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Rand Caldwell era tan duro e indómito como la tierra que poseía, setenta y cinco mil acres de colinas en mitad de la sabana de Kenia. Podía amar a las mujeres, pero nunca habían formado parte de sus planes de futuro. La divertida y cariñosa Shanna Moore puso la vida de Rand patas arriba... Hasta tal punto que pronto Rand se encontró invitándola a compartir casa con él. Shanna estaba dispuesta a aceptar, pero, ¿dentro de esa invitación estaría también compartir la cama?
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Seitenzahl: 181
Veröffentlichungsjahr: 2014
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2001 Lindsay Armstrong
© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.
Mientras amanece, n.º 1278 - noviembre 2014
Título original: Wife in the Making
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Publicada en español en 2002
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-5594-6
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
FLEUR Millar leyó detenidamente el papel que le habían dado en la agencia mientras se dirigía en taxi al hotel de Brisbane donde iba a tener la entrevista de trabajo. Un tal Bryn Wallis, dueño de un restaurante, estaba buscando una secretaria que llevara la contabilidad y que además supiera informática.
La palabra «secretaria» estaba en negrita y había una nota que advertía que la candidata debía estar dispuesta a echar una mano en todo tipo de tareas.
Fleur sonrió al darse cuenta de que le encantaba cómo sonaba la descripción del trabajo, especialmente porque el restaurante se encontraba en una isla tropical. Lo que estaba claro era que al menos dejaría de trabajar encerrada en una pequeña oficina y se alejaría de todo lo que allí había. De hecho, aquel anuncio la había hecho sentir optimista por primera vez en mucho tiempo...
Salió del taxi, cruzó el hall del hotel de lujo en el que la habían citado y se dirigió a la recepción; nada más dar el nombre de la persona con la que tenía que entrevistarse, la condujeron con toda amabilidad hasta un hombre que esperaba en una de las mesas de la amplia entrada.
Tenía treinta y pocos años, calculó Fleur, era alto y delgado, pero parecía lo bastante fuerte como para levantar en brazos a cualquier mujer sin hacer el más mínimo esfuerzo. Tenía un aspecto interesante y poco convencional que provocó en Fleur ciertas imágenes...
Sin embargo, su ropa daba a entender que era un tipo de ciudad: llevaba unos elegantes pantalones de pana, una camisa de lino color crema y una impecable americana marrón. Tenía el pelo no demasiado corto y de un color cobrizo; los ojos color miel miraban de un modo penetrante y ligeramente reprobatorio. Había algo ambiguo en las señales que transmitía.
Fleur deseó que aquel hombre hubiera tenido un aspecto menos atrayente y misterioso; pero tomó la determinación de no dejarse influir por la primera impresión. Se sentó sonriendo, ansiosa por conseguir el empleo.
Bryn Wallis se pasó la mano por el pelo y miró fijamente a la mujer que acababa de sentarse frente a él. Era preciosa, tenía ojos azules y unas pestañas larguísimas; el pelo rubio cortado a la altura de los hombros; la mandíbula marcada y una nariz tremendamente elegante.
Pero su perfección no acababa ahí. Toda ella resultaba increíblemente elegante a pesar de llevar una ropa de lo más sencillo: vaqueros, blusa blanca y chaqueta marinera. Su figura esbelta, de piernas largas, y la delicada manera de moverse le daban un aire majestuoso. El único defecto que fue capaz de encontrarle fue que se mordía las uñas.
No parecía llegar ni a los veinte años y eso suponía un problema para Wallis, porque podía acabar sintiéndose responsable de ella. Ya había pasado por algo así y lo que andaba buscando en ese momento era alguien con quien compartir responsabilidades, no que le diera más trabajo.
Bryn resopló con fuerza.
—¿Y qué voy a hacer yo con usted...? —echó un vistazo a los papeles que tenía delante para averiguar el nombre de su interlocutora—. Fleur, ¿verdad?
Fleur se llevó un dedo a la boca como si fuera a empezar a morderse las uñas, pero enseguida se detuvo.
—Supongo que no soy lo que usted esperaba.
—Lo cierto es que no. En realidad… —añadió para intentar suavizar lo tajante de sus palabras, pero inmediatamente después se arrepintió y decidió seguir siendo sincero—. Creo que eres demasiado joven e inexperta, serías el tipo de distracción que necesito evitar a toda costa; además no me pareces lo bastante fuerte.
Al oír sus palabras, Fleur se quedó pensativa unos instantes antes de responder; aquella pausa sorprendió a Wallis casi tanto como lo que dijo a continuación.
—No sé muy bien por qué todo el mundo cree que soy mucho más joven, pero en realidad tengo veintitrés años.
Él confirmó el dato en los papeles al tiempo que intentaba ocultar su sorpresa.
—De todas maneras... —empezó a decir después de un largo silencio.
—Es cierto que, aunque tengo una carrera universitaria, no poseo demasiada experiencia en el mundo laboral —admitió ella—. Pero puede ver que en mi currículum figuran un par de lugares en los que le darán referencias sobre mí si así lo desea.
Él volvió a consultar los papeles para confirmar que, efectivamente, se había licenciado con matrícula de honor en Informática aplicada a los negocios; y que además, las dos referencias que había mencionado eran impresionantes.
—Lo que no entiendo muy bien es qué ha querido decir con eso de que yo sería una distracción —continuó Fleur sin poder esconder una media sonrisa que asomaba a sus labios—, pero le puedo asegurar que jamás mezclo los negocios con el placer.
A pesar de ser consciente de ello, Bryn Wallis tampoco pudo evitar sonreír con cierta picardía.
Ella lo miró fijamente a los ojos, esta vez con total seriedad. Wallis tuvo que admitir ante sí mismo que empezaba a estar intrigado por aquella joven que le habían mandado de la agencia de empleo.
—Y aunque no consigo entender para qué debería serlo una secretaria, estoy fuerte como un roble.
—Yo me refería a fuerte mentalmente —aclaró Wallis de inmediato—. ¿Señorita...? —le preguntó al darse cuenta de que no recordaba su apellido.
—Millar —respondió ella con sequedad, y fue en ese momento cuando Bryn apreció que era el segundo toque de mordacidad que notaba y se percató de que, por algún motivo, le gustaba estar provocando en ella esas reacciones...
—Verá, señorita Millar, no es fácil trabajar conmigo —continuó diciendo encantado—. Soy impaciente, intolerante y muy exigente, y lo último que necesito es una chiquilla que se eche a llorar en cuanto las cosas se pongan difíciles —después de decir eso se quedó esperando a que ella contestara algo, pero la única respuesta que recibió fue una heladora mirada que le lanzaron aquellos ojos azules entreabiertos—. Además, como tendría que vivir allí, no podría acudir a tu mamá todas las noches, ni podría ir al cine para relajar las tensiones.
—Bueno, no se trata de un puesto fijo —señaló Fleur—. Tengo entendido que la duración del contrato es solo de tres meses; eso no es mucho tiempo.
—Él suficiente para acabar harta de mí, Fleur. De todos modos puede que tenga demasiada preparación para este puesto —añadió satisfecho de haber encontrado un argumento—. No se trata solo de ser secretaria; yo necesito a alguien que esté dispuesto a hacer de camarero, de recepcionista…; a jugar al cricket con mi hijo cuando yo no tenga tiempo… Hasta a pelar patatas si eso fuera necesario. En otras palabras, necesito a un hombre —concluyó pasándose la mano por el pelo otra vez—. Por eso pedí un secretario y no una secretaria a los de la agencia de empleo —añadió con tristeza.
Fleur levantó las cejas con sorpresa.
—No creo que pueda hacer eso, no está permitido discriminar a alguien por razones de sexo. La verdad es que no se me da muy bien jugar al cricket, pero soy muy buena al ajedrez; me encantan los niños y puedo pelar patatas tan bien como cualquier hombre.
Ambos se quedaron en silencio e intercambiaron una mirada.
—Por lo que veo —continuó después de la larga pausa—, su plan de trabajo es un desastre, y resulta que yo manejo un programa informático que podría solucionarle las cosas y a mí no me costaría ningún trabajo instalarlo y enseñarle a utilizarlo.
Bryn echó un vistazo al hall del hotel mientras recapacitaba en lo engañosas que podían resultar a veces las apariencias. Aquella chica que había creído tan vulnerable y llena de esperanzas, estaba empezando a parecerle un auténtico hallazgo. Sin embargo seguía sin quererla para ese trabajo...
—¿Por qué quiere quedarse atrapada en una isla durante tres meses? —le preguntó de pronto.
Fleur dudó unos segundos y después contestó mirando hacia otro lado.
—Pensé que me vendría bien cambiar y salir de la oficina en la que trabajaba hasta ahora. Necesitaba alejarme de ese enorme edificio en mitad de la ciudad.
«Sí, y de todo lo demás que no me quiere contar, señorita Millar», pensó Wallis mientras la escuchaba.
—Por cierto —dijo en voz alta—. Yo tampoco soy partidario de mezclar los negocios con el placer, pero creo que debe saber que sí sería una enorme distracción.
Ella volvió a mirarlo a los ojos.
—¿Por qué?
La miró de arriba abajo con gesto irónico.
—Verá, Hedge Island no tiene demasiados habitantes, pero hace poco compramos un complejo turístico al otro lado de la isla.
—¿Y? —preguntó Fleur sin saber adónde quería llegar.
—No sé si está usted familiarizada con este tipo de complejos turísticos...
—Pues la verdad es que sí —respondió fríamente.
Wallis se quedó mirándola mientras se mordía el labio.
—Bueno..., entonces no tengo que explicarle que solo en la piscina habrá al menos seis empleados fuertes y jóvenes que además se encuentran alejados de sus novias; por no hablarle de los profesores de tenis, de golf, o de los propios huéspedes del hotel. En resumen, tendría que pasarse el día esquivando las proposiciones de un montón de hombres... Y seguro que a veces yo mismo tendría que ayudarla a deshacerse de los moscones.
—No se preocupe, sé defenderme muy bien yo sola. Además —dijo suavizando un poco su tono de voz—, a lo mejor mi presencia atrae a más clientes, y eso no es malo, ¿verdad, señor Wallis?
—Puede que tenga razón —respondió él cada vez más encantado—. Tanto en lo de los clientes, como en lo de... en lo de saber defenderse por sí misma.
—Gracias —respondió con tranquilidad sin hacer caso de su sarcasmo o de lo que había querido dar a entender—. ¿Cuándo quiere que empiece?
—No, no... Yo todavía no he dicho nada de eso, señorita Millar, porque, aunque dejemos a un lado su aspecto, y por favor no piense que menosprecio sus atractivos...
—Pues me va a perdonar, señor Wallis, pero creo que está siendo muy injusto —lo interrumpió de pronto—. Por algún motivo, usted se ha puesto furioso nada más verme, pero lo que no consigo entender es porque al mismo tiempo me atribuye esos... esos poderes dignos de Helena de Troya. Me parece una contradicción —dijo mirándolo sin comprender nada—. Aparte de eso, creo que podría hacer ese trabajo perfectamente; pero, obviamente, es usted el que tiene que decirlo.
Bryn se quedó sorprendido cuando se oyó a sí mismo diciendo:
—Quiero que sepa que es un lugar muy aislado; a menos que le guste estar todo el día en la isla, podría resultarle muy aburrido. Se tarda una hora en ir a algún sitio en el que haya cines, peluquerías, etc.
Ella simplemente lo miró sorprendida, sin molestarse siquiera en rebatirlo.
—De acuerdo, Fleur Millar —dijo él por fin—. Solo hay una condición más... Por favor, no ponga la mira en mí.
No supo si había sido por lo brusco de su petición, pero Wallis observó cómo aquellos ojos azules se abrían de par en par, llenos de sorpresa, y como Fleur parecía haberse quedado sin palabras, hasta que, haciendo un gesto con las manos, dijo en un susurro:
—¿Tendría algún problema en que así fuera?
—Pues sí. Resulta que no estoy en el mercado.
—Entiendo —respondió con tranquilidad al tiempo que lo observaba detenidamente—. Pues debe de resultarle muy difícil.
—Muchas gracias —contestó él con cortesía.
—Pero no se preocupe, yo tampoco estoy en el mercado —dijo sonriendo—. Así que puede que incluso lleguemos a llevarnos bien.
Wallis se quedó en silencio unos segundos antes de responder.
—¿Está usted huyendo de algún hombre, Fleur?
—¿Qué le hace pensar eso?
—Una mujer tan inteligente debería saber perfectamente qué me hace pensar así. Usted debe de atraer a los hombres como la miel a las abejas.
En ese momento vio cómo cambiaba la expresión del rostro de Fleur y esta se ponía en pie de repente.
—Quédese con el empleo, señor Wallis, ya encontraré otra cosa.
Él también se puso en pie inmediatamente.
—Perdóneme, no debería haber dicho eso. Si quiere el trabajo, es suyo.
Fleur volvió a abrir los ojos de par en par.
—¿Por qué ha cambiado de opinión?
«Solo el cielo lo sabe», pensó Bryn algo asustado. «Te vas a arrepentir de esto», se advirtió a sí mismo antes de contestar con una sonrisa.
—Estoy desesperado.
Tres semanas después Fleur estaba en Hedge Island, paseando por una playa de fina arena al lado de la cual se encontraba su pequeño bungalow.
Había tres cabañas para empleados situadas a una distancia considerable las unas de las otras. La más grande era la que ocupaban Bryn Wallis y su hijo, y la tercera se había convertido en el hogar de Julene y Eric Philips, que habían hecho un alto en su viaje por el mundo para ganar un poco de dinero.
Julene era la ayudante del chef, aunque el suyo también era un trabajo con una amplia variedad de cometidos. Por su parte, Eric, que era un tipo altísimo con el pelo oxigenado y con aspecto de vikingo, se encargaba un poco de todo. A diferencia de su mujer, apenas hablaba. El resto de los empleados eran de la isla y vivían en sus propias casas.
El bungalow tenía el techo de paja y las ventanas se abrían con solo darles un empujón. Aunque era tremendamente sencillo, estaba muy bien equipado y proporcionaba la intimidad necesaria; y además tenía unas vistas maravillosas.
Se sentía tan a gusto que muchas veces tenía la sensación de estar en un paraíso tropical. Había unos corales al principio de la bahía a los que le gustaba ir buceando, y un cabo por el que era una maravilla pasear. Entre los arbustos y los pinos se podían observar cacatúas y palomas, y durante la noche, se podía oír el canto lastimero del zarapito. Estaba todo lleno de los intensos colores de la buganvilla y el hibisco.
La belleza de aquel lugar era toda una delicia para los sentidos, y además era exactamente lo que Fleur necesitaba en aquellos momentos. Se dio cuenta de que no era solo eso; la belleza de Clam Cove compensaba el tener que trabajar haciendo frente a las imposibles exigencias de Bryn Wallis.
Fleur tenía que admitir que era justo como el mismo se había descrito: sarcástico, impaciente, arrogante e imprevisible. Además de todo eso, ella había descubierto que, aunque le encantaba cocinar, había momentos en los que odiaba tener que hacerlo para sus clientes, y hasta parecía detestar tener que compartir con ellos aquel maravilloso paraíso.
Entonces, ¿por qué demonios estaría allí?
Bryn Wallis era un misterio en muchos aspectos. Su hijo Tom era un chaval de seis años, inteligente y lleno de energía, y Fleur y él habían formado equipo nada más conocerse, porque el niño estaba deseando aprender a manejar ordenadores y tener a alguien con quien jugar. Era obvio que su madre no estaba por allí, pero no había oído ninguna explicación sobre lo que había pasado con ella y Tom jamás la mencionaba.
Fleur se había enterado de que llevaban ya algún tiempo viviendo en la isla, pero el restaurante solo estaba abierto en los meses de invierno, en los que el calor no era tan insoportable y durante los cuales el lugar se llenaba de visitantes que huían del frío de otras latitudes.
Bryn Wallis parecía haber optado por escapar de la locura de la gran ciudad; lo que ella no sabía era el motivo por el que lo habría hecho. Lo único que sabía de él era que pasaba el tiempo en Clam Cove, su pequeño trozo de paraíso, buceando, pescando y cocinando, y que algunas veces fabricaba preciosos muebles de madera.
Por un par de comentarios que había hecho Tom, Fleur se preguntaba si no sería, o habría sido, escritor; muchas noches, cuando no podía dormir, veía que había luz encendida en su bungalow hasta altas horas de la madrugada.
Aparte de eso, era un hombre de carácter que argumentaba sus opiniones con vehemencia. En dos semanas y media, lo había oído despotricar contra la pesca de arrastre, la destrucción masiva de albatros y delfines; y defendía la protección de los cocodrilos y de cualquier otra especie animal. Fleur también había escuchado su punto de vista sobre los alimentos transgénicos y había descubierto que sentía auténtica aversión por las mujeres que llevaban uñas postizas.
La divertía pensar que seguramente eso fuera lo único que aprobaba de ella.
Por lo menos había resuelto un misterio, la razón por la cual Wallis no estaba disponible para ninguna relación.
La subdirectora del complejo turístico que había al otro lado de la isla era Stella Sinclair, una atractiva mujer de treinta y pocos años. A pesar de que parecía estar muy bien adaptada a la isla, Fleur había detectado en ella un cierto aire de empresaria agresiva y Julene, que no era demasiado discreta, le había contado que, aunque jamás se hablaba de ello por respeto a Tom, todo el mundo en la isla sabía que Stella Sinclair y Wallis eran amantes.
Pero lo que más seguía intrigándola de su jefe era la profunda antipatía que había sentido hacía ella desde el mismo instante en que la había visto por primera vez. Era cierto que nadie se llevaba bien con él cuando el restaurante estaba repleto de gente y las cosas empezaban a ponerse difíciles, pero todo el mundo lo sobrellevaba, porque en otras ocasiones podía resultar un tipo interesante y divertido, a veces incluso irresistible; su hijo lo adoraba y él parecía sentir lo mismo por el pequeño. A menudo se los veía trabajando juntos, eso significaba que Tom le iba dando las herramientas a Bryn mientras este construía algún mueble. En esas ocasiones parecían tener unas larguísimas conversaciones que la mayoría de las veces acababan en sonoras carcajadas.
Sin embargo, ella nunca había podido disfrutar de ese lado tan dulce. Wallis siempre encontraba la manera de sacarla de quicio, era un maestro de la provocación más hostil, una cualidad que solo le había visto poner en práctica con ella. Sin saber muy bien por qué, ella nunca contraatacaba.
En aquellas dos semanas, Fleur había tenido extremo cuidado en no meter la pata con nada. Había hecho todo lo que le habían pedido, incluyendo todo lo que Wallis había mencionado en la entrevista, excepto lo del cricket. Todo aquello le compensaba porque también estaba pasando mucho tiempo con Tom, y eso no era ningún esfuerzo ya que era un niño excepcionalmente despierto para su edad.
Aparte de realizar todas sus labores, había hecho lo imposible por no llamar la atención: llevaba el pelo siempre recogido, en su rostro no se podía ver ni rastro de maquillaje y solo se ponía vestidos holgados, que había tenido la precaución de comprar antes de ir a la isla.
Con todo eso creía haber conseguido que Wallis cambiara de opinión sobre lo de que ella se convertiría en una distracción poco recomendable, y creía haber percibido en él ciertas miradas que así se lo confirmaban... A menos que...
No, eso era imposible, era imposible que ella estuviera distrayéndolo, no había ninguna señal que así lo indicara. Además él tenía a Stella...
De hecho, tenía a Stella en ese momento, pensó Fleur al fijar la vista en la playa por donde iban paseando Tom, Bryn y aquella mujer. Los tres iban en traje de baño y, según ella los estaba observando, empezaron a salpicarse y a juguetear.
Fleur no pudo evitar sentir una ligera punzada de envidia al ver el aspecto de familia bien avenida que tenían. Stella llevaba un biquini rojo y Bryn un bañador de surfista de color verde, desgastado. En realidad, ese tipo de bañadores, un viejo sombrero de paja y un colmillo de tiburón colgado del cuello con un cordón de cuero, era la indumentaria que solía llevar su jefe en la isla. Dicha indumentaria no hacía nada más que aumentar el increíble atractivo que Wallis tenía de por sí.
Para trabajar en el restaurante, solía ponerse un pañuelo rojo en el pelo, unos pantalones negros, una camisa blanca de pirata y un fajín color esmeralda. Al verlo por primera vez con su indumentaria de trabajo, había sentido el impulso de echarse a reír, pero la mirada heladora que le lanzaron aquellos ojos color miel se lo impidió.
Después de la sorpresa inicial, no había tardado mucho en darse cuenta de que no era la única que lo encontraba irresistible de tal guisa; había observado que muchas clientas del restaurante lo seguían con la mirada mientras él trabajaba. Era especialmente en las noches románticas llenas de estrellas cuando daba la sensación de que aquellas mujeres se imaginaban que él las transportaba en sus brazos para hacerles el amor de un modo apasionado.
Mientras miraba a Bryn, parado en la playa con las manos en las caderas, esperando a que Tom y Stella llegaran corriendo hasta él, Fleur sintió un pinchazo en la boca del estómago que no hizo más que aumentar el temor que llevaba días acechándola, el temor a estar empezando a sentirse igual que las clientas del restaurante...
«Recuerda, Fleur, se acabaron los hombres», tuvo que decirse a sí misma con los ojos cerrados para dejar de mirarlo.
Una semana después, amaneció un día como cualquier otro.
Por la mañana temprano fue sola a darse un baño; después desayunó un poco de fruta y cereales en compañía de Tom y de Julene, ya que Eric había salido a pescar y de Bryn no se sabía nada hasta que su hijo sacó el tema.