Mindfulness Integral - Diego Martini - E-Book

Mindfulness Integral E-Book

Diego Martini

0,0
9,49 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

El libro se fundamenta en el Mindfulness Integral AQAL, y se centra en los diferentes modos de practicar atención plena de acuerdo a las diferentes visiones de mundo, estados de conciencia, perspectivas de conciencia, inteligencias múltiples y tipos psicológicos.

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB
MOBI

Seitenzahl: 602

Veröffentlichungsjahr: 2022

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Diego Martini

Mindfulness Integral

La práctica de la atención plena usando el mapa AQAL

Índice

PRÓLOGO

PARTE 1

PARTE 2

Capítulo 1

Introducción

Capítulo 2

Una vida consciente

El arte de estar presente

El poder de la presencia

Regresar a lo sencillo

La importancia del silencio

Aprender a pensar

La aceptación

Mente de principiante

Confianza

No–esfuerzo

No juzgar

Habilidades del Ser y habilidades del hacer

Nuestros aspectos mecánicos o automáticos

Aportes de la psicología cognitiva

Capítulo 3

La práctica de la atención plena

Los sentidos

La importancia del entrenamiento

Víctima y protagonista

Los pensamientos

Identificación y desidentificación

Beneficios de la práctica sostenida

Capítulo 4

La visión integral

¿Visión optimista o pesimista?

¿Por qué es necesario el Mindfulness Integral?

Nuestro centro de gravedad

Subpersonalidades y dinámica del desarrollo

Mindfulness romántico

Las líneas del desarrollo o inteligencias múltiples

La inteligencia espiritual

La línea de la madurez

Línea moral

Línea de la voluntad

Línea Emocional

Psicógrafo

Los estados de Conciencia

Naturaleza pasajera

Estados emocionales

Estados defensivos

Estados meditativos

Rasgo meditativo

Los cuadrantes o perspectivas de la conciencia

Lo Bello, lo Bueno y lo Verdadero, y el Mindfulness Integral

Los tipos psicológicos

Capítulo 5

El Mindfulness Integral y el Inconsciente: ¿cómo integrar la sombra?

Capítulo 6

Autoestima y Mindfulness

Capítulo 7

Psicología de la existencia y atención plena

Capítulo 8

La atención plena y la espiritualidad

Bibliografía

Sobre el autor

Martini, Diego Mindfulness Integral : la práctica de la atención plena usando el mapa AQAL / Diego Martini. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2022.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-2609-0

1. Ensayo. I. Título.CDD 158.128

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Prólogo

En los valles, bajo la sombra de los árboles, donde las hojas caen junto al ritmo de la vida, miro las nubes que viajan infatigables. El silencio del Universo respira con cada latido mío, más potente que la fuerza de los vientos, más bello que todas las cosas.

Diego Martini (D. M.)

Este libro está compuesto de dos partes. La primera, hace referencia a mi relación personal con la práctica del Mindfulness Integral. La segunda, está abocada a la descripción de la teoría y del método del Mindfulness Integral. Espero que lo disfrutes y que pueda aportar al desarrollo de tu conciencia.

Diego Martini

PARTE 1

Aquí junto al silencio de los árboles, contemplo la asombrosa existencia. Mi vida es un viaje permanente, soy una chispa de la consciencia. Cada emoción que te hace estremecer también la siento. No encuentro fuera de mi nada que no me pertenezca.

D. M.

Desde que soy pequeño tuve una gran afición por la soledad. Me encantaba, sobre todas las cosas, pasar el tiempo jugando, habitando un tiempo infinito, gozando de estar conmigo mismo. Disfrutaba enormemente construyendo, con piezas pequeñas, granjas. Pasaba horas haciéndolo. Tenía todo tipo de animales, corrales, árboles y pequeñas casitas. Y una vez que armaba el paisaje completo me quedaba un buen tiempo observándolo, era como un estado contemplativo de gozo.

Tuve la suerte de tener, desde mi nacimiento, un asiduo contacto con la naturaleza, algo que, para muchos eruditos en el arte de la contemplación, es un facilitador del contacto con nuestra esencia. Todos los fines de semana partíamos hacia la quinta de mi abuelo ubicada a las afueras de Buenos Aires. Me encantaba estar allí. Una buena parte de mi tiempo la compartía con mis hermanos y primos jugando, divirtiéndome, haciendo deporte y, por supuesto, peleándome. Otra, mi favorita, la utilizaba para estar conmigo mismo. Muchas veces me trepaba al pino más alto de la quinta. Subía a una buena altura y desde allí me quedaba largos ratos en silencio, observándolo todo con sumo placer mientras me dejaba atravesar por las diferentes sensaciones que llegaban a mí. Otras veces me echaba en el pasto, en el fondo de la quinta, y, sumido en un tiempo infinito, me ponía a investigar el terreno concentradamente y observaba, por ejemplo, la infinita labor de las hormigas, los diferentes tipos de insectos y los diferentes tipos de vegetación que abundaban en el terreno. No me interesaba comprender el nombre específico de las hormigas o de la vegetación sino solo observarlas y deleitarme con ello.

Me resultan inolvidables, también, las visitas al campo de mi amigo Pablo. Íbamos a pasar muchos fines de semana y algunas veces nos instalábamos unos cuantos días. A Pablo le resultaba sorprendente que, en algún momento del día, siendo niños de seis o siete años, yo le dijera que me iba a tomar unos minutos para visitar a los animales. A veces me acompañaba, pero la mayoría de las veces iba solo. «Otra vez a ver los chanchos y las vacas», decía Pablo. Muchas veces caminaba un buen rato hasta llegar campo adentro. Y allí me sentaba o me apoyaba en algún árbol a contemplar el hermoso entorno que me rodeaba, de hecho, mi placer era tan grande que no quería volver. Esa misma sensación siento hoy cuando me adentro en meditaciones profundas. Simplemente me quiero quedar allí para siempre.

Cuando comencé, en el año 2007, a mis treinta años, a practicar Zazen, una técnica de atención plena, recordé inmediatamente todos aquellos momentos de mi infancia y entendí que, desde niño, tenía la facilidad para ingresar en estados contemplativos. Facilidad que ahora, siendo adulto, no me resulta sencillo activar en mi vida cotidiana, pero que me permite ingresar en estados de silencio interior, sobre todo cuando estoy solo, y más aún en un entorno natural.

Meditar bajo la modalidad Zazen me resultó muy difícil en un comienzo, más allá de la simplicidad de su método: sentarse en un zafu (un almohadón redondo), colocarse en posición de loto o medio loto (lo mío es el medio), mantener una postura particular y respirar conscientemente. Fue difícil, porque hacía rato que no frecuentaba los estados contemplativos y mi mente se encontraba bastante inquieta, además, por aquel entonces todavía me encontraba muchas veces arrasado por una potente angustia existencial: me preguntaba por el sentido de la vida, por Dios, por la muerte, por la libertad y muchas veces caía en un vació avasallante y sin sentido que en nada se parece al silencio interior, lleno de paz, al que hoy puedo acceder.

Qué importante es declararse aprendiz para que podamos acceder al conocimiento y que este pueda realmente transformar nuestras vidas. Cuando nos disponemos a aprender algo es porque entendemos que hay una situación presente que, de algún modo u otro, pretendemos transformar. Una de las cosas que yo quería cambiar era mi modo de habitar mi vida cotidiana. Mi anhelo era (y sigue siendo) conquistar mayor paz interior. Y para ello tuve que comprender que muchas de las soluciones que había intentado, desde los viajes excéntricos a mis incursiones por el mundo de la música y el teatro, desde mi práctica profesional como psicólogo a las diversas psicoterapias que había transitado, y desde los diversos mundos literarios y filosóficos que había recorrido, habían resultado valiosos pero insuficientes. Debía aprender algo nuevo y para ello necesitaba desarrollar nuevas competencias. Necesitaba desarrollar el compromiso férreo de involucrarme en aprender nuevas técnicas y habilidades para dominar mi mente y reposar en la Conciencia (la fuente de mi paz interior). Ello implicaba declararme ignorante, aprendiz, incompetente. Algo que, a medida que vamos creciendo, nos cuesta más y más, porque cuánto más fácil es quedarnos en el territorio conocido en el que ya hemos desarrollado competencias y cuánto se limita nuestra vida si decidimos quedarnos allí. No hay nada más poderoso y transformador que sostener activamente, no importa el ciclo de la vida en el que nos encontremos, nuestra voluntad de aprender. Sigamos declarándonos ignorantes para poder ir en busca de nuevos y valiosos conocimientos.

En mi vida actual, además de los buenos ratos en los que sigo teniendo un contacto con la naturaleza e ingresando espontáneamente en estados contemplativos, y de los ratos en que me siento a meditar, me sirvo de las técnicas de la práctica de la atención plena para alcanzar un estado de paz interior que no podría lograr de otro modo mientras vivo mi “día a día”. Estas técnicas no son otra cosa que métodos para lograr estados de un alto nivel de Conciencia en donde, en lugar de estar en funcionamiento automático, con nuestra mente activa e inquieta, logramos estar atentos a lo que sucede en nuestro mundo interior y en nuestro mundo exterior.

Las técnicas de la atención plena me son de utilidad mientras trabajo, mientras hago deporte, mientras juego con mis hijas, mientras acaricio a mi pareja, mientras cocino, mientras me ocupo del jardín de mi casa, mientras conduzco mi auto en medio del tránsito y en infinidad de momentos más. Nunca me fallan. Siempre que recuerdo hacerlas mis experiencias se transforman en algo más pleno y consciente.

Creo que resulta imperioso, antes de ponernos a practicar atención plena, hacernos cargo de nuestro sufrimiento psicológico. Y sufrimos porque algo tenemos que ver en el asunto. Somos responsables de nuestro sufrimiento. Dejemos de culpar a situaciones externas. Hagámonos cargo de que nuestra mente es un torbellino gracias a su propia indisciplina.

Con esto que digo no me olvido de que mucha gente sufre por experiencias muy dolorosas que les han tocado atravesar. Entiendo que cuando los traumas son severos o cuando nuestras necesidades elementales no son satisfechas, todo es muchísimo más complicado hasta, incluso, imposible.

Sin embargo, una vez que nos hacemos responsables de nuestro sufrimiento psicológico es cuando podemos comprometernos con más determinación en una práctica saludable y de higiene mental, como es la atención plena. Sin ese paso anterior, el de la responsabilidad, es difícil que los frutos sean buenos.

Hay una facultad psicológica que ha sido mi mejor aliada para que la práctica siga estando presente en mi vida: la voluntad. Gracias a ella he sabido sostener la práctica estos catorce años. Y, pese a las múltiples formas en que la implementé, confieso que no soy un practicante muy formal, la práctica se mantiene viva en mi vida.

Debo decir que encuentro varias diferencias entre los estados de conciencia que experimentaba durante mi niñez y la práctica deliberada que hoy más ejercito. La primera y, tal vez más importante, es que cuando era niño no estaba buscando nada en especial. Simplemente me adentraba en la naturaleza y me disponía a contemplarla por el gran placer que ello me deparaba. Ahora, de adulto, tengo un objetivo latente. Ahora quiero encontrarme conmigo mismo, quiero ser mejor persona, quiero estar alineado con mis valores y propósitos, quiero madurar, quiero transformarme. Una multitud de intenciones, que han ido emergiendo a medida que fui creciendo y que fueron depositándose en la práctica, hoy me acompañan.

Por momentos pienso que todos esos deseos algún día los derribaré y volveré a ser el de antes y a disfrutar de la paz que me brinda la práctica y nada más. Por otros momentos, que son la mayoría, me doy cuenta de que ya no soy un niño y que no puedo volver a ser quien era, que la niñez no es el paraíso perdido. Pienso que ahora es lógico que mi mente elabore planes y proyectos entre los que se encuentra mi desarrollo personal. Pienso que ese estado de paz que alcanzaba lo sigo alcanzando e incluso profundizando. Pienso que necesito de herramientas (no solo las contemplativas, sino también las psicoterapéuticas, las artísticas, las comunicacionales, las deportivas y tantas otras) para lograr un equilibrio existencial. Y, como son la mayoría de las veces que pienso esto último, mi práctica de vida es integral. Es decir, además de tomarme con compromiso y seriedad la práctica meditativa, algo parecido hago con la práctica psicoterapéutica, artística, intelectual, relacional y deportiva. Cierto es que no soy un destacado en ninguna de ellas. Tampoco es mi intención serlo (sí deseaba destacarme en mi juventud porque anhelaba fervorosamente el reconocimiento social). Hoy ese impulso ha disminuido, aunque debo reconocer que no lo he extinguido por completo... tampoco es mi cometido. Lo que más valoro hoy es la multiplicidad de caminos que me llevan a mi crecimiento y desarrollo personal. Todos tienen enseñanzas valiosas y todos aportan a la construcción de mi sentido de identidad.

Siempre fui una persona con cierta inclinación hacia el autoconocimiento. Gracias a la abultada biblioteca de mi padre me he podido zambullir en el mundo de la literatura desde que era adolescente. Y debo decir que aprendí y sigo aprendiendo mucho de personas como Tolstoi, Borges, Bolaño, Kafka, Dostoievski, Balzac y tantos otros gigantes de la literatura, aunque en el momento que los leí con más asiduidad mi vida era un torbellino emocional y mental.

Ni bien terminé mis estudios secundarios me introduje en la carrera de psicología y a la par estudié unos cuantos años de teatro, con el fin de vencer mi extrema timidez (confieso que me fue de gran utilidad). Al mismo tiempo, comencé a trabajar varias horas al día para tener sustento económico: desde lavacopas a camarero, de empleado en comercios a cadete. Todos esos aprendizajes, aunque muchas veces sentí padecerlos, fueron valiosísimos, como los viajes, las amistades, los procesos psicoterapéuticos, las pérdidas de seres queridos y tantas otras experiencias. Pero, ahora entiendo que todo ese cúmulo de conocimientos adquirió todo su valor o, mejor dicho, lo pude valorar, recién cuando comencé a practicar Zazen. La práctica de la atención plena fue la única técnica de autoconocimiento que me brindó paz interior y me permitió, de ese modo, comenzar a valorar y disfrutar de todos los caminos que iba transitando. Antes hacía las cosas, vivía experiencias, pero una angustia sutil no terminaba de perturbar mi paz interior. Desde que comencé a practicar Zazen esa angustia se ha extinguido. Ahora gobierna la paz, claro que con intervalos.

Muchos años, pasada mi niñez, viví en un estado casi crónico de angustia. Y si bien tenía herramientas para dominar dicho estado emocional no conocía, salvo raras excepciones (quizás en algunos viajes que realicé en soledad), lo que era permanecer varios días en un estado de paz interior. Y debo decir que desde hace trece años mi estado interior, salvo ciertas crisis puntuales, es el de vivir en paz y con un contento interior nada desdeñable.

Creo que he logrado algo bien importante en la vida. Claro que continúo siendo un ser humano bastante inmaduro, muchas veces hiriente y egoísta. Así y todo, me esfuerzo por cambiar y ser mejor.

Los primeros seis meses de práctica del Zazen no fueron fáciles. La técnica para mí, en aquellos momentos, era bastante rigurosa. Sentarme en un zafu, con las piernas cruzadas y las rodillas en contacto con el piso (jamás logré un loto completo), con la columna bien derecha, el mentón entrado y la nuca estirada. Todo ello era mucho. Mis piernas se quedaban dormidas a los diez minutos y comenzaban a dolerme una enormidad, mi columna me pedía a gritos echarse al piso, mis manos entrecruzadas transpiraban y mi cabeza daba vueltas por todos lados. Si hay algo que no conseguí en esos primeros meses fue paz interior.

Poco a poco comencé a darme cuenta del dolor. A tomar distancia de él. Comencé a observarlo con atención, y mientras lo observaba parecía transformarse en otra cosa, en algo diferente. Tal vez desaparecía, tal vez cambiaba de sitio, incluso a veces se hacía más potente. Pero algo pasaba. Algo podía hacer con él. Y lo mismo con mi mente. Poco a poco comencé a observar mis pensamientos, a tomar distancia de ellos. Si bien no podía parar mi cabeza, podía darme cuenta de que no paraba y un lugar mío, sereno e imparcial, observaba todo con atención. Sin saberlo comenzaba a hacer contacto con la zona más valiosa de mí, con lo que hoy le da pleno sentido a mi vida, en un lugar de paz, tranquilidad y sabiduría que jamás había conocido de ese modo. Ese es mi Centro de Atención Consciente.

Durante la práctica comprendí la importancia de la respiración. En el Zazen el aire se expulsa de un modo lento y por la nariz. Como a mí me costaba sacarlo por la nariz (sobre todo en invierno cuando me encontraba congestionado) sin decírselo al maestro o a mis compañeros, ya que eran bastante tradicionalistas con respecto a los aspectos formales de la práctica, y yo, un eterno rebelde, lo sacaba por la boca. Y me concentraba mucho observando ese proceso.

Pasaban los meses y durante cada sentada, que duraban cerca de los cincuenta minutos, iba logrando pequeñas experiencias de silencio interior. Si bien la mayoría del tiempo me la pasaba con dolor o con la mente atiborrada de pensamientos también hizo su aparición, durante breves períodos, un estado de paz que lograba calmar mi sed interior. Como si la mente, bajo observación, se cansara de producir pensamientos mecánicamente y se detuviera por unos minutos, ello me pareció grandioso.

Inevitablemente comencé a darme cuenta con más contundencia, fuera de las sesiones de Zazen, que estaba viviendo con mi mente funcionando a doscientos kilómetros por hora. Y, a medida que transcurrían las semanas, iba despertando un poder cada vez mayor para poder observar su funcionamiento, incluso, a veces, podía ingresar en un estado de presencia y calma que, aunque no era de extensa duración, me gratificaba inmensamente.

Durante las meditaciones de Zazen desfilaban por mi mente todo tipo de pensamientos: deseos con sus respectivos planes de acción para ejecutarlos, miedos de todo tipo, enojos con personas queridas y no queridas que se traducían en batallas verbales fantaseadas, recuerdos de acontecimientos pasados que me avergonzaban. Todo eso sucedía mientras mis piernas, en una posición de semi–loto, parecían dos rocas pesadas y mi espalda se retorcía del dolor. Y mientras todo eso sucedía una parte de mí anhelaba que, de una vez por todas, suceda la magia y quedarme en silencio absoluto. A veces no sucedía y resultaba sumamente frustrante. Otras veces, sobre todo cuando dejaba de anhelarla, aparecía la paz y la armonía, y me inundaban por completo.

Estaba fortaleciendo mi contacto con mi Centro de Atención Consciente. Y, gracias a ello, comencé a darme cuenta de las pequeñas distracciones que solían desfilar por mi mente y que, casi inadvertidamente, lograban capturarme. De un segundo a otro, sin siquiera desearlo, estaba pensando en cómo preparar el arroz con verduras de la noche y al instante discutiendo imaginariamente con un amigo por un asunto futbolístico intrascendente. Fue impresionante comenzar a darme cuenta de ese instante tan sutil en donde la mente va yendo y viniendo.

Fui más consciente que nunca de lo frágil que podía ser mi sensación de estabilidad y paz interior. Si yo no estaba presente, haciendo un ejercicio consciente de práctica de atención plena, mi mente de seguro estaría deambulando de aquí para allá y yo sería arrastrado por esa corriente incesante de pensamientos.

Las lecturas de los maestros de la meditación y de las artes contemplativas comenzaron a resultarme de gran utilidad. Leía de todo, al igual que en mi temprana juventud, no me importaba la tradición religiosa ni filosófica que se hallaba detrás, me daba igual el islamismo, el judaísmo, el budismo, el existencialismo e incluso el cristianismo, con el cual estaba peleado desde hacía varios años. En todos ellos podía encontrar perlitas que me eran de un valor extraordinario. Y, lo más importante, todos coincidían en algo: para alcanzar la paz interior es preciso acallar la mente y lograr silencio. Encontrar ese núcleo común en todas las tradiciones religiosas fue también un gran descubrimiento.

Las rivalidades, los odios y las miserias de las religiones aparecen cuando la gente se identifica con los lugares más superficiales o dogmáticos. Cuando logramos trascender los niveles convencionales o tradicionales accedemos a un cúmulo de información y conocimiento que son los mismos en todas las religiones: la paz, el amor, el perdón, la compasión, la gratitud, el silencio. He allí el núcleo espiritual que todas comparten.

Lo extraño era que, junto a un entusiasmo, una motivación decidida y una voluntad férrea, aparecía también un lugar mío que, con todo tipo de excusas, resistía a la tarea de sentarme a practicar Zazen. Y no solo fue un asunto del pasado, sino que aún hoy, luego de tantos años, la resistencia sigue presentándose y tengo que luchar, muchas veces arduamente, para seguir haciendo meditaciones.

«Con todo lo que tenés que hacer hoy te vas a sentar a meditar»; «Si meditás mucho tampoco es bueno, te aislás»; «Vos deberías hacer más teatro en lugar de meditar, esto aumenta tu timidez»; «Estás perdiendo el tiempo ahí sentado, la vida es una sola y tenés que vivirla a pleno con experiencias gratificantes, ir al cine, al teatro, cocinar algo rico y cortala con esto»; «Ponete a escribir un libro, lo que importa es tu crecimiento profesional». Estos son algunos de los pensamientos que todavía hoy se presentan en mi mente e intentan apartarme de lo que verdaderamente me importa. Es que, cuando realmente hago una pausa y pienso, convocando a mi lugar más sabio, no tengo ninguna duda de que la práctica meditativa es y seguirá siendo uno de los pilares y fundamentos de mi existencia.

El silencio interior comenzó a hacer acto de presencia más a menudo. Muchas veces se presentaba espontáneamente. Tal vez me hallaba corriendo y en lugar de estar pensando y corriendo, simplemente, corría. La mente en silencio. Los sentidos abiertos. Mi respiración en un ritmo que yo comandaba. Tal vez me encontraba dialogando con un amigo y en lugar de estar con la mente al palo, simplemente hacía silencio y escuchaba.

Comenzaron a reaparecer con mayor contundencia experiencias similares a las que disfrutaba en mi niñez. A mis treinta vivía en un barrio con lindas plazas y muy arbolado. Muchas veces, acomodaba mis horarios de trabajo, me sentaba en un banco en la plaza o me echaba en el pasto y simplemente me quedaba allí viviendo la vida, disfrutando de respirar, de mirar los aconteceres matutinos que allí se desplegaban.

Mi profunda afición a la naturaleza se había convertido ahora en una necesidad. Una y otra vez me iba al Río de la Plata a mirar el horizonte e intentar permanecer abierto a la experiencia, haciendo silencio interior. Por un tiempo, incluso, llegué a evitar todo lo que pude actividades donde se concentraba mucha gente. No por un rechazo a las personas, sino que me costaba enormemente mantener el contacto conmigo mismo, el silencio interior, cuando me entremezclaban en eventos sociales. Y si bien hoy todavía me resulta un desafío mayor, he logrado disfrutar mucho más de mis relaciones sociales sin dejar de estar consciente, despierto o perdido en falsas personalidades.

Empezaba, también, a darme cuenta del poder inmenso que tenían los momentos de meditación. Había descubierto un nuevo y poderoso sentido en mi vida. Como si mi identidad hubiese encontrado un nuevo e infinito espacio en el cual expandirse. Más allá de que era consciente de que una vez que salía del estado de atención plena y dejaba de estar en contacto con mi Centro de Atención Consciente volvía a mi tradicional sensación de identidad. Lo más importante para mí se había convertido en entrar en contacto con ese poderoso Centro Atencional, ya que, cada vez que lo hacía, podía vivir con mayor plenitud, humanidad, sentido y empatía el momento que estaba viviendo.

Cosa no menos importante es que comencé a darme cuenta de que ya tenía las llaves para acceder a mi lugar más sabio. Ya poseía la autonomía suficiente para bucear en mi interior y encontrarme con mi Centro de Atención Consciente. Ya no eran imprescindibles, como lo fueron durante más de un año y medio, las sentadas grupales en el dojo. El Zazen es una disciplina fantástica que me mostró el camino. Pero como toda disciplina también posee ciertos aspectos convencionales y hasta dogmáticos que en algún punto me parecen limitantes. Y no solo se trata del Zazen, lo mismo sucede con cualquier escuela, incluso las tradiciones más actuales como el método de Kabat–Zinn o la del mismo Mindfulness Integral, que intentaré describir en los capítulos siguientes, tienen sus aspectos convencionales y limitantes.

Por eso soy un convencido de que el camino de desarrollo de la conciencia a través de las diferentes prácticas que vamos conociendo, desde el mindfulness al psicoanálisis, desde el Tai–Chi a la Astrología, desde el budismo al cristianismo, desde Nietzsche a Platón, es necesario construirlo con autonomía. Si bien encontramos compañeros de ruta, comunidades y maestros, en algún momento u otro es preciso avanzar en nuestra búsqueda personal y dejar atrás a personas y comunidades para avanzar en el verdadero encuentro con nosotros mismos. Algo que se hace, desde mi parecer, en la más absoluta soledad.

También fue haciéndose más contundente el entendimiento de que la práctica meditativa, más allá de practicarla todos los días durante una hora (algo que hice durante cinco años), no era suficiente para pasar el día en contacto con nuestro centro atencional (en contacto con nosotros mismos). Al rato de practicar ya perdía el contacto con mi centro atencional y me encontraba disperso, los patrones y mecanismos repetitivos e inconscientes volvían a hacerse protagónicos, mi sensación de identidad volvía a comprimirse y el sutil dolor psicológico que padecemos por vivir descentrados y fuera de nosotros mismos volvía a presentarse. Si bien la meditación sentada y profunda es necesaria para lograr estados expandidos de Conciencia no alcanza o, por lo menos en mi caso, no me alcanzó para mantenerme consciente durante el resto del día. La práctica debía ser más frecuente: practicar cuando camino, practicar cuando veo una película, practicar cuando hago ejercicio, se hizo más que necesario en mi vida. Hoy ya no lo tomo como una práctica que me involucra un esfuerzo, tan solo me doy cuenta de qué modo me estoy habitando y elijo activar la consciencia.

Practicar una y otra vez el arte de la meditación me fue ayudando a observar el mundo de un modo diferente. Claro que no puedo evitar (porque es inevitable) seguir observando la realidad desde mis esquemas de pensamiento o de mi visión actual del mundo.

Desde que estudio el modelo integral comprendí que ello no acarrea un problema en particular. Al contrario, aprendí que, por más que meditemos cuatrocientas horas al día nuestra visión de mundo, con sus particulares esquemas interpretativos, seguirá estando allí. Y se activará indefectiblemente en las diferentes situaciones vitales que atravesamos. Por ejemplo, puedo traer a cien meditadores avanzados y preguntarles qué piensan acerca del libre uso de la marihuana o del matrimonio igualitario o de la ley del aborto o del papel del capitalismo en la vida postmoderna y, cada uno de ellos, más allá de sus horas de meditación y de la capacidad que tengan para experimentar estados profundos de conciencia, me contestará algo que emergerá de acuerdo a su particular y único sistema interpretativo de la realidad. No existen, a mi parecer, «las cosas tal como son» como aclaman tantos practicantes devotos.

Cierto es que la meditación ejerce influencia y ayuda a transformar esquemas de pensamientos (como la filosofía o el psicoanálisis), pero lo que no hace es derrumbarlos a todos. Si nos quedamos sin esquemas mentales probablemente perderíamos nuestra capacidad de adaptación al medio circundante y probablemente iríamos a parar a un psiquiátrico.

Ahora bien, el poder estar, por ejemplo, sentado en una plaza durante media hora en un absoluto silencio interior, observando el espectáculo social y natural que allí se despliega es una experiencia de lo más valiosa. Y que en ese momento podamos silenciar la mente por completo y que no se active ningún sistema de interpretación conceptual de la realidad y solo veamos con los sentidos es lo que yo llamaría aprender a ver las cosas de otro modo. Ese estar en silencio, a gusto, sin hacer juicios de ningún tipo, disfrutando el momento presente es, para mí, ver las cosas de otro modo. Esa experiencia emerge con un particular estado de Conciencia que, como todo estado (emocional, sensorial, mental, espiritual), es temporal. Debemos aprender a vivir y a aceptar todos los estados que transitamos. Y debemos aceptar también que jamás lograremos ser un espejo objetivo de “la verdadera realidad”, primero, porque dicha realidad no existe y segundo, porque mientras seamos humanos portaremos un sistema cognitivo e interpretativo mediante el cual observaremos nuestro mundo interior y exterior.

He tenido la dicha, desde que practico meditación de un modo intenso, de tener experiencias interiores absolutamente profundas y placenteras que jamás había tenido. A veces, caminando por la costa de un lago, me ha tocado experimentar una inmensa dicha. Todo lo que me rodeaba se transformaba en algo infinitamente bello y yo me iba perdiendo en esa belleza hasta que no quedaba nada de mí y solo existía eso: belleza. Estas son experiencias que gracias a la meditación he tenido repetidas veces. Experiencias mucho más contundentes de las que había tenido en mi niñez. Otras tantas las he vivenciado antes de dormirme, donde todo mi cuerpo parecía, por un momento, entumecerse sin producir ninguna sensación displacentera. Al contrario, una profunda sensación de dicha me capturó por completo.

Dicen muchos meditadores que logran entrar a los sueños de un modo consciente. A mí me falta mucho para lograr que esas experiencias se estabilicen. Solo las he vivido aisladamente. Lo que no tengo es ninguna duda de que es algo que puede realizarse. Primero debo seguir trabajando en la seminconsciencia del mundo de la vigilia y si lo logro en esta vida trabajaré en el fortalecimiento de mi Conciencia en el mundo de los sueños, aunque no creo que llegue. Me conformo con aprender a estar “verdaderamente despierto” durante la vigilia.

Desde que practico meditación comprendo, no tengo dudas de ello, que mi amorosidad, compasión, bondad y verdadera empatía se encuentran en mi Centro de Atención Consciente. Es la parte de mí en la que verdaderamente confío. Es la parte de mí que me brinda estabilidad y seguridad. Es la parte de mi a la que recurro siempre que me siento mal y quiero regresar a casa. Es mi verdadero hogar.

El aprendizaje de la meditación y el contacto asiduo con mi Centro de Atención Consciente o Centro Espiritual me brindó también algo que jamás había vivenciado. Pude empezar a perdonarme con mayor honestidad y autenticidad. Dejé de condenarme por las cosas que había hecho en el pasado y me desagradaban de mí mismo. La culpa se desintegró frente a esta nueva zona de mi alma. Comprendí el absurdo de condenarme por lo que había realizado tiempo atrás. Comprendí el nivel de Conciencia que tenía en aquel momento y la ignorancia que me gobernaba. Comprendí, con humildad, que espero seguir ampliando y desarrollando mi conciencia, y espero en un futuro poder perdonarme todas las acciones que parten de mis actuales zonas inconscientes y destructivas. Tengo confianza en mi cambio y en mi desarrollo, y eso se debe, principalmente, a esta práctica.

Desde que practico atención consciente me relaciono de un modo diferente con mi alimentación. No solo soy más consciente del tipo de alimentos que decido ingerir sino también del modo en que los ingiero (me falta tanto aprendizaje en esta dimensión). Intento seguir los dictámenes de mi Conciencia y comer, día a día, un poco más sano, así como tomarme mi tiempo y comer lentamente y a conciencia. Varias escuelas esotéricas consideran que no solo nos alimentamos con la comida que comemos, sino también con el aire que respiramos y con las impresiones que recibimos. Y eso tiene un gran sentido para mí.

Con respecto al aire intento respirar de un modo más pausado y suave. Cada vez que lo recuerdo activo una respiración consciente y rápidamente tiene efectos en mi organismo psicofísico. Lo mismo me sucede con las impresiones que recibo. El mismo año que comencé a practicar Zazen, allí por el 2007, dejé de ver televisión abierta. No miro noticieros, ni telenovelas, ni partidos de fútbol (salvo rara excepción). Estoy absolutamente convencido de la toxicidad que existe en las impresiones que decidimos, mecánicamente, incrustar en nuestras mentes. Por supuesto que existen momentos en los que en lugar de comer conscientemente trago la comida, otros en los que, en lugar de respirar conscientemente, me agito respirando mecánicamente y otros en los que atonto mi mente con series o películas imbéciles. Así y todo, hoy soy más consciente y poco a poco voy en busca del mejor modo de alimentar mi consciencia.

La meditación hace estragos en nuestra sensación de identidad. Creo que fue bueno, por lo menos en mi caso, el haber comenzado a practicarla con asiduidad a mis treinta años. Antes no estaba listo ni maduro para poder hacerlo. Es cierto que muchas tradiciones meditativas alientan la práctica desde que las personas son muy jóvenes en edad. Y tal vez sea muy beneficiosa en la temprana juventud. Honestamente no lo sé. Desde la visión integral los movimientos de trascendencia del Yo resultan beneficiosos cuando este se encuentra lo suficientemente construido y estable. Cuando nuestro Yo vive en la inestabilidad, cuando sus estructuras son frágiles, cuando nuestra autoestima es verdaderamente endeble no necesitamos trascender la sensación de identidad del Yo sino fortalecerla.

A mis veinte años necesitaba, no tengo lugar a dudas, fortalecer mi Yo. Necesitaba cariño, diálogo, comprensión, guía, apoyo, sostén, amor y sobre todo relaciones de apego saludables. Probablemente algo de meditación hubiera servido pero mi necesidad mayor era de otra índole.

¿Qué significa trascender el Yo? En mi experiencia personal pude comenzar a tener experiencias de estados de consciencia donde, de algún modo, sentía que se disolvían las fronteras de mi Yo y me unía, por más loco que suene, a todo lo que me rodeaba. Meditando en la costa del mar podía experimentar, luego de unos cuantos minutos, que ya no había un Yo por un lado y la costa por el otro. Sino un eterno presente que me atravesaba por completo. Esa es una experiencia de trascendencia de los límites y fronteras. Ahora bien, pasada la experiencia, el Yo, si está bien de estructurado, vuelve a su lugar y a ser el centro de identificación y volición.

Otro modo de mirar la trascendencia del Yo es ideativo o conceptual. Comenzaron a aflorar pensamientos e ideas que me parecían evidentes y que en otro momento de mi vida me hubieran parecido absurdas. Por ejemplo, ya no tuve dudas de que yo no era un “Yo aislado”, separado del mundo, sino que el mundo, el universo o el Cosmos y yo éramos la misma cosa. A esa idea y sensación de unidad la podría pensar como “trascender los límites del Yo”.

Esa evidencia, como no logro que se estabilice en mi consciencia, aparece y desaparece. La gran mayoría del tiempo me olvido de ella y actúo como un ser individual y separado, sin compasión por el dolor de todos los seres sensibles, o solo preocupado por el dolor de mis allegados, sumido en mis metas y deseos egocéntricos. Actúo, entonces, la mayor parte del tiempo dentro de los límites de mi Yo. Sin embargo, esa sabiduría la comprendo y la siento y, cada vez más, hago contacto con ella. Y cuando lo logro es realmente transformadora.

Muchas otras ideas que, en otro momento de mi vida hubiera juzgado como descabelladas, comenzaron a tener más relevancia en mi vida cotidiana y a ejercer su gran poder transformador. Por ejemplo, comenzar a comprender que todo el planeta tierra no es más que un grano de arena dando vueltas en el espacio infinito me otorga una paz enorme. Realmente puedo, gracias a esa poderosa idea, dimensionar mi diminuta existencia y mi infinita esencia.

La meditación, junto con otras prácticas de autoconocimiento como la lectura y la psicoterapia, me siguen demostrando, con notable contundencia, que es muy poco lo que conozco de mí y ni hablar de lo que conozco acerca de los demás. Fue la práctica de la atención plena la que despertó en mí un genuino deseo de autoconocimiento y la que puso en evidencia la escasa atención que venía poniendo en mi persona. He dado solo algunos pasos y entiendo, con profunda humildad, que esos pasos son infinitos. Ningún mapa parcial me reconforta del todo, ni psicológico ni filosófico ni religioso, pero, a la vez, todos me enriquecen y me aportan algo. De esa mezcla de saberes y de mis propios esfuerzos voy extrayendo, poco a poco, algunas conclusiones valiosas.

Decido practicar el silencio. Decido, temporalmente, sumergirme en un estado de Conciencia tan particular, tan bello. Allí, mientras dura el estado, puedo conseguir una verdadera sensación de desapego de todas formas y conceptos que surgen en mi mente. En ese estado se apaga mi mente. Soy puro sentidos.

Muchos místicos dicen que cuando logremos la verdadera sabiduría nos daremos cuenta de que en realidad no existe esa supuesta identidad a la que solemos llamar Yo. Esa suposición no es más que una serie de creencias (falsas, distorsionadas y limitantes) que interactúan de un modo complejo y crean la ilusión de ser un Yo con una identidad separada de otras identidades. Dicen que la sabiduría se alcanza cuando nos damos cuenta de que somos vacuidad, es decir que somos parte de una existencia que no es otra cosa que un flujo continuo de interrelaciones.

Si bien puedo entender esto e incluso estar de acuerdo, me deben faltar quinientas vidas para poder vivenciarlo de un modo permanente. Por ahora me alcanza con lograr diariamente un estado de paz y silencio que valoro con todo mi corazón.

He ganado conciencia. Estoy orgulloso de eso. Me doy cuenta de que mi mente funciona por asociación, recreando momentos y escenas pasadas, intentando amalgamar recuerdos inconexos, proyectando ideas e ilusiones fantaseosas. Un sinfín de asociaciones aleatorias y fragmentos de percepciones pasadas e ilusiones futuras que suelen marearme y dejarme agotado. Un hilo de pensamiento infinito: «Mañana tengo que ir al banco y no quiero. Odio la burocracia. Siempre quejándote, dale que va, tengo que ir»;«¿Qué voy a hacer de comer? Las chicas van a llegar con hambre del colegio. ¿Otra vez fideos con verduras?»; «Me la paso haciendo cosas, quiero viajar. Que lindo cuando viajaba con mis amigos y nos pasábamos en la playa tocando en la guitarra Imagine all the people. No sé si viajar, pero puedo hacer yoga. Qué caro que está acá en San Isidro el yoga. Además, prefiero hacerlo solo. Pero no debería estar tanto tiempo solo...» shhhhh.

Disfruto tanto el aprendizaje del silencio. Tan solo eso, quedarme callado y hacer mis cosas. Mi mente quieta solo atestigua mis actividades.

Gracias a mi estudio del Modelo Integral pude encontrar un sistema de ideas con el cual me siento bastante identificado. Pese a sus contradicciones y a su poca exactitud en tantos ítems me parece sumamente inteligente y, valga la redundancia, integrador de conocimientos valiosos.

Mi mente, y creo que así son la mayoría de las mentes, produce argumentos e interpretaciones contradictorios. Mi sistema ideativo es muy inestable por eso considero valioso haber conocido un sistema de ideas y creencias que hoy encuentro coherente. Sin dudas que, por ser un sistema de creencias, jamás será la fiel representación de la realidad. Como ya he dicho, tampoco creo en tal cosa. Es, sin embargo, un mapa bastante complejo y completo que me ayuda a conocer el mundo y a mí mismo. Además, cuento con mi Centro de Atención Consciente, que al no estar compuesto de creencias es inmutable, omnipresente, despierto y siempre verdadero. Es el lugar donde deposito toda mi confianza.

Gracias a la experiencia de la meditación he podido descubrir que dentro mío existe una zona en la que me siento seguro y en la que sé que voy a estar bien. Nada existe en el mundo exterior, ni persona, ni comunidad, ni institución, que me pueda brindar dicha seguridad y tranquilidad. No importa lo que ocurra en el mundo exterior. Si persisto sé cómo ingresar en una zona interior de paz y tranquilidad.

Leo por todos lados que la meditación es amor o que la meditación nos convierte en seres más amorosos. Sé que es así. Me noto más amoroso y consciente de las necesidades de los demás. A la vez, sigo comportándome, muchas veces, con poca empatía, de modo caprichoso, gobernado por estados defensivos. Estos estados donde me siento amurallado y aislado del resto, donde me torno poco empático, con mi mente embotada de creencias distorsionadas, son los opuestos a los estados de atención consciente donde me siento abierto, con mi mente clara, dispuesto a dar lo mejor de mí, sintiendo plenitud. Poco a poco, los estados defensivos van ocupando menos territorio en mi vida.

Qué bello es cuando me voy a las orillas del Río de la Plata, me tiro en el pasto, libero el control de mi mente y poco a poco empiezo a descansar en la conciencia.

Otro de los beneficios maravillosos de la práctica meditativa es el fortalecimiento de la capacidad de asombro. Gracias a ello la pasión por lo sencillo y lo simple comenzó a hacerse imperiosa. Estar sentado en la terraza o en mi jardín mirando el sol puede, hoy, llevarme a un estado de plenitud y felicidad que en otro momento solo lograba visitando una ciudad exótica o teniendo una experiencia adrenalínica. Se acerca mucho a lo que siempre pensé que era la autorrealización, estar contento por existir, gozando de una puesta de sol, sintiendo los pies en contacto con el pasto. Es mucho, me siento muy agradecido.

El trabajo meditativo se ha transformado para mí en una vía para adquirir, además de paz y de calma, un gran cuerpo de conocimiento. Abrirme, día a día, a estados superiores de conciencia, aquellos que solo consigo meditando, me invitan a hacer contacto con mi Centro Espiritual, con el Ser, y no hacen otra cosa que dejarme asombrado de las maravillas que encuentro en mi interior. No escribo esto para que nadie crea en ello. Yo tampoco lo creería. Se trata de un tipo de experiencia que hay que aprender a vivenciar por uno mismo. Es, en ese sentido, intransferible. Es evidente que lograr dichas experiencias va a requerir de mucho esfuerzo y compromiso. Vale la pena, los estados superiores de Conciencia están a nuestro alcance.

Gracias a la práctica he descubierto que, por efecto de mis condicionamientos internos, mi libertad sigue siendo pobre. Si bien ya no me siento encarcelado por mis identificaciones parciales (por ejemplo: “soy psicólogo” o “soy argentino”) o por la actividad mecánica de la mente si estoy seguro de que tampoco soy demasiado libre. Hoy entiendo más que nunca que la libertad, además de ser un derecho, es una conquista. Y solo la obtienen quienes hacen el descomunal esfuerzo de observarse sincera y persistentemente. La atención plena es, sin dudas, una herramienta valiosa para avanzar en este infinito camino.

¿Por qué estamos tan obstinados en pelearnos con las capacidades mentales?

La mente, que es tan humana como el alma, entre otras capacidades, crea divisiones conceptuales, analiza, fragmenta. Y este es un modo racional de relacionarse con la realidad.

En cambio, el alma, tan humana como la mente, trasciende ese modo de relacionarse y accede a la realidad de un modo no conceptual.

¿Por qué creemos que acceder a la realidad desde el alma es el modo de experimentar la realidad tal cual es? ¿Por qué no nos contentamos en experimentar los diversos modos de acceder a lo real?

Observarse con sinceridad descubriendo lo que nos desagrada de nosotros mismos no es una tarea sencilla. Nunca me gusta observar mi egoísmo, mi inmadurez, mi resentimiento, mi envidia, mis prejuicios. Y sobre todo no me gusta porque sé que no puedo cambiarlos del todo.

Primero me toca observarlos y aceptarlos. Comprender, humildemente, que siguen estando activos en mi vida. Dejar de engañarme y de engañar al resto. Si quiero dar pequeños pasos hacia el cambio primero debo aprender a aceptar.

Desde mi perspectiva, un estado inferior de conciencia, más allá de los aprendizajes que pueda llegar a brindarnos, es, por ejemplo, un estado de negatividad: como un estado de enojo o ansiedad que han dejado de ser adaptativos y aparecen con frecuencia. Con eso no quiero decir que sea inferior la persona que los experimenta, en ese caso todos seríamos seres inferiores. Por lo menos yo sigo experimentando los estados de enojo y de ansiedad a menudo. Creo que son inferiores porque los podemos experimentar mecánicamente, no tenemos que hacer ningún tipo de ejercicio consciente y, además, por lo general, pueden arrastrarnos hacia comportamientos poco constructivos.

En cambio, los estados superiores de conciencia, como los estados contemplativos, meditativos o de atención plena, suelen ser el fruto de un verdadero trabajo interior. Además, traen consigo paz, amor, belleza y presencia. Cada vez que los experimentamos nos aportan claridad y apertura. Gracias a ellos podemos ser más empáticos, compasivos y amorosos con nosotros y con quienes nos rodean. Además, favorecen nuestra evolución consciente. No tengo ninguna duda de que si nuestro deseo es el de convertirnos en mejores personas debemos aprender a estar en paz y en silencio con nosotros mismos.

Más allá de los años de práctica todos los días y casi a cada momento debo recordar estar despierto. Si no lo recuerdo, si no convoco los estados superiores de consciencia permanezco en mi estado natural, es decir, casi dormido, sumido en pensamientos, alejado del momento presente. Con la meditación he logrado aprender a permanecer en silencio interior una buena cantidad de tiempo, pero en mi vida cotidiana, cuando no estoy dedicándome específicamente a meditar, sino recuerdo estar despierto, me quedo dormido o lo que es casi lo mismo, vivo semidormido. Por ello, es tan importante para mí la convicción y el compromiso diario y permanente de estar todo lo despierto posible. Claro que no siempre lo logro, pero, con el paso del tiempo, es raro que pase más de unas cuantas horas sin recordar que mi meta más importante es la consciencia.

Una de las cosas más hermosas que me ha regalado la meditación es la de reconocer que dentro mío existe la capacidad de no esperar nada diferente a lo que está sucediendo. Muchos piensan que eso es inconformismo. Pienso que se equivocan. Yo sigo creando proyectos significativos para mí y me sigo embarcando en ellos. Solo que ahora me doy cuenta de que esos proyectos perderían todo su valor sin mi capacidad de soltar el deseo de que las cosas sean distintas a lo que hoy son. Los proyectos no tienen que nacer solo de la insatisfacción, sino que pueden nacer desde la plenitud. Si hoy sé habitar mi presente con alegría, paz y serenidad quedándome consciente y presente, dándome cuenta de que nada de lo esencial me hace falta, es probable que pueda embarcarme en proyectos satisfactorios. En cambio, si lo que gobierna hoy en mí es un estado de insatisfacción y poca capacidad para estar en paz y ser feliz, es muy poco probable que alcance mi felicidad en cualquiera de los proyectos que navegan por mi mente.

La felicidad es hoy y eso lo entiendo desde que practico atención consciente.

No puedo negar que cualquier libro de instrucciones sobre atención plena, como este que intento escribir, guardan cierto valor. Ahora bien, sin bajarlos a tierra, sin el verdadero compromiso con la práctica, sin intentar encontrar el punto óptimo donde se encuentra cualquier marco teórico con la práctica personal, no tienen ningún valor. Cuando intentamos aplicar los contenidos teóricos, cuando vivimos la experiencia es cuando aprendemos realmente. Está muy bien leer cantidades de libros sobre estos temas, siempre y cuando, tomemos nota y subrayemos aquello que podamos intentar aplicar o traducir mediante ciertos ejercicios. Si no lo hacemos nos perdemos la perlita de oro y nos quedamos solo con palabras. Bajemos a tierra las ideas, generemos un honesto compromiso por transformarnos. Adaptemos los conocimientos teóricos que aprendemos en los libros a los particulares contextos que nos tocan atravesar. Seamos flexibles, no existe una única manera de practicar atención plena, existen tantas prácticas como personas que las llevan a cabo. Crea tu propia práctica de la manera más efectiva considerando tu particular situación existencial. Si no hacemos ese ejercicio adaptativo es muy probable que al poco tiempo nos sintamos frustrados o desmoralizados por “no hacer las cosas tal cual lo dicen los libros o el maestro”. Hagamos las cosas con compromiso, Conciencia y creatividad, y, sobre todo, sin exigencias ni perfeccionismo absurdo. El verdadero maestro está en nuestro interior.

Casi todas las habilidades que considero significativas y valiosas son fruto del compromiso y entrenamiento efectuado. Por ejemplo, disfruto mucho de tocar la guitarra y ese disfrute que hoy me transporta por el maravilloso mundo del arte es consecuencia de años y años de práctica. No soy un gran guitarrista, ni nunca lo seré, pero tengo los conocimientos necesarios para crear arte y eso es suficiente para mí. Hoy disfruto mucho también de los estados superiores de consciencia que logro gracias a la práctica de la atención plena. Y no solo me producen bienestar, sino que verdaderamente han cambiado mi vida y mi manera de ver las cosas. Todo ello es gracias a la práctica. Nunca es tarde para hacerlo. En tres meses ya podemos ver resultados. Es solo ponerse en acción y confiar en nuestra tremenda capacidad de aprendizaje.

Podemos vivir perfectamente en un estado de seminconsciencia, casi dormidos. Nadie nos va a venir a despertar. Es solo el anhelo personal por desarrollar nuestra consciencia, lo que puede producir una verdadera transformación. Y no se trata de creer en algo que no podemos ver sino de comprometerse con metodologías y tecnologías precisas y validadas de transformación de la conciencia. Yo soy escéptico por naturaleza. Me cuesta mucho creer en cosas que no he experimentado por mí mismo. Por eso me he enganchado tanto con la meditación, porque no es más que un manual de instrucciones precisas para conseguir estados superiores de consciencia. Quien no lo crea, que siga las instrucciones.

Si tan solo nos sentáramos en una silla media hora por día a respirar pausadamente intentando focalizar nuestra atención en la respiración y repitiéramos ese ejercicio unos tres meses ya conseguiríamos los primeros resultados y experimentaríamos los beneficios de la meditación.

Gracias al ejercicio de la meditación es posible descubrir nuestro Centro de Atención Consciente, que es nuestro Yo Superior, íntegro e indivisible. Ese centro atencional es capaz de observar, sin identificarse, con los múltiples aspectos interiores que albergamos en nuestro interior: deseos, pensamientos, emociones, sensaciones, conflictos, recuerdos, etc. Y no solo los puede observar, cuando direccionamos nuestra energía hacia nuestro Yo Superior y permanecemos allí logramos liberarnos, aunque sea por un rato, de todos nuestros conflictos y contradicciones. Esta potente dimensión de nuestra persona es el verdadero timón del barco mediante la cual podemos controlar todos nuestros aspectos inferiores. Meditando a consciencia conseguimos descubrirlo. Es nuestro mayor tesoro.

Muchas veces me imaginé que luego de tantos años de meditación iba a lograr una vida con la mente absolutamente serena y sin ningún tipo de pensamiento atravesando mi consciencia. Hoy entiendo que las cosas no resultaron de ese modo y gracias a todo mi trabajo hecho con la aceptación del momento presente esa realidad no ha logrado desilusionarme. Hoy entiendo que la mente nunca va a dejar de tener momentos de funcionamiento autónomo y mecánico. Hoy entiendo que cuando algún problema me afecta sigo estresándome (algunos estresores han sido tan grandes para mí que incluso me han ocasionado problemas de salud).

Hoy sigo lidiando con aspectos de mi persona que me desagradan y que intento quitarles protagonismo en mi vida. Hoy, los pensamientos seguirán yendo y viniendo por el campo de mi consciencia. Lo que se ha modificado sustancialmente es mi relación con ellos. Antes de mi entrenamiento meditativo cada pensamiento tenía un alto nivel de impacto en mi persona. Me costaba sacármelos de la cabeza y permanecían allí haciendo estragos. Hoy he logrado dejarlos pasar, sobre todo cuando no quiero pensar. Y gracias a esa habilidad, a los pocos segundos, activo mi Centro de Atención Consciente y mi mente vuelve a estar en calma y en silencio. Al rato, vuelvo a pensar mecánicamente y al rato vuelvo a darme cuenta. Así paso los días. Cada vez soy más consciente y tengo más herramientas para dominar mi mente saltarina.

Una de las definiciones que más me gustan acerca de meditar es sencillamente estar despiertos, verdaderamente despiertos. Cuando estamos dormidos nuestra mente se halla inmersa en la inconsciencia. En el estado de vigilia la mente se encuentra en un estado de seminconsciencia, como si estuviéramos soñando despiertos. A veces esos sueños son fantasías e ilusiones que creamos acerca del porvenir y nos encanta escabullirnos en ellas y, otras tantas, son recuerdos o fantasías acerca del pasado, a veces placenteras y otras tantas dolorosas. Y aunque se trate de fantasías dolorosas un lugar nuestro se queda encantado, reproduciéndolas una y otra vez. Estamos semiconscientes porque podemos hacer las cosas de la vida de un modo automático o mecánico, pero un lugar nuestro se encuentra capturado en esas fantasías o pensamientos repetitivos. En cambio, cuando conquistamos un verdadero estado meditativo estamos absolutamente despiertos, con atención plena, dándonos cuenta de todo lo que sucede en nuestro mundo interior y en el mundo exterior. Nuestro centro atencional disuelve las fantasías rápidamente y nos conecta con lo real. Nuestro Centro de Atención Consciente es lo más real que tenemos de nosotros mismos.

La persistencia en la práctica me ayudó a identificar con contundencia los momentos en que me encuentro en un verdadero estado consciente de los largos períodos en los que me encuentro atrapado en un estado semiconsciente donde abunda la actividad mecánica. Sé que, poco a poco, voy avanzando. Muchas veces me olvido de comenzar el día con la disposición y actitud necesaria como para sostener la conciencia. Si no lo hago el precio que pago es muy alto.

Sigo teniendo la suerte (me siento muy afortunado por ello) de seguir ingresando espontáneamente en estados de consciencia lúcida, atenta y objetiva. Sin proponérmelo el estado de consciencia plena hace aparición y yo lo disfruto como el mejor de los regalos. Sé que soy un bendecido. Mi compromiso con la práctica es, por un lado, una manera de agradecer dicha bendición y, por el otro, mi ferviente necesidad de transformar los estados inferiores de consciencia.

Si lo que realmente buscamos es, a través de nuestro trabajo contemplativo, estar verdaderamente despiertos, deberemos también aceptar que en el mundo real existe el dolor, la enfermedad y la muerte. Todos andamos en busca de experiencias agradables y placenteras, y solemos rechazar las experiencias desagradables. Quisiéramos que dejen de ser una dimensión de lo real. Ese deseo, esa ilusión, suele ser la base, según el budismo, de nuestro sufrimiento. Meditar es permitir que nuestras ilusiones mueran para poder mirar de frente al dolor.

Gracias a la meditación lo que miramos de frente no es solo el dolor, sino que miramos la vida en su completitud. Y esta observación sostenida nos permite entregarnos a ella para vivirla con mayor plenitud, y aquí radica la magia de la meditación. Nuestro contacto con la vida se potencia al máximo cuando logramos acallar nuestro centro mental, cuando se torna compulsivo y repetitivo, o cuando en lugar de caminar pensando en cualquier cosa, activo mi centro atencional y comienzo a sentir que mis pies hacen contacto con el suelo. Puedo percibir el movimiento de mis piernas y maravillarme con el movimiento de mi cuerpo. Asimismo, a la vez, puedo llevar mi atención al entorno y sentir los aromas del lugar donde estoy transitando, la diversidad de colores que me rodean, la temperatura del aire en mi cara, los sonidos de la calle.

Tengo una sensación, una experiencia interior que se ha fortalecido contundentemente desde que practico meditación: la individualidad. Encuentro en mí una dimensión íntegra, indivisible, que trasciende cualquier contradicción o conflicto. Esa dimensión es mi Centro de Atención Consciente. Es mi Gran Yo, único e invariable. Gracias a esa dimensión puedo habitar la Consciencia y observar el funcionamiento mecánico de mi mente, la fuerza de mis instintos y pasiones, mis deseos contradictorios. Este es mi verdadero centro de poder y voluntad. Para mí fue posible llegar a él gracias a la práctica meditativa. Seguramente existan otros caminos y experiencias para hacer contacto con nuestra dimensión más sabia.

Lo más importante que podemos hacer en la vida, creo yo, es encontrar dicho camino.

Aunque lo tengo más que claro a nivel teórico debo decir que, a pesar de mis años de práctica, sigo siendo bastante incoherente. Tengo muy claro que poseo una gran capacidad para experimentar estados superiores de conciencia, así como también entiendo que dicha experiencia requiere que dirija mis energías hacia esa actividad. Si me pierdo en mis deseos cotidianos, en mis exigencias, en mis dependencias o en mis satisfacciones cortoplacistas no direcciono mi voluntad hacia la creación de dichos estados. Es decir, en mi escala de prioridades y valores habitar la Conciencia es lo primordial, y en mis actitudes cotidianas no soy del todo coherente con dicho valor. Así y todo, lo digo sin remordimientos y sin ánimos de castigarme. Solo pretendo ser honesto conmigo mismo. He avanzado mucho y sé que seguiré avanzando.

Muchos meditadores entrenados dicen que con el suficiente trabajo contemplativo llega un punto en que, de algún modo, todo les da lo mismo. Como si la frontera entre lo agradable y lo desagradable se quebrara por completo. De más está decir que ese no resulta mi caso. Yo sigo dividiendo el mundo entre lo que me gusta y no me gusta, entre lo que me agrada y lo que me desagrada. Es cierto que con el entrenamiento contemplativo he logrado tener mayor aceptación y tolerancia a lo que me desagrada, he logrado comprender también que ese desagrado es mío y de nadie más, y que esa experiencia es intransferible. He logrado, también, en ciertas situaciones que juzgaba inicialmente como desagradables, pongamos por caso atascarme en el tránsito, a los pocos minutos, gracias a la activación de mi Centro de Atención Consciente, transformarla en una agradable. Así y todo, sigo eligiendo no atascarme en el tránsito y prefiero practicar meditación mirando al Río de la Plata.

Muchos absolutismos y muchos ideales los transferimos al mundo espiritual. Uno de esos ideales, en mi caso, fue el de “la persona iluminada”, la cual, para mí, se transformaba en un dios terrestre. Poco a poco fui comprendiendo que más allá de nuestro trabajo contemplativo y espiritual todos tenemos nuestros fantasmas y nuestras sombras. Y en lugar de buscar “personas iluminadas” comencé a buscar pequeños momentos iluminados en mi vida cotidiana. El hecho de lavar los platos, por ejemplo, con mi Centro de Atención Consciente activo, viviendo el presente, pudo transformarse para mí en un momento iluminado. Y esa conciencia, esa capacidad de trasladar el poder contemplativo desde una sentada de Zazen a la acción de lavar platos es el modo en que la meditación impregna mi vida.

Me resultó interesante, también, observar el rol que desempeñan diferentes capacidades o facultades psicológicas en el acto de la meditación. De la voluntad, que resulta indispensable para la práctica, de que ya he hablado unas líneas más arriba. Otra facultad que me gustaría mencionar es el desarrollo de un compromiso. El comprometerme conmigo mismo en intentar transformarme en una mejor persona de la que soy hoy. Y cuando digo mejor me refiero a ser más amoroso y sensible con los demás seres humanos y el resto de los seres sintientes. Ese compromiso es una de las fuentes principales de mi práctica.

La disciplina es otro pilar de la práctica. Si por disciplina entiendo un método ordenado y sistemático de realizar nuestras actividades debo decir que, para la práctica de la atención plena, al menos en un comienzo, es necesaria esta disciplina. La práctica, sobre todo en sus inicios, necesita efectuarse mediante ciertos comportamientos ordenados y constantes. No importa el método que elijamos. Lo importante es poder ejecutarlo a la manera de un hábito y que podamos repetirlo una y otra vez. Debemos comprometernos con una disciplina particular. Ese es el modo, sobre todo en un inicio, de domesticar todos nuestros impulsos, resistencias y actitudes que tienden a apartarnos de la práctica. Estos métodos efectivos y ordenados (como el Zazen, Vipassana, Tonglen, oración contemplativa, Chakra, Mindfulness, etc.) los encontramos en las diferentes tradiciones meditativas que son las portadoras del conocimiento. Adentrémonos, por lo menos en un inicio, en una comunidad de meditadores y sigamos las instrucciones pertinentes. Declarémonos ignorantes y abramos nuestro apetito por aprender. Incorporemos disciplinadamente las técnicas y métodos, y practiquémoslos una y otra vez hasta que nos habituemos a ellos. Y una vez que los hemos incorporado comencemos a transformarlos y ajustarlos a nuestro especial y único estilo personal.

Hoy en día practico, tres veces a la semana, la Práctica de Atención Consciente. Durante cuarenta y cinco minutos, me pongo los auriculares, sintonizo una música zen y me largo a caminar conscientemente por el barrio junto a Poncho, el hermoso perro que es parte de mi familia. Esto no lo hubiera podido lograr años atrás. Me hubiera perdido vagando en pensamientos e ideas. Hoy gracias a que durante años seguí las instrucciones del Zazen lo puedo lograr con facilidad. Mientras dura el paseo estoy bien consciente y atento de no ponerme a divagar con la mente y a los pocos minutos ingreso en una zona de silencio interior que es maravillosa. Primero seguí un método y luego de unos años de práctica y entrenamiento lo ajusté a mi estilo y preferencia.

Otra dimensión que pude concientizar con más agudeza pasados los años de práctica es la de la entrega. Siempre me pareció una capacidad fascinante. Es el instante en que uno deja de dudar y cuestionarse o preguntarse incluso por el sentido de las cosas, un instante en que uno se declara incompetente o ignorante o incapaz de comprender infinidad de cuestiones y lo que hace es entregarse a una experiencia, una relación, un viaje un trabajo, etc. Durante la práctica meditativa, muchas veces la mente comienza a recorrer temas y vuelve a traer, casi compulsivamente, asuntos irresueltos que deambulan por la mente. Y hoy soy muy consciente del momento en que digo basta. Ahora me entrego al silencio. Ahora mueren mis problemas y mi yo, ahora me entrego a otra dimensión de mi Ser.