Paternalismo libertario - Cass R. Sunstein - E-Book

Paternalismo libertario E-Book

Cass R. Sunstein

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Beschreibung

A veces no consideramos el largo plazo, a veces nuestro optimismo es poco realista, a veces no vemos lo que tenemos delante, y tomamos decisiones que van en contra de los propios intereses. Con esta evidencia en mente, Sunstein ofrece un argumento poderoso, provocativo y convincente a favor una nueva forma de paternalismo gubernamental, que proteja a la gente de sus propios errores, pero sin coartar su libertad y reconociendo los riesgos de extralimitarse. No obstante, la idea del paternalismo suele provocar rechazo, especialmente si proviene del gobierno. Muchos piensan que los seres humanos deben estar en capacidad de actuar a su manera, incluso si esto les perjudica. Ante esta opinión, Sunstein propone un proteccionismo moderado, que recurra a "empujoncitos" y que tenga como único fin proteger las personas, especialmente en temas como la obesidad, el tabaquismo, la conducción temeraria, la salud pública, la alimentación saludable y otros temas de interés general. En contra de quienes rechazan cualquier tipo de paternalismo, Sunstein muestra que la "arquitectura de elección" es inevitable y que, por lo tanto, también lo es cierto grado de paternalismo, e insiste en que hay razones profundamente morales para asegurar que la arquitectura de elección sea útil y no perjudicial, y que mejore y prolongue la vida de las personas.

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Cass R. Sunstein

Paternalismo libertario

¿Por qué un empujoncito?

Conferencias Storr sobre JurisprudenciaEscuela de Derecho de Yale, 2012Traducción deMartha Palacio Avendaño

Herder

Título original: Why Nudge? The Politics of Libertarian Paternalism

Traducción: Martha Palacio Avendaño

Diseño de la cubierta: Gabriel Nunes

Edición digital: José Toribio Barba

© 2014, Cass R. Sunstein

© 2017, Herder Editorial, S. L., Barcelona

1.ª edición digital, 2017

ISBN DIGITAL: 978-84-254-3811-0

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com)

Herder

www.herdereditorial.com

Índice

AGRADECIMIENTOS

INTRODUCCIÓN. PATERNALISMO INFORMADO POR EL CONDUCTISMO

1. MOTIVOS PARA EL PATERNALISMO

Dos sistemas de la mente: humanos y econs

Fallos conductuales del mercado

Sesgo hacia el presente, inconsistencia temporal y autocontrol

Ignorar los atributos velados (pero importantes)

Optimismo poco realista

Problemas con la probabilidad

2. LA CAJA DE HERRAMIENTAS DEL PATERNALISTA

Elecciones y bienestar

¿Qué es duro y qué es suave?

Medios y fines

¿Medios o fines?

Un breve resumen

Sobre el bienestar

El alcalde Bloomberg ¿era una niñera?

El daño a otros

La gran caja de herramientas del paternalista

3. PATERNALISMO Y BIENESTAR

Cinco objeciones bienestaristas: un quinteto antipaternalista

El argumento epistémico en detalle

Competencia

Aprendizaje

Heterogeneidad

Elección pública y burócratas conductuales

El bienestar revisado

Muchas elecciones ya están hechas para nosotros

Elegir los medios erróneos: la excepción del puente

De las elecciones y las experiencias

¿Los impuestos pueden hacerte feliz?

El quinteto antipaternalista: reconocido, pero escarmentado

Mundos imaginables y el antipaternalismo consecuencialista de la norma

La arquitectura de la elección y los empujoncitos inevitables

4. PATERNALISMO Y AUTONOMÍA

Autonomía: la versión tenue

Autonomía: la versión densa

De nuevo, tenue

Balance

La arquitectura de la elección y la libertad

Denso, de nuevo

Una explicación

5. EL PATERNALISMO SUAVE Y SUS DISGUSTOS

De la transparencia, la visibilidad y las garantías políticas

De la reversibilidad sencilla

¿Qué hace que la vida merezca ser vivida 1? Las demandas legítimas del sistema 1

El problema de las motivaciones inadmisibles

EPÍLOGO. LAS VIDAS QUE SALVEMOS PUEDEN SER LAS NUESTRAS

ÍNDICE ANALÍTICO

Agradecimientos

Este libro es una versión revisada de las conferencias Storr en Jurisprudencia, las cuales fueron impartidas en la Escuela de Derecho de Yale los días 12 y 13 de noviembre de 2012. Un especial agradecimiento al decano Robert Post y a la Facultad de la Escuela de Derecho de Yale por el gran honor de haberme invitado a impartirlas. Gracias a la audiencia de la Escuela de Derecho de Yale por su gentileza y amabilidad, y por la cantidad de ideas y sugerencias valiosas. Este libro es mucho mejor debido a su ayuda.

Estoy agradecido con muchos colegas y amigos por sus ideas y comentarios, entre ellos Bruce Ackerman, Esther Duflo, Elizabeth Emens, Christine Jolls, Martha Nussbaum, Eric Posner, Richard Posner, Lucia Reisch y Adrian Vermule. Daniel Kanter me proporcionó excelentes comentarios y asistencia en la investigación. El trabajo de Duflo sobre el paternalismo, el cual se puede encontrar en sus Tanner Lectures, fue una gran ayuda de principio a fin. El manuscrito mejoró mucho como resultado del excelente informe de lectura de Sarah Conley y una cantidad de sugerencias por parte de los participantes en el estupendo taller del Departamento de Economía de Harvard, la Escuela de Gobierno de Harvard y la Escuela de Negocios Booth de la Universidad de Chicago. En las etapas finales, Talia Gillis me proporcionó una espléndida asistencia en la investigación.

Tengo una deuda particular con Richard Thaler, por sus comentarios y los muchos años de discusión sobre estos tópicos. Thaler no está de acuerdo con todo lo expresado aquí (aunque espero finalmente convencerlo) y, por lo tanto, nada en este libro debe tomarse como reflejo de una opinión compartida acerca de los empujoncitos y el paternalismo.

Debo un agradecimiento especial a William Frucht por la fantástica edición y por su sabio consejo sobre cuestiones mayores y menores. También agradezco especialmente a mi agente Sarah Chalfant por su sabio consejo sobre este proyecto. Estoy agradecido con mi encantadora esposa Samantha Power, por el apoyo moral y las discusiones de muchos de estos asuntos.

Una versión preliminar fue publicada como «Las Conferencias Storr: Economía conductual y paternalismo», Yale Law Journal 122:1826-1899 (2013). Estoy muy agradecido con los editores de la revista por sus inmensamente valiosas sugerencias editoriales y por el permiso de reimprimir el material aquí. Algunas partes de las conferencias originales aparecieron también en Simpler: The Future of Government.1 También estoy agradecido con Thomas LeBien por la asistencia editorial en esa ocasión.

La única finalidad por la cual el poder puede, con pleno derecho, ser ejercido sobre un miembro de una comunidad civilizada contra su voluntad, es evitar que perjudique a los demás. Su propio bien, físico o moral, no es justificación suficiente. Nadie puede ser obligado justificadamente a realizar o no realizar determinados actos, porque eso fuera mejor para él, porque lo haría más feliz, porque, en opinión de los demás, hacerlo sería más acertado o más justo.

JOHN STUART MILL, Sobre la libertad.

El enigma central ha sido llamado la Paradoja de la energía en este escenario (y en muchos otros). En pocas palabras, el problema es que los consumidores no parecen comprar productos que formen parte de su propio interés económico.

Hay fuertes razones teóricas de por qué esto podría ser así:

Los consumidores podrían ser miopes y, por lo tanto, subestimar el largo plazo.Los consumidores podrían carecer de información o de una apreciación completa de la información aun cuando esta les sea presentada.Los consumidores podrían ser especialmente reticentes a las pérdidas a corto plazo, asociadas a los precios elevados de los productos energéticamente eficientes relativos al futuro incierto del ahorro de combustible, aun si el valor presente esperado de ese ahorro de combustible excede el coste (el fenómeno conductual de «aversión a la pérdida»).Incluso si los consumidores poseen un conocimiento relevante, los beneficios de los vehículos energéticamente eficientes podrían no ser tan evidentes para ellos en el momento de la compra, y la ausencia de esta evidencia podría conducirlos a ignorar una característica que, según su interés económico, habrían de tener en cuenta.

ORGANISMO PARA LA PROTECCIÓN DEL MEDIOAMBIENTE DE ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA, Normativa final sobre la reducción de emisión de gases con efecto invernadero en vehículos ligeros y estándar empresarial promedio de ahorro de combustible.

IntroducciónPaternalismo informado por el conductismo

En la avenida Wisconsin, en Washington D.C., puedes encontrarte con The Daily Grill, un restaurante que ha incluido en su carta un menú especial de platos, conocido como «Solo 600», para la comida y la cena. Estos platos tienen 600 calorías o menos. Si quieres, puedes pedir el pollo Marsala servido sobre pasta de cabello de ángel, el cangrejo relleno de salmón con rúcula y tomate asado o (mi favorito) la trucha asada Idaho.

El menú «Solo 600» está ubicado en una sección muy visible de la amplia carta del The Daily Grill y, fuera del restaurante, un gran expositor destaca con letras grandes la frase «Solo 600» junto a fotografías llamativas de las diferentes opciones del menú especial.

¿Está siendo paternalistaThe Daily Grill? Quizá no. Quizá solo está sirviendo aquello que la gente quiere y permitiendo que sus consumidores, conscientes de su salud, sepan que allí tienen lo que están buscando. Tal vez crea que las preferencias de la gente no son estáticas y busque alterar esas preferencias para atraer más clientes. Quizá crea que los consumidores estarían mejor si eligen comidas saludables bajas en calorías, y tal vez desee ayudarlos a hacerlo, aunque no las escogieran sin una pequeña ayuda de The Daily Grill.

Suponiendo que en realidad así sea, la última explicación es la correcta. De acuerdo con esto, el restaurante no está forzando a nadie a escoger algo. Si la gente desea comida con alto contenido calórico, puede conseguirla, incluso en The Daily Grill. Pero la cuestión del menú «Solo 600» es hacer que las opciones saludables sean notorias y sencillas —y de esta forma empujar a los consumidores no solo a decidir que coman en The Daily Grill sino, además, hacer que elijan esas mismas opciones—. Si esto es así, parece que tiene que ver con un caso de paternalismo.

Ciertamente, el paternalismo es leve y no proviene del gobierno. Pero si este fuera paternalista, ¿en realidad sería desagradable como tal? ¿Las cosas serían diferentes, o peores, si los gobiernos adoptaran menús «Solo 600» en sus propias cafeterías? ¿Son las cosas diferentes o peores si el gobierno busca promover la comida más saludable al exigir que los menús cuenten con la información de las calorías como, de hecho, ya lo hace la Ley de Cuidado de Salud Asequible* con las cadenas de restaurantes y otros establecimientos de comidas similares? ¿Qué pasa si el gobierno se lanza a una agresiva campaña educativa, incluso con gráficos, diseñada para promover la comida sana —grava con impuestos la comida poco sana, como lo han hecho o considerado seriamente en Francia, Finlandia, Dinamarca, Gran Bretaña, Hungría, Irlanda y Rumania?

El paternalismo provoca emociones fuertes. Muchas personas lo aborrecen. Piensan que los seres humanos deben estar en libertad de actuar a su manera incluso si acaban en una zanja. Cuando la gente corre riesgos, hasta los riesgos más estúpidos, no es asunto de nadie si lo hace. La gente tiene derecho a ser tonta. El paternalismo es especialmente molesto si proviene del gobierno: ¿qué es lo que da derecho a los funcionarios a interferir en las decisiones privativas de los adultos tanto si la cuestión es la salud, la riqueza, el sexo o la religión?

Aunque fuera controvertido en el siglo XIX, el argumento central de John Stuart Mill en Sobre la libertad tiene numerosos seguidores en el siglo XXI. En su gran e inspirador ensayo, Mill insistió en que por norma el gobierno no puede coaccionar de modo legítimo a la gente si su meta es protegerla de sí misma.1 En un pasaje decisivo, Mill sostuvo que:

La única finalidad por la cual el poder puede, con pleno derecho, ser ejercido sobre un miembro de una comunidad civilizada contra su voluntad, es evitar que perjudique a los demás. Su propio bien, físico o moral, no es justificación suficiente. Nadie puede ser obligado justificadamente a realizar o no realizar determinados actos, porque eso fuera mejor para él, porque le haría más feliz, porque, en opinión de los demás, hacerlo sería más acertado o más justo. [...] La única parte de la conducta de cada uno por la que él es responsable ante la sociedad es la que se refiere a los demás. En la parte que le concierne meramente a él, su independencia es, de derecho, absoluta. Sobre sí mismo, sobre su propio cuerpo y espíritu, el individuo es soberano.2

Este es, pues, el «Principio del daño» de Mill (a veces llamado el «Principio de libertad»). A menos que exista daño a otros, el gobierno no puede usar el poder sobre el pueblo. La idea del «consumidor soberano», central en la economía moderna y en gran parte del debate político, es prima cercana del Principio del daño. Aunque las propias consideraciones de Mill parecen girar en torno a la legislación moral, deberíamos ser capaces de ver enseguida que el Principio del daño genera serias dudas acerca de muchas leyes y regulaciones, incluidas aquellas que exigen a la gente tener una receta médica antes de adquirir ciertas medicinas; prohibir a los empleados trabajar en lugares inseguros (aunque corrieran esos riesgos de forma voluntaria) y promover la seguridad alimentaria. En todos estos casos, el poder es ejercido sobre la gente en gran medida para promover su propio bien. Cuando los requisitos son los adecuados, la gente no es del todo soberana respecto a su propio cuerpo y su mente.

Mi meta en este libro es desafiar el Principio del daño sobre la base de que en ciertos contextos la gente es propensa al error y las intervenciones paternalistas harían que su vida fuera mejor. En estas circunstancias, existe un argumento sólido y rotundamente moral en nombre del paternalismo. También plantearé que influencias importantes sobre nuestra conducta, en grave tensión con el Principio del daño, son esencialmente inevitables hasta el punto de que el principio no puede llevarse a cabo. Como veremos, el Principio del daño regularía muchas prácticas razonables que hoy están en uso y prohibiría gran cantidad de reformas potencialmente benéficas. Está claro que es sumamente importante limitar el poder del gobierno y, por supuesto, cuando a menudo los individuos cuentan con un mejor conocimiento. Los adultos no deben ser tratados como niños. Por estas razones, Mill todavía tiene mucho que enseñarnos,3 a pesar de que desde su época hemos aprendido un montón de cosas que él no supo ni pudo conocer, especialmente sobre el error humano y los fallos en algunos de los fundamentos del Principio del daño.4

En Estados Unidos, en Europa y en otros países, mucha gente apoya el Principio del daño. Consideran a las niñeras nacionales como intrusos molestos en el mejor de los casos —y quizá como tiranos—. En las últimas épocas, las naciones democráticas se han visto involucradas en discusiones tanto prácticas como teóricas sobre los límites legítimos del paternalismo. Actualmente, hay controversias acaloradas sobre las medidas para reducir el hábito de fumar e incrementar el ejercicio físico, y también sobre la «policía de la comida», presuntamente responsable de los recientes esfuerzos por reducir los riesgos asociados con la obesidad y la alimentación poco saludable. El menú «Solo 600» no ha generado mucha controversia, pero si el gobierno intentara exigirlo o incluso lo fomentara, sería inevitable una protesta generalizada.

En Estados Unidos han estallado debates públicos sobre leyes que, por lo visto, son razonables (y protegen la vida), que piden a la gente que se abroche el cinturón de seguridad o utilice el casco cuando conduce una motocicleta. Muchos creen que el «mandato individual» de la Ley de Cuidado de Salud Asequible, que exige a todos los adultos tener un seguro de salud, es una forma de paternalismo inaceptable.5 El contenido específico de las discusiones cambia con el tiempo, pero las cuestiones fundamentales perduran. Y, en este dominio, no hay divisiones partidistas simples. El paternalismo a veces es favorecido por aquellos en la izquierda política (que quizá buscan mejorar la dieta de la gente) y a veces por aquellos de la derecha (que tal vez persiguen aumentar la castidad o el matrimonio). Según Mill, solo cuando

existe un perjuicio definido o un riesgo definido de perjuicio, sea para un individuo o para el público, el caso se sustrae del campo de la libertad y entra en el de la moralidad o la ley.6

Mill ofreció un número de justificaciones independientes para el Principio del daño, y una de las más importantes es que los individuos están en la mejor posición de saber lo que es bueno para ellos. Según la visión de Mill el problema con los que están en los márgenes, incluyendo a los funcionarios del gobierno, es que carecen de la información necesaria. Mill insiste en esto porque el individuo

es la persona más interesada en su propio bienestar: el interés que cualquiera otra pueda tener en ello, excepto en casos de una íntima adhesión personal, es insignificante comparado con el que él mismo tiene.

Mill argumenta que

el hombre o la mujer más vulgar tiene, respecto a sus propios sentimientos y circunstancias, medios de conocimiento que superan con mucho a los que puede tener a su disposición cualquiera otra persona.7

Cuando la sociedad busca prevalecer sobre el juicio de un individuo, lo hace sobre la base de «suposiciones generales» que

no solo pueden ser falsas, sino que aún siendo verdaderas corren el riesgo de ser equivocadamente aplicadas a los casos individuales, por personas no más familiarizadas con las circunstancias de tales casos que aquellas que consideran meramente su aspecto exterior.8

Si la meta es asegurar que la vida de las personas vaya bien, Mill argumenta que la solución correcta para los funcionarios del gobierno es permitir que la gente encuentre su propio camino. Porque los individuos conocen sus propios gustos y situaciones mejor que los funcionarios, están en mejor posición de identificar sus propios fines y los mejores medios para obtenerlos.

He aquí, entonces, un argumento perdurable, de carácter instrumental y en nombre de mercados libres y la libre elección en innumerables ámbitos, incluidos aquellos en los que la gente elige correr riesgos que no se presentan tan convenientes. Permítasenos llamar a esto el «argumento epistémico» del Principio del daño, el cual tiene muchísima fuerza. Este argumento, en mi opinión, es el que provee del apoyo más sólido al Principio del daño. Está claro que hay otros argumentos importantes para este principio, que incluyen la diversidad humana, la importancia de la experimentación y el aprendizaje a lo largo del tiempo, así como los valores independientes de la dignidad y la libre elección, que exploraremos en su debido momento.

Elegir bien, elegir mal

El argumento epistémico resulta muy atractivo para la intuición. Pero ¿en realidad es así? Esta es una pregunta en gran medida empírica y no pude responderse de modo adecuado mediante la introspección, la retórica, anécdotas o intuiciones. En décadas recientes, algunas de las investigaciones más importantes en ciencias sociales, provenientes de los psicólogos y los economistas conductuales, han intentado responderla. Hoy, dicha investigación tiene una influencia significativa no solo en las ciencias sociales, también en las instituciones públicas alrededor del mundo.

Está claro que el cerebro humano es un milagroso instrumento y que los individuos, por lo general, hacen mejores elecciones que las de quienes buscan elegir por ellos. Con todo, los descubrimientos sobre el comportamiento humano crean problemas para el argumento epistémico porque muestran que la gente comete muchos errores, algunos de los cuales pueden resultar extremadamente dañinos.9

Consideremos las instructivas palabras del juez federal Richard Posner, un crítico de vieja data de la economía conductual y defensor de la idea de que los seres humanos son esencialmente racionales:

Lo que llamamos «economía conductual» [...] ha socavado el modelo económico del ser humano como un maximizador racional de su propio interés y ha ayudado a que se exponga la rampante explotación por parte de las compañías de la psicología del consumidor. Las compañías saben, y los economistas están aprendiendo, que los consumidores son fácilmente manipulados por los vendedores para realizar malas elecciones —elecciones que nunca harían si tuvieran un mejor conocimiento— sobre préstamos e inversiones y en la compra de bienes y servicios, tales como la comida, la salud y la educación.10

Los seres humanos pueden ser miopes e impulsivos, otorgando un peso indebido al corto plazo (tal vez al fumar, enviar mensajes de texto mientras conducen o al comer demasiado chocolate).11 Lo que es significativo es de suma importancia.12 Si un rasgo relevante de una situación, una actividad o un producto carece de notoriedad, la gente podría ignorarlo, tal vez para su beneficio (quizá porque aquello engorde y se encuentre en otra habitación) y tal vez en su detrimento (si aquello pudiera ahorrarle dinero o alargar la vida). Los seres humanos procrastinan y como resultado a veces sufren.13 También son muy sensibles a las reglas por defecto, las cuales establecen qué ocurre si no hacen nada. Puesto que lo que mucha gente hará será no hacer nada, las reglas por defecto pueden producir mucho daño (o hacer mucho bien).14 La gente puede ser optimista de un modo irreal y por esta razón optar por elecciones desafortunadas y hasta peligrosas.15 Puede cometer «errores previsibles»: pronostican que las actividades o los resultados tendrán cierto beneficio o efectos adversos sobre su bienestar, pero tales pronósticos resultan ser incorrectos.16

Es importante subrayar que los mercados proveen de una significativa protección contra tales errores. La competencia bien puede disuadir a las compañías de intentar explotar nuestra propensión a las meteduras de pata. Si las compañías nos proporcionan reglas por defecto que son de poca ayuda, conduciendo a los consumidores en direcciones que los perjudican, puede que sean castigadas como consecuencia de la competencia del mercado. ¿Quién confiará en tales compañías o seguirá haciendo negocios con ellas? Las compañías que ocultan las cargas onerosas y que, por lo tanto, le cuestan mucho más dinero al consumidor, eventualmente pueden encontrarse a sí mismas sin consumidores. La mayor parte del tiempo, los mercados libres son la mejor salvaguarda contra los errores cognitivos.

Las compañías ofrecen innumerables servicios para ayudar a la gente a contrarrestar los problemas de autocontrol. El libre mercado crea fuertes incentivos para que las compañías respondan a estos y a otros problemas. Con las nuevas tecnologías las repuestas acabarán siendo cada vez más frecuentes, de mayor utilidad, originales y personalizadas.17 Si tienes un problema con tu peso, puedes encontrar una gran cantidad de ayuda a través de dispositivos que monitoreen tu consumo de comida y te aconsejen acerca de cómo alcanzar tus metas. Las aplicaciones de software útiles proliferan18 y en el futuro veremos muchas otras más extraordinarias. El mercado que protege a la gente contra sus propios errores está floreciendo.19 Podemos imaginar todo un universo de aplicaciones sobre el comportamiento, diseñadas especialmente para ayudar a la gente a contrarrestar los errores a los que es proclive.

Pero hay otro lado de las cosas. Los mercados libres también pueden recompensar a los vendedores que intentan explotar los errores humanos. En casos identificables, aquellos que no saquen ventaja de los fallos humanos serán seriamente castigados por las fuerzas del mercado, sencillamente porque sus competidores estarán beneficiándose de hacerlo así. Los mercados crediticios proporcionan muchos ejemplos tristes. Consideremos los planes de llamada de teléfonos móviles, los planes de las tarjetas de crédito, de las cuentas corrientes, las hipotecas, los cuales por lo general tienen muy buenas características, pero en ocasiones son enrevesadamente complejos y pueden ocultar cláusulas dañinas (como tasas elevadas para una «cobertura por un descubierto»).20 En todas estas áreas, es posible que las compañías que proveen productos simples y claros tuvieran un mal desempeño en el mercado porque no estarían tomando ventaja de la propensión de la gente a meter la pata.

Está claro que queda mucho por comprender respecto de la naturaleza y extensión del error humano en contextos diversos. Sabemos que la conducta de la gente exhibe una «racionalidad ecológica», en el sentido de que tendemos a elegir bien en ambientes para los cuales nuestras reglas generales, o las heurísticas, son compatibles.21

Aquellos ambientes son la norma, no la excepción, y por esta razón nuestras elecciones generalmente tienden a ser correctas para nosotros. Tiene mucho más sentido decir que la gente da muestras de una racionalidad limitada que acusarla de «irracionalidad»; por muchas razones, la racionalidad limitada está muy bien, produce resultados que son iguales a, o quizá mejores que, aquellos que surgirían de los esfuerzos por optimizar al estimar todos los costes y beneficios.

Con respecto a los errores, se aprende más cada día. Algunos descubrimientos sobre el comportamiento siguen siendo preliminares y necesitan pruebas posteriores. Hay mucho que no sabemos. En los experimentos controlados aleatorios, la regla de oro de la investigación empírica debe ser utilizada aún más para entender mejor cómo los descubrimientos relevantes operan en el mundo.22 Sin embargo, los hallazgos subyacentes tras este punto han sido ampliamente considerados, y la economía conductual, la psicología social y cognitiva, así como otros campos relacionados han tenido un efecto significativo en las políticas de muchos países, incluyendo a Estados Unidos y Reino Unido.

En Estados Unidos, muchas iniciativas se han inspirado en las investigaciones sobre el comportamiento. Estas iniciativas incorporan herramientas como la divulgación, las advertencias, las reglas por defecto, y pueden encontrarse en muchas áreas, incluidas la economía del combustible, la eficiencia energética, la protección del medioambiente, el cuidado sanitario y la obesidad.23 De hecho, las investigaciones sobre el comportamiento proporcionan un importante punto de referencia a la legislación y a otro diseño de políticas en Estados Unidos.24

En Reino Unido, el primer ministro David Cameron creó el Behavioural Insights Team* con el objetivo de incorporar una comprensión del comportamiento humano en las iniciativas políticas.25 El sitio web oficial declara que su

trabajo recurre a las ideas de un creciente corpus de investigación académica en el ámbito de la economía conductual y de la psicología, las cuales muestran con qué frecuencia los sutiles cambios en la forma en que las decisiones son enmarcadas, pueden tener grandes impactos en cómo la gente responde a ellos.26

El equipo de análisis del comportamiento ha utilizado esta investigación para promover iniciativas en numerosas áreas, incluidas las de dejar de fumar, la eficiencia energética, la donación de órganos, la protección del consumidor, las donaciones por caridad y otras estrategias de conformidad en general.27 Sus acciones se están expandiendo y otros países han manifestado un vivo interés en su trabajo.28 En 2013, la Administración Obama creó su propio equipo con el fin de tener en cuenta las ciencias del comportamiento y aportar evidencia empírica que soportara las decisiones del gobierno.

La economía conductual ha llamado la atención de Europa y, por ejemplo, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) ha publicado una guía de políticas de consumo que recomienda un número de iniciativas basadas en la investigación sobre el comportamiento.29

La dirección general para la salud y el consumo de la Unión Europea también ha dado muestras de la influencia de la economía conductual.30 El Green Behavior es un informe de la Comisión Europea que incorpora la economía conductual a la hora de delinear las iniciativas políticas de protección del medioambiente.31 Los esfuerzos por catalogar el amplio y creciente conjunto de iniciativas informadas por el conductismo han llamado la atención al punto de que ya se habla del «auge del Estado psicológico».32 Este término no es el más propagandístico porque parece un poco alarmista; no es muy probable que alguien vote a un candidato que diga que apoya al «Estado psicológico». Sin embargo, el término tiene la virtud de destacar los esfuerzos, en todas partes, de elaborar razonables políticas de bajo coste en estrecha relación con cómo en realidad piensa y actúa la gente.

Arquitectura de la elección

Los resultados de la investigación sobre el error humano plantean un interrogante natural: si el aumento del conocimiento sobre el pensamiento y el comportamiento propician un mayor espacio para el paternalismo. Quizá ese conocimiento complemente las explicaciones económicas estándar del «fallo del mercado» al ofrecer justificaciones para la acción del gobierno sin que medie el daño a otros o algún tipo de problema de acción colectiva.33 Sabemos que la arquitectura de la elección influye mucho en la gente, en el sentido del contexto respecto al cual se hacen las elecciones.34 Tal arquitectura es tan ubicua como ineludible, e influye de un modo considerable en los resultados, seamos conscientes o no de ello. En realidad, la arquitectura de la elección puede ser decisiva; de un modo muy eficaz puede hacer que elijamos incontables opciones y que ello tenga numerosos efectos sobre otras al presionarnos en una u otra dirección.35 Por ejemplo, ¿están las impresoras configuradas por defecto para que impriman por una sola cara del papel o por las dos? La gente gasta mucho más papel con la configuración por defecto de una sola cara.36 Tanto en este como en otros casos, la arquitectura de la elección no puede ser eludida.

El gran novelista David Foster Wallace comenzó un discurso con la siguiente broma:

Dos peces jóvenes están nadando y, de repente, ven a un viejo pez que viene nadando en sentido contrario, los saluda y dice: «Buen día chicos, ¿cómo está el agua?». Los dos peces jóvenes siguen nadando y entonces, al cabo de un momento, uno de ellos echa un vistazo y dice: «¿qué demonios es el agua?».37

Esta es, claramente, una broma sobre arquitectura de la elección (por fortuna no hay muchas); también es instructiva, porque pone el foco en un hecho central de la vida: normalmente tenemos tan asumidas partes esenciales del contexto social que no las advertimos, no las nombramos y son invisibles. Como veremos, este punto plantea serios problemas al Principio del daño, ya que las influencias sobre nuestras opciones son omnipresentes e incluso puede que no las veamos.

La arquitectura de la elección existe cada vez que entramos en una cafetería, un restaurante, un hospital o una tienda de comestibles; cuando elegimos una hipoteca, un coche, un plan de salud o una tarjeta de crédito; cuando encendemos la tableta o el ordenador y visitamos nuestros sitios web favoritos (incluso las páginas web del gobierno), los cuales destacan unos temas y minimizan otros; cuando solicitamos licencias de conducir, o un permiso de construcción o prestaciones sociales. The Daily Grill ofrece, sin duda, una arquitectura de la elección, y su menú «Solo 600» es una forma de tal arquitectura. Ningún restaurante carece de una arquitectura de la elección y cualquier menú contiene alguna (los menús importan tanto para la comida como para los candidatos a funcionario, entre otras cosas, porque la gente es más propensa a elegir lo que está primero). En 1997, aquellos que dirigían el examen de ingreso de una facultad incrementaron el número de redacciones libres que los estudiantes podían enviar (de tres a cuatro). Como resultado los estudiantes se presentaron a muchas más plazas y aquellos de bajos recursos acabaron por asistir a facultades más selectivas, obteniendo de este modo ingresos más altos durante su vida.38

Para nosotros, una pregunta clave es si la arquitectura de la elección es provechosa y simple, o dañina, compleja y explotadora. Cualquier arquitectura ejercerá poder sobre la gente que esté sujeta a ella. Como no podemos eliminar la arquitectura de la elección, ¿las violaciones al Principio del daño resultarían ser inevitables?, ¿habrán olvidado tanto Mill como sus seguidores los inevitables efectos de esta arquitectura?

Esta pregunta conduce a otras: ¿deben estar autorizados los arquitectos de la elección, incluidos aquellos en la esfera pública, para cambiar las decisiones de la gente y dirigirlas hacia sus preferencias?, ¿tal esfuerzo sería paternalista inevitablemente?, ¿quién supervisará a los arquitectos de la elección o creará una arquitectura de la elección para ellos?39 Los economistas tienen una explicación elaborada de los «fallos del mercado» que puede justificar la intervención gubernamental, incluido el monopolio, una ausencia de información por parte de los consumidores y los efectos nocivos sobre terceras partes, tales como la polución, que puede provenir de convenios voluntarios («externalidades»). Pero esta explicación parece incompleta. Las distintas investigaciones empíricas nos permiten identificar un conjunto de fallos conductuales del mercado,40entendidos como fallos del mercado que complementan la explicación estándar de la economía y que provienen de la propensión humana a errar. ¿Es paternalista, de un modo inaceptable, usar tales fallos para justificar la regulación? ¿Es legítimo usar la arquitectura de la elección para contrarrestar los fallos conductuales del mercado?

Mis respuestas básicas son que la arquitectura de la elección es inevitable y que los fallos conductuales del mercado justifican, de hecho, ciertas formas de paternalismo.41 Cuando estos fallos ocurren y son significativos, hay (supuestas) buenas razones para una respuesta reguladora incluso cuando el daño a otros no pueda ser detectado. Debe estar claro que esta posición está enraizada en un rechazo del argumento epistémico de Mill para el Principio del daño —no porque el argumento epistémico esté siempre equivocado, sino porque no siempre es correcto.

Aunque aquí afirmo rechazar el Principio del daño, existen restricciones importantes. Nadie debe negar que los empleados del Estado también pueden errar y que sus errores pueden ser particular y exclusivamente perjudiciales. Hasta los paternalistas más benignos, y algunos están lejos de serlo, pueden equivocarse gravemente. Además, la gente es bastante diversa en términos de sus gustos, valores y situaciones; la talla única puede no irle bien a todos. A la luz del riesgo general al error del gobierno y del hecho ineludible de la diversidad humana es mejor, por lo general, utilizar la más leve de las formas de intervención y la que más preserve la elección. Estas formas incluyen los «empujoncitos», entendidos como iniciativas que mantienen la libertad de elección mientras conducen por la vía adecuada las decisiones de la gente (tal y como ella misma lo juzga).42 El menú «Solo 600» ciertamente es un empujón, es un GPS. Los empujoncitos incluyen divulgar información, las advertencias y las reglas por defecto adecuadas, que establecen qué ocurre si la gente no hace nada en absoluto. Podríamos aventurar un principio general que podría llamarse la Primera (y única) Ley de la Normativa Informada de modo Conductual: ante los fallos conductuales del mercado, los empujoncitos a menudo son la mejor respuesta, al menos cuando no existe daño a otros.*

De hecho, hay un posible argumento de que el paternalismo de este tipo, más reducido, no va en contra del Principio del daño.43