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La Alborada y La Palanca fueron dos diarios escritos por mujeres trabajadoras de principio de siglo; obreras que encarnaron, día a día, la hostilidad propia de la injusticia, el abuso y la precariedad con la que vivieron, en los albores de un mundo industrializado. La mayoría de sus autoras fueron mujeres pobres que, en estos diarios, se reconocen por primera vez. Protagonistas de un mundo sucio que conocen de cerca, el injusto escenario de las fábricas las convertirá —gracias a La Alborada y La Palanca— en las nuevas heroínas de una lucha, hasta ese momento novedosa: la desigualdad de género. El testimonio y la miseria de una época; la precariedad y la desolación en que fueron escritos cada uno de estos textos, es triste, sin duda, y su contenido, tan valioso como descarnado. Tan seductor como lectura, y sin embargo, tan desgarrador en lo que signi có para este grupo que dio la pelea, no solo para cambiar sus condiciones laborales, sino también —y más importante aún— para exponer nuevas ideas sobre el género. En la fuerza del grupo radica el valor de un incipiente feminismo que viene a salvarlas y que fue propagado a través de estos diarios. Oro triste: Diarios feministas de obreras chilenas 1905-1908, nace de una lectura de estas columnas. Aquí, la historiadora y activista, María José Cumplido, re exiona con agudeza y una mirada actual, sobre las distintas temáticas que se exponen en estos textos. En este sentido, la idea de «feminismo» para este grupo de trabajadoras, revela una mentalidad de avanzada que cambiará para siempre la idea de cultura, patriarcado, sociedad, trabajo, maternidad y todos los problemas que acarrea el hecho de ser mujer hasta nuestros días.
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Seitenzahl: 195
Veröffentlichungsjahr: 2024
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ORO TRISTE
© 2024, María José Cumplido
© Noviembre 2024, Neón ediciones
Neón Ediciones es un sello editorial del grupo Ebooks Patagonia @neonediciones
www.neonediciones.com
Av. Providencia 1208 of. 207 piso 2, Providencia, Santiago de Chile
ISBN Edición Impresa: 978-956-9984-34-1
ISBN Edición Digital: 978-956-9984-35-8
Edición: María Paz Rodríguez
Diagramación: Josefina M. Gajardo
Arte de portada: Carolina Zúñiga
Imagen de portada: Adobe Stock
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Proyecto financiado por el Fondo Nacional de Fomento del Libro y la Lectura, Convocatoria 2023
SOBRE UN ORO
PRIMERA PARTE
Una observación sobre el feminismo
Capítulo I El fantasma de Marx
Capítulo II Unidas en la inmundicia
Capítulo III ¿Dónde termina el problema?
SEGUNDA PARTE
SELECCIÓN DE COLUMNAS
I Nuestra primera palabra
II Hoja de laurel
III La luz de la razón y la justicia
IV En la brecha
V La Sociedad Periodística La Alborada
VI Tras el bienestar
VII Tiranías
VIII Temor
IX Los idos
X La Huelga de Antofagasta
XI Las Sociedades de Socorros Mutuos
XII 1.° de Mayo
XIII 1.° de Mayo
XIV El 1.° de Mayo
XV Cintas y lazos
XVI La Huelga de Patrones
XVII La Asociación de Costureras
XVIII La Asociación de Costureras
XIX La Asociación de Costureras
XX El quinto torneo intelectual de obreros
XXI Los proyectos ante la convención
XXII Huelga de tipógrafos
XXIII La fiesta del trabajo
XXIV 1.° de Mayo
XXV Despertar. Para el valiente adalid femenino. La Alborada
XXVI Reformas en pro de la mujer
XXVII Nuestra condición
XXVIII Un bello triunfo de perspectiva
XXIX Las mujeres en las cantinas
XXX Adelante
XXXI La hizo feliz
XXXII Infelicidad nuestra
XXXIII Al correr de la pluma
XXXIV Unión es fuerza
XXXV Nuestra situación
XXXVI ¿Cómo emanciparnos?
XXXVII Emancipación social de la mujer
XXXVIII De cómo entienden los hombres la Virtud (I)
XXXIX De cómo entienden los hombres la Virtud (II)
XL Instrúyase a la mujer
XLI Reglamentación de las horas de trabajo para la mujer obrera (primera parte)
XLII Reglamentación de las horas de trabajo para la mujer obrera (segunda parte)
XLIII Reglamentación de las horas de trabajo para la mujer obrera (tercera parte)
XLIV Reglamentación de las horas de trabajo para la mujer obrera (cuarta parte)
XLV Reglamentación de las horas de trabajo para la mujer obrera (quinta parte)
XLVI ¡Pobres mujeres!
XLVII La mujer
XLVIII En el palenque
XLIX ¿Es preciso luchar?
L El vicio y el crimen legalizados
LI Sobre organización femenina obrera
LII Diatribas y cuchufletas
LIII Instrucción y educación de la mujer
La palabra es registro. Abre, ilumina, otorga. En este sentido, el lenguaje es pura generosidad; la acción de mostrarnos, vernos y entender quiénes somos. La palabra despierta, conecta, remueve, rehace, reinventa. Es intención de mundo que pone en las ideas la realidad material. Parto citando el lenguaje como una manera definitiva de rescate. Y parte importante de la intención de este libro busca rescatar, con mucho orgullo, un momento de nuestra historia. No sabía de la existencia de los diarios La Alborada o La Palanca: periódicos escritos y publicados por mujeres trabajadoras de principios del siglo XX, en un Chile ad portas de la industrialización, de las nuevas riquezas y —de lo que va este libro— en el que la desigualdad irá configurando un nuevo tejido social, mezquino en registros sobre lo que ocurría en los márgenes. Los nuevos grupos en el poder van a promover —sin asco— la deshumanización respecto al trabajo, repensando a la clase trabajadora como lucro. El capital manda ahora y eso será la columna vertebral del nuevo siglo, y —por cierto—, lo que cruce cada una de las publicaciones en estos diarios.
Cuando María José Cumplido me habló de La Alborada y La Palanca, lo primero sobre lo que reflexionamos fue la iniciativa de las autoras detrás de estas publicaciones. Obreras que encarnaron, día a día, las situaciones que aquí se exponen. Mujeres pobres; vaciadas de respeto, de visibilidad; habitando un lugar hostil, se leen y reconocen por primera vez en estas páginas. La palabra, por fin, las nombra a ellas. Protagonistas de un mundo sucio que conocen de cerca, el injusto escenario de las fábricas las convertirá —gracias a estos diarios— en las nuevas heroínas de una lucha, hasta ese momento novedosa: la desigualdad de género. Así mismo, la experiencia en el cuerpo del trabajo mecanizado, para las obreras de principios de siglo, se topa por primera vez con una nueva forma de pensar la sociedad a través del feminismo, término que se empieza a acuñar en estos diarios y que será una primera cimiente del cambio social para ellas.
Pero parto por el principio, referirme a este proyecto. Oro triste: Diarios feministas de obreras chilenas 1905-1908 nace de una lectura de estas columnas que dejó un colectivo de mujeres proletarias. Con María José, reflexionamos largamente sobre qué ejes se construían estos textos, y vimos tres posibles fracturas que, de alguna forma, funcionaron como el andamio necesario para cambiar el sistema patriarcal. Por un lado, el concepto de «feminismo» se analiza desde su formación y que, creo, muestra una mentalidad avanzada que cambiará para siempre la idea vigente de cultura.
Por otro parte, nos interesó la idea de lo triste; adjetivo que usé la primera vez que leí estos archivos. De ahí el título: «Oro triste». Un «oro» que cuesta —y costó— la vida de tantos y tantas. Un «oro» que aceleró el crecimiento, el progreso, el desarrollo y la riqueza, pero que cercó —quizás para siempre— la jaula de la pobreza. Qué belleza de textos, le dije a María José por teléfono —a propósito de mi primera lectura de La Alborada— quizás con algo de frivolidad, ya pensando en su publicación. Pero a lo largo de la conversación, ambas caímos en cuenta sobre el verdadero tesoro que había detrás de estas columnas y editoriales: el testimonio y la miseria de una época; la precariedad y la desolación en que fueron escritos cada uno de estos textos, y al final de la noche nos vino una tristeza… Es un «oro-triste», le comenté a ella; su contenido me pareció tan valioso como descarnado. Tan seductor como lectura, y, sin embargo, tan desgarrador en lo que significó para este grupo que dio la pelea, no solo para cambiar sus condiciones laborales, sino también —y más importante aún— para exponer nuevas ideas sobre el género, a propósito de las colectividades, agrupaciones, movimientos que se formaron como resistencia. En la fuerza del grupo radica el valor de un incipiente feminismo que viene a salvarlas y que fue propagado a través de estos diarios.
A su vez, en La Alborada y La Palanca se vislumbran posibles soluciones para esas niñas que tuvieron que partir a las fábricas antes de los 10 años. Esas niñas futuras que gracias a la pelea que dieron sus abuelas y madres, pudieron educarse, estudiar, y más adelante votar y marchar. Cada 8M conmemoramos a las caídas, la injusticia respecto a la legislación y el cuidado de cada una de nosotras, que hasta el día de hoy sentimos miedo de caminar solas de noche y la necesidad de tener que avisar a la amiga que llegamos bien. Estas mujeres «nos» imaginaron antes, usaron la palabra —y el cuerpo— para pensar otro futuro y hoy, gracias a su legado, trabajamos en mayor paridad y equidad respecto a nuestros compañeros masculinos. Esas mujeres de La Alborada y La Palanca marchan con nosotras. Van delante marcando el paso.
Las mujeres siempre tendremos que resguardar cada uno de los derechos que vayamos conquistando. Pues nunca se sabe para dónde va a ir la brújula, y el feminismo de hoy opera como un observatorio que vigila tanto al mundo privado —y cómo es representada la mujer en él— como al gobierno de turno, para defender las trincheras legales de lo que hemos conquistado. Pero quizás la cosa parte aquí. En estas primeras agrupaciones. En estas primeras marchas y consignas. En la fiesta del trabajo como tantas veces indican autoras como Esther Valdés y Carmela Jeria cuando hablan del 1 de mayo.
Será el trabajo duro el que nos libere, dicen ellas. Y las mujeres sabemos de esto. Debemos probar cada día nuestra capacidad y entrega no solo en el mundo laboral, sino también en la casa: familia, hijos. Así, lo doméstico será otro de los tópicos cuestionados en estas columnas. Sus autoras verán con nuevos ojos —de nuevo, gracias a la palabra impresa en estos diarios— la verticalidad injusta que impera, por ejemplo, respecto a las tareas del hombre en la crianza, la casa, la economía familiar. Idea rupturista, dado que hablamos de una época en que ser mujer y ser madre suponen una misma cosa.
María José estructuró este libro por ejes temáticos que, a mi juicio, funcionan también como una sombra de lo que exponen estas columnas. En este sentido, el ojo de una historiadora viene a interpretar, desde una mirada moderna, la valentía y todas las implicancias del gesto de publicar, leerse, unirse frente a la hostilidad del medio. Analiza ideologías, los cambios de la urbe, la sociedad de principios de siglo y, por cierto, la industrialización en Chile: sujetos marginados de la ganancia y el capital, como tanto se señala en dichas columnas. En este sentido, Cumplido hará una investigación acuciosa y sobre todo reflexiva respecto al valor de este registro histórico. La Alborada y La Palanca serán el Alfa de un momento que encarnamos hasta nuestros días. Y quién sabe del Omega, insisto, las mujeres siempre tendremos que estar atentas a no ser vulneradas. Nuestros derechos y lugar siempre pueden ser menoscabados, y en este sentido, parece ser que la lucha por la equidad fuese circular y se vive mordiendo la cola. Pienso aquí, por ejemplo, en la tendencia de algunos gobiernos de la ultraderecha conservadora en Latinoamérica, Estados Unidos y Europa que han deslegitimado el derecho al aborto, entre muchos otros, después de años de lucha. Por lo mismo, María José busca en estas publicaciones los temas que cruzaron la vida de la mayoría de las obreras para entender algo de ese padecer, exponerlo y refregarlo en la cara de quienes las lean, y —lo más importante a mi juicio—: para hacer un trabajo de rescate y registro de este oro triste.
MARÍA PAZ RODRÍGUEZ
Durante los últimos años, el movimiento feminista chileno ha amplificado su pensamiento a través de distintas demandas, propuestas y acciones colectivas de mujeres cada vez más comprometidas, numerosas y fuertes. Este aumento ha significado una mayor presencia en las calles, en los medios, y en los distintos sectores en que hoy el feminismo encarna un liderazgo que nos ha hecho ganar terreno en la base constitutiva del pacto social. Ahora, este liderazgo no está asegurado. Los derechos de la mujer, históricamente, se localizan en una trinchera incierta que siempre debe estar resguardada; un terreno movedizo, siempre amenazado, siempre en discusión. Sin embargo, al visitar nuestra historia, se me hace imposible no revisar los hitos que implicaron un cambio en la consecución de derechos, tanto en lo social y lo político como en lo que más me interesa abordar en este libro: el trabajo, actividad que hoy nos permite hablar de una «historia del feminismo chileno», por la central relación del movimiento de obreras que luchó —a través de sus quehaceres, su reflexividad y sus distintas organizaciones— para repensar el lugar de la mujer dentro de lo privado, lo público y lo social.
Cuando observo la historiografía; las crónicas, los anales, las columnas, incluso la literatura, vuelvo a la pregunta —obvia en su respuesta— de por qué hasta el día de hoy las mujeres hemos tenido tan poca visibilidad en la historia de Chile. Si en pleno 2019 hablábamos de un «renacer feminista», quisiera intentar entender justamente cómo nace, y bien, cómo se fueron desarrollando los distintos «feminismos» a lo largo de nuestra historia. Hemos hecho un recorrido largo; mucho más largo de lo que muchos y muchas creen. El movimiento feminista vio sus inicios durante el siglo XIX, y se ha proyectado hasta hoy con cambios y continuidades muy interesantes, y que en la actualidad nos permiten entender nuestro presente. Es lamentable que la historia haya silenciado sistemáticamente el trabajo de la mayoría de estas mujeres, sobre todo en las distintas instancias educativas de nuestras niñas y niños. Año a año, vemos cómo en las salas de clases se aprende con énfasis —y, digámoslo, con especial interés de los programas de contenido, los historiadores y el conglomerado que supone la docencia—, las obras de conquistadores, presidentes y sacerdotes. El movimiento sufragista, por ejemplo, prácticamente no aparece en los textos escolares. Cuando se habla de las primeras feministas, se suele estudiar a las mujeres de la élite chilena; las universitarias, las intelectuales que hablaron del voto femenino, de la participación de las mujeres en la política y de su educación como un derecho. Pero no se ha profundizado en lo que pasaba en otras clases sociales que no pertenecían a los círculos de poder.
La sobrerrepresentación que se ha hecho de la élite ha permitido que conozcamos una parte del movimiento feminista, pero siento la urgencia de referirme a «los feminismos», en plural, dentro de nuestra historia, porque este movimiento ha tenido diferencias ideológicas y de clase que han diversificado su campo de acción y corpus intelectual. Y aunque en ciertos momentos de la historia «los feminismos» han tenido puntos en común, como, por ejemplo, el voto femenino y la importancia de la instrucción y educación en las niñas, las distintas agrupaciones sociales tuvieron muchísimo más peso a la hora de articular en el pensamiento y las ideas: demandas, propuestas y soluciones frente a las necesidades que imperaron en cada sector de la población, sobre todo en actores más vulnerables.
El feminismo que me interesa revisar en este libro es el de las obreras de principios del siglo XX; mujeres que tuvieron que soportar las peores condiciones de vida. Lejanas a la comodidad y ajenas a la educación, construyeron «su feminismo» con doble jornada de trabajo y sueldos miserables; así y todo, batallaron para sacar adelante a sus familias, al mismo tiempo que lograron transmitir ideas que visibilizaron las precarias condiciones en las que subsistieron y el trato indigno que se les daba en las salitreras, fábricas, talleres.
La Alborada y La Palanca fueron dos periódicos que se publicaron a principios del siglo XX, gestionados y redactados por ellas mismas. El primero fue editado por Carmela Jeria, quien trabajaba como tipógrafa, y el segundo, por Esther Valdés, quien trabajó durante años en una fábrica de corpiños. Ambos diarios tuvieron como objetivo abrir la discusión a propósito de las necesidades de las trabajadoras. Y, a su vez, hacer una ácida crítica al capitalismo, según ellas, sistema responsable de la falta de dignidad para el proletariado.
Las mujeres detrás de La Alborada y La Palanca publicaron «sus diferencias»; las voces silenciadas por el sistema, voces de mujeres que no se habían escuchado desde ningún medio escrito, y que se hicieron especialmente relevantes en un Chile que empezaba a industrializarse. Así, y a pedido de las madres, se exigió por primera vez que el Estado proveyera de salas cunas, tensionando el dilema —aún vigente— de maternidad y trabajo, exponiendo con ello la maternidad como un rol que pronuncia, aún más, la desigualdad entre las mujeres y sus compañeros varones, por ser la crianza responsabilidad exclusiva de ellas. También se fueron formulando conceptos como «igualdad salarial» y «abuso laboral». En estos periódicos se encontró un medio de dejar constancia o denunciar, en muchos casos, las atrocidades que cometían los encargados de las fábricas.
Por primera vez, a comienzos del siglo XX, se escuchó hablar sobre «feminismo», y en las publicaciones de La Alborada y La Palanca este concepto será esencial para entender ese nuevo paradigma de igualdad al que aspiran. «Feministas» será una nueva forma de pensarse a sí mismas desde la agrupación, lo colaborativo y el género. Y a través de sus publicaciones, cuestionar un sistema económico liderado por las élites masculinas que, según sus distintos testimonios editoriales, no tenían conocimiento ni consideración de la miseria en la que vivía la clase obrera. Jeria y Valdés nos muestran un feminismo particular; con demandas particulares y básicas que hasta el día de hoy no están cubiertas o siguen siendo desplazadas al final de la cola. A pesar de ello, estas mujeres lucharon para reescribir un código laboral que las protegiera.
En su mayoría, y quizás por su forma rebelde de tomar acción, se vieron enfrentadas al desprecio que abundaba en los movimientos sociales y partidos políticos de izquierda, liderados todos ellos por hombres. Además de que muchos de sus representantes se mostraron «tibios» a la hora de apoyar causas como el voto femenino o la desigualdad salarial.
Este libro quiere poner sobre la mesa las columnas publicadas en La Alborada y La Palanca, no solo para conocerlas, sino también para dar cuenta de que el movimiento feminista obrero tiene una trayectoria de larga data, y que las preguntas y problemas en torno al trabajo femenino ya tenían —hace más de cien años— a nuestras antecesoras movilizadas. Si bien la historia no se repite, sino que rima; la historia de Chile tiene una deuda con la tradición feminista de la que somos parte. Amplificar las voces de quienes, contra viento y marea, plantearon cómo éramos percibidas en la cultura, la política, la economía… en un afán de igualdad que dignificara su trabajo.
Todas estas columnas, publicadas entre 1905 y 1908, dan cuenta de una serie de demandas que irá creciendo con los años. El feminismo obrero será crítico de la oligarquía chilena; de la falta de democracia y del machismo que imperaba a comienzos de siglo. Las voces en La Alborada y La Palanca nos cuentan otra historia de Chile; una donde los héroes a caballo y los palacios que se construían en el centro de Santiago no valían nada. Aquí se narra un mundo sucio, hacinado, en que los niños y las niñas crecían solos; en que las mujeres eran golpeadas y abusadas diariamente sin que nadie interviniera. Sin embargo, hubo algunas valientes que —sin educación y tras haber trabajado desde niñas— no quisieron perpetuar la miseria y se levantaron para cambiar su mundo a todas las que vendrían después. Esta es la historia de sus voces; de sus inquietudes, que también son las nuestras, pues permanecen aún en el margen de cómo se piensa a la mujer dentro de la esfera social/laboral.
Vemos protagonistas mujeres en todas las producciones culturales: «estamos de moda», dice la industria; sin embargo, leyes como la del aborto, el patrimonio, o bien el castigo adecuado y ejemplar por abuso sexual o feminicidio, permanecen en la arena movediza de los distintos gobiernos o de las creencias del juez de cada caso.
Lamentablemente, estos periódicos no sobrevivieron mucho tiempo. Es posible que la dificultad material y el costo laboral/social que implicó para estas mujeres, hayan sido las causas de su cese de circulación. Sin embargo, este movimiento no murió con la desaparición de La Alborada o La Palanca, sino que tuvo un impacto significativo en los partidos de izquierda que, hasta entonces, habían mostrado poco interés en los temas ligados a lo femenino. Y, por lo mismo, la mirada vanguardista de quienes circularon por estas páginas dejó una huella duradera en la lucha por la igualdad de género en Chile.
A fines del siglo XIX y comienzos del XX, la sociedad chilena experimentó cambios profundos y complejos. El triunfo en la guerra del Pacífico permitió anexar lo que hoy va desde Arica hasta Antofagasta, región que nos dio acceso al salitre: un mineral muy necesario para la fabricación de abono, entre otras cosas. Gracias a su alta demanda y a las grandes cantidades que había en Chile, se generó una importante reactivación económica que fortaleció a la incipiente industria nacional de aquella época además de ser una significativa fuente de ingresos para el Estado de Chile. Este nuevo dinero hizo que las élite y el Estado invirtieran en obras públicas y nuevas construcciones que cambiaron la fisonomía de varias ciudades, modernizándolas e impulsando más polos de desarrollo. Esto convirtió a ciudades como Santiago o Valparaíso en lugares más atractivos para familias que, históricamente, habían habitado en sectores rurales , y —ante la promesa de mejores trabajos e ingresos— cientos de ellas emigraron hacia estos nuevos centros urbanos.
La llegada de centenares de migrantes internos fue masiva y, a la vez, tan rápida que el Estado no pudo prepararse para este importante desafío político, económico y social. Particularmente, no existió un plan de inversión para que las ciudades pudieran recibir de manera adecuada a esta nueva población. Esto provocó que, en vez de encontrar oportunidades atractivas y mejores empleos, los recién llegados se toparon con que no existían viviendas decentes para ellos, había escasez de agua potable, suciedad, hambre y tantas cosas más.
La repentina demanda de viviendas y alimentos superó la oferta que podían entregar las ciudades, y muchos empleadores se aprovecharon del exceso de mano de obra desamparada ante la falta de oportunidades. Esto trajo malas pagas y jornadas laborales interminables que podían durar hasta 16 horas diarias en los distintos trabajos. Además, entre 1902 y 1909 el precio de los alimentos se duplicó. Es decir, era imposible tener una vida relativamente digna y segura con los sueldos y los precios del comercio. Tengo que recordar que en esta época no existía, como hoy, una legislación laboral que protegiera a los trabajadores y regulara a los empleadores; por lo tanto, no había mecanismos formales para cambiar desigualdad laboral y social.
En ese sentido, el salitre y su bonanza trajo consigo dos realidades. La primera tuvo que ver con un esplendor para las clases burguesas que, con estos nuevos ingresos, se habían enriquecido, cambiando sus costumbres y modificando la ciudad para parecerse —según ellos— a las ciudades europeas. Fue así como construyeron palacios como el Subercaseaux o el Palacio Pereira, que imitaban una arquitectura más al estilo parisino, alejada de las casas coloniales con las que se diseñó la ciudad durante sus primeros años. Los palacios modificaron los espacios de sociabilidad; al igual que en las capitales europeas, las tertulias y bailes de salón se daban seguido, con esto a su vez, aumentó la importación de objetos como cuchillerías inglesas, muebles franceses, telas traídas de Asia, entre otras cosas. Los viajes a Europa se hicieron cada vez más frecuentes entre los más ricos, lo que evidenció el lujo con el que vivían «unos pocos» y la miseria del resto. Por lo mismo, el 1900 trajo consigo una desigualdad que no conocíamos. Mientras algunos bebían champán importado en sus palacios recién estrenados, al otro lado de la ciudad —como bien escribió Joaquín Edwards Bello— el olor a podredumbre, a suciedad acumulada por días, se iba mezclando con las tabernas a mal traer donde se vendía alcohol barato, mientras las mujeres cocinaban para alimentar a sus hijos con agua podrida y olores nauseabundos. Esos barrios, sin planificación, sin servicios proliferaron junto a pequeños comercios, vendedores ambulantes y bares rodeados por aguas servidas, pobreza y enfermedad.