Multitudes - Hans Ulrich Gumbrecht - E-Book

Multitudes E-Book

Hans Ulrich Gumbrecht

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Beschreibung

Multitudes. El estadio como ritual de intensidad es un ensayo sobre la experiencia colectiva que implica la participación en eventos masivos, especialmente en estadios de fútbol en Europa y América. Recuperando a pensadores fundamentales como Gustave Le Bon (Psicología de las masas), Sigmund Freud (Psicología de las masas y análisis del yo), José Ortega y Gasset, (La rebelión de las masas), Elias Canetti, (Masa y poder) y Peter Sloterdijk, (El desprecio de las masas), Gumbrecht reflexiona sobre el lugar de las Multitudes en las sociedades contemporáneas. En un libro escrito en plena pandemia, con fuertes restricciones a la circulación y la congregación, el autor revisita su experiencia personal en partidos de fútbol junto a experiencias etnográficas en distintos estadios del mundo. Del Santiago Bernabéu a la Bombonera, del Maracaná al Signal Duna Park. Se mezclan la historia del fútbol y las experiencias colectivas casi religiosas que hacen que miles de personas diferentes se fusionen por unos minutos al devenir hinchas de un equipo. De las masas de los estadios a las Multitudes de la vida antigua y la política moderna. De Maradona a Nietzsche, de la Revolución Rusa al Tea Party, de Jesús a Marx.

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Gumbrecht, Hans Ulrich

Multitudes: el estadio como ritual de intensidad / Hans Ulrich Gumbrecht. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Adriana Hidalgo Editora, 2023

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga

Traducción de: Nicolás Gelormini

ISBN 978-987-8969-60-2

1. Filosofía Contemporánea. 2. Fútbol. I. Gelormini, Nicolás, trad. II. Título.

CDD 796.33401

Título original: Crowds. Das Stadion als Ritual von Intensität

Autor: Hans Ulrich Gumbrecht

Traducción: Nicolás Gelormini

Concepto: Tomás Borovinsky y Carlos Huffmann

Editor: Tomás Borovinsky

Coordinación editorial: Gabriela Di Giuseppe

Diseño e identidad de colecciones: Vanina Scolavino

Imagen de tapa: Carlos Huffmann

© Vittorio Klostermann GmbH, Frankfurt am Main, 2020

© Adriana Hidalgo editora S.A., 2023

www.adrianahidalgo.es

“You’ll Never Walk Alone”

from CAROUSEL

Lyrics by Oscar Hammerstein II

Music by Richard Rodgers

Copyright © 1945 Williamson Music Company c/o Concord Music Publishing

Copyright Renewed

All Rights Reserved Used by Permission

Reprinted by Permission of Hal Leonard LLC

La traducción de esta obra contó con el apoyo de una subvención del Goethe-Institut.

ISBN 978-987-8969-60-2

Prohibida la reproducción parcial o total sin permiso escrito de la editorial. Todos los derechos reservados.

Disponible en papel

Índice
Portadilla
Legales
Dedicatoria
Presentación por Tomás Borovinsky
CAPÍTULO I
Estadios vacíos
CAPÍTULO II
Masas de estadio
CAPÍTULO III
“Desprecio de las masas”
CAPÍTULO IV
Masas del pasado
CAPÍTULO V
En la multitud, lateralmente: enjambres, neuronas espejo, primates
CAPÍTULO VI
En la multitud, verticalmente: cuerpo místico, intensidad, transfiguración
CAPÍTULO VII
El estadio como ritual de la multitud
CAPÍTULO VIII
“You’ll Never Walk Alone”
Conclusión: Pensar colectivamente
Nota del traductor
Acerca de este libro
Acerca del autor
Otros títulos

para Ricky, agradeciéndole de corazón los treinta silenciosos años de fútbol americano en Stanford, juntos, y treinta y tres años llenos de vida

Presentación

por Tomás Borovinsky

Hans Ulrich Gumbrecht es un verdadero hombre de las humanidades contemporáneas. Profesor de literatura en la Universidad de Stanford en California, escribe sobre temas que van de la percepción del tiempo histórico a las nuevas tecnologías y el deporte. Conectado con la tradición cultural occidental y con su entorno futurista en Silicon Valley, Gumbrecht tiene, por tanto, una percepción del mundo de 360 grados entre el pasado y el futuro. En este marco es que en Multitudes pone el foco en una obsesión múltiple en la que entran por la ventana intereses diversos que se cruzan. El fútbol y sus historias condensadas en esos testigos de cemento que son las paredes de los estadios y sus tribunas. El carácter heroico y genial de los grandes atletas del deporte en general y del fútbol en particular (basta recordar las palabras en este sentido de Martin Heidegger hacia Franz Beckenbauer en su tiempo). La violencia y la limitación de la misma. El rol de las masas en la vida moderna. Todo esto condensado en un libro marcado por la pandemia y escrito al ritmo del distanciamiento social y las cuarentenas.

Gumbrecht es un autor conocido en lengua castellana. Además de ya estar traducido tanto en España (Planeta, Trotta, Escolar y Mayo) como en América Latina (Katz, Universidad Iberoamericana de México), ha sido profesor visitante en universidades como las de Río de Janeiro, Buenos Aires y Barcelona (también en las de Berkeley, Princeton y en la École des Hautes Études en Sciences Sociales de París). Recientemente, le fue otorgado el doctorado honoris causa por la Universidad Complutense de Madrid. Un pensador conectado con la cultura española y latinoamericana. Con sus escritores y con sus grandes producciones culturales, en las que hay que incluir al fútbol. De ahí la presencia en este libro de estrellas como Pelé y Maradona y de templos del fútbol como el Maracaná de Río de Janeiro o el Santiago Bernabéu de Madrid.

El deporte ocupa un lugar civilizatorio fundamental en Occidente. De los juegos olímpicos antiguos, y el rol del cuerpo atlético, al presente signado por los deportes modernos televisados en el siglo XX y reproducidos al infinito vía redes sociales hoy. Pero de entre todos los deportes que tienen seguidores en determinadas zonas del mundo más que en otras, ninguno iguala al fútbol como fenómeno global. El Super Bowl es un evento importantísimo tanto por audiencia como por el precio del minuto de publicidad (también por el show del entretiempo por el que pasan algunas de las máximas estrellas de la música). El básquet, de primerísimo orden en Estados Unidos y algunos países europeos, tuvo su momento cumbre de difusión global en la década de los noventa en la era Michael Jordan (la camiseta 23 de los Bulls sigue siendo la más icónica). El rugby también es muy relevante en ciertos países de la esfera inglesa (Gales, Escocia, Irlanda), en europeos (Italia, Francia, Georgia), junto con algunos sudamericanos (Argentina y Uruguay), del Pacífico (Australia, Nueva Zelanda, Fiji, Samoa) y hasta asiáticos (Japón). El criquet, también es importante: el segundo deporte con más audiencia, con mucha fuerza en la ex colonias británicas como Australia y la populosa India. Pero es el fútbol, también nacido como tal en Inglaterra, difundido a distinta velocidad por el mundo, el que tiene una vigencia suprema en Europa, América Latina, África y en crecimiento en Asia. El deporte más globalizado y popular de la Tierra.

Por eso el siglo XXI arrancó con el mundial del 2002 en Asia, en Corea/Japón, donde el Brasil de Ronaldo Nazário le ganó la final a la Alemania de Oliver Kahn. Le siguió el de Alemania en 2006, donde Italia derrotó en la final a Francia, que terminó con su estrella, Zinedine Zidane, expulsada. En 2010 el fútbol tuvo su primer mundial en territorio africano, en una Sudáfrica que coronó a España con su primer mundial, con un equipo memorable, en una final contra Holanda. En 2014 el mundial volvió a América y a Brasil para coronar a una Alemania mecánica y letal contra la Argentina de Messi. Después el mundial se fue a la Rusia de Putin, en la que Francia se coronó con su segunda copa del mundo. Y en 2022 asistimos al primer mundial en Medio Oriente en Qatar, donde Messi finalmente tuvo revancha y obtuvo la tercera estrella para Argentina. Esta hoja de ruta de los mundiales, además de ser un ayudamemoria de las potencias futbolísticas del siglo XXI, pone sobre la mesa el lugar de la geopolítica y el negocio del fútbol en el nuevo siglo. También da testimonio de la expansión global del deporte más popular de la Tierra. Corea/Japón, Alemania, Sudáfrica, Brasil, Rusia, Qatar. Asia, Europa, Sudamérica, Eurasia y Medio Oriente.

Pero más allá de los negocios –a veces oscuros– del fútbol está el verdadero motor. La pasión internacional y popular por un juego que es mucho más que un juego, en el que las multitudes se apasionan y emocionan con un balón disputado por once contra once en un rectángulo de césped o de tierra, con dos arcos uno de cada lado. Del glamour de los grandes estadios en los mundiales y en las grandes ligas del fútbol europeo a las ligas nacionales del tercer mundo y las canchas precarias de los barrios periféricos.

Gumbrecht pone en papel en este libro su “adicción” por visitar estadios vacíos para experimentar la ausencia de las multitudes que pueblan y habitaron en otros tiempos esos estadios. Una verdadera historia cultural reflexiva que arranca con la memoria de la visita al estadio La Bombonera de Boca Juniors en la Argentina de 1990, que dispara los recuerdos de Diego Maradona en los ochenta. Y esto a su vez dispara el recuerdo mucho más atrás hacia el peronismo populista de Juan Perón y Eva Perón, los tiempos de Alfredo Di Stéfano como señala Gumbrecht, cuyo régimen se caracterizaba por la participación de las masas en la vida pública, a fines de los años cuarenta. Es a partir de su visita al Estadio Centenario de Montevideo, donde Uruguay se coronó como primer campeón mundial contra Argentina, en que expresa su sentimiento general al visitar estadios vacíos: “sentí que me volvía parte de una historia apenas conocida, una historia escondida en los muros y que me adoptaba”.

Pero las multitudes y sus espectros en los estadios de fútbol despiertan el interés general por lo que implican más allá del deporte. Las masas ocupan un lugar fundamental en la historia política general. Por eso Gumbrecht entrelaza otras referencias históricas, como la toma de la Bastilla, el Boston Tea Party, Adolf Hitler y la marcha por Berlín. También revisita algunos de los grandes hitos de la historia del pensamiento sobre las multitudes. Gustave Le Bon y su Psicología de las masas de 1895, que dejó una impronta perdurable sobre la materia hasta hoy. Friedrich Nietzsche y su sorprendente mirada positiva de las masas en El origen de la tragedia. Sigmund Freud, quien continúa con lo trazado por Le Bon, consideraba que en la masa el individuo se transformaba “de raíz”, llevando estos desarrollos hacia sus propios parámetros pulsionales y de contagio. José Ortega y Gasset, el pensador que mayor fama internacional alcanzó sobre la temática con su fundamental La rebelión de las masas. Elias Canetti con su Masa y poder, en el que se explaya sobre la pérdida del miedo al contacto del individuo en la masa junto a una tipología de masas posibles en diferentes situaciones y culturas. Y más recientemente Judith Butler, con su teoría de la asamblea y la performatividad, así como Peter Sloterdijk, que emprende el camino de vuelta a Canetti, de cuyo El desprecio de las masas Gumbrecht toma prestado el título para uno de los capítulos de este libro.

Podemos debatir si la pandemia implicó el advenimiento de una “nueva normalidad”, pero de mínima esta implicó, de la mano de las cuarentenas y otras medidas “excepcionales”, la suspensión de la normalidad. Y si la pandemia sirvió de recordatorio de la potencia de lo no-humano (un virus) en la vida de lo humano, entonces las cuarentenas, el contexto en que fue escrito este libro, pusieron en escena una vida social sin grandes aglomeraciones. Ciudades sin gente. En este contexto jugar al fútbol profesional en cuarentena implicó ver a los jugadores metiendo goles y festejando hacia la nada misma. Por eso la pandemia sirvió para llevar al extremo la pasión de Gumbrecht por los estadios vacíos y lo obligó a escribir este libro sobre las multitudes del fútbol en particular y de la vida social en general. Las gentes que pueblan las gradas y tribunas de los estadios son parte del juego y desde y a través de ellas se da una descarga de energía que también es parte de la vida política y social general. Porque el mundo moderno de multitudes volcadas a la esfera pública es un mundo de ciudades y las ciudades, aunque a veces nos cansen, están llenas de gente. Y en esas ciudades se juega al fútbol. Gumbrecht nos muestra en este pequeño pero intenso libro el lugar que ocupan las multitudes en el fútbol y en la filosofía, en la política y en su vida. Y también en la nuestra.

CAPÍTULO I

Estadios vacíos

Lo admito, es una adicción, supongo, y no “algo parecido a una” adicción. En el mejor de los casos, una “adicción secundaria”. Pasar por estadios que no conozco y no detenerme y preguntar si hay visitas guiadas o alguna otra posibilidad de visitar su interior es algo que me produce dolor en sentido físico, sobre todo cuando se trata de estadios donde juegan equipos famosos. Cuando llegamos por primera vez a una ciudad, mi esposa, nuestras dos hijas, y hasta nuestros dos hijos varones, entusiastas del deporte, están dispuestos a invertir considerables cantidades de tiempo en evitar estadios de fútbol. Es una actitud generosa conmigo, pero a la vez se protegen así de las eufóricas lecciones especializadas que simplemente no puedo reprimir aunque sepa que nadie quiere oírlas.

Es una dicha para todos los involucrados, pues, que yo me tope con los estadios cuando no estoy con mi familia o que pueda hacerme de tiempo para visitarlos solo. Así ocurrió a fines de 1990, cuando fui a Buenos Aires a dar algunas conferencias (hasta ahora el motivo principal de mis viajes) y me reservé una larga tarde para la atracción turística del antiguo barrio portuario de La Boca. La Boca jugó un papel importante en la historia del tango; con sus fachadas de chapa ondulada, algunas pintadas de colores, otras ya vencidas por el tiempo, nos hace sentir la atmósfera de finales del siglo XIX, cuando, gracias a la sucesión de diversas olas migratorias, la ciudad se volvió una metrópolis internacional. Muchos europeos decían ver entonces en Sudamérica y en Argentina el continente y el país del futuro. Pero lo más importante era que en ese barrio de Buenos Aires está La Bombonera, el estadio, inaugurado en 1940, de Boca Juniors, sin dudas el club más famoso del fútbol argentino y junto con River Plate uno de los más exitosos.

En los Juegos Olímpicos de Ámsterdam, en 1928, fue Argentina –sin contar a Uruguay, defensor del título y ganador de la medalla de oro–, el equipo cuyo estilo de juego logró ejercer mayor fascinación en el público internacional. El nombre del estadio (por supuesto, no oficial), puede traducirse al alemán como Pralinenschachtel [caja de bombones] y remite a las tres tribunas particularmente empinadas (sobre todo las dos que están detrás de los arcos) que rodean un campo de juego relativamente estrecho (sus dimensiones corresponden apenas al mínimo exigido por la FIFA) y producen un curioso efecto visual de profundidad, que queda resaltado a su vez por el cuarto lado, originalmente sin utilizar y hoy ocupado por palcos de lujo. Esta arquitectura, que en realidad nunca fue planeada y fue surgiendo a lo largo de las décadas, explica la acústica que ha vuelto famosa a La Bombonera y la hace temible para los equipos visitantes. Y es La Bombonera la que condensa los momentos más vivos de la historia del fútbol nacional, y no el Monumental, el estadio inaugurado en 1938, que es más grande y más convencional en su diseño y pertenece a River Plate, club de las clases altas y rival de Boca Juniors. Es verdad, en 1978, durante el apogeo de la impiadosa dictadura militar, Argentina ganó su primer campeonato mundial contra Holanda en el Monumental, pero fue en La Bombonera donde se hizo famoso Diego Maradona, que hasta el día de hoy tiene un palco allí. Más allá de toda comparación con Lionel Messi, Maradona es quizás el argentino más conocido en el mundo y, para mí, junto con Mané Garrincha de la generación brasilera de 1958 y 1962, la encarnación suprema del carisma futbolístico.

Por más fascinante que fuera el tango, yo había ido a La Boca por el estadio así que me reservé las últimas horas de la tarde para el punto cúlmine de la visita. Obediente, compré una entrada para el Museo de Boca Juniors, y digo “obediente” porque tenía la convicción, que no es ningún secreto, de que los movimientos de un deporte y la intensidad de los eventos de un estadio apenas pueden transimitirse por medio de pelotas color cuero o camisetas desgastadas y tampoco, aunque a veces sean muy interesantes, por las escenas documentales en blanco y negro que pasan por las numerosas pantallas (les falta el final abierto de un partido en desarrollo). Oír que la última visita guiada ya había comenzado no me inquietó. Al contrario, sabía que una propina más bien moderada pero bien colocada alcanzaría para procurarme a tiempo un acceso en soledad a las tres tribunas.

Y así fue. No recuerdo la cantidad exacta de australes (la moneda argentina de entonces), pero el joven de overol azul y amarillo (los colores del club) a quien se los dí, se apresuró a llamarme “caballero” y reaccionó con toda clase de fórmulas de cortesía que, por lo visto, no estaba acostumbrado a usar. La Bombonera me impresionó. Desde abajo, las tribunas se alzaban tan empinadas que cualquier paso hacia arriba provocaba el excitante temor de tropezarse, resbalarse, caer. Desde la última fila de la tribuna ubicada detrás del arco más alejado de la entrada se extendía una vista semejante, pero en dirección contraria. Aquí, sí, de verdad aquí había jugado el joven Maradona (que unos años después volvería a jugar en España). Sobre el estadio flotaba una larga historia futbolística y se sentía su peso nacional, aunque yo conociera pocos de sus nombres y fechas. En mi imaginación, los asientos vacíos se llenaron con cincuenta mil hinchas y con sus cantos, que nunca había escuchado antes.

De pronto, las luces se apagaron en el estadio vespertino. Nunca quedó claro si se trató de uno de los apagones, entonces usuales en Buenos Aires, o si los empleados de Boca sencillamente se habían olvidado de mí. No me atreví a trepar por la alta puerta de rejas metálicas, ahora cerrada, que separaba el campo de juego y las tribunas de las cajas, las tiendas y el museo. Y además, ¿qué necesidad tenía? Dada la estación del año, no haría frío durante la noche. Y en esa época ni se me ocurría pensar en peligros que no pudiera percibir con los ojos o que no hubiera experimentado antes. De modo que me acomodé, dispuesto a estar sentado o estrechamente tendido, en la mitad de la tribuna, detrás del arco más alejado de la entrada, y dejé que desfilaran por mi mente los deseos y las imágenes más infantiles; un pase en profundidad para Diego Maradona; cantar con miles de hinchas de Boca a fines de la década del cuarenta, la época de Juan Domingo y Eva Perón, también la era del gran Alfredo Di Stéfano, quien, sin embargo, jugaba para River. No me aburrí ni un segundo esa noche, y supongo que me despertó la luz de la mañana, junto con el graznido de grandes aves negras (sugiere mi recuerdo). Esas diez horas que pasé solo en el estadio, más que una pesadilla, fueron un sueño cumplido: sentí que me había vuelto parte de una historia, que la noche era mi bautismo y, así, mi ingreso a una comunidad. Enseguida vi de lejos al mismo hombre de overol azul y amarillo, que abría la puerta. No se lo veía ni sorprendido ni asustado y le volví a dar algunos australes. “Gracias, caballero”. No fue difícil conseguir un taxi que me llevara al hotel del centro, donde todavía se estaba sirviendo el desayuno.

Ahora sé que no estoy solo en mi adicción a los estadios vacíos. Con tanta frecuencia como es posible para alguien que vive en California (es decir, casi siempre una vez por año) trato de ver jugar al Borussia Dortmund, el equipo de fútbol de mis amores, en su famoso estadio, y las últimas veces que fui lo hice con mi amigo Jochen, justamente con Jochen, que observa el juego de modo muy distinto de mí, con mucha mayor competencia analítica, y que, por otra parte, no es hincha del Dortmund. Después de terminado cada partido, dado que poseemos la necesaria “entrada de categoría superior”, vamos al VIP, donde bebo la (en mi caso) segunda cerveza del día (y del año), y después Jochen siempre quiere volver a la tribuna, lo que es factible e incluso está permitido. Encendemos entonces otro cigarrillo (lo que, sorprendentemente, también está permitido) y nos quedamos mirando el césped tan agotados como fascinados. Alrededor del campo, allí donde media hora antes había paradas y sentadas ochenta mil personas que llenaban el lugar sin dejar espacio libre, como un único cuerpo místico, alrededor del campo hay ahora un vacío casi ostentoso. Las luces todavía brillan con una tibieza opaca; en lugar de los jugadores con su bello movimiento, hay al borde del campo de juego tres o cuatro empleados que arreglan el césped.