Poesías I - Juan Meléndez Valdés - E-Book

Poesías I E-Book

Juan Meléndez Valdés

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Beschreibung

El primer tomo de la colección completa de poesía de Juan Meléndez Valdés, recogida en 1820. La producción poética del autor extremeño fue extensa y amplia. Este primer tomo viene con prólogo del autor y nota del editor. Las odas, idilios y romances que conforman este primer tomo muestran una poesía rococó que, a la vez, se fija en los pequeños detalles. El campo y el amor son dos elementos muy presentes en este primer tomo.

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Seitenzahl: 344

Veröffentlichungsjahr: 2021

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Juan Meléndez Valdés

Poesías I

 

Saga

Poesías I

 

Copyright © 2004, 2021 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726793864

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

Prólogo

Parece que la suerte se ha declarado siempre contra la edición de estas mis poesías, queriéndome acaso apartar así de la tentación de publicarlas. Detenida en prensa muchos meses la primera impresión por haberse el manuscrito extraviado, y apuradas a poco de su anuncio las dos que se hicieron en Valladolid a un mismo tiempo el año de 1797, tratándose ya de otra tercera, tuve que dejar la corte precipitadamente y vivir retirado muchos años, sin que en ellos fuese posible emprender este trabajo tan agradable como útil, ni la prudencia y mi seguridad me impusiesen otra ley que la del silencio y el olvido, por si a su sombra lograba desarmar a la calumnia y el poder ensangrentado en mi daño.

Cuando cesó este estado, y yo y todos los buenos divisábamos la aurora de otro más feliz para la nación y las letras en el reinado del señor Fernando VII, arrancándole de entre nosotros la más negra perfidia, nos arrojó en el mar turbulento de una revolución, toda sangre y horrores, en que se abismaban la patria, las fortunas, las vidas de sus hijos; y yo mismo, a pesar de mis principios y deseos, mi plan ignorado de vida y mis resoluciones, me vi arrastrado y envuelto entre sus olas en el punto de perecer en la borrasca. La necesidad imperiosa y el derecho sagrado de la conservación me han detenido en ella hasta su fin; pero en todos sus trances, ya entre el horror y peligrosa calma que un victorioso ejército a todos imponía, o corriendo las penas y zozobras de una emigración de cuasi tres años, mi corazón y mis anhelos ni han sido ni podrán ser otros que los del español más honrado, más fiel y más amante de su patria y sus reyes. En luces, instrucción y todo lo demás cederé sin dificultad el lugar a cualquiera; pero en estas virtudes jamás consentiré que otro se me anteponga, porque las he mamado con la leche, las consagró mi educación, las he fortificado con mi reflexión y mis estudios, y hacen y harán constantes la parte más preciosa de mi triste existencia, y el solo patrimonio que me resta después de treinta y cinco años de servicios a mi nación, y el celo más ardiente por su felicidad.

Por fortuna, en esta emigración, en que jamás pensé que pisaría otro suelo que el español, a pesar de mis inmensas pérdidas traje conmigo, sin saberlo, los borradores de las más de las poesías con que va aumentada esta nueva edición, y que el ocio y la necesidad de distraerme, y hacer así más llevaderos mi suerte y mis quebrantos, me han hecho corregir para darlas al público menos imperfectas que al principio lo estaban. Pero, dígolo con dolor, tan deshecha y horrible tempestad, después de haberme aniquilado con el robo y la llama cuanto tenía, y la biblioteca más escogida y varia que vi hasta ahora en ningún particular, en cuya formación había gastado gran parte de mi patrimonio y toda mi vida literaria, también acabó con las copias en limpio de mis mejores poesías en el género sublime y filosófico, un poema didáctico, El magistrado, una traducción muy adelantada de la Eneida, y otros trabajos en prosa sobre la legislación, la economía civil, las leyes criminales, cárceles, mendiguez y casas de misericordia, que trataba de imprimir, y me hubieran sido de más honor, y al público de más provecho, que los versos y cantos de esta colección. Los frutos de diez y más años de aplicación constante en mi retiro, de vigilias continuas, y la meditación más grave y detenida, todo despareció y ha perecido para siempre, sin la esperanza aun más remota de poderlo ni descubrir ni recobrar. Mis libros, mis reflexiones y trabajos me han enseñado a llevar mis desgracias con un ánimo igual, sin abatirme ni desmayar en ellas; y si la lectura y el estudio no me pagasen hoy con este dulce premio, de nada ciertamente hubieran conducido a mi felicidad y mi aprovechamiento.

De los versos publicados antes he suprimido algunos, haciendo en los demás varias enmiendas, cual me ha parecido para mejorarlos. A veces son éstas tan ligeras que se cifran todas en la mudanza de una palabra, un giro, un consonante u otra cosa tal para huir de algún defecto leve de estilo o locución; a veces son aumentos y mudanzas de estrofas en las composiciones, o vueltas y correcciones de más bulto, que en mi entender les dan más alma y nueva perfección. En todas he usado de la libertad de dueño de mis versos; mis lectores, si quieren cotejarlos, juzgarán si se han hecho con gusto y con acierto.

Los ahora añadidos, cuasi otros tantos como los antes publicados, van escogidos y castigados con la lima que me ha sido posible. Son de todos los géneros, desde la letrilla delicada y alegre hasta lo sublime de la oda y lo grave y severo de la epístola, porque en todos ellos me ha parecido hallar en mis borrones composiciones de algún precio, no indignas de la luz. Me hubiera sido fácil aumentar muchas más, y hacer la colección más abultada; pero aun las publicadas son ya en demasía; y si de todas ellas, con lisonja del amor propio, pudiese yo esperar que sobrevivan célebres, y queden al Parnaso pocos centenares de versos, me tendré desde ahora por muy afortunado.

He cuidado de los romances, género de poesía todo nuestro, en que siendo tan ricos, y sonando tan gratos al oído español, apenas entre mil hallaremos alguno corriente y sin lunares feos. ¿Por qué no darle a esta composición los mismos tonos y riqueza que a las de verso endecasílabo? ¿Por qué no aplicarla a todos los asuntos, aun los de más aliento y osadía? ¿Por qué no castigarla con esmero, y hacer lucir en ella todas las galas y pompa de la lengua? Yo lo he intentado, no sé si con acierto; pero el camino es tan hermoso como vario y florido, y si los ingenios de mi patria lo quieren frecuentar y se convierten con ardor hacia este género, nuestro romance competirá algún día con lo más elevado de la oda, más dulce y florido del idilio y de la anacreóntica, más severo y acre de la sátira, y acaso más grandioso y rotundo de la epopeya.

Tal vez se notará que en mis versos hablo mucho de mí; compuestos los más como distracción de mis tareas, o hijos de mis desgracias y mis penas para aliviarme en ellas de mis justos dolores, no es mucho que los pinte, y acaso los pondere. He bebido mucho sin merecerlo en la amarga copa del dolor; mis años de sazón y de frutos de utilidad y gloria los sepultó la envidia en un retiro oscuro y una jubilación; me he visto calumniado, perseguido, desterrado, confinado, y aun crudamente preso en el abatimiento y la pobreza, en lugar de los premios a que mis méritos literarios, mi celo y mis servicios me debieran llevar; y por todo ello no debe ser extraño que sienta y que me queje. Los que han tenido la dicha de encontrar siempre con caminos llanos y floridos pueden haberlos frecuentado sin fatiga y con júbilo; yo, desde que dejé la quietud de mi cátedra y mi universidad, no he hallado por doquiera sino cuestas, precipicios y abismos en que me he visto ciego y despeñado.

Ingrato sería si no me mostrase sensible a la buena acogida y los elogios que así de nacionales como extranjeros han seguido teniendo las últimas ediciones de mis versos. Sin haber yo dado un paso para solicitarlo, se han celebrado con entusiasmo por los literatos españoles de mejor nota. Entre ellos y recientemente, don Javier de Burgos, que hace hablar al culto y delicado Horacio en metro castellano con tanta elegancia, y acaso más estro y más espíritu que él cantaba en latín; don Alberto de Lista, sevillano, en quien veo renacida la musa del divino Herrera, y el ingenioso García Suelto, que tan bien hermana la cítara de Apolo con la vara y profundos misterios de Esculapio; y todos tres me honran con llamarme su amigo y su maestro; me han dirigido en este mi destierro tres composiciones, que ellas solas bastaran a endulzarme sus horrores y a satisfacer la vanidad, si yo no viese bien mi medianía, o ellas no fuesen hijas del entusiasmo y el cariño. ¡Con cuánto gusto las copiara yo aquí por sus bellezas, si la modestia no me lo estorbase!

Los papeles públicos extranjeros y las personas de mejor gusto han hablado en su tiempo con no menor aprecio. Los ex jesuitas Andrés, Masdeu y Arteaga, la Década filosófica cuando se publicó la edición de Valladolid, el Mercurio extranjero, Mr. Simonde de Sismondi en su obra De la literaturadel mediodía de la Europa, pero sobre todo el sabio y erudito alemán Mr. Bouterwek, profesor de Gotinga, en su Historia de la poesía y la elocuencia después del siglo XIII, dicen de mí lo que yo no merezco y me avergonzaría de referir. También se han traducido muchas de mis composiciones en inglés, italiano y francés; aun se ha llegado en esta lengua a escribir una noticia de mi vida tan inexacta como lisonjera; y se han impreso en París mis obras escogidas por los años de 1800, y en Parma de 812, según que entonces se me notició y vi anunciado en un periódico de Milán que hoy no tengo a la mano.

Todo esto me ha puesto en la grata precisión de no admitir en mi nueva edición composición alguna que a mi parecer no lo merezca, corrigiéndolas todas más y más; porque el modo mejor de responder, así a los elogios como a las críticas, es el de esmerarse en los trabajos, fijos siempre los ojos en la posteridad, que nada disimula.

No, empero, quiero decir con esto que todas las composiciones son iguales, como ni en Virgilio lo son todas las Églogas o todos los libros de su divina Eneida, ni lo son las odas del ameno y escogido Horacio, ni lo es nada de cuanto los hombres ejecutan. Tiene cada cosa su mérito adecuado y su belleza, de los cuales nunca es dado pasar; y el autor que los conoce y los alcanza arribó al punto de la perfección. Yo no hice más, porque mis fuerzas no han llegado a más, y ya helaron los años mi genio y mi entusiasmo; amante de las musas españolas, he procurado ataviarlas acaso con más gusto y aliño que las hallé vestidas, y hacerlas hablar el lenguaje sublime de la moral y la filosofía; pero, lo vuelvo a repetir, nunca he pasado de un simple aficionado, llamado y ocupado siempre en cosas de más monta. Mi ardiente afición al habla castellana, y la alta idea que de sus bellezas y número tengo formada, me hicieran trabajar muchas veces con un ardor y un estro que sin ellas nunca hubiera tenido; mas desde mis bosquejos a cuadros acabados, de lo que suena ahora a lo que puede y debe resonar un día, ¡qué inmensa distancia no alcanzan a ver el gusto y la razón!

Juventud española, amante de tu patria y de las letras, a ti queda correr esta distancia y dar a nuestra lengua y poesía el brillo y majestad de que tan dignas son, y están demandando, de justicia. Ahí tienes un Pelayo, un Colón, o la conquista de Granada para la musa épica, argumento el primero en que pensé algún día, embebecido por su interés y su grandeza, de que me retrajeron mis desgracias, y en que lloraré siempre no haberme ejercitado; ahí tienes en la historia cien hechos nacionales insignes y terribles para la tragedia, y nuestras extravagancias y ridículos para la festiva Talía, con las voces más dulces, más llenas y sonoras para el canto y la ópera; cosas todas en que estamos tan faltos cuanto debiéramos ser ricos, y competir, si no vencer, lo más culto de Europa. Trabaja, pues, por tu gloria y la gloria nacional, que correrán a par; y déjame a mí la pequeña, pero dulce y tranquila, de haber empezado cuasi sin guía, haber ido adelante entre contradicciones y calumnias, y haber comprado al fin con mi reposo y mi fortuna el placer inocente de querer en la mía renovar los sones de las liras que pulsaron un tiempo tan delicadamente Garcilaso y Herrera, Villegas y León.

Pero si en estos sones encuentran por dicha mis lectores una pequeña parte de los alivios, la calma y el recreo que al repetirlos he probado yo; si les inspiran los gustos sencillos e inocentes del campo, la tranquilidad, la medianía; si los alejan de la ambición funesta y la codicia, les hacen gratos su estado y sus hogares, y encienden en sus pechos el sagrado entusiasmo de admiración a la naturaleza y amor a la patria y la virtud; si imprimen en los jóvenes los sentimientos del buen gusto, las semillas del decir urbano, la agradable magia de la lengua y la dulce afición a nuestras musas, inflamando además con sus cuadros y campestres escenas la imaginación de los artistas, para que nos repitan sus pinceles el siglo y los milagros de los Velázquez, Canos, Juanes y Murillos, mis esperanzas quedarán satisfechas, mi amor a mi nación recompensado, y mis trabajos ya no lo serán.

Pudiera esta colección haberse impreso y publicado en Francia, y haberme sido, entre sus literatos y los aficionados a nuestra frase y nuestras musas, que hoy no son pocos, de nombre y de interés; alguno me lo propuso, y alguno lo aconsejó; pero español por mis principios y todos mis deseos, he querido que mi patria tenga la primera, como un humilde feudo de mi amor, los últimos frutos, sazonados o ingratos, de la musa de un hijo que ofreciéndole fino cuanto ha podido darle, de buen grado ansiara celebrarla con títulos y timbres más ilustres, pero que envanecido con sus glorias, ni pensó jamás ni hizo cosa que creyese menguarlas o mancillar su nombre esclarecido.

Nîmes, en Francia, a 16 de octubre de 1815.

A mis lectores

No con mi blanda lira

serán en ayes tristes

lloradas las fortunas

de reyes infelices,

ni el grito del soldado 5

feroz en crudas lides,

o el trueno con que arroja

la bala el bronce horrible.

Yo tiemblo y me estremezco,

que el numen no permite 10

al labio temeroso

canciones tan sublimes.

Muchacho soy y quiero

decir más apacibles

querellas y gozarme 15

con danzas y convites.

En ellos coronado

de rosas y alhelíes,

entre risas y versos

menudeo los brindis. 20

En coros las muchachas

se juntan por oírme,

y al punto mis cantares

con nuevo ardor repiten.

Pues Baco y el de Venus 25

me dieron que felice

celebre en dulces himnos

sus glorias y festines.

Odas anacreónticas

- I -

De mis cantares

Tras una mariposa,

cual zagalejo simple,

corriendo por el valle

la senda a perder vine.

Recosteme cansado, 5

y un sueño tan felice

me asaltó que aún gozoso

mi labio lo repite.

Cual otros dos zagales

de belleza increíble, 10

Baco y Amor se llegan

a mí con paso libre;

Amor un dulce tiro

riendo me despide,

y entrambas sienes Baco 15

de pámpanos me ciñe.

Besáronme en la boca

después, y así apacibles,

con voz muy más süave

que el céfiro me dicen: 20

«Tú de las roncas armas

ni oirás el son terrible,

ni en mal seguro leño

bramar las crudas sirtes.

La paz y los amores 25

te harán, Batilo, insigne;

y de Cupido y Baco

serás el blando cisne».

- II -

El amor mariposa

Viendo el Amor un día

que mil lindas zagalas

huían de él medrosas

por mirarle con armas,

dicen que de picado 5

les juró la venganza

y una burla les hizo,

como suya, extremada.

Tornose en mariposa,

los bracitos en alas, 10

y los pies ternezuelos

en patitas doradas.

¡Oh!, ¡qué bien que parece!

¡Oh!, ¡qué suelto que vaga,

y ante el sol hace alarde 15

de su púrpura y nácar!

Ya en el valle se pierde,

ya en una flor se para,

ya otra besa festivo,

y otra ronda y halaga. 20

Las zagalas, al verle,

por sus vuelos y gracia

mariposa le juzgan

y en seguirle no tardan.

Una a cogerle llega, 25

y él la burla y se escapa;

otra en pos va corriendo,

y otra simple le llama,

despertando el bullicio

de tan loca algazara 30

en sus pechos incautos

la ternura más grata.

Ya que juntas las mira,

dando alegres risadas

súbito Amor se muestra, 35

y a todas las abrasa.

Mas las alas ligeras

en los hombros por gala

se guardó el fementido,

y así a todos alcanza. 40

También de mariposa

le quedó la inconstancia:

llega, hiere, y de un pecho

a herir otro se pasa.

- III -

A una fuente

¡Oh, cómo en tus cristales,

fuentecilla risueña,

mi espíritu se goza,

mis ojos se embelesan!

Tú de corriente pura, 5

tú de inexhausta vena,

transparente te lanzas

de entre esa ruda peña,

do a tus linfas fugaces

salida hallando estrecha, 10

murmullante te afanas

en romper sus cadenas,

y bullendo y saltando,

las menudas arenas

afanosa divides 15

que tus pasos enfrenan,

hasta que los hervores

reposada sosiegas

en el verde remanso

que te labras tú mesma. 20

Allí aun más cristalina

a un espejo semejas

do se miran las flores

que galanas te cercan.

Con su plácida sombra 25

tu frescura conserva

el nogal que pomposo

de tu humor se alimenta,

y en sus móviles hojas

el susurro remeda 30

de tus ondas volubles

que al bajar se atropellan.

En ti las avecillas

su sed árida templan,

sus plumas humedecen, 35

jugando se recrean.

Cuando abrasado sirio

aflige más la tierra

y el mediodía ardiente

su faz al mundo ostenta, 40

en ti grata frescura

y amable sueño encuentra

el laso caminante,

que tu raudal anhela.

Su benigna corriente 45

el seno refrigera,

la salud fortifica,

repara las dolencias.

En las almas alegres

el júbilo acrecienta, 50

y al que llora angustiado

le adormece las penas.

¡Oh!, nunca, fuente clara,

nunca menguados veas

los copiosos cristales 55

que tus márgenes llenan.

Nunca turbios la planta

del ganado los vuelva,

ni el pintado lagarto,

ni la ondosa culebra. 60

Nunca próvida ceses

en los giros y vueltas

con que mansa discurres

fecundando la vega,

mas alegre acompañes 65

murmullando parlera

de mi lira los trinos,

de mi labio las letras.

- IV -

El consejo del Amor

Pensativo y lloroso,

contemplando cuán tibia

Dorila mi amor oye

por hermosa y por niña,

al margen de una fuente 5

me asenté cristalina,

que un rosal adornaba

con su pompa florida.

El voluble murmullo

de sus plácidas linfas, 10

de mis penas agudas

amainaba las iras;

y en sus ondas rientes

encantada la vista,

invisibles cual ellas 15

mis cuidados se huían,

cuando en torno una rosa

que besar solicita,

volar vi a un cefirillo

con ala fugitiva, 20

y entre blandos susurros,

en voz dulce y sumisa,

entendí que a la bella

cariñoso decía:

«¿Dó, insensible, te vuelves? 25

¿Por qué, injusta, te privas

en mis juegos vivaces

de mil tiernas caricias?

Mírame que rendido,

cuando humillar podría 30

con soplo despeñado

tu presunción esquiva,

que te tornes te ruego,

y a mis labios permitas

que los ámbares gocen 35

que en tus hojas abrigas.

No temas, no, que ofendan

con culpable osadía

su rosicler hermoso,

aunque blanda te rindas. 40

Aun más fino que ardiente,

a nada más aspiran

que a un inocente beso

las esperanzas mías.

Por ti dejé en el valle, 45

por ti, beldad altiva,

con vuelo desdeñoso,

mil lindas florecitas.

Tú sola me embebeces,

tú sola», repetía 50

el céfiro, y más suelto

en torno de ella gira,

cuando súbito noto

que la rosa rendida

le presenta su seno, 55

y él cien besos le liba,

con los cuales mimosa

de aquí y de allá se agita,

otros y otros buscando

que muy más la mecían. 60

Y en aquel mismo punto

escuché que benigna

nueva voz me alentaba,

nuncio fiel de mis dichas:

«No de tímido ceses; 65

insta, anhela, suplica,

cefirillo incesante

de tu rosa Dorila;

y en sus dulces canciones

delicada tu lira 70

su tibieza y sus miedos

cual la nieve derritan.

Verás como a tus ansias

cede al fin y propicia

las finezas atiende, 75

por ti ciega suspira,

apurando en mi copa

las inmensas delicias

que a mis más fieles guardo,

que mi afecto le brinda». 80

Del Amor fue el consejo;

y así luego entre risas

vi a la esquiva en mis brazos

como mil rosas fina.

- V -

De la primavera

La blanda primavera

derramando aparece

sus tesoros y galas

por prados y vergeles.

Despejado ya el cielo 5

de nubes inclementes,

con luz cándida y pura

ríe a la tierra alegre.

El alba de azucenas

y de rosa las sienes 10

se presenta ceñidas,

sin que el cierzo las hiele.

De esplendores más rico

descuella por oriente

en triunfo el sol, y a darle 15

la vida al mundo vuelve.

Medrosos de sus rayos

los vientos enmudecen,

y el vago cefirillo

bullendo les sucede, 20

el céfiro, de aromas

empapado, que mueven

en la nariz y el seno

mil llamas y deleites.

Con su aliento en la sierra 25

derretidas las nieves,

en sonoros arroyos

salpicando descienden.

De hoja el árbol se viste,

las laderas de verde, 30

y en las vegas de flores

ves un rico tapete.

Revolantes las aves

por el aura enloquecen,

regalando el oído 35

con sus dulces motetes.

Y en los tiros sabrosos

con que el ciego las hiere,

suspirando delicias,

por el bosque se pierden, 40

mientras que en la pradera,

dóciles a sus leyes,

pastores y zagalas

festivas danzas tejen,

y los tiernos cantares 45

y requiebros ardientes

y miradas y juegos

más y más los encienden.

Y nosotros, amigos,

cuando todos los seres 50

de tan rígido invierno

desquitarse parecen,

¿en silencio y en ocio

dejaremos perderse

estos días que el tiempo 55

liberal nos concede?

Una vez que en sus alas

el fugaz se los lleve,

¿podrá nadie arrancarlos

de la nada en que mueren? 60

Un instante, una sombra

que al mirar desparece,

nuestra mísera vida

para el júbilo tiene.

Ea, pues, a las copas, 65

y en un grato banquete

celebremos la vuelta

del abril floreciente.

- VI -

A Dorila

¡Cómo se van las horas,

y tras ellas los días,

y los floridos años

de nuestra frágil vida!

La vejez luego viene, 5

del amor enemiga,

y entre fúnebres sombras

la muerte se avecina,

que, escuálida y temblando,

fea, informe, amarilla, 10

nos aterra, y apaga

nuestros fuegos y dichas.

El cuerpo se entorpece,

los ayes nos fatigan,

nos huyen los placeres 15

y deja la alegría.

Si esto, pues, nos aguarda,

¿para qué, mi Dorila,

son los floridos años

de nuestra frágil vida? 20

Para juegos y bailes

y cantares y risas

nos los dieron los cielos,

las Gracias los destinan.

Ven, ¡ay!, ¿qué te detienes? 25

Ven, ven, paloma mía,

debajo de estas parras

do lene el viento aspira;

y entre brindis süaves

y mimosas delicias 30

de la niñez gocemos,

pues vuela tan aprisa.

- VII -

De lo que es amor

Pensaba cuando niño

que era tener amores

vivir en mil delicias,

morar entre los dioses.

Mas luego rapazuelo 5

Dorila cautivome,

muchacha de mis años,

envidia de Dïone,

que inocente y sencilla,

como yo lo era entonces, 10

fue a mis ruegos la nieve

del verano a los soles.

Pero cuando aguardaba

no hallar ansias ni voces

que a la gloria alcanzasen 15

de una unión tan conforme,

cual de dos tortolitas

que en sus ciegos hervores

con sus ansias y arrullos

ensordecen el bosque, 20

probé desengañado

que amor todo es traiciones

y guerras y martirios

y penas y dolores.

- VIII -

A la Aurora

Salud, riente Aurora,

que entre arreboles vienes

a abrir a un nuevo día

las puertas del oriente,

librando de las sombras 5

con tu presencia alegre

al mundo, que en sus grillos

la ciega noche tiene;

salud, hija gloriosa

del rubio sol, perenne 10

venero a los mortales

de alivios y placeres.

Tú de eternales rosas

ceñida vas las sienes,

mientras tu fresco seno 15

flores y perlas llueve;

tú, de brillantes ojos;

tú, de serena frente,

y en cuya boca manan

risas y aromas siempre. 20

Cuando la hermosa lumbre

de Venus desfallece,

de ópalo, nácar y oro

velada le sucedes;

y el pabellón alzando 25

en que su faz envuelve

tu padre el sol, sus huellas,

nuncia feliz, precedes.

Tu manto purpurado,

flotando al viento leve 30

de las eoas plagas,

del cielo se desprende,

hinche el espacio inmenso,

y de su grana y nieve

las bóvedas eternas 35

matiza y esclarece,

en cuanto alegre cruzas

por sendas de claveles,

desde su excelsa cumbre

al cárdeno occidente. 40

El sol que en pos te sigue

tus vivos rosicleres

inflama, y retemblando

por verlos se detiene

hasta que entre sus llamas 45

tú misma al fin te pierdes

y en su torrente inmenso

envuelta despareces;

si no es que tan penada

de tu Titón te sientes, 50

que por sus brazos dejas

ya la mansión celeste.

Los céfiros fugaces,

que en un letargo muelle

las flores en su seno 55

rendidos guardar quieren,

con tu calor se animan,

las prestas alas tienden

y en delicioso juego

las liban y las mecen, 60

de do a las aves corren

que aún en sus nidos duermen,

con su vivaz susurro

pugnando que despierten

a darte, oh bella Aurora, 65

los dulces parabienes

y henchir con su alborada

las auras de deleite.

Tú, en tanto más graciosa,

en luz y en rayos creces, 70

que en transparentes hilos

cruzando al viento penden.

Las cristalinas aguas

cual vivas flechas hieren

y hacen de bosque y prados 75

más animado el verde,

a par que sus cogollos

alzan las ricas mieses

y abriéndose las flores

sus ámbares te ofrecen, 80

que a la nariz y al seno

y al labio que los bebe

de su fragancia inundan

y a mil delicias mueven.

Y todo bulle y vive 85

y en regocijo hierve

rayando tú, que al mundo

la ansiada luz le vuelves.

Haz, ¡ay!, purpúrea diosa,

que como en faz riente 90

un día fausto y puro

benigna nos prometes,

así en mi blando seno,

sin ansias que lo aquejen,

la paz y la inocencia 95

por siempre unidas reinen.

- IX -

De un baile

Ya torna mayo alegre

con sus serenos días,

y del amor le siguen

los juegos y la risa.

De ramo en ramo cantan 5

las tiernas avecillas

el regalado fuego

que el seno les agita,

y el céfiro jugando

con mano abre lasciva 10

el cáliz de las flores

y a besos mil las liba.

Salid, salid, zagalas;

mezclaos a la alegría

común en sueltos bailes 15

y música festiva.

Venid, que el sol se esconde;

las sombras, más benignas,

dan al pudor un velo

y a amor nueva osadía. 20

¡Oh, cuál el pecho salta!,

¡cuál en su gozo imita

los tonos y compases

de vuestra voz divina!

Mis plantas y mis ojos 25

no hay paso que no finjan,

cadena que no formen,

y rueda que no sigan.

Huye veloz burlando

Clori del fino Aminta; 30

torna, se aparta, corre,

y así al zagal convida.

¡Con qué expresión y juego

de talle y brazos, Silvia,

en amable abandono, 35

su Palemón esquiva!

De Flora el tierno amante

o la mariposilla,

la fresca hierbezuela

con pie más tardo pisan. 40

¡Qué ardiente Melibeo

a Celia solicita,

la apremia con halagos,

y en torno de ella gira!

Pero Dorila, ¡oh cielos!, 45

¿quién vio tan peregrina

gracia?, ¿viveza tanta?

¡Cuál sobre todas brilla!,

¡qué espalda tan airosa!,

¡qué cuello!, ¡qué expresiva 50

volverle un tanto sabe

si el rostro afable inclina!

¡Ay!, ¡qué voluptuosos

sus pasos!, ¡cómo animan

al más cobarde amante 55

y al más helado irritan!

Al premio, al dulce premio

parece que le brindan

de amor, cuando le ostentan

un seno que palpita. 60

¡Cuán dócil es su planta!,

¡qué acorde a la medida

va del compás! Las Gracias

la aplauden y la guían,

y ella, de frescas rosas 65

la blonda sien ceñida,

su ropa libra al viento,

que un manso soplo agita.

Con timidez donosa

de Cloe simplecilla 70

por los floridos labios

vaga una afable risa.

A su zagal incauta

con blandas carrerillas

se llega, y vergonzosa 75

al punto se retira.

Mas ved, ved el delirio

de Anarda en su atrevida

soltura; sus pasiones,

¡cuán bien con él nos pinta! 80

Sus ojos son centellas,

con cuya llama activa

arde en placer el pecho

de cuantos, ¡ay!, la miran.

Los pies, cual torbellino 85

de rapidez no vista,

por todas partes vagan

y a Lícidas fatigan.

¡Qué dédalo amoroso!,

¡qué lazo aquel que unidas 90

las manos con Menalca

formó amorosa Lidia!

¡Cuál andan!, ¡cuál se enredan!,

¡cuán vivamente explican

su fuego en los halagos, 95

su calma en las delicias!

¡Oh pechos inocentes!,

¡oh unión!, ¡oh paz sencilla,

que huyendo las ciudades

el campo sólo habitas! 100

¡Ah!, ¡reina entre nosotros

por siempre, amable hija

del cielo, acompañada

del gozo y la alegría!

- X -

De las riquezas

Ya de mis verdes años

como un alegre sueño

volaron diez y nueve

sin saber dónde fueron.

Yo los llamo afligido, 5

mas pararlos no puedo,

que cada vez más huyen

por mucho que les ruego;

y todos los tesoros

que guarda en sus mineros 10

la tierra, hacer no pueden

que cesen un momento.

Pues lejos, ea, el oro;

¿para qué el afán necio

de enriquecerse a costa 15

de la salud y el sueño?

Si más gozosa vida

me diera a mí el dinero,

o con él las virtudes

encerrara en mi pecho, 20

buscáralo, ¡ay!, entonces

con hidrópico anhelo;

pero si esto no puede,

para nada lo quiero.

- XI -

A un ruiseñor

¡Con qué alegres cantares,

oh ruiseñor, celebras

tu dicha y de tu amada

el tierno afán recreas!

Ella del blando nido 5

te responde halagüeña

con pïadas süaves

y se angustia si cesas.

Las otras aves callan;

y el eco tus querellas 10

con voz aduladora

repite por la selva,

mientras el cefirillo

de envidioso te inquieta,

las hojas agitando 15

con ala más traviesa.

Tú cesas y te turbas;

atento adonde suena

te vuelves y cobarde

de ramo en ramo vuelas. 20

Mas luego, ya seguro,

los silbos le remedas,

el triunfo solemnizas

y tornas a tus quejas.

Así la noche engañas, 25

y el sol cuando despierta

aún goza la armonía

de tu amorosa vela.

¡Oh, avecilla felice!,

¡oh, qué bien la fineza 30

de tu pecho encareces

con tu voz lisonjera!

Ya pías cariñoso,

ya más alto gorjeas,

ya al ardor que te agita 35

tu garganta enajenas.

¡Oh!, no ceses, no ceses

en tal dulce tarea,

que en delicias de oírte

mi espíritu se anega. 40

Así el cielo, tu nido,

de asechanzas defienda,

y tu amable consorte

fiel por siempre te sea.

Yo también soy cautivo; 45

también yo si tuviera

tu piquito agradable

te diría mis penas,

y en sencillos coloquios

alternando las letras, 50

tú cantarás tus glorias

y yo mi fe sincera;

que los malignos hombres

burlan de la inocencia,

y expónese a su risa 55

quien su dicha les cuenta.

- XII -

De los labios de Dorila

La rosa de Citeres,

primicia del verano,

delicia de los dioses

y adorno de los campos,

objeto del deseo 5

de las bellas, del llanto

del Alba feliz hija,

del dulce Amor cuidado,

¡oh, cuán atrás se queda

si necio la comparo 10

en púrpura y fragancia,

Dorila, con tus labios!,

ora el virginal seno

al soplo regalado

de aura vital desplegue 15

del sol al primer rayo,

o inunde en grato aroma

tu seno relevado,

más feliz si tú inclinas

la nariz por gozarlo. 20

- XIII -

De unas palomas

Un día que en la vega,

bajo el nogal copado

que da a su fuente sombra

con los pomposos ramos,

cantaba entretenido 5

con inocente labio

de mi suerte la dicha,

las delicias del campo,

casi a mis pies seguras

se bañaban jugando 10

las sencillas palomas

en un limpio remanso.

Su bullicio y arrullos,

y sus besos y halagos

me cayeron absorto 15

la lira de las manos.

Libre yo y ellas libres,

y uno así nuestro estado,

por instantes se hacía

mi embeleso más grato. 20

Una en medio las aguas,

cual pequeñuelo barco,

ufanándose riza

su plumaje galano;

otra fija bebiendo 25

del vivo sol los rayos

y en el raudal se sume

para templar su estrago;

otra extiende las alas

cual dos móviles brazos 30

y al corriente se entrega

que la va en pos llevando;

y otra en plácido giro

revolante en el llano,

torna cien y cien veces 35

del uno al otro lado,

agitándose todas

y corriendo y saltando

y cruzando y tejiendo

mil revueltas y lazos, 40

cuando allá de las nubes,

cual flamígero rayo,

un milano sobre ellas

precipítase aciago

que en sus uñas agudas 45

para bárbaro pasto

de sus pollos, ¡ay!, roba

la más bella inhumano,

sin bastar a salvarla

en tan súbito caso 50

de mis palmas y gritos

el estrépito vano.

Derramado y sin orden,

con mortal sobresalto

del ladrón ominoso 55

huye el tímido bando.

Y yo, el alma cubierta

de amargura y espanto,

con la vista le sigo,

con mi voz le amenazo. 60

¡Desvalida inocencia,

siempre mísero blanco

del poder fiero, siempre

de sus iras estrago!

- XIV -

De un convite

Ved, amigos, cuál llega

ya delicioso el mayo,

en las plácidas alas

del Céfiro llevado.

Grata Flora en su obsequio 5

le engalana los campos,

mil flores por doquiera

desparciendo su mano.

Cojamos las más lindas;

y alegres emulando 10

las risas y banquetes

que libre canta Horacio,

de hiedra coronadme,

yo en torno haré otro tanto,

y ornad copas y mesa 15

de pimpollos y ramos.

La rosa esté en los pechos

del dulce Amor esclavos,

¿y quién de sus arpones

escapa en nuestros años?, 20

la rosa que a Citeres

su seno purpurado,

y del hijo a los besos

su aroma debió grato.

Llevemos todos rosas, 25

pues que todos amamos;

y quien cuidados llore

por hoy les dé de mano.

Que yo, al ver cuál incauta

Dorila a cada paso 30

me muestra que me adora,

perdido la idolatro.

Aun niña y simplecilla,

un día con mis labios

comuniqué a los suyos 35

el fuego en que me abraso.

De entonces al mirarme

de un vivo sonrosado

anímase, y su seno

se eleva palpitando. 40

Aquí, pues, a la sombra

del álamo copado,

donde mil pajaritos

cruzan de ramo en ramo

y acarícianse tiernos 45

y gozan y a otros lazos

para nuevas delicias

escápanse voltarios,

do entre guijas y trébol

con sus trémulos pasos 50

murmullante el arroyo

nos aduerme saltando,

la fiesta celebremos:

del néctar perfumado

que Jerez nos regala 55

brindemos y bebamos.

Misterioso el silencio

cubriéndonos, despacio

gocemos los manjares

que el lujo ha preparado. 60

Paladéese el gusto,

delicioso el olfato

regálese, y los ojos

se ceben en mirarlos.

Bebamos otra copa; 65

empiécela Menalio,

y a un tiempo clamad todos:

«¡Honor, honor a Baco!»

A cada nueva copla,

los vivas y el aplauso 70

subiendo a las estrellas,

responda un dulce trago;

y otro y otros en torno

tocándonos los vasos,

del viejo Valdepeñas 75

se sigan apiñados.

Así hasta media noche

los brindis renovando,

del sabroso banquete

prolonguemos el plazo, 80

de do medio beodos

a sumirnos corramos

del tranquilo Morfeo

en el muelle regazo.

Que las horas escapan 85

fugaces y callando,

y en pos nos precipita

del tiempo el rudo brazo.

Ved, si no, cuál las rosas

dan su vez al verano, 90

y al enero aterido

el otoño templado.

Nuestro cabello de oro

de nieve harán los años,

y nuestra alegre vida 95

de duelos y quebrantos.

Entonces ni los bailes,

ni el vino más preciado,

ni el rostro más travieso

podrán regocijarnos. 100

Del día que nos ríe

gocemos, pues en vano

será inquirir si un otro

nos lucirá más claro.

- XV -

De mis niñeces

Siendo yo niño tierno,

con la niña Dorila

me andaba por la selva

cogiendo florecillas,

de que alegres guirnaldas, 5

con gracia peregrina

para ambos coronarnos,

su mano disponía.

Así en niñeces tales

de juegos y delicias 10

pasábamos felices

las horas y los días.

Con ellos poco a poco

la edad corrió de prisa,

y fue de la inocencia 15

saltando la malicia.

Yo no sé; mas, al verme

Dorila se reía,

y a mí de sólo hablarla

también me daba risa. 20

Luego al darle las flores

el pecho me latía,

y al ella coronarme

quedábase embebida.

Una tarde tras esto 25

vimos dos tortolitas

que con trémulos picos

se halagaban amigas,

y de gozo y deleite,

cola y alas caídas, 30

centellantes sus ojos,

desmayadas gemían.

Alentonos su ejemplo,

y entre honestas caricias

nos contamos turbados 35

nuestras dulces fatigas;

y en un punto, cual sombra

voló de nuestra vista

la niñez, mas en torno

nos dio el Amor sus dichas. 40

- XVI -

A un pintor

En esta breve tabla,

discípulo de Apeles,

cual yo te la pintare,

retrátame mi ausente

cual sale cuando ríe 5

la aurora por oriente,

tras sus mansas corderas

al valle a entretenerse.

Sueltas, las trenzas de oro,

y al céfiro, que leve 10

licencioso volando

las ondea y revuelve.

Encima una guirnalda,

cuyas rosas releven

el contraste agraciado 15

de las cándidas sienes,

de do con aire hermoso

de sencillez alegre

la tersa frente asome,

cual plata reluciente. 20

Mas para que la gracia

le des con que se tiende,

la fragante azucena

te prestará su nieve.

Luego en las negras cejas 25

tu habilidad ordene

la majestad del arco

que nace cuando llueve;

y al traidor Cupidillo

podrás también ponerme 30

que en medio esté asentado,

y a todos vivaz fleche.

Los ojos, de paloma

que a su pichón se vuelve

rendida ya de amores 35

y un beso le promete;

de llama las pupilas

que bullan y se alegren;

mil lindos amorcitos

jugando en torno vuelen. 40

Y porque el fuego apague

que sus rayos encienden,

la nariz proporciona

tornátil y de nieve.

Tras esto entre los labios 45

deshoja mil claveles,

que nunca puedes darle

la púrpura que tienen.

Su boca... Pero aguarda:

los pequeñuelos dientes 50

haz de menudo aljófar,

que unidos no discrepen.

Y dentro, si a ello alcanzas,

cuando la lengua mueve

dulce, un panal que afuera 55

destile hibleas mieles;

como abejas, las Gracias,

que con susurro leve

volando en el verano

en torno van y vienen. 60

Dos virginales rosas

las mejillas, cual suelen

brillar cuando sus perlas

la aurora en ellas vierte.

Cargando todo aquesto 65

con proporción decente

sobre el enhiesto cuello,

que mil corales cerquen.

Los hombros de él se aparten;

y en el hoyuelo empiece 70

el relevado pecho,

tan albo que embelese.

Pon al sediento labio

en sus pomas turgentes

dos veneros del néctar 75

de la mansión celeste.

La vestidura, airosa

de armiños esplendentes,

los cabos arrastrando

que el valle reflorecen. 80

Un leonado pellico

por cima; y que le cuelguen

cien trenzas de oro y seda

que su opulencia ostenten...

Pero, ¡ah!, cesa, profano, 85

que las gracias ofendes

de mi ausente adorable

con tus rudos pinceles.

Y yo a sus brazos corro,

donde el Amor me ofrece 90

el premio de mis ansias

y el colmo de sus bienes.

- XVII -

Dónde hallé al Amor

De mi donosa al lado

seguía, de amor ciego,

de sus amables ojos

el dulce movimiento,

que ora en llamas vivaces 5

centellaban inquietos

y cual rayos agudos

traspasaban mi pecho,

ora al paso a los míos

salían halagüeños, 10

mi espíritu inundando

de celestial contento,

ora en giro voluble

se perdían traviesos,

de mis fieles pupilas 15

evitando el encuentro,

ora hallarlas querían,

y ora en lánguido fuego

sobre mí se fijaban,