Pasión incontenible - Sara Orwig - E-Book

Pasión incontenible E-Book

Sara Orwig

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Beschreibung

Una noche que iba a cambiarlo todo… Todo comenzó como un coqueteo anónimo en el que empezaron a charlar desinhibidamente, pero sin intercambiar nombres. Entonces la conversación desembocó en besos y ambos sintieron la necesidad de saber el nombre del otro. En un instante, Boone Devlin y Erin Frye descubrieron que en realidad no eran dos desconocidos. Y Boone descubrió que Erin era virgen. Sólo el destino podría haber hecho que un soltero empedernido acabara en la cama con la capataz del rancho que él había heredado y que pretendía vender. Y que sus planes corrieran el riesgo de no cumplirse, porque Boone sospechaba que Erin y él habían creado algo más que chispas…

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid

© 2004 Sara Orwig.

Todos los derechos reservados.

PASIÓN INCONTENIBLE, N.º 1618 - octubre 2011

Título original: Standing Outside the Fire

Publicada originalmente por Silhouette® Books

Publicado en español en 2008

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios.

Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9010-045-5

Editor responsable: Luis Pugni

Epub: Publidisa

Capítulo Uno

–¿Cómo me ha podido pasar esto? –se preguntó Boone Devlin por enésima vez mientras bajaba del coche de alquiler.

Era la una de la madrugada, un día siete de julio, y el aparcamiento del hotel de San Antonio estaba desierto. Boone lo atravesó, intentando evitar los charcos, mientras los relámpagos iluminaban el cielo durante un segundo para desaparecer después, dejando la noche de Texas envuelta en la oscuridad.

Caminaba a buen paso, aún estupefacto por la herencia de un inmenso rancho y un millón de dólares que acababa de recibir. Estaba en la ciudad para conocer a la gerente del rancho Doble T y para darle la noticia de que pensaba venderlo. Su único interés era invertir dinero en su empresa de helicópteros. Con el dinero de la venta del rancho, podía ver enormes posibilidades para su negocio…

El repiqueteo de unos tacones sobre el asfalto llamó su atención entonces y, al levantar la mirada, vio a una mujer corriendo hacia el hotel. Mientras admiraba su esbelta figura, un hombre apareció de entre las sombras y se acercó a ella.

Boone no podía oír lo que le decía, pero vio que ella negaba con la cabeza y le gritaba un enfático «no» antes de seguir adelante. El intruso, sin embargo, se colocó a su lado y siguió hablándole en voz baja. La chica intentó apartarse, pero el tipo la agarró del brazo.

Boone se dirigió hacia ellos, pero ella ya había reaccionado dándole un pisotón y una sonora bofetada.

–¡He dicho que no! –gritó, empujándolo. Y mientras el hombre se tambaleaba, corrió hacia el hotel.

Boone soltó una carcajada.

–¿De qué se ríe? –le espetó el tipo, que parecía dispuesto a pagarla con alguien.

–¿Quieres más? –lo retó Boone, apretando los puños.

Un relámpago volvió a iluminar el aparcamiento y los dos se miraron, cara a cara.

El hombre hinchó el pecho un momento y luego se dio la vuelta a toda prisa, desapareciendo entre las sombras.

Sin dejar de sonreír, Boone entró en el solitario vestíbulo del hotel y pidió la llave de su suite en recepción. La chica del aparcamiento estaba esperando frente a los ascensores y subieron al mismo.

Le había parecido atractiva en el aparcamiento pero ahora, bajo la luz del ascensor, lo dejó sin respiración. Tenía una figura normalmente reservada para los sueños masculinos. El vestido verde esmeralda revelaba unas curvas generosas, una cintura estrecha y unos brazos bien definidos. Boone estaba seguro de que hacía ejercicio de forma habitual… especialmente, después de haber presenciado la escena del aparcamiento.

Los labios rojos despertaron su curiosidad. Le gustaría saber cómo serían bajo los suyos. Ella estaba mirando hacia abajo para ajustarse la correa del bolso y una cortina de pelo rojo caía sobre su cara. Pero cuando levantó la cabeza, Boone se encontró con los ojos más verdes que había visto nunca.

Rodeados por largas pestañas, esos ojos de gato lo hipnotizaban. Eran fríos, llenos de misterio.

–Iba a rescatarte en el aparcamiento –le dijo–. Pero enseguida me di cuenta de que no te hacía ninguna falta.

–Gracias de todas formas –replicó ella.

–¿Quieres que tomemos algo?

–Aún no he cenado, así que tengo intención de comer, no de beber.

–Yo acabo de llegar a la ciudad. Deja que te invite a cenar para celebrarlo.

Ella levantó una ceja.

–¿Para celebrar qué? ¿Que has llegado a la ciudad?

–No, que te hayas deshecho limpiamente de ese tipo. Ha sido impresionante.

–Gracias –sonrió la pelirroja. Las puertas del ascensor se abrieron, pero ella se volvió antes de salir–. A lo mejor nos vemos luego en el restaurante.

–Eso espero.

Una vez en la suite, Boone dejó la bolsa de viaje en el suelo para arreglarse un poco antes de bajar al restaurante donde, desde luego, esperaba encontrarse con la chica.

Cinco minutos después de haberse sentado frente a un ventanal que daba a la desierta piscina su pulso se aceleró al ver entrar a la pelirroja. Al verlo haciéndole señas ella vaciló un segundo, pero enseguida se acercó con una sonrisa en los labios.

Boone observó el movimiento de sus caderas y su temperatura, ya de por sí elevada, aumentó un poco más.

–No te das por vencido, ¿eh?

–No suelo hacerlo, pero no quiero insistir en que cenes conmigo. Te resultaría más entretenido que cenar sola –sonrió él.

–Y no te falta confianza en ti mismo –añadió ella, divertida.

–No, es que sé que también yo lo pasaría mejor cenando contigo.

–Normalmente no ceno con alguien a quien no conozco. Podrías estar casado.

–No estoy intentando ligar, te lo aseguro. Y nunca he estado casado ni pienso estarlo.

–¿Un espíritu libre? –sonrió ella, mientras se sentaba.

–Exactamente. Además, ahora no somos extraños. Soy B…

–No, no me digas tu nombre. Prefiero que sea impersonal.

–¿No quieres saber mi nombre?

–No volveremos a vernos después de esta noche. Cuando la cena termine, cada uno se irá por su lado, así que es mejor así.

–¿Quieres apostar algo? –sonrió Boone–. Seguro que antes de separarnos me dices tu nombre. Mientras tanto, te llamaré Pelirroja.

Sonriendo, ella asintió con la cabeza.

–Muy bien, acepto la apuesta. ¿Qué consigue el ganador?

–¿Qué te gustaría si ganaras? –la retó Boone, sabiendo lo que a él le gustaría, pero sabiendo también que no podía decírselo.

La pelirroja frunció los labios y él tuvo que controlar la tentación de inclinarse sobre la mesa para besarlos.

–Soy adicta al chocolate. Si gano, me invitas a un postre de chocolate.

–Muy bien.

–¿Qué querrías tú si ganaras? Te advierto que el premio debe ser algo simple e impersonal –le advirtió ella.

–Que me cuentes algo sobre ti misma… además de lo que ya me imagino.

–No sé qué te imaginas, pero soy una persona normal que lleva una vida normal.

–No lo creo –sonrió Boone–. Cuatro datos, ¿de acuerdo?

–Muy bien. Acepto la apuesta y… disfrutaré mucho del postre de chocolate.

–Esta noche podríamos tener una doble celebración.

–¿Ah, sí? ¿Qué más vamos a celebrar?

Fuera, un nuevo relámpago volvió a iluminar el cielo.

–Que yo vaya a cenar con la mujer más guapa de Texas. Y eso es decir mucho, porque las mujeres en Texas suelen ser guapísimas.

Ella rió, negando con la cabeza.

–Estás intentando ligar conmigo.

–No, qué va. Tu sonrisa lo dice todo. Tienes un hoyito en la mejilla, los dientes blancos, una sonrisa que le aceleraría el pulso a cualquier hombre y esos ojos verdes… –tuvo que callarse cuando llegó el camarero para tomar nota.

Boone pidió una botella de vino, y mientras lo hacía observaba a la chica. Hablaba completamente en serio. Además de ser capaz de mantener la cabeza fría en una situación difícil, era increíblemente guapa y sexy… una combinación que le hacía hervir la sangre. Aunque tenía la impresión de que ella meramente lo toleraba.

En cuanto el camarero se marchó, Boone se inclinó hacia delante.

–¿Dónde estábamos? Ah, sí, enormes ojos verdes, labios rojos, precioso pelo rojo…

–¿A quién estabas diciéndole eso anoche? –lo interrumpió ella.

Aunque intentaba mostrarse distante, no podía negar que había química entre ellos.

–Podría decir que a nadie, pero no me creerías –bromeó Boone–. Y, por cierto, el modo en que te has quitado de encima a ese tipo del aparcamiento dice mucho de tu personalidad.

–¿Debo preguntar cómo crees que es mi personalidad? –le preguntó ella, con un brillo divertido en los ojos.

–Creo que eres práctica, inteligente, reservada. Te ríes de mis halagos y eso significa que estás segura de ti misma. No crees ser una de las mujeres más guapas de Texas, aunque lo eres.

–No, eso no es verdad –rió la pelirroja. Y Boone se preguntó cuántos hombres habrían sucumbido ante esa sonrisa irresistible–. No he ganado ningún concurso de belleza.

–¿En cuántos te has apuntado?

–En ninguno –admitió ella.

–¿Lo ves? Yo podría tener razón. ¿He acertado en todo lo demás?

La joven pareció pensarlo un momento.

–Sí. Yo diría que soy una persona práctica, reservada y razonablemente inteligente… aunque quizá no lo demuestre cenando con un desconocido. Pero cuando terminemos de cenar yo me iré a mi habitación y tú a la tuya. Y no vas a acompañarme a la mía, ni siquiera sabrás cuál es.

–Pero…

–Dejemos que todo quede en la cena, es mejor así. Llevo un móvil y puedo llamar pidiendo ayuda en cualquier momento –le advirtió, medio en broma, medio en serio–. En cuanto a estar segura de mí misma… la mayoría del tiempo. No siempre. Pero es una afirmación más o menos acertada.

–Como lo de que eres la mujer más guapa de Texas –Boone se echó hacia atrás en la silla cuando el camarero volvió con la botella de vino. En cuanto el hombre se marchó, él levantó su copa–. Por ti, por solucionar una situación complicada con tanto aplomo.

Ella asintió con la cabeza y, mientras bebía, otro relámpago iluminó brevemente el cielo.

–Creo que nos hemos librado de la lluvia por muy poco.

–Hoy han caído casi sesenta litros por metro cuadrado.

–¿Y tú cómo sabes eso?

–Me lo ha dicho el conserje –contestó ella.

Mientras hablaba, Boone tomó su mano.

–No veo alianza ni anillo de compromiso.

–No, es verdad.

–Y sospecho que tampoco hay novio a la vista.

–Otra vez tienes razón. A lo mejor deberías ganarte la vida como clarividente.

–Se me da bien adivinar –rió Boone, levantando su copa–. Brindo por una pelirroja guapísima a la que recordaré siempre.

Ella apartó la mano para tomar su copa.

–Hasta que otra pelirroja se cruce en tu camino.

–No lo creo. No voy a olvidarte y… pienso encargarme de que tú tampoco me olvides.

La chica negó con la cabeza.

–No lo creo. Cuando nos separemos, esta cena no será más que un breve interludio en mi vida.

–Estoy dispuesto a impedir que eso ocurra –insistió él, cada vez más intrigado–. Bueno, yo he intentado adivinar cómo eres. Ahora te toca a ti. Siento curiosidad por saber lo que piensas de mí.

–Eres… egocéntrico.

–¡Oye! Pero si sólo hemos hablado de ti… ¿de dónde sacas que soy egocéntrico?

–Tu confianza, tu seguridad en ti mismo... Eres decidido, en cierto modo arrogante, aunque encantador.

–Menos mal que has dicho eso o me habría ido a otra mesa. Así que soy encantador…

–Sabes cómo tratar a las mujeres. Pero no hace falta que te halague, no has adquirido esa seguridad siendo rechazado por las chicas.

Mientras ella miraba la carta, Boone la estudió, cautivado.

–¿Qué tal unos sencillos filetes con patatas?

–La verdad es que me he saltado el almuerzo, así que un filete estaría muy bien.

Unos minutos después el camarero regresaba para tomar nota. Cuando se alejó, Boone volvió a llenar su copa de vino.

–No, gracias. No quiero más. Creo que es la primera vez que tomo alcohol desde Navidad.

–¡Desde Navidad! ¿Es que no sales nunca de tu casa?

–Sí, claro que salgo de casa.

–Si no has probado el alcohol desde Navidad, creo que tienes derecho a tomar una copa más.

–Sí, en fin… ha sido un día horrible.

–¿Por qué?

–Tenía que reunirme con una persona por una cuestión de trabajo, pero ha tenido un accidente y ahora está en el hospital.

–Vaya, lo siento. ¿Alguien a quien conocías?

–Sí, aunque no muy bien. Y luego han cancelado mi vuelo por la tormenta… además del tipo del aparcamiento.

–Sí, has tenido un mal día –asintió Boone–. En fin, lo peor ya ha pasado y haré todo lo posible por animarte.

–Lo estás haciendo muy bien.

–Me alegra oír eso.

–Pero ahora tengo que alojarme en este hotel por culpa de la tormenta –suspiró ella, tomando un sorbo de vino.

–No tienes acento del norte. A ver… ¿dónde vive la guapa señorita?

–Ésa es otra de las cosas que no tienes que saber –sonrió la pelirroja.

–Bueno, de acuerdo –asintió él, señalando la pulsera de oro que llevaba en la muñeca–. ¿Regalo de algún novio?

–No, de un amigo.

Boone arqueó una ceja, mirando la cruz de oro con esmeraldas que llevaba al cuello.

–¿Y eso? ¿También te lo regaló un amigo?

–No, es una herencia familiar. ¿Has oído hablar de Stallion Pass, en Texas?

–Sí –contestó Boone, intentando disimular su sorpresa. El rancho que había heredado estaba muy cerca de allí. A lo mejor podía conseguir que aquella mujer misteriosa le revelase su dirección–. Es un pueblo pequeño –murmuró luego, rozando el crucifijo con los dedos.

El contacto era eléctrico, pero notó que ella no se echaba hacia atrás. De una forma primitiva, sexual, estaba respondiendo al roce.

–¿Conoces la leyenda de Stallion Pass?

–Algo sobre un caballo… no me acuerdo bien.

A su amigo Jonah Whitewolf le habían regalado un semental blanco cuando se casó porque el gesto tenía un significado… pero él nunca le había prestado mucha atención al asunto.

–El nombre viene de una antigua leyenda –le explicó ella–. Dicen que un guerrero apache se enamoró de la hija de un coronel de caballería y la convenció para que se escapase con él. Pero esa noche, cuando iba a buscarla, fue asesinado por miembros del destacamento. Dicen que su fantasma es un caballo blanco que vaga por esa zona buscando a su amor perdido. Y, según la leyenda, si alguien atrapa a ese caballo y logra domarlo, encontrará el amor verdadero.

–¿Y tú crees en esas cosas? –sonrió Boone, mirándola a los ojos.

La chica se encogió de hombros.

–Siempre ha habido caballos blancos en esa zona y su presencia ha alimentado la leyenda.

Boone pasó los dedos por la cruz.

–¿Y este crucifijo tiene algo que ver con eso?

–La joven quedó desolada tras la muerte del guerrero y, en lugar de casarse con el hombre que había elegido su padre, entró en un convento. Según la historia que me contaron, este crucifijo era suyo. Se supone que somos descendientes de su familia. Ella nunca se casó, pero su hermano tuvo varios hijos.

Boone le dio la vuelta al crucifijo y vio que tenía una inscripción en el dorso: Bryony.

–¿Te llamas Bryony?

–No, ése era el nombre de la joven.

El camarero apareció entonces con las ensaladas y Boone se echó hacia atrás en la silla.

–De modo que eres de Texas y vives en… ¿Austin?

Cuando ella sonrió misteriosamente, Boone supo que no iba a recibir una respuesta.

–Conoces la zona y no has podido volver a casa por la tormenta. Y como la tormenta se mueve de oeste a este, tienes que vivir en Austin.

–¿Y tú eres de…?

–Kansas –contestó él, divertido–. A ver, más cosas. Supongo que trabajas en televisión, delante de las cámaras.

–¿Tú crees? –sonrió ella, traviesa–. Esta ensalada está riquísima.

–Si fueras actriz de cine o una modelo famosa te reconocería, así que debes de trabajar en televisión. Eres demasiado guapa para trabajar detrás de una mesa.

–Qué tontería. ¿Por qué no iba a tener un trabajo normal? ¿Crees que no hay abogadas o contables guapas?

–Puede que las haya, pero no. Creo que trabajas en televisión. Eres presentadora… la chica del tiempo.

–No lo sabrás nunca –rió ella, echándose hacia delante–. Pienso ganar la apuesta.

El pulso de Boone se aceleró por el reto.

–Ya veremos. Mientras tanto, a ver qué puedo averiguar sobre ti. ¿Tienes hermanos?

–Una hermana que vive en California y es contable… y muy guapa.

–Sí, bueno, ya sé que hay contables guapas –rió Boone–. Pero tú no eres contable. ¿No vas a decirme su nombre?

–Mary. Es mi hermana mayor. Y tú seguramente eres hijo único, el único chico entre varias hermanas.

–¿Por qué dices eso?

–Pareces un hombre acostumbrado a conseguir lo que quiere desde pequeño. Especialmente con las mujeres.

–¿Por qué crees eso? –sonrió Boone, disfrutando del coqueteo.

–Sabes muy bien el efecto que ejerces en las mujeres.

–La mayoría de las veces… pero contigo parece que no.

Ella se encogió de hombros pero, el brillo de sus ojos delataba que estaba pasándolo bien.

–Es agradable cenar contigo y he tenido un día largo y tedioso.

–Agradable –repitió él, haciendo una mueca–. Del uno al diez, yo diría que «agradable» es un cinco.

–Agradable está bien. Y cinco no esta mal.

–¡Demonios! –exclamó Boone, haciéndola reír–. «Agradable» y «no está mal» no es precisamente lo que yo quería oír. Son descripciones muy aburridas. Tendré que ponerle remedio a eso como sea.

El retumbar de un trueno los dejó en silencio un momento.

–Mira cómo llueve –suspiró ella. Por primera vez sonaba sinceramente disgustada.

–Volverás a casa por la mañana. Seguro que para entonces ya habrá dejado de llover.

Pocas veces en su vida una mujer lo había ignorado o rechazado y la experiencia era un reto divertido y exasperante a la vez.

El camarero les llevó los platos de carne, con patatas asadas con mantequilla y cebollino.

Mientras cortaban los filetes, los truenos hacían retumbar las ventanas del restaurante.

–Cada vez es peor –suspiró ella.

–Se pasará, no te preocupes. Y nosotros estamos calentitos, disfrutando de un buen filete y una noche inolvidable.

–Desde luego que va a ser inolvidable.

Boone apretó su mano y ella levantó la mirada.

–No podemos hacer nada, pero no nos hace falta el arca de Noé. Disfruta de la cena y olvídate de las preocupaciones. Venga, vamos a brindar otra vez –Boone soltó su mano para tomar la copa–. Por una noche emocionante.

–Creo que me estoy mareando.

–No estás bebiendo con el estómago vacío. Disfruta y olvídate de todo lo demás.

–Muy bien –sonrió ella.

Era una de las mujeres más guapas que Boone había visto nunca. Apenas la conocía, ni siquiera sabía su nombre y, según ella, después de cenar no volverían a verse. Pero ésa no era la intención de Boone.

–Es el mejor filete que he comido en mucho tiempo. Además, estaba muerta de hambre. He tomado unos cacahuetes en el avión, pero cuando te has perdido el almuerzo eso no te llena nada… y sólo he desayunado zumo de naranja y café.

En ese momento un trueno ensordecedor retumbó en el cielo y las luces se apagaron de repente.

–Oh, no.

–Seguro que vuelve enseguida –dijo Boone sacando una pequeña linterna del bolsillo. Al mismo tiempo, ella había sacado una linterna del bolso... y cuando se miraron los dos soltaron una carcajada.

–Parece que tenemos mucho en común. Los dos llevamos una linterna para casos de emergencia.

–Aunque no se vea nada, pienso comerme este filete –anunció ella.

–Yo también. Aquí llega el camarero.

El hombre se acercaba con una vela en la mano.

–Les pedimos disculpas por este pequeño incidente. ¿Necesitan algo?

–No, gracias –respondió Boone–. Bueno, sigamos con lo nuestro –dijo luego, cuando el hombre se alejó–. Has dicho que yo era hijo único o que sólo tenía hermanas. Bueno, pues tengo hermanas y hermanos. Somos nueve en total.

–¡Nueve! Entonces tú debes de ser el mayor.