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El vaquero multimillonario Wyatt Milan solo quería una vida apacible. Por eso había aceptado el cargo de sheriff en Verity. Pero su tranquilidad saltó por los aires cuando Destiny Jones, una hermosa presentadora de televisión, apareció en la ciudad para resolver el enigma de la antigua disputa entre las dos familias más importantes de la zona: los Milan y los Calhoun.
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Seitenzahl: 184
Veröffentlichungsjahr: 2015
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2014 Sara Orwig
© 2015 Harlequin Ibérica, S.A.
Misterios y pasión, n.º 2024B - febrero 2015
Título original: A Texan in Her Bed
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-5803-9
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
www.mtcolor.es
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Publicidad
El sheriff Wyatt Milan sabía a qué atenerse en la pequeña localidad texana de Verity. Era lo que más le gustaba de su trabajo. Pero aquella tarde de octubre, cuando giró para tomar Main Street, notó un cambio en el ambiente.
Una limusina roja ocupaba el sitio donde aparcaba todos los días, justo enfrente del ayuntamiento.
—Qué demonios… —dijo.
—Adiós a la tranquilidad —susurró Val Lambert, su ayudante—. Mira eso.
Wyatt ya estaba mirando. El conductor de la limusina se había detenido allí a pesar del enorme cartel que decía: «Prohibido aparcar. Reservado para el sheriff de Verity». Y no era una limusina cualquiera. Wyatt era un hombre adinerado que pertenecía a una familia adinerada, como muchas de las familias de la localidad; pero no había visto un vehículo tan caro y lujoso en toda su vida.
—Ese coche no es de nadie de aquí —afirmó.
—Nunca había visto una limusina tan grande y tan roja —declaró Val—. Iré a hablar con el conductor.
—Puede que esté dentro, en la comisaría.
—¿En la comisaría? Pero si nadie había pedido cita.
Wyatt detuvo el coche oficial, de color rojo y negro, junto a la limusina.
—No, nadie —dijo—. Ponle una multa y déjasela en el parabrisas. Cuando hayas terminado, entra en el edificio. Si el conductor no está aquí, saldremos a buscarlo por la ciudad. Nuestros vecinos quieren vivir en un lugar tranquilo y apacible, y yo quiero lo mismo que ellos. No permitiré que perturben la paz precisamente ahora, cuando el matrimonio de mi hermana con Jake ha puesto fin a la vieja disputa entre los Milan y los Calhoun.
—Bien dicho. Pero, ¿por qué aparcaría alguien en el sitio del sheriff?
—Por no prestar atención, por andar en busca de problemas o por pensar que puede hacer lo que le venga en gana.
Lambert bajó del vehículo. Wyatt arrancó y dejó el coche patrulla en el callejón del ayuntamiento, detrás de un contenedor de basuras, mientras pensaba que ya había tenido bastantes problemas y que no quería más.
Primero, se había separado de su prometida; después, había vuelto a casa y había descubierto que Tony, uno de sus hermanos, estaba peleado con Lindsay, una de los Calhoun; más tarde, había aceptado el cargo de sheriff y, luego, con muchos esfuerzos, había conseguido que Verity volviera a ser un remanso de paz. Definitivamente, no iba a permitir que un desconocido destruyera lo que le había costado tanto.
Bajó del coche, entró en el edificio por la puerta de atrás y avanzó por el largo pasillo. Los tacones de sus botas resonaron en el parqué cuando pasó por delante de la habitación de los archivos, la sala de descanso y la sala de juntas. A la derecha, estaba el despacho del alcalde y los distintos departamentos del ayuntamiento; a la izquierda, el despacho del sheriff y dos celdas para detenidos; enfrente, la zona de recepción.
Se detuvo ante la puerta de la comisaría y miró al cabo Dwight Quinby, que se pasó una mano por el pelo y le lanzó una mirada de advertencia.
—Una mujer te está esperando en tu despacho —dijo—. Ha anunciado que quería verte y le he pedido que se sentara en recepción, pero no me ha hecho caso. Me ha dedicado una sonrisa y se ha colado sin que pudiera hacer nada por impedirlo.
—¿Sabes quién es? ¿Te ha dicho cómo se llama?
—No, no me lo ha dicho.
—Cuando llegue Val, dile que he localizado a la pasajera de la limusina y pídele que busque al chófer por la localidad, para que se lleve ese trasto de mi aparcamiento. O mejor aún, llama a Argus y que se lleve la limusina con la grúa.
—Puede que cambies de opinión cuando hables con ella…
Wyatt sacudió la cabeza.
—Lo dudo mucho. Llama a Argus de inmediato.
—Como quieras —declaró Dwight—. Pero ten cuidado con ella, te vas a quedar asombrado cuando veas a esa mujer. Es increíblemente guapa.
Wyatt soltó un suspiro y abrió la puerta del despacho. Quisiera lo que quisiera aquella mujer, tendría que quitar la limusina de su aparcamiento. Trataría el asunto con su tacto y diplomacia de costumbre; pero esperaba que no tuviera intención de mudarse a Verity: en la ciudad ya vivían demasiadas personas que se creían especiales y con derecho a hacer lo que quisieran.
Un segundo después, se olvidó de la limusina y de todo lo demás.
Una pelirroja de piernas interminables estaba sentada en uno de los sillones de cuero. Tenía una larga y rizada melena; unos ojos verdes tan bonitos que casi se quedó hechizado y un vestido a juego con sus ojos que enfatizaba un cuerpo sencillamente impresionante, cuyas curvas habrían derretido el hielo hasta en el invierno más duro.
—Buenos días. Supongo que usted será el ilustre sheriff del condado de Verity —dijo ella con voz seductora.
Wyatt cruzó la habitación y se detuvo ante ella sin ser consciente de lo que hacía. Los grandes y rojos labios de la mujer se curvaron en una sonrisa, y él se preguntó qué se sentiría al besar unos labios como esos.
—Buenos días. Sí, soy el sheriff, Wyatt Milan.
Ella le ofreció una mano. Él se la estrechó y sintió una descarga de electricidad.
—Me llamo Destiny Jones. Soy de Chicago.
Wyatt no la había visto nunca, pero reconoció el nombre de inmediato e hizo un esfuerzo por recuperar el control de sus emociones.
—Ah, la hermana de Desirée Jones…
El sheriff pensó en la famosa, atractiva y temperamental estrella cinematográfica con la que había tenido una aventura amorosa mientras rodaba una película en Verity; una aventura que había terminado mal. Y se acordó de que, en cierta ocasión, le había hablado de su hermana mayor, presentadora de televisión y autora de un libro de gran éxito: Misterios sureños sin resolver.
—Veo que se acuerda de ella.
—Nunca olvido a una mujer hermosa.
Wyatt admiró los rasgos de Destiny, pero sin bajar la guardia. Sospechaba que le iba a causar problemas.
—Siempre quise conocer al sheriff de Verity, y por fin tengo la oportunidad —declaró con otra sonrisa—. Es de la familia Milan, ¿no? La que está enemistada con los Calhoun.
—Sí, así es —Wyatt se sentó en el sillón que estaba frente a ella, a solo un metro de distancia—. ¿Qué le trae por la ciudad?
—Quería hablar con usted sobre la mansión de Lavita Wrenville. Sería un tema fascinante para mi programa de televisión.
Wyatt la miró con seriedad. La mansión Wrenville era el lugar donde había empezado la rivalidad entre las dos familias más famosas del condado. Un antepasado suyo se había enamorado de la misma mujer que uno de los antepasados de los Calhoun, y el asunto terminó a tiros y con muertos.
—¿La casa de Lavita Wrenville? Ni es un lugar particularmente interesante ni contiene nada que la pueda ayudar a resolver los misterios del pasado. Pero si le interesa tanto, vuelva el año que viene. La mansión pasará a ser propiedad del ayuntamiento.
—Ah, ¿va a ser de propiedad pública? No lo sabía —dijo—. En cualquier caso, estoy convencida de que la historia de esa casa sería de gran interés para la audiencia de mi programa.
—Debería estudiar la historia de Texas. Le aseguro que hay misterios enormemente más fascinantes.
—Es posible, pero ese sitio me ha llamado la atención. Y cuando quiero algo, lucho por ello con todas mis fuerzas.
—E imagino que está acostumbrada a salirse con la suya.
—Imagina bien, sheriff Milan —ella se echó hacia delante—. Pero siento curiosidad… ¿por qué intenta desalentarme? No es más que una casa vieja.
—Porque Verity es una localidad tranquila con gente que quiere llevar una vida tranquila. Y como sheriff, estoy obligado a defender sus intereses —declaró—. Si echa un vistazo a la ciudad, verá que no hay ningún tipo de atracciones turísticas. Tenemos una biblioteca y un museo pequeño, pero no son de gran interés.
Ella sonrió de nuevo.
—Le prometo que no tengo intención de convertir su ciudad en una atracción de feria. Pero es una suerte que sea sheriff y no trabaje para la Cámara de Comercio o el Departamento de Turismo.
—Aquí no tenemos Departamento de Turismo —le informó.
—No me diga —ironizó ella.
Wyatt le devolvió la sonrisa.
—Lamento que haya venido para nada, señorita Jones. Si me hubiera llamado por teléfono, le habría ahorrado un viaje. Lavita fue la última de los Wrenville. Como no tenía descendencia, dejó la mansión al ayuntamiento de Verity con la condición de que no pasara a ser propiedad pública hasta el año que viene. Si quiere hacer algo en esa casa, tendrá que esperar hasta entonces. Soy el sheriff y no puedo permitir que entre sin permiso.
—Y yo lamento que este asunto le moleste tanto, sheriff.
—¿Ah, sí? ¿Por qué?
Ella alcanzó su bolso y sacó dos sobres, que le dio.
—Porque me tomé la libertad de escribir al gobernador de Texas y al alcalde de Verity. Si abre esos sobres, comprobará que los dos me han dado permiso para que entre en la mansión de Lavita Wrenville. De hecho, no estoy aquí en calidad de presentadora de un programa de televisión, sino de invitada oficial del Estado de Texas. El gobernador es un hombre extraordinariamente amable, ¿sabe?
Wyatt estuvo a punto de gemir. Lo último que necesitaba era una curiosa que se dedicara a investigar el pasado y llamar la atención de los turistas. Pero no podía hacer nada al respecto. Sus peores temores se acababan de confirmar. Aquella sexy y obstinada pelirroja iba a poner en peligro la paz de Verity.
Tras leer las cartas, Wyatt se dijo que tenía que hablar con el alcalde. Gyp Nash no le había dicho nada de la visita de Destiny Jones. Conociendo su fobia a los conflictos, supuso que le habría dado permiso para evitarse problemas; pero eso no justificaba que se mostrara tan dispuesto a permitir que una periodista metiera las narices en el pasado de la localidad. Especialmente, en un pasado tan problemático.
Le devolvió las cartas y se preguntó qué podía hacer para librarse de ella.
—La mansión de los Wrenville es un lugar grande, polvoriento y vacío sobre el que existen todo tipo de rumores y hasta una leyenda. La gente la ha investigado durante un siglo, pero nunca se ha encontrado nada de interés —le informó.
—Habla como si hubiera estado dentro.
—Por supuesto que he estado. Entré en la casa cuando era un niño, como muchos niños de Verity. Pero es tan poco interesante que ya nadie se acuerda de esos rumores… Desde que soy sheriff, nadie ha intentado entrar en la propiedad ni se ha peleado por la historia que dio pie a la disputa entre los Milan y los Calhoun. Si por mí fuera, la derribaría. No es más que un recordatorio innecesario de una enemistad pasada.
—De todas formas, siento curiosidad y no voy a dejar que me desanime. Esa casa esconde una historia fascinante: tres muertes sin resolver y, quizás, un tesoro escondido.
—No veo qué tiene de fascinante. Son muertes de hace más de un siglo. Ha pasado tanto tiempo que ya no le importa a nadie —dijo, intentando sonar convincente—. En cuanto al tesoro, es posible que Lavita Wrenville escondiera dinero en alguna parte, pero dicen que se gastó la herencia de su padre y que terminó sus días en la pobreza.
—Parece que sabe mucho al respecto. Espero que se deje convencer para que lo entreviste en mi programa —declaró con otra de sus sonrisas—. Al fin y al cabo es un Milan, y se rumorea que una de las personas que murieron en esa casa era de su familia. Tengo entendido que lo mató un Calhoun…
—Según la versión de los Milan, sí; pero la historia que cuentan los Calhoun es muy diferente —puntualizó Wyatt—. En todo caso, le aseguro que no tengo la menor idea de lo que pasó. Solo sé que Lavita Wrenville fue una solterona excéntrica. Nada más.
—Aun así, me gustaría entrevistarlo…
Wyatt empezaba a entender que Dwight no hubiera sido capaz de impedirle el paso. Era tan atractiva y sensual que hacía verdaderos esfuerzos para concentrarse en la conversación y no besarla.
—Olvídelo. No le voy a conceder ninguna entrevista.
—Bueno, espero que cambie de idea. Es sheriff de la ciudad y miembro de una de las familias involucradas en la famosa disputa. Sería muy interesante.
—Lo dudo. Los Milan y los Calhoun ya no se llevan tan mal como antaño. Y no tengo intención de avivar un odio que se ha ido apagando con el tiempo.
Ella soltó una carcajada, y a Wyatt le pareció tan luminosa y alegre que, de haber sido posible, la habría estado escuchando todo el día. Pero se maldijo para sus adentros y decidió cambiar el rumbo de la conversación. Ya no era un hombre que se dejara dominar por las emociones; su experiencia con Katherine, su antigua novia, lo había cambiado.
—Quizá le interese saber que le hemos puesto una multa por aparcar en un lugar prohibido y que hemos llamado a la grúa para que se lleve su vehículo —le informó—. Por cierto, ¿dónde está el conductor?
—Le dije que lo llamaría cuando terminara de hablar con usted. Estará tomándose un café.
—Pues será mejor que lo llame, de lo contrario, la grúa se llevará la limusina.
—Ah, no se preocupe por eso, lo llamaré en cuanto haya terminado con usted —dijo—. Soy una mujer persistente, y quiero que cambie de opinión… Porque estoy segura de que sabe cambiar de opinión, ¿verdad?
—Sí, por supuesto que sí —contestó Wyatt, que empezaba a disfrutar con su actitud desafiante—. ¿Va a pasar la noche en la ciudad?
—Sí, mis empleados y yo nos quedaremos en el Hotel Verity.
—Es un buen establecimiento. No tiene leyendas ni misterios sin resolver, pero es agradable y muy antiguo, aunque lo remodelaron hace poco —declaró—. ¿Cómo se enteró de la historia de la mansión Wrenville? ¿Se la contó el alcalde?
Ella sacudió la cabeza.
—No, el señor Nash se limitó a mostrarse agradecido por mi interés en la historia y en la ciudad. Me reuniré con él esta semana. Se mostró interesado en verme.
Wyatt quiso decir que no le extrañaba en absoluto, pero las palabras que pronunció fueron muy distintas. Y ni él mismo supo de dónde habían salido.
—Ya que está tan interesada en Verity, ¿por qué no cena conmigo esta noche? Estaré encantado de hablarle de nuestra ciudad.
Ella volvió a sonreír.
—Gracias, será un placer —dijo—. Hablaré con el conductor de la limusina para que pase a recogerlo.
—No se moleste. La recogeré yo en su hotel. ¿Le parece bien a las siete?
—Por supuesto.
Destiny Jones se levantó y le ofreció la mano. Wyatt se la estrechó y se acercó un poco más ella, embriagado por su belleza. Tenía intención de llevarla a cenar y, a continuación, seducirla. Si era tan ambiciosa como parecía, estaría dispuesta a hacer cualquier cosa por conseguir sus objetivos.
—Ha sido una conversación de lo más interesante —dijo él.
—Pero seguro que está deseando que me vaya… —replicó ella con una de sus devastadoras sonrisas.
—No se equivoque conmigo. No he dicho que no me caiga bien —declaró—. Es que somos de mundos distintos. Yo soy de una localidad pequeña; y usted, de la gran ciudad, encantadora, cautivadora, impresionante.
—Gracias, sheriff Milan. Es todo un caballero.
—Tengo la impresión de que nos vamos a ver con frecuencia, así que será mejor que nos tuteemos. Llámame Wyatt, por favor.
Destiny sonrió y él la acompañó a la salida. Mientras caminaban, Wyatt notó el aroma de su perfume y le pareció sencillamente embriagador. Entonces, vio que varios periodistas de Verity y de las localidades cercanas se habían congregado en el vestíbulo y se puso delante de Destiny para protegerla, pero ella se le adelantó.
—Estaré encantada de responder a sus preguntas —dijo, mirando a la prensa.
—Aquí, no —declaró Wyatt con firmeza—. Si queréis entrevistar a la señorita, tendrá que ser en la calle. Estamos en el ayuntamiento, no en una sala de prensa. Jeff, Millie, Duncan… salid fuera, por favor.
—El sheriff tiene razón —dijo Verity—. Responderé a sus preguntas en la calle.
En ese momento se acercaron un hombre y una mujer que se pusieron junto a Destiny. Wyatt supuso que trabajaban para ella y, una vez más, se lamentó de su mala suerte. Si el equipo de televisión grababa un programa sobre la mansión de los Wrenville, todo el país se enteraría de la vieja enemistad entre los Milan y los Calhoun.
Se giró hacia su ayudante, que se había acercado, y le anunció:
—Voy a ver a Gyp ahora mismo.
—No va a ser posible. El alcalde se ha ido. Pero me ha dicho que te quiere ver mañana por la mañana.
***
Minutos después, Wyatt salió del edificio a grandes zancadas. Esperaba que el chófer de Destiny se hubiera llevado la limusina y que el grupo de periodistas se hubiera disuelto, pero ni el chófer se la había llevado ni los periodistas se habían ido. Y, para empeorar las cosas, un equipo de televisión había aparcado su furgoneta delante del ayuntamiento y había llamado la atención de un montón de curiosos.
Sacudió la cabeza y observó a la multitud que se había congregado. Reconoció a Dustin Redwing y Pete Lee, dos hombres que habían trabajado para él; también vio a Horace Pringle, presidente del banco de Verity; y a Ty Hemmings, el propietario del cine local; incluso estaban Farley White, el mecánico de la localidad; y Charlie Akin, un excéntrico que vivía en una choza junto al río.
Se estaba preguntando cómo se habría enterado Charlie de la presencia de Destiny Jones cuando le sonó el teléfono móvil. Era un mensaje de su hermano Nick.
—Maldita sea… —dijo Wyatt.
El mensaje decía así:
Destiny Jones está saliendo en televisión. ¿Por qué no nos habías dicho que venía a Verity? ¿Cuándo me la vas a presentar? ¿Cuánto tiempo se va a quedar? ¿Ha venido por el misterio de la mansión de Lavita Wrenville?
Acababa de leer el mensaje cuando recibió otro. Esta vez era de su hermano pequeño, Tony, que preguntaba más o menos lo mismo que Nick. Enfadado, sacudió nuevamente la cabeza y volvió al ayuntamiento.
—Sheriff —dijo Dwight—, Argus me ha dicho que tiene que remolcar un par de coches averiados y que no se podrá llevar la limusina hasta dentro de unas horas.
—¿Has hablado con Val? ¿Sabes si ha encontrado al conductor?
—Sí, he hablado con él. Pero dice que no se llevará la limusina hasta que su jefa se lo ordene.
Wyatt gruñó y entró en su despacho para llamar a Nick por su línea privada.
—Hola Nick, soy yo.
—¿Has recibido mi mensaje?
—Sí, hace un momento. No te había dicho nada de su visita porque no lo sabía.
—Pues debías de ser el único que no lo supiera, porque ha congregado a una buena multitud. Es obvio que sabe llamar la atención de la gente…
—No le cuesta mucho. Es tan atractiva que solo tiene que cruzar la calle.
—Y que lo digas —comentó su hermano—. Estoy deseando conocerla. Y Tony también, según creo; me acaba de enviar un mensaje.
—Yo ya le ha conocido.
—Ah, entonces me la podrás presentar.
—Por supuesto. En cuanto sepa dónde y cuándo, te lo diré.
—Gracias, Wyatt. Acaba de decir que se va a alojar en el Hotel Verity.
—Sí, se lo ha dicho a todo el mundo. Por lo que se ve la señorita disfruta siendo el centro de atención —observó con sorna—. No me digas que piensas ir al hotel para esperarla en el vestíbulo.
Nick rio.
—No, ni mucho menos. Me encantaría conocerla, pero no avasallándola de ese modo. Gracias por llamar, hermano.
—De nada.
Wyatt cortó la comunicación, pero su paz no duró demasiado. Tres minutos después, lo llamó Tony.
—Destiny Jones está en Verity. La estoy viendo en televisión.
—Sí, ya lo sé —dijo—. Acabo de hablar con Nick y le he prometido que os la presentaré cualquiera de estos días.
—¡Genial! Pero no lo olvides.
—No lo olvidaré.
Wyatt colgó el teléfono y puso uno de los canales locales de televisión. La melena rojiza y los ojos verdes de Destiny Jones aparecieron de inmediato en la pantalla. Le pareció casi tan sexy como en persona, pero estaba demasiado preocupado como para fijarse en su belleza. Ya no había ninguna posibilidad de que hiciera el equipaje y volviera a Chicago. No después de anunciar sus intenciones a medio mundo.
Pensó en la limusina roja, pensó en la creciente multitud y se dijo que esperaría unos minutos y que, a continuación, volvería a la calle y pondría fin a aquel circo con el argumento de que estaban interrumpiendo el tráfico. Pero justo entonces, Destiny concluyó su improvisada rueda de prensa, se dirigió a la limusina en compañía de un hombre, que resultó ser el chófer, y se marchó.
Wyatt apagó el televisor y se frotó la nuca.
No sabía qué pensar sobre su cita nocturna con la señorita Jones. Por una parte, le disgustaba que metiera las narices en los asuntos de la ciudad; por otra, la encontraba tan atractiva que ardía en deseos de verla.
Solo estaba seguro de que, pasara lo que pasara, sería una velada memorable.