Erhalten Sie Zugang zu diesem und mehr als 300000 Büchern ab EUR 5,99 monatlich.
La reformulación de los conceptos de patrimonio –que se ha ampliado notablemente– o de paisaje –que incluye la percepción de la población– despierta un notable interés, especialmente cuando estos se vinculan al desarrollo territorial. Desde el análisis patrimonial del territorio y con el acento en los paisajes culturales, destacamos los recursos con valor que conforman el patrimonio industrial minero a partir de elementos materiales (pozos, construcciones, maquinaria, etc.) e inmateriales (fiestas y tradiciones, eventos, memoria del trabajo, etc.). Muchos de ellos se localizan en cuencas mineras ya clausuradas, generalmente en territorios en crisis y poco poblados, y han sido puestos en valor a través de intervenciones que permiten su musealización. En concreto, analizamos los Geoparques Mundiales UNESCO, centrándonos en los recursos del patrimonio industrial minero y el patrimonio geológico que diversos geoparques de España han incorporado como factor esencial de su oferta, lo que ha reforzado sus atractivos didácticos, técnico-científicos y turísticos. Visibilizar sus paisajes culturales mineros no solo les permite singularizarse, sino que sirve para aprovechar su potencial geoturístico, principalmente desde el enfoque teórico de la resiliencia territorial y el desarrollo sostenible.
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 296
Veröffentlichungsjahr: 2024
Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:
Colección: Desarrollo Territorial, 28
Dirección: María Dolores Pitarch
Consejo de dirección: Josep Vicent Boira, Sacramento Pinazo, Joan Romero, Ana Sales
Consejo editorial:
Nacima Baron
École d’Urbanisme de Paris
Dolores Brandis
Universidad Complutense de Madrid
Gemma Cànoves
Universidad Autónoma de Barcelona
Inmaculada Caravaca
Universidad de Sevilla
Josefina Cruz Villalón
Universidad de Sevilla
Carmen Delgado
Universidad de Cantabria
Josefina Gómez Mendoza
Universidad Autónoma de Madrid
Francesco Indovina
Istituto Universitario di Architettura di Venezia
Oriol Nel·lo
Universidad Autónoma de Barcelona
Andrés Pedreño
Universidad de Alicante
Rafael Mata
Universidad Autónoma de Madrid
Carme Miralles
Universidad Autónoma de Barcelona
Ricardo Méndez
CSIC
Joaquim Oliveira
Director de Política Regional y Urbana de la OCDE
José Alberto Rio Fernandes
Universidade do Porto
Andrés Rodríguez-Posse
London School of Economics
Julia Salom
Universitat de València Estudi General
Joao Seixas
Universidade Nova de Lisboa
Esta publicación no puede ser reproducida, ni total ni parcialmente, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, de ninguna forma ni por ningún medio, sea fotomecánico, fotoquímico, electrónico, por fotocopia o por cualquier otro, sin el permiso de la editorial. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
© Del texto: María del Carmen Cañizares Ruiz, 2024
© De las fotografías: María del Carmen Cañizares Ruiz, excepto figura 2.24 (Félix Pillet, 2010)
© De la presente edición: Universitat de València, 2024
Publicacions de la Universitat de València
puv.uv.es
Coordinación editorial: Amparo Jesús-Maria Romero
Corrección y maquetación: Letras y Píxeles, S. L.
Diseño de la cubierta: Inmaculada Mesa
ISBN: 978-84-1118-393-2 (papel)
ISBN: 978-84-1118-394-9 (ePub)
ISBN: 978-84-1118-395-6 (PDF)
Edición digital
El territorio es depositario de todo un conjunto de recursos naturales y culturales que, además de ser la expresión de nuestra identidad, debería ser uno de los pilares que, junto con un profundo cambio cultural, permita avanzar, en un mundo en cambio, hacia otro modelo de desarrollo.
MIGUEL ÁNGEL TROITIÑO(geógrafo, 2019)
Siglas y acrónimos
Introducción
CAPÍTULO 1. Patrimonio, territorio y paisaje
1. Del patrimonio al patrimonio territorial
2. El redescubrimiento del paisaje
3. Los paisajes culturales
CAPÍTULO 2. El patrimonio industrial minero
1. Caracterización del patrimonio industrial
2. El patrimonio industrial minero
3. Iniciativas de valorización del patrimonio industrial minero en España
CAPÍTULO 3. Los geoparques Unesco
1. Iniciativas territorializadas Unesco
2. Los geoparques y las redes de geoparques
3. El Foro Español de Geoparques
CAPÍTULO 4. El patrimonio industrial minero en los geoparques españoles: sinergia de recursos
1. Patrimonio industrial minero y geoparques
2. Valorización del patrimonio industrial minero en los geoparques españoles
3. Los recursos del patrimonio cultural
CAPÍTULO 5. Geoturismo, resiliencia y sostenibilidad en torno al patrimonio industrial minero y los geoparques
1. Los paisajes culturales mineros
2. Geoturismo o turismo industrial minero
3. Resiliencia territorial y sostenibilidad en torno al patrimonio industrial minero
Conclusiones
Bibliografía y recursos web
Figura 1.1. Paisaje de montaña desde el mirador de Les Bedules en Parque Natural de Ponga (Asturias, España)
Figura 1.2. Paisaje urbano de la ciudad de Toledo (España)
Figura 1.3. Paisaje cultural de Portovenere, Cinque Terre y las islas (Italia)
Figura 1.4. Claves teóricas para el análisis geográfico de los paisajes culturales
Figura 1.5. Paisaje cultural transfronterizo de Pirineos-Monte Perdido (Francia / España)
Figura 1.7. Paisaje cultural del Valle Salado de Añana (Álava, España)
Figura 2.1. Museo del Hombre y de la Industria (Château de la Verrerie) en Le Creusot (Francia)
Figura 2.2. Gasómetros de Viena (Austria)
Figura 2.3. Complejo minero de Lewarde (Francia)
Figura 2.4. Museo Nacional de la Energía. La Fábrica de Luz en Ponferrada (León, España)
Figuras 2.5 y 2.6. Exterior e interior de la Fábrica Textil Aymerich, Amat y Jover en Tarrasa (Barcelona, España)
Figura 2.7. Alto Horno n.º 2 en Port de Sagunt (València, España)
Figura 2.8. Interpretación del patrimonio industrial y enfoque analítico
Figura 2.9. Museo de la Mina de Blanzy (Francia)
Figura 2.10. Entrada a la mina de sal de Wieliczka (Polonia)
Figura 2.11. Interior de la mina de sal de Wieliczka (Polonia).
Figura 2.12. Recorrido interior del Museo Minero de Escucha (Teruel, España)
Figura 2.13. Recorrido en tren minero por la cuenca de Riotinto (Huelva, España)
Figura 2.14. Parque de la Naturaleza de Cabárceno (Cantabria, España)
Figuras 2.15 y 2.16. Poblado de Bella Vista e interior de la Casa 21 en Riotinto (Huelva, España)
Figura 2.17. Corta Atalaya en el Parque Minero de Riotinto (Huelva, España)
Figura 2.18. Pozo San Juan en el Parque Tecnológico Minero MWINAS en Andorra (Teruel, España)
Figura 2.19. Galerías en el Parque Minero de Almadén (Ciudad Real, España)
Figuras 2.20 y 2.21. Puerta de Carlos IV y hornos de aludeles en el Parque Minero de Almadén (Ciudad Real, España)
Figura 2.22. Fachada del Real Hospital de Mineros de San Rafael en Almadén (Ciudad Real, España)
Figura 2.23. Estructuras mineras en el exterior de la Mina Agrupa Vicenta del Parque Minero de La Unión (Murcia, España)
Figura 2.24. Explotaciones mineras de Las Médulas (León, España)
Figura 3.1. Los pórticos de Bolonia (Italia)
Figura 3.2. Viñedos en la Reserva de la Biosfera Ribeira Sacra (Orense, España)
Figura 3.3. Río Vojskarskaidrija en el geoparque de Idria (Eslovenia)
Figura 3.4. Geoparque de Granada (España)
Figuras 3.5 y 3.6. Logos de la Red Global de Geoparques (GGN) y de la Red Europea de Geoparques
Figura 3.7. Localización de los geoparques españoles (2023).
Figura 3.8. Lajial en el Geoparque de El Hierro (España)
Figura 3.9. Barranco de la Hoz en el geoparque de Molina-Alto Tajo en Guadalajara (España)
Figuras 4.1 y 4.2. Entrada al Pozo Antonio y galería interior en el geoparque de Idria (Eslovenia)
Figura 4.3. Playa de Mónsul en el geoparque Cabo de Gata-Níjar (Almería, España)
Figuras 4.4 y 4.5. Flamencos en las salinas del cabo de Gata
Figuras 4.6 y 4.7. Casa de los Volcanes y lavaderos en el geoparque Cabo de Gata-Níjar (Almería, España)
Figura 4.8. Dehesas en el geoparque Sierra Norte de Sevilla (España)
Figura 4.9. Cerro del Hierro en el geoparque Sierra Norte de Sevilla (España)
Figura 4.10. Centro de interpretación en el geoparque Sierra Norte de Sevilla (España)
Figura 4.11. Sierras y valles en el geoparque Villuercas-Ibores-Jara (Cáceres, España)
Figura 4.12. Cartel de la Red de Senderos del geoparque Villuercas-Ibores-Jara (Cáceres, España).
Figura 4.13. Interior de la galería en la Mina La Constanaza de Logrosán (Cáceres, España)
Figura 4.14. Paisaje del Parque Natural de Sant Llorenç del Munt i l’Obac en el geoparque Cataluña Central (Barcelona, España)
Figuras 4.15 y 4.16. Montaña de sal y castillete de hierro en el geoparque Cataluña Central (Barcelona, España)
Figura 4.17. Paisaje kárstico en el geoparque de Las Loras (Burgos-Palencia, España)
Figura 4.18. Pozo de extracción del campo petrolífero de Ayoluengo en Sargentes de la Lora (Burgos, España)
Figuras 4.19 y 4.20. Exterior e interior del Museo del Petróleo en el geoparque de Las Loras (Burgos, España)
Figura 4.21. Salinas de Saelices de la Sal en el geoparque Molina-Alto Tajo (Guadalajara, España)
Figura 4.22. Salinas de Janubio en el geoparque de Lanzarote y archipiélago Chinijo (España)
Figura 4.23. Minas de Alquife (poblado minero al fondo) en el geoparque de Granada (España)
Figura 4.24. Icnitas en Las Cerradicas en el geoparque del Maestrazgo (Teruel, España)
Figuras 4.25 y 4.26. Paisaje volcánico desde el mirador de La Amatista y molino de viento en el geoparque Cabo de Gata-Níjar (Almería, España)
Figura 4.27. Monasterio de Guadalupe en el geoparque Villuercas-Ibores-Jara (Cáceres, España)
Figuras 4.28 y 4.29. Núcleo de Mura y Tina de piedra seca en el geoparque Cataluña Central (Barcelona, España)
Figura 4.30. Castillo y núcleo de Molina de Aragón en el geoparque Molina-Alto Tajo (Guadalajara, España)
Figura 4.31. Mirador sobre el Monumento Natural de Las Playas en el geoparque de El Hierro (Santa Cruz de Tenerife, España)
Figura 4.32. Viñedos de La Geria en el geoparque de Lanzarote y archipiélago Chinijo (Las Palmas de Gran Canaria, España)
Figura 4.33. Interior del centro de interpretación y cueva museo Cuevas de Guadix en el geoparque de Granada (España)
Figura 5.1. Antiguas explotaciones de hulla a cielo abierto en Puertollano (Ciudad Real, España)
Figura 5.2. Geoturismo en el geoparque de Lanzarote y el archipiélago Chinijo (Las Palmas de Gran Canaria, España)
Figura 5.3. Entrada a la mina de sal de Cardona en el geoparque de la Cataluña Central (Barcelona, España)
Figura 5.4. Geoturismo en la mina de sal de Cardona (Barcelona, España)
Figura 5.5. Cartel del geoparque de Granada en el municipio de Benalúa (España)
Figura 5.6. Colectivo estudiantil en el centro de visitantes El Rebollar en el geoparque de Sierra Norte en Sevilla (España)
Tabla 2.1. Principales parques, museos y centros de interpretación relacionados con la minería en España
Tabla 3.1. Criterios de selección para la inclusión en la Lista del Patrimonio Mundial Unesco
Tabla 3.2. Geoparques declarados en España (2023)
Tabla 4.1. Geoparques en España e iniciativas de valorización del patrimonio industrial minero (2023)
Tabla 5.1. Paisajes mineros destacados en España
AGE
Asociación de Geógrafos Españoles / Asociación Española de Geografía
AMCTAIC
Asociación Catalana de Arqueología Industrial
APGN
Red de Geoparques Asia-Pacífico
AUGGN
Red Africana de Geoparques
AVPIOP
Asociación Vasca de Patrimonio Industrial y Obra Pública
CEP
Convenio Europeo del Paisaje
EGN
European Geoparks Network
GEOLAC
Red de Geoparques de América Latina y el Caribe
GGN
Global Geoparks Network
ICOMOS
International Council on Monuments and Sites
IGME
Instituto Geológico y Minero de España
INCUNA
Asociación de Arqueología Industrial. Industria, Cultura y Naturaleza
IPCE
Instituto del Patrimonio Cultural de España
IPHA
Instituto del Patrimonio Histórico Andaluz
LEADER
Liaison Entre Actions de Développement de l’Économie Rurale
MAB
Man and the Biosphere
mNACTEC
Museo Nacional de la Ciencia y de la Técnica de Cataluña
MUMI
Museo de la Minería y de la Industria de Asturias
MUSI
Museo de la Siderurgia de Asturias
TICCIH
The International Committee for the Conservation of the Industrial Heritage
Unesco
United Nations Educational, Scientific and Cultural Organization
En las últimas décadas, la atención hacia las distintas tipologías de patrimonio ha ido creciendo de forma evidente, sobre todo, en relación con los procesos de desarrollo territorial y el progresivo protagonismo que ha adquirido el territorio. Abordamos aquí una tipología específica, la derivada de las actividades mineras y los paisajes que integran, en relación con una de las iniciativas de patrimonialización territorial más importantes a escala mundial, los geoparques de la Red Mundial o Global coordinada por la Unesco.
La investigación se enmarca en el análisis patrimonial del territorio y la configuración de paisajes culturales, en este caso mineros, cuestión poco estudiada en relación con los geoparques, a los que se les presupone una orientación exclusivamente geológica. Nada más lejos de la realidad, como podremos comprobar a continuación.
La oportunidad para tratar dos temáticas aparentemente dispares es propicia, por cuanto esperamos contribuir al debate del patrimonio desde la óptica geográfica, en primer lugar, y porque, en segundo lugar, consideramos importante llamar la atención sobre la valoración del patrimonio natural y cultural de manera conjunta en el contexto de los geoparques. Su actualidad va unida a su interés social, económico y medioambiental, por cuanto se relaciona directamente con el Pilar 2 del programa «Horizonte Europa (Desafíos mundiales y competitividad industrial)» en relación con el clúster «Cultura, creatividad y sociedad inclusiva».
Se enmarca en el debate sobre el uso, la ordenación y la gestión prudente del territorio que, siguiendo a M. A. Troitiño (2019: 1845), es «nuestro principal patrimonio», depositario de recursos y de valores ecológicos y culturales, activo económico y pilar fundamental para otro modelo de desarrollo, construyendo las «geografías del futuro» (2021: 37). La Estrategia Territorial Europea (UE, 1999) alertaba, a finales del siglo pasado, de la necesidad de evitar la destrucción de los recursos patrimoniales y buscar una gestión creativa de los paisajes culturales y del propio patrimonio cultural. En este contexto, la infravaloración y el desconocimiento de los recursos de patrimonio industrial minero en algunas áreas, así como la necesidad de dar a conocer sus potencialidades, han sido algunas de las más poderosas razones para abordar esta temática.
El planteamiento inicial parte de una reflexión teórica sobre los conceptos de patrimonio, territorio y paisaje, así como la relación entre ellos, hoy fundamental para abordar las estrategias de desarrollo territorial. Seguidamente, se procede a una caracterización del patrimonio industrial, y de manera concreta del patrimonio industrial minero en particular, en relación con la búsqueda de alternativas que faciliten la diversificación socioeconómica de áreas desfavorecidas donde el grado de ruralización aún es evidente. Esto es lo que sucede, por ejemplo, en algunas áreas de la España interior, con graves problemas demográficos, ciudades pequeñas y territorios desarticulados, territorios que, «herederos de una trayectoria», presentan asentamientos en los que se ha agotado su modelo de crecimiento, especialmente zonas desindustrializadas, y deben «enfrentarse ahora a la búsqueda de nuevos caminos para su desarrollo en un entorno cambiante y caracterizado por numerosas incertidumbres» (Méndez, 2016: 73).
Por su parte, la presentación de los geoparques declarados por la Unesco se inicia con una visión general hacia la red mundial, para descender, posteriormente, a la red europea y, finalmente, a la española, coordinada por el Foro Español de Geoparques. A continuación, en la relación patrimonio industrial minero y geoparques, se analizan los principales geoparques españoles en los que se incluyen iniciativas de valorización del patrimonio industrial minero, y cómo esto contribuye a potenciar la oferta de cada uno de ellos, singularizándola en algunos casos. En este contexto, diversos geoparques, principalmente europeos y españoles, han incorporado el patrimonio industrial minero como factor esencial de su oferta, y ello ha servido para reforzar sus atractivos didácticos, técnico-científicos y turísticos. Ejemplos como el geoparque Cabo de Gata-Níjar, en Almería, o el de Villuercas-Ibores-Jara, en la provincia de Cáceres, son muy válidos para entender este proceso. Finalmente, en la última parte nos ha interesado abordar las potencialidades del patrimonio industrial minero en relación con el geoturismo, principalmente desde el enfoque teórico de la resiliencia territorial y el desarrollo sostenible.
Las fuentes utilizadas han sido diversas. Sobresale la consulta de la literatura científica más actual en relación con las temáticas tratadas, principalmente vinculadas con el patrimonio industrial minero, los paisajes culturales y los geoparques, así como los principales documentos de referencia en el ámbito teórico (cartas, declaraciones, convenios, etc.). Destaca, también, la información aportada por las instituciones, en relación con aspectos patrimoniales y paisajísticos (IPCE, por ejemplo) y, muy especialmente, con los geoparques (Unesco, Global Geoparks, European Geoparks, Foro Español de Geoparques), así como la información individualizada de algunos de ellos. Y, finalmente, ha sido muy importante el trabajo de reconocimiento territorial en relación con el patrimonio industrial minero realizado a lo largo de más de dos décadas de investigación a diversas escalas, principalmente en el ámbito local y nacional.
La finalidad principal de esta obra es vincular la riqueza patrimonial minera, materializada en elementos tangibles (edificaciones, castilletes, etc.) e intangibles (fiestas, cultura minera, etc.), que frecuentemente componen paisajes culturales mineros, con la riqueza geológica de la que forma parte, en el marco de la metodología Unesco aplicada a los geoparques. Junto a ello, relacionar esta riqueza patrimonial con la que ofrece el propio patrimonio cultural que caracteriza cada uno de los geoparques para obtener una sinergia de recursos que, con toda seguridad, permite aumentar los atractivos ofertados para el visitante, sea este de cualquier tipo (público en general, especialistas, etc.).
El concepto de patrimonio, como el de territorio, e incluso el de paisaje, se ha sometido a continuas reformulaciones en el ámbito tanto teórico como metodológico, siendo hoy abordado desde su más absoluto carácter multidisciplinar. Si bien, hasta hace unas décadas, el patrimonio identificaba el objeto con «valor» patrimonial o de legado, es decir, el «monumento histórico-artístico», este progresivamente ha sido sustituido por el de «bien cultural», a la vez que se ha dado paso a elementos integrantes de la cultura inmaterial como las tradiciones o los modos de vida (Cañizares, 2009; 2020). Asistimos, entonces, a su ampliación conceptual en el cambio de siglo y ejemplo de ello es la afirmación de que «los paisajes, los sitios históricos, los emplazamientos y entornos construidos, así como la biodiversidad, los grupos de objetos diversos, las tradiciones pasadas y presentes, y los conocimientos y experiencias vitales» deben ser valorados como patrimonio, según el International Council on Monuments and Sites (ICOMOS, 1999: 1). Aspectos como el «giro cultural» (cultural turn), que ha concedido protagonismo no solo a la cultura sino a su aprovechamiento socioeconómico a través de las industrias culturales, y el avance del capitalismo global, en el que uno de los elementos clave de la mundialización es el potencial ofrecido por los recursos culturales y patrimoniales (Conti, 2019, citado por Benito y Pisabarro, 2022: 15), ayudan a entender esta evolución.
Desde la Carta de Venecia1 (1964), centrada en la noción de monumento histórico, el concepto de patrimonio se ha ido adaptando a los tiempos. Con un origen eminentemente institucional y una plasmación normativa2 no exenta de confusión (Silva, 2016: 59), se ha sometido a diversos procesos de ampliación teórica y metodológica, fruto de los cambios sociales y económicos sucedidos en el siglo pasado. Su renovación conceptual permite, además, incluir entornos tanto naturales como culturales, aportando un enfoque más integral en el que confluyen razones de carácter ético, científico, social y pedagógico (Ortega Valcárcel, 1998: 33 y ss.), además de incorporar la contemplación del territorio en su extensión y sus paisajes como patrimonio.
Tradicionalmente dividido en natural y cultural, en el ámbito internacional, la Unesco considera desde 1972 que el patrimonio natural con «valor universal excepcional» está integrado por los monumentos naturales constituidos por formaciones físicas y biológicas o por grupos de esas formaciones; las formaciones geológicas y fisiográficas y las zonas estrictamente delimitadas que constituyan el hábitat de especies animales y vegetales amenazadas, y los lugares naturales o las zonas naturales estrictamente delimitadas. Por su parte, el patrimonio cultural abarca los monumentos: obras arquitectónicas, de escultura o de pintura monumentales, elementos o estructuras de carácter arqueológico, inscripciones, cavernas y grupos de elementos; los conjuntos: grupos de construcciones, aisladas o reunidas, cuya arquitectura, unidad e integración en el paisaje les dé un valor universal excepcional, y los lugares: obras del hombre u obras conjuntas del hombre y la naturaleza así como las zonas incluidas en lugares arqueológicos (Unesco, 1972). En la evolución de ambos, asociada al monumento de diversa tipología, el patrimonio natural ha pasado de ser valorado por especies concretas de vegetación o fauna al reconocimiento global de los espacios, principalmente los protegidos, mientras que el patrimonio cultural ha evolucionado añadiendo el componente temporal, la naturaleza de los bienes actuales y una gran variedad tipológica, hasta llegar a la consideración del propio territorio como un bien cultural.
En los dos casos, los avances legislativos en España han sido fundamentales para entender la situación actual en la que ambos se acercan. En este sentido, la Ley 33/2015, de 21 de septiembre, por la que se modifica la Ley 42/2007, de 13 de diciembre, del Patrimonio Natural y de la Biodiversidad define el patrimonio natural como el conjunto de bienes y recursos de la naturaleza fuente de diversidad biológica y geológica, que tienen un valor relevante medioambiental, paisajístico, científico o cultural, resaltando que, junto con la biodiversidad, desempeñan una función social relevante por su estrecha vinculación con el desarrollo, la salud y el bienestar de las personas y por su aportación al desarrollo social y económico; por su parte, la Ley 16/1985, de Patrimonio Histórico Español, afirma que este (no exactamente el patrimonio cultural) lo integran los inmuebles y objetos muebles de interés artístico, histórico, paleontológico, arqueológico, etnográfico, científico o técnico; también forman parte de este el patrimonio documental y bibliográfico, los yacimientos y zonas arqueológicas, así como los sitios naturales, jardines y parques que tengan valor artístico, histórico o antropológico.
En su evolución conceptual, Rocío Silva y Víctor Fernández Salinas (2017b: 60 y ss.) analizan la relación entre patrimonio y espacio, diferenciando tres etapas que no son lineales y en parte siguen vigentes en un debate continuo. La primera hace referencia al «patrimonio clásico» cuando este se legitima en sí mismo desvinculado del territorio, desde su origen con la creación del Estado moderno hasta el siglo XIX, al atender a piezas aisladas, bien de tipo natural (espacios poco intervenidos), bien culturales (monumentos y yacimientos arqueológicos), donde cobran protagonismo los centros históricos, ya en el siglo XX. La segunda se centra en «el patrimonio en el territorio» cuando se pasa a tener como referencia este último y el valor patrimonial se traslada del objeto (bien patrimonial) al sujeto que lo crea (agente de patrimonialización), proceso en el que los ejemplos más antiguos provienen de la protección de la naturaleza (parques), concretándose en el acercamiento entre el patrimonio natural y cultural (ecomuseos, parques culturales, itinerarios culturales). Y la tercera y última, actualmente vigente, hace referencia al «territorio como patrimonio» en relación con un nuevo paradigma en el que el territorio patrimonial se convierte en un bien cultural complejo donde la faceta territorial implica su descomposición en capas espaciales (estructuras naturales, usos de suelo, poblamiento…) y temporales (momentos históricos) y cuyo valor recae en los atributos materiales e inmateriales (vectores de patrimonialización) en torno a los que se opera la identificación social o institucional.
La asimilación de estos cambios ha sido tardía en la disciplina geográfica, muy por detrás de lo sucedido en la historia o la historia del arte. Será con la incorporación de la visión cultural en geografía, recuperada de Ratzel y Sauer a través del enfoque ofrecido por la nueva geografía cultural, cuando se aborda el replanteamiento de que no solo hay que tener en cuenta las expresiones materiales de la cultura en un área dada, sino también algunos de los rasgos del paisaje para sus habitantes (Fernández Christieb, 2006: 228), momento en el que se comienza a prestar una mayor atención al patrimonio en relación con las singularidades de cada territorio. Inicialmente, se vinculaba con la formulación del patrimonio en el modelo socioeconómico fordista, es decir, atendiendo a su reconocimiento, a las posibles tutelas y su utilización, principalmente recreativa y turística (Fernández Salinas, 2005: 5; Feria, 2010: 130). Con el tiempo, se ha convertido en uno de los campos de estudio que más interés despierta desde la aproximación territorial.
Hoy el concepto de patrimonio se presenta «sin límites y en continua readaptación» (Silva y Fernández Salinas, 2017a: 57 y ss.), en el que la necesidad de protección de todas las formas de patrimonio cobra relevancia. En Europa y en lo referido al patrimonio cultural, esta necesidad ha sido demandada por el Convenio Marco sobre el valor del Patrimonio Cultural para la Sociedad del Consejo de Europa, firmado en la ciudad portuguesa de Faro (2005), que avanza hacia una democratización del nuevo patrimonio a través de la participación pública (Mata, 2016: 546). Todo ello se encuentra en conexión con el citado nuevo paradigma que afronta hoy el patrimonio (Silva y Fernández Salinas, 2017a, 2017b) en el contexto académico y de la mano de disciplinas como la antropología, según el cual se produce un desplazamiento de la atención prestada a los bienes hacia la que muestran las personas que los crean, los entienden, los disfrutan y también los «recrean», más aún cuando «se puede llamar patrimonio a todo lo que sea activado como tal» (Prats, 2012: 83).
En este escenario pierden protagonismo los elementos materiales e inmateriales que lo conforman, para destacar el valor que se les atribuye, bien por las instituciones, bien por la población local, en un proceso de patrimonialización dual. Desde esa concepción, los bienes naturales son culturales dada la existencia de una voluntad de protegerlos (acción cultural), pues, en un proceso de continua transformación, prima la identificación de valores en determinados bienes para la sociedad que en ellos se reflejan y se reconocen (Silva, Fernández Salinas y Mata, 2018: 19). Por su parte, la Recomendación sobre paisajes urbanos históricos aprobada por la Unesco (2011) devuelve la atención a las ciudades con un patrimonio relevante, atendiendo al contexto urbano general y a su entorno geográfico, incluyendo aspectos naturales y culturales.
En el entendimiento del territorio como patrimonio aparece un nuevo concepto, el de patrimonio territorial, que ya fue definido por José Ortega Valcárcel (1998: 33) haciendo referencia al conjunto de recursos culturales y naturales heredados en un espacio geográfico dado, que tiene un elevado grado de aceptación y reconocimiento social, cualificando con ello no solo el objeto edificado sino la «construcción del espacio». Es decir, un entendimiento del territorio como patrimonio, considerando este último como «una unidad en su conjunto» (Calderón y García Cuesta, 2016: 72). La imagen siguiente nos puede servir de ejemplo para «leer», sobre un medio natural imponente, los Picos de Europa, las huellas humanas en la transformación del territorio para sobrevivir, principalmente a partir del aprovechamiento de los pastos y de la ganadería (figura 1.1), un legado patrimonial de gran valor.
Al identificar la agrupación de recursos naturales y culturales que lo componen, este concepto se acerca también a la noción de desarrollo territorial sostenible, que no debe limitarse, lógicamente, a los procesos socioeconómicos (Feria, 2010: 130). En las últimas décadas se ha relacionado, principalmente, con aspectos como el turismo (Troitiño, 2012; Pillet, 2012; Albarrán, 2016) y, sobre todo, con el desarrollo y la gestión cultural (Feria, 2016; Calderón y García Cuesta, 2016; Manero, 2017). Sin duda, «la atención otorgada a los diversos componentes que lo integran, de su riqueza intrínseca, de la importancia de las innovaciones metodológicas aplicadas a su estudio e interpretación y de la resonancia de los debates, intereses, contradicciones y conflictos que en torno a él se concitan» (Manero, 2017: 29), lo convierten en un concepto de gran utilidad, aunque difícil de abordar. Precisamente, en este sentido ya se había pronunciado Horacio Capel (1998: 5) al analizar el acercamiento al patrimonio en su vertiente territorial y destacar el esfuerzo por practicar una geografía global, física y humana, muy relacionada con la demanda social de «visiones integradoras», es decir, que «integre lo ambiental con lo humano» (Hiernaux, 2010: 57), ya que «en lo que respecta a territorio, espacio y relaciones sociedad-naturaleza, la Geografía tuvo y tiene aún mucho que decir» (Urquijo y Bocco, 2016: 11), en cualquier contexto territorial.
Fig. 1.1. Paisaje de montaña desde el mirador de Les Bedules en Parque Natural de Ponga (Asturias, España) (2022).
En España, el «maltrato» al territorio ha sido denunciado con el Manifiesto por una nueva cultura del territorio (2006) y por sus sucesivas adendas (2009 y 2018). Promovidos por la Asociación de Geógrafos Españoles (AGE), hoy Asociación Española de Geografía, y por el Colegio de Geógrafos, plantean la necesidad de una nueva cultura territorial. El primero se redacta en un contexto de urbanización masiva, dificultades de acceso a la vivienda, aumento de la movilidad, burbuja inmobiliaria e incapacidad de la ordenación del territorio para su adecuada gestión, y propone la valoración del territorio como «un bien no renovable, esencial y limitado», además de «recurso», a la vez que como «cultura, historia, memoria colectiva, referente identitario, bien público, espacio de solidaridad y legado» (AGE y Colegio de Geógrafos, 2006: 2), en relación con los valores de sostenibilidad ambiental, eficiencia económica y equidad social. Responde a una visión renovada que también reconoce la obligación de preservar estos valores, «ecológicos, culturales y patrimoniales, que no pueden reducirse al precio del suelo», para las generaciones presentes y futuras, su complejidad y fragilidad, su capacidad como activo económico de primer orden (siempre desde una gestión correcta), junto con el hecho de que la importancia de que este nuevo enfoque se traslade a la planificación a diferentes escalas (estatal, regional, supramunicipal, local) y a los encargados de tomar las decisiones.
Pocos años después, una vez que España hubo ratificado el Convenio Europeo del Paisaje y en plena crisis financiera global, la Asociación de Geógrafos Españoles y el Colegio de Geógrafos lanzan, en 2009, su continuación con un documento titulado Territorio, Urbanismo y Crisis enmarcado en una situación económica de recesión donde el buen gobierno del territorio resultaba aún más urgente. Apela, de nuevo, a los poderes públicos y a la necesidad de abordar un «cambio en el modelo productivo» y, sobre todo, a aprovechar la crisis como una oportunidad de mejora en barrios y periferias urbanas, en las nuevas áreas de desarrollo urbano, en las zonas rurales y forestales, en la cualificación de las infraestructuras públicas y en las actuaciones en espacios protegidos por su valor patrimonial, natural y cultural en relación con el carácter y la identidad de cada lugar. Reafirma el enfoque patrimonial del territorio estableciendo que este «no puede ser considerado únicamente como recurso explotable o un mero soporte, sino como el marco de vida construido entre todos, mejorando el que recibimos de las generaciones que lo legaron para transmitirlo a las futuras» (AGE y Colegio de Geógrafos, 2009: 2).
En 2018 se ha publicado la última adenda al manifiesto, bajo el título En defensa del territorio ante los nuevos retos del cambio global, donde se retoman los valores y principios de los anteriores documentos, a la vez que se exponen los nuevos retos asociados con la gestión del territorio derivados de las grandes transformaciones vinculadas al proceso de cambio global. Se aborda la contribución de la geografía española al análisis de las transformaciones sociales y territoriales ocurridas en los últimos años (boom inmobiliario, recesión económica, rescate del sector bancario, etc.), así como la persistencia en las carencias relacionadas con la ordenación territorial y sus políticas en España (a pesar de algunos avances), incapaces de evitar los procesos constantes de degradación. En un contexto, pues, de absoluta necesidad de conocimiento, ordenación y gestión del territorio, este se presenta como «elemento básico de la estructura ambiental de los países, el escenario de desarrollo de las sociedades, el ámbito de redistribución de la riqueza y el bienestar, así como la plasmación visible de los principios que deben regir las sociedades democráticas» (AGE y Colegio de Geógrafos, 2009: 3). Se hace imprescindible un nuevo «impulso para la ordenación racional del territorio» que debe concretarse en políticas aplicadas en todas las escalas: municipal, metropolitana, regional, estatal y europea, incluyendo la adaptación del espacio geográfico a los efectos del proceso de cambio climático, uno de los retos principales junto con el derecho a la vivienda, la despoblación (para la que se exigen estrategias de desarrollo y medidas específicas en áreas rurales) y la evaluación de la sostenibilidad ambiental y territorial. Se apuesta, además, por las políticas del paisaje y de infraestructura verde del territorio y por la inteligencia territorial en relación con la gestión sostenible para el mantenimiento de los valores ambientales y de la calidad de vida. Especialmente destacable es «la activación del patrimonio territorial» en los nuevos territorios del cambio global junto con la equidad, la justicia ambiental, la igualdad de género y la transparencia en procesos administrativos vinculados con la planificación y la gestión.
En conclusión, como ya hemos afirmado (Cañizares, 2020: 195), la consolidación de la «cultura del territorio» se convierte hoy en una «necesidad, alimentada por la calidad de los diagnósticos, el fomento de la educación y la aplicación de los criterios asociados a una visión prospectiva que haga posible la continuidad de los valores patrimoniales, neutralizando las contradicciones y los riesgos» (Manero, 2017: 52).
A la vez que el concepto de patrimonio se reformulaba, el propio territorio ha ido cobrando protagonismo (Cañizares, 2023: 87 y ss.), no solo porque se ha convertido en «referente básico del patrimonio durante los últimos decenios, tanto en lo que respecta a su identificación y reconocimiento, como a su tutela» (Silva y Fernández Salinas, 2020a: 170), sino porque, desde un enfoque multidisciplinar, es considerado ahora un recurso, un «bien no renovable» cuyo «valor no puede reducirse al precio del suelo» (AGE y Colegio de Geógrafos, 2006), que como contenedor de bienes patrimoniales presenta, además, capacidad de actuar como elemento estratégico, más aún en áreas desfavorecidas donde, con una gestión adecuada, puede convertirse en un «activo económico de primer orden». Su gestión inteligente es fundamental no solo para protegerlo, conservarlo o rentabilizarlo bajo criterios de sostenibilidad, sino para legarlo a la generación futura en la mejor disposición.
El paisaje había sido un concepto siempre «discutido y discutible» que «no deja de ser móvil y fugaz», siguiendo a George Bertrand (2010: 6 y ss.), actualmente «una noción a la vez tradicional y transgresora» (Silva, 2016: 57), respecto a la que, al menos en Europa, hay un antes y un después de la aprobación del Convenio Europeo del Paisaje (CEP) por el Consejo de Europa en Florencia en 2000, que España ratifica en noviembre de 2007 y entra en vigor el 1 de marzo de 2008 (Cañizares, 2020: 195 y ss.).
Una larga tradición lo vincula, inicialmente, con Alexander von Humboldt, y la atención a la naturaleza y al paisaje iniciada a finales de siglo XVIII, «pero sobre todo desde el último cuarto del siglo XIX, con la aplicación explícita del concepto de paisaje a la morfología del territorio» (Martínez de Pisón, 2012: 373). A ello se irían sumando las aportaciones de diferentes escuelas que fueron aportando su particular punto de vista, haciendo de él un elemento explicativo clave en las relaciones entre sociedad y medio, como la escuela rusa (Vassili V. Dukuchaiev…), la alemana (Siegfried Passarge, Otto Schlütter, Carl Troll…), la francesa (Jean Brunhes, Paul Vidal de la Blache…) y la norteamericana (Carl Sauer), principalmente.
En España, inicialmente, sobresalen las contribuciones de naturalistas, preferentemente geólogos, como José Macpherson, Salvador Calderón y Francisco Quiroga en la segunda mitad del siglo XIX, junto con Lucas Fernández Navarro, Eduardo Hernández Pacheco, Juan Dantín Cereceda o Juan Carandell, ya en el siglo XX, fundamentales en el entendimiento del paisaje natural. Más adelante, Manuel de Terán contribuiría a «la transición […] entre una concepción eminentemente naturalista de la Geografía a otra de corte decididamente humanista» (Ortega Cantero, 2016: 612). Objeto de estudio, sobre todo, para los geógrafos físicos, suscitó gran interés, algo después, la concepción del paisaje como geosistema (Muñoz, 1998, 2004), siguiendo las aportaciones de George Bertrand. Por su parte, en el ámbito de la geografía humana, los presupuestos fenomenológicos de la geografía humanística se centraron en las aportaciones de Carl Sauer (1925) y sus paisajes culturales, hoy reformuladas por autores como Yi Fu Tuam y Edward Soja, y en las aproximaciones culturalistas en las que aparece el «lugar» en relación con la idea humanística del paisaje.
Llegado el cambio de siglo, la situación posterior al Convenio tiene mucho que ver con el redescubrimiento del paisaje al que asistimos en las últimas décadas, en relación con su «revalorización social, su consideración como recurso económico –nuevo– y la ordenación y gestión de las transformaciones que se producen en el territorio» (Hernández, 2009: 169). El Convenio Europeo del Paisaje, un documento de cierto alcance político, se redacta bajo la preocupación de lograr un desarrollo sostenible, reconociendo que el paisaje «desempeña un papel importante de interés general en los campos cultural, ecológico, medioambiental y social», constituye «un recurso favorable para la actividad económica» y cuya «protección, gestión y ordenación puede contribuir a la creación de empleo» (Consejo de Europa, 2000). Afirma que «cualquier parte del territorio tal como la percibe la población, cuyo carácter sea el resultado de la acción y la interacción de factores naturales y/o humanos» conforma un paisaje (Consejo de Europa, 2000), dejando patente su interrelación con los aspectos culturales. Como han reconocido diversos autores (Mata, 2016: 553; Silva, Fernández Salinas y Mata, 2018: 18), esta definición, que consideramos «oficial», es innovadora por cuanto permite hablar de los paisajes en plural, tanto de los «excepcionales» como de los «cotidianos o degradados»; pone el énfasis en las percepciones, convirtiéndolo en un concepto intermedio entre el sujeto y su realidad exterior; y finalmente, si todo el territorio tiene interés como paisaje, orienta las intervenciones por acciones de «protección», «gestión» y «ordenación paisajística» cuestiones estas últimas de gran relevancia (Gómez Mendoza, 2008; Mata y Tarroja, 2006; Busquets y Cortina, 2009).