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Monólogo compartido con la locura le permite a Guy Briole abordar la locura desde una perspectiva única que trasciende los límites convencionales, no limitándose a una visión clínica o sociológica, sino que explora las múltiples facetas y expresiones de la locura en diversos contextos. Su lectura es la de un psicoanalista orientado por la enseñanza de Lacan. Así, delimita claramente que su esencia trasciende la mera categorización de la enfermedad mental, y a pesar de los avances científicos y el pensamiento racional predominante en las culturas occidentales, plantea que la locura conserva un ámbito que se resiste a ser completamente asimilado por estos, persistencia de un elemento inasible, una libertad inherente que no se somete a las normativas sociales ni científicas, manifestándose en un discurso no regulado por otros. Pero además, más allá de una simple clasificación médica, la locura revela aspectos únicos de la persona, marcando una diferencia en su manera de pensar, actuar y razonar. Desde la más sutil hasta la más intensa, cada variante escapa al pleno alcance de la psiquiatría, que puede atenuar sus síntomas más evidentes pero no tocar su núcleo. Permite a cada individuo una forma particular de interactuar con el mundo, utilizando el lenguaje de maneras que abarcan lo cotidiano y lo poético, lo literario y lo lírico. Así, la locura se sustrae al dominio de la medicina y la psiquiatría, cuya autoridad es delegada por la sociedad para etiquetar a los "locos", pero sin poder aprehender completamente su verdadera naturaleza. En cada sección de este Monólogo compartido con la locura, Guy Briole ofrece una nueva perspectiva, a través de relatos de casos de su práctica y reflexiones que ilustran la diversidad y singularidad de cada uno de ellos, desafiando las ideas preconcebidas y abriendo caminos a una comprensión más profunda y matizada de lo que denominamos, genéricamente, "locura".
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Seitenzahl: 251
Veröffentlichungsjahr: 2024
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Guy Briole
© Grama ediciones, 2024
Manuel Ugarte 2548 4° B (1428) CABA
Tel.: 4781–5034 • [email protected]
http://www.gramaediciones.com.ar
© Guy Briole, 2024.
Briole, Guy
Monólogo compartido con la locura / Guy Briole. - 1a ed. - Olivos : Grama Ediciones, 2024.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-8941-93-6
1. Clínica Psicoanalítica. I. Título.
CDD 150.195
Diseño de tapa: Gustavo Macri
Traductores: Enric Berenguer, Claudia González, Claudia Iddan, Adolfo Ruiz, Alín Salom, Marta Serra Frediani
Hecho el depósito que determina la ley 11.723
Queda prohibida la reproducción total o parcial de este libro por medios gráficos, fotostáticos, electrónico o cualquier otro sin permiso del editor.
Primera edición en formato digital: febrero de 2024
Versión: 1.0
Digitalización: Proyecto451
A Marta, compañera de mi vida
y aguijón de la escritura de este libro.
A Alejandra Glaze por su confianza y la espontaneidad con que acogió el manuscrito de este libro. Es un honor y un placer publicar en su colección.
A Enric Berenguer, Claudia González, Claudia Iddan, Adolfo Ruiz, Alín Salom y Marta Serra, por la energía y la amistad que pusieron en la traducción exprés de estos capítulos y por sus siempre atinadas observaciones.
A François Rocamora, pintor. Este cuadro que he elegido para ilustrar el libro es de François Rocamora, un joven pintor parisino que ha expuesto en distintos lugares y, en particular, en el espacio “Fragmentos”, con ocasión del IX Congreso de la AMP en París, en 2014, Un real para el siglo XXI. Es El mundo del revés, tal como lo describe él mismo en una nota sobre el cuadro, donde subraya que “habla de mi visión de cierto mundo que encuentro desolador, de la soledad, de la dificultad de crear...” Pero es también, al mismo tiempo, La locura del mundo. La “locura” es la hybris, la desmesura de los hombres, que vemos ahí representada con el hombre partido en dos. Por un lado, el mono, figurando al hombre cuando aún no estaba dotado de la palabra y, por otro lado, el loro que podría representarla. Todo está roto, es el hombre quien lo ha hecho. ¿Quién si no? Y el capitalismo ya está presente, ¡está haciendo sus negocios! Los colores vivos son sangres mezcladas, de todos los colores, chorean de barbarie. La paleta de las pinturas será muy difícil de reconstituir, de armonizar. La interminable repetición de la locura de los hombres.
Este libro va dirigido a todos aquellos que se sienten concernidos por lo que designamos con este término de contornos múltiples, la locura. La locura adquiere un significado muy singular cuando se asocia al psicoanálisis y al vínculo transferencial que pone al trabajo al psicoanalista y a quienes a él se dirigen a cuando pierden la razón. La enseñanza de Lacan no nos lleva a reducir la locura, sus expresiones, a una clínica, sea cual sea. Así, aunque pueda referirme alguna que otra vez a la nosología, no es este el objeto principal de mi trabajo.
Este libro contiene, sobre todo, trabajos nuevos y también fragmentos ya presentes en otras publicaciones. Sin embargo, siendo desparejos, están reordenados de acuerdo con una lógica que los anuda.
“Y al ser del hombre no sólo no se lo puede comprender sin la locura, sino que ni aun sería el ser del hombre si no llevara en sí la locura como límite de su libertad”. (1) Estas palabras de Lacan, que señalan la intimidad del hombre con la locura, serán nuestro punto de partida y nuestra brújula.
La locura es definida como una perturbación de la mente, ya sea duradera o transitoria. (2) Es un hecho de civilización en el sentido de que sólo se manifiesta en una sociedad constituida, donde se expresa de acuerdo con las propias construcciones de esa misma sociedad.
La locura siempre comporta, en mayor o menor grado, algo de hybris, de exceso. Esta es la dimensión que la caracteriza, sean cuales sean sus modos de expresión: la pasión de los sentimientos, la arrogancia acompañada de un sentimiento de orgullo, la ausencia de límite o la búsqueda de la libertad. La razón y la templanza –que remite al conocimiento de uno mismo y, en consecuencia, al control tanto de los propios sentimientos como de los actos– son su contrapunto.
Cada cual puede reclamar su parte de locura controlada. De este modo, la locura puede estar presente en todos, sin ser realmente perceptible para los demás. En este sentido, puede ser reivindicada como una originalidad que se cultiva; el lado in de estar loco. Pero también existe un límite para la extravagancia y lo insoportable de la locura cuando se vuelve furiosa.
La locura no tiene a la enfermedad mental como partenaire sino a la razón, es el otro de la razón. Por eso nunca es la misma. La locura puede oponerse a la razón, pero también puede ser una forma de ser dentro de ella, en su seno. Así, podríamos pensar que la razón sería lo que se opone a la idea de las tinieblas, a la verdad maligna dicha por la locura. La verdad de la locura consistiría en que se acerca más a una verdad, al no tener para decirla el freno social, la moderación que sería propia de la razón. Por tanto, vemos oponerse aquí la verdad del Loco a la verdad de la Razón.
En la historia de ciertas sociedades, el loco puede haber ocupado el lugar del que decía la verdad; lo más a menudo del lado de lo trágico, percibida como la advertencia, el oráculo de un destino oscuro. Michel Foucault, en su Historia de la locura en la Edad Clásica, destaca este elemento trágico, así como la dimensión crítica o de protesta. La locura es, entonces, una expresión de lo trágico de la condición humana.
La Locura, tomada como personaje alegórico, simboliza la alegría y la extravagancia y es representada como una mujer que agita una fraustina (3) y cuyo vestido va adornado con cascabeles; (4) en otros lugares son “unos ojos inmensos e inexpresivos que ocultan un mundo interior cerrado y doloroso, donde lo extraño rivaliza con lo fantástico”. (5)
En Elogio de la locura, de Erasmo, es la Locura –encarnada como diosa del Olimpo– quien, sabiéndose criticada, se elogia a sí misma para reivindicar la ligereza. Ella gobierna el mundo con sus sirvientes: el Amor Propio, la Adulación, el Olvido, la Pereza, la Voluptuosidad, la Demencia, la Indolencia, la Glotonería, el Sueño y el Aturdimiento. El más diligente, en primera instancia, es el amor propio, Philautia, que todo lo gobierna. Erasmo –la gran figura del humanismo que dejó su impronta en el Renacimiento– cuestionó la infalibilidad de los hombres de la Iglesia y escribió una crítica mordaz de la sociedad de su tiempo; es un elogio irónico en el que la Locura se contrapone a la Razón. ¿Por qué no elegir esta locura? La respuesta sería que “el hombre era el más desgraciado de todos los seres porque es el único que no está contento con su suerte”. (6)
La locura permite la audacia, y la del propio Erasmo consiste, entre otras cosas, en una lección moral contra la vanidad humana en general. ¡Pero la locura de la ironía es que también puede volverse contra ella misma!
En sus Meditaciones, Descartes se distancia de la locura de hecho, que queda excluida del orden de la razón. Aunque admite que el conocimiento nunca puede objetivar por completo la locura y controlarla. Sin embargo, el “loco” (7) es un hombre y, como tal, debe ser capaz de restablecer su pensamiento. (8) Podríamos argumentar, por tanto, que desde el punto de vista del cogito existo aunque esté loco. El loco puede fingir pensar y conservar su poder de anunciar un futuro lleno de trampas. En este sentido, la locura fascina y da miedo.
Esta dimensión de anuncio insoportable es la que encontramos una y otra vez bajo diversas formas y la que nos conducirá a encerrar a los locos, o como vemos en ciertas culturas africanas, a dejarlos fuera de la aldea. Y, sin embargo, a veces, también se los alimenta y se los consulta.
Así pues, la locura siempre ha dado lugar a una división: por un lado, la fascinación por el loco y su enunciación y, por otro lado, al mismo tiempo, su rechazo y su confinamiento. La dificultad con el loco es que no se calla cuando se le pide que lo haga. Por eso es necesario ver qué se hace con él.
La sociedad burguesa, que se instaura en el siglo XIX, requiere orden para preservar su estructura naciente y su riqueza, y el loco es una amenaza por el desorden que implica. Es la oposición entre el rico como capital encerrado en sus principios y el pobre de espíritu libre en su palabra. Esta sociedad, encerrada en sí misma, se debate entre la necesidad de encerrar a los locos y la exigencia de bondad, que la lleva a organizar una acogida más humana en manicomios organizados por congregaciones religiosas. La otra cara de este deber cristiano es la inversión de la ayuda caritativa a los indigentes en la idea del castigo merecido. Es una especie de venganza por ser depositario de malas noticias, además de incapaz de mantener la boca cerrada. El loco se incluye pues en esa parte de la sociedad que se considera compuesta de inestables, de asociales y de vagabundos, de tal modo que la locura se contamina por su proximidad al desorden y al pecado.
No fue hasta mediados del siglo XVI cuando la medicina se separó de la filosofía y estableció su estatus propio. Así pues, el concepto de locura es anterior al de enfermedad mental y al de psiquiatría.
De hecho, la locura nunca ha sido del todo absorbida por la enfermedad mental. A pesar de la influencia de la ciencia y del pensamiento científico en las culturas occidentales, particularmente, nunca se ha logrado una completa asimilación. Siempre hay algo en la locura que escapa a la ciencia y a la sociedad, algo no puede ser reducido en ese loco que, a fin de cuentas, conserva su libertad. Una libertad que pasa sobre todo por un uso de la palabra no regulado por los demás.
La locura no clasifica médicamente a una persona, dice algo sobre ella. Implica una distinción respecto a los demás en la forma de pensar, actuar y razonar.
En su espectro, encontramos toda una gradación de formas de estar loco: locura leve, un toque de locura, una crisis de locura, un ataque de locura o, también, la locura furiosa. Todos estos estados quedan fuera del alcance de la psiquiatría, que, si bien puede reducir sus manifestaciones ruidosas o peligrosas mediante la contención o los psicofármacos, no alcanza a la esencia misma de estos estados. La locura hace aflorar en cada sujeto una determinada manera de estar en el mundo, mediante la apropiación que cada cual lleva a cabo del lenguaje común; de lo que este contiene, tanto de sentido común como de sentido poético, literario o lírico.
La locura elude la medicina y la psiquiatría, a las que el colectivo delega el uso de su saber para designar a los locos. Desde esta perspectiva, es necesario añadir calificativos y marcadores del lenguaje médico para intentar domesticar y localizar la locura. Es su clasificación en una nosología la que, además, pretende atribuirle una causalidad científica inequívoca que supuestamente pondría fin a cualquier debate sobre los locos.
Pero, como señala Victoria Horne Reinoso, “el término locura implica la interesante paradoja de que puede referirse tanto a lo que la psicosis tiene de más ‘extraordinario’, como a momentos igualmente masivos de la neurosis, además de a ese punto más singular del ser-hablante, punto de locura irreductible que resuena en la expresión ‘todo el mundo es loco’”. (9)
Fascinante, aterrador e inquietante, a finales del siglo XVIII el loco acababa encadenado en mazmorras inhumanas, como desecho de una sociedad que se sentía amenazada. Hubo que esperar a principios del siglo XIX y a Philippe Pinel para recuperar la dimensión de los cuidados mediante la liberación de los locos de sus cadenas y cierta reconciliación con su lugar en la sociedad. Pero en esta historia hubo un gran olvidado, Joseph Daquin. Le dedicamos este capítulo por la originalidad y la inventiva de su obra.
Joseph Daquin, médico diplomado en Turín y facultativo de los hospitales civiles y militares de Chambéry, fue también muy activo en la vida cultural de su región. A partir de 1788, dirigió la Maison des incurables, con su sección reservada a los “locos”. Después de tres años allí, en 1791, escribió una obra notable, La filosofía de la locura.(10) Diez años más tarde, cuando Pinel publicó su Tratado médico-filosófico sobre la alienación mental o la manía,(11)revisó su libro y se lo envió en 1804 con esta dedicatoria: “Había dirigido la primera edición de esta obra a la humanidad, porque el tema parecía imponerme el deber de hacerlo; pero hoy cumplo uno mucho más satisfactorio para mí, señor, y mucho más acorde con el asunto, al dedicarle a usted esta segunda edición, porque es usted esta preciosísima virtud, personificada”. (12) La dedicatoria continúa en este tono deferente, pero el “amigo de la humanidad” nunca le respondió ni lo nombró en las sucesivas revisiones de su Tratado.
En su “Nota preliminar”, Daquin recuerda que, cuando publicó su libro, el de Pinel no estaba disponible, pero que el título elegido por este último “ya efectúa una aproximación […] muy halagadora para mí”, así como lo son las similitudes “entre las ideas del doctor Pinel y las mías sobre la forma de tratar esta enfermedad”. (13) Sin embargo, unas páginas más adelante, tras repetir la sorprendente comparación entre su libro de 1791 y la obra de Pinel de 1801, añade: “Con la diferencia, sin embargo, de que la obra del profesor de la Escuela de Medicina de París va de la mano de un maestro, y la mía de la de un colegial”. (14) ¿Humildad fingida o despecho? El tolosano Pinel había “subido a París” para hacerse famoso, ¡mientras que el saboyardo Daquin había permanecido en provincias!
Resulta muy interesante leer esta obra bellamente escrita que, lejos de proponer una compasión bonachona, es una percepción precisa de los locos que puede causar sorpresa –veremos algunos ejemplos– por la forma tan pertinente en que Daquin los describe, proponiéndose, además, como interlocutor de esos mismos “dementes”. Se pregunta por qué se les rechaza tanto, por qué se les hacina en lugares remotos en condiciones inhumanas. ¿Se debe a que son más difíciles de curar que los demás, a que resulta difícil acercarse a ellos, o bien a la repugnancia, a los prejuicios, a la costumbre de “considerarlos como seres completamente ignorados y totalmente separados del resto de la humanidad”? (15)
A menudo la locura es contrapuesta a la razón. Pero surge una dificultad inicial para saber dónde “trazar la línea entre el último grado de la razón y el primero de la locura”. (16) Joseph Daquin la define como “un estado en el que el ejercicio de las operaciones del alma o de la mente no está del todo o siempre de acuerdo con las leyes del orden natural, es decir, en el que este ejercicio es contrario a la razón”. (17) Aún sería necesario definir qué se entiende por razón. Daquin señala que tanto los filósofos como los médicos utilizan los términos locura y razón en ámbitos específicos sin haberlos confrontado a partir de su propia experiencia. Se opone claramente a cualquier clasificación de los locos, que sólo conduciría a su exclusión al agrupar las muy diversas expresiones de la locura: los furiosos, los tranquilos, los extravagantes, los dementes, los imbéciles, los cretinos, los espiritualmente descarriados, etc. En el reino de las pasiones, la ceguera es locura, pero quien comete un acto criminal, si dice que lo hizo con “pleno conocimiento de causa, es un villano; [...] si está convencido de que es justo, es un loco”. (18)
En todo esto, no aporta ninguna originalidad a lo que habitualmente se entiende por locura. Es más bien en la dimensión singular de cada persona donde señala la diferencia, tanto más cuanto que esta se distingue al hablar con el loco en cuestión durante un periodo de tiempo lo bastante largo y ello tan solo si, al hacerlo, no nos apresuramos a concluir que se trata de locura.
Es esta elección que lleva a cabo, la de dirigirse a los locos, hablar y relacionarse con ellos sólo por esta vía para conocer el contenido de su sufrimiento, lo que llama nuestra atención. Daquin no busca producir un saber para reducir a él al sujeto, por muy loco que esté, sino que muestra su determinación de aprender de la singularidad de cada uno de aquellos a quienes ofrece su interlocución.
Además, Daquin considera que estos locos también podrían beneficiarse de las cosas que aportan bienestar a cualquiera: disponer de locales saludables y abiertos al mundo exterior, salir a pasear en buena compañía, intentar mantener una conversación con ellos, etc. Hace especial hincapié en la música, que según su hipótesis puede restablecer el orden en las fibras nerviosas gracias a las vibraciones que contiene y transmite. Recuerda a un loco a quien “seis hombres vigorosos apenas podían contener” que se calmó escuchando una música que su médico sabía que le gustaba, porque lo habían hablado previamente, por lo que invitó a unos músicos a tocarla para él. A veces, el paciente se ponía a cantar esas melodías y “una suave serenidad aparecía paulatinamente en su rostro y ocupaba el lugar de las convulsiones con las que se agitaban todos sus músculos”. (19)
También deplora que los médicos enfrentados a la locura –ante “semejante espectáculo”– “prefieran dejar la cura de esta enfermedad al cuidado de la naturaleza antes que prodigar inútilmente sus propios cuidados”. (20) Aquí es donde él se siente concernido y no se da por vencido.
Veamos cómo se relaciona con algunos de estos locos a partir de lo que de ellos han aprendido al evitar corregir su sinrazón y, en vez de buscar una causalidad, producir conjuntamente un anudamiento.
Una joven de unos treinta años (21) “poco habladora, pero muy dada a la meditación [...] enloqueció tras una confesión general de sus faltas; su imaginación estaba tan afectada que siempre creía ver al diablo junto a ella”. Se confesaba sin cesar, convencida de que así se libraría del Maligno y de que acudir a su confesor “era la ayuda más eficaz”. Pero todo fue inútil y temiendo al diablo se aisló por completo, salvo de su confesor, a quien acudía constantemente. El efecto paradójico del camino que había elegido, el de la confesión, es lo que condujo al Dr. Daquin a provocar un cambio en su forma de relacionarse a ella, alejándola de la persona de su confesor y, a través del requerimiento de hablar, permitiéndole volver a relacionarse con los demás y superar su turbación inicial. Con las conversaciones que mantuvo con el Dr. Daquin, “su razón quedó perfectamente restablecida”.
Un hombre septuagenario “enloqueció a los treinta años a consecuencia de un trabajo excesivo y asiduo, que requería una gran concentración mental, especialmente en el cálculo”. ¡Se había convertido en un extravagante! Recuperaba la cordura por completo cuando podía jugar una partida de cartas, en la que destacaba por su recurso a la concentración que le permitía saber todas las jugadas con exactitud. Entonces, sus relaciones con los demás y su conversación eran normales y agradables, “ya no extravagaba”. (22)
Una joven de 25 años “bien constituida, de moral irreprochable [...]”, estaba a punto de casarse cuando “casi en el momento de acudir al altar, su pretendiente la engañó cruelmente casándose con otra”. (23) Esto la hizo enloquecer y cayó en un estado de furia permanente en el que se rasgaba los vestidos, lo rompía todo, decía cosas incoherentes y obscenas. Intentaron razonar con ella y la sangraron. Tras un empeoramiento general de su estado y la pérdida de sus menstruaciones, la metieron en una mazmorra donde vivía desnuda, acostada sobre un lecho de paja, en medio de una suciedad impresionante. Apenas comía. Se convirtió en un “espectro”. Daquin empezó a visitarla y a hablar con ella, que no lo rechazaba. Prohibió las visitas de sus familiares, que empeoraban su estado y la llevaban a emplear un lenguaje soez. A veces, durante este periodo de once meses, Daquin “se desesperaba” y pensaba en “abandonarla”. Se le ocurrió la idea de hacer que la ayudaran a ponerse una camisa que le llevó. No fue fácil, pero aceptó. Luego caminó con ella por los pasillos. Cuando le volvió la regla –un objetivo que él mismo se había fijado– “recuperó peso y [...] recobró la cordura””.
Esta observación es pertinente y sorprendente para su época. La reproducimos tal cual; habla por sí sola.
“También vi a una muchacha cuya locura consistía en fingir y creer positivamente que era un hombre y no de su propio sexo; en consecuencia, se la veía en su habitación vestida de hombre; hablaba muy correctamente y con la mayor sensatez, siempre que se conversara con ella como con un hombre: para no comprobar que estaba loca había que tratarla, en todos los aspectos, de la misma manera que se habría tratado a un hombre. Su atuendo de por sí contrastaba con su sexo del modo más ridículo, y su conversación, hábitos y modales eran en todo absolutamente similares a los de los hombres. Pero, en cuanto alguien le hablaba de su verdadero sexo y la llamaba inadvertida o maliciosamente señorita en lugar de señor, la pobre desgraciada perdía inmediatamente los estribos, vomitaba insultos atroces y su ira se convertía en furia, no había continuidad en su discurso ni conexión en sus ideas; en general, se desorganizaba por completo; caía en una espantosa desesperación; y este ser [...] que, un momento antes, había hablado muy bien de todos los temas, gozaba de una tranquilidad perfecta, era gentil y afable, dotado de todas las cualidades que se podían desear en sociedad; este ser, digo, se transformaba de repente, por una sola palabra, en una bestia feroz que sólo seguían distinguiéndose por su figura humana”. (24)
Por supuesto, no todo en el libro de Daquin está a la misma altura. Por ejemplo, no elude los beneficios del termalismo y de algunos elixires o bálsamos, la ambivalencia ante las sangrías (curativas o devastadoras), lo nocivo de la masturbación, un largo desarrollo sobre la influencia de la luna, etc. Tampoco nos ahorramos la explicación de lo que contraviene la moral, reducido prácticamente al suicidio. ¡El suicidista, como dice el autor, no es un loco, sino un cobarde, y para el autor “tiene más derecho a nuestra compasión que a nuestra estima”! (25)
Joseph Daquin termina su libro subrayando la importancia de la paciencia, la escucha, la “prudencia ilustrada”, la consideración, las palabras “consoladoras” y el apoyo moral en el trato con los locos. Descarta el “revoltijo de las drogas” y, sobre todo, toda violencia o exclusión. “Es la combinación de todos estos medios lo que yo vinculo a la palabra filosofía”. (26)
“Hoy tenía intenciones de penetrar la esencia de la locura, y pensé que era una locura. Me tranquilicé diciéndome que lo que hacemos no es una empresa tan aislada ni azarosa”. (27)
Con esta palabra, esencia, Lacan hace resonar lo que sería inherente a todo ser y, al mismo tiempo, estaría fuera de los límites; por eso sería una locura aventurarse en ella. Al mismo tiempo, Lacan subraya que no se aventura en soledad en este terreno y que lo que impide progresar en él es la “pereza” (28) –como hacen la mayoría de los analistas cuanto toman como definitivo el trabajo de Freud sobre Schreber y se detienen en la cuestión del narcisismo para dar cuenta de la relación que le reconstruyen a Schreber con Dios.
Ya en “Acerca de la causalidad psíquica”, Lacan subrayaba el riesgo de locura en relación con la atracción de las “identificaciones en las que el hombre compromete a la vez su verdad y su ser”. (29) Lo decisivo es que él no vincula esta cuestión de la locura a una u otra estructura sino, para todo ser, con la “permanente virtualidad de una grieta abierta en su esencia”. (30)
La afirmación “[...] todo el mundo es loco, es decir, delira”, (31) surge en contraposición al “no se vuelve loco el que quiere” (32) en el sentido, señala –más allá de la ocurrencia del joven interno en psiquiatría– de que no a todo el mundo le es dado llegar hasta los “riesgos que rodean la locura”. (33) Aquí, la locura expresa el límite interno.
Lacan relaciona este “todo el mundo es loco...” con la creación de un programa de enseñanza del psicoanálisis en Vincennes y con una pregunta: “¿Cómo enseñar lo que no se puede enseñar?” (34) También lo relaciona con la última parte de la enseñanza de Freud, que sostiene que la “pérdida de realidad” concierne tanto a la neurosis como a la psicosis, y que se plantea la cuestión de un “sustituto de la realidad” en el que se puede desplegar toda la gama de un “mundo exterior fantástico”. (35) J.-A. Miller ve en esta afirmación “la extensión de la categoría de locura a todos los hablantes”. (36)
El concepto de forclusión generalizada implica que cada persona encuentra la manera de apañar su propio sinthome, y que cada modalidad es la de un parlêtre, incluso cuando es el Nombre-del-Padre el que ocupa este lugar para anudar lo real, lo simbólico y lo imaginario. “Todo el mundo es loco...” es la afirmación que conviene al enfoque borromeo del parlêtre.
“¿A partir de cuándo se está loco? Vale la pena plantearse la pregunta”, dice Lacan en su lección del 10 de febrero de 1976. (37) Estas dos frases están ligadas a una tercera: “¿Joyce estaba loco?” (38) Es con la mano un poco forzada por su encuentro con la obra de Joyce como Lacan prosigue su trabajo tras “haberlo comenzado” con los Escritos inspirados y haber permanecido con este enigma no resuelto: “¿por qué le fueron inspirados sus escritos?” (39) Lo que Lacan concluirá es que Joyce pudo fabricarse un sinthome que le permitió prescindir del psicoanálisis. ¿Joyce, loco? ¿Joyce psicótico? Lacan se plantea esta pregunta de un modo muy distinto. “Joyce el sinthome”se dirige a un Otro universitario sin discontinuidad, el parlêtre a un Otro de la transferencia. Es la clínica continuista bajo la transferencia.
En la Conversación de Arcachon de julio de 1997, J.-A. Miller demostró cómo lo discontinuo y lo continuo podían articularse conceptualmente. (40) El principio de continuidad de Leibniz enuncia una propiedad común a toda diversidad, a saber, que no se salta de un estado a otro mediante un salto único [base de la oposición entre neurosis y psicosis para la psiquiatría y el psicoanálisis estructuralista] sino mediante una serie infinita de intermediarios. Este punto será retomado y desarrollado en el capítulo titulado “Clínica continuista bajo transferencia”.
La hipótesis continuista “no está hecha para borrar la frontera neurosis/psicosis”; indica alternativas, para lo que llamamos psicosis, a la forclusión del significante del Nombre-del-Padre. (41) Se verifica por lo que encontramos en la formalización de una clínica borromea con todas las gradaciones de las singularidades propias de cada sujeto, uno por uno, con lo que son capaces de hallar para producir un anudamiento distinto o reforzarlo, bajo transferencia.
Así, la última enseñanza de Lacan orienta a los psicoanalistas a dar este paso decisivo hacia una práctica que ya no es simplemente la de la interpretación, sino la del trabajo sobre el anudamiento de lo real, lo simbólico y lo imaginario, incluso cuando el cuarto no es el Nombre-del-Padre. Aquí se recupera la singularidad propia de cada individuo, en lo que tiene que inventar del sinthome en transferencia y con la transferencia. Se trata de salir de la discontinuidad neurosis-psicosis ligada a la concepción estructuralista y a la presencia o al nombre de un significante fundamental, y avanzar hacia un enfoque continuista capaz de dar cuenta de las disposiciones más o menos estables que un parlêtre ha podido encontrar.
Con Lacan, como vemos, no se trata de reducir la locura, sus expresiones, a ningún tipo de clínica. Cuando hablamos de clínica, incluso si decimos que es bajo transferencia, este significante debe ser cuestionado; como mínimo requiere ponerle comillas por el retorno a la etimología a la que nos remite.
Siendo así, lo que el psicoanálisis ofrece para dar cuenta de ello es un enfoque fino, no preestablecido, abierto a la dinámica de cada vida, que se destaca al ser identificada la lógica del caso; un saber que sólo puede darse en la transferencia. Por tanto, esto resulta posible únicamente mediante la implicación del analista.
Así pues, lo que distingue a esta “clínica” de cualquier otra es que se trata de una Clínica Bajo Transferencia. C.S.T., como lo enuncia J.-A. Miller, quien aconseja hacer de estoel colofón (42) de toda clínica analítica, es decir, lo que constituye su marca sin hacerla pasar de moda. En otras palabras, esta clínica está viva, es evolutiva, y su brújula se reside en el hecho de que “la clínica psicoanalítica, propiamente dicha, sólo puede ser el saber de la transferencia [...]”. (43)
En la variedad de los casos, no se trata de que sean demostrativos, ni de una estructura clínica ni de una u otra teoría. Se trata del hallazgo de cada cual.
La creciente afirmación de una resistencia al psicoanálisis, apoyada en los avances de la ciencia, tropieza con la imposibilidad de silenciar a un sujeto, el sujeto del inconsciente y, en nuestra perspectiva, el loco. El sujeto se resiste a ser reducido, sea cual sea el entorno –político, social, médico–, a las categorías clasificatorias en las que queremos situarlo. En lugar de la “tiranía del saber”, un sujeto siempre puede preferir las “sorpresas del saber por descubrir” que puntúan la experiencia psicoanalítica. (44)