Erhalten Sie Zugang zu diesem und mehr als 300000 Büchern ab EUR 5,99 monatlich.
Chile, octubre de 1970. Un grupo de estudiantes del barrio alto santiaguino organiza un evento similar al de Woodstock que durará tres días y terminará bautizado como "Piedra Roja". Esta crónioca revela lo que pasaba en la sociedad chilena antes y después de aquel hecho que cambiaría para siempre la idea de "juventud". Registra los preparativos y la sorpresa de los organizadores al ver que llegaba mucha más gente de la prevista. Habla de las bandas que tocaron en el festival: como Los Jaivas y Los Blops. de los que se drogaron. De los que fueron a ver a otros drogarse. De la forma prejuiciosa en que la prensa "informaba" a la opinión pública sobre lo que estaba pasando. ¿Cómo era ser hippie, por aquellos años, en un país alejado de las principales capitales munciales? este es el testimonio de una época en boca de sus protagonistas y retrata el inolvidable Festival de Piedra Roja, más allá de la verdad histórica, en su justa dimensión de mito contemporáneo. Edición profusamente ilustrada con recortes de prensa y fotografías de Paul Lowry.
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 91
Veröffentlichungsjahr: 2024
Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:
Portada
Portadilla
Créditos
Epígrafe
Algunos puntos a modo de preámbulo
Protohippies
Primer día: 11 de octubre
Segundo día: 12 de octubre
Tercer día: 13 de octubre
¿Donde estabas tú?
Crónica fotográfica y más prensa
Epílogo de un mito
A modo de postfacio
Agradecimientos
Bibliografía
Piedra
Roja
El mito del Woodstock chileno
Investigación de Antonio Díaz Oliva
Fotografías de Paul Lowry
Piedra Roja.
El mito del Woodstock chileno
Primera edición: octubre de 2010
© Antonio Díaz Oliva, 2010
Registro de Propiedad Intelectual
Nº 196.243
© RIL® editores, 2010
Alférez Real 1464
cp 750-0960 Providencia
Santiago de Chile
Tel. (56-2) 2238100 • Fax 2254269
[email protected] • www.rileditores.com
Composición, diseño de portada e impresión: RIL® editores
Epub hecho en Chile • Epub made in Chile
ISBN 978-956-284-760-5
Derechos reservados.
Poseemos una enorme capacidad para demoler los hechos verídicos y cubrir el lugar con una pátina de leyenda, de magia, de ultratumba.
Joaquín Edwards Bello, Mitópolis
Algunos puntos
a modo
de preámbulo
1.
Una advertencia: este es un libro en progreso. Un libro en progreso porque —de alguna manera— no se ha terminado de escribir. ¿La razón? Fácil: a la hora de radiografiar un evento como Piedra Roja obviamente uno se topa con muchas opiniones, recuerdos y testimonios diferentes. A su manera, cada persona vivió el festival que quiso vivir, que le tocó vivir o que recuerda haber vivido. De ahí la dificultad de unificar todo en un solo relato, de hacer una gran y única crónica totalizadora. Algo, claro, imposible a fin de cuentas.
2.
La información que se maneja de Piedra Roja (festival conocido por muchos como el «Woodstock chileno») es más bien confusa, incompleta y contradictoria. Así, nada raro que, con los años, se haya ido inflando hasta transformarlo en un mito nacional. Se dice que Piedra Roja fue la versión mínima y criolla de Woodstock porque obviamente el festival estadounidense fue el referente o puntapié del asunto. Pero no está mal recordar que, en ese entonces, Santiago de Chile era una ciudad alejada del mundo, donde los jóvenes tenían que esperar a un amigo que volviera de Estados Unidos o Europa para enterarse de lo que pasaba allá afuera. Ni un ápice de similitud con lo que sucedía en Nueva York, Londres o Ciudad de México. Eso se evidenció tanto en el comportamiento inadaptado de algunos espectadores –que aprovecharon la falta de vigilancia para robar– y de otros que «boicotearon» la música, como en la actitud de la prensa, que sacó a relucir su peor cara: la de conservadores que –pese a que se embobaban fácilmente con las modas extranjeras– no sabían entender lo que estaba sucediendo en un prado de la comuna de Las Condes. Y claro: no encontraron nada mejor que, con mala intención, tildarlo como «vandalismo».
3.
Por supuesto, este fue un festival a la chilena. Hubo desorden, poca organización y mucho de improvisado. Tal vez, también se haya debido a cómo se gestó todo: nuestro «Woodtstock» nació como la idea de un curso de tercero medio para juntar dinero. Algo que no deja de ser curioso: un grupo de alumnos de un colegio del barrio alto, que con los ojos puestos en lo que sucedía en Estados Unidos, organizó un evento para irse de viaje de estudio (sí, un viaje de estudio). Un festival que, dato no menor, tuvo a la Coca-Cola de auspiciador y, sin embargo, dicen que se usaban tarros de leche Nido para iluminar el predio. Ni más ni menos.
4.
Y pese a todo, pese a la precariedad, Piedra Roja funcionó como sacacorchos social. Para ese entonces, inicios de 1970, el ambiente estaba como una olla a presión. Una nueva juventud se venía gestando, pero a un nivel subterráneo, casi invisible para el resto de la sociedad. Así las cosas, Piedra Roja abrió la válvula que dejaría escapar el aire que se respiraba hacía un tiempo y que duró hasta el 11 de septiembre de 1973. El hippismo, el rock y todo eso que se cataloga como contracultura funcionaba a un nivel incipiente en Chile. Un dato muy significativo al respecto es que varios hijos no volverían a sus casas hasta días después de lo sucedido en Los Dominicos. Algo inaudito para esos años, si volvemos a la idea de un Chile remoto.
5.
Fue hace 35 años que Joaquín Edwards Bello escribió en uno de sus libros que Chile era un país mitómano. El evento que se llevó a cabo en octubre de 1970, bajo el nombre de Festival de Los Dominicos (y que la prensa tildaría erróneamente como Piedra Roja), y en el cual tocaron bandas como Los Jaivas o Los Blops, no escapa a ese adjetivo obviamente. Incluso hoy, cuando se cumplen 40 años, mucho de lo que se comenta o se «sabe» corresponde, más que nada, a recuerdos difusos o, simplemente, a cosas que no sucedieron, pero que —con los años— se han agregado al imaginario colectivo de la sociedad chilena como auténticos «hechos».
La idea es que esta investigación sirva, en parte, para fijar un poco los contornos de ese mito, desinflarlo un poco, amoldarlo otro poco y, en definitiva, darle un marco que lo vuelva más real. Por eso, también, la advertencia al inicio: este es un libro en progreso, y no porque aún no se haya terminado de escribir. Ojalá que, con esta publicación, aparezcan nuevos antecedentes que completen lo poco que se sabe de Piedra Roja y que reduzcan, en lo posible, algo de la pátina de mito que cubre este capítulo de la historia. Un capítulo que, por supuesto, descansa en esa ciudad imaginaria y típicamente chilena llamada Mitópolis.
A.D.O.
Protohippies
Para encontrar la genealogía de Piedra Roja hay que remontarse al verano de 1970: después de aquellas vacaciones, muchos jóvenes santiaguinos no volvieron a sus casas. En vez de regresar al colegio o a la universidad, prefirieron quedarse en Viña del Mar u otras playas de los alrededores. Y no fueron pocos los que pensaron eso, ni los que realmente lo hicieron.
Aquella fue la primera señal de que algo estaba pasando. Si bien los síntomas ya se sentían en las familias santiaguinas, quizás el primer indicio de ese fenómeno lo encontramos en la narrativa chilena. Para ser más precisos: en la narrativa infantil chilena.
Tempranamente, en 1971, Marcela Paz ya abarcaba los cambios de la nueva juventud chilena en Papelucho y mi hermano hippie. Un libro que se iniciaba así:
Javier venía llegando de vacaciones con una pinta harto inflamable. Traía el pelo largo y crespito, un cintillo a lo indio, pantalón verde con lagartijas blancas y en lugar de camisa, una cadena de lavatorio de la que colgaba una estrella de mar que se enredaba en unos pelos colorines que le habían salido en el pecho. En lugar de zapatos sus patas gordas y casposas se agrandaban silenciosas en el suelo y cada uña de los dedos del pie tenía pegado un caracol de algún color cataclíptico.
Pero, como ya dijimos, más de algún joven chileno de comienzos de los ‘70, al contrario del hermano mayor de Papelucho, no volvió. Se quedaron en la playa o se fueron a alguna comunidad. Incluso, los que sí volvieron lo hicieron de una manera diferente: se rebelaban.
Sin ir más lejos, el propio Javier, según cuenta la historia, iba a ser un cadete. Pero algo pasó en el camino: en ese verano de 1970, se topó con el hippismo. Así las cosas, el grueso de la juventud chilena tuvo un cambio radical en su estilo de vida entre fines de los ‘60 y comienzos de los ‘70. Ahí estaban, era casi imposible evitar los hitos mundiales de la contracultura: el verano del amor en San Francisco en el ‘67, el París de Mayo del ‘68; y, por supuesto, Woodstock en 1969. Todos momentos que recorrían el mundo a través de los medios de comunicación. Eran señales del nuevo papel que tomaban los jóvenes en la sociedad.
El hecho, claro está, se podía constatar en los diarios de la época. Por ejemplo, cuando las autoridades viñamarinas, al ver cómo estos «hippies» se multiplicaban e «invadían» la ciudad, implementaron un plan de contingencia. Así lo informaba La Tercera el domingo 11 de octubre de 1970:
Una campaña destinada a eliminar de las playas viñamarinas a numerosos vagos que se autodenominan hippies inició la Municipalidad de Viña del Mar.
Las escasas notas en que se usa la palabra hippie hacia fines de los ‘60 y comienzos de los ‘70 se relacionan directamente con desmanes o problemas de drogas. Además, se acusaba a estos jóvenes de pelo largo de ser unos meros imitadores de la moda norteamericana. Una nota de El Mercurio de Valparaíso del viernes 9 de octubre del mismo año, que lleva por título «Hippies invaden playas de Viña», lo confirma:
Son vagos que pretenden ser hippies, los que cometen todo tipo de actos groseros entre su grupo o con los concurrentes a dichos lugares.
Para una sociedad como la chilena, tener pelo largo y vestir con muchos colores no era visto con buenos ojos por aquellos años. Nada de raro, entonces, que la cobertura de prensa —como ya se verá en el caso de Piedra Roja— sea casi siempre desde los hechos delictivos. Pocas veces, se analizan desde la sección de tendencias o desde la parte musical, o por último, con la intención de entender lo que estaba sucediendo con una parte de la juventud.
Fue a mediados de 1970. Salvador Allende era elegido presidente y Chile se convertía en el primer país en tener un mandatario socialista elegido por la vía democrática. El mundo, a esas alturas, estaba dividido entre Estados Unidos y la Unión Soviética, lo que equivale a decir, entre capitalismo y comunismo. Las consecuencias de esa división ya eran visibles en nuestro país. El Frente Nacional Patria y Libertad ponía insertos en El Mercurio de Santiago y Valparaíso en los que aparecían mensajes como el que sigue:
Chile jamás caerá en manos del marxismo internacional, mientras existan patriotas dispuestos a impedirlo (4 de octubre).
Casi simultáneamente, el periódico El Clarín resumía su posición frente al acontecer nacional con el eslogan: «¡Firme junto al pueblo!».
Políticamente el país comenzaba una polarización que desembocaría en el golpe militar del 11 de septiembre de 1973. Ese contexto altamente politizado fue el escenario de los primeros jóvenes chilenos que se interesaron por el hippismo.
Algunos intentando buscar una tercera vía de pensamiento y vida, alternativa a las dos tendencias imperantes; otros, en cambio, simplemente tenían ganas de pasarlo bien.