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Ella solo quería que su marido la amara. Alex Constantin aceptó aquel matrimonio de conveniencia con Tatiana Beaufort porque se sentía intrigado por aquella mujer bella e ingenua. Pero la noche de bodas Tatiana le pidió un año antes de consumar su unión... Hasta entonces dormirían en camas separadas. Un año después, el deseo estaba haciéndose irresistible y Tattie se sintió tentada cuando su guapísimo y enigmático marido le sugirió que se convirtieran en amantes de una vez por todas. Pero ella estaba empeñada en no convertirse en una verdadera esposa hasta que él no estuviera locamente enamorado de ella.
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Seitenzahl: 135
Veröffentlichungsjahr: 2017
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2002 Lindsay Armstrong
© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Perlas de amor, n.º 1410 - junio 2017
Título original: The Constantin Marriage
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-9694-9
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Si te ha gustado este libro…
Alex Constantin se pasó la mano por el pelo y miró el reloj. Era su primer aniversario de boda y el momento de la celebración se acercaba.
Echó la silla hacia atrás para admirar el atardecer sobre Darwin y el Mar Timor mientras pensaba en la noche que los esperaba. Su mujer, en contra de todo pronóstico, había accedido de buena gana a que sus suegros se encargaran de todos los preparativos. Lo único que faltaba era que apareciera.
Su madre, como de costumbre, se había mostrado encantada ante la idea de preparar una fiesta y había mandado limpiar la casa de Darwin hasta dejarla reluciente y llena de flores. Había preparado un bufé con todo tipo de exquisiteces y el porche se había preparado para ser la pista de baile.
«Hasta ahora, todo bien», pensó Alex. El único fallo de su madre había sido que había invitado sin darse cuenta a la que había sido su amante.
En ese momento, llamaron a la puerta y su solícita secretaria, Paula Gibbs, entró con la cajita que le había dicho que sacara de la caja fuerte antes de irse a casa.
–Gracias, Paula –le dijo haciéndole una seña para que se sentara mientras él le firmaba unas cartas–. ¿Te gustaría verlo? –añadió refiriéndose al contenido de la caja.
–¡Me encantaría!
Alex abrió la caja, miró lo que había dentro, se encogió de hombros y se la pasó.
Paula no pudo evitar un grito ahogado de admiración.
–¡Qué bonito! Perlas y diamantes.
–Exacto –contestó Alex–. Estaba claro que le iba a regalar perlas Constantin, pero le he añadido diamantes para que no diga que no me he gastado nada.
Paula cerró el estuche con el precioso collar de perlas y broche de diamantes y se lo devolvió.
–No creo que la señora Constantin sea así.
Alex se quedó pensativo unos segundos.
–No, la señora Constantin no es así en absoluto, es cierto.
«Me gustaría que la verdadera señora Constantin saliera a relucir de una vez», añadió para sus adentros.
Paula admiraba incondicionalmente a su mujer, así que no era cuestión de compartir con ella aquello. Además, sus problemas eran suyos y de nadie más.
De camino a casa, no paraba de darle vueltas a la cabeza. Vivían cerca de la empresa, en una urbanización que daba al Parque del Bicentenario y a la Playa Lameroo. A su mujer le había hecho mucha gracia que el sultán de Brunei se hubiera comprado el ático.
–Alex, ¿tenemos tanto dinero como él? –le había preguntado divertida.
Obviamente, le había contestado que no, que la fortuna Constantin y la Beaufort unidas no llegaban ni por asomo a ser como la del sultán.
–Pero a ti te ha ido muy bien con las perlas, ¿verdad, Alex? Por no hablar del ganado, los barcos de cruceros y todo lo demás…
Era cierto, pero ella tampoco andaba mal de dinero.
–Es cierto –había dicho ella mirándolo con extrañeza.
–Te lo digo porque parece que no valoras mucho la riqueza de mi familia. ¿Es porque somos la primera generación que nace aquí de procedencia griega? Claro, no somos como vosotros los Beaufort, que lleváis aquí desde los orígenes de Australia.
–Cariño, no se me ha pasado eso por la cabeza jamás. Es verdad que mi familia lleva aquí mucho más tiempo que la tuya, pero los Constantin sois más honrados que muchos de mis antepasados.
–Entonces, ¿por qué hablas de nosotros a veces con condescendencia?
–Lo siento. No lo hago adrede. Puede que sea porque hay ciertas costumbres griegas de tu familia que no me impresionan en absoluto. Piénsalo.
Y se había ido sin que le diera tiempo de recordarle que su propia madre, de origen ruso, había participado activamente de la costumbre en cuestión.
Seguía dándole vueltas a la cuestión mientras subía en el ascensor y al entrar en casa. Al ver que las luces estaban encendidas, pensó que su mujer ya había llegado de Perth. Se hallaba en su habitación y la puerta estaba abierta, así que pudo observarla sin que ella lo supiera.
Se estaba maquillando y llevaba un vestido largo y sin tirantes que le quedaba de maravilla. Era del mismo azul que sus ojos y llevaba el pelo, moreno, suelto sobre los hombros. Era menuda, delgada y de tez pálida, pero tenía una energía inagotable y un cierto aire de adolescente ya que solo tenía veintiún años.
Los padres de Alex y la madre de Tatiana habían sido los que habían arreglado el matrimonio de conveniencia entre ellos. Le había sorprendido que en la noche de bodas, ella le hubiera dicho que estaba al tanto de todo. Sabía que tenía una amante e incluso sabía quién era. Él, que creía que su mujer era una niña descerebrada, tuvo que admitir lo contrario cuando Tatiana le propuso un año de gracia en el que pudiera decidir si consumaban el matrimonio o no.
Alex había dicho que sí. Ya había pasado ese año y seguía dándole vueltas a su relación con Tatiana. Era una mujer incontrolable difícil de catalogar.
Durante aquel primer año de matrimonio de conveniencia, las cosas no habían ido mal. Tatiana se había hecho dueña y señora de sus casas, las había decorado y les había aportado comodidad y color. Le gustaba dar cenas con encanto y originalidad. Habían viajado mucho y siempre había cumplido con su papel de amante esposa de cara a la galería. Además, se había interesado verdaderamente por el proceso del cultivo de perlas.
Era una mujer de buen corazón que dedicaba buena parte de su vida a las obras benéficas. Lo único que no había hecho para cumplir con todas las expectativas de sus suegros había sido darles un nieto, que era precisamente para lo que los habían casado.
Sus padres eran grandes devotos de la familia y siempre habían llevado como una cruz haber tenido solo un hijo. Por eso, se desvivían por él y estaban muy pendientes de todo lo que hacía. A veces resultaba agobiante, pero Alex intentaba llevarlo lo mejor que podía. Cuando cumplió treinta años y no mostró ningún interés por casarse y tener herederos, su madre decidió tomar cartas en el asunto.
Al principio, le había hecho gracia que le pusieran chicas delante para que eligiera, pero había llegado un momento en el que la situación se había hecho insufrible y se había desentendido del tema. Aquello le había dolido mucho a su madre y Alex se había sentido culpable. Además, justo en aquellos momentos, le presentó a Tatiana Beaufort, hija de una amiga de toda la vida. Aquella chica tenía una cosa muy importante: su familia había sido una de las pioneras en asentarse en el oeste de Australia y por ello era uno de los apellidos más conocidos y respetados. Además, tenía dos ranchos enormes.
A Alex le daba igual lo del apellido, no como a su madre, que estaba encantada de haber emparentado con ellos. A él lo que le importaban eran los ranchos. Entre los dos, Tatiana y él tenían una buena parte del mercado de ganado de Kimberley y los precios de la ternera no paraban de subir.
Natalie, la madre de Tatiana, se había mostrado tan interesada en su unión como sus padres. Aquello le había llamado la atención y, al final, había conseguido que confesara. Por lo visto, creía que su hija estaba a merced de los cazafortunas desde la muerte de su padre. Además, su progenitor había sido una persona extremadamente conservadora y, como resultado de la educación recibida, Tatiana no sabía realmente qué era la vida.
–Podría caer con mucha facilidad en manos de un hombre sin escrúpulos, Alex –le había dicho Natalie estremeciéndose.
Alex se había mostrado de acuerdo.
–Pero, ¿y qué pasa con el amor? Las chicas de su edad deben creer en el amor.
–¿Hay alguien más fácil de engañar que una chica que se cree enamorada por primera vez en su vida? –había contestado su futura suegra haciendo un gesto despectivo con la mano.
Alex se había quedado perplejo ante sus palabras y le había vuelto a dar la razón.
–¿Y cómo tiene pensado hacerle creer que está enamorada de mí? En otras palabras, ¿estaría su hija dispuesta a casarse por conveniencia?
–Si tú no puedes hacer que una chica joven e impresionable se enamore de ti, no lo puede hacer nadie –había contestado Natalie con una risita–. Además, tienes ranchos. ¿Quién mejor para hacerse cargo de Beaufort y de Carnarvon?
–Señora Beaufort, estamos hablando del futuro de su hija, no del de los ranchos.
Natalie se encogió de hombros.
–Tu madre y yo pensamos que un buen matrimonio arreglado a tiempo es lo mejor para mi hija.
–Mi madre ha hecho desfilar ante mí a no sé cuántas chicas para ver si elegía alguna.
–Y seguro que todas de buena familia y acordes con tu nivel social.
–Ya, pero esto es lo más frío que he oído en mi vida. Está usted eligiendo al marido de su hija.
–Tatiana ya está un poco enamorada de ti. A ver si así te quedas más tranquilo.
Aquello lo había sorprendido mucho aunque había disimulado. Le había contado todo a su padre, George Constantin, que le había pasado las riendas del imperio hacía años. Increíble. Su padre también creía que debía casarse con Tatiana Beaufort porque era guapa, educada y joven.
–Además, tu abuela hizo lo mismo con tu madre y conmigo, y mira lo bien que nos ha ido.
–Sí, papá, pero eran otros tiempos.
–Desde que Flora Simpson volvió con su marido, no has querido ni oír hablar de matrimonio, ¿verdad?
Alex no había contestado.
–Mira, hijo, tu madre y yo nos hacemos mayores y no habría nada que nos hiciera más felices que tener nietos. Has tenido una mala experiencia en el amor, así que, piénsalo, esta podría ser la mejor solución para todos, ¿no? Por supuesto, la decisión final depende solo de ti.
Alex había pensado mucho aquella decisión final. El tema de los dos ranchos le interesaba sobremanera. ¿Qué sería de ellos en manos de una niña de veinte años? Porque su madre solo sabía hacer una cosa con el dinero, gastarlo, y el padre no le había dejado los ranchos en herencia. Por algo habría sido.
Volvió a la realidad y siguió observando a Tatiana, que se estaba cepillando el pelo y jugando con «Finlandia» a dirigir una orquesta imaginaria.
En el aspecto sexual, su mujer se había mostrado tímida desde el principio. De hecho, Alex creía que era virgen y que quería seguir siéndolo hasta la boda. También era cierto que temblaba cuando la besaba y parecían gustarle sus atenciones. Para cuando se casaron, tenía claro que Tatiana Beaufort estaba enamorada de él.
«Entonces, ¿por qué?», se preguntó por enésima vez. ¿Cómo se habría enterado de lo de su amante? ¿Y por qué había esperado a después de la boda para decirle que sabía que lo suyo era un matrimonio pactado? ¿De verdad estaba enamorada de él, entonces?
Tatiana terminó de peinarse, se giró y lo vio apoyado en el marco de la puerta. Se sonrojó y en realidad le pareció vulnerable. ¿Por su presencia o porque la había pillado haciendo el tonto?
–¡Alex! ¿Cuánto hace que estás ahí?
–Lo suficiente para ver que eres una directora de orquesta fantástica.
–¡Venga ya! –protestó–. No sabía que estabas en casa.
–No tienes nada de lo que avergonzarte, Tattie. ¿Qué tal por Perth?
–Muy bien –suspiró–. Aunque hacía frío, ¿sabes? He estado todo el día delante de la chimenea. ¿Y tú?
–Igual –contestó encogiéndose de hombros–. Por cierto, ¡feliz aniversario! –añadió poniéndole el estuche en la mano.
Lo miró a los ojos sorprendida.
–Yo… Alex, no tenías por qué comprarme un regalo.
–No.
–¿Entonces?
–Seguro que tu madre y mis padres se mueren por saber qué te he comprado. Ellos creen que te mereces un buen regalo por haber sido una excelente esposa este primer año de matrimonio, lo que es cierto… en casi todos los aspectos.
Tattie tragó saliva.
–Estás enfadado.
–No, no estoy enfadado –contestó Alex–. Estoy sorprendido y me pregunto qué me tendrás preparado para el segundo año de matrimonio… si es que va a haber un segundo año, claro.
Tattie apartó la mirada.
–Todavía… no lo he decidido.
Alex sonrió con malicia.
–¿Me estás pidiendo otro año, Tattie?
–No –contestó echando los hombros hacia atrás y levantando el mentón–, pero me gustaría que lo habláramos los dos, tranquilamente, y no creo que este sea el mejor momento. Para empezar, porque llegaríamos tarde –sonrió–. ¡Imagínate lo nerviosa que se pondría tu madre!
–Muy bien –dijo tomando el estuche de sus manos–. Hasta entonces, permíteme –añadió sacando el increíble collar–. Date la vuelta.
–Alex, es precioso –dijo sinceramente–, pero…
–Tattie, obedece.
–Pero, Alex, todo esto es la gran farsa –protestó.
–Por supuesto –sonrió él–, pero haber dicho que no a la fiesta.
–Puede que tú puedas hacer con tu madre lo que quieras, pero yo no –dijo frustrada–. Tu madre insistió y no tuve más remedio que decir que sí.
–Cariño, si pudiera hacer con mi madre lo que quisiera, o con la tuya, ni tú ni yo nos veríamos metidos en este lío. Como ya no tiene remedio, intenta poner buena cara, como yo. Date la vuelta.
Lo miró confusa e hizo lo que le pedía.
–Ya está –dijo sintiendo cómo se estremecía al sentir sus dedos en la nuca–. Perfecto –murmuró–. ¿Qué te parece a ti? –añadió acariciando el largo del collar, que se perdía en su escote.
Tattie volvió a tragar saliva.
–Sí, es perfecto –contestó–. Muchísimas gracias.
Sus miradas se encontraron en el espejo.
–Tú también eres perfecta, señora Constantin –le dijo sinceramente–. Me voy a duchar. Tardo sólo diez minutos… Por cierto, Tattie, hay algo que me gustaría decirte sobre la fiesta –le dijo desde la puerta.
–Dime –respondió como si le costara hablar.
–Mi madre me ha dado hoy mismo la lista de invitados y resulta que Leonie Falconer va a venir.
En principio no se produjo ninguna reacción, pero a los pocos segundos una sombra le cubrió la cara.
–¿Te refieres a… tu amante?
–Ya no es mi amante –le aseguró duramente–. No sé cómo mi madre no lo sabe, pero…
–Supongo que creerá que has cambiado desde que eres un hombre casado.
–Muy aguda, Tattie, pero te recuerdo que me dijiste que te parecería normal que no hiciera vida monacal mientras decidías qué pasaba con nuestro matrimonio.
Tatiana se sonrojó y no dijo nada.
–En cualquier caso, poner a las que han sido mis amantes delante de mi mujer no me gusta. Por eso llevo todo el día intentando hablar con ella para decirle que no viniera, pero no he podido. Me parecía justo advertírtelo.
–Muy amable por tu parte, Alex –contestó ella con desdén–, ¡pero la señorita Falconer puede hacer lo que le venga en gana!
Alex enarcó una ceja.
–¡Bravo, Tattie! Nos vemos en diez minutos.