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Las migraciones marcan la vida de millones de personas. Forman y cambian a las sociedades. Aquí se cuentan las odiseas de algunos campesinos ecuatorianos que buscan llegar a Estados Unidos como si fuera la tierra prometida, pero en el camino deberán lidiar con traficantes y autoridades corruptas. La nostalgia de la tierra natal, el horizonte incierto y las sorpresas atraviesan a estos personajes. Cordovez Pérez se inspiró en historias reales para armar una novela que aborda con talento varios dramas y esperanzas de la humanidad actual.
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Seitenzahl: 127
Veröffentlichungsjahr: 2022
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Cesar Adolfo Cordovez Pérez
Saga
Volveré (Un sueño americano)
Copyright © 2022 Adolfo Cordovez Pérez and SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788728071687
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
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DEDICADO A TODOS LOS QUE SOÑARON CON UNA VIDA MEJOR, PERO QUE UNICAMENTE ENCONTRARON LA SENDA DEL DOLOR Y DE LA MUERTE.
Por lo general las lluvias son el preludio de inesperadas tragedias.
Toda esta semana ha llovido sin descanso. Las aguas caen como chorros lanzados a "baldazos" y la tierra no puede ya absorber más líquidos y estos se están acumulando en improvisados charcos que pronto formaran turbias lagunas que taparan todos los sembríos de este valle enmarcado en plena cordillera de los Andes.
El temporal está arruinando las cosechas de este año y pronto vendrán la hambruna y el padecimiento de tantas familias que laboran y dependen de lo que producen sus pequeñas parcelas o "chacritas", como se las conoce aquí.
El maíz de Venancio estaba ya listo para la cosecha antes de que vinieran las aguas. Ahora ya ha cogido moho y le está entrando el gusano.
Venancio mira al cielo y se rasca la cabeza.
«¡Mierda, estas aguas van pa' largo! De nada sirvió la novena que rezamos pidiendo una buena cosecha. ¡Mejor hubiéramos rezado pidiendo que dejara de llover tanto!»
«Don Lolo vendrá en cuanto escampe y querrá que le paguemos el préstamo que nos dio para comprar las semillas»
«Claro que vendrá en cuanto escampe. ¡Semejante viejo pa' agarrado y zorro! ¡Seguro que ya habrá ido a registrar el pagaré que me hizo firmar y vendrá a ponérmelo en mi nariz para que le pague inmediatamente!»
Venancio se rascaba la cabeza maldiciendo su mala suerte. Ese "maicito" era su garantía de pago y su capital para los próximos meses.
Eulalia, su mujer, le miraba desconsolada y sin saber qué decir.
— «¡No te endeudes con Don Lolo!» — eso es lo que ella recuerda haberle dicho hace meses a su Venancio tantas, pero tantas veces. — «¡Ese viejo rapaz es conocido por ser mala gente, buenito para prestar, un tiburón para cobrar!» —
«Pero ¡no! ¡este porfiado del Venancio tenía que no hacerme caso! ¡Si a los vecinos Tenesaca ya les quitó el terrenito y la casa hace dos años!»
Venancio no se atrevía a mirar de frente a su mujer. No quería confrontar el tema de esa advertencia que le hizo su „Gorda“.
«¡Tenía razón la Eulalia, para que también!»
-— «¡Yo confiadazo en mi maicito y ¡toma, carajo, ya está pudriéndose mi capital en el lodazal de la chacrita!» —
Dos días después escampó por fin y el cielo se pintó de azul. Todo el valle parecía un inmenso lago donde sobresalían en su superficie todas las plantitas podridas de los sembríos inundados. Apestaba a maleza en descomposición, un olor punzante, ácido y con el tufo fétido de un amasijo de vegetales que sucumbieron saturados de aguas.
Desde la ventana de su casa puede Venancio observar su maíz podrido. Los tallos parecen bejucos hinchados y sus hojas reducidas se convirtieron en masas informes que cuelgan del tallo llenas de moho y humedad. Las mazorcas, en su mayoría, han caído vencidas por la gravedad.
-— «¿Diosito, porque me castigas asi?» —
Don Lolo llegó efectivamente esa tarde. Dado que el camino de acceso a esta comunidad todavía no es carrozable, se hizo transportar en una motocicleta y llegó enlodado hasta el pelo.
-— «¡Mira nomás, Venancio, las calamidades que nos trae el mal tiempo!» —
-— «¿Y tú maiz, hijo, que pasó con tu maicito? ¡Si hace diez días ya pedía a gritos que lo cosecharan!»—
«¡Viejo rapaz!» pensó la Eulalia. «¡Despacito quieres ir al grano!»
— «¡Vea nomás, don Lolo, lo que nos ha pasado! ¡Estas agüitas botaron jodiendo todo!» —
— «¡Mi lindo maizal se fue para el carajo!» —
— «Así veo, Venancio, que calamidad, verdad, ¡que calamidad!» —
— «¡Hace diez días pase por aquí y me dijeron que se habían ido de peregrinación donde la Virgen “Churonita” y me preocupe, pues pensé que mejor hubiera sido que ya lo estuviesen cosechando al maizal! ¡Fíjate cómo tenía yo la razón!» —
— «¡Si, don Lolo, para que también!» —
— «¿Bueno, y ahora que, hijito? Si mal no recuerdas, ya está vencido el plazo para que me pagues el préstamo, Venancio, y a eso he venido hoy día pues, como verás, yo también tengo mis apremios y ahora requiero recuperar mis capitalitos para asegurar la mala época que se nos avecina después de estas calamitosas cosechas!» —
— «¿No tendrás problema en pagarme, verdad Venancio?» —
Venancio tragó saliva.
— «¡Mire, don Lolo, usted mismo está viendo y es testigo de lo que nos ha pasado! ¿De dónde voy a poder pagarle ahora, sí mi maicito se me boto jodiendo con las aguas de los últimos días? ¿De dónde voy a sacar platita, don Lolo, si estas inundaciones me han jodido la cosecha?» —
— «¡Así veo, Venancio, y me da pena, hijito, pero yo no soy ninguna Beneficencia y lamentablemente tengo que cobrar lo mío pues el mundo sigue rodando y somos parte de esa rueda con tragedias o sin ellas! De donde saques las platitas para cubrir tu deuda conmigo, eso, Venancio, verás tú mismo. Yo de buena gente y porque te estimo y comprendo tu situación, te voy a dar una semana de plazo adicional para el pago, pero trata de no quedarme mal, Venancio, porque para bueno, ¡soy bueno! pero para malo, ¡también puedo ser bien malo!» —
Dicho esto hizo una seña al conductor de la motocicleta y en cuestión de un minuto ya estaban en camino de regreso a Azogues, donde don Lolo tiene su residencia y oficina.
Don Lolo es un hombre de unos cincuenta y cinco años, de corta estatura y bastante entrado en carnes. Sobresale su barriga, por lo que en círculos cercanos le llaman “Señor Barriga ”, lo que no le gusta pero que a la final lo acepta como apelativo de amistad.
Vino hace años desde San Gabriel, en la norteña Provincia del Carchi, fronteriza a Colombia, pues había traído unas dos “cargas” de papas para vender en el mercado local ya que los papales de este sector sufrieron una inmisericorde “helada” que aniquiló las cosechas y la producción, por lo que los precios de éste tubérculo se dispararon a los cielos y provocaron la especulación.
Se había ganado en esa oportunidad prácticamente el cuadruple de lo invertido, lo que le incentivo para radicarse en Azogues, la capital de esta Provincia del Cañar, e instalar su negocio de prestamista para colocación de capitales a tasas especiales, lo que se conoce como usura y que aquí llamamos “el chulco”.
Le ha ido bien en todos estos años a Don Lolo, pues sus mejores clientes son los pequeños agricultores que sufren muy a menudo los embates inclementes de la naturaleza y son víctimas frecuentes de catastróficas pérdidas de sus sembríos y sus
cosechas, como es el caso actual de Venancio, en el Valle de Yunguilla, donde don Lolo tiene otros clientes en este año.
«¡Y si no pagan con plata, pagan con producto y, muchas veces, con trabajo! como el Manuel Siguenza, que se encarga de mis frutales en la finquita que compré vía a la Costa» siguió pensando don Lolo.
«Ser “chulquero” es una cosa de „vivos“y de machos, ¡sí señor! Arriesgas tus capitales con gentes que no tienen generalmente garantías para sus compromisos económicos adquiridos. Ni siquiera pueden ir a los bancos pues no son sujetos de crédito, muchas veces ni siquiera manejan cuentas corrientes o de ahorros. Todo su “capital” está en sus terrenitos y en sus hacendosas manos».
«Dar crédito a estas gentes es cuestión de “arrechera” y confianza. Primero hay que conocer al cliente o tener referencias cercanas. Luego hay que conocer sus parcelas y sus “mediasaguas”, que son sus destartaladas casitas y su mobiliario, que generalmente no pasa de ser una cocina a gas y una televisión de moda, pero con deuda pendiente en el almacén de electrodomésticos de la localidad. ¡Aquí no hay enseres de valor, ni siquiera un reloj que valga la pena!»
«Uno tiene que fijarse en las manos del labriego, en sus callos, en sus heridas o deformaciones: así se puede uno figurar que capacidad de trabajo tiene el hombre, que potencial tiene todavía o que impedimento podría presentarse. Hay manos que que tienen muchos callos, lo que indica que es muy trabajador pero también puede ser bien pendejo, pues muchas labores se hacen con herramientas que evitan la formación de esos callos…»
«Luego viene la fase de confianza: cuando prestas pasas a ser un medio dios, un ángel de la guarda. Como no dan ninguna garantía sino únicamente su palabra, pues te creen algo así como un Papa Noel, que regala una oportunidad sin pedir algo tangible a cambio. Igualmente esas gentes pueden llegar a considerar que en un caso de calamidad vas a condonar sus obligaciones comprendiendo la tragedia por la que atraviesan injustamente. En ese caso pasas a ser considerado como una entidad de beneficencia…¡mierda, odio esa palabrita!»
«¡Conmigo no hay pendejadas! El que debe, ¡debe! y tiene que pagar. ¡Qué la mucha lluvia, que la creciente del río, que la “helada” de luna llena…! ¡nada de esas huevadas se valen conmigo!»
Don Lolo pasó por la Intendencia de Policía y puso ese atardecer mismo una denuncia contra Venancio en el sentido de que éste se negaba a cancelar un pagaré correspondiente a un préstamo particular concedido por Don Lolo hace seis meses, cuyo plazo ya está vencido.
Cuando salía de la Intendencia pensaba satisfecho: «¡Por si las moscas, Venancio...!»
Eulalia había roto en un desconsolado llanto en cuanto vio desaparecer la motocicleta en la que viajaba don Lolo esa tarde.
— «¡Ves, Venancio, yo si te previne aquella ocasión: ¡No te endeudes con este tiburón!, te dije!¡Debiamos mejor haber ido donde mi hermana y ella nos hubiera prestado sin intereses ni condiciones pues tiene guardadita la plata que le envía cada mes su hijo, el Jacinto, desde los Estados Unidos. ¡Pero no, Venancio! ¡no quisiste pasar la vergüenza de que nos vean necesitados y por eso, ¡maldita sea! preferiste caer en las garras de este viejo rapaz! ¡Mira ahora en las que andamos!» —
— «¿De dónde vamos a poder pagar?» —
— «¡Cierto es, mujer, estamos cagados! ¿De dónde vamos a sacar platita para este viejo e’mierda, que no nos va ha dejar ni dormir hasta que le hayamos cancelado el ultimo centavo?» —-
— «¡No llores, hija, y más bien pensemos que es lo que vamos a hacer!» —
Eulalia se limpió la nariz con el vuelo de su chalina mientras sorbía aire con exageradas bocanadas.
— «¡Ay de nosotros, Venancio, que caminamos pa’tras y no pa’delante!» —
— «¿Qué podemos hacer si ya está perdido el maízal?» —
Hizo una sostenida pausa tratando de cavilar sobre la situación. «¡Este Venancio no va a encontrar ninguna solución! Él es bueno para el campo, re-bueno, ¡para que también! pero para cosas de la cabeza es flojo el Venancio, no es que sea bruto sino que no sabe ordenar sus pensamientos. Para eso soy buena yo, ¡para que también! por algo termine el sexto grado de la escuela!»
— «¡Ve, Venancio, el don Lolo, viejo zorro, vendrá puntualito la próxima semana y poniendo cara de pendejo y de víctima te va a pedir que le firmes alguna escritura de esta chacrita y de la casa, ¡como garantía nomás!, te va a decir, pero en el fondo será para quitarnos todo, como ya lo hizo con los vecinos Tenesaca hace dos años!¡Así como te digo, así había hecho con ellos!, siempre poniendo el la cara de víctima y de que no quiere hacer daño pero que no le queda otra opción!¡Así hará también con nosotros, Venancio, y nos quedaremos sin nada! ¡Ni maíz, ni casa ni chacra, Venancio!» —
— «¡Sin nada!» —
— «¡Ahora me vas a hacer caso en lo que te voy a pedir!: mañana mismo vamos a Angamarca, donde vive mi hermana y le pedimos prestado para cancelar a este don Lolo “de un cuerno “y para semillita nueva! A mi hermana si le puedes ofrecer como garantía la casita y la chacra. Le cancelamos al don Lolo en la misma Intendencia, para que quede constancia y no nos sorprenda en el futuro!» —
—«¿Oiste, Venancio? ¿Oiste, Venancio?» —
Venancio suspiró aliviado. La “Gorda” le acaba de dar diciendo lo que él ya lo había pensado pero que no se hubiera atrevido a plantearlo por esa falsa vergüenza de hombre, «por ese orgullo mal interpretado que tenemos entre cuñados»
— «¡Ya, Gordita, ¡así haremos!» — le respondió muy escuetamente.
Eulalia se sorprendió de la pronta y positiva reacción de su Venancio. «¡Está mansito, con el rabo entre las piernas, arrepentido de no haberme hecho caso en aquella ocasión!»
— «¡Más te vale, mijo! —
En Angamarca encontraron a Patricia, la hermana mayor de Eulalia, justamente el momento en que ella salía de su casa.
— «¡Me muero, qué sorpresa me dan!¡Y yo que estoy saliendo para Azogues! ¡Vengan pasen a la salita, por favor!» —
— «¡Me muero, hermanita, cuantos meses que no nos hemos visto…, casi ya ni te reconozco!» —
Patricia es la única hermana de Eulalia. Tienen a un hermano menor que migró hace muchos años a los Estados Unidos y que ya está legalmente radicado en ese país. Él ha ayudado a muchos parientes y conocidos para que migren y se establezcan alla, como lo hizo con el hijo de Patricia, quien ya reside cinco años cerca de Atlanta y le envía a su madre remesas mensuales para ayudarla y para ahorro.
Patricia fue madre soltera muy joven y pasó muchas penurias económicas y sociales durante la crianza de su hijo. El mismo cura de la Parroquia le discrimino constantemente y se encargó de hacerla sentir culpable de un pecado sacramental.
Desde que su hijo está en los Estados Unidos su situación económica mejoró considerablemente y pudo terminar la construcción de su casita siguiendo el modelo arquitectónico que le envió Jacinto, su hijo. Esta sobresale ahora en el pueblo y tiene las características de una chiquita, pero lujosa villa americana.
Obviamente que su nuevo auge económico le encumbró al estatus de “Doña Patricia” y a que le hayan elegido como la vocera comunal.
— «¡Hermanita, Gorda linda, qué sorpresa tan agradable me das!» —