Plick y Plock - Eugène Sue - E-Book

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Eugène Sue

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Beschreibung

"Plick y Plock", escrito por Eugène Sue, es una novela que refleja la intersección entre el realismo y el romanticismo del siglo XIX. La obra se centra en las travesuras y vivencias de dos personajes entrañables, quienes, a través de sus aventuras, ofrecen una crítica social hacia la hipocresía y desigualdad de su tiempo. Sue emplea un estilo narrativo vívido y detallado, característica que lo hace destacar dentro del contexto literario de su época, donde la exploración de la condición humana y la representación de la vida cotidiana empiezan a cobrar importancia. El autor combina elementos fantásticos y humorísticos, creando un relato que, aunque ligero en su superficie, invita a una reflexión más profunda sobre la naturaleza humana y la sociedad en la que vivimos. Eugène Sue, reconocido por su compromiso con causas sociales y políticas, fue un escritor francés que se destacó como una voz crítica frente a las injusticias del sistema burgués. Su trasfondo en la medicina y su activismo político, especialmente sobre temas como la pobreza y los derechos de los trabajadores, lo influenció significativamente en su escritura. "Plick y Plock" se inscribe en este esfuerzo por abordar problemas sociales de manera accesible, utilizando la ficción como vehículo de cambio y reflexión crítica. Recomiendo encarecidamente "Plick y Plock" a todos aquellos interesados en la literatura del siglo XIX y en la crítica social a través de la ficción. La obra, a pesar de ser menos conocida que sus otros trabajos, revela una aguda percepción sobre la dinámica social y los valores humanos, haciéndola esencial para comprender el pensamiento de su tiempo. Es una lectura que, además de entretener, ofrece un espejo donde reflexionar sobre la realidad contemporánea. En esta edición enriquecida, hemos creado cuidadosamente un valor añadido para tu experiencia de lectura: - Una Introducción sucinta sitúa el atractivo atemporal de la obra y sus temas. - La Sinopsis describe la trama principal, destacando los hechos clave sin revelar giros críticos. - Un Contexto Histórico detallado te sumerge en los acontecimientos e influencias de la época que dieron forma a la escritura. - Un Análisis exhaustivo examina símbolos, motivos y la evolución de los personajes para descubrir significados profundos. - Preguntas de reflexión te invitan a involucrarte personalmente con los mensajes de la obra, conectándolos con la vida moderna. - Citas memorables seleccionadas resaltan momentos de brillantez literaria.

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Veröffentlichungsjahr: 2023

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Eugène Sue

Plick y Plock

Edición enriquecida. Un encuentro sorprendente entre gemelos separados en la Francia del siglo XIX
Introducción, estudios y comentarios de Gaspar Arias
Editado y publicado por Good Press, 2023
EAN 08596547827078

Índice

Introducción
Contexto Histórico
Sinopsis (Selección)
Plick y Plock
Análisis
Reflexión
Citas memorables

Introducción

Índice

Plick y Plock reúne, en un solo volumen de autor, dos relatos extensos de Eugène Sue, precedidos de un Prefacio: Kernok el pirata y El gitano. La presente colección se propone ofrecerlos íntegros y ordenados en sus capítulos originales, para permitir una lectura continua de estas piezas fundamentales de su primera etapa romántica. No es una antología fragmentaria ni una reescritura: es una edición de novelas completas que restituye el pulso narrativo y la arquitectura episódica que las caracteriza. El título común funciona como rótulo de conjunto y facilita el acceso a un territorio literario marcado por aventura, exceso y destino.

El alcance textual abarca la narrativa de largo aliento —novelas o relatos largos— y un prefacio programático, sin incluir poemas, teatro, cartas ni materiales de archivo. En términos de géneros, Kernok el pirata se inscribe en la novela de aventuras marítimas con rasgos góticos y melodramáticos, mientras El gitano conjuga el folletín romántico con cuadros de costumbres hispánicas. Ambos textos despliegan la seriación capitular propia del siglo XIX, con escenas intensas, virajes repentinos y una economía de suspense. El orden de capítulos reproduce esa lógica, de manera que el lector encuentre el ritmo original de avance y la tensión que sostiene cada episodio.

Kernok el pirata se abre sobre el universo del mar y la violencia, en torno a un corsario implacable y su tripulación a bordo de un brick llamado El Gavilán. La secuencia de capítulos—desde preparativos de caza y presas hasta combates y regresos—compone un itinerario donde la codicia, el temor y la superstición se enfrentan a la inclemencia oceánica. Sue trabaja con contrastes nítidos y atmósferas nocturnas, alternando acción trepidante y escenas de observación moral. Sin adelantar desenlaces, puede afirmarse que el relato pone en crisis el heroísmo convencional y explora la frontera borrosa entre ley, piratería y supervivencia.

El gitano traslada la acción a una España romántica imaginada por la sensibilidad francesa del XIX, poblada de barberías, plazas de toros, conventos y caminos marítimos. Un personaje gitano, en el cruce de marginación y deseo, articula un drama donde pesa el rito, la honra y la justicia penal, con episodios que aluden a tempestades, reliquias y la pena del garrote. Más que una crónica de costumbres, el texto es una reflexión narrativa sobre prejuicios, fascinaciones y miedos, sostenida por el pulso folletinesco. La alternancia de interiores religiosos y espacios abiertos acentúa un conflicto que no recurre a exotismos superficiales.

Unifican la colección la atracción por la marginalidad, el examen de la violencia y el constante roce con lo sagrado. Piratas y gitanos aparecen no como curiosidades pintorescas, sino como figuras límite que interpelan sistemas morales y legales. En el plano estilístico, Sue recurre a antítesis contundentes, vocabulario sensorial, situaciones extremas y cierres de capítulo que convocan la lectura continua. La precisión de los títulos episódicos orienta el avance dramático sin agotar el sentido. Desde el mar embravecido hasta la capilla ardiente, la imaginería convoca una ética ambigua, donde compasión, culpa y fatalidad se entrelazan sin resolver del todo.

Estas obras pertenecen a la primera fase de Eugène Sue, anterior a sus grandes novelas de tesis social, y revelan el laboratorio donde afina recursos que luego circularán por el folletín europeo: ritmo serial, construcción de antihéroes, panoramas urbanos y corales, y un gusto por el detalle plástico. Su vigencia se percibe en el diálogo con formas narrativas contemporáneas que privilegian la tensión episódica y la ambivalencia moral. Al mismo tiempo, ofrecen una ventana a debates del siglo XIX sobre justicia, fe, superstición y castigo, que siguen interpelando al lector actual por su potencia simbólica y su energía narrativa.

Leída como conjunto, Plick y Plock permite una doble experiencia: el goce inmediato de la aventura y la observación de cómo se articula una retórica popular que marcó la modernidad literaria. El Prefacio abre el horizonte de lectura, y cada bloque —Kernok el pirata y El gitano— presenta, en capítulos titulados, un desarrollo orgánico. Los encabezamientos en castellano guían la progresión sin desvelar las sorpresas narrativas. Para el lector de hoy, la colección ofrece un mapa claro de motivos y procedimientos que definen al Sue romántico: vigor escénico, plasticidad de ambientes, dilemas morales tajantes y una dramaturgia de episodios inolvidables.

Contexto Histórico

Índice

Eugène Sue (1804-1857), novelista francés, pasó de médico y cirujano naval a escritor célebre del Romanticismo. Sus primeras obras, anteriores a sus grandes folletines sociales de la década de 1840, exploran mares, fronteras y atmósferas sombrías afines a la llamada escuela frenética. La colección Plick y Plock pertenece a ese tramo inicial y reúne relatos que sitúan su acción entre finales del siglo XVIII y las primeras décadas del XIX, en puertos atlánticos y mediterráneos y en una España vista con lente romántica. En ellos convergen experiencia marítima, supersticiones populares y debates morales sobre autoridad, fe y violencia.

Tras el fin de las guerras napoleónicas en 1815, Europa entró en un ciclo de restauración política y convulsiones revolucionarias. En Francia, la Restauración borbónica (1814-1830) y la Revolución de Julio de 1830 marcaron discusiones sobre legitimidad, ley y rebelión. En el mar, las potencias reforzaron la represión de la piratería: el bombardeo de Argel de 1816 y la intervención francesa en 1830 simbolizaron el cierre de viejos santuarios corsarios. Al situar brigs, orgías y combates, Kernok el pirata dialoga con ese fin de época, cuando el fuera de la ley todavía fascina mientras el Estado extiende su alcance.

Las décadas de 1820 y 1830 vieron la coexistencia de la navegación a vela con los primeros vapores, aunque el tráfico militar y mercante seguía dominado por brigs y fragatas. A bordo, persistían jerarquías rígidas, castigos severos y un repertorio de creencias marineras sobre augurios y maldiciones. La liturgia católica, como la misa de difuntos, impregnaba la vida social de los puertos. En ese marco, tormentas, vientos de levante y abordajes no son solo escenarios, sino síntomas de una cultura marítima que se resiste a desaparecer mientras se moderniza. La violencia reglada del combate naval convivía con prácticas de rapiña y contrabando.

España ocupó un lugar privilegiado en la imaginación romántica francesa. Entre 1820 y 1840 se consolidó un gusto por el “color local”: corridas de toros, romerías, gitanos y paisajes andaluces, filtrados por viajes y crónicas literarias. La corrida se afianzó como espectáculo urbano y el garrote fue método de ejecución civil durante el siglo XIX, recordatorio de una penalidad severa. El país vivía tensiones entre liberalismo y absolutismo: Trienio Liberal (1820–1823), Década Ominosa (1823–1833) y la primera guerra carlista (1833–1840). El gitano moviliza conventos, blasfemia y levantes para explorar choques entre devoción, justicia penal y autoridad civil.

Los puertos mediterráneos e ibéricos de la época, con barberías, tabernas y embarcaciones menores como las tartanas, eran nodos de sociabilidad y comercio. El contrabando de tabaco y otros géneros prosperó en litorales con aduanas porosas, alimentando redes que mezclaban pescadores, arrieros y marineros. En Andalucía, la presencia gitana era visible y a menudo estigmatizada por políticas de control y por una mirada romántica que oscilaba entre fascinación y prejuicio; la “buena ventura” se vinculaba al arte adivinatorio. La religiosidad popular, nutrida de reliquias y urnas devocionales, coexistía con un escepticismo en aumento, entre tradición y modernización.

En lo literario, Sue dialogó con la estética frenética y con un romanticismo de acentos byronianos: exceso, desafío a la norma, abismos morales. La imaginería de orgías, combates y maldiciones respondía a un público atraído por lo sublime y lo macabro. A la vez, la expansión de la lectura urbana y de la prensa en la Monarquía de Julio, bajo una censura intermitente y leyes restrictivas como las de 1835, favoreció formas narrativas ágiles y efectistas. Aunque sus grandes folletines llegarían después, ya aflora aquí un sentido del ritmo episódico, un vocabulario técnico marítimo y un gusto por el escenario español.

El siglo XIX redefinió el estatuto jurídico del mar. Desde 1807, el Reino Unido patrulló contra la trata atlántica, y las potencias europeas colaboraron en campañas contra la piratería y el corso norteafricano. Se consolidó la idea del pirata como enemigo de la humanidad, mientras persistían zonas grises de contrabando y violencia. En la península ibérica, la creación de cuerpos profesionales como la Guardia Civil (1844) buscó controlar caminos y costas, desplazando al bandolero romántico hacia la leyenda. Ese trasfondo hace legible la ambivalencia con que se mira al fuera de la ley: seducción, repulsa y castigo.

Con estos materiales, la colección comenta sus periodos sin dejar de recurrir a la sugestión romántica: rituales católicos, ferias, tabernas, plazas de toros y cubiertas de brigs componen una crónica de transición entre Antiguo Régimen y Estado liberal, entre vela y vapor. Tras 1848, y a la luz del viraje social de Sue, algunos lectores releerán estas páginas como preludio moral a sus denuncias posteriores; otros las verán como pieza central del exotismo francés decimonónico. Hoy se interrogan sus representaciones de gitanos y de lo “español”, pero también se aprecia su valor para comprender imaginarios, miedos y deseos de una época.

Sinopsis (Selección)

Índice

Plick y Plock (colección)

La colección reúne dos relatos largos que contrastan la epopeya marina con el drama hispánico, unidos por una mirada feroz sobre la violencia, la superstición y la justicia humana. Con ritmo folletinesco y episodios encadenados, alterna acción vertiginosa, imaginería macabra e ironía moral para explorar la atracción y el costo del mal.

A lo largo del conjunto emergen temas recurrentes: destino y culpa, amistad y traición, espectáculo y castigo, así como la tensión entre romanticismo sombrío y realismo de costumbres. La evolución va del mar abierto al tejido urbano y ceremonial, ampliando el mapa social y afectivo sin perder la intensidad trágica.

Prefacio

El prefacio traza el marco tonal de la colección, anunciando relatos de aventuras sin concesiones, dilemas morales y un humor negro que roza la sátira. Introduce preocupaciones sobre el destino, la violencia y la fragilidad de la justicia, preparando al lector para un viaje entre lo romántico sombrío y lo crudo.

Funciona como umbral temático y ético, sugiriendo que las historias interrogan tanto la fascinación por el peligro como sus consecuencias. Su sobriedad enmarca la amplitud de escenarios y personajes que seguirán.

Kernok el pirata

Un capitán implacable y su tripulación surcan mares hostiles entre presagios, ritos inquietantes y persecuciones que desembocan en abordajes y combates mortales. La narración combina el vértigo de la caza y la orgía con instantes de introspección fatalista, donde la amistad y la lealtad se ponen a prueba.

El tono es gótico y marino, con un pulso violento que desnuda la atracción-repulsión del poder y del crimen. Bajo el espectáculo del océano, asoman la culpa, el destino y la imposibilidad de escapar de las propias elecciones.

El gitano

En una ciudad española atravesada por ferias, corridas y tempestades, la irrupción de un gitano enlaza al barbero, autoridades y devotos en una cadena de encuentros, sospechas y fervores enfrentados. Entre reliquias, blasfemias y promesas de milagro, el deseo y el honor se miden con una ley tajante.

El relato mezcla color local y suspense moral con un dramatismo folletinesco que avanza por contrastes: espectáculo y penitencia, fe y superstición, pasión y castigo. El desenlace adquiere un sesgo irónico y sombrío en torno a la figura de Maestro Plock, acentuando la crítica a los prejuicios y a la violencia legal.

Plick y Plock

Tabla de Contenidos Principal
Prefacio
Kernok el pirata
I. El desollador y la bruja
II. Kernok
III. La buena ventura
IV. El brick «El Gavilán»
V. Regreso
VI. La partida
VII. Carlos y Anita
VIII. La presa
IX. Orgía
X. La caza
XI. El combate
XII. Sigue el combate
XIII. Los dos amigos
XIV. La misa de difuntos
El gitano
I. El barbero de Santa María
II. La corrida de toros
III. El gitano
IV. Las dos tartanas
V. La blasfemia
VI. La monja
VII. El levante
VIII. La «Urna de San José»
IX. El relato
X. El prodigio
XI. Amor
XII. La capilla ardiente
XIII. El garrote
XIV. Maestro Plock

Prefacio

Índice

15 enero 1831.

A través de la profunda concentración que cautiva todos los intereses en un orden de ideas graves y elevadas, el autor de estos relatos espera deslizarse inadvertido entre el mundo literario. Después, habiéndose asignado fecha y lugar, como tantas honradas gentes a las que se encuentra, pasadas nuestras largas tormentas sociales, colocadas muy alto en la opinión de un gran número, aspira a colocarse, como ellas, en una decente reputación negativa, nublada al silencio de la crítica y a la oportunidad de los grandes acontecimientos, tan favorable a los espíritus mezquinos.

Porque la carrera de esos veteranos de que hablamos ha sido plena, entera, honrada, gracias a su ancianidad que en la literatura prueba el mérito, casi lo mismo que un costurón prueba el valor.

El tranquilo porvenir, la dulce y perezosa quietud de esos gruesos canónigos de la literatura, han engolosinado de tal modo al autor de este libro, que se apresura a inscribirse como profeso, en su orden, estimando que las mismas circunstancias llevarán sin duda un día a los mismos resultados.

Un certificado de vida literaria es, pues, toda la ambición del autor[1q].

Dicho esto, continuemos.

Antes de Cooper, hubiera tenido, quizá, la audacia de intentar interesar al público francés en las costumbres, en los caracteres que no despiertan en él ninguna simpatía. Ignorante, además, de las costumbres marítimas, le sería verdaderamente imposible apreciar la exactitud de los cuadros que se desarrollaran ante sus ojos.

Por la topografía de su país y gracias a su política, los americanos estaban llamados, mejor que nadie, a comprender todo el alcance del genio de Cooper. ¿Es que no hay en sus creaciones más que una obra de artista? ¿No existe un profundo pensamiento patriótico en el género que ha encontrado? Este género es una expresión de los deseos, de las necesidades, de la potencia de los Estados Unidos; es la historia de los Estados Unidos dramatizada.

Por ello, ved si de Nueva Orleáns a Boston hay un corazón que no lata, una frente que no se coloree, cuando se leen esas bellas páginas en las que se pintan las luchas de esa salvaje y vigorosa América, cuya religión fue la de permanecer libre bajo su hermoso cielo, en medio de sus ricas selvas, sobre su suelo virgen, y de rechazar hasta su brumosa isla a la aristocrática Inglaterra, llena de prejuicios, abrumada por sus viejos sistemas de colonización.

A causa de nuestra indiferencia por el mar, nuestras glorias navales son casi ignoradas en París. Bonaparte había visto que le era imposible luchar directamente con Inglaterra. Le era necesario reunir a cada momento todas sus fuerzas para aplastar al enemigo en el continente. Si la marina tuvo una plaza secundaria en sus combinaciones, fue porque por dos veces sus almirantes perdieron los navíos de Francia, y porque, para servirnos de una de las expresiones de Napoleón, una flota no se improvisa como un ejército. Por esta causa, a pesar de algunos admirables combates parciales sostenidos por nuestros marinos, la fama no ha tenido voz más que para celebrar la gloria de nuestro ejército de tierra.

Y esto fue una grave injusticia como arte y como política.

Como política, porque la mayoría de los hombres creen lo que leen, porque los relatos de nuestras victorias marítimas, adornadas por la literatura, poetizadas, exageradas quizás, hubiesen acabado por darnos a nosotros mismos una idea de nuestra importancia marítima. Este sentimiento se hubiera infiltrado entre las masas en Francia y en el extranjero; esta fe nacional hubiese producido grandes resultados, sin duda; porque se equivocaría, creo, el que pensase que las historias, las novelas, las memorias sobre las conquistas de Bonaparte no han aumentado nuestras fuerzas morales en el interior, nuestra potencia en el exterior.

Y además, ¡si se supiese de qué modo las costumbres marítimas son nuevas y picantes! ¡qué pocas cosas hay tan singulares, curiosas y dignas de estudio como el interior de un barco! ¿No es éste un resumen de todos los conocimientos, de todas las artes, de todas las industrias humanas? ¿No es una obra que prueba a cuánta altura puede elevarse nuestra inteligencia?

Sobre todo, constituyen un campo digno de estudio esas costumbres, esos afectos, esos odios floreciendo sobre frágiles tablas, y esos caracteres puestos ásperamente de relieve por el aislamiento, por la concentración; y esa fisonomía moral de un pueblo acusada allí más vigorosamente que en parte alguna, porque, en aquella vida incesantemente peligrosa, el hombre, menos gastado por las costumbres de una civilización decrépita, reproduce más vivamente el tipo impreso a cada raza por la Naturaleza.

¡Y los marineros!… ¡Qué estudio para el que los comprende, para el que sabe bucear en la profundidad de sus almas! Es un pueblo poderoso y débil a la vez: tan pronto furioso como un soldado el día de pillaje, tan pronto tímido e ingenuo como un niño, cuando la embarcación se mece perezosamente en la calma; en el mar, resistente a todas las pruebas, el marinero soporta las privaciones con un desdén, con una firmeza estoicas; en tierra, sumergiéndose en todos los excesos, se entrega al placer con un ardor que se puede comparar más que con el vigor de organización desplegado en delirantes orgías: a bordo, durmiendo sobre el puente, corriendo en lo alto de un palo; en tierra, llevando los refinamientos y el lujo de la mesa hasta un grado inaudito, disipando en ocho días el fruto de dos años de ahorros forzosos.

Y en efecto, el marinero, ese pobre hombre, ¿no debe olvidar en un alegre festín, que acaba con su oro, sus largos cuartos de noche durante los cuales temblaba bajo la escarcha? ¿y esas horas de tempestad, cuando, balanceándose sobre una verga, contemplaba sonriendo el remolino que amenazaba tragarle? ¿y esos días miserables en que, prisionero en un lugar estrecho y malsano, ha carecido de aire, de agua, de pan, de esperanza y de luz?…

¡Pobre hombre, mañana ya no tendrá más oro! ¡mañana no más vino humeante y generoso, no más muelle cama, no verá ya a la muchacha riente y loca! ¡mañana, no más alegres espectáculos que ensanchaban su franco y jovial rostro, siempre granujiento, enrojecido, radiante!…

¡Se acabó todo!

Mañana, pobre marinero, besarás a tu vieja madre entregándola escrupulosamente una parte sagrada de tus ahorros; porque una hermosa hostelera de ojos brillantes, de cabellos negros, se esforzará en elogiarte aún la calidad superior de su grog, el perfume de su tabaco y sus platos apetitosos…

—Que me trague diez brazas de cable, si toco esta suma; ¡es la parte de mi madre!… —dirás cerrando con rapidez el largo bolsillo de cuero.

¡Ahora vas a embarcarte de nuevo! ¡ahora te esperan una valiente fragata y una disciplina severa!…—¡Larga velas! ¡arría velas! ¡Arriba, abajo! ¡Galleta dura, agua corrompida y algún vergazo si no andas listo!…

Y bien, ¡qué importa! él se encamina a su flotante casa cantando, sin una lamentación, sin un suspiro. Durante esos ocho días tan brillantemente coloreados por placeres sin número, ha hecho una provisión de recuerdos para los dos años que pasará en el mar. Durante las largas noches insomnes, se acordará de sus goces uno a uno; se aislará del presente hundiéndose en sus pensamientos; encontrará en el fondo de su alma no sé qué perfume de vino, qué sonrisa de mujer, qué vagos reflejos del tiempo pasado que le harán olvidar la aflictiva realidad.

Tal es ese pueblo, esencialmente bueno, pero uniendo a la altivez de un escocés la ingenua bondad de un bretón; doblando pacientemente la espalda ante un puñetazo, pero dando una puñalada por una mirada, pasando de la extrema alegría al extremo disgusto, pero sin perder nada de la vivacidad de estos dos sentimientos. A bordo, con una alegría dulce y melancólica, con una imaginación ardiente alimentada sin cesar por una vida sedentaria y por relatos cuya grosera poesía no carece de originalidad ni de grandiosidad, ¡ser complejo, múltiple, en fin! viviendo de anomalías y de oposiciones, pero, por encima de todo, impregnando su vida entera de una despreocupada e irónica intrepidez, que no le abandona nunca a pesar de todos los peligros corridos, después de tantos años de una existencia que no es otra cosa que un largo peligro.

Ya lo hemos dicho, Cooper, en sus admirables novelas, ha pintado a ese hombre de una manera tan amplia como pintoresca. Ha excitado vivamente la curiosidad, el interés por costumbres cuyos detalles contrastan rudamente con los de nuestra vida ciudadana. Pero, desgraciadamente, la energía, la finura del original, se debilitan casi siempre en la traducción. En francés, ese estilo queda despojado de su nerviosa concisión. Así, y todo, podemos admirar los grandes rasgos que caracterizan a ese talento verdaderamente nuevo; pero los matices, el color local, la preciosa ingenuidad de los idiomas, escapan a los que no pueden leer en inglés esas páginas maravillosas.

Sin embargo, nosotros creemos que si uno de nuestros talentos de primer orden, que si Víctor Hugo, de Vigny, Janin, Merimée, Nodier, Balzac, P.L. Jacob, Delatouche, etc., quisieran cambiar un año de su vida estudiosa por un año de existencia marítima, e intentasen entonces aplicar su potencia, su riqueza de ejecución a la pintura del mar, tendríamos ciertamente una gloria literaria más. Y, ¿por qué Lamartine no ha de ensayar conducir su musa por el mismo camino donde Byron ha conducido la suya en el segundo canto de Don Juan y en su Corsario? El temor de la imitación no sería racional; Cooper ha pintado americanos; vosotros podríais pintar las costumbres de los franceses, otros sitios, otros lugares, otras costumbres, otros combates…

Todo talento que se basa en la observación exacta de la Naturaleza, ¿no será siempre más sui generis, más personal, original, influyente?… ¿No son así Corneille y Shakespeare, Goethe y Chateaubriand?

Pero yo me equivoco. Tenemos ya nuestro Cooper: un poeta que conmueve y atrae por la energía de su composición, por la verdad de sus descripciones. En presencia de sus obras el corazón se oprime… ¿Veis esas olas enormes que estallan y se rompen contra ese navío desmantelado… ese cielo sombrío y brumoso, esos rostros de mujeres llorosas, palpitantes, y que contrastan de una manera tan sublime con la actitud tranquila, fría, de un marino que manda siempre a la tempestad, aun en el momento de perecer?

Otras veces, al contrario, vuestra alma se dilata, se ensancha… La atmósfera es pura; ni una nube vela ese ardiente sol que desaparece en el horizonte entre un vapor rojizo. ¡Y después, qué calma! ¡qué dulce alegría anima a esos pescadores al dejar sus redes y sus barcas sobre esa playa resplandeciente a los últimos rayos del sol!

¿Oís los gritos de los niños… los cantos de los marineros? ¿Veis la noble cabeza del abuelo, del viejo marino que se hace llevar a la puerta de su choza para gozar aún del imponente espectáculo que siempre le emociona, aun después de tantos años?

Ese poeta, vosotros le conocéis, estoy seguro. ¿No habéis admirado el Kent, el Colombus, la Puesta del sol en el mar?… ¿Ese poeta, pues, vuestro Cooper, no es Gudin? ¿Acaso en sus cuadros no hay el mismo colorido, la misma ingenuidad, la misma alteza de concepción que en las páginas del Piloto y del Corsario rojo?

¡Ah! si alguno de los escritores que hemos nombrado oyese nuestra débil voz, tendríamos una doble gloria en este género; poseyendo ya la poesía pintada, gozaríamos además de algunas deliciosas poesías escritas.

En cuanto al autor de este libro, su papel es poco más o menos el de un enano de la edad media, cuya historia quiero contaros.

«Un día, algunas bandas de salteadores y de arqueros galos, habían sitiado la abadía de San Cutberto, en Bretaña. Su jefe, Manostuertas, cabalgaba insolentemente a la vista de las murallas, pero, no obstante, fuera del alcance de los tiros de los hombres de armas de la abadía.

»Viendo esto los monjes desde lo alto de las murallas, invocaban piadosamente la intercesión de San Cutberto, cuando advirtieron, no sin extrañeza, al enano del prior que conducía o más bien arrastraba una ballesta prodigiosamente pesada y maciza.

»—¡Dios me valga! —exclamó el prior—; ¡el muy necio se ha atrevido a poner mano sobre la ballesta dedicada a nuestro señor San Cutberto, en la nave de nuestra iglesia!… sobre la ballesta, ¡gran Dios!, que ese santo hizo caer de las manos de un gigante que la usaba para esperar a los mercaderes lombardos y a los peregrinos que pasaban por tierras de la abadía.

»—Pero —dijo el enano—, ¿olvidáis, señor, que esta ballesta traspasaría la más sólida muralla de Granada a mil pasos de distancia?

»Y diciendo esto había apoyado entre las almenas el poderoso arco que armara el gigante, pero el pobre enano ni siquiera pudo hacer mover el rudo mecanismo que impulsaba el proyectil.

»Y el jefe de los salteadores, el condenado Manostuertas, injuriaba siempre con sus gestos, al prior, a la abadía y a los monjes.

»Mientras que el prior se burlaba del enano porque había osado poner sus débiles manos sobre un arma tan pesada… un caballero, vasallo del primado, y de brazo maravillosamente fuerte, asió la ballesta que el enano había dispuesto sobre la muralla, la cuerda de hierro se tendió, la flecha silbó y alcanzó a Manostuertas a pesar de su armadura.

»Por la noche, los arqueros galos, espantados de la muerte de su jefe, habían dejado libres todas las salidas de la abadía de San Cutberto.

»Y viendo las últimas lanzas de los salteadores brillar al sol poniente y después bien pronto desaparecer en el horizonte, el pobre enano se alababa de su loca e impotente tentativa, porque uno más fuerte que él había valerosa y felizmente realizado su idea».

El lector ha comprendido el sentido de este apólogo. Nosotros nos consideraríamos muy dichosos, si algún escritor de nombre quisiera marchar por la vía que indicamos en estos ensayos.

Eugenio Sue.