Epistolarios y demases - Juan Meléndez Valdés - E-Book

Epistolarios y demases E-Book

Juan Meléndez Valdés

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Beschreibung

Colección epistolar que cuenta con las más de cien cartas que envió Juan Meléndez Valdés durante su época como magistrado. Defensor acérrimo de la amistad como pilar de los valores humanos, Meléndez Valdés hacía partícipe de su vida a aquellos allegados más íntimos, como el agustino fray Diego González, Laguno, Cáseda o el poeta Cadalso, aunque de este último no se conserva carta alguna. En estos textos epistolares, el autor transmitía sus reflexiones poéticas, sus inquietudes intelectuales y su labor como magistrado y hombre de ley.

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Seitenzahl: 471

Veröffentlichungsjahr: 2021

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Juan Meléndez Valdés

Epistolarios y demases

 

Saga

Epistolarios y demases

 

Copyright © 2020, 2021 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726793888

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

- 1 -

A Gaspar Melchor de Jovellanos

Salamanca, 30 de marzo de 1776

Muy señor mío y de toda mi veneración: Si las musas salmantinas no tuvieran una justa vergüenza de parecer ante las hispalenses, yo osaría remitir a vuestra señoría alguna composición menos imperfecta que las que producía este desapacible terreno antes de la venida de Dalmiro. Este ingenio, a todas luces grande, me animó a la poesía, y a él debo el tal cual gusto que tengo en ella; y sería en mí una culpable deslealtad no pagar con algún elogio a quien le alaba tanto como vuestra señoría, y merece ser alabado tan dignamente. La majestad, la pureza del estilo, el entusiasmo, la armonía, y todo lo demás que compone la buena poesía, y se halla tan bien en el idilio «Vida de Jovino», me hizo desde luego formar un gran concepto del autor y de su delicado gusto. El padre prior de este convento de agustinos, que me favorece con su amistad, y a quien debí el gusto de verlo, me lo adelantó con las noticias de vuestra señoría y de sus amables calidades; y esto, junto al amor que profeso a este bello ramo de la literatura y a los que lo cultivan felizmente, me hizo emprender la canción que dirijo a vuestra señoría. Bien conozco su corto mérito y cuánto le falta para el grado de perfección a que llega el idilio; pero la recomendación del buen afecto de su autor, si no basta del todo a disculparla, podrá hacer tolerables los defectos de menos bulto y la osadía con que se ha atrevido a molestar a vuestra señoría. Sírvase vuestra señoría ponerle en el número de sus apasionados, y, si sus graves ocupaciones se lo permiten, mantener alguna correspondencia con las musas salmantinas y hacerlas partícipes de algunas producciones. Éstas lo desean con ansia, y lo tendrán a singular favor, y yo el que vuestra señoría me cuente entre sus más afectos y me mande en cosas de su gusto. Besa las manos de vuestra señoría su más apasionado servidor.

Salamanca, 30 de marzo de 1776.

Juan Meléndez Valdés

- 2 -

A Gaspar Melchor de Jovellanos

Salamanca, 3 de agosto de 1776

Muy señor mío y de mi mayor veneración: Esperando de correo en correo la «Didáctica» que vuestra señoría me anuncia en su postrera carta, y queriendo yo, por otra parte, ofrecer a vuestra señoría algo de mi cosecha que acreditase la estimación que hago de sus sabios avisos y la docilidad con que los ejecuto, me he ido deteniendo aún más que ya debiera en mi respuesta, casi olvidándome de demostrar a vuestra señoría mi justo agradecimiento por los excesivos elogios con que se sirve honrarme; éstos son tales, que su misma grandeza me estorba, y la ignorancia mía se confunde entre ellos... Mas si no los admito por este término, los aprecio y apreciaré siempre como unas sencillas pruebas de la estimación que he merecido a vuestra señoría. El juicio de ese caballero es también muy benigno. Mi segundo soneto sólo puede pasar por una mediana composición pastoril y nada más; pero, sea como fuere, este mismo juicio y esa misma suavidad en la crítica me ha hecho copiar la docena y media que acompaña a ésta, y que son todos los que hasta ahora he hecho, de donde espero, si no una igual censura (porque ésta no me está a mi bien), a lo menos otra menos apasionada, y que, diciéndome dónde yerro y dónde no, me enseñe y me corrija con sus avisos. La materia de ellos toda es de amor, por las mismas causas que vuestra señoría me insinúa en su última carta. El ejemplo de nuestros poetas, la blandura y delicadeza de sentimientos, la facilidad en expresarlos, mi edad y otras mil cosas, me hicieron seguir este rumbo, y si a vuestra señoría le pareciere menos grave o digno de una tal persona, perdóneme, y discúlpeme mi buen afecto. Excitado de lo que vuestra señoría me dice, he emprendido algunos ensayos de la traducción de la inmortal Ilíada, y ya antes alguna vez había probado esto mismo; pero conocí siempre lo poco que puedo adelantar; porque, supuestas las escrupulosas reglas del traducir que dan el Obispo Huet, y el abate Régnier en su disertación sobre Homero, y la dificultad en observarlas, el espíritu, la majestad y la magnificencia de las voces griegas dejan muy atrás cuanto podamos explicar en nuestro castellano, y por mucho que el más diestro en las dos lenguas y con las mejores disposiciones de traductor trabaje y sude, quedará muy lejos de la grandeza de la obra. Las voces griegas compuestas no se pueden explicar sino por un grande rodeo, y los patronímicos y epítetos frecuentes, y que allí tienen una imponderable grandeza, no sé si suenan bien en nuestro idioma. Esto hace que precisamente se ha de extender la traducción un tercio más que el original, como sucede a Gonzalo Pérez en su Ulixea, y esto le hará perder mucho de su grandeza. Yo, en lo que he trabajado, que será hasta trescientos versos, procuro ceñirme cuanto puedo, y hasta ahora, con ser la versión sobrado literal, calculado el aumento de los versos hexámetros con respecto a nuestra rima, apenas habrá el ligero exceso de veinte versos. Espero que en todo este mes y el siguiente tendré acabado el primer libro (aunque ahora todo soy de Heinecio y de Cujacio), y si vuestra señoría gusta verlo, lo remitiré para entonces. En lo demás no tiene vuestra señoría que esperar de mí nada bueno; los poemas épicos, físicos o morales piden mucha edad, más estudio y muchísimo genio, y yo nada tengo de esto, ni podré tenerlo jamás.

Estoy aprendiendo la lengua inglesa, y con un ahínco y tesón indecible. La gramática de que me sirvo es la inglesa-francesa de M. Peyton; pero más que todo, me aprovecha el frecuente trato con dos irlandeses de este colegio, criados en Londres y que nada tienen del acento de Irlanda; ya traduzco alguna cosa y entiendo muy bien la pronunciación y la algarabía de las letras. Dios quiera que algún día pueda entablar una correspondencia inglesa con vuestra señoría y mostrar en mi adelantamiento la estimación que hago de sus avisos. Yo, desde muy niño, tuve a esta lengua y su literatura una inclinación excesiva, y uno de los primeros libros que me pusieron en la mano, y aprendí de memoria, fue el de un inglés doctísimo. Al Ensayo sobre el entendimiento humano debo y deberé toda mi vida lo poco que sepa discurrir. Sírvase vuestra señoría decirme los libros que más puedan aprovecharme, tanto poetas como de buena filosofía, derecho natural y política, pues en estos ramos de literatura he hecho y deseo hacer una buena parte de mi estudio.

Dé vuestra señoría mil respetos de mi parte a este caballero que tanto me favorece con sus censuras, por no decir elogios, mientras yo ruego a Dios guarde la vida de vuestra señoría los muchos años que deseo. Besa las manos de vuestra señoría, su seguro servidor y afectísimo amigo.

Salamanca, agosto 3 de 1776.

Juan Meléndez Valdés

- 3 -

A Gaspar Melchor de Jovellanos

Salamanca, 24 de agosto de 1776

Muy señor mío y de toda mi veneración: El correo pasado no pude dar a vuestra señoría las debidas gracias por los dos cuadernos de poesías que se sirve remitirme, por estar sumamente ocupado y no haber sido mío en todo el día. Comí fuera de casa, y me embarazaron la tarde y noche, ni tampoco pude abocarme con nuestro Delio para que a lo menos respondiera a vuestra señoría. Ya las hemos leído con indecible gusto, y, aunque vuestra señoría nos encarga que las juzguemos, nos confesamos desde luego de hombros débiles para tanta carga; yo a lo menos, de un genio suave y bondadoso por naturaleza, además de mis cortos años, que aún no llegan a los legales de la censura, apenas puedo advertir en las más de las obras los defectos que notan con tanta frecuencia los críticos desapiadados, y antes presumo que serán o mal gusto o ignorancia mía que verdaderos yerros del autor; pero, no obstante eso, cuando las iba leyendo, hice algunas observaciones sobre el estilo, locución y fondo de las piezas, conviniéndome en todo y caminando sobre el juicio que vuestra señoría nos hace de ellas.

Las cantinelas anacreónticas me parecen muy largas y que pierden alguna cosa por la uniformidad de la asonancia, no muy escogida; el oído se cansa, y como el fondo de ellas es (a mi ver) uno, como que las recibe por una sola. Parece que la naturaleza de estas composiciones es el que sean cortitas, porque ni admiten las largas descripciones, ni las figuras, ni la gravedad frecuente de sentencias, ni los demás adornos que pueden sostenerlas. El mismo Anacreonte no fue tan feliz en la 53 por querer extenderse, y tuvo que dar alguna más fuerza a la pintura de su ausente para no decaer y mantenerse en ella. Al mismo tiempo, me parecen más sátiras o censuras que anacreónticas; los olores, las flores y los vinos de que están salpicadas son como pies o estribillos para dilatarse en largos discursos de la ambición, la vanidad, la soberbia, la avaricia y otros vicios. Esto tampoco me parece ser muy del genio de Anacreonte, pues, aunque censura y enseña mucho como todos los antiguos, es de otra manera y como por incidencia y ligeramente, haciendo el principal intento en pintar sus amo res y convites y beodeces. Yo en esta clase de composiciones quisiera que tan sólo siguiéramos a este buen viejo, pues es, a mi entender, el modelo mejor de la gracia, la soltura y la delicadeza del amor, los juegos y las risas. Villegas, que es, de los nuestros, el que mejor ha llegado a imitarle, le es muy inferior en las composiciones originales.

Pero volviendo a nuestro propósito, el estilo y la locución no son muy castigados en las cantinelas anacreónticas, y padecen la inconsecuencia de unir las voces más modernas y de este siglo con las antiguas, y tan antiguas que muchas de ellas son de un siglo anteriores al tiempo en que se nos supone haber florecido Melchor Díaz. Las voces barragán, cata, en somo, guarte, ver neto, sendos, sandios, escombros, artero, gayo, arterías (por astucias), plañer, lueñe, empecer, mandra, son un siglo antecedentes a Garcilaso; ni creo que Boscán, que usa más de estas voces antiguas, usase mucho de ellas; pues, poniendo aquéstas y la nota del prólogo a par de las siguientes: mozalbete, embeleco, avechucho, picaruelo, espantajos, odiarlas, aspavientos, malas migas, festejo y otras muchas de tantos modos de hablar vulgares, como v. g.: sin tantas alharacas, sin tantos aspavientos, pescas de mosquitos, meter bulla, hacer pucheros, estoy que con un toro puedo apostara rejo, sarnosos perros, besar con avispas, tener mala la testa, saltar y brincar, etc., etc., creo que no pueden hacer muy buen contraste; y, después de conocerse con evidencia la falsedad de la antigüedad que pretende fingir este poeta, dan a entender ser poco trabajadas, y un gusto sin tanta delicadeza como piden estas composiciones. Es cierto que el «Amor enamorado», si no quisiera decirlo todo, y pintar de tantas maneras los temores de Corina y los dolores del Amor herido, sería de las mejores; pero esta misma abundancia la hace estéril, y no puede compararse con el mismo pensamiento, tratado ya en prosa por el señor de Montesquieu después de su «Templo de Gnido». Creo que habrá vuestra señoría leído a este gran hombre aun en estos dos pasatiempos, y por tanto dejo de alabarlos. Es lástima que la «Efigie de los amores» tenga el verso «El grave porro seco».

La voz porro, o porra, que decimos hoy, es muy grosera; yo hubiera dicho clava y lo hubiera dispuesto de otro modo; pero la conclusión es feliz y muy digna del original. Mas ¿dónde voy yo con una crítica tan severa? Ni ¿qué soy yo para una tal censura? vuestra señoría perdone este arrebatamiento a mi musa; porque el continuo estudio que he puesto por imitar en el modo posible al lírico de Teyo y su graciosísima candidez, me hacen parar, contra mi genio, aun en los más ligeros defectos de estas composiciones, confesando también que las mías no están aún libres de ellos, ni pueden sufrir una censura.

Convengo desde luego en que las traducciones son de la segunda clase, aunque entre todas se distingue mucho la de Lucano, y en ella el razonamiento de Labienio. La lamentación de Adonis y la oda postrera son, a mi ver, del primer orden, aunque he notado en la lamentación los siguientes versos poco armoniosos:

¡Ay!, ¡ay de ti, Venus!, finó el bello Adonis...

Y el eco altamente lo repite...

¡Ay!, ¡ay!, así que vio y de su Adonis...

Ungüento, Adonis haya perecido...

Al muerto Adonis con sus alecitas...

El bello Adonis ha ya perecido...

y algún otro. En la oda no me agrada el verso quinto de la primera estancia, ni el ya lo dejo con que concluye. Quisiera yo que aún no tuvieran estas dos piezas estos ligeros defectillos; pero en medio de estas pequeñeces, que me he tomado la libertad de notar de paso, se halla en todas las piezas mucho furor poético, buen orden, claridad y el bello gusto de imitación, con otros primores, que sólo se sienten y no pueden decirse, y es mucha lástima que la égloga del «Pañuelo» tenga la chuscada de colmadito (yo hubiera dicho asaz colmado o bien colmado, o muy colmado) y alguna otra voz menos castigada y sencilla.

Pero pasando al poema de «La reflexión», convengo de la misma manera en que es algo difuso. En donde trata de la esencia de Dios está bastante largo, y con menos palabras se pudiera decir lo mismo; mas donde sigue hablando de las sectas de los filósofos Platón, Aristóteles, Pitágoras, etc., me parece a mí que, elevándose con un aire magistral en ocho o diez versos, los pudiera confundir y estuviera mucho más hermoso. Yo no estoy por que el poeta lo diga todo; debe callar mucho y omitir, en cuanto sea posible, las ideas intermedias, como lo hacen Virgilio y Horacio, para que el ánimo sienta otro nuevo placer buscándolas, y como que él en semejantes lances se lisonjea de que el poeta lo ponga en obra y le deje algo que investigar y discurrir. También es redundante donde habla de las ciencias, mostrando su necesidad para la reflexión, y a mí me parece que esto debiera tocarse muy de paso, porque nadie lo duda. La locución es bastante buena, aunque tiene algunos defectillos, como las poesías antecedentes, y a la verdad que se echa en ella menos aquella pureza y valentía de dicción del Epicteto de nuestro Quevedo, que es la obra didáctica que le asemeja en algo. Yo, en las producciones del buen gusto, señalo una medida para juzgarlas, y a proporción que las demás se acercan a ella o la exceden en algo, las hallo más o menos perfectas, así como a medida que una epopeya se asemeje más o menos a la Eneida y a la Ilíada, será más o menos hermosa. De las sentencias, la de que el alma obra siempre; que el bruto piensa, y que sólo la reflexión nos diferencia de él; y la de las semillas de las ciencias grabadas en la mente, donde parece que abraza las ideas innatas, no me toca juzgar. Mis cortos años, y mi ignorancia, y mis cortos estudios me oprimen y embarazan para este empleo, aunque la primera ya la vi bien tratada en una de las Noches del doctor Young. Pero en medio de todo esto, la moral y las doctrinas son excelentes, y reina en toda la pieza un aire magistral y mil hermosuras y salidas poéticas y llenas de calor y de genio. Dejeme llevar, contra el mío, del furor de las Musas, y de otro mayor gusto en cumplir el precepto de vuestra señoría. Mil expresiones de nuestro Delio, sumamente ocupado en cosas del oficio; ni advertí cuán difuso soy, y cuán lentamente y sin piedad censuro los lunares y manchas más pequeñas. vuestra señoría perdóneme este arrebatamiento, y seguro de mi afecto, mande a este su finísimo apasionado y amigo. Besa las manos de vuestra señoría su mayor y más seguro afecto servidor.

Salamanca, 24 de agosto de 1776.

Juan Meléndez Valdés

- 4 -

A Gaspar Melchor de Jovellanos

Salamanca, 14 de septiembre de 1776 [Fragmento]

[...]

Lo paso muy mal con un gravísimo dolor de cabeza, que no me deja vivir seis días ha. Ni he dormido las noches, ni descanso los días... Desde el año pasado que caí malo y arrojé alguna sangre, me ha quedado una destemplanza lenta... ¡Si vuestra señoría, amigo, pudiera con sus plegarias librarme de esto, como me ha convertido con sus amonestaciones de escribir amores y ternuras!

Salamanca, 14 de septiembre de 1776.

Juan Meléndez Valdés

- 5 -

A Gaspar Melchor de Jovellanos

Salamanca, noviembre de 1776 [Fragmento]

[...]

Nuestro Delio leyó con gusto el plan de «La primera edad»; y aunque al principio se me resistió alguna cosa, cuasi acabé de persuadirle a que emprendiese esta obra, digna, por cierto, de su estado, su profesión, sus años, su literatura y delicadísimo gusto.

Tratamos después de los libros que pueden conducir al plan de vuestra señoría, y, en la poca noticia que tengo de estas cosas, le apunté de los míos:

Los caracteres, de Teofrasto; Los caracteres de nuestro siglo, de La Bruyère; Los pensamientos, de Pascal. Esta obra me parece un tejido bellísimo de pensamientos, que describen maravillosamente al hombre. Tienen grandeza, y semejanza con las Noches, de Young. Sus máximas son dignas de que tengan lugar en el poema de Las edades. Malebranche y Locke me parecen bastantes para indagar las causas de los errores.

Séneca no debe dejarse de la mano. Con todos estos, y con la asidua meditación del hombre mismo, de sus vicios, de sus virtudes y sus inclinaciones, se puede recoger un caudal suficiente de máximas, que, vestidas y ataviadas por la musa de Delio, merezcan la aprobación y el aplauso de los entendidos. Las verdades morales a mí me parece que se estudian mejor por la meditación del hombre y la frecuente observación de todos los estados que por los libros. Nuestro Delio es del mismo sentir, y creo que, si lo toma con el empeño que la obra merece, haga alguna cosa de provecho.

Salamanca.

Juan Meléndez Valdés

- 6 -

A Gaspar Melchor de Jovellanos

Salamanca, 14 de abril de 1777

Amigo y señor: Cuando esperaba poder escribir a vuestra señoría largo y satisfacer a tanto como debo, me hallo nuevamente imposibilitado no sólo de hacerlo sino de poner dos letras con juicio, aturdida mi cabeza con un tropel de ideas tristísimas y lleno mi corazón de aflicción. Acabo de recibir la triste noticia de que un hermano mío está en Segovia malo de bastante peligro y sacramentado. Es el único que me ha quedado. Él me ha criado, a él debo las semillas primeras de la virtud, y, muertos ya mis padres, a él solo tengo en su lugar y él solo es capaz de suplir en alguna manera su falta. ¡Qué noticia para mí, y cuál estaré! Yo salgo de aquí por la mañana a cumplir con mi obligación y asistirle, o morir de dolor a su lado.

Ahí va la respuesta a la exquisita «Didáctica» de vuestra señoría: El parto de los montes, después de cuatro meses y tantas promesas, es lo que vuestra señoría verá, en mil maneras defectuosa y que apenas se sostiene en los cien primeros versos. Éstos son los únicos que pude trabajar en el ardor primero de la composición y antes que cayese malo; después acá apenas he hecho una docena de versos de seguida y ni el plan es el que pensé primero, por el descuido de haberle fiado a la memoria. Pero cuanto yo pueda decir es nada con los defectos que vuestra señoría y el delicado Mireo notarán en ella. Vuestras señorías denla mil vueltas y no la perdonen, pues nada hay más apreciable que una crítica desapasionada y juiciosa. Nuestro Delio marcha mañana de madrugada a una granja de su convento por unos días; quédome encargado y yo tomé sobre mis hombros, antes de saber las malas nuevas de mi hermano, responder a vuestra señoría y exponer algunos ligeros reparillos sobre el plan de la pastoral (bien que a una voz convenimos ambos que es excelente y en todo delicado), pero ¿cómo exponerlos ahora? Yo me reservo esto, y el asunto de Romero, para cuando vuelva a esta ciudad con el gusto de dejar a mi hermano fuera de peligro. Entre tanto, señor, vuestra señoría perdone mi omisión causada en parte de mi mal y también parte de lo ocupado que he estado en asuntos de universidad, como Vicerrector, en arreglo y dotación de cátedras y otras mil impertinencias opuestas a mi genio. Y mande vuestra señoría a su afectísimo de todo corazón que sus manos besa.

Juan Meléndez Valdés

Nada de cuanto digo en mi respuesta es dictado por la lisonja; la aborrezco y aborrezco a los que se humillan hasta esta bajeza, pero la idea que yo he formado de vuestra señoría es tal que, aunque pusiera otros ciento o doscientos versos, no pudiera explicarla y el excesivo cariño que profeso a vuestra señoría.

Mi respuesta debió haber ido en el correo de la Pascua, y efectivamente así se lo dije a nuestro Delio, y he seguido con el engaño porque no me riñera, pero mis quehaceres y el gran deseo que tenía de escribir a vuestra señoría largo la han ido dilatando hasta ahora. vuestra señoría perdone y mande de nuevo a su afectísimo.

Salamanca y abril 14.

- 7 -

A Gaspar Melchor de Jovellanos

Segovia, 24 de mayo de 1777

Mi venerado señor y afectísimo Jovino: El día 20 recibí por nuestro Delio una carta de vuestra señoría que me fue de singular complacencia, aun en el estado presente de mis cosas, porque nada acaso puede aliviarme tanto como la memoria de la salud de vuestra señoría y las sinceras expresiones de su amor. Mi inclinación a la verdadera amistad es decisiva y, colocada ya en un tal amigo como vuestra señoría, va hasta lo sumo, y no puede decirse a dónde llega. Agradezco las finas expresiones del afecto de vuestra señoría y lo muchísimo que se interesa en mis sentimientos. Las gracias que debe dar un buen amigo a otro es declararle sencillamente que está puesto en las mismas circunstancias y que siente por él y en todas sus cosas el interés más íntimo. La disposición de mi corazón es esta misma cabalmente y él solo dirige la pluma en estas pocas cláusulas, señales de su reconocimiento.

Mi hermano sigue aún en su enfermedad casi con el mismo peligro, aunque estos días le hemos tenido algo más aliviado. Creo que a lo último nada sacaremos porque los médicos le sospechan ya tísico. Cuando yo llegué, estaba en los umbrales mismos de la muerte con un flujo de sangre tan copioso que no sé dónde tuvo tanta para arrojarla; efecto de haber trabajado y estudiado muchísimo por más de cuarenta días y con calentura continua. Ya hemos logrado detener el flujo, pero la calentura aún permanece y esto le tiene constituido en una suma extenuación. Algo me alienta su poca edad y lo robustísimo de su naturaleza y espíritu, pero éstos son unos consuelos que me los da el afecto, mezclados a un mismo tiempo de mil temores mucho mayores y mucho más fundados. Él ha sido incansable, estudiosísimo; un canonista de los más cumplidos y de un genio excelente, de veintiocho años; lleno de renta eclesiástica y más lleno de buenas esperanzas. En este estado, vea vuestra señoría cuáles serán los sentimientos de mi corazón y cuánto perderé con su pérdida; para mí no hay consuelo y nada hallo que me dé la conformidad que piden estos casos, si su Divina Majestad no me saca de él con la cumplida felicidad que deseamos.

Sólo el afecto pudo guiar la pluma de vuestra señoría en el juicio de mi respuesta a la excelente epístola didáctica. Al paso que hallo en ésta mil primores y una invención enteramente nueva, la de la mía no tiene novedad y está llena de los muchos defectos que vuestra señoría le habrá notado. Yo hice otra cosa muy otra de lo que pensé por no apuntar el plan, pero, sea como fuere, ella es un tributo del reconocimiento de la estéril musa de Batilo, y yo me contento de buena gana con que se tenga por esto. Espero con vivísimos deseos las observaciones y ya me complazco en su delicadeza y acendrado mérito. vuestra señoría, adornado de un gusto exquisito y tan delicado entendimiento, ¿qué puede producir sino hermosuras? Estimaré mucho que vuestra señoría en esta censura se desnude de toda inclinación hacia mí y mude, borre, quite y añada cuanto le parezca conveniente, por manera que refunda la pieza y la haga de nuevo, si fuere menester, y todo esto puede vuestra señoría dirigirlo a nuestro Delio y que él me lo remita, que aunque hago ánimo de pasar aquí todo el mes de junio, acaso me iré antes, y por este camino evitamos todo extravío, además del gusto que tendrá Delio en leer las observaciones que vuestra señoría hiciere.

Yo en todas partes procuro instruirme y ando a caza de libros. Aquí he topado la excelente tragicomedia de la alcahueta Celestina y la paráfrasis de los Cantares de Arias Montano, manuscrito, aunque este último ya yo lo tenía, obras ambas de conocida recomendación. Si vuestra señoría no ha visto antes estas églogas delicadas, yo sacaré una copia y la remitiré cuando pudiere.

Estoy leyendo, por entretenerme, el célebre Anti-Lucrecio, cosa que deseaba mucho ha. Si yo fuere capaz de hacer juicio de una obra tan conocida en la república de las letras, dijera que su imaginación es brillante, grave su sentencia, armoniosa su versificación, vivos sus argumentos y nueva en todas las más de sus comparaciones. Admiro, sobre todo, lo puro de la dicción, aunque en algunas partes me parece con redundancia; ella es como un gran río que a veces se extiende demasiado. Éste es el juicio mío, pero ya sabe vuestra señoría el ningún valor de mis votos.

Por casualidad leí el otro día en el Marqués Caracciolo, al fol. 298 de su Vida de Clemente catorce, que el Prelado Stays es conocido por sus dos poemas del Cartesianismo y Neutonianismo que se reputan superiores al Anti-Lucrecio. Si vuestra señoría tiene noticia de estas dos obras, estimaré mucho me diga de ellas y su mérito alguna cosa. Mientras, quedo de vuestra señoría con el más sencillo afecto su más fino amigo y seguro servidor.

Segovia, 24 de mayo de 1777.

Juan Meléndez Valdés

- 8 -

A Fray Diego T. González

Segovia, mayo de 1777

Mi amado Delio: ¡Qué de cosas tenía que decir a vuestra merced si mi dolorosa situación me lo permitiese! Mi hermano aún no está fuera de peligro, y cuando llegué a esta ciudad le hallé con tres médicos a la cabecera, dos cirujanos y otro famoso de La Granja y dos platicantes, todos conjurados contra su vida. ¡Qué de pócimas, cuánto remedio para contenerle un flujo de sangre que le acababa! Al fin, fue Dios servido que éste cesase y vamos aleando. Amigo, viene el Obispo y no puedo más. Agur. De vuestra merced de veras.

Batilo

- 9 -

A Fray Diego T. González

Segovia, junio de 1777

Dulcísimo Delio mío: Después que escribí a vuestra merced aquella carta (maldije aquel principio de ella y tan de prisa), nada he vuelto a decir a vuestra merced ni he podido responderle, aunque he tenido por tres veces la pluma en la mano. ¡Tantas han sido mis ocupaciones en esta enfermedad y tal el cuidado y el peligro de mi hermano! Para nada tengo tiempo, siempre a la cabecera atendiendo en todo y cuidando de todo, y lo peor es que con tanto cuidado y vigilancia, lejos de adelantar atrasamos. La enfermedad es incurable por medios humanos, pues, aunque se restañó la sangre que tanto cuidado nos daba, la calentura es tal que acabará sin remedio con el enfermo. Así lo han juzgado tres médicos de esta ciudad y el del acuerdo de Valladolid que vino de apelación. ¡Qué tropel de remedios!, ¡qué confusión!, ¡qué amontonar de bebidas y pócimas y qué dolor para mí cada vez que contemplo la orfandad y soledad en que quedo y me veré acaso mañana o el otro día! Esto me saca de juicio, y ni la resignación ni la filosofía pueden consolarme y darme la cristiana conformidad que debo tener para este golpe. Vuestra merced encomiéndeme al Señor y pida muy de veras en el sagrado sacrificio por la salud de mi hermano; acaso los ruegos de tantos llegarán al cielo. Si vuestra merced escribe a Jovino, mil expresiones mías y al maestro Alba, y agur.

Batilo

- 10 -

A Gaspar Melchor de Jovellanos

Segovia, 8 de junio de 1777

Jovino mío: Cuando esperaba avisar a vuestra señoría la gustosa noticia del restablecimiento de mi hermano, le anuncio la dolorosa de su muerte el 4 de este mes, en que Dios fue servido llevárselo, dejándome a mí en la soledad y abandono que vuestra señoría puede discurrir. Ello fue que, estando ya casi sin calentura por algunos días y contando todos con que saliese, le entró casi de repente una supuratoria que en cinco acabó con todas sus fuerzas y con su malograda vida. Desde entonces no se han enjugado mis ojos, y nada hallo ni nada me dicen que pueda darme aquella conformidad y presencia de espíritu que piden estos casos, sobrecogido de tal manera y con tanto exceso que he llegado a caer en un apocamiento indigno de un espíritu algo ilustrado y filosófico. Cuando considero el íntimo amor que nos teníamos, sus oficios y la crianza que me ha dado, mi poca edad, mi carrera por acabar y otras mil cosas a que mi imaginación se dilata, naturalmente viva y aguijada ahora por el dolor, es cosa de volverme loco y me pierdo en un abismo inmenso de futuras desgracias que me horrorizan y casi que las toco con la mano. La imagen de mi hermano me acompaña siempre: ¡Cuántos, cuántos cuidados!, ¡cuántos desvelos!, ¡y cuánta asistencia sin ningún provecho! Nada, nada bastó para poderlo sacar. ¡Ay, mi Jovino y señor mío!, ¡quién tuviera ahora a vuestra señoría a mi lado para templar en algún modo mi dolor y mis lágrimas con sus consejos y llorarlas abrazado y en compañía de mi fiel amigo! Ésta fuera mi consolación y éste mi alivio, pero ya que no alcanzo esta dicha suplico a vuestra señoría y a nuestro Mireo, cuan rendidamente puedo, me encomienden a Dios el alma de mi hermano y pidan al Señor, que se lo llevó para sí, por su descanso eterno, aunque yo firmemente creo que está en él desde el punto mismo que expiró, según sus santísimas disposiciones. Diciendo el Miserere bañado en lágrimas entre mil fervorosas deprecaciones y mil golpes de pechos, le tomó un desmayo y pocos minutos después la muerte, dejándonos a todos edificados de tan bienaventurado fin. Éste es el único consuelo que tengo y esto me causa algún alivio, aunque después, sin ser más en mi mano, vuelvo a mil ideas melancólicas y a contristarme con su falta. Jovino mío, tenga vuestra señoría lástima del estado del infeliz Batilo. ¡Cuán digno es de que sus amigos le acompañen y alivien con sentir una pequeña parte de lo que siente mi corazón! El dolor y las lágrimas no me dejan proseguir. vuestra señoría mande a este su más afecto y desconsoladísimo amigo de vuestra señoría de todo corazón.

Segovia, 8 de junio de 1777.

Juan Meléndez Valdés

- 11 -

A Fray Diego T. González

Segovia, 8 de junio de 1777

Mi querido Delio: Apenas me dejan las lágrimas escribir a vuestra merced, ni mi oprimido corazón me deja facultades para nada, penetrado del más vivo sentimiento. Mi hermano, que tanto trabajo me había costado y tanta asistencia, dio su alma al Señor el miércoles a las nueve de la mañana, dejándome a mí en la soledad que vuestra merced puede discurrir. Yo, desde entonces, no he dejado de llorar, y nada hallo, ni nada pienso, ni nada me dicen que pueda consolarme. ¡Cuánta falta me hace mi Delio y cuánto me alentara yo con su presencia y sus saludables avisos! ¡Ay, Delio amigo! Estos golpes han de acabar conmigo, y mi alma enflaquecida de tanto sentimiento casi que se echa con la carga y no puede sufrir tanto.

En una cosa sólo hallo consuelo, que es en las santísimas disposiciones en que acabó, diciendo el Miserere, dándose mil golpes de pechos, bañado en lágrimas y besando un santo crucifijo; le tomó un desmayo, y pocos minutos después fue a gozar de la presencia de Dios, como firmemente creo. Vuestra merced encomiéndemelo a Dios y pida en el santo sacrificio por su descanso eterno y porque Su Majestad me conceda la santa resignación que me falta. El dolor y las lágrimas no me dan lugar a proseguir. Adiós, Delio mío de mi alma. Tenga vuestra merced lástima al infeliz.

Batilo

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A Gaspar Melchor de Jovellanos

Salamanca, julio de 1777

Mi Jovino y muy señor mío: Las dos últimas cartas de vuestra señoría, que recibí ya en esta ciudad y en la misma noche del lunes pasado, que llegué a ella de Segovia, al paso que me consolaron, me costaron infinitas lágrimas; pero lágrimas de amistad y nacidas de la ternura de mi corazón a las expresiones de vuestra señoría. ¿Quién soy yo para que vuestra señoría se interese tanto por mí y me ofrezca tanto como me ofrece? Yo me lleno de confusión al mirarme, y si los infelices títulos de huérfano, solo y desvalido no me sirven de recomendación y mérito, nada hallo en mí que pueda mover a vuestra señoría a tanto, tanto, si no es su buen natural y la ternura de su pecho. Yo no sé cómo ni con qué términos dar a vuestra señoría las gracias, y sólo quisiera estar a su lado para besarle mil veces las manos, para abrazarle mil veces y llorar junto a mi amigo, y verter en su seno lágrimas de reconocimiento y amor. Resérvome para otro correo dar a vuestra señoría las gracias, pues en éste llevo ya once cartas, y algunas muy largas, y en tanto, vuelvo a ofrecerme bajo la protección de vuestra señoría y a acogerme a su amparo. Ahora más que nunca necesito de mis amigos, y de vuestra señoría sobre todo. Tenga vuestra señoría la molestia de dirigirme como cosa propia y como si fuera mi hermano mismo; que yo procuraré no desmerecer los cuidados de vuestra señoría. Otro correo me extenderé más, y mandaré, si está acabada, mi respuesta a la epístola consolatoria. En tanto, mil expresiones de nuestro fino Delio, y dándolas vuestra señoría de mi parte a Mireo, mande a este un fino y reconocido amigo e infeliz huérfano. Besa las manos de vuestra señoría su más reconocido amigo.

Salamanca, julio de 1777.

Juan Meléndez Valdés

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A Gaspar Melchor de Jovellanos

Salamanca, 2 de agosto de 1777

Mi finísimo amigo y señor: Los juiciosísimos cargos que vuestra señoría me hace en su favorecida en orden al exceso de mi sentimiento me dejan confundido y sumamente alentado. No puedo negar, con todo eso, que cuando la leí vertí infinitas lágrimas, y casi que no pude dormir en toda aquella noche; pero estas lágrimas fueron más de amistad y cariño hacia la persona de vuestra señoría que no de sentimiento, al ver mi ningún mérito, mis pocos años, mi desamparo, y todo lo demás que hallo yo en mí cada vez que me miro, más digno de lástima y desprecio que no de estimación, y ver, por otra parte, la que vuestra señoría hace de mí, y tanto, tanto como se interesa por mí y en mis desgracias, no puedo menos de confundirme y repetir mil veces

«Semper honos nomenque tuum laudesque manevunt».

Yo nada podré ser jamás, nada podré valer, y en nada podré distinguirme; pero si algo de esto hiciere la fortuna, a vuestra señoría confesaré debérselo todo, porque desde hoy más vuestra señoría ha de ser mi hermano, y me ha de dirigir y aconsejar como mi hermano mismo en medio de lo muchísimo que le amaba y lo recio del golpe, no lo sentiré tanto con este alivio, y yo de mi parte prometo a vuestra señoría no desmerecer, en cuanto me sea posible, este nuevo título de un amigo tal como vuestra señoría.

Convengo en lo mismo que vuestra señoría en cuanto a las máximas y consolaciones filosóficas; todas son por lo común bellísimas, todas muy acertadas y nacidas de la naturaleza misma de las cosas y de la vanidad de los bienes y males de este mundo. Yo hallo en todas ellas unas lumbraradas, digámoslo así, de aquella interior persuasión de todas las almas en orden a su eternidad y destierro en este mundo; pero al mismo tiempo las hallo insuficientes en la práctica, y creo, como vuestra señoría, que, en medio de sus reflexiones y sentencias, aquellos filósofos à longue barbe sentirían sus desgracias tanto y más que nosotros, que tenemos en nuestra santa religión unas consolaciones más seguras. Todas las razones de Séneca deslumbran al principio; pero haciendo un juicioso análisis, se ven muchas insuficientes, y que sus pruebas, bien examinadas, no corresponden a la firmeza que proponían; en todas ellas reina la imaginación demasiado, como juzga Malebranche en el juicio de Séneca y Montaigne. Por esto, como a vuestra señoría, me gusta más Epicteto, y hallo sus reflexiones mucho más acomodadas. Cuando aprendía el griego, le traduje todo, y aun tuve después ánimo de hacerlo con más cuidado para mi uso privado, con algunas ligeras notas; pero viendo después la traducción de mi paisano Francisco Santos, y otra del autor del Teatro universal de la vida humana, desistí de mi propósito, pareciéndome que nunca pudiera yo igualar al célebre Brocense. El que también me gusta mucho es Marmontel en su Belisario; los primeros capítulos son, a mi ver, capaces de hacer olvidar las mayores desgracias; lo he leído todo bastantes veces, pero cada vez con más gusto, y me sucede lo que a Saint Évremont con nuestro Don Quijote. Pero en medio de todo esto, alguna vez respiro por la llaga, y la desgracia de mi hermano no hay forma de dejarme.

Doy a vuestra señoría las gracias más sinceras de sus finísimos ofrecimientos, y me valdré de ellos cuando pueda ofrecérseme. Los ofrecimientos de la amistad no son vanos, como los que dictan el cumplimiento y la ceremonia; de todos ellos escojo al presente la dirección y el que vuestra señoría me mire como cosa propia y como mi mismo hermano, y en adelante el influjo y los amigos. Yo no tengo otros patronos que vuestra señoría y el obispo de Segovia, que se ha empeñado también en favorecerme; con estos dos lados, desde luego desecho de mí cualquier pensamiento de desamparo, y creeré siempre que nada me faltó para mis aumentos faltándome mi hermano. En lo demás, ¿quién más dichoso que yo en poder estar al lado de vuestra señoría y testificarle a todas horas con mis obras mi íntimo amor y reconocimiento?, ¿cuánto aprendiera yo en las conversaciones con vuestra señoría?, ¿cuánto adelantara con sus instrucciones?, ¿cuánto con sus consejos? Si estuviera en mi arbitrio y entera libertad, desde luego preferiría Sevilla a Salamanca, e iba a acabar mi carrera a esa universidad; pero no valiéndome de tanto como vuestra señoría me promete, pues mi patrimonio, aunque pequeño, puede tirar hasta evacuar del todo mi carrera, y aunque conozco lo sincero del ofrecimiento, la ley misma de la amistad, que manda que nos valgamos del amigo en la necesidad, manda también que sin ella no abusemos de su confianza. Prometo, no obstante eso, que cuando vaya a ver a mi hermana, iré a Sevilla también, a dar a vuestra señoría un abrazo, y tener el gusto de que vuestra señoría conozca de cerca en el pobre Batilo la sinceridad de su amor y sumo reconocimiento.

El señor obispo de Segovia, a quien servía mi hermano de secretario, me ha cogido bajo su protección y me ha distinguido mucho con sus favores. La bondad de su corazón, sus bellísimas partidas y la íntima amistad que profesaba al difunto, desde el tiempo de su diputación en la corte, me hacen tener una entera confianza en su beneficencia. Pero, no obstante eso, puede vuestra señoría hacerme el gusto de escribirle recomendándome: esto servirá de acreditarme mucho, porque en medio de mis pocos años verá que vuestra señoría me distingue con su amistad y que yo procuro ganarme con mi reconocimiento unos tan distinguidos amigos. Creo que en acabando yo mi carrera, que será el año que viene o principios del otro, querrá acaso darme cerca de sí algún honroso empleo, según me ha dado a entender su confesor. Yo en nada tendré más complacencia que en esto, aunque mi inclinación al sacerdocio no sea la mayor; pero el hombre de bien, cuando no halla una oposición manifiesta, debe todo sacrificarlo, aun sus inclinaciones mismas al gusto y servicio de su bienhechor. Esto aún admite mucho tiempo, y si llegare el caso, nada haré yo sin el consejo y parecer de vuestra señoría.

Nuestro dulce Delio, mil expresiones; le tenemos con una fluxión de muelas de algunos días a esta parte, aunque ya más aliviado. Yo no me harto de amarlo cada vez más, ni creo pueda darse genio más digno de ser amado. Si vuestra señoría le viera, ¡qué blandura!, ¡qué suavidad!, ¡qué honradez!, ¡qué amistad tan íntima, al señor de Sevilla, como él dice de vuestra señoría! Yo nada deseara más que el que llegásemos los tres a juntarnos, porque en vuestra señoría veo otro Delio, y le contemplo de la misma manera: los días se nos hicieran nada, y las noches más largas del invierno no nos fueran molestas, por nuestras amistosas conversaciones.

¿Por qué tanto miedo por la consolatoria, y tanta desconfianza en remitirla? ¿Ha de ser acaso todo acabado? Y en esta casta de escritos familiares, ¿no debe reinar un cierto desaliño, que los hace más apreciables? Las más de las epístolas de Horacio, no creo yo que hagan ventaja a la consolatoria, ni abunden de más oportunas y juiciosas reflexiones; el principio es bellísimo; y, aunque mi súplica es bastante larga, me parece tejida de buenos pensamientos; algún otro verso no es tan fluido como los demás; pero en estos escritos, vuelvo a decir que debe reinar un cierto desaliño. Yo no sé cuándo podrá ir mi respuesta, porque apenas la tengo empezada, según lo que tengo que estudiar y el método que me he propuesto; estos dos años que me faltan de universidad quisiera desprenderme enteramente de la hechicera poesía y darme enteramente a las dos jurisprudencias, y más a la de España. Yo no sé si podré conseguirlo, porque temo, si las dejo, que se enojen las Musas, y avergonzadas huyan y me dejen. Otra vez hablaré a vuestra señoría sobre esto, y del método que deba llevar en el estudio de la jurisprudencia patria.

Estoy copiando la Paráfrasis de los Cantares y una oración latina del célebre fray Luis de León. En estando acabadas las remitiré; entre tanto, quedo de vuestra señoría, rogando a Dios me guarde su vida los años que desea su finísimo amigo, que sus manos besa.

Salamanca, agosto 2 de 1777.

Juan Meléndez Valdés

Aún no hemos visto la traducción de la Poética de Horacio; pero aun sin verla, convengo en el juicio de vuestra señoría, y en el desaliño de algunos versos, por otros que he visto del mismo autor, también desaliñados. Yo la tengo encargada a un amigo de corte, pero aún no me la ha traído el ordinario, como ni tampoco la Araucana de esta impresión, que, según he oído, es por suscripción y será bellísima.

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A Gaspar Melchor de Jovellanos

Salamanca, 6 de octubre de 1777

Mi estimadísimo amigo: Yo he estado y ando tan alcanzado de tiempo con el estudio de los dos Derechos, ya tomando a Heinecio, ya dejando el Van-Espen, que aún no he podido evacuar como quisiera la revisión de la exquisita traducción de vuestra señoría. Ésta me ha gustado y gusta cada vez más; la he leído tres veces y estoy ya empeñado en darle acá otra mano, quitándole alguna que otra voz o verso asonantado, haciendo algún otro más armonioso y retocándola, apuntando y notando todas mis observaciones, que remitiré a vuestra señoría para Pascuas. Pero confieso desde luego y con la ingenuidad de un amigo que lo es tiernamente de vuestra señoría que me ha gustado y gusta muchísimo y nada sustancial hallo que merezca nota. Pero yo soy tan escrupuloso que a veces las más ligerillas faltas y menudencias las reparo, y estaré trabajando un día entero por quitar o poner una sola palabra en un verso; mas de esto hablaré a vuestra señoría cuando remita lo que voy anotando. El plan de Las bodas del rico Camacho me agradó de la misma manera; nada hallé en él que no sea de un delicado gusto y guarda las unidades perfectamente. Merece que en un verso blanco manejado por la mano de vuestra señoría o por la delicadeza de Liseno, pudiera un día ser comparable a la célebre del Tasso y aun me parece que tiene más acción que ésta, en lo que noto algo al Aminta. El no haberla remitido a Liseno ha sido sólo porque, cuando vine, ni yo podía copiarla, ni un mal amanuense que me ha copiado algunas cosas estaba aquí. Después que vino le he tenido ocupado y tampoco ha podido ser, pero ya contentaré al buen Liseno, y vuestra señoría esté aseguradísimo que a nuestro Delio y a mí, a ambos nos ha llenado cuanto puede ser, y aun yo no suelto mi palabra de dar alguna plumada en ella, sea cuando fuere. Convengo en que la lección de la misma Aminta y de El pastor de Phido puede coadyuvar mucho para hacerse a aquellas expresiones, sencillez y ternura del campo que pide la composición. Yo no he visto El pastor del Guarini, pero tengo una poetisa italiana (Virginia Bazaño Cabazoni), que en unos diálogos pastoriles es lo más tierno y gracioso que he leído.

He acabado de leer el poema La religión de Racine; me ha gustado infinito y he animado a nuestro Delio a su traducción, pero es tan tímido que de todo y en todo desconfía de sus fuerzas y le parece que nada puede. Ahora estoy con la Teodicea de M. Leibnitz y con el Metastasio que me han traído, y estoy embelesado con ellos que es cuanto puedo encarecer el gusto que me dan. ¡Quién pudiera dedicarse sólo a estos estudios! ¡Quién pudiera hacer de ellos sus delicias y su único cuidado!

Aún no me han traído el poema de Las estaciones que tengo pedido a Madrid. Yo celebro que guste a vuestra señoría y que Los siglos de la literatura se engañen algo. También los he visto y no me parece hacen el mérito que deben a los más de los modernos; el Belisario dicen que sólo es aguantable en los primeros capítulos, y yo hallo que no es inferior en los demás.

Ahí remito a vuestra señoría la docena de romances que dije en mi última: son fruto de mis primeros años y algunos tienen ya más de cinco o seis. Mi modelo fue Góngora, que en este género de poesía me parece excelente. El de «Angélica y Medoro»:

«Entre los sueltos caballos

servía en Orán al rey

aquel rayo de la guerra...».

Y otros así me parecen inimitables. Yo comparo esta especie de nuestra poesía a los endecasílabos latinos por su dulzura y sencillez prosaica. El idilio podrá dar a vuestra señoría una idea de mi mal modo de traducir y de lo poquísimo o nada que podré hacer con el divino Homero. Mi idea en este particular es que no se debe omitir trabajo por traducir con las mismas palabras casi, excepto los idiotismos y locuciones particulares de cada lengua. Si el poeta escogió aquellas voces, aquellos rodeos y aquella elocuencia de palabras que juzgó más oportuna, ¿a qué sustituir otras y desfigurar lo que se traduce? También tenía ánimo de mandar a vuestra señoría la Pharmacéutica del mismo, pero no he podido retocarla; ésta irá con los versos dorados de Pitágoras, que también he empezado a poner en verso. Pero, ¡ay de mí!, sabe Dios cuándo, y todas estas traduccioncillas y trabajos menores serán como correrías para entrarme en el santuario de la Ilíada, si Dios me da salud y me libra por algún tiempo de estos afanes escolásticos.

Remito a vuestra señoría dos sermones de las honras del doctor Agudo, agudo por apodo, pero no me atrevo donde estoy a juzgar en nada mal de ellos, porque como la universidad los ha alabado tanto, temo que aun solo en mi cuarto me oiga y me anateme. Doy a vuestra señoría las más sentidas gracias por los finos ofrecimientos de su postrera carta. Yo en vuestra señoría tengo una entera confianza y en todo espero que me mire como su fino y desdichado amigo. Hoy escribe Delio. Dé vuestra señoría al enamorado Mireo mil expresiones mías, y anúnciele vuestra señoría de mi parte una cancioncilla sobre su nuevo amor. Yo había emprendido unas odas en sáficos sobre esto, pero es obra más larga porque me he engañado también en hacerlos, si no en la sentencia, en la dicción de exacta medida, y tan sueltos como los latinos, pero la canción es cosa más fácil y que entenderá más la bella Trudina. Remitirelo en la semana que viene, cuando mande vuestra señoría la excelente oración de capítulo de fray Luis de León y los Cantares de Arias Montano; éstos los tengo yo en casa, pero aún no los he podido corregir, y aquélla está casi copiada. ¡Cuánto gusto tendrá vuestra señoría en leerla!, ¡cuán elocuente es! Con esto Dios me guarde a vuestra señoría los mismos años que desea su fino amigo que besa sus manos.

Salamanca, octubre 6, 1777.

Juan Meléndez Valdés

Dígame vuestra señoría por la enumeración que llevan cuáles romances son menos malos; el Laudamus véteres del sermón, es porque Marín no hace al pie de la letra lo que nos predica.

A las gracias que vuestra señoría me da por las expresiones de mi respuesta, sólo puedo decir que son por demás cuando es el mérito tan subido. Aquí el nombre de Jovino corre con el apelativo de Gran. Pocos días ha, me escribió Delio con esta exclamación: ¡Oh gran Jovino!, ¡gran Jovino! Si tú estuvieras ahora en Salamanca o en Segovia, etc. Así es entre nosotros conocido Jovino. Mil expresiones a Mireo.

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A Gaspar Melchor de Jovellanos

Salamanca, 18 de octubre de 1777

Mi dulcísimo amigo y señor: La favorecida de vuestra señoría me ha hecho sentir a un mismo tiempo las dos pasiones opuestas de gusto y sentimiento. ¿Quién creyera que mi ilustrísimo podría sospecharme de la más ligera nota de vanidad o que hubiera quien me imputara un defecto tan opuesto a mi carácter y a la situación de mi fortuna? Yo casi no dormí anoche con este pensamiento, y no sé a qué atribuirlo ni qué pensar; la fantasía me presenta mil cosas, que ninguna me satisface, y luego, si doy una vuelta a mí mismo, me hallo tan apartado de vano como el cielo de la tierra, y que acaso llega en mí la humildad civil hasta lo vergonzoso. En fin, mi amigo y señor mío, mis versos y mis cartas, si no deciden de mi carácter, mientras no tenga yo el gusto de que nos veamos, deberá a lo menos esta aseveración mía impedir que vuestra señoría no me juzgue también de la misma manera. Yo quisiera extenderme aquí algo más, y que tratásemos otros puntos concernientes a eso, pero las ocupaciones del día de san Lucas, inaugurales, y un claustro largo que me espera, me embarazarán todo el día. Pero, en acabando de copiar y poner en limpio dos traducciones mías de dos idilios del sencillo Teócrito y una docena de malas jácaras, primer fruto de mi musa cuando niña, anudaré el hilo roto y proseguiré contando mis cosas al único en quien espero y sé que las oye con compasión y sin cansarse. Antes me lisonjeaba yo de tener dos finos protectores; hoy casi que mi desgracia me deja a vuestra señoría solo. Pero vuestra señoría sé que no ha de creer en su Batilo el espíritu que dicen las expresiones enfáticas de su ilustrísima.

Yo agradezco la confianza de vuestra señoría en franquearme la respuesta, de que no abusaré sino para humillarme más y más, y acreditar con mis obras cuán lejos estoy de todo espíritu de vanidad, aun el más ligero. Éstos son para mí unos lazos que cada vez me estrechan más y me unen a vuestra señoría, y a que en todo y por todo me dirija por sus dictámenes y acaso le moleste con mil impertinencias.

Hemos recibido la traducción del célebre Paraíso perdido, y hoy no hemos leído más que la mitad, antes de las nueve. Nos ha llenado infinito. El espíritu seco del original lo explica grandemente, la frase es llena y grandílocua, y el verso, majestuoso y claro. ¿Quién creyera que el dulce mayoral Jovino, allá a las orillas del Betis, haría resonar otra vez la lira del cantor de la primera desobediencia, y volvería a encender los volcanes del Homero inglés? Mi voto es el mismo que el de los señores de esa ciudad, y lo mismo juzga Delio; pero, no obstante, cuanto notemos lo iremos apuntando, y acá, digámoslo así, lo daremos otra lima en lo que alcanzare mi pequeñez, pues con la misma complacencia que le alabo, le notaré cualquier ligero defectillo que advierta, ya sea de asonancia, versificación, etc. Creo que no hacerlo sería abusar de la confianza de vuestra señoría y del santo nombre de la amistad.

Nuestro Delio está algo indispuesto, efecto de una cena mal digerida, y yo escribo por ambos, asegurando a vuestra señoría de la finísima ley con que quedo rogando a Dios me guarde su vida muchos y felices años. Escribo después de comer, y tengo la cabeza sumamente cargada. Por Dios, que vuestra señoría no me juzgue como mi ilustrísimo, y mande a este su fino amigo, que sus manos besa.

Salamanca, octubre 18 de 1777.

Juan Meléndez Valdés

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A Gaspar Melchor de Jovellanos

Salamanca, 23 de diciembre de 1777

Mi estimadísimo Jovino