Mitos clásicos - Juan Eduardo Martínez Leyva - E-Book

Mitos clásicos E-Book

Juan Eduardo Martínez Leyva

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Este libro trae al presente algunos mitos ancestrales, intentando respetar siempre su contenido original, pero buscando que los lectores contemporáneos puedan interesarse en ellos, ofreciendo una lectura fácil y con una perspectiva diferente. ¿Tienen los protagonistas de la vida pública actual actitudes y comportamientos que podamos identificar en los personajes icónicos de la mitología? ¿la ira de Aquiles? ¿la soberbia de Belerofonte? ¿la locura de Heracles? La traición de Jasón ¿la codicia del rey Minos? De eso tratan básicamente los textos que se compilan en este libro. Podemos viajar del presente al remoto pasado y viceversa encontrar situaciones o conductas homólogas en ambas.

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Seitenzahl: 164

Veröffentlichungsjahr: 2024

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Mitos clásicos

y sueños públicos

Juan Eduardo Martínez Leyva

A mi esposa Ilia Fichtl G.

A mis hijos Juan Pablo y Rocío, Ilia y David

Los mitos son sueños públicos;

los sueños del individuo son mitos privados.

joseph campbell

Prólogo

Me interesé por la mitología leyendo a los escritores de la Grecia clásica durante mi paso por el bachillerato. Para mí fue un gran descubrimiento leer a los escritores de las tragedias que recreaban la vida de los protagonistas de los mitos griegos más antiguos. Esquilo, Sófocles, Eurípides, reescribieron las historias de los héroes y sus vicisitudes, narradas siglos antes por Homero y Hesíodo.

Hace algunos años, cuando empecé a tener más tiempo libre, mi conocimiento de la mitología fue creciendo y me propuse leer también a algunos autores de recopilaciones más o menos amplias de esos mitos: Ovidio, Robert Graves, Ángel Ma. Garibay, Edith Hamilton, Carlos García Gual, entre otros, me llevaron a recorrer ese vasto universo mitológico.

Descubrí después que muchos mitos griegos tienen sus antecedentes en culturas más antiguas. Las mitologías sumerio-babilónica, la egipcia, la india, incluso la pre-helénica, nutrieron, de alguna u otra forma, la imaginación mítica de los habitantes de la zona del mar Egeo de la época posterior a la Edad de Bronce. Las lecturas de los estudiosos de mitología comparada como James Frazer, Mircea Eliade, Joseph Campbell, Geoffrey Kirk, Otto Rank, Georges Dumézil, Rudolf Otto, Arnold Toynbee, por ejemplo, me permitieron incursionar en ese fascinante terreno de las similitudes y diferencias entre los mitos de las culturas primitivas.

Los relatos del diluvio universal, la muerte y resurrección del dios, la aparición del mesías redentor, la existencia de una edad de oro o paraíso, el juicio final, el nacimiento virginal, el niño expósito abandonado por sus padres, sólo por mencionar algunos, son temas recurrentes en los mitos de diferentes sociedades antiguas. También encontramos similitudes en las historias asociadas a las ideas sobre la vida cíclica, el culto a la diosa Madre Tierra, la separación del alma del cuerpo al morir. La herencia o influencia cultural entre esas sociedades parece evidente. Algunos de estos relatos han llegado hasta nuestros días a través de las religiones.

Revisando los mitos de la Antigüedad podemos observar que muchos aspectos del comportamiento humano permanecen inmutables a lo largo del tiempo. La ira, el orgullo, la soberbia, la envidia, la traición, la locura, la ambición, la astucia; pero también, el amor, la lealtad, la solidaridad, la honestidad, la responsabilidad son aspectos de la condición humana que se pueden rastrear hasta los lejanos tiempos de los primeros relatos mitológicos.

En este libro me propuse traer al presente algunos mitos ancestrales, intentando respetar siempre su contenido original, pero buscando que los lectores contemporáneos puedan interesarse en ellos, ofreciendo una lectura fácil y con una perspectiva diferente. ¿Tienen los protagonistas de la vida pública actual actitudes y comportamientos que podamos identificar en los personajes icónicos de la mitología? La ira de Aquiles, la soberbia de Belerofonte, la locura de Heracles, la imprudencia de Faetonte, la traición de Jasón, la codicia del rey Minos, escuchar el canto de las sirenas, y otras tantas conductas arquetípicas son evidentes entre muchos líderes políticos de todos los tiempos, incluyendo a los actuales. De eso tratan básicamente los textos que se compilan en este libro. Establecer el vínculo y la comparación es posible porque los mitos admiten la interpretación metafórica o parabólica. Podemos viajar del presente al remoto pasado y viceversa para encontrar situaciones o conductas homólogas en ambas.

Empecé a escribir a manera de pasatiempo y compartir con algunos amigos los relatos; fueron ellos los que me alentaron a publicarlos. En estos textos no me anima una pretensión académica, teórica, especializada, o de supuesta originalidad. Mi motivación es lúdica; escribo sólo por el placer propio del aficionado y buscando ahora que el lector tenga un acercamiento igualmente gozoso a estos escritos.

Intenté dejar en cada texto la referencia del autor del que tomé prestado el relato, las ideas o conceptos que en ellos se plasman. No obstante, el lector interesado en comprobar o profundizar en ellos podrá consultar, en las páginas finales del libro, una lista de autores en los que me apoyé para este trabajo.

Los textos que ahora se presentan en este libro se publicaron originalmente en el periódico La Crónica de Hoy. La selección y edición de los mismos estuvo a cargo de la prestigiada editora de Cal y Arena, Delia Juárez.

Finalmente, espero que los lectores que hayan leído anteriormente estos relatos, los disfruten, al igual que los que se acerquen a ellos por primera vez.

Mito y mentira

Entre los estudiosos de la mitología existen diferentes posiciones respecto a lo que debe considerarse un mito y lo que no. Un mito es un relato fantástico, pero no se puede considerar a cualquier narración de ficción como tal. La fábula y el cuento popular, de acuerdo con algunos, difieren en su forma, estructura y contenido de los mitos. Tampoco las leyendas sobre acontecimientos de personajes o hechos históricos pueden ser catalogados así. Un mito es algo falso; no obstante, una mentira lisa y llana no es sinónimo de mito.

Los expertos discuten si un mito es cualquier relato asociado a un ritual, a una historia que se refiere al ámbito de lo divino y trata de dioses o semidioses, a leyendas de seres insólitos, monstruos o héroes culturales. El helenista y mitógrafo Carlos García Gual considera que se puede definir al mito como un relato tradicional que viene de tiempo atrás y es aceptado y transmitido de generación en generación. Los mitos son “historias de la tribu” y viven “en el país de la memoria” comunitaria. Se trata siempre de acciones de excepcional interés para la comunidad, porque explican aspectos importantes de la vida social mediante la narración de cómo se produjeron por primera vez tales o cuales hechos, y por ello tienen un valor paradigmático.

A través de estas historias los pueblos primitivos explicaban cómo se había creado el universo, el origen del mundo, de la humanidad y todas las cosas. Cada civilización antigua tenía sus propios mitos cosmogónicos, aunque compartían entre sí algunos aspectos. La idea de que antes de la creación existía el caos o la oscuridad es común a muchos relatos de este tipo. Entre los babilonios, por ejemplo, el universo se creó desde la oscuridad, como resultado de una batalla entre los dioses. El dios Marduk venció a la diosa Tiamat, a quién partió en mitades. La mitad superior la colocó arriba y con ello creó la bóveda celeste y la mitad inferior la puso abajo para formar con ella el piso terrestre. Entre los mexicas también existía un mito de la creación del mundo mediante el proceso de desmembrar a una diosa. Quetzalcóatl y Tezcatlipoca, convertidos en serpientes, jalaron con tal fuerza a Tlaltecuhtli, uno de la mano izquierda y otro del pie derecho, que la segmentaron por la mitad. Con una mitad hicieron la tierra y con la otra los cielos. Con sus cabellos hicieron los árboles y la vegetación de donde surgieron los frutos y alimentos, con sus ojos los pozos de agua, con su boca los ríos y grandes cavernas, con sus hombros las montañas. En un mito egipcio, el cielo y la tierra fueron engendrados por una pareja de dioses primigenios Shu y su hermana Tefnut. El cielo recibió el nombre de Geb y la tierra el de Nut. El dios Ra fue el creador de la naturaleza y todos los seres vivos.

Existen mitos genealógicos que dan cuenta de las líneas de descendencia de los dioses, como en la Teogonía de Hesíodo. Otros, describen el árbol genealógico de héroes o reyes y algunos más cuentan cómo se estableció la relación privilegiada, el pacto, de un pueblo con Dios. Hay mitos de tipo escatológico que tratan del final del mundo y de cómo será la vida después de la muerte. Existen en cada cultura relatos que explican y justifican la forma en que surgió por primera vez una costumbre, o cómo la humanidad usó como alimento una planta o un fruto.

Hay estudiosos que afirman que, escondidos en los relatos fantasiosos, se pueden observar periodos históricos o sucesos reales. Algunos consideran que fueron creados por las clases dominantes de cada época con el propósito de justificar el sometimiento de los pueblos. Otros más tienden a pensar que reflejan y son resultado más bien del estado de la psique humana; que los mitos están llenos de símbolos que deben interpretarse a través de las herramientas de la psicología. “Los mitos, de acuerdo con el punto de vista de Freud, son sueños de orden psicológico. Los mitos, por así decirlo, son sueños públicos; los sueños [del individuo] son mitos privados. En su opinión ambos son sintomáticos de [deseos reprimidos], la única diferencia esencial entre la religión y la neurosis es que la primera es más pública. La persona con una neurosis se siente avergonzada, sola y aislada en su dolencia, mientras que los dioses son proyecciones generales sobre una pantalla universal. También son manifestaciones de miedos compulsivos e inconscientes y de desilusiones” (J. Campbell). Hay quien sostiene que los relatos mitológicos deben leerse simplemente como literatura antigua y que en su rico simbolismo se pueden encontrar hermosas metáforas poéticas. Las ciencias y la tecnología se han nutrido del vocabulario mitológico para nombrar descubrimientos o artefactos. La influencia de los diversos mitos en las artes es indiscutible.

Para cualquier persona medianamente educada de nuestra época, la lectura literal de los relatos mitológicos resulta inverosímil; la cosmovisión que encierran no se puede tomar como guía para la existencia moderna. El desarrollo del conocimiento y la ciencia han ido dejando atrás, por obsoletas, muchas de las explicaciones del mundo de las que se hacía cargo la mitología. Sin embargo, por incomprensible que pueda resultar el pensamiento mágico religioso, aquel que da como buenas narrativas que no son comprobables en la realidad y que se recrea en la fantasía, ha sido persistente. Muchas ideas o conductas irracionales actuales surgen a partir de él.

La propensión a creer en la teoría del complot, en la idea de que el universo conspira permanentemente contra nuestros buenos propósitos, el racismo, la intolerancia religiosa o política, la negación de fenómenos comprobados por la ciencia como el cambio climático, la idea de que el tiempo histórico se renueva radicalmente con la entronización del nuevo líder o que es resultado de una lucha entre buenos y malos, todas estas cuestiones son resultado de la prevalencia de un pensamiento arcaico difícil de superar. Dado el estado actual del conocimiento uno podría preguntarse si estas construcciones de la imaginación, del discurso de la ilusión, son mitos o simplemente mentiras.

El toro en la mitología

Al toro se le considera un animal sagrado en amplias regiones de Europa y Oriente Próximo desde épocas prehistóricas. En las excavaciones arqueológicas realizadas en la región de Anatolia se encontraron figurillas o pinturas en las que se representa a esta bestia. En Chatal Huyuk, un asentamiento de hace 7000 años a.C. aparecieron figurillas de la Diosa Madre dando a luz a un toro y también de un joven montado sobre el lomo de este animal, en los relieves de sus paredes aparecen grabados con cabezas de toro.

En la cerámica pintada del sitio de Halaf, un lugar localizado igualmente en Anatolia, de aproximadamente 4500 años a.C. las cabezas de toro con su cornamenta larga y curvada son un motivo recurrente. Sus representaciones aparecen también en las antiguas civilizaciones de Mesopotamia, Egipto, la India, Creta y Grecia.

En Egipto, diversos grabados en estelas dan testimonio de la importancia del culto al toro. En Saqqara se sacrificaba ritualmente al dios toro negro Apis a la edad de veinticinco años, se le embalsamaba y enterraba en una tumba conocida como Serapeum.

En la India el dios Siva aparecía como un toro blanco y los rituales practicados en su nombre, según el mitólogo Joseph Campbell, eran homólogos a los que los egipcios hacían con Apis. El toro blanco era simbólicamente la luna llena, y el negro, representación de la luna nueva. Los cuernos estaban asociados con sus fases creciente y menguante.

La región de Sumeria-Babilonia no fue la excepción. “Desde la más remota Antigüedad, el emblema divino era la tiara de cuernos. Esto significa que en Sumeria, como en el resto del Cercano Oriente, el simbolismo religioso del toro, atestiguado a partir del neolítico, se había trasmitido sin interrupción.” (Mircea Eliade)

Es probable que en estas etapas el toro se convirtiera en un animal cosmogónico, con una pata en el cielo y otra en la tierra. Su unión simbólica con la Madre Tierra era una imagen muy poderosa en las nacientes culturas agrícolas. “El toro no sólo engendraba a las vacas productoras de leche, sino que tiraba el arado, que abría y sembraba la tierra simultáneamente.” (J. Campbell)

En el Poema de Gilgamesh, tal vez uno de los primeros relatos escritos, se dice que la diosa Ishtar, herida en su ego por el rechazo amoroso que el héroe le había propinado, le pidió a su padre, el dios Anu, que creara al “toro celeste” para que se encargara de darle muerte al insolente Gilgamesh. “El “toro celeste” se lanza contra la ciudad de Uruk y sus mugidos hacen caer a centenares de los hombres del rey. Pero Enkidu (el fiel amigo del héroe) logra sujetarlo por la cola, situación que Gilgamesh aprovecha para hundirle su espada en la nuca. Ishtar, furiosa, sube a los muros de la ciudad y maldice al rey. Enardecido por su victoria, Enkidu arranca una pata al “toro celeste” y la lanza ante la diosa al mismo tiempo que la cubre de injurias.

Es éste, quizás, el primer escrito en el que se describe una lucha entre un ser humano y el toro; también, la primera vez en que un hombre da muerte al toro clavando una espada en su nuca.

En el palacio de Cnosos de Creta fueron descubiertas, a principios del siglo xx, pinturas hechas con estuco alusivas al salto del toro (taurocatapsia) que practicaban los jóvenes cretenses de ambos sexos. Se estima que estos frescos fueron pintados entre 1600 y 1400 a.C. De acuerdo con las imágenes, el atleta se aproximaba de frente al toro, lo tomaba con firmeza por los cuernos, se impulsaba para dar un doble salto mortal sobre el animal y caía en posición vertical, detrás de él. Ahí mismo, en Creta, se desarrolla el mito del Minotauro, un ser mitad hombre y mitad toro, que había sido confinado por su padre Minos a vivir en un laberinto. El héroe ateniense Teseo le da muerte, ayudado por la princesa y hermana del monstruo, Ariadna, para liberar a Atenas de un tributo sacrificial inaceptable.

El toro aparece también de manera relevante en la religión de origen persa en la que se practica el culto al dios Mithra. Aunque su origen se remonta muchos siglos atrás, el mitraísmo alcanzó su apogeo en la etapa helenística (siglo iii a.C.) y hasta ya entrado el primer milenio d.C.

Existe una escultura que fue usada como imagen modelo durante muchos siglos entre los practicantes del mitraísmo, que se piensa fue creada por primera vez por los escultores de la ciudad de Pérgamo, alrededor del siglo iii a.C. En ella aparece Mithra dando muerte a un toro. El toro yace en el suelo y Mithra montado sobre él, quien le clava un enorme cuchillo en la región baja del cuello. En lugar de brotar la sangre del toro, lo que fluye son espigas de trigo y racimos de uva.

Sobre la interpretación de la escultura, J. Campbell cita al investigador Franz Cumont, quien era considerado el mayor estudioso del mitraísmo. Cumont dice que en la imagen del Mithra matador de toros, “se observa a un dios con una expresión de dolor y compasión cuando clava el cuchillo, y de esta forma asume sobre sí la culpa —si se puede emplear semejante término— de la vida que vive de la muerte.” Se considera una representación gráfica y metafórica de cómo se obtiene el alimento, pero también refleja una forma de expiación de lo que significa darse cuenta que la sobrevivencia propia depende de la muerte de otros seres vivos.

Éstos son sólo algunos ejemplos del lugar que se le ha dado al toro a lo largo de la historia de la humanidad. Hoy este animal ha sido traído a la escena pública por la controversia entre taurófilos y animalistas.

Príapo y el priapismo

Los símbolos de la fertilidad en la mitología primitiva han sido de diferente tipo, dependiendo del lugar, el tiempo y las características de las sociedades que los crearon. Las comunidades de cazadores-recolectores, las de orientación eminentemente agrícola y las primeras civilizaciones acuñaron sus propios símbolos. Un elemento común a todas ellas ha sido el simbolismo de la Tierra. Como la tierra es el lugar en donde nacen, habitan y se reproducen los seres vivos se le ha asociado siempre con la figura materna. Madre y Tierra son equivalentes, ambas tienen la misma connotación y significado. En el pensamiento mágico-mitológico sus atributos son intercambiables. Las acciones por las que se gesta la vida vegetal y animal son de la misma naturaleza a las que dan lugar a la vida humana.

Los pueblos cazadores enterraban los huesos y la sangre de los animales muertos con la esperanza de que, desde las entrañas de la diosa Madre Tierra, volvieran a encarnar, a renacer como lo hacen las plantas. En algunos casos sólo enterraban el cráneo porque creían que ahí residía el ánima del animal. Los rituales de enterramiento —incluyendo el de los seres humanos— quizás sean de los más antiguos practicados en todas las civilizaciones.

Las figurillas de las llamadas Venus Paleolíticas, encontradas en excavaciones de amplias zonas de Europa, pasando por Oriente Próximo hasta Siberia son, de acuerdo con algunos antropólogos, representaciones humanizadas de la Gran Diosa Madre y son el símbolo por excelencia de la fertilidad en ese periodo. Esas pequeñas esculturas labradas en piedra, marfil, madera o barro, son la imagen de una mujer desnuda, en la que se exagera el tamaño de los senos, el vientre y los glúteos. En algunos casos se muestran con su órgano genital expuesto. Y en la figurilla conocida como la Mujer sentada de Chatal Huyuc, en la antigua Anatolia, la Gran Diosa está sentada desnuda en un trono, escoltada por dos felinos y dando a luz a un animal.

La figura masculina estaba prácticamente ausente como símbolo de la fertilidad. Algunos estudiosos de la mitología piensan incluso que, a juzgar por estos hallazgos y por los relatos más antiguos, en el tiempo en el que predominaba la imagen femenina no estaba claramente asociada la relación del coito con el nacimiento —por el largo tiempo transcurrido entre uno y otro— y por esa razón la figura masculina carecía de valor simbólico.

Existe un mito pelasgo de la creación, de la época prehelénica, anterior a la llegada de los dorios y demás tribus invasoras, en donde Eurínome, diosa de todas las cosas que surgió desnuda del caos, al practicar una danza ritual copuló con el Viento del Norte, también conocido como Ofión o Bóreas. Se creía que era este viento el que “fertilizaba” también a las yeguas que concebían sin la ayuda de algún semental. (R. Graves)

Según algunas mitologías, los primeros seres fueron creados por la mezcla del polvo terrestre y el agua. La figura formada por el barro fue traída a la vida por un soplo divino. Estos relatos probablemente están relacionados con mitos en los que se narra que el mundo fue creado por la unión entre un dios de la atmósfera o del cielo —de donde proviene la lluvia— y la tierra. En los mitos griegos fue la unión de Urano y Gea lo que dio origen a todas las cosas.