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La actriz Elisabet Vogler se encuentra en un hospital, después de perder la voz mientras interpretaba Electra en el teatro, y los doctores no encuentran causa aparente de su silencio. Encargarán su cuidado a una enfermera llamada Alma, con quien Elisabet comienza una estrecha relación. Persona es una de las obras maestras del séptimo arte y en este libro Bergman nos muestra su enorme potencia literaria. Como señala el propio autor, no se trata de un guion cinematográfico, sino que "se asemeja más al tema de una melodía". "Bergman sabe entretener, es un gran narrador de historias que jamás pierde de vista un hecho: sean cuales fueren las ideas que desea comunicar, las películas tienen que emocionar al público". Woody Allen
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Seitenzahl: 75
Veröffentlichungsjahr: 2018
Ingmar Bergman
PERSONA
Prólogo de Jonás Trueba
Jonás Trueba
UN GUION DE BERGMAN
Hemos puesto miles de fechas al nacimiento de la modernidad en el cine, pero si a los cineastas de la Nouvelle Vague les gustaba decir que el cine moderno había nacido en ese Verano con Monika de 1952, cuando Harriet Andersson se giró repentinamente y se quedó mirando al objetivo de la cámara, entonces se podría decir que fue el mismo Bergman, si no un nuevo Bergman, el que refundó el cine moderno cuando decidió filmar las manos y los rostros simétricos de Liv Ullman y Bibi Andersson.
Indagar en las razones de Persona, detenerse en los motivos que empujaron a Bergman a realizar esta película resulta mucho más enriquecedor y fascinante que tratar de analizar su argumento. Para unos, siempre ha resultado incomprensible y exasperante; para otros, se trata de una reflexión soberbia sobre el alma humana y la pérdida de la identidad. Pero Bergman siempre negó cada una de las interpretaciones que le lanzaban sobre su película. Para él no era más que «una tensión, una situación, algo que ha ocurrido y pasado, y más allá de eso, no sé».
Cuando empezó a escribir el guion, llevaba tiempo ingresado en un hospital. Había tenido que abandonar una gran producción titulada Los antropófagos a causa de una bronconeumonía y dirigía el Teatro Nacional de Suecia desde la cama. Se pasaba horas y horas tumbado, sin poder leer ni mirar la televisión, contemplando una mancha negra en el techo de su habitación y sumido en una profunda crisis existencial y profesional. Por primera vez había sentido la necesidad de interrogarse acerca de su actividad como creador y de poner esta en relación con la sociedad y el mundo. De esas preguntas surgió un texto titulado «La piel de la serpiente», que leería al recibir el Premio Erasmus a toda su carrera y que más tarde usaría como prólogo al guion de Persona. En él reconoce la futilidad del arte, pero encuentra nuevas razones para seguir trabajando, razones que se sustentan en una «insoportable curiosidad, ilimitada, jamás calmada, constantemente renovada, que me empuja hacia delante y que nunca me da descanso». Todavía resulta emocionante leer aquella declaración de intenciones: «Capturo una mota de polvo en el aire, tal vez sea una película. ¿Qué importancia tiene eso?: ninguna, pero yo lo encuentro interesante, por tanto afirmo que esto es una película». Porque más allá de los grandes dilemas, el guion de Persona se materializa gracias a una serie de elementos tangibles y de imágenes retenidas en su memoria: una fotografía, dos rostros simétricos, unas manos que se entrelazan, algunos trozos de celuloide, los recuerdos de la infancia y «esos secretos sin palabras que solo el cine es capaz de sacar a la luz».
Cuando Bergman era pequeño, le gustaba jugar con trozos de película de nitrato que podía comprar en una tienda cerca de su casa. Le gustaba bañarlos en sosa hasta que la emulsión se disolvía; entonces podía pintar y dibujar nuevas imágenes sobre la película blanca, imágenes que algunos años después incorporaría a los títulos de crédito de Persona, intercaladas con otras imágenes mucho más ásperas y desasosegantes, que reflejaban su estado de ánimo en el hospital, cuando «vivía muy cerca de los muertos, entre cuatro paredes de ladrillo y unos cuantos árboles tristes».
Fue entonces cuando descubrió el parecido asombroso entre Bibi Andersson y Liv Ullman en una fotografía, y poco después telefoneó a su productor pidiéndole que contratase a ambas actrices para una futura película. «Será la historia de una persona que le habla a otra que no dice nada. Después comparan sus manos, y finalmente se funden en un abrazo». Me gusta pensar que este guion surge de una imagen, de las ganas de Bergman de filmar el rostro de dos actrices hermosas cuyo parecido le resultaba perturbador, y de un productor dispuesto a confiar su dinero al talento de un director que no parecía saber muy bien qué película iba a hacer. Bergman contó más tarde que Persona le salvó la vida. Y lo cierto es que pocas veces el cine ha podido ser más terapéutico. El personaje de Elisabet Vogler tiene mucho del propio Bergman, y algunos de sus miedos y de sus obsesiones quedaron proyectados en esa actriz que un día enmudece y se niega a seguir interpretando. Bergman quiso también que las imágenes que le asaltaban al cerrar los ojos interfiriesen en sus ideas, y se propuso escribir el guion como si se tratara de un poema. «El evangelio de la comprensibilidad, que me metieron en la cabeza desde que sudaba como negro de guiones en Svensk Filmindustri, pudo irse al infierno». Y es que Persona es una de esas raras películas en las que, como escribió Barthes a propósito de El ángel exterminador, «el sentido se suspende». Jean-Claude Carrière ha contado lo mucho que Buñuel y él admiraban Persona, y que cuando tuvo la oportunidad de conocer a Bergman no dudó en preguntarle acerca de la famosa secuencia en la que Bibi Andersson cuenta la misma historia dos veces, a lo que Bergman respondió: «La historia que se cuenta nunca es la misma que la que se escucha».
En el guion que tenemos entre manos no existe esa repetición, porque Bergman no intuyó el aforismo hasta que llegó a la sala de montaje. Hay muchos otros elementos de la película que no están aquí, pero también hay muchos pasajes del guion que no están en la película. Se podría decir que el guion que se lee nunca es el mismo que se ve, y mucho menos este. Pocos guiones se alejan tanto de los tecnicismos propios del género y se acercan más al lector común de novelas. No se trata de una mera descripción de futuras imágenes, sino de un poderoso texto literario cuya fuerza reside en su capacidad para seducir e interrogar. A Bergman le gustaba decir que los guiones deben escribirse como si se tratara de un largo y cariñoso mensaje a los actores y técnicos que van a trabajar en la película. Pensaba que era la mejor forma de intimar con todos ellos. Ahora somos nosotros los que podemos intimar con él.
Madrid, 28 de diciembre de 2009
No es esta creación mía un guion cinematográfico en su acepción habitual. Lo que he escrito se asemeja más, en mi opinión, al tema de una melodía, el cual, según creo, podré ir instrumentando a lo largo de la grabación. Son muchos los puntos en los que no me siento seguro y de un pasaje, como mínimo, no sé nada en absoluto. Y es que he descubierto que el asunto que elegí es muy amplio y que lo que escribí o lo que incorporé a la versión definitiva de la película (¡qué idea más espantosa!), no podía sino resultar de lo más arbitrario. De ahí que ahora apele a la imaginación del lector o del espectador para que disponga libremente del material que aquí pongo a su disposición.
Me imagino la película transparente rodando a toda velocidad por el proyector. Limpia de signos y de imágenes fotográficas, le arrancará a la pantalla el reflejo de una luz parpadeante. De los altavoces se oirá solo el rumor de los amplificadores y el débil crujido del tránsito de las partículas de polvo por el tocadiscos.
La luz se estabiliza y se densifica. Sonidos incoherentes y breves fragmentos de palabras como fogonazos empiezan a plasmarse en el techo y en las paredes.
En medio de esa blanquísima blancura, aparecen los contornos de una nube…, no, de un espejo de agua…, no, era una nube…, no, un árbol de inmensa copa…, no, un paisaje lunar.
Aumenta el murmullo en movimientos circulares y palabras completas (incoherentes y remotas) comienzan a aparecer como sombras de peces en aguas de profundidad abismal.
Ni una nube ni una montaña ni un árbol de frondoso follaje, sino un rostro con la mirada clavada en la del espectador. El rostro de la enfermera Alma.
—Alma, ¿ha ido ya a ver a la señora Vogler? Ah, ¿no? Tanto mejor. Iremos juntas. Así puedo presentarlas. La pondré al corriente, solo por encima, de la situación de la señora Vogler y de las razones por las que la hemos contratado a usted para cuidarla. En resumidas cuentas, la señora Vogler es actriz (como usted sabe) y estaba trabajando en la última representación de Electra. En el segundo acto enmudeció y miró a su alrededor como sorprendida. No recurrió al apuntador ni a la ayuda de su interlocutor en escena, sino que guardó silencio durante más de un minuto. Acto seguido, continuó con la representación de la obra como si nada hubiese ocurrido. Después de la función, se disculpó ante sus compañeros explicando su silencio con las siguientes palabras:
«Me entró una risa espantosa».
