están bien.
–Te portaste muy bien –comentó, sonriendo con aquella sonrisa que siempre la había consolado cuando era una niña tímida, temerosa de las tormentas y del ladrido de los perros. De casi todo, en realidad. El gran Jack había entrado en sus vidas sin temer a nada. Era siete años mayor que ella y bastante maduro–. Fuiste muy inteligente al poner aquella vela en la ventana, Lucy.
No pudo evitar sonreír también ella, aunque tenía pocas fuerzas. El olor de él la envolvió, como algo antiguo y conocido.
–Gracias. No tenía idea de que tú serías la respuesta a mis plegarias.
Una expresión enigmática, casi dolorosa afloró en el rostro del hombre. Lucy no entendía por qué, aunque, fuera lo que fuera, desapareció enseguida. Probablemente sería cansancio. Estaban todos agotados.
–Así que tú y tus sobrinas compartís el día del cumpleaños.
Ella no había pensado en ello.
–Me imagino que sí –respondió, con una carcajada falta de humor. Dio un bostezo y se tapó la boca, luego miró al hombre que estaba sentado a su lado–. Lo siento, ha sido una noche muy larga.
Jack esbozó una sonrisa, más apagada esta vez.
–Demasiado larga. Llegué al hostal hacia media noche desde el aeropuerto de Springfield. Cuando Elissa fue a deciros que yo había llegado, descubrió que no habíais vuelto de vuestro paseo. Os estuvimos buscando durante horas antes de decidir separarnos. Entonces, ella se fue a la comisaría y fue cuando yo vi la vela en la ventana de la mansión.
–Fue por casualidad. Helen no podía quedarse sola y el segundo bebé tardó mucho en nacer. Tenía que hacer algo.
Hubo una pausa y Lucy se sintió incómoda, sin saber por qué.
–Elissa me habló de Stadler –dijo, finalmente él–. Si quieres, podemos hablar de ello.
Al recordarlo, los músculos de la mandíbula se le tensaron y el corazón se le encogió. Lo único que pudo hacer fue mover la cabeza. Suponía que el tema saldría en algún momento.
–No puedo –dijo, con los ojos húmedos–. Todavía no, gracias.
–No te preocupes, puedo esperar. ¿Dónde está Damien? –preguntó, para cambiar de tema.
Lucy suspiró, agradecida de poder pensar en otra cosa.
–Está en el aeropuerto de Denver, aislado por la nieve. Parece que sólo le quedan dos ciudades –contestó, tomando dos sorbos de café y esbozando una sonrisa–. Cuando hablé con él hace media hora, me dijo que daba por concluida la gira. Para ser exactos me dijo: «No me importa si mi libro es número uno en ventas y si mi editor se muere de un infarto. Pero de lo que estoy seguro es que iré con Helen y mis hijas tan pronto como la nieve me deje salir de aquí». Damien es un hombre estupendo.
Notó que Jack la miraba seriamente. Ella tardó unos segundos en poder sostener aquella mirada y sintió que sus ojos y su corazón se llenaban de cariño. Le pareció maravilloso el hecho de tenerlo allí a su lado.
Llevaba el pelo de color castaño bien peinado y la corbata de seda, floja; dándole un aspecto que recordaba más al joven rebelde que había conocido muchos años antes, que al prestigioso dueño de una cadena de hoteles del momento.
Se había subido las mangas, dejando al descubierto sus poderosos antebrazos. Sus fuertes brazos que una vez la habían rescatado de un árbol donde se había subido y del que no podía bajar. Brazos que la habían llevado paternalmente al doctor cuando se hizo una herida en el muslo con el pedal de la bicicleta… Lucy se mordió el labio al recordar cómo le había gritado, diciéndole que lo odiaba y que lo despreciaría siempre. Por supuesto, no era cierto. Él se había reído de ella y le había dicho que estaba loca por él, y que lo sabía perfectamente.
Lucy esbozó una sonrisa. Era cierto que estaba loca por él, y al parecer, no lo había sabido disimular. Se pasó una mano por el cabello, eternamente despeinado, y sintió un deseo tremendo de que la tomara en sus brazos, como lo había hecho cuando era una niña asustada. Necesitaba que la consolaran.
–Las niñas no tenían que nacer hasta abril, ¿no es así?
La pregunta la sacó de la ensoñación.
–Sí, dentro de dos semanas –contestó, un poco ruborizada–. ¡Oh, Jack, todo ha sido culpa mía! –añadió, con lágrimas en los ojos.
–¿Tú dejaste a Helen embarazada? –preguntó, con una mueca divertida.
Lucy no pudo evitar soltar una carcajada.
–Jack, tus restaurantes te tienen muy ocupado. Necesitas tomar un curso de sexualidad humana –contestó ella, con una mueca de incredulidad, aunque menos triste después del chiste de él–. Si yo no hubiera estado tan mal, Helen no habría sugerido que diéramos un paseo y no habríamos estado solas y lejos de todo cuando ella se puso de parto.
–He oído decir que algunas veces los gemelos son prematuros. No tienes que culparte.
Ella lo miró con gratitud en los ojos.
–¿Has dado un curso?
–Me acabas de decir que tenía que darlo.
–Ese curso no –dijo, apoyándose en su brazo y bostezando de nuevo–. Me refiero a uno en que te enseñen lo que tienes que decir.
La sonrisa complacida de Jack pareció atravesarla. Luego, vagamente, notó que la taza de café le era quitada de las manos y una sensación de abandono total la sumergió en el sueño.
Lucy, Jack y Elissa, visitaron a Helen aquella tarde, después de descansar, justo cuando la hora de la visita daba a su fin. Damien Lord apareció también, sin afeitar y con el aspecto de un poseso. Lucy sonrió al verlo entrar corriendo.
–Cariño –dijo, abrazando a Helen–, estás guapísima.
Helen besó a Damien apasionadamente y lo abrazó. Cuando el beso terminó y Damien se retiró lo suficiente para mirarla a los ojos, ella tomó el rostro de él entre sus manos.
–Pareces cansado.
–Acabo de ser padre, eso es duro.
–No bromees –dijo, abrazándolo de nuevo–. Pero como estás en una situación tan delicada, quizá puedas tumbarte a mi lado y descansar.
Jack se aclaró la garganta y se puso en pie.
–Parece que nos dicen que nos vayamos, señoritas.
Damien se dio la vuelta y se dio cuenta de que estaban allí. Les hizo un gesto con la mano y esbozó una amplia sonrisa.
Elissa se levantó y alisó las arrugas de su falda de lana.
–Bueno, tengo que volver a casa. Jule está siendo una gran ayuda en la posada, pero creo que la he dejado demasiado tiempo sola.
–Nos veremos mañana, Helen –dijo Lucy, acercándose a su hermana y tomándola de la mano–. Tú también tienes que descansar, papá –añadió, dando un beso a su cuñado.
Helen tomó la mano de su hermana y se giró hacia Jack y Elissa.
–¿Podéis dejarnos a solas con Lucy un momento?
Jack pasó un brazo alrededor de los hombros de Elissa y la condujo hacia la puerta.
–Debe ser una reunión secreta.
Después de que salieron del cuarto, Helen hizo un gesto a Damien, indicándole los pies de la cama.
–Siéntate aquí, necesito hablar con mi hermana un minuto.
Lucy estaba avergonzada.
–Escucha, Helen, ya me has dado las gracias por ayudarte a dar a luz a las niñas, pero creo que fue por mi culpa que…
–¡Calla! Yo sugerí lo del paseo. Vine en avión desde Nueva York contra la opinión de Damien y las órdenes del doctor, así que la culpa es más bien mía. Y en cualquier caso, todo ha salido bien, y ahora vamos a tener que celebrar un montón de cumpleaños a la vez, y… –la expresión de Helen se hizo maliciosa–. Y hay otro suceso importante…
Lucy no entendía nada. Miró a Damien, que tampoco parecía entender, aunque sonreía.
–No sé de lo que está hablando, pero… –tomó la mano de Lucy y la llevó a los labios–. ¿Cómo puedo agradecerte que hayas salvado a Helen y a las niñas?
La expresión de Damien era tan intensa que los ojos de Lucy se llenaron de lágrimas.
–Me alegro… –pero la emoción no le permitía seguir hablando. Se aclaró la garganta–. Me alegro de que todo haya salido bien.
–No vayáis a hacerme llorar entre los dos –dijo Helen, también emocionada–. ¿Me dejáis que diga algo muy importante? –la muchacha se tumbó, y una vez cómoda, tomó una de las manos de Lucy entre las suyas–. ¿Te das cuenta de que hemos completado todos los requisitos de la leyenda?
Lucy, desconcertada, miró hacia Damien.
–¿A qué te refieres, cariño? –preguntó el hombre, acariciándole el pelo.
La muchacha miró a Lucy.
–Te vas a casar con Jack.
Lucy no se había sentido nunca tan aturdida, ni siquiera al recibir la carta de Stadler el día anterior diciéndole que rompía el compromiso con ella para casarse con otra mujer. Ella había esperado un año y nueve largos y solitarios meses mientras el grupo de teatro prolongaba su gira por Australia una y otra vez. La carta de Stadler había supuesto un golpe cruel. ¡Pero eso era una locura!
Frunció el ceño, incapaz de decir nada, mientras miraba a su hermana que, en ese momento, sintió un dolor agudo en el vientre.
–¿Qué te pasa? –preguntó, poniéndole la mano en la frente.
–¿Tiene fiebre? –preguntó preocupado Damien.
–Creo que no –dijo, pulsando el botón para llamar a la enfermera.
–Estoy perfectamente –aseguró Helen, intentando evitar que Lucy llamara–. ¿No recuerdas la leyenda?
Lucy se agachó al lado de su hermana.
–¿Lo de la luna llena y el cumpleaños?
Helen asintió.
–Y dormir en una mansión. Y, para tu información, hoy es tu cumpleaños. La noche pasada hubo luna llena y sé que dormiste, porque te vi.
Lucy miró a Damien con los ojos abiertos de par en par.
–¿Qué debemos hacer?
–Yo no sé tú, pero yo voy a besar a la novia.
La mente de Lucy parecía estar bloqueada. Era evidente que la locura que le había entrada a Helen, también había afectado a su marido. Se soltó de Helen y retrocedió.
–Si es un juego, no me hace gracia.
Helen se incorporó, luego volvió a tumbarse.
–No es una broma. Díselo, Damien. Dile que está destinada a casarse con Jack Gallagher, igual que yo estaba destinada a casarme contigo.
Damien se apoyó en un codo y se incorporó. Era una imagen encantadora ver a aquel hombre grande inclinado sobre la mujer a la que amaba. Dos personas que no se parecían en nada y que se habían encontrado en un lugar improbable a raíz de lo cual sus vidas habían cambiado drásticamente.
–Me gusta Jack. Haríais una buena pareja –dijo, con una sonrisa.
–Pero… pero Jack ha sido como un hermano para nosotras. Él… él… Esta conversación es ridícula. Además, no puedo pensar ahora mismo en el matrimonio –gritó, pensando en la traición de Stadler que había dañado su corazón tal vez para siempre.
Incluso así, Lucy no era el tipo de persona que se enfadara habitualmente o gritara. Ella siempre había sido la que ponía paz entre las tres hermanas. No estaba enfadada con Helen, su hermana menor, que había insistido en volar a Nueva York para estar con ella el día de su cumpleaños.
Lucy tomó la mano de ambos.
–Creo que la forma en que os conocisteis fue muy romántica. Pero no quiero que volváis a hablar acerca de esa leyenda. Eso es distinto de lo vuestro.
–¿Por qué? –preguntó su hermana–. En cualquier caso, no podemos hacer nada, el destino está sellado.
Las cejas de Lucy se unieron y miró a Damien.
–El tema está zanjado, ¿de acuerdo?
El hombre parpadeó.
–Siempre supe que Jack era un hombre con mucha suerte. Aunque no sabía que iba a ser tan afortunado.
–Estáis locos los dos.
–Es que estamos muy contentos por ti, Lucy –dijo Helen, abrazándose a su marido.
–Dormid. Os sentiréis mejor mañana.
–Estás muy guapa cuando te enfadas –replicó Helen, diciéndole adiós con la mano–. Y ahora vete. Damien tiene que cuidarme un poco.
Lucy salió del cuarto y se dirigió hacia el aparcamiento, diciéndose que Jack nunca se enteraría de lo que habían hablado aquel día. Jack Gallagher se sentía en deuda con el padre de ellas, por haberle ayudado mucho en un momento dado de su vida y por eso cuidaba a las hermanas. A las tres por igual.
¡Ella no iba a permitir nunca que lo avergonzaran con tamaña locura!
Aquel año hizo tanto frío en Branson que Jack tuvo que encender la chimenea en el salón de la posada. Afortunadamente, marzo no era uno de los meses más turísticos para la ciudad de Missouri, llamada Las Vegas de Ozarks. Gracias a lo cual, Jack había encontrado una habitación libre.
Lucy había dormido estupendamente, y a continuación, se había dado un baño relajante, por lo que se sentía más humana cuando se sentó en el sofá de muselina blanco, con un cojín entre las manos. Miró a Jack disimuladamente. Él estaba jugando a las cartas con Elissa sobre la alfombra oriental frente al fuego.
Elissa dio un golpe en la mano de él, al tiempo que éste tomaba una carta que ella acababa de dejar en el montón.
–¡Es la tercera!
Jack la metió entre sus cartas.
–¿Qué voy a hacer si no sabes distinguir una carta buena?
–Será mejor que tengas cuidado –le aconsejó Elissa, tomando una carta, mirando a Jack con el ceño fruncido, y dejando la carta en el montón. Elissa agarró su mano–. ¡No! Hay una regla que prohíbe tomar más de tres cartas seguidas.
–Enséñame esa regla en el libro –replicó él, riendo.
–¿No confías en mí?
–Nada.
La carta estaba ya doblada y arrugada, pero Jack no la soltaba.
–Si me ganas, te mato.
–¡Gané! –exclamó él, con una sonrisa tan encantadora que a Lucy le robó el aliento.
Elissa tiró las cartas en el aire.
–¡No jugaré más con un tramposo!
Lucy unió su risa a la de ellos. Tomó una de las cartas cuando ésta caía al suelo.
–¿Cuándo te vas a enterar de que a Elissa no le gusta perder?
Jack alzó los ojos. La chimenea jugaba con el cabello del hombre, dándole un halo broncíneo. Los dientes parecían demasiado blancos cuando rió.
–Entonces, juega tú conmigo. Si no, mi seguro de vida va a resentirse.
–Tú… eres el único hombre al que no puedo ganar a este juego –intervino Elissa–. Te odio. Es un fallo imperdonable de tu carácter.
El hombre elevó una ceja.
–Entonces, ya son dos los errores que tengo. Lucy dice que no tengo ni idea de cómo nacen los niños.
–¿De verdad? –preguntó Elissa, mirando asombrada a Lucy–. ¿Tú crees que aquella supermodelo que estuvo siguiéndote durante seis meses también creía eso?
–No me perseguía, sólo me seguía y aparecía cuando menos lo esperaba –contestó Jack, divertido.
Elissa se puso en pie.
–Ahora disculpadme, estoy loca por sugerir que ella te perseguía. Después de todo, perseguir significa que alguien te siga y aparezca cuando menos lo esperas. Así que soy tonta.
–De acuerdo, de acuerdo. Pero ahora está en Francia. Creo que, afortunadamente, está bajo tratamiento.
–¿Qué era lo que no podía resistir de ti, Jack? ¿La manera en que juegas a las cartas?
Las mejillas de Lucy estaban rojas.
–Estaba bromeando cuando dije eso, Elissa. Estoy segura de que Jack sabe todo acerca de… del sexo.
Elissa se echó a reír.
–Lucy, Jack sabía ya todo acerca de eso incluso antes de que su madre se casara con nuestro padre y se viniera a vivir con nosotros –contestó Elissa, con una mirada de superioridad–. Lo sé porque mi habitación estaba justo debajo de la suya. Solía ver a las chicas que entraban por la ventana de su habitación.
La expresión de Jack era dócil, aunque cautivadora.
–¡Caramba! ¿Lo sabías?
–¡No! –gritó Lucy–. No me lo creo. Nunca vi ninguna chica y yo corría a su habitación cada vez que había tormenta.
–Durante las tormentas, las ventanas permanecen cerradas –recordó Elissa con una carcajada.
Jack se volvió hacia el fuego de la chimenea. Lucy tuvo la sensación de que estaba avergonzado por la discusión sobre su adolescencia.
–En esas noches la ventana se cerraba, dejando fuera la lluvia y a la mitad de las adolescentes de Kansas City –continuó Elissa, cruzándose de brazos–. Y tú dices que no sabe de dónde vienen los niños… Es otro ejemplo de que no sabes nada acerca de los hombres.
El comentario fue inoportuno, y Lucy hizo una mueca.