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"Por salvar vidas, los enfermos han de morir solos. Por salvar vidas, los mayores han de perderse en el laberinto del abandono. Por salvar vidas, los niños deberán padecer el miedo de ser los asesinos de sus abuelos, y los jóvenes, sufrir por un mundo futuro marcado por el espanto del control y el aislamiento". En nombre del bien y bajo el hermetismo palaciego, se dijo que había trabajos esenciales y otros que no lo eran; se supuso que la cultura era superflua, que la educación podía esperar, que el abrazo compasivo no debía darse y que el pensamiento quedaba anulado por los mandatos de un grupo de expertos. Pero la existencia no es una cinta que se pueda rebobinar, editar o empalmar. El corazón puede latir bajo un confinamiento que se dice protector, pero que no es más que un cruel e inútil encierro. Si nos rendimos frente al pánico ante gobiernos que intentan desesperadamente mostrar que tienen el control aislando y pintando el espanto, entonces es muy probable que los jóvenes de hoy vivan en el futuro bajo un férreo totalitarismo sanitario cuyo rostro empezamos a conocer. Este libro nace de una urgencia: la de poner en cuestión a muchas de las categorías, los conceptos y las clasificaciones sociales que nos fueron impuestos con el fin de darle legitimidad a un imposible y lacerante aislamiento social. Es un manifiesto contra la resignación que, frente al COVID-19, nos lleva a considerar al otro como una amenaza y a nosotros como personas temerosas, sin valía alguna, que solo desean perdurar en el tiempo bajo el resguardo de un Mefistófeles al que le entregamos nuestra alma y la de nuestros hijos.
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Seitenzahl: 135
Veröffentlichungsjahr: 2021
Eduardo Wolovelsky
Obediencia imposible
La trampa de la autoridad
Wolovelsky, Eduardo
Obediencia imposible : la trampa de la autoridad en tiempos de pandemia / Eduardo Wolovelsky. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Libros del Zorzal, 2021.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-599-726-4
1. Análisis de Políticas. 2. Pandemias. 3. Crisis Social. I. Título.
CDD 363.34525
Diseño de tapa: Osvaldo Gallese
© 2021. Libros del Zorzal
Buenos Aires, Argentina
<www.delzorzal.com>
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Impreso en Argentina / Printed in Argentina
Hecho el depósito que marca la ley 11723
Índice
Reflexiones para una breve introducción | 6
Aislamiento social o la obediencia imposible | 12
Mandamiento | 22
Trabajos esenciales | 26
ExpertosLa trampa de la autoridad | 34
La caja de Pandora | 41
Los vencedores de la muerte | 48
El precipicio | 53
Santos y salvadores | 60
Un día muy particular | 68
Gehena(Infierno) | 76
Pedagogía viral | 87
La Declaración de Great Barrington | 96
Un nuevo totalitarismo se ha apoderado del mundo, el totalitarismo de la verdad tecnocientífica y tecnoeconómica. Esta religión totalitaria ha relegado la palabra narrada al reino de la especulación y de la falsedad. La realidad, se dice, son los hechos. Y en la sociedad tecnológica, en el lenguaje de la estadística, en el mundo globalizado, los hechos se han convertido en fetiches. ¿Qué nos espera? ¿Con qué nos encontraremos ahora?
Joan-Carles Mèlich, La lección de Auschwitz.
La lengua es un poderoso medio de propaganda. Es el más público y, al mismo tiempo, el más secreto. El efecto de la propaganda no es producido por discursos, artículos y panfletos. Se filtra en la carne y en la sangre de la gente. ¿Sabe que ya no hay pobres? Ahora es “gente de bajos ingresos”. Ya no se habla de “cuestiones”, por ejemplo de “cuestiones sociales”. Ahora son “problemas” que los especialistas segmentan en una serie de hechos técnicos. Para cada uno encuentran la solución óptima. Fórmulas eficaces. Pero palabras vacías de todo sentido. Es un colapso de la lengua. Una lengua muerta, neutral, invadida por palabras técnicas. Una lengua que absorbe poco a poco su humanidad.
De la película La cuestión humana.
Reflexiones para una breve introducción
Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan
decir que somos quien somos,
nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno.
Estamos tocando el fondo.
Gabriel Celaya, “La poesía es un arma cargada de futuro”.
Este libro nace de la urgencia de los tiempos actuales. Ella nos obliga a sentar una posición desde la cual rasgar las certezas impuestas para abrir un debate, ese que jamás es estéril, por mucho que el presidente de la nación pretenda lo contrario, según lo afirmó en una conferencia de prensa.1 Sin discusiones ni disputas, no es posible ni reorientarse en el camino ni decidir nuevas formas de actuar, más inteligentes, más justas y más eficaces. Sin abordar las inevitables controversias, solo nos queda seguir siempre por el mismo sendero hacia el abismo de la angustia y la desazón.
En cada uno de los capítulos que siguen, late la certeza de que los sucesos ocurridos bien pudieron haber sido distintos, y no como espejismo, sino como voluntad contra aquello que falazmente se nos dice que es inevitable. No nos referimos aquí a la emergencia del covid-19, porque tal hecho no está bajo nuestro designio y porque es evidente el deseo de cualquiera de nosotros de que el virus sars-cov-2 jamás haya abandonado su primigenia madriguera animal. Los sucesos a los que hacemos alusión se vinculan con el conjunto de las duras medidas médico-políticas tomadas en nombre de esta nueva enfermedad.
En estas primeras páginas, hemos de considerar como problema fundamental la perspectiva global de santidad, mandatos y temor que no pudo ser puesta en entredicho ni cuestionada, porque el poder que la anunciaba se figuró a sí mismo como el portador de todo el saber y de todo el bien que son posibles en este mundo. En este contexto, a todo el que intentó una mínima reflexión por fuera de los barandales de lo decidido se lo consideró un individualista, un ser inmoral, un negacionista, que no es otra cosa que una forma degradante de calificación, porque coincide con el modo en el que se conoce a quienes sostienen que el Holocausto (la Shoá) es una invención fantasiosa de la historia. Por mucho que enoje y enfurezca, y por mucho que los propios protagonistas no lo deseen, hubo un sesgo de cruel omnipotencia en el hecho de haber aspirado a ser el portador del buen sentido de lo moral, de asumirse como el defensor de la vida o, como diría más tarde uno de los médicos asesores del Poder Ejecutivo, de ser la “antimuerte”. Pensemos por un momento en las palabras de Tzvetan Todorov: “La (buena) política aspira a reforzar la justicia, pero cumplir la ley no convierte a nadie en moral. Es más, desconfiaríamos de un juez que aspirara a la santidad mediante el ejercicio de su profesión”.2
Totalitarismo sanitario
Puede que haya llegado el momento de poner en cuestión muchas de las categorías, conceptos y clasificaciones sociales elaboradas en función de darle legitimidad a un imposible y lacerante aislamiento social. ¿Acaso es legítimo suponer que hay trabajos esenciales y otros que no lo son? ¿Cómo han de vivir los trabajadores considerados no esenciales? Quien no tiene automóvil ¿es un ciudadano de segunda clase condenado a solicitar permisos para poder moverse y utilizar el transporte que de ahora en más debería ser llamado semipúblico? ¿Debemos vivir regidos por el temor a cada informe diario sobre el número de muertos y contagios? ¿Tienen estos datos un singular valor como guía para nuestra acción? ¿Es solo el derecho a la información lo que los motiva, o es el modo de promover un miedo paralizante?
Debemos aprender a convivir con el covid-19, y no podremos hacerlo regidos por el temor o aferrados únicamente a promesas vinculadas con las campañas de vacunación que, por otra parte, serán dificultosas y se extenderán en el tiempo. Además, lo más probable es que esta dolencia asuma un carácter endémico. Consideremos, brevemente, las palabras del epidemiólogo Michael Osterholm, porque nos pueden ayudar a imaginar el futuro próximo y, desde allí, ponderar con mayor cuidado lo que hemos de hacer en el presente. Es importante que nos preguntemos por las medidas que se han impuesto, pues parecen desconocer el hecho de que la existencia humana no se puede reducir solo a enfrentar la amenaza de un nuevo virus, aunque sea grave. Incluso, esto vale si pensamos solo en una parte del campo médico donde hay otras dolencias infectocontagiosas que considerar. Según Osterholm:
En 2014, el último año para el que disponíamos de estadísticas de la oms, se estima que en todo el mundo había 36,9 millones de personas con vih y que 1,2 millones de personas murieron de sida. En 2015, las estadísticas estiman que hubo 9,6 millones de casos de tuberculosis y que se produjeron 1,1 millones de muertes. Ese mismo año hubo 215 millones de casos de malaria y 438.000 muertes. Y aun así, ese magma de miseria y mortalidad humana no copa ni una diminuta fracción de los titulares y de la atención mediática que llenarían 10 casos de viruela en cualquier urbe del mundo.
Una y otra vez volvemos a la misma idea: lo que nos mata, nos hiere y nos asusta no se corresponden. Para aquellos de nosotros que vivimos en el llamado “primer mundo” estas tres grandes infecciones letales se han asimilado cómodamente en nuestras matrices de amenaza, junto con otras posibilidades diarias como los accidentes de tráfico y la delincuencia en las calles. Sabemos que existen; simplemente no pensamos mucho en ellas.
No siempre ha sido así. Los que vivimos en los ochenta recordamos el terror que provocó el sida, cuando ser diagnosticado con el virus de la inmunodeficiencia humana era una sentencia de muerte. En tiempos de nuestros abuelos y bisabuelos la tuberculosis podía ocasionar una muerte rápida y dolorosa o una agonía lenta. No había más tratamiento que el descanso y el aire fresco y seco. A lo largo de los siglos, la malaria ha encerrado un grave riesgo para gente de muchas partes del mundo, incluido mi estado natal de Minnesota. Actualmente, aunque todavía no tenemos cura o profiláctico, con un combinado de fármacos conseguimos mantener a raya a buena parte de los efectos letales del vih. Para curar la tuberculosis hay que seguir un tratamiento largo y riguroso de antibióticos; y la malaria es rara en Occidente.
Aunque nos hemos relajado un poco, estas tres enfermedades siguen siendo amenazas graves para la salud mundial. Sobre todo en zonas y países demasiado pobres para permitirse el tratamiento o una infraestructura médica adecuada.3
Es clara la valía del pensamiento que acabamos de citar. Sin embargo, y bajo la perspectiva que proponemos a lo largo de todas las páginas que siguen, hemos de manifestar un disenso con una de sus afirmaciones, porque nos parece que simplifica en exceso las derivas de la existencia humana. Por ello decimos que el olvido sobre algunas enfermedades no se debe a que las hemos asimilado “cómodamente a nuestras matrices de amenaza”, sino que no podemos vivir con la memoria permanentemente enfocada en ellas. Pensemos por un momento en el diagnóstico de Madame de Stäel: “El único bien que descubrimos en la vida es aquello que provoca el olvido de la existencia”. O la reflexión que nos propusiera el dramaturgo Maurice Maeterlinck: “La mayoría de los hombres disfrutan de la vida, olvidando que están vivos”. No son principios sobre cómo vivir, pero sí un reconocimiento acerca de los límites que hacen a la condición humana y que nos advierten sobre las políticas que insisten en que no olvidemos ni por un momento el miedo que nos obligan a sentir frente al covid-19. También nos alertan sobre la imposibilidad de fijar la vida como si fuese una grabación en pausa o de congelar la imagen del presente como si se tratase de un fotograma de alguna película a la expectativa de que llegue el redentor tecnológico con dosis suficientes para todos. Porque la vida no es una cinta que se pueda rebobinar, editar o empalmar. No se enfrenta a la muerte negándola, tal como ocurre cuando nos encierran para “protegernos” o cuando la volvemos omnipresente para luego suponer que nos es ajena porque los que han muerto son otros. Por el contrario, se le planta cara esgrimiendo una esperanza, la que forjamos sobre la vida que podrían tener las generaciones que nos sucedan, aunque nosotros ya no estemos. La paradoja es que se nos habla de salvar la vida atemorizando, confinando y culpabilizando a los más jóvenes. Cuando los condenamos de esta forma, no se están salvando vidas, se las destruye en silencio. Si somos conscientes de esto, puede que podamos descender del loco carrusel al que nos subimos, para fijar la mirada y pensar nuevamente en qué es lo que debemos hacer; para poder confrontar en voz alta con la intención de tomar las mejores decisiones posibles. Si nos rendimos frente al pánico, ante gobiernos que intentan desesperadamente mostrar un control aislando y espantando a las personas, es posible que los jóvenes de hoy vivan en el futuro bajo un férreo totalitarismo sanitario al cual, de manera velada, ya le hemos visto su rostro.
Contra la resignación
Este libro, como escribía el gran periodista Dante Panzeri,4 puede parecer que “no sirve para nada”, porque no dice qué hacer y no dice cómo hacerlo. No tiene la intención del manual práctico, sino la de un manifiesto a favor del pensamiento humano que, en simbiosis con las virtudes y los esfuerzos cotidianos ajenos a la santificación, exprese la posibilidad de que los jóvenes puedan proyectar una vida digna, no una plagada de encierros y temor a los demás. Este libro sí quiere ser un acto contra la resignación que, frente al covid-19, nos lleva a considerar al otro como una amenaza y a nosotros como personas temerosas, sin valía alguna, que solo desean perdurar en el tiempo bajo el resguardo de algún escudo protector al que le entregamos el alma. En lo personal, es una forma de no renunciar a la existencia aceptando que, cuando el hado lo disponga, he de morir con la tranquilidad de saber que habrá hombres y mujeres de una nueva generación que podrán alimentar la vida oponiéndose a subsistir maniatados.
1Declaraciones del presidente Alberto Fernández, disponibles en línea: <https://shortest.link/8pp>.
2Tzvetan Todorov, Leer y vivir, Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2018, p. 34.
3Michael T. Osterholm, La amenaza más letal. Nuestra guerra contra las pandemias y cómo evitar la próxima, Madrid, Planeta, 2020, p. 111.
4Dante Panzeri, Fútbol. Dinámica de lo impensado [1967], Madrid, Capitán Swing, 2020.
Aislamiento social o la obediencia imposible
¿Dónde está la vida que hemos perdido en vivir?
¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido en conocimiento?
¿Dónde está el conocimiento que hemos perdido en información?
T. S. Eliot, El primer coro de la roca.
Es lo que se nos pide y es lo que acordamos, aunque más no sea a regañadientes: acatar la ley. Pero ¿qué hacer cuando la obediencia a algunos de esos mandatos escritos y promulgados bajo la guía del bien común conlleva la perspectiva de una tragedia? ¿Cómo actuar si esas leyes o eventuales decretos traban el propio accionar político y democrático que permitiría cambiarlos? ¿Qué decidir cuando en el entresijo de las letras que los forman se esconden significados que contradicen lo que parece decirse en la superficie? ¿Qué sucede en el momento en el que el legislador o el gobernante dictan y promulgan disposiciones sobre las cuales no parecen tener una visión clara de las consecuencias que llevan inscriptas?
El decreto
El 24 de marzo de 2020, en Argentina se recordaba, tal como viene sucediendo cada año desde el retorno a la democracia, el más cruento golpe cívico-militar de su historia. Ocurrido en 1976, estuvo marcado por secuestros, torturas y desapariciones. Pero la gran paradoja, esta vez, era que el acto de la memoria sobre aquel hecho ocurría con calles desiertas y desde el refugio de algunos balcones o en el reflejo de las pantallas televisivas. Tan solo unos días antes, el presidente de la nación había firmado un decreto que obligaba a toda la población a quedar confinada en sus casas o en el lugar donde se hallase, sin importar ni la propia suerte ni la de quienes estuvieran esperando regresar. Repentinamente, se había hecho realidad el Estado policial descripto en el cuento“El peatón”, de Ray Bradbury, donde caminar por las calles es un acto criminal.
Para entender la lógica puesta en juego como justificativo del estado de excepción exigido por el documento presidencial, es significativo considerar algunos párrafos singulares del texto en cuyos pliegues se ocultan confusas falacias. Tal vez podamos entender mejor los sucesos ocurridos a lo largo de todo un año y pensar el futuro por venir a la luz de lo dicho en los dobleces de las palabras, más allá de las buenas intenciones manifiestas.
En el documento dado a conocer en el Boletín Oficial el 20 de marzo, se afirma:
Que con fecha 11 de marzo de 2020, la ORGANIZACIÓN MUNDIAL DE LA SALUD (oms) declaró el brote del nuevo coronavirus como una pandemia, luego de que el número de personas infectadas por covid-19 a nivel global llegara a 118.554, y el número de muertes a 4.281, afectando hasta ese momento a 110 países.
[…]
Que la velocidad en el agravamiento de la situación epidemiológica a escala internacional, requiere la adopción de medidas inmediatas para hacer frente a esta emergencia.