Pasión con un extraño - Helen Bianchin - E-Book

Pasión con un extraño E-Book

Helen Bianchin

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Beschreibung

Quería volver a sentir lo que ya había saboreado una vez... La virginal Mia Fredrickson no sabía qué le había pasado para acabar acostándose con un completo desconocido. Pero la química sexual que había entre ellos era tan fuerte, que Mia perdió la razón... ¡y se quedó embarazada! Su guapísimo amante resultó ser el magnate griego Stavros Karedes. Al descubrir el secreto de Mia, insistió en casarse con ella. Pero Mia rechazó la oferta. Lo que Mia no sospechaba era que Stavros se había tomado su negativa como una especie de reto...

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Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2004 Helen Bianchin. Todos los derechos reservados.

PASIÓN CON UN EXTRAÑO, Nº 1583 - junio 2012

Título original: His Pregnancy Ultimatum

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2005

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-0202-5

Editor responsable: Luis Pugni

Conversion ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Capítulo 1

Mia!

Una mujer delgada y casi idéntica a Mia avanzó hacia ella en cuanto salió de la terminal del aeropuerto de Sidney, y un instante después la abrazaba con entusiasmo.

–¡Hey! –protestó Mia con una sonrisa–. Sólo hace cinco meses que no nos vemos.

Las dos hermanas eran amigas incondicionales desde muy pequeñas y la muerte de sus padres diez años atrás había reforzado su unión. No existía ni nunca había existido rivalidad entre ellas, y ambas estaban seguras de que nunca la habría.

Ambas de poca estatura, pelo castaño claro y ojos marrones oscuros, su parecido era tal, que a veces las tomaban por gemelas.

Sin embargo Alice era la mayor de las dos, estaba divorciada y tenía un hijo.

Mia tomó a su hermana por el brazo.

–Salgamos de aquí.

Tras recoger el equipaje se sumaron al intenso tráfico de la ciudad en el coche de Alice.

Era magnífico estar de vuelta en el hogar, pensó Mia, aunque lo cierto era que ella no tenía un hogar como tal. Durante los años anteriores había vivido en el campus de la universidad, donde estudiaba farmacia..

Movió los hombros para liberarlos de la tensión acumulada después de demasiadas noches sin dormir, transcurridas preparando los exámenes de fin de curso. También influía en su cansancio la falta de cafeína y algo más que no tenía nada que ver ni con los estudios ni con la falta de café.

–¿No vas a contarme nada? –dijo Alice mientras conducía.

¿Por dónde empezar?, se preguntó Mia. Aún iban a tardar un rato en llegar al norte de Manly y tal vez sería mejor que le diera la noticia a su hermana cuando estuvieran tranquilamente sentadas tomando un té.

–Los exámenes han ido bien –dijo con cautela.

–¿Y?

–Me alegra estar de vuelta.

Alice la miró de reojo a la vez que detenía el coche ante un semáforo.

–Estás pálida y pareces cansada.

Mia sonrió débilmente.

–Gracias. Es justo lo que necesitaba oír.

–Nada que no pueda reparar una comida casera y una larga noche de sueño –dijo Alice en tono brioso acompañado de una sonrisa.

Alice era una madraza que se enorgullecía de su comida casera, sus galletas y su pan. Además cosía, tejía, iba a clases de cerámica, esculpía y pintaba. Pertenecía al comité escolar del colegio de su hijo, era presidenta de la asociación de padres y era una magnífica organizadora.

Ayudar a los demás se había convertido en la misión de su vida. Probablemente le compensaba por sus cinco años de matrimonio, durante los cuales su marido se dedicó a hacerle creer que no servía para nada.

Mia contempló el familiar paisaje de la ciudad a través de la ventanilla del coche. Los edificios antiguos con sus ladrillos rojos se mezclaban con los modernos materiales de los más nuevos, y los típicos olores de la ciudad parecían realzados a causa del calor veraniego reinante.

Miró a su hermana.

–¿Cómo está mi sobrino favorito?

–Matt está muy bien. Le va muy bien en el colegio y juega al fútbol y al tenis –dijo Alice con entusiasmo–. Además estudia piano y guitarra y ha empezado a tomar clases de artes marciales.

Alice creía a pies juntillas en la teoría de la mente ocupada y el cuerpo activo. Afortunadamente, su hijo era tan entusiasta como ella al respecto.

–Estoy deseando verlo y pasar un buen rato con él.

–Te advierto que tiene planes.

–Oh, oh. No me digas que también hace puenting y cosas parecidas.

Alice suspiró y movió la cabeza.

–Eso ni en broma.

El tráfico era más intenso en el puente del puerto y sólo empezó a despejarse cuando se acercaban a las zonas residenciales del norte, donde Mia había nacido y se había criado, donde había sobresalido y había sobrevivido, donde había amado y había sido traicionada, sólo para resurgir como una joven fuerte y determinada, totalmente centrada en alcanzar su meta.

Excepto por un pequeño detalle que había tenido el poder de cambiar su vida para siempre.

La casa de Alice estaba situada en una calle con muchos árboles en las aceras. Por fuera era similar a las otras casas de la calle, pero el ambiente interior era realmente cálido y acogedor.

–¿Te apetece un té o un café, o prefieres algo frío? –preguntó Alice mientras entraban en la casa.

–Un té estaría bien.

Mia fue a dejar su equipaje en la habitación de invitados que solía ocupar durante sus vacaciones en la universidad. Tras refrescarse un poco, fue a reunirse con su hermana en la cocina.

–Falta una hora para que tenga que ir a por Matt al colegio –dijo Alice, que había preparado el té y había dejado un plato con galletas caseras en la mesa–. Así que... ya puedes empezar.

Mia sabía que podía andarse por las ramas para retrasar lo inevitable, pero decidió que no tenía sentido hacerlo.

–Estoy embarazada –dijo, y esperó con ansiedad la reacción de Alice, pues ésta conocía muy bien su punto de vista negativo respecto a la práctica del sexo antes del matrimonio.

Habían reído a menudo juntas hablando del tema, de los pros y los contras, de si merecía la pena preservarse para el hombre adecuado o no.

«¿Y si el sexo resulta ser... peor de lo que esperabas? ¿Cómo podrás saberlo si no tienes nada con que compararlo?», solía bromear Alice.

A la ansiedad de Mia se sumó un intenso sentimiento de vulnerabilidad. Todo lo que había creído hasta entonces había quedado abiertamente expuesto a la crítica.

Ya tenía suficiente con las autocríticas que se hacía a diario desde aquella fatídica noche.

–¿Estoy embarazada? ¿Eso es todo? –preguntó Alice, anonadada.

Mia cerró los ojos y volvió a abrirlos.

–Supongo que debo darte más detalles.

–Desde luego. Todos los detalles. Y no estaría mal que me anticiparas si debo felicitarte, consolarte, darte el pésame, o alegrarme contigo.

–Darme el pésame –admitió Mia, y no supo si reír o llorar.

Alice se inclinó hacia delante en la mesa y apoyó una mano sobre la de su hermana.

–¿Qué pasó?

La evidente preocupación de Alice casi hizo llorar a Mia, que vivía hacía unas semanas en una especie de montaña rusa emocional. Un minuto estaba bien y al siguiente se desmoronaba.

–Supongo que el responsable será guapísimo, ¿no? –añadió Alice con una sonrisa traviesa–. Sobre todo teniendo en cuenta que ha logrado persuadirte para que dejes atrás tus convicciones respecto a las relaciones sexuales antes del matrimonio.

Su imagen surgió de pronto en la mente de Mia, haciéndole recordar la excitación, el éxtasis que había compartido con él... y su afán por volver a experimentarlo una y otra vez. Había sido una alumna totalmente dispuesta.

–Es increíble –dijo, consciente del rubor que cubrió sus mejillas.

Alice la miró con curiosidad.

–A pesar de que hablamos casi todas las semanas, no me habías dicho que estabas saliendo con alguien.

–No estoy saliendo con nadie.

Alice entrecerró los ojos.

–Si no me lo cuentas todo, ¡voy a verme forzada a entrar en acción!

Mia logró sonreír.

–¿No te conformas con la versión corta?

–¡Ni se te ocurra pensarlo!

Mia comprendió que no le quedaba más remedio que empezar por el principio.

–Se suponía que había quedado con una amiga para ir a una fiesta –le hacía falta un poco de diversión después de varias semanas de duro estudio. Aquello también le dio la oportunidad de vestirse un poco y olvidar por un rato los típicos vaqueros y las camisetas de siempre–. Pero cuando ya estaba allí mi amiga me envió un mensaje por el móvil diciendo que tenía gripe. No conocía a nadie más allí y estaba a punto de irme cuando me fijé en un tipo que estaba solo en un extremo del salón.

Un hombre cuya magnética presencia había hecho que todo y todos los que la rodeaban se volvieran insignificantes.

Incluso de lejos tuvo un efecto alarmante sobre su equilibrio. Inquietante, perturbador, letal. Mia supo en aquel instante que su vida emocional estaba a punto de verse alterada.

Pero jamás habría podido imaginar cómo acabaría la noche ni sus consecuencias.

Y jamás habría creído posible caer tan fácil y rápidamente bajo el embrujo de un hombre.

No pasaba un día, una hora, en la que no se cuestionara su salud mental por haber cedido tan fácilmente a la tentación. Sin embargo había sido totalmente consciente de sus actos y la honradez exigía que reconociera que había participado voluntaria y anhelantemente en lo sucedido.

–¿Quedaste con él?

–No exactamente.

La expresión de Alice se endureció.

–¿Qué quieres decir con eso? –preguntó, y a continuación abrió los ojos de par en par–. ¿Te acostaste con él esa misma noche? –al ver que su hermana no decía nada, murmuró–: ¡Cielo santo, Mia! ¿En qué estabas pensando?

Mia cerró los ojos, angustiada.

–Ése es el problema. No pensé en nada.

Alice entrecerró los ojos.

–Supongo que fue de mutuo acuerdo, ¿no?

–Oh, sí –la mente de Mia se llenó de imágenes de aquella noche. Todo lo sucedido había quedado indeleblemente grabado en ella.

Alice movió la cabeza.

–¿Te acostaste con un hombre al que no conocías? –preguntó, incrédula–. ¿Tú, que eres tan celosa de tu cuerpo que te negaste a acostarte con el hombre que quería casarse contigo?

Mia no sabía cómo explicar que había bastado una mirada para sentir que se le derretían los huesos.

–Alguien debió echarte algo en la bebida –dijo Alice, que no lograba encontrar otra explicación.

–No bebí nada.

–¿Le has dicho que estás embarazada?

¿Cómo iba a habérselo dicho si ni siquiera sabía cómo se llamaba ni dónde vivía?

El silencio de Mia fue suficiente respuesta para Ali.

–¿Está casado?

–No lo sé.

–¿Y mantuviste relaciones con él sin utilizar protección? ¿Te has vuelto loca?

–Uno de los preservativos se rompió.

Alice abrió los ojos de par en par.

–¿Uno de los preservativos? –repitió–. Oh, cielo santo...

El sexo había sido increíble para Mia. ¿Le habría sucedido lo mismo a él? Después no dijo nada al respecto, pero ella tampoco... sobre todo porque no habría sido capaz de pronunciar palabra.

–¿No sabes cómo se llama? ¿No sabes nada de él?

Parecía una locura admitir que ni siquiera se habían dicho el nombre. En aquellos momentos, no había parecido importante.

–Me fui mientras aún estaba dormido –confesó Mia tras un agónico silencio, sin mencionar el bochorno que sintió ni el sigilo con que salió de la habitación del hotel.

¿Cómo fue capaz de tirar por la borda la moralidad que había defendido toda su vida por pasar una noche con un hombre al que nunca había visto y al que nunca volvería a ver?

Y ni siquiera podía alegar que se había comportado así a causa del alcohol.

–¿Te has planteado abortar?

Mia sintió que se le encogía el corazón. Quería tener al niño. Tanto que no podía soportar la idea de abortar. Formaba parte de ella... de él. Era el recuerdo más vívido de lo que habían compartido.

–¿Crees que no me he devanado los sesos a diario pensando en eso?

–¿Y?

–Dadas las circunstancias, abortar sería lo más prudente, pero no me siento capaz de hacerlo –Mia alzó una mano y apartó un mechón de pelo de su frente.

A pesar de la confianza que sentía con su hermana, no se animaba a admitir que lo que inicialmente había achacado a un momento de lujuria incontrolable había sido algo mucho más profundo que la mera necesidad de una liberación física. Su corazón y su alma también se habían visto afectados a un nivel que jamás habría considerado posible.

El niño que llevaba dentro representaba parte de aquello.

–¿No vas a echarme una reprimenda por querer traer un niño al mundo para criarlo como madre soltera? –preguntó.

–Cuando miro a Matt, sé que mi vida no valdría nada sin él –dijo Alice–. Es mi luz, mi risa, mi alegría. Supongo que debería reconocer que emocionalmente sería más fácil compartir la responsabilidad con un compañero, pero si lo que quieres es que te confirme que una madre sola puede salir adelante, te lo confirmo sin dudarlo.

–Lo sé.

Alice tomó las manos de su hermana entre las suyas.

–Estoy segura de que, tomes la decisión que tomes, será la correcta.

«¿Para mí o para el bebé?», se preguntó Mia. Aquello era algo que la había mantenido en vela varias noches. Sabía que debía tomar una decisión... y pronto.

–Si te estás planteando llevar adelante el embarazo, podrías venir a vivir conmigo y seguir con tus estudios en una universidad de por aquí.

Los ojos de Mia se llenaron de lágrimas. El amor incondicional de su hermana no tenía precio.

–Gracias.

–¿Pero...?

–Si elijo seguir adelante, la responsabilidad será sólo mía.

–Suponía que dirías algo así –Alice tomó distraídamente un poco de té e hizo una mueca de desagrado–. Se ha enfriado. Voy a preparar más.

Mia miró su reloj.

–No querrás llegar tarde a recoger a Matt.

Alice gimió.

–Es cierto. Y tengo que llevarlo a su clase de tenis.

–Podemos beber algo mientras entrena.

Así lo hicieron, y el entusiasta recibimiento que Matt dispensó a Mia aligeró un poco el corazón de ésta mientras aplaudía con tanto fervor como su hermana los golpes de raqueta de su sobrino.

¿Se encontraría ella en una situación parecida diez años más tarde, animando a su hijo o su hija desde las gradas?

Concebir aquel niño había sido un error. Sin embargo, ya existía. Pero si seguía adelante con el embarazo, su hija o su hijo nunca conocerían a su padre. ¿Y qué pensaría de ella si le contara alguna vez que su existencia era el resultado de una aventura de una noche con un desconocido?

–¿Has visto el revés que acaba de dar? –preguntó Alice.

–Pura poesía en movimiento –dijo Mia, a pesar de que apenas se había fijado.

En aquel momento le llegó un mensaje al móvil. Cuando lo leyó, frunció el ceño.

–¿Algún problema? –preguntó Alice.

–Nada que no pueda manejar.

–Pero no es algo que te apetezca especialmente, ¿no?

–Es... extraño.

–Explica extraño.

–El mensaje es de Cris, uno de mis compañeros de clase. Su familia vive en Sidney. Tiene diecinueve años y no ha revelado a su familia que es gay.

Alice entrecerró los ojos.

–¿Por qué tengo la impresión de que hay algo más de lo que me estás contando?

–Es un chico muy agradable.

–¿Y despierta tu instinto de protección?

Mia pensó en el joven alto y desgarbado que la hacía reír y que compartía con ella un alto coeficiente de inteligencia y una memoria fotográfica.

–Valoro su amistad. Vamos a varias clases juntos y solemos salir. Me ha invitado a cenar en casa de sus padres el jueves por la tarde.

–Creo que deberías ir –dijo Alice–. ¿Qué problema puede suponer?

Tal vez Alice tuviera razón. Además, Mia sabía que, si rechazaba la invitación alegando que estaba ocupada, sería inevitablemente trasladada a otra tarde.

Unos minutos después, envió un mensaje a Cris aceptando la invitación y él le respondió con otro en que decía que pasaría a recogerla a las seis.

–Será divertido –dijo Alice.

Mia no estaba tan segura. Al día siguiente estuvo a punto de cancelar la cita y el miércoles llegó a descolgar el teléfono para hacerlo, pero volvió a colgarlo enseguida.

El jueves se vistió con especial esmero. Zapatos de tacón alto, un clásico vestido negro y unos discretos pendientes. Para completar su imagen, se recogió el pelo y dejó algunos mechones sueltos a la altura de sus sienes.

«No vayas», susurró una vocecita en su interior mientras tomaba su bolso para salir. «No seas tonta», se dijo Mia. No va a pasar nada. Además, era muy capaz de cuidar de sí misma.

–Estás muy guapa.

Mia dedicó una sonrisa a su sobrino de nueve años.

–¿Tú crees?

–Desde luego que sí –declaró Matt.

–Tu amigo acaba de llegar –dijo Alice, que estaba junto a la ventana.

Mia puso los ojos en blanco expresivamente.

–Ojalá fuera una cita menos formal.

La idea del inminente encuentro con la familia de Cris empezaba a pesarle.

–Seguro que la familia de tu compañero es encantadora –dijo Alice.