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El autor de este ensayo ofrece un profundo análisis sobre el escenario estratégico y político del gobierno de Estados Unidos, en los 90, hacia las naciones de América. Aquí se muestran "las tácticas" de los gobiernos para controlar el contexto de integración que se ha fortalecido en el continente por más de veinte años hasta la actualidad. La máscara que el doctor en Ciencias Luis Suárez muestra, es reflejo de la posición que el presidente Barack Obama asume hacia el hemisferio occidental un año después de su primer mandato. Posicionarse y mantener el peldaño más alto ha sido para Obama el intento por recomponer el sistema de dominación en la región. Lectura vital para el momento actual, 2016, que anuncia el fin de los dos mandatos del Presidente y permitirá valorar y comparar su actuar para con el mundo y en particular hacia Cuba.
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Seitenzahl: 119
Veröffentlichungsjahr: 2017
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Título original: Obama: la máscara del poder inteligente
Edición base: Dra. Marcia Losada García
Edición para e-book: Ailenis Hernández Díaz
Corrección: Pilar Trujillo Curbelo y Marcia Losada García
Cubierta: Deguis Fernández Tejeda
Emplane: Belkis Alfonso
© Luis Suárez Salazar, 2010
© Sobre la presente edición:
Editorial de Ciencias Sociales, 2016
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ISBN: 978-959-06-1721-8
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Este ensayo va dirigido a realizar una valoración crítica de las estrategias hacia el hemisferio occidental y, en particular, contra los pueblos y naciones de Nuestra América o de nuestra Abya Yala, propugnadas desde la campaña electoral o emprendidas durante su primer año por el gobierno temporal del demócrata-liberal Barack Obama.1
1 En la literatura marxista, siempre se ha diferenciado los términos Estado y Gobierno. Desde el reconocimiento del carácter socio-clasista de cualquier Estado-nación, el primero alude a lo que se denomina “la maquinaria burocrática-militar” y los diferentes aparatos ideológico-culturales que de manera permanente garantizan la reproducción del sistema de dominación. Mientras que el “Gobierno” alude a los representantes políticos de las clases dominantes o de sectores de ellas, que se alternan en la conducción de la política interna y externa de ese Estado. Curiosamente la diferenciación entre los “gobiernos permanentes y temporales” fue retomada por los redactores del famoso documento Santa Fe I. Con los primeros se referían a lo que en ese texto llamaban “grupos de poder y poderes fácticos”, mientras que los segundos aludían a los gobiernos surgidos de los diversos ciclos electorales u otros cambios no democráticos que se producen en diferentes países del mundo. De ahí la validez de emplear el término “gobierno temporal”, para referirse a la administración de Barack Obama, quien, al igual que otros mandatarios estadounidenses, de una u otra forma, está subordinado al “gobierno permanente” de esa potencia imperialista.
Sin desconocer la ruptura que su elección significó en la historia racista y en otras dimensiones de la proyección externa estadounidense,2 en razón del relativamente inmutable carácter socio-clasista de su gobierno permanente y de la manera “unipartidista” en que —salvo en momentos de agudas crisis— este ha elaborado su política interna y externa, esa crítica acentuará las continuidades —“lo viejo”— y los cambios —“lo nuevo”— de las estrategias arriba referidas respecto a las impulsadas por las administraciones de George H. Bush (1989-1993), William Clinton (1993-2001) y George W. Bush (2001-2009).
2 Como en otros de mis trabajos, utilizo el concepto “proyección externa” para connotar acontecimientos y definiciones de las políticas internas, económicas o ideológico-culturales de cualquier Estado-nación que contribuyen o no al cumplimiento de los objetivos de su “política exterior”. En ese orden, hay que reconocer que la sola elección del afro descendiente Barack Obama modificó la proyección externa de Estados Unidos, lo que le facilita el cumplimiento de los objetivos de su política exterior.
Con tal fin, en el primer acápite, realizaré una rápida revisión de las principales acciones emprendidas por esos tres mandatarios con vistas a fortalecer el control de esa potencia imperialista sobre América Latina y el Caribe. Por su parte, en el segundo, referiré las multiformes resistencias que esas acciones encontraron en diversos actores sociales y políticos, estatales y no estatales, nacionales y supranacionales, de esa parte del continente americano.
Aunque estimuladas por la tenacidad de la transición socialista cubana, así como conducidas por diferentes destacamentos de las ahora llamadas “vieja” y “nueva” izquierda política, social e intelectual de ese subcontinente (Rodríguez Garavito, Barret y Chávez, 2006), esas resistencias se expresaron desde la década de los noventa, y se incrementaron exponencialmente en los primeros nueve años del siglo xxi.
Interactuando con las multiformes acciones de esos destacamentos, en estos se instalaron y consolidaron, simultáneamente, diversos gobiernos revolucionarios, reformadores, reformistas o simplemente progresistas que, con variada profundidad y consistencia, cuestionaron algunas de las múltiples facetas del sistema de dominación plutocrático e imperialistas instaurado al sur del río Bravo y de la península de Florida.
Cual han reconocido diversos thinks tanks estadounidenses (entre ellos, el poderoso Council on Foreing Relations), esos cuestionamientos debilitaron el liderazgo de su país en el hemisferio occidental (CFR, 2008).3 Por consiguiente —como veremos en el último acápite—, “la renovación” y la indefinida prolongación de ese presunto liderazgo es el objetivo principal de la “nueva alianza de las Américas” impulsada por Barack Obama.
3 Pongo en cursivas el término “liderazgo” porque —como bien han señalado diversos autores— “control no es liderazgo”. Este se obtiene a través del consenso, de la admiración, de las dotes de mando, de la inteligencia e incluso la gratitud. Por tanto, no se impone a través de los diferentes instrumentos de la coacción y la fuerza que han caracterizado muchas de las interacciones de sucesivos gobiernos temporales de Estados Unidos con los de sus vecinos del Norte y el Sur del hemisferio occidental.
Según se desprende de sus pronunciamientos públicos, al igual que de su praxis, tal “renovación” se ha emprendido mediante el despliegue de diversos instrumentos del llamado soft power (entre ellos, la Diplomacia Pública) recomendados por la bipartidista Comisión para una Potencia Inteligente, respaldada por el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales de Estados Unidos (Ney, 2008).
Lo anterior no ha significado, en modo alguno, el abandono de los componentes del hard power (la coerción y la fuerza) históricamente empleados por esa potencia imperialista. Esa sedicente combinación se ha popularizado con el apelativo smart power o “poder inteligente” (Golinger, 2009).
Como he documentado en otras publicaciones, hundiendo sus raíces en la bicentenaria “gran estrategia” expansionista y contrarrevolucionaria de los diversos representantes políticos, militares e intelectuales de las clases dominantes en Estados Unidos, así como sin negar las diferencias entre uno y otro, durante los sucesivos gobiernos temporales de George H. Bush, William Clinton y George W. Bush, el “unipartidista” gobierno permanente de esa potencia imperialista desplegó sin prisa, pero sin pausa, diversas estrategias dirigidas a institucionalizar un “nuevo orden panamericano”, funcional a la recomposición y al fortalecimiento de su sistema de dominación —hegemonía acorazada con la fuerza— tanto a nivel global como hemisférico (Suárez, 2003, 2006 y 2007; Suárez y García, 2008).
Ese sistema de dominación ha estado y continúa sustentado en las alianzas asimétricas elaboradas por diversos sectores de las clases dominantes (en especial, las grandes empresas transnacionales), los poderes fácticos (entre ellos, los grandes medios privados de desinformación masiva), el enorme aparato estatal (incluido el estamento militar, así como sus órganos policiales, de inteligencia y contra-inteligencia) y sucesivos gobiernos temporales de Estados Unidos con sus correspondientes contrapartes de Canadá y de la mayor parte de los Estados semi-independientes de América Latina y el Caribe.4
4 El término “Estados semi-independientes” fue acuñado por Vladimir Ilich Lenin en su famosa obra El Imperialismo: fase superior del capitalismo, para referirse a aquellos Estados-nacionales que, aunque gozan de independencia política, han caído atrapados en las redes lo que él llamó “la oligarquía financiera”: sujeto socio-económico dominante en todas las potencias imperialistas y en los Estados capitalistas de mayor desarrollo relativo del llamado Tercer Mundo.
Expresión y, a la vez, complemento de esas alianzas fue el paulatino fortalecimiento y la consiguiente ampliación de los Estados Miembros de las diversas instituciones que componen el Sistema Interamericano. En particular, de la Organización de Estados Americanos (OEA), fundada en 1948 y de la Junta Interamericana de Defensa (JID), creada en 1942. En el año 2006, sus diversas funciones político-militares fueron formalmente subordinadas a la OEA y a su ahora llamada Comisión de Seguridad Multidimensional.
Entre ellas, la coordinación del Colegio Interamericano de Defensa y de las sistemáticas conferencias de Jefes de Ejército, Marina y Aviación que —bajo la tutela del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas estadounidenses— se vienen realizando desde el triunfo de la Revolución Cubana (1959) hasta la actualidad. Todas ellas, al amparo del vetusto Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) de 1947 y de otros acuerdos político-militares posteriores.
Esos acuerdos propiciaron (y propician) la realización de diferentes maniobras militares interamericanas, como es el caso de las UNITAS, conducidas por la Marina de Guerra estadounidense. Asimismo, la provisión de armamentos y el entrenamiento de miles de cuadros castrenses y policiales latinoamericanos y caribeños, ofrecidos por instituciones estadounidenses, tanto dentro como fuera de su territorio.
Resulta de especial interés desde esta perspectiva el ahora llamado Western Hemisphere Institute for Security Cooperation (antes conocido como la Escuela de Las Américas) ubicado desde finales del siglo pasado, dentro de la Base Militar de Fort Benning, Georgia. También la Academia Internacional de Policías radicada en Washington y su filial latinoamericana: la Academia Internacional para la Aplicación de la Ley (ILEA, por sus siglas en inglés), radicada desde el año 2005 en El Salvador.
No obstante, su silencio cómplice o su apoyo a las intervenciones de diferente carácter perpetradas por sucesivos gobiernos de Estados Unidos contra América Latina y el Caribe, al igual que a las sanguinarias dictaduras militares y a los regímenes militares o civiles de seguridad nacional, instaurados desde 1948 hasta 1989 en diversos países de ese subcontinente, la labor de las instituciones panamericanas antes referidas fueron relegitimadas, luego de la brutal invasión militar estadounidense de Panamá (diciembre de 1989) y de la derrota político-electoral del Frente Sandinista de Liberación Nacional de Nicaragua (febrero de 1990), mediante los sucesivos acuerdos adoptados a partir de 1991, por los gobiernos de turno en los 34 Estados Miembros de la OEA y, dentro de ellos, en los 20 Estados signatarios del TIAR.
Tanto en algunas Reuniones de Consulta de los Ministros de Relaciones Exteriores de estos últimos signatarios como en las sesiones de la Asamblea General de la OEA y en las sucesivas Cumbres de las Américas —ordinarias y extraordinarias— que, inicialmente convocadas por William Clinton, se efectuaron en 1994 en Miami, en 1996 en Bolivia, en 1998 en Chile, en 2001 en Canadá, en 2004 en México y en 2005 en Argentina.5 En estas tres últimas, participó George W. Bush.
5 La primera Cumbre Extraordinaria de las Américas realizada en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, estuvo dirigida a analizar el llamado “desarrollo sostenible” del hemisferio occidental, mientras que la segunda, realizada en México, concentró su atención en la “gobernabilidad, el desarrollo social y el crecimiento económico con equidad”. Huelga decir que los voluminosos planes de acción de esas cumbres fueron “letra muerta” en los años sucesivos.
En razón de la ilegal expulsión del Sistema Interamericano (enero de 1962) y de las agresivas políticas contra el pueblo cubano, desplegadas por las antes mencionadas administraciones estadounidenses, de todos esos cónclaves estuvieron (y siguen) excluidos los sucesivos gobiernos de la Mayor de las Antillas presididos, a su turno, por Fidel y Raúl Castro.
Vinculadas al seguimiento de los diversos acuerdos de las Asambleas Generales de la OEA y a partir de 1994, de esas Cumbres de las Américas, desde el Compromiso de Santiago de Chile con la Democracia Representativa y la Renovación del Sistema Interamericano (aprobado por la OEA en 1991) hasta diciembre del año 2008, se realizaron en diferentes países del hemisferio, centenares de reuniones políticas y técnicas, de alto nivel, en prácticamente todas las esferas de la actividad gubernamental.
Entre ellas, pueden mencionarse las llamadas Cumbres de los Ministros de Defensa (cuya última edición se realizó en Banff, Canadá, en 2008), las Reuniones de Ministros de Justicia u otros Ministros, Procuradores o Fiscales Generales de las Américas (REMJA) y la primera reunión de Ministros de Seguridad Pública de las Américas (MISPA), realizada en México en octubre del propio año.
Como veremos más adelante, de una u otra forma, los acuerdos de esas reuniones fueron refrendados por la Quinta Cumbre de las Américas, efectuada a mediados de abril del año 2009 en Trinidad y Tobago. Igualmente, en la XXXIX Asamblea General Ordinaria de la OEA realizada en San Pedro de Sula, Honduras, cerca de dos meses después. Esta, adoptó por aclamación la decisión de derogar incondicionalmente la ilegal resolución que, en enero de 1962, había excluido al Gobierno Revolucionario Cubano, entonces presidido por Osvaldo Dorticós Torrado (1959-1976), de los principales órganos del Sistema Interamericano.6
6 El Sistema Interamericano está conformado por un entramado de diversas instituciones políticas, jurídicas, político-militares y económico-sociales. Dentro de estas últimas, la más importante es la Organización Panamericana de la Salud (OPS), de la cual el gobierno cubano nunca fue expulsado. Por el contrario, como reconocimiento a la labor favorable a la salud pública del pueblo cubano y de otros pueblos latinoamericanos y caribeños, los representantes oficiales cubanos han ocupado diversos cargos de dirección de esa organización, incluida una de sus vicepresidencias.
A pesar de las discrepancias que en los últimos años se han expresado en esas y otras reuniones panamericanas, de espaldas a la opinión pública, en ellas se han adoptado diversos acuerdos y resoluciones sobre sus correspondientes esferas. Algunas de esas resoluciones han sido convertidas por las Asambleas Generales de la OEA en convenciones o en protocolos modificativos de su carta constitutiva. En razón del Derecho de los Tratados, esas convenciones y protocolos se han venido incorporando a los ordenamientos jurídicos internos de los Estados Miembros de esa organización, que los han ratificado.