Oriana y yo - Cesar Adolfo Cordovez Pérez - E-Book

Oriana y yo E-Book

Cesar Adolfo Cordovez Pérez

0,0

Beschreibung

Alguien dijo que en 1968 hubo una Revolución Mundial. "Oriana y yo" gira alrededor de un amor estudiantil montado sobre la ola del Mayo Francés. ¿Qué ocurre cuando una pasión florece en medio de un tiempo donde todo lo que parecía sólido está cambiando? Esta novela con tintes autobiográficos se desarrolla entre Europa y la Amazonía Ecuatoriana. En sus páginas encontramos una mirada fresca sobre temas como el choque entre generaciones, el peso de la muerte y las vueltas del amor, tan fuerte y constante.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 260

Veröffentlichungsjahr: 2022

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Cesar Adolfo Cordovez Pérez

Oriana y yo

 

Saga

Oriana y yo

 

Copyright © 2022 Adolfo Cordovez Pérez and SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788728071694

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

ENCUENTRO

Esa tarde fue el inicio de todas las primaveras de mi vida.

Me encontraba en la bodega ubicada al costado de las cámaras frigoríficas del supermercado donde trabajaba de forma temporal durante las vacaciones universitarias. En ese momento pesaba los pollos congelados para etiquetarlos individualmente.

De pronto, a través de la ventana, le vi.

Se paró de frente ante el vidrio que nos separaba y se arregló coqueta su cabellera, sonriéndose para si misma, pues por su lado el vidrio camuflado aparenta ser un espejo. Siguió su camino como una sombra fugaz dirigiéndose hacia los pasillos del almacén y perdiéndose en el laberinto de las diferentes secciones. Llevaba puesta un pequeño mandil con el logotipo de nuestra empresa, por lo que, con satisfacción, deduje que se trataba de una desconocida compañera de trabajo. Pude observar su elegante caminar y su distinguida presencia.

¡Emanaba de ella un algo tan especial!

«¡Tengo que encontrarla y conocerla!», me dije mientras pegaba las etiquetas sobre cada una de las fundas de los pollos, para llevarlos a los frigoríficos de venta en el almacén.

«¡Luego hare mi pausa de mediodía, durante la cual aprovecharé para buscarla!»

Si bien apenas le vi fugazmente, quedaron, sin embargo, fijados en mi retina su bello rostro y su largo cabello liso y azabache, que le cubría los hombros y le tapaba completamente la espalda hasta la cintura.

¡Pareció ser un fugaz espejismo en la pampa árida de mis adolecentes fantasías!

Soy un estudiante que cursa el primer semestre en la Universidad de Múnich, en la Baviera alemana. Llegué hace un año desde Ecuador, mi país de origen y, estoy batallando todavía con el complicado aprendizaje del idioma y la ardua tarea de la adaptación a un medio tan diferente al de Latinoamérica. Conseguí este trabajo de primavera a través del consejero de la Universidad, con el firme propósito de practicar el alemán y de ganarme unos extras para mi manutención. Llevo ya ocho días en el supermercado y soy el encargado de surtir productos en el área de las carnes, para lo cual debo ingresar a las cámaras frigoríficas, donde se almacena el producto a muy bajas temperaturas. Uso un abrigo y aditamentos especiales que me hacen sentir como un esquimal que procesa sus piezas de caza para distribuirlas a su comunidad. ¡Cada que ingreso a esos depósitos helados me santíguo encomendando mi alma a los santitos de latitudes mas tropicales!

En la pausa me di vueltas por todo el almacén, pero no le encontré.

«¿Habrá sido una ilusión?»

«¡Como andaré́ necesitando una amiga, que ya estoy viendo alucinaciones!»

Al siguiente día estaba ubicando mi Vespa en el parqueadero del supermercado cuando le vi entrar apurada por la puerta del personal. Reconocí su perfil de nácar y su oscura cabellera, que volaba con el viento del aire acondicionado de la recepción. «¡Ahí́ va la mujer que me está quitando el sueño!», me dije, «¡y tengo que encontrarla!»

Durante mi pausa del medio día recorrí́ nuevamente todo el mercado, pero no le ubique.

«¿Será que trabaja en la administración y tiene otros horarios?»

Fue al cuarto día que descubrí que trabajaba como vendedora en la sección de perfumería y cosmética. En realidad, le encontré en la cafetería del personal cuando ella devolvía su vajilla usada. Le seguí disimuladamente hasta su puesto de trabajo y verifiqué que atendía ahí, pues me acerqué sonriente y le indiqué que quería un lápiz de labios del color que ella usa, pues me gustaría regalarle exactamente uno igual a una amiga que cumple años próximamente.

Me sonrió mirándome a los ojos y me dijo que ella usa un lápiz labial que lo compra en un pequeño almacén que queda en el centro de la ciudad, cerca del famoso Viktualienmarkt. — «¡Lamentablemente aquí no tenemos el color que me pide, pero puedo ofrecerle varias alternativas parecidas!» —

— «¡No! le respondí —preferiría que, si no tiene inconveniente, me diga la dirección de ese almacén y la denominación del color que usted usa» —

Se quedo un buen rato pensativa y a la final escribió sobre una hojita de papel los datos que le había solicitado.

— «¡Mire, joven, aprecio mucho que le atraigan mis gustos y por eso le voy a dar excepcionalmente la información!» —

Nuestros ojos entrecruzaban miradas sostenidas que se fundían en discretas, pero coquetas sonrisas.

— «¿Trabaja usted también aquí?» — me preguntó de sopetón rompiendo ese hechizo de nuestro primer momento.

— «¡Si, en el frigorífico de carnes!» — le respondí distraído, pues mis pensamientos estaban volando por dimensiones para mi aun desconocidas.

«¿Será que me gustó tanto esta niña, que me estoy saliendo de mi órbita espacial?», concluí apresurado.

— «¡Y a propósito, ya termina mi pausa y me tengo que reintegrar al trabajo! ¡Muchas gracias por tu atención!» —, le tuteé atrevidamente y partí hacia el frigorífico.

Ya en el camino empecé́ a reprocharme por mi falta de arrojo. «¡Serás bien pendejo, Adolfo!; le tenías arrinconada y a tu merced y ¡no se te ocurrió preguntarle su nombre!»

«¡Mañana, sin falta, lo haré!»

Yo tengo mi amiga en Quito, que ha sido desde hace varios años mi “enamorada”, como las llamamos allá a nuestras futuras novias. Desde que yo llegué a este país mantengo correspondencia con ella casi a diario y me he convertido en un poeta del amor platónico, pues cada misiva mía va pletórica de romance puro y con firmes propósitos y juramentos para esta vida y para mas allá́ de la eternidad. Durante este primer año de mi estadía ha sido ella mi pilar sentimental y mi soporte anímico. Pero debo confesar que de tarde en tarde me sobreviene la nostalgia de una real compañía pues miro con envidia a parejas que se arrullan en los parques, en los tranvías y tantos sitios públicos, mientras yo camino melancólico y solo, rumiando mi cada vez mas amarga soltería.

«¡Amor de lejos es de pendejos!», así dicen los propios y los extraños y hay cierta verdad en esas palabras pues, si algo afecta mas a una relación es la separación producida por el distanciamiento físico. En mi caso son diez mil kilómetros de mar y tierra que me separan de mi amada. Las cartas que nos escribimos casi a diario solo atizan el fuego de los recuerdos, pero no la brasa de esa lejana pasión.

«¡Bueno!, mi estadía aquí será de máximo cuatro años más, tiempo suficiente para madurar los sentimientos y afianzar las intenciones. Patricia, así́ se llama mi chica en Quito, sabrá esperar y yo tendré que prepararme».

Esa noche me costó mucho conciliar el sueño pues me revolvía inquieto entre mis sábanas mientras cavilaba sobre esta inesperada situación. Era evidente que empezaba a tener dudas de la lógica de los amores en la distancia y, por otro lado, me daba cuenta de qué iba creciendo en mí el deseo de conocer y tratar a una mujer en mi cercanía. A mis dieciocho años es normal qué se despertaran los instintos carnales y las necesidades sexuales.

Estuve despierto hasta la madrugada sopesando mis futuras acciones. Iba definitivamente a intentar establecer una relación con la colega del supermercado y a su vez, mantendría latente mi romance postal con Patricia allá́ en el Ecuador, puesto que consideré que primero debía ver resultados en mi pretendida nueva relación, antes que afectar aquello que ya estaba establecido y funcionando.

«¡Ojos que no ven, corazón que no siente!», decían también por ahí.

Amanecí ligeramente afectado por el insomnio de la noche, pero fui, sin embargo, a trabajar. El frio de los frigoríficos me inyectó suficiente energía para mantenerme en pie y cumplir con mis asignaciones. En la pausa del mediodía fui al comedor del personal y le topé en la cola de la caja. Ella vestía una mudada ligera y se cubría con un mandil de la empresa qué le daba una apariencia juvenil y muy atractiva. Lo primero que le dije cuando tomábamos asiento en una mesa apartada fue: — «¡bueno, confiésame cómo te llamas!» —

Ella abrió sus ojazos pardos como insinuando estar un poco sorprendida y, luego de un momento de reflexión, me comentó: — «¿Sabes?, ¡me llamo Oriana y vengo de Chile. ¡Y ahora dime tú quién eres y de dónde vienes y como te llamas, puesto que hablas con acento extranjero como yo!» —

¡Me quedé de una sola pieza!

Procedí inmediatamente a contestarle en castellano: — «¡No puede ser! ¿o es que el mundo es tan chiquito? Me llamo Adolfo y vengo de Ecuador. ¡Por lo que ves, Oriana, somos hermanos latinos y creo que de alguna forma nuestras sangres nos han juntado!» —

«¡Qué alivio!», pensé́ para mis adentros, «pues ahora todo será́ mucho más fácil ya que nos entenderemos en nuestro propio idioma»

— «¡Si! ¡Qué coincidencia!» exclamó sorprendida Oriana, hablando en castellano. ¡Realmente el mundo es bien chico! ¿Cuándo me hubiera imaginado encontrar a un ecuatoriano en estas circunstancias? ¡Qué gusto me da y me alegro mucho de qué podamos alternar en nuestro idioma, con la ventaja adicional de que nadie nos entenderá, pues en este país hay muy pocos hispanohablantes!» —

La pausa nos quedó muy corta como para intercambiar todas nuestras inquietudes. Nos citamos para las 6 de la tarde, hora en que salíamos del trabajo.

Le esperé en la puerta de salida del personal y me ofrecí́ a llevarla en mi Vespa a cualquier lado a fin de charlar largo y conocernos mejor. Oriana accedió con cierto recelo, pues dijo que nunca había viajado en una motoneta y que le dada la sensación de que pudiera caerse. Le aseguré que soy buen piloto y le ofrecí absoluta prudencia.

Nos fuimos directamente a Schwabing, que es el centro de la farándula estudiantil en las cercanías de la Universidad. En el trayecto nos paro la policía pues Oriana iba sentada de lado, a la usanza antigua de las damas que cabalgaban sus corceles. El oficial le pidió que se sentara abriendo las piernas, como corresponde a las normas de seguridad, caso contrario no podría continuar el viaje conmigo. Así lo hizo y pronto llegamos a la Ludwigstrasse, la calle del movimiento.

— «¡Qué coincidencia!», exclamó nuevamente Oriana, «pues yo vivo aquí en la cercanía».

— «¡Vaya!¡vaya!» —añadí yo, «mi vivienda queda a 3 cuadras de aquí y, por lo que veo, vivimos además cerca el uno del otro!» —

— «¡Bueno, quedémonos en este café de la calle!» —

Cinco horas mas tarde, acercándonos ya a la medianoche, seguíamos en gran tertulia intercambiando nuestras vivencias y detalles de nuestras vidas. Luego de la segunda taza de café pedimos que nos sirvieran unas cervezas, lo que condujo a una mayor fluidez en nuestra conversación. Oriana venía de Santiago de Chile y residía en Múnich desde hace dos años. Vino, básicamente, a acompañar a su tía abuela, una mujer anciana y ya frágil, que vivía sola y que no tenia ninguna otra parentela a no ser la familia de Chile, que es de origen alemán y qué migró a ese país a principios del siglo 20.

De paso, Oriana aprovechaba su tiempo para estudiar el alemán a fin de obtener un título de traductora simultánea, con el que deseaba volver algún día a su país, aunque por el momento no se hacia muchas ilusiones dado que la tía abuela no podía quedarse sola pero tampoco le era factible ir a radicarse en Chile por la avanzada edad y por los problemas de salud que le achacaban.

Se notaba qué Oriana hablaba un esmerado alemán, a diferencia del mío, que era un alemán más de la calle. También me llamaba mucho la atención oír su acento chileno que para mí oído de la Sierra andina suena un tanto cantarín.

Fue una hermosa velada que nos permitió́ acercarnos. Me imaginé yo desde ese instante qué estaba naciendo una interesante amistad. Oriana, de pronto, interrumpió nuestra conversación y se disculpó, pues debía irse de inmediato a su casa.

— «¡Gracias Adolfo!» —, me dijo muy emocionada, «ha sido una linda reunión y he tenido mucho, mucho gusto en conocerte. Me debo ahora ir pues, de lo contrario, tendré problemas con la anciana de mi tía, ¡qué es bien chapada a la antigua y que no me permite retornar a casa pasada la medianoche!» —

Dicho esto, arrancó y casi a la carrera desapareció por la esquina de la Theresienstrasse, cercana al café́ donde compartimos tan simpáticos momentos. Me llamó mucho la atención esta última actitud de Oriana, pero supuse que, igual que a mi, nos voló el tiempo y de pronto ella se dio cuenta qué le quedaban pocos minutos hasta la medianoche.

El cansancio de mi mala noche anterior hizo presa de mí así que me fui directamente a mi casa. El siguiente día era viernes, apto para invitarle a salir de parranda y así́, tener tiempo y oportunidad para conocernos mejor. Realmente me interesaba su amistad. Pienso ahora que también yo le desperté interés y por lo que noté, ¡ella estaba tan sola como lo estaba yo!

Fue un día normal en el trabajo; para mí, como siempre, agotador, pero pasó muy rápido ante la expectativa de toparme con Oriana y proponerle que salgamos de juerga. Durante la pausa del mediodía le busqué en el comedor, pero no le pude encontrar, como tampoco en su sitio de trabajo. Pregunté a una chica que si sabía algo de Oriana y me informó que ella no vino a trabajar. Esto me intrigó un poco, por lo que decidí́ volver al café donde estuvimos la noche anterior con la esperanza de qué ella estuviera por ahí́.

Así lo hice. En el café́ no estaba, por cierto, pero opté por quedarme a la espera de verla pasar por la calle principal. Es interesante el hecho de qué viniendo de distintos países latinoamericanos, nos hayamos podido encontrar casi al azar en un mundo ajeno y extraño; es más, tenia yo la impresión de que la gran mano del destino nos había guiado hasta ese sitio de trabajo por alguna razón aun desconocida.

Era una tarde primaveral y la gente se preparaba para un festejo propio de esta estación. Los estudiantes llenaban la gran mayoría de los locales, unos tras de la famosa cerveza bávara y otros, tras de alguna interesante diversión. Las chicas vestían ya ligeras prendas propias del fin de primavera y dejaban ver sus atractivas figuras. Tenían todavía el tono pálido en su piel, propio de los largos inviernos con poco sol, que son comunes en estas latitudes,

Tantas chicas hermosas vi pasar que ya me estaba olvidando de Oriana, cuando de pronto sentí un golpecito en mi hombro y me di la vuelta para ver quién era que me topaba.

¡Sí! ¡Era Oriana!

¡Era ella! ¡Qué alivio el mío!

Se sonreía y sin mediar palabra entre los dos tomó asiento junto a mí.

— «¡Hola, mi amigo ecuatoriano!» — dijo a título de saludo. — «¿Te has dado cuenta de que tú y yo tenemos nombres bien raros y nada frecuentes? Tú te llamas Adolfo, qué es un nombre casi prohibido aquí́ en Alemania y yo me llamo Oriana, qué es un raro nombre italiano, que a lo mucho lo llevan cien mujeres. ¿Has oído hablar de Oriana Fallaci? ¡Seguro que no!», se contestó ella misma. ¡Es una famosa periodista controvertida y muy valiente, que se las pega con cualquier personaje sin importarle su poder o su fuerza! ¡Pero bueno, ya habrá́ oportunidad de hablar sobre ella! ¡Por el momento hablemos de nosotros dos, pero para ello invítame una cervecita y bríndame un cigarrillo!» —

«¡Vaya, vaya, fíjate Adolfo con quién te las vas a ver de aquí́ en adelante!» pensé para mis adentros.

— «¡Hola, mi amiga chilena!», repliqué yo. ¡Qué gusto verte! Te estaba esperando y sabía que vendrías. ¿Qué pasó que no fuiste a trabajar? ¿Tuviste algún problema o es que ya no querías volver a verme?» — bromeé yo.

— «¡No, Adolfo!, tengo que contarte lo que me pasó. Anoche llegué a la casa de mi tía y eran ya cinco minutos pasadas las doce de la noche. Mi tía me esperaba, pero tras de la puerta cerrada y en cuanto me sintió me dijo que quería cerciorarse de que estaba ya afuera en el pasillo y que ahí́ debía quedarme toda la noche como castigo por haberme demorado. Le expliqué que esos cinco minutos se debían a la tardanza del tranvía. — «¡No me interesa la razón! Tú sabes que debes estar aquí antes de la medianoche y eso lo debes aprender y esta es la mejor manera! ¡Buenas noches! ¡Abrígate que va a hacer frio! ¡Te dejé unas cobijas al pie del extinguidor!» —

Sus ojos pardos parecían dos volcanes próximos a una erupción. Yo sentía como se contenía las lágrimas y se tragaba su ira.

— «¡No puede ser! ¿que clase de persona es tu tía, que te hace esto? ¿Cómo se atreve a dejarte afuera en el pasillo toda la noche? ¿Es acaso una monja de la inquisición? ¿En qué siglo vivimos? —

— «¿Te hace siempre lo mismo?» —

— «¡Sí!, me contestó, ¡lamentablemente no es la primera vez pues yá me ha dejado afuera algunas veces, pero, generalmente, luego de una o máximo dos horas me abría la puerta y me dejaba entrar! ¡Pero anoche no abrió y me dejó afuera hasta esta madrugada! Pude dormir quizá́ una o dos horas arrimada a la pared y tapada con las cobijas que me había dejado la tía. A las seis en punto me hizo entrar invitándome a desayunar inmediatamente, ¡como que si nada hubiera pasado! Es el grado de deterioro mental y demencia al que está llegando mi tía. El problema está en qué soy yo la que tiene que pagar las consecuencias. ¡Pero bueno! estoy aquí para hablar de cosas interesantes entre tú y yo y no para que te conviertas en mi paño de lágrimas y tengas que consolarme!» —

— «¿Cómo te fue hoy en el trabajo? ¡Seguro que te habrá́ sorprendido no haberme encontrado y por eso pensé que lo mejor que podía hacer es venir a verte aquí bajo el supuesto de que tú, extrañado por mi ausencia, hubieras venido hasta acá también! ¡Cómo que nos hemos leído los pensamientos!» —

En ese momento nos trajeron las cervezas que pedimos, así que las cogimos con ambas manos, pues eran esos vasos de 2 litros y cuesta un gran esfuerzo el levantarlos. Nos fuimos hacia una barra ubicada a la entrada del local y tomamos asiento en las butacas colocadas ahí. Le ayudé a Oriana a treparse y a que se acomodara contra la barra. Este contacto con ella me permitió́ sentir la calidez y la suavidad de su piel.

— «¡Salud!» — le dije, al tanto qué elevaba mí jarra e intentaba sorber unos cortos tragos de esa cerveza helada y espumosa. Ella no logró alzar la jarra, pero a cambio se inclinó hacia su borde y sorbió gran parte de la espuma, quedándole restos en su labio superior, que daba la impresión de que tenía unos bigotes blancos.

— «¡Mírate en el espejo!» — le dije conteniendo mi risa. Así́ lo hizo y al verse manchada con esos espumosos bigotes dejó escapar una sonora carcajada. Pude apreciar qué era mas hermosa aun en esos momentos de felicidad.

Charlamos sin parar las siguientes horas y fue muy notorio que apenas podíamos quitar nuestras miradas el uno del otro, lo que hacía que, en ciertos momentos, cuando nos venían lapsus en la conversación, nos habláramos con el secreto, mudo y muy expresivo idioma de los ojos. Sentía que mi ser vibraba y que todo mi cuerpo remansaba en el mar de la felicidad. También sentía que la mirada de Oriana se hacía cada vez más penetrante e indagadora.

Nos contamos los tantos episodios de nuestras vidas en los respectivos países. Chile era para mi un país “hermano”, igual que Colombia, pues así nos consignaban en Ecuador desde las aulas escolares haciendo alusión a la enemistad que existía entre Ecuador y el Perú, debida a históricas diferencias territoriales que condujeron a conflictos bélicos, en su mayoría adversos para Ecuador y que costaron cercenamientos de amplias franjas territoriales, las que seguíamos reclamándolas para nosotros. Derivado de esto, Chile era uno de nuestros países garantes para reestablecer la integridad geográfica y territorial. Bastaba ese echo para que yo, automáticamente, me haya sentido atraído por esta chilena encantadora. Me sorprendió, sin embargo, que ella apenas conocía algo de ese capítulo histórico y patriótico, al que los ecuatorianos le dábamos tanta prioridad e importancia.

La tarde se nos hizo eterna, dado que ya empezaba a oscurecer pasadas las nueve de la noche. Cuando sentimos la oscuridad, Oriana se puso muy nerviosa e insinuó́ que era hora de irse para evitar nuevo conflicto con la tía abuela. Coincidimos que era una decisión penosa, pero necesaria y, sin entrar al tema de la tía me ofrecí a acompañarle hasta su casa y aprovechar unos momentos adicionales de su grata compañía.

— «¡Bueno, no vivo muy lejos, así que no tendrás que caminar mucho!» —

Agarró mi brazo y se apretó con su cuerpo haciéndome sentir y disfrutar de su calor y cercanía. Caminamos en silencio, abstraídos en nuestros pensamientos. En realidad, creo que ambos ansiábamos no tener que despedirnos.

Al poco rato llegamos a su vivienda, ubicada en un edificio de departamentos en esa Theresienstrasse, a unos cien metros de la antigua cervecería donde Hitler dio su primer y malogrado golpe de estado y fue condenado a un año de prisión.

Nos paramos frente a frente y nos mirábamos sin saber que decir. Su rostro daba señales de que batallaba emocionalmente entre alguna angustia reprimida y una naciente expectativa.

— «¡Que hermosa tarde pasé contigo, mi amigo ecuatoriano, pero ya llegó a su fin! ¡Tengo la impresión de que quieres preguntarme algo!» —, concluyó muy picaronamente.

Yo estaba como mudo. ¡Puede ser, en verdad, que era yo el que batallaba internamente! «¡Esta chiquilla esta tocando las fibras mas profundas de mi ser, aquellas que nunca se me habían hecho presentes y que ahora se derraman a borbotones sobre mis anquilosados sentimientos!»

— «¡Si, quería saber si voy a poder verte mañana!» — solté́ ansiando su afirmativa respuesta.

— «¡Vaya, pensé́ que no me ibas a preguntar!» —, hizo una pequeña pero coqueta pausa y prosiguió́: — «¡Claro, Adolfo, veámonos a las once de la mañana en la Torre china del Englischer Garten!» —

Miré al reloj verificando que eran las once y media de la noche. — «¡Creo que te toca ya recogerte al claustro!» —, bromeé atrevidamente. Nos estrechamos las manos y sin mas, cada uno partió́ para su destino. En el aire quedaron flotando los besos que quisiera darle y todo aquello que tengo para decirle.

«¡Se lo diré́ mañana en el Jardín Inglés!»

JARDIN INGLÉS

Había mucha gente en la Torre china y en el Biergarten ubicado a su costado. Yo vine en mi bicicleta antes de la hora pactada. Oriana llegó caminando. Traía una mudada totalmente veraniega: un short blanco ajustado a su bien formada cintura, un top celeste que le cubría su pecho, dejando su vientre al aire, rematado por un pañuelo de seda que se amarraba al cuello y sus tenis blancos con delgadas franjas azules. ¡Parecía salida de un catálogo de modas!

— «¡Aquí́ viene la Veruschka chilena!» — exclamé emocionado, ¡si!, verdaderamente impresionado por su exótica belleza. Me había ya contado que por el lado paterno tiene sangre teutona y por sus ancestros maternos su sangre es gala, francesa. Esta mezcla es de por si ya exótica en Europa, ni hablar en Sudamérica, donde se suman además los soles que dan vida a la piel, los climas, que dan chispa a la vida y la mentalidad, que pone alas a los temperamentos.

El Englischer Garten (Jardín Inglés) es uno de los parques urbanos mas grandes del mundo, ocupa mas de 350 hectáreas incrustadas en la ciudad de Múnich y a orillas del rio Isar. Esta lleno de áreas naturales para descanso, para diversión, para practicar deportes y entretenimientos familiares. Su concepción siguió́ la naturalidad de la corriente de jardinería inglesa, a lo que se debe su nombre, y es visitado por mas de tres millones de personas al año. Para los muniqueses y los que vivimos en esta ciudad, es el parque alrededor del cual giran nuestras vidas y gran parte de nuestras actividades.

Esa mañana decidimos con Oriana caminar por los senderos y fuimos descubriendo los pequeños grandes detalles de su jardinería, los secretos rincones públicos que invitan al romance o a la meditación.

Nos embriagamos de esa verde sucesión de paisajes naturales que se alternan con las decoraciones discretas o monumentales y los riachuelos desordenados, dándonos una sensación de que se detenía el tiempo para que encontremos nuestra luz interior. La encontramos, ¡si señor! manifestada en nuestro mutuo magnetismo que nos unió en un intenso y sostenido beso al pie de un centenario y apartado abeto, testigo mudo de un amor naciente.

Pasamos varias horas ensimismados en el placer de irnos descubriendo con los labios y con el tacto. La noche se nos venía ya encima y nuestros diálogos se redujeron a un intercambio de miradas traviesas y a gestos consentidores. Su mano acariciaba la mía y su calor penetró por mi piel provocando un frenesí́ de hormonas y una sensación de apetito carnal. Le acaricié por sobre las ropas y poco a poco fui aventurando mi mano hacia sus partes desnudas mientras sentía como ella hacía lo mismo conmigo, como si nos hubiéramos puesto de mutuo acuerdo para hurgar en nuestras pieles en el silencio de esa naciente noche. Su mano traviesa y curiosa se posesionó de todas las partes alcanzables de mi cuerpo despertando en mí los instintos sexuales de un adolescente precoz. Nos besábamos extasiados saboreando el aliento y el olor del otro. Sus labios, impregnados de pasión, inyectaban en mi boca una explosiva excitación que me impulsaba a explorar más en su ardiente cuerpo, que se estiraba o se encogía al vaivén de mis caricias, besos y manoseos.

Fuimos quitándonos las ropas y cubriendo de apasionados besos las partes que quedaban desnudas. Todas las partes. En el éxtasis de nuestra pasión no nos dimos cuenta de cómo sucedió.

Solo cuando yacíamos boca arriba, jadeantes, satisfechos y mirando al firmamento, supimos que sucedió.

El frio de la noche nos devolvió́ a la realidad. Era la nueva realidad entre nosotros. Lo sabíamos desde ese instante.

Nos vestimos apresurados y salimos del Englischer Garten, no sin antes servirnos en el Biergarten unas salchichas de ternera con una cerveza fría y reponedora.

Hablamos poco en nuestro camino hacia la casa de Oriana. Yo empujaba mi bicicleta y le abrazaba, mientras ella se me apegaba con su cabeza a mi hombro y suspiraba su felicidad con sonoros resoplos que me invitaban a estrecharla mucho mas.

— «¡Mi amor, en cuatro días de conocernos ya estamos en estas!, ¿puedes decirme que me diste para conquistarme así́?» —

— «¡Reina, no te he dado nada, solo he reciprocado tus sentimientos, que son iguales a los míos! ¡Creo que nos enamoramos mutuamente y el primer beso selló ese amor que ahora tendrá que seguir creciendo!» —

— «¡Bienvenido a mi vida, amado mío!», me replicó haciendo vibrar su voz. ¡Bienvenido a mi corazón, que ya es tuyo!» —

La última media hora antes de las doce de la noche nos pasamos besando y acariciando, uncidos el uno al otro. Me fui a mi casa cuando vi que prendió la luz de su cuarto y se iluminó la ventana que daba hacia esta calle.

«¡Oriana, Oriana, cual terremoto chileno has venido a remover todos mis cimientos y planificaciones! ¡Creo que soy yo el que debería preguntarte que, ¿que me diste tu a mi para ponerme así́ a ciento ochenta kilómetros por hora?»

Me sentía como un triunfante gladiador, pero, a la vez, me preocupaba Patricia, mi chica en Ecuador. «¡La estoy vilmente engañando!»

«¡Es todavía prematuro elucubrar sobre nuestros futuros!»

Mejor demos curso a lo que viene….

EMBARAZO

Obviamente repetimos nuestra “aventura” una y otra vez, la mayoría de las veces en mi residencia estudiantil para varones, donde se permitía la presencia de mujeres durante el día y máximo hasta las 8 de la noche; otras nos escabullíamos al abeto del Englischer Garten, que nos apadrinaba en nuestras travesuras.

Fue tal nuestro delirio sexual que empezamos a engañarle al encargado de la portería de mi residencia, que vivía en el parterre y controlaba celosamente los ingresos a partir de las 20 horas. Hacíamos el teatro de salir juntos con Oriana a las 20 horas, nos íbamos al bar esquinero y nos entreteníamos unas dos horas, luego de las cuales retornaba yo solo e ingresaba a la residencia haciendo alarde de estar solo, prendía la luz de la recepción para que me viera el portero a través del visor de su puerta y subía en ascensor haciendo ruido y con la conciencia tranquila. Pero había dejado abierta la puerta de ingreso a la residencia y, cuando se apagaba la luz automática de recepción ingresaba Oriana a hurtadillas y trepaba descalza hasta el tercer piso, donde yo me alojaba. Esta táctica siempre nos funcionó, pero estaba también ligada a que nuestro acto de amor fuera lo mas silencioso y disimulado, pues el portero se paseaba por los pasillos tratando de detectar sonidos sospechosos. En una ocasión escuchamos que el portero golpeaba en una habitación cercana a la mía y le conminaba al residente a que la abra inmediatamente. Cuando la abrió́ oímos que el portero carajeaba frustrado, pues no encontró́ a ninguna dama de compañía. El estudiante estaba viendo un video de pornografía. Yo, cauteloso ante esa circunstancia y previniendo un control, le pedí́ a Oriana que se escondiera en la cabina de la ducha, que estaba empotrada entre mi habitación y la del vecino. Así́ lo hizo y tuvo que pasar un largo rato hasta que el portero desistió́ de sus investigaciones. ¡Oriana se había quedado dormida en la cabina de la ducha!