Naturaleza creativa - Javier Novo - E-Book

Naturaleza creativa E-Book

Javier Novo

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Beschreibung

No terminamos de sentirnos completamente a gusto en este cosmos, ya que no nos resulta fácil reconocer la verdad que se esconde tras él, si es que hay alguna. Nuestra alianza con la Naturaleza parece rota. Quizá pueda reconstruirse, pero es claro que hay piezas que no encajan. Los autores investigan: cuando entramos en contacto con la Naturaleza, pronto entendemos que es posible dialogar con ella, para entender nuestro lugar en el cosmos, y quiénes somos realmente. Pero hay una oscuridad que oculta la verdad sobre nuestro universo, que ha sido la preocupación de científicos, artistas y filósofos de todos los tiempos. ¿Hasta dónde alcanzas sus certezas?

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Veröffentlichungsjahr: 2018

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JAVIER NOVO

RUBÉN PEREDA

JAVIER SÁNCHEZ-CAÑIZARES

NATURALEZA CREATIVA

EDICIONES RIALP, S. A.

MADRID

© 2018 byJAVIER NOVO, RUBÉN PEREDA, JAVIER SÁNCHEZ-CAÑIZARES

© 2018 byEdiciones Rialp, S. A.,

Colombia, 63. 28016 Madrid

(www.rialp.com)

Realización ePub: produccioneditorial.com

ISBN: 978-84-321-4917-7

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

ÍNDICE

PORTADA

PORTADA INTERIOR

CRÉDITOS

PRESENTACIÓN

I. NATURALEZA

1. UN PASEO POR EL PARQUE

2. SISTEMAS

3. COMPLEJIDAD

4. ESTRATEGIAS

5. A MODO DE RESUMEN

II. VIDA

1. ENERGÍA Y ENTROPÍA

2. CRECER

3. REPRODUCIRSE Y MORIR

4. AUTO-CONSTRUCCIÓN

5. A MODO DE RESUMEN

III. CAMBIO

1. ¿TODO CAMBIA?

2. EVOLUCIÓN Y GENÉTICA

3. MACROEVOLUCIÓN

4. EVO-DEVO-ECO

5. A MODO DE RESUMEN

IV.LÍMITES

1. ADAPTACIONES

2. CONTINGENCIAS

3. RESTRICCIONES

4. A MODO DE RESUMEN

V. FUNCIONES

1. CAUSAS Y RAZONES

2. ¿FORMA O FUNCIÓN?

3. DIRECCIÓN Y ORDEN

4. A MODO DE RESUMEN

VI.CREATIVIDAD

1. LEYES

2. EMERGENCIA

3. A MODO DE RESUMEN

EPÍLOGO

BIBLIOGRAFÍA

JAVIER NOVO, RUBÉN PEREDA y JAVIER SÁNCHEZ-CAÑIZARES

PRESENTACIÓN

GABRIEL SYME, PROTAGONISTA de la novela El hombre que fue Jueves de Chesterton, exclama hacia el final del libro que por fin ha comprendido cuál es “el secreto del mundo”: el secreto es que lo vemos por detrás, por la espalda, y visto así el mundo que nos rodea resulta —en gran medida— indescifrable. Cuando vemos un árbol, dice Syme, en realidad no estamos viendo un árbol sino la parte de atrás de un árbol. Cuando vemos una nube, en realidad es la “espalda” de la nube lo que contemplamos. Todo en la naturaleza parece ocultarnos su verdadero rostro. Si pudiésemos verlo de frente, tal cual es, todo sería mucho más claro. Joseph Ratzinger expresa algo similar cuando escribe en Jesús de Nazaret: «Digámoslo tranquilamente: la irredención del mundo consiste precisamente en la ilegibilidad de la creación, en la irreconocibilidad de la verdad; una situación que lleva necesariamente al dominio del pragmatismo y, de este modo, hace que el poder de los fuertes se convierta en el dios de este mundo».

Esta percepción universal se ha expresado en prácticamente todas las culturas de formas muy similares: todos hemos tenido la sensación de que la Naturaleza, —es decir, toda la realidad física que nos rodea— es fascinante, compleja, con un alto grado de organización y llena al mismo tiempo de incógnitas; es verdaderamente una tierra en la que las luces conviven con las sombras. No terminamos de sentirnos completamente a gusto en este cosmos, ya que no nos resulta fácil reconocer la verdad que se esconde tras él, si es que hay alguna. Es inevitable experimentar la sensación de que —de algún modo— nuestra alianza con la Naturaleza está rota. Quizás el desgarro no sea tan fuerte como para dar por perdida cualquier posibilidad de reconstrucción, pero es claro que hay piezas que no encajan. George Steiner sintetiza esta misma idea al referirse a la “inhumana otredad de la materia”, ese algo inaccesible y extraño que tiene la Naturaleza cuando la interrogamos en profundidad.

En este libro queremos explorar con el lector este problema: cuando entramos en contacto con la Naturaleza, quizás lo primero que descubrimos es la posibilidad de entablar un diálogo con ella. De hecho, en seguida nos percatamos de que dicho diálogo es absolutamente necesario si queremos entender nuestro lugar en este cosmos y avanzar en la comprensión de quiénes somos. A medida que nos adentramos en ese diálogo la Naturaleza aparece cada vez más como una otredad preñada de significado; lamentablemente, este significado se nos escapa a menudo. Nos encontramos en una relación ambigua: percibimos la capacidad casi inagotable de atraer y revelar que tiene el cosmos, pero al mismo tiempo no logramos dar sentido a todo lo que tiene lugar en él. Hay una oscuridad básica que oculta la verdad sobre nuestro universo tras un velo de confusión.

Es obvio que avanzar en la solución de este problema ha sido la preocupación de científicos, artistas y filósofos de todos los tiempos. Sin duda alguna, el arte constituye una vía hacia el significado: Steiner habla del “choque estético” que resulta del encuentro con una creación artística, cuando ésta entra en nosotros sin haber sido invitada y satisface necesidades de las que nada sabíamos. Ese carácter sanador del arte reside en que la otredad que entra en nosotros nos transforma.

También las ciencias naturales (física, química y biología) son una vía adecuada para avanzar en la búsqueda de significado en esa otredad; en definitiva, el objeto último de toda actividad científica no es otro que entablar un diálogo con la Naturaleza a distintos niveles. Todo el que intenta desentrañar los procesos que rigen el mundo natural experimenta tarde o temprano una sensación similar al encuentro artístico: se siente interpelado por un “otro” que le supera pero que suscita preguntas sobre el sentido de su propia existencia. Por eso en este libro hemos adoptado la posición de interrogar a la Naturaleza desde la perspectiva de lo que la ciencia actual nos dice sobre ella.

Es ya un lugar común aludir al dictum de Max Weber, según el cual con la racionalidad moderna hemos desencantado el mundo. En este sentido, podríamos decir que desde el punto de vista científico, la física de Newton marca el paso a la modernidad. Sin embargo, hoy sabemos que esta física ha sido superada: desde sus inicios el Universo ha dado lugar a una inmensa cantidad de propiedades y estados de la materia cuya existencia hubiera sido difícil de prever hace miles de millones de años. Si pensamos en la Tierra primitiva poco después de su formación y antes de la aparición de cualquier ser vivo, nada hacía presagiar la aparición de la Vida, y mucho menos la de la consciencia. Tal y como la entendemos hoy en día, especialmente desde la aparición de lo vivo, la Naturaleza es algo mucho más complejo y maravilloso de lo que sospechábamos. El mundo se manifiesta como una realidad creativa, de modo que está mucho más encantado de lo que se atrevía a pensar la racionalidad moderna.

La aceptación de la teoría del caos y de los sistemas dinámicos no-lineales como creadores de estructuras novedosas ha llevado a considerar la Naturaleza como un sistema capaz de introducir orden en el caos, y por tanto de dar significado a lo que parece no tenerlo. Hoy podemos acercarnos al cosmos como si se tratase de una obra de arte, una singularidad que nos ha sido regalada y que por tanto demanda respeto, asombro, cortesía, reverencia. Desde esta actitud inicial, quizá podamos reconciliarnos con la Naturaleza y reparar de algún modo la alianza rota con un Universo que a menudo resulta incomprensible. Así, en vez de encontrarnos con islas de significado en un océano de sinsentido, quizás podamos contemplar la Naturaleza como un gran mar de significado salpicado por islas de incomprensibilidad.

Estas son las cuestiones que deseamos tratar en este libro. Nuestra intención es hacer lo que en círculos académicos se denominaría “filosofía de la naturaleza” de un modo accesible a todo lector interesado en estas cuestiones. Tres autores procedentes de distintas disciplinas (la filosofía, la física y la biología) hemos reflexionado juntos acerca de la Naturaleza. Nuestro punto de partida es un día cualquiera en que salimos y nos preguntamos si tiene sentido lo que vemos a nuestro alrededor. Lo cual presupone la pregunta de si la realidad observada es realmente así o, por el contrario, es un simple reflejo de nuestra peculiar manera de acceder a ella. Creemos que el modo en que abordamos el problema es en verdad novedoso en virtud del método empleado, porque en este tipo de obras lo habitual es una estructura según la cual cada capítulo es obra de uno de los autores: el físico habla del mundo “micro”, el biólogo habla de lo vivo y el filósofo toca las cuestiones relativas a la causalidad, necesidad, orden o finalidad. A nosotros, en cambio, nos gusta hablar, discutir e invadir el terreno del otro, y este libro es fruto de muchas de esas conversaciones. Por eso mismo es un libro en el que todo pertenece, por igual, a los tres autores. Todo ha sido escrito (y reescrito) conjuntamente. Este modo de proceder nos ha permitido pensar sobre cuestiones como el cambio, el orden, la direccionalidad o la información utilizando ejemplos procedentes de cualquiera de las ciencias naturales. Por eso los capítulos llevan títulos que sugieren cuestiones amplias, transversales, que recogen los grandes temas sobre los que se articula nuestra reflexión.

Si decíamos que la ciencia actualmente presenta el Universo como un sistema dinámico cuya característica básica es la creatividad, esto significa que se trata de un proceso todavía inacabado y, por tanto, abierto al futuro. El nuevo paradigma científico en que nos encontramos nos habla de un cosmos que admite cambio y novedad, una “obra en construcción” con un dinamismo excepcional cuyos resultados son impredecibles y que viene, por eso mismo, repleto de promesas. La Naturaleza ha generado infinidad de formas cada vez más bellas y maravillosas, por utilizar la expresión con la que Darwin cierra “El origen de las especies”. Pero lo más importante es que seguirá generándolas. De ahí que podamos ir más allá del mero esfuerzo por desentrañar las estructuras y procesos escondidos en la Naturaleza; podemos vislumbrar el futuro hacia el que apunta el cosmos, un futuro repleto de novedades que ahora mismo es difícil imaginar. Lo crucial, en definitiva, es que podemos albergar la esperanza de que nuestro pacto con la Naturaleza será algún día sanado, la incomprensibilidad será superada y podremos navegar —al fin— en un mar de significado. Quizás, como dice T. S. Eliot en Little Gidding, el final de todo nuestro explorar será llegar al lugar de donde habíamos partido y conocerlo por primera vez.

I.

NATURALEZA

1. UN PASEO POR EL PARQUE

Quienes vivimos en ciudades pequeñas con mucha frecuencia tenemos la oportunidad —la fortuna, más bien— de cruzar un parque cuando nos dirigimos al trabajo. Además de estrechar lazos entre quienes nos encontramos cada día en el camino, estos paseos diarios nos permiten establecer un contacto más directo con la naturaleza, es decir, con toda la realidad física —tanto inerte como viva— que nos rodea. Este contacto, en el caso de los autores de este libro, ha dado lugar a una serie de interrogantes que son el punto de partida de nuestra reflexión. Supongamos que estamos cruzando el parque una mañana cualquiera. Mientras caminamos, disfrutamos de los primeros rayos del sol. La temperatura es todavía fresca, pero irá en aumento a lo largo de la mañana. Es otoño y algunos robles comienzan a tener un color pardo en sus hojas. Unas urracas ahuyentan a los mirlos que les estaban escamoteando los gusanos e insectos que, escondidos entre la hierba, constituyen su desayuno. Un poco más allá, una mujer lanza una pelota de tenis a su perro, que corre a recuperarla. ¿Qué hay detrás de estas experiencias cotidianas? ¿Podemos extraer de ellas algún concepto general? ¿Qué nos diría acerca del cosmos que nos alberga?

Ante todo, lo primero que descubrimos son los diferentes elementos de la escena: una urraca, otra, y otra más; cada uno de los mirlos; el sol, los árboles, el perro… Son elementos con una actividad propia, de los que esperamos cierto comportamiento y que tienen unas capacidades únicas que les hacen diferentes de los otros elementos. Mantienen cierta unidad pese al transcurso del tiempo y permanecen entre la multitud de cambios que se dan a su alrededor. Además, podemos percibir esos elementos porque nuestros sentidos trabajan en las mismas escalas de energía, espacio y tiempo que son relevantes para su constitución física. Sintonizamos con ellos de manera más directa que con los microbios o los agujeros negros, que no se perciben a simple vista. Tenemos un conocimiento directo de la naturaleza que es cierto, aun pudiendo ser superficial, impreciso y mejorable: la urraca que vemos, que hemos identificado como urraca después de numerosas experiencias, que sabemos que emite un graznido peculiar, es una urraca real, no una proyección de nuestra mente, ni una ilusión. Pero al mismo tiempo nos damos cuenta de que podríamos saber más: de que la urraca —por seguir con el mismo ejemplo— es mucho más que la imagen que nos formamos de ella, o las memorias que tenemos asociadas. Realmente conocemos la naturaleza que nos rodea, sin que esto impida que podamos buscar un conocimiento más profundo de la realidad física.

De hecho, si nos detenemos a mirar y considerar lo que vemos en nuestro paseo matutino por el parque fácilmente nos damos cuenta de que todo lo que existe en la naturaleza parece estar realmente interconectado, como formando parte de un mismo proceso. Las urracas que ahuyentan a los mirlos, los gusanos que estos se comen, el perro que corre tras la pelota de tenis que lanza su dueña, las nubes y el sol: son elementos individuales, es cierto, pero al mismo tiempo forman parte de un proceso más amplio, en el que cada uno de ellos cumple un papel. En cierto modo, tenemos la intuición de que hay un todo, un gran sistema que funciona integrando un sinfín de partes que interaccionan entre sí de modos difíciles de imaginar. Es decir, no se trata de un sistema fijo y estático, compuesto de elementos individuales que permanecen encerrados en su propio mundo; al contrario, es un sistema tremendamente dinámico, en movimiento, que constantemente da lugar a una gran variedad de nuevos estados de la materia y en el que todo tiene que ver con todo de maneras diversas.

Surgen así muchas preguntas interesantes. Por ejemplo, podemos plantearnos por qué percibimos dentro de la realidad física elementos que parecen ser independientes del resto: ¿se trata solamente de una particularidad de nuestro modo de conocer o, por el contrario, responde a la estructura del mundo? Considerar estas dos alternativas como excluyentes, lo que sucede con mucha frecuencia, es engañoso: percibimos elementos independientes por una particularidad de nuestro modo de conocer y —a la vez— en respuesta a la estructura del mundo. Las ciencias físicas vienen aquí en nuestra ayuda para decirnos que dichos elementos, que percibimos como individuos dentro del gran sistema dinámico de la naturaleza, tienen sus partes más integradas entre sí —mantienen una relación más fuerte— que con el resto del universo. Se trata de una característica general de todos los objetos individuales que componen la realidad física, desde los átomos hasta las estrellas. Además, se puede decir que hay una jerarquía entre los diversos constituyentes de la naturaleza. La energía típica que mantiene unidos los componentes de cada elemento en un nivel determinado es apreciablemente mayor que la energía con la que interaccionan los distintos elementos en ese mismo nivel. Así, por ejemplo, es más fácil fundir un cubito de hielo (relajar las interacciones entre moléculas de agua) que romper cada molécula de H2O en sus tres átomos individuales (dos de hidrógeno y uno de oxígeno). Es decir, las moléculas de agua se relacionan entre sí para formar un cubito de hielo mediante una energía menor que la que mantiene unidos los átomos en cada molécula. Por eso la molécula de agua tiene una cierta unidad que nos permite distinguirla (aunque forme parte de otros sistemas o elementos más grandes) dentro del gran sistema de la naturaleza. Desde el punto de vista de la física, el mismo razonamiento puede hacerse respecto de un ser vivo y las interacciones que mantiene con su ambiente. Energéticamente hablando, es siempre más costoso destruir al viviente que simplemente aislarlo de su entorno. Nuestro modo de conocer detecta —en su funcionamiento normal— un nivel de unidad: con la ayuda de instrumentos de medición y el avance del conocimiento podemos descubrir nuevos niveles de unidad, tanto en escalas inferiores como en escalas superiores.

Teniendo en cuenta estas consideraciones, parece que el modo más adecuado de describir cómo está constituida la realidad física es el de considerar cada elemento de la naturaleza como un sistema, que a su vez forma parte de otro sistema mayor, y éste de otro mayor, así hasta llegar al gran sistema que lo englobaría todo. Esta manera de acercarse a la realidad es muy intuitiva, y evita al mismo tiempo una distinción demasiado rígida entre sistemas y elementos de un sistema, que puede ser abrumadora desde un punto de vista puramente lógico o epistemológico. Además, nos ayuda a comprender lo que decíamos antes: hay una cierta jerarquía en la naturaleza. Hay entidades que, siendo sistémicas, son a su vez partes de un sistema mayor. Esta noción nos parece muy importante porque implica un cierto orden en la naturaleza. ¿Cómo se ha constituido cada uno de esos sistemas y cómo se han ido integrando en sistemas cada vez mayores y más complejos? ¿Qué características y qué restricciones tiene el proceso (o procesos) que ha generado esa jerarquía de sistemas?

Es importante advertir que esta forma de considerar la naturaleza contrasta con la solución práctica que adoptamos en el día a día: cuando queremos conocer mejor la realidad que nos rodea centramos la atención en el elemento o sistema concreto que tenemos ante nuestros ojos, atendiendo a criterios de interés, finalidad, utilidad… La ventaja práctica de este modo de proceder es evidente: sólo se puede estudiar en detalle una parte de la realidad física, o bien toda la realidad física pero bajo un aspecto determinado. De hecho, el progreso de las ciencias está muy relacionado con esta forma de analizar problemas, delimitando campos de estudio de acuerdo con criterios externos. En este sentido, este libro responde al deseo de los autores de ir más allá de sus respectivas especialidades científicas. Buscamos una visión más completa de la realidad y estamos convencidos de que sólo la podremos encontrar si abandonamos —o al menos suspendemos por un tiempo— la tendencia a centrarnos solamente en una parte del todo.

Esta ruptura con los objetos y los métodos de nuestras ciencias nos ha llevado, en primer lugar, a considerar la realidad como un sistema de sistemas. Pero hay más: si pasamos a menudo por el mismo parque es fácil que advirtamos la existencia de ciclos temporales. Descubrimos, de nuevo, las escenas propias de primera hora de la mañana, diferentes de las nocturnas, pero similares a las que tuvieron lugar ayer. El ciclo de días y noches —el ciclo circadiano— es el más evidente (pero a menudo pasa desapercibido porque lo damos por supuesto): unas propiedades físicas muy específicas (la rotación de la Tierra, la presencia de una atmósfera con una composición muy concreta, etc.) afectan a toda la biosfera —el sistema que componen todos los seres vivos— de un modo tremendamente básico, fundamental. Pensemos, por ejemplo, en los periodos de vigilia-sueño de animales o los cambios día-noche en las plantas, y todo lo que eso implica para el comportamiento y las relaciones entre los seres vivos. Hay, además, otros ciclos temporales más largos, como los generados por el movimiento de la Luna, el cambio de las estaciones provocado por la órbita de la Tierra alrededor del Sol, la precesión de los equinoccios (debida al cambio de orientación del eje de giro de la Tierra, con un período de 25.000 años), etc. Estos ciclos temporales no son absolutamente perfectos y cerrados en sí mismos. Así, por ejemplo, sabemos que la Luna ha estado antes más cerca de la Tierra y que existe una tendencia en la dinámica del sistema Tierra-Luna que hace que se vayan separando entre sí, lo que afecta evidentemente al período del ciclo lunar que percibimos en la Tierra. La tendencia general del universo no es cíclica: ni la Tierra, ni el Sol ni el resto de las estrellas han existido o existirán siempre. Sin embargo, podemos considerarlos así dentro de las escalas físicas en que se desarrolla la vida. Como veremos en los próximos capítulos, la interconexión de los diversos ciclos temporales —internos y externos— resulta decisiva para el mantenimiento de los sistemas vivos.

En definitiva, los elementos que hemos descubierto en primer lugar, que conforman la naturaleza que nos rodea, están sometido a unos patrones temporales muy concretos y regulares que imponen un tipo de orden sobre los procesos en los que participan estos elementos, similar al que hemos mencionado al hablar de los sistemas. Como decíamos, a menudo damos por supuesta la existencia de estas regularidades y no recapacitamos acerca de la importancia radical que ejercen sobre nuestras vidas y sobre el devenir de todo el Universo. Y muy pocas veces nos preguntamos por qué existen estos ciclos, cómo han llegado a fijarse, qué sería del cosmos y de nuestro planeta si no existiesen estos patrones temporales.

No es algo evidente, porque habitualmente consideramos el tiempo como una flecha que avanza siempre hacia adelante en un universo que ha tenido un principio (el famoso Big Bang) y camina inexorablemente hacia un final que no sabemos cómo será. De hecho, esta es la visión comúnmente aceptada hoy día por los físicos respecto del cosmos en su conjunto: el universo lleva más de trece mil millones de años expandiéndose a partir de un estado inicial que nos resulta desconocido —una singularidad, en el lenguaje de los físicos. En esta expansión se han ido originando estructuras y sistemas como los que hemos descrito: primero se formaron los constituyentes básicos de la materia y sus interacciones (quarks, electrones y neutrinos más fotones y bosones como el de Higgs); luego llegaron los núcleos de los átomos, los átomos mismos, las estrellas, las galaxias y los planetas (que pueden destruirse, pero vuelven a aparecer gracias a la fuerza gravitatoria). Por otra parte, al hablar de la expansión del universo hay un hecho muy notable: las leyes microscópicas de la física no distinguen entre tiempo pasado y futuro; sin embargo, sabemos que existe una asimetría básica entre ambos: el calor siempre fluye de un cuerpo caliente a uno frío, y no al revés, aunque esto último no lo prohíba ninguna ley física microscópica. En consecuencia, se puede hablar de un pasado más caliente y un futuro más frío, conforme el Universo se va expandiendo. Esta tendencia general está descrita por la segunda ley de la Termodinámica, que postula el aumento de entropía de un sistema aislado y, como consecuencia, del universo mismo. Hablaremos de esto más en detalle al comienzo del siguiente capítulo.