Poesías II - Juan Meléndez Valdés - E-Book

Poesías II E-Book

Juan Meléndez Valdés

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Beschreibung

El segundo tomo de la colección completa de poesía de Juan Melendez Valdés, recogida en 1820. Se puede contemplar la propia biografía del autor leyendo sus poemas. En este tomo, es posible ver la producción poética del autor en todo su esplendor. La poesía romántica y rococó se mantiene en este tomo, aunque también se añaden algunas elegías morales más profundas.

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Veröffentlichungsjahr: 2021

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Juan Meléndez Valdés

Poesías II

 

Saga

Poesías II

 

Copyright © 2004, 2021 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726793857

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

Elegías

- I -

En un empeño temerario

Amor, desdenes, ira, y todo junto

el poder de la envidia y de los celos,

se han unido en mi daño a un solo punto.

La medrosa inquietud con mil desvelos

cubre mi infeliz pecho de amargura; 5

doy lástima a la tierra y a los cielos.

Yo vi en mi daño una doncella pura,

término de beldad, y con mil dones

que exceden toda humana criatura.

Sus ojos son de fuego, sus razones 10

hacen al que las oye temblar luego,

y encanta en su saber los corazones.

Yo la miré, y temí, y un blando fuego

sentí que por mis venas discurría,

y a todo lo demás halleme ciego. 15

Volvióseme tristeza la alegría;

la paz del corazón, tormenta brava,

y oscuridad infausta el albo día.

Nunca empero del daño me apartaba;

mas antes, vanamente confiado, 20

del puerto al ancho mar me abandonaba.

Ni de nubes el cielo encapotado,

ni de las roncas olas el bramido,

ni el aquilón por ellas despeñado,

ni la negra tiniebla, ni el gemido 25

de los que anega el mar, ni de mi leño

el crujir, ni el camino no sabido,

bastaron a apartarme del empeño

ni a volverme al lugar do me alejaba,

que Amor me arrebataba a mi despeño. 30

La orilla con los huesos blanqueaba

de muchos que perdieron ya la vida,

y otros el viento por la mar llevaba,

yo, alegre en tanto, en rápida corrida

las olas iba de la mar cortando, 35

de la mar en mi daño embravecida;

y en necio error en el Amor fiando,

que calmase aguardaba la tormenta,

así a solas conmigo razonando:

«¡Oh flaco corazón!, ¿qué te amedrenta?, 40

¿qué recelas cobarde o qué te espanta,

si un dios tu vela y tu esperanza alienta?,

¿pretendes por ventura gloria tanta

sin peligro alcanzar? ¡Ay!, que la gloria

es sólo del que al riesgo se adelanta, 45

y aquél solo es el digno de memoria

que trepa a la difícil aspereza

do eterna hará la fama su victoria.

¿No ves, no ves, cuitado, tu bajeza?

Pues alza ya los ojos a la cumbre 50

de aquella sobrehumana gentileza.

¡Oh beldad celestial!, ¡oh gloria!, ¡oh lumbre!,

¡oh angélico semblante!, ¡eterno día!,

tu esplendor fausto mi tiniebla alumbre.

Tú mi norte serás, serás mi guía; 55

tú eres mi estrella; tú, mi aurora hermosa;

tuya es mi libertad y el alma mía.

A ti corre mi nave presurosa:

tú la encamina al puerto deseado,

y a mí vuelve los ojos amorosa». 60

Tal la ruego, y al mar abandonado

parécenme sus olas más serenas,

y dolido el Amor de mi cuidado.

Así el veneno corre por las venas,

y en un ardor dulcísimo me abraso 65

que revuelve en su llama amargas penas.

¿Diré, ¡cuitado!, lo que entonces paso?,

¿ni el infierno y la gloria que en mí siento?

Aun con cien lenguas me quedara escaso.

Cual Tántalo entre el agua estoy sediento, 70

en el medio del fuego estoy helado,

y a un tiempo alegre río y me lamento.

Estoy contra mí propio conjurado,

y quiero y aborrezco en solo un punto,

y vivo y muero en tan fatal cuidado. 75

Siento placer y pena todo junto;

a mi adorada busco, y si la veo,

me quedo en mi dolor como difunto.

¡Gloria inmortal del fortunado empleo

que en ciego afán codicia mi ternura! 80

¡Oh, cuál en ti me aflijo y me recreo!

¿Quién digno se hallará de tal ventura?,

¿a quién, divino Amor, a quién espera

el premio de su angélica hermosura?

¡Oh, si ganarle yo posible fuera! 85

Suerte mayor no anhela mi deseo;

y después, si así place, al punto muera.

Más, ¡mísero de mí!, que devaneo,

y alcanzarla presumo locamente,

¡ay!, y su altura y mi humildad no veo. 90

Cual fábula seré de gente en gente,

y el nombre infausto quedará en el mundo

de mi temeridad y amor ardiente.

¡Ciego, dañoso error! ¿En qué me fundo,

que a la altísima cumbre de su gloria 95

así aspiro a subir desde el profundo?

¡Oh caso digno de fatal memoria!

Yo lo alcanzo, señora, lastimado,

pero Amor lleva siempre la victoria.

Yo sé que cual gigante despeñado 100

seré al fin, o cual Ícaro atrevido

en medio el hondo mar precipitado.

Sé que el ciego me arrastra embebecido

donde pueda acabarme; sé mi engaño,

y cuán alto mi error haya crecido. 105

Y el origen fatal de tanto daño

sé para más dolor, y sé la llama

donde ardí incauto para mal tamaño.

Y sé como el tirano a sí me llama,

y a mi rota barquilla en nada ayuda 110

contra el ventoso mar que hinchado brama.

Todo lo sé, señora; mas no muda

su voto Amor, si yo tornar pudiera,

pues ya aun me veda que al remedio acuda.

¿Y qué gloria mayor, puesto que muera, 115

que fenecer por vos?, ¡quién lo alcanzara!

¡Ay, si el crudo me oyese, y luego fuera!

Mi fatal caso al menos lastimara

un pecho en su crudeza empedernido,

y aun piadoso quizá mi fin llorara. 120

Con esto, del camino no sabido

pisara yo la senda confiado,

y ni sombra temiera ni alarido.

Más, ¡ay mísero!, ¡ay triste!, que el airado

mar se embravece, y amenaza al suelo; 125

y a su furia el Amor me ha abandonado.

Los vientos silban, se oscurece el cielo,

cruje frágil el leño; y donde miro

encuentro de la noche el negro velo.

Me quejo, gimo y por demás suspiro: 130

la muerte a todos lados me saltea,

y mi barca infeliz perdió ya el giro.

Tal merece quien tanto devanea

y a imposibles osado se aventura:

si por su daño alguno los desea, 135

sírvale de escarmiento mi locura.

- II -

En la muerte de Filis

¡Oh!, rompa ya el silencio el dolor mío,

y al labio salga en dolorido acento

la aguda pena en que morir porfío.

Con lastimeros ayes gima el viento;

y entre suspiros y mortal quebranto 5

la falta de la voz supla el lamento;

ciegos los ojos con su amargo llanto,

lejos de la alma luz, siempre en oscura

noche fenezcan en desastre tanto.

Truéqueseme la dicha en desventura, 10

ni jamás bien alguno esperar pueda,

pues me robó la muerte mi luz pura.

¡Filis!, ¡amada Filis!, ¡ay! ¿Qué queda

ya a mi dolor?, ¿faltaste, mi señora?

¡Cómo la voz el sentimiento veda! 15

Allá volaste al cielo a ser aurora,

dejando en llanto y sempiterno olvido

esta alma triste que tu ausencia llora.

¿Qué?, ¿ni mi dulce amor te ha detenido?,

¿ni la amarga orfandad en que me dejas? 20

¿Tan mal, querida Fili, te he servido?,

¿así de este infeliz, así te alejas?

Vuelve, adorada, vuelve a consolarme;

no más desdeñes mis dolientes quejas.

Pero tú no pudiste abandonarme; 25

el golpe de la muerte, el golpe fiero

sólo de ti, mi bien, logró apartarme.

¡Oh muerte!, ¡muerte!, ¡oh golpe lastimero!

¡Ay!, ¿sabes, despiadada, lo que hiciste?

De todos tus delitos, el postrero. 30

¿A quién con mano bárbara rompiste

el feliz hilo de la tierna vida,

y en el sepulcro despiadada hundiste?

¡A Filis!, ¡a mi Filis!, ¡mi querida,

mi inocente zagala! Su ternura, 35

¿en qué ofenderte pudo, fementida?

¿No te movió su angélica hermosura

a que no mancillases insolente

tan delicada flor en su alba pura?

jamás yo te creí tan inclemente; 40

mas este golpe, golpe lamentable,

¡oh, cuán a costa mía me desmiente!

«¡Oh dura mano!, ¡oh bárbara, implacable!

¿A quién», clamo sin fin, «tu saña fiera

hirió con su guadaña abominable? 45

¡A Filis!, ¡a mi Filis...! ¡testo espera

a inocencia y amor, mientras riendo

eterno un siglo la maldad prospera!

Huye, inhumana, al Tártaro tremendo;

y en sus abismos húndete entre horrores, 50

húndete, oh monstruo, tus hazañas viendo...»

Deliro en mi pasión; y mis dolores

crecen, inmensos como el mar. ¡Cuitado!,

¿qué he de hacer sin mi bien, sin mis amores?

¡Que ya no gozaré su alegre lado!, 55

¡ni oiré más sus suavísimas razones!,

¡ni he de ver de su rostro el tierno agrado!

¡Sus ojuelos, imán de corazones,

aquellos ojos cuya lumbre clara

tras sí arrastraron tantas atenciones! 60

¡Y aquel cuello, aquel talle, aquella rara

gracia que en noche eterna se oscurece!

¡Ay, muerte dura, de mi bien avara!

Lloro, y llorando mi tormento crece;

pero, ¡qué mucho!, si en mi acerba pena 65

todo el orbe dolido se enternece:

con horrísono silbo el aire suena,

ni el agua corre ya como solía,

ni la tierra es fructífera ni amena,

ni arrebolado asoma el albo día, 70

ni en la cima es del cielo el sol fulgente,

ni la luna en la noche húmida y fría.

El Tormes el raudal de su corriente

detiene por seguir mi amargo llanto,

de ciprés coronada la ancha frente. 75

Con lúgubre aparato y triste canto,

de sus ninfas el coro le rodea;

¡ay, cuál doblan sus voces mi quebranto!

No ya el nácar sus cuellos hermosea,

ni sembrado de perlas y corales 80

su cabello en los hombros libre ondea.

Mustio taray y tocas funerales

hoy visten todas por la Filis mía,

de su agudo pesar ciertas señales.

¡Oh, cuál con ellas yo la vi algún día 85

del seco agosto en la enojosa llama

triscar alegre en la corriente fría!

Hoy en llanto su pecho se derrama;

y con doliente lúgubre alarido,

cual si la oyese, cada cual la llama. 90

El raudo Tormes con mortal quejido

también las acompaña; y su lamento

merece de Neptuno ser oído.

Neptuno, el que del húmido elemento

modera la soberbia impetuosa, 95

ocupando entre dioses alto asiento;

el que con voz y diestra poderosa,

con su tridente en carro de corales

alza o calma su furia sonorosa,

retrajo el curso a repetir mis males, 100

y en ronco son los hórridos tritones

dieron de su dolor ciertas señales.

Del húmido palacio los salones

retumbaron con fúnebres gemidos,

y temblaron columnas y artesones. 105

Las focas y delfines doloridos

en rumbo incierto tras su dios vagaban,

de tan nuevos prodigios aturdidos,

y como que asombrados preguntaban:

«¿Qué horror es éste y doloroso estruendo?», 110

y los míseros llantos remedaban,

las colas escamosas revolviendo

y en las cerúleas ondas excitando

desapacible son, ronco y horrendo.

Por las vecinas playas lamentando 115

sonaban de otra parte los zagales

en tristes coros el desastre infando.

Mas ¡ay!, ¡ay!, que sus cantos a mis males

en nada alivio dan; mas antes crecen

en mis ojos dos fuentes inmortales; 120

que si ya, gloria mía, no merecen

estar colgados de tu faz süave,

mejor en ciego llanto así fenecen.

¡Oh dolor sobre todos el más grave!,

¡oh sombra¡, ¡oh fugaz bien!, ¡incierta vida!, 125

quien en ti se confía poco sabe:

apenas apareces, ya eres ida,

dejando la esperanza en ti fundada

cual mustia flor del vástago partida.

¿Quién pudiera decirme que mi amada, 130

mi tierna palomita, de repente

así del seno me sería robada,

cuando a aguardarla fui junto a la fuente

la tarde antes del aciago día

en la margen del Tormes trasparente? 135

¡Cómo me recibió!, ¡con qué alegría

de mí burlando mi temor culpaba,

y fiel su eterna llama me ofrecía!

¡Con qué halagüeños ojos me miraba!,

¡y con cuántos dulcísimos favores 140

mis dudas, mis zozobras alentaba!

¡Oh mi acabado bien!, ¡oh mis amores!,

¿quién entonces creyera tal fracaso,

ni tras ventura tal estos dolores?

Riéndote la vida al primer paso, 145

¿quién recelara que su luz temprana

corriera así tan súbito a su ocaso?

Contino, Filis, de mis ojos mana

un mar de ardiente lloro, ¡ay sin ventura!,

aciago fruto en mi esperanza vana. 150

Tu eterna ausencia mi dolor apura;

y el no haberla, ¡ay de mí!, jamás pensado

dobla al mísero pecho la amargura.

Bien debí, puesto que me vi encumbrado

a lo sumo del bien que en hombre cabe, 155

temblar el triste fin en que he parado.

¿Pero quién con amor temerlo sabe,

ni entonces hace del agüero cuenta,

ni del búho que suena aciago y grave?

En vano desde el roble en que se asienta 160

anuncia la corneja el caso triste,

que a un pecho con pasión nada amedrenta.

Tú, ¡Batilo infeliz!, volar la viste

la noche en que enfermó tu Fili amada,

y su fúnebre voz seguro oíste. 165

Acuérdome también que a la alborada,

dejando ya paciendo mi ganado,

a hablarla fuera en su feliz majada;

y vi un lobo feroz haber robado

una mansa cordera, blanca y bella, 170

que devoraba sobre el fresco prado.

Corrí compadecido a socorrella;

y súbito..., a mis ojos..., ¡qué portento!:

en humo denso se me huyó con ella.

Yo, hasta aquel punto de temor exento, 175

del espantable caso sorprendido,

caí sobre la hierba sin aliento.

¡Oh, qué de tiempo estuve allí tendido!

Y cuando ya en mi acuerdo hube tornado,

¡ay!, a llorar en tanto mal sumido, 180

sin poder proseguir lo comenzado,

y atónito de ver prodigios tales,

volví lleno de horror a mi ganado.

Allí luego encontré nuevas señales

que algún terrible caso me anunciaban, 185

agüeros ciertos de mis crudos males.

Mis mansas ovejillas se espantaban,

y cual si las siguiera un lobo fiero,

girando en torno del redil balaban.

A un lado oí quejido lastimero; 190

a examinarlo corro..., y de repente...

¿Callarelo, o diré tan triste agüero?

Vi dividida por agudo diente

la corderita a Filis prometida,

que mi mano cuidaba diligente. 195

Al pie de ella la madre dolorida

con débiles balidos la lloraba,

queriendo con su aliento aún darle vida.

Entonces yo sentí que me apretaba

el corazón un miedo desusado, 200

y trémulo mil males me anunciaba.

¡Oh mi Fili!, ¡oh mi bien!, ¡oh desgraciado!,

¿qué pudieron decirme estos agüeros?

Que era ya de tu vida el fin llegado;

que esto anunciaban los prodigios fieros, 205

y esto la triste ave y la cordera.

¡Ay, acabados gustos verdaderos!

¡Vida fugaz, cual sombra pasajera!

Ya a la mía no queda sino llanto,

prueba aun bien débil de mi fe sincera. 210

Crecerá inmenso mi mortal quebranto,

hasta que huyendo este nubloso suelo

en lazo a ti me una eterno y santo.

Ni, ¡oh mi luz!, pienses que jamás consuelo

hallar podrá mi espíritu abatido, 215

que en ti el bien me dejó con presto vuelo;

y en lágrimas y penas sumergido,

tu imagen sola cada vez más viva

mi pecho ocupa, de su amor herido.

La horrible parca que de ti me priva 220

la ansia no apagará con que él la adora,

que su llama en tu falta más se aviva

y acuerda al alma triste en cada hora

tu dulcísimo amor, tu fe sincera.

¡Ay, cuál padezco, y se me parte ahora! 225

La tierna débil voz, la voz postrera

que en tu labio sonó ya moribundo,

jamás podré olvidarla aunque yo muera.

¿Pues qué si el espectáculo profundo

se me presenta de tu muerte aciaga? 230

En un mar de mis lágrimas me inundo.

Deja, mi amor, que en ellas me deshaga,

y que en largos suspiros exhalado

mi espíritu a sus ansias satisfaga.

Paréceme mirarte en el cuitado 235

trance de la postrera despedida,

débil la voz, el rostro demudado,

del todo casi ya desfallecida,

fijos en mí con gesto lastimero

los ojos, y su luz oscurecida, 240

diciéndome: «Batilo, yo me muero»;

y al quererme abrazar aun débilmente,

en mi boca lanzando el ay postrero,

¡oh dolor!, ¡cuánto estabas diferente

de aquella que antes por tus gracias fuiste 245

el milagro de amor más reverente!

¡Oh, no me aflijas más, memoria triste!

Deja, deja acabarme en mi amargura;

yo iré presto, mi bien, do tú subiste.

Mi fe, mi firme fe te lo asegura; 250

no puedo ya vivir de ti apartado,

que el ansia de te ver mi vida apura.

Entonces, de temores sosegado,

en lazo ardiente, casto, verdadero,

por siempre a ti me gozaré ayuntado. 255

¡Ay!, ¿qué en la tierra, miserable, espero?

¡Muerte cruel, tan pronta con mi amada,

en mí ejecuta, en mí, tu golpe fiero!

Arráncame esta vida quebrantada,

llévame con mi Filis al sosiego 260

de que el ánima está necesitada.

Muévante, oh cruda, mi infelice ruego,

la vida que aquí paso dolorosa,

y el largo llanto con que el campo riego.

No pienses, no, mostrarte rigurosa, 265

mi pecho hiriendo en ansias abismado,

que antes serás en tu rigor piadosa,

pues yo de alivio ya desesperado,

ni curo tener cuenta con mi vida,

ni un breve alivio a mi infeliz cuidado. 270

Mis lágrimas son siempre sin medida,

y en los suspiros con que canso al cielo

el alma se me arranca dolorida.

Ni para alimentarme hallo consuelo,

ni es otra mi bebida que mi llanto, 275

ni del sueño me alivia el vago vuelo;

pues cuando al fin, rendido en mi quebranto,

entre sus blandas alas me adormece,

despavorido al punto me levanto;

que mil sombras tristísimas me ofrece, 280

tendiendo yo la mano arrebatado

al bien que niebla vana desparece.

Tal es de mi vivir el triste estado,

huyendo en torva faz siempre las gentes,

y de ellas por sin seso baldonado. 285

Sólo en mis ovejillas inocentes

compasión halla mi amoroso anhelo,

si es que cabe en mis ansias inclementes.

Ellas solas me siguen en mi duelo;

y en torno rodeándome apiñadas, 290

doblan con su balar mi desconsuelo.

Las que tuve a mi Filis destinadas,

todas, sin quedar una, han fenecido.

¡Ay corderas, cual ella desgraciadas!

A las otras el prado florecido 295

jamás mueve a pacer, aunque acabando

las miro con tristísimo balido.

Aquí las tiernas crías van quedando,

las madres allí caen sin aliento,

todas, en cuanto mueren, suspirando, 300

mientras Melampo, fiel, su sentimiento

me muestra lastimado en ronco aullido,

los pies me lame y me contempla atento,

o ya el camino corre conocido

que a la majada de mi Filis guía, 305

torna, se para, y cae sin sentido.

Su compasión enciende el alma mía.

¡Oh!, fenezca esta vida desastrada,

que de ir a acompañarte me desvía.

¡Oh mi bien!, ¡mis amores! ¡Oh eclipsada 310

lumbre de estos mis ojos!, ¡mi consuelo!,

¡rosa en abril florido marchitada!,

llévame donde estás con presto vuelo;

acabe, acabe mi mortal quebranto,

y allá te abrace en el sereno cielo. 315

Pídeselo con ruego y tierno llanto

a Aquel que inmóvil ve desde su altura

mi firme amor y mi deseo santo.

Entonces sí que, libre de amargura,

mi alegre suerte con la tuya uniendo, 320

gozaré el lleno bien que acá me apura.

Entonces sí que el alma, en ti viviendo,

se adormirá feliz en paz gloriosa,

sus finas ansias coronadas viendo;

y con habla dulcísima y sabrosa 325

conversando contigo mano a mano,

podrá llamarse sin temor dichosa.

¿Qué?, ¿no te mueve mi dolor insano?

¿De tu Batilo, Filis, ya te olvidas?

¿Su voz desdeñas?, ¿su clamar es vano? 330

¿Dó están las voluntades tan unidas?,

¿dó están...? Mas no se cuida allá en el cielo

de las cosas viviendo prometidas;

y ya en paz alma, roto el mortal velo,

de un infeliz en su dolor perdido 335

tú las ansias no ves ni el desconsuelo,

mientras sobre tu losa aquí tendido

yo besándola estoy sin apartarme,

ni temblar, ¡ay!, el mísero gemido,

hasta que mi dolor llegue a acabarme, 340

y suba en vuelo alegre arrebatado

donde pueda por siempre a ti juntarme

y gozar tu semblante regalado.

Epitafio del sepulcro de Filis

La gracia, la virtud y la belleza,

la fe y el corazón más inocente,

y el milagro más raro de terneza

que Amor hará sonar de gente en gente,

yacen debajo de esta triste losa, 5

do la sombra de Fili en paz reposa.

Soneto

Renunciando a la Poesia después de la muerte de Filis

Quédate adiós pendiente de este pino,

sin defensa del tiempo a los rigores,

cítara en que canté de mis amores

las gracias y el ingenio peregrino.

Guárdala, oh tronco que honras el camino, 5

por muestra de la fe de dos pastores,

do puedan cortesanos amadores

tomar lecciones de un amor divino.

Mientras la oyó viviendo mi señora,

con cuerdas de oro resonar solía, 10

y fieras crudas amansó su canto.

Ya que el alma feliz los cielos mora

y en esta tumba su ceniza fría,

cesen los versos y principie el llanto.

- III -

La partida

En fin voy a partir, bárbara amiga,

voy a partir, y me abandono ciego

a tu imperiosa voluntad. Lo mandas;

ni sé ni puedo resistir, adoro

la mano que me hiere y beso humilde 5

el dogal inhumano que me ahoga.

No temas ya las sombras que te asustan,

las vanas sombras que te abulta el miedo

cual fantasmas horribles, a la clara

luz de tu honor y tu virtud opuestas, 10

que nacer solo hicieran... En mi labio

la queja bien no está; gima y suspire,

no a culpar tu rigor dé los instantes

del más ardiente amor tal vez postreros.

Tú, de ti misma juez, mis ansias juzga, 15

mi dolor justifica; a mí no es dado

sino partir. ¡Oh Dios!, ¡de mi inefable

felicidad huir!, ¡en mis oídos

no sonará su voz!, ¡no las ternezas

de su ardiente pasión! ¡Mis ojos tristes 20

no la verán, no buscarán los suyos,

y en ellos su alegría y su ventura!

¡No sentiré su delicada mano

dulcemente tal vez premiar la mía,

yo extático de amor...! ¡Bárbara!, ¡injusta!, 25

¿qué pretendes hacer?, ¿qué placer cabe

en afligir al mismo a quien adoras,

que te idolatra ciego? No, no es tuyo

este exceso de horror; tu blando pecho,

de dulzura y piedad a par formado, 30

no inhumano bastara a concebirlo.

Tu amable boca, el órgano süave

de amor, que sólo articular palabras

de alegría y consuelo antes supiera,

no lo alcanzó a mandar. Sí, te conozco; 35

te justifico, y las congojas veo

de tu inocente corazón... Mi vida,

mi esperanza, mi bien, ¡ah!, ve el abismo

do vamos a caer. ¿Qué te fascinas?,

¿que no conoces el horrible trance 40

en que vas a quedar, que a mí me aguarda

con tan amarga arrebatada ausencia?

No lo conoces, deslumbrada; en vano,

tranquila ya, despavorida y sola,

me llamarás con doloridos ayes. 45

Habré partido yo; y el rechinido

del eje, el grito del zagal, el bronco

confuso son de las volantes ruedas,

a herir tu oído y afligir tu pecho

de un tardío pesar irán agudos. 50

Yo, entre tanto, abatido, desolado,

a tu estancia feliz vueltos los ojos,

mis ojos ciegos en su llanto ardiente,

te diré adiós; y besaré con ellos

las dichosas paredes que te guardan, 55

mis fenecidas glorias repasando

y mis presentes invencibles males.

¡Ay!, ¿dó si un paso das donde no encuentres

de nuestro tierno amor mil dulces muestras?

Entra aquí, corre allá, pasa a otra estancia: 60

«Aquí», ellas te dirán, «se postró humilde

a tus pies, y la mano allí le diste.

Allá, loco en su ardor, corrió a tu encuentro;

y allí le viste en lágrimas bañado,

en lágrimas de amor. Con mil ternezas 65

más allá, fino, te ofreció su llama,

y al cielo hizo testigo y los luceros

de su lazada eterna, indisoluble,

en la noche feliz...» Sedlo, fulgentes

antorchas del Olimpo; y tú, callada 70

luna, que atiendes mis sentidas quejas,

y antes mi gloria y sus finezas viste:

sedlo, y benignas en mi amarga suerte

ved a mi amada, vedla, y recordadle

su santo indisoluble juramento. 75

Vedla, y gozad de su donosa vista,

de las sencillas animadas gracias

de su semblante. ¡Oh Dios!, yo afortunado

las gozaba también; su voz oía,

su voz encantadora, que elevada 80

lleva el alma tras sí, su voz que sabe

hacer dulce hasta el no, gratas las quejas.

¡Oh, qué de veces de sus tiernos labios

me enajenó la plácida sonrisa,

las vivas sales y hechiceras gracias! 85

¡Oh, qué de tardes, de agradables horas,

de nuestra dicha hablando, instantes breves

se nos huyeran!, ¡qué de ardientes votos!,

¡qué de suspiros y esperanzas dulces

crédulas nuestras almas concibieron, 90

y el cielo hoy en su cólera condena!,

¡qué proyectos formáramos...! Mi vida,

mi delicia, mi amor, mi bien, señora,

amiga, hermana, esposa -¡oh, si yo hallara

otro nombre aun más dulce!-. ¿Qué pretendes?, 95

¿sabes dó quieres despeñarme? Espera,

aguarda pocos días, no me ahogues.

Después yo mismo partiré, tú nada

tendrás que hacer ni que mandar, humilde

correré a mi destierro y resignado. 100

Mas ora, ¡irme!, ¡dejarte! Si me amas,

¿por qué me echas de ti, bárbara amiga...?

Ya lo veo: te canso; cuidadosa

conmigo evitas el secreto, me huyes;

sola te asustas, y de todo tiemblas. 105

Tu lengua se tropieza balbuciente,

y embarazada estás cuando me miras.

Si yo te miro, desmayada tornas

la faz, y alguna lágrima... ¡oh martirio!

Yo me acuerdo de un tiempo en que tus ojos 110

otros, ¡ay!, otros eran: me buscaban,

y en su mirar y regaladas burlas

alentaban mis tímidos deseos.

¿Te has olvidado de la selva hojosa,

do huyendo veces tantas del bullicio, 115

en sus obscuras solitarias calles

buscamos un asilo misterioso

do alentar libres de mordaz censura?

¿Qué sitio no oyó allí nuestras ternezas,

no ardió con nuestra llama? Al lugar corre 120

do reposar solíamos, y escucha

tu blando corazón; si él mis suspiros

se atreve a condenar, dócil al punto

cedo a tu imperio, y parto. Pero en vano

te reconvengo, yo te canso, acaba 125

de arrojarme de ti, cruel... Perdona,

perdona a mi delirio; de rodillas

tus pies abrazo y tu piedad imploro,

¡Yo acusar tu fineza...!, ¡yo cansarte...!,

¡a ti que me idolatras...! No, la pluma 130

se deslizó, mis lágrimas lo borren.

¡Oh Dios!, yo la he ultrajado; esto restaba

a mi inmenso dolor. Mi bien, señora,

dispón, ordena, manda: te obedezco.

Sé que me adoras, no lo dudo; humilde 135

me resigno a tu arbitrio... El coche se oye;

y del sonante látigo el chasquido,

el ronco estruendo, el retiñir agudo

viene a colmar la turbación horrible

de mi agitado corazón... Se acerca 140

veloz, y para; te obedezco, y parto.

Adiós, amada, adiós... El llanto acabe,

que el débil pecho en su dolor se ahoga.

- IV -

El retrato

¿Si es él, Amor? ¡Qué trémula la mano

rompe el último nema! Me lo anuncia

con zozobra feliz saltando el pecho.

No, no puedo dudarlo: el importuno

velo cayó; tu celestial imagen, 5

tu suspirado don... Mi amante boca

con mil ardientes besos, mi llagado,

mi triste corazón con mil suspiros,

ambos a par lo adoren y el tributo

primero denle de mi tierno pecho. 10

Milagro del pincel, amable copia

del más amable objeto, ciego torno

a besarte otra vez; ojos, gozadla;

sáciate, corazón... No estás ausente:

ingenioso su amor buscarte supo, 15

supo templar de su cruel imperio

el áspero rigor, y fino hallarte.

De tu ternura celestial, oh amada,

oh mitad de mi vida, tal milagro

de cariño esperaba mi deseo. 20

Llegó; y puedo contigo consolarme,

en mi inmenso penar gemir contigo,

y en tu seno lanzar la ardiente vena

de lágrimas que inunda mis mejillas

en tan mortal insoportable ausencia. 25

Sí, amada, ya te tengo; ya en mi pecho

tino te estrecharé; mis tristes ojos

te ven, el fuego de los tuyos sienten;

y mis manos te tocan, y mis labios

pueden saciarse de oprimirte finos, 30

y mis suspiros animarte, y toda

inundarte en mis lágrimas ardientes.

Las sientes, ¿y no lloras? ¿A mis ayes

dolientes, ¡ay!, los tuyos no responden,

y a mis quejas y míseros gemidos? 35

A ti me vuelvo desolado, te hablo,

¿y muda está tu cariñosa lengua?

Clori, Clori, mi bien... ¡Loco deseo!,

¡fantástica ilusión...! A sombras vanas,

a un mentido color prestar quería 40

la vida, el fuego, la expresión, las sales

que al prototipo celestial animan.

¡Oh, cómo, cómo en este punto siento

de mi suerte el horror, el hondo abismo

do sepultado y sin consuelo lloro! 45

¡Ausencia!, ¡ausencia!, arráncame la vida;

no de ilusión en ilusión me lleves.

Un breve plazo tus dolores templas;

y tornas luego, y más cruel divides

en partes mil mi lastimado pecho. 50

¡Ay!, un instante en mi ilusión creía,

mirando absorto el celestial trasunto,

que mis ternezas, mis sentidos ayes

halagüeña escuchabas, que tus labios

se desplegaban en amable risa, 55

que al esplendor del animado fuego

en que tus ojos agraciados lucen,

la llama se alentaba de los míos

y que amor coloraba tus mejillas,

dulce señuelo a mi sedienta boca, 60

o el elástico seno conturbaba

en grata ondulación... Me precipito

frenético en mi error... Clori, tu imagen

helada me recibe; no, no siente

así cual tú... El encanto lisonjero 65

se desvanece; y a una sombra abrazo

muda y sin alma, y una sombra oprimo,

y una sombra acaricio, y mil finezas

loco le digo y que responda anhelo.

¡Ay!, eres tú, adorada, ¿y callas tibia? 70

¿Ya mi llanto tus lágrimas no corren?

¿Por qué insensible a mis cariños eres

y eres de nieve al fuego en que me abraso?

¿Por qué en los ojos la inquietud graciosa,

el vivaz sentimiento, la ternura, 75

el delicioso hechizo hallar no puedo

que en los tuyos de amores me embriagan?

Háblame, idolatrada, o no me burles

cual si a abrir fueras cariñosa el labio;

o en su mirar donoso tus pupilas 80

se animen, o falaces no remeden

otras, do Amor su trono soberano

sentó y se gozan las sencillas Gracias.

No tu nevado torneado cuello

inmóvil yazca; vuélvase y recline 85

en mi seno amoroso esa cabeza

que enhiesto apoya, y góceme dichoso,

cual veces tantas, en su dulce peso.

Sienta tu pecho, a la ternura se abra,

ábrase al blando amor, y arda y palpite, 90

y en plácida efusión al pecho mío

haga correr el celestial encanto

de su angélica llama, de los puros

afectos más que humanos que en sí abriga;

o el lácteo pecho de mi bien no mienta, 95

do todo es suave amor, dulzura todo,

sencillez tierna y cariñosas ansias,

placer, transportes, éxtasis, delicias.

No la alba mano el abanico agite

en juego inútil; o mi dócil cuello 100

en torno ciña en lazo venturoso,

indisoluble lazo en que añudara

nuestras almas el cielo para siempre,

o cual un tiempo cariñosa oprima

mi palpitante corazón y sienta 105

el fuego asolador que le consume.

¡Ah, mano!, ¡hermosa mano! El pincel rudo

trasladar quiso en vano tus contornos,

tu gracia, tu candor... De mármol era,

si viéndola el artista... No, profano, 110

mis labios sólo tributarla deben,

en su delirio idólatras, el culto

que le ha votado amor; tu nieve y rosa

la manchan, no la tocan. ¡Ay!, ¿qué digo?

¿La menor de sus partes puede acaso 115

remedar el pincel?, ¿débil, el arte

no cede a empresa tanta y se confunde?,

¿esas cejas sin alma, es esa frente

la tuya, Clori mía?, ¿son tus labios

festivos, purpurantes, halagüeños, 120

estos labios helados?, ¿las mejillas

son la leche y carmín en deliciosa

mezcla deshechos, como tú lo llevas

en tus llenas mejillas sonrosadas?,

¿y tu seno y tu tez, y el suave agrado 125

de tu semblante, y la donosa gracia

de tus razones...? ¡Qué violenta hoguera

circula por mis venas...!, ¡qué suspiros

se exhalan sin sentirlo de mi pecho!,

¡cómo agitado el corazón palpita! 130

Con frenética sed me precipito

sobre tu imagen muda...; irresistible

la mágica virtud de tu presencia

me arrastra...; desfallecen mis rodillas...;

cubren mil sombras mis llorosos ojos...; 135

un ardor..., un ardor... Mi bien, mi gloria,

Clori, amor, vida, esposa, ¡oh, si pudiese

llegar a ti la conmoción que siento,

y este torrente de delicias puras

en que sin seso en mi ilusión me inundo! 140

¡Si a ti alcanzasen mis dolientes ansias,

mis sollozos, mis aves, los furores

de mi delirio infausto!, ¡si escuchases

la inmensa copia de ternezas que hablo

a tu divina imagen...! Tus mejillas 145

y tu frente y tus ojos y tu boca,

y cuello y pecho, y toda tú abrasada

al fuego de mis ayes encendidos,

y en mi llanto inundada te hallarías...

Por qué estos cultos a una imagen muda 150

se habrán de tributar? Ven, ven, amada,

a recibirlos; ven en los transportos

del más violento amor; no se profanen

en una helada inanimada sombra.

Ven luego, ven, y unámonos por siempre; 155

o a mí me deja en tus amantes brazos

fino volar, y colma mi ventura.

Una palabra, una palabra sola...

Dila, y feliz recibirás los cultos

que idólatra tributo a tu retrato. 160

Él, entre tanto sobre el pecho mío,

será alivio a mis penas, compañero

de mi destierro, inapreciable joya

de tu firmeza; y suplirá, ¡ay!, en vano, de su divino original la ausencia. 165

Silvas

- I -

El suspiro

Fany, Fany, ¿qué es esto?, ¡tú suspiras!

¡Tú en quejidos dolientes

tornas la voz graciosa,

delicia de mi ser, gozo del suelo!

¡Tú al cielo triste y desolada miras!, 5

¡y consternada, mísera, llorosa,

en ayes más ardientes

te vuelves a angustiar! ¿La calma pura

de tu pecho dó está? ¿Quién su ventura,

su grato olvido, su quietud gloriosa 10

pudo anublarlos?, ¿quién...? Benigno, el cielo

nos ríe, idolatrada;

y en fausta unión, dulcísima lazada,

que apuremos Citeres las delicias

de su imperio nos da. ¿Nuestra fineza, 15

nuestro embeleso y votos y caricias

pueden, Fany, crecer? ¿Más mi terneza

ser puede?, ¿más la llama

que mi fiel pecho, que tu pecho inflama?

¡Y suspiras, mi bien! ¡Oh, que no sabes 20

cuánto al Amor desconocida ofendes!,

¡cuál con un ay me enciendes!,

¡cuál me afliges cruel! Cada suspiro

loco me vuelve, el corazón me abrasa;

cada mirada el alma me traspasa, 25

y en cada ay tuyo fenecer me miro.

Sí, Fany, sí; que el aura deliciosa,

afable, tierna, plácida, que un día

entre aromas y néctares süaves

tu apasionado seno despedía 30

y mi boca tal vez robó dichosa,

los suspiros ardientes,

los gratísimos ayes que apenada

tu lengua regalada

en los transportes del amor más lino 35

sonaba herida de su ardor divino,

hoy de las penas, de las ansias graves,

de las zozobras que en el alma sientes

son efecto infeliz... ¡Desventurado!

Ni aun ya dudarlo a mi dolor es dado. 40

Tus ojos, tu tristeza, tu caído

semblante, de llorar desfallecido,

tu débil anhelar, ese quedarse

cual muda estatua y súbito inflamarse

cual la grana más viva, 45

ese buscarme y evitarme esquiva,

obstinada en callar: todo descubre

el mal agudo que tu pecho encubre,

que sus ternezas ominoso impide

y en partes mil lidiando lo divide. 50

¿De dó empero este mal?, ¿qué te desvela?

¿Qué tiembla ya el honor ni qué recela,

cuando a la sombra de mordaz censura

el aura del Amor más blanda aspira

a nuestra feliz llama, 55

la luz sucede a la tiniebla oscura

y el cielo eterno bien nos asegura?

¿Merecerá tu ira

la fe constante que mi pecho inflama,

y absorto en ti de todo me enajena? 60

¿Te cansa ya la celestial cadena

con que un tiempo se unieron

nuestras dos almas y felices fueron?,

¿los dulces himnos que en ternura iguales

con los del Teyo armónica mi lira 65

modular sabe, pero Amor le inspira,

y a los dioses te allegan inmortales?

¡Ay!, no; perdón, amada,

perdona al dolor mío

blasfemia tal, tan ciego desvarío, 70

y a tu alma torne la quietud robada.

No más tu pecho dolorido gima,

no más el mío oyéndolo se oprima,

no más... ¡Pero de nuevo,

cuanto más fino a consolarte pruebo, 75

vuelves a suspirar sólo al mirarme...!

De una vez, cruda, acaba de matarme.

Mas deja en tanto al labio apasionado

que tu suspiro celestial aliente;

benigna deja que en el hondo seno 80

lo ponga reverente,

de mil y mil que exhalo acompañado.

¡Oh corazón de sus encantos lleno!,

recíbelo feliz, y en el glorioso

trono do reina mi Fany querida, 85

do afable dulces leyes te prescribe

y a par tus votos sin cesar recibe,

ponlo, y por siempre tu sin par fineza,

tu lealtad y desvelo cariñoso,

tu ciego ardor, tu voluntad rendida, 90

tu pura fe, tu natural llaneza,

y cuanto haya en amor de más divino,

ante él lo ofrece en holocausto digno.

Y tú calma, mi bien, tan cruda pena;

ría en sus gracias tu beldad serena; 95

alienta, alienta, y mi dolor no agraves;

alienta, y no la gloria

en que inundarme afortunado siento

destruyas, o el futuro sentimiento

despiertes hoy aleve 100

en mi exaltada, mi vivaz memoria.

En las desdichas que amagarnos sabes

deja este espacio breve,

déjalo, Fany, a mi fugaz ventura,

y goce yo sin nieblas tu hermosura. 105

Gócela fino; a ¡ni cariño deja

crédulo abandonarse a los süaves

inefables encantos

con que el deseo lisonjero aleja

el fatal plazo de dolor y llantos; 110

y ardiente apure mi felice boca

el dulce cáliz que su sed provoca.

No en mi ilusión me aflijas; que inhumana

vendrá, ¡oh dolor!, la ausencia;

la ausencia, Fany, cuyo espectro odioso 115

comino asusta nuestro amor dichoso,

a ejecutar bien presto

del hado en mí la bárbara sentencia;

y en sañudo ademán, torvo semblante,

con violencia tirana, 120

voz imperiosa y diestra menazante,

lejos de ti me arrastrará... ¡Funesto

recuerdo!, ¡trance horrible! ¡Fany mía,

que yo haya de partir! ¡Que mi ventura,

tan dulce unión, tan íntimos amores, 125

tan claro día, tan divinas flores,

hayan de fenecer! ¡Ay!, aquel día,

día de duelo y luto y amargura,

tú llorarás también; con tus plegarias

las raudas horas a mi bien contrarias 130

anhelarás parar; bárbaro, impío

al cielo llamarás, del cuello mío

queriendo en vano desatar tus brazos,

perdida huir mis últimos abrazos.

Y solitaria, mísera, cuidosa, 135

vagarás por ni estancia pavorosa

con planta vacilante,

espíritu azorado y vista errante,

llamando en débil voz, en grito triste,

al que no ha nada a tus rodillas viste, 140

ciego en su amor, perdido, enajenado,

la cabeza en tu seno reclinada,

cantar apasionado

su eterna fe, tu llama regalada;

y entonces abismado, confundido, 145

mísero, desolado, sin sentido,

pedirá en vano, anhelará la muerte,

cual blando alivio a su infelice suerte.

Los ayes, pues, el suspirar quejoso

con que afliges mi pecho, 150

a otros suspiros y zozobras hecho

en los delirios de un amor dichoso,

déjalos, Fany, a la ominosa hora

del adiós triste que a la par tememos;

y hoy en delicias crédulos gocemos 155

del fugaz rayo que aún los montes dora.

- II -

Fany enojada

¿Será posible, idolatrado dueño,

que contra un inocente

dure en ti siempre el implacable ceño?

Mírote, y tiemblo; ardiente solicito

tu gracia, y me baldonas inclemente. 5

Callo, y tu lado respetoso evito;

y huyendo, injusta, a mi pesar te irrito.

Vuelvo, y te agitas más; ¡en cuántas iras

arden tus lindos ojos si me miras!

¿Por qué tanto rigor, tan fiero encono?, 10

¿por qué, Fany adorada,

tras ruegos tales desdeñarme airada

con gesto tal y tan amargo tono?

¿Me cesarás de amar? ¿Los celestiales

juramentos que hiciste, 15

los que a mi labio apasionado oíste,

si en fe, más puros, en delirio iguales,

se pueden quebrantar?, ¿el dulce encanto

de tus tiernas caricias

se acabó para mí?, ¿serán mis males 20

con tu rigor eternos,

y eterno mi llorar tus injusticias?

Duélete, oh cruda, de mi amargo llanto;

duélete, y cariñosa

vuelvan tus ojos a mirarme tiernos; 25

tu suave boca a articular donosa

el idioma de amor; finos, tus brazos

ciñan mi cuello en deliciosos lazos;

tu pecho celestial abrase al mío,

y acabe, acabe ese rigor impío. 30

Acabe ya; que la implacable saña

ni al tierno Amor, ni a Cíprida conviene.

Todo en el mundo sus mudanzas tiene,

y encono tanto a tu hermosura daña.

Te idolatro, y mis dudas 35

son nobles hijas del amor más fino;

de este amor puro, celestial, supremo,

que hará por siempre mi feliz destino;

y así perderte a cada punto temo.

Si tú, mi bien, amases 40

cual yo sin seso tu beldad adoro,

si tu pecho inclemente

sentir pudiera mi pasión ardiente,

y cual mísero peno tú penases,

la gracia hicieras que rendido imploro. 45

Benigna disculparas

mi enojo ciego, mi furor demente,

mi error celoso, y las palabras rudas

que a tu dulzura angelical comparas

y que en mi oído sin cesar sonando, 50

flechas semejan rápidas, agudas,

que impía disparas a mi pecho triste;

y por mi llanto mi dolor juzgando,

por este llanto ciego

con que hoy tus plantas dolorido riego 55

y antes de gozo derramar me viste,

en lugar de asperezas

y ese tu ceño indómito, ominoso,

que indigno anubla tu semblante hermoso,

solícita doblaras iris finezas 60

y amorosos consuelos,

feliz castigo en mis soñados celos.

Pero tú, Fany fiera,

tú anhelas sólo que en mis ansias muera;

y así en ellas te gozas de mirarme, 65

burlándote, cruel, de mi tormento,

y yo infeliz sin fruto me lamento...

Perdón, perdón, o acaba de matarme.

Si horrísona tormenta

cubre en tiniebla el día, 70

la luz y la alegría

vuelve riente el sol.

Mírete yo contenta,

caiga tu ceño oscuro,

y alentará seguro 75

mi afortunado amor.

- III -

El cumpleaños de Fany, habiendo de dejarla dentro de breves días

Ya entre arreboles la risueña aurora

cielos y tierra de su albor colora;

de nuevas flores se engalana el prado,

y el viento bulle en ámbares bañado.

Fany, amable Fany, en raudo vuelo 5

fausto nos vuelve el cielo

de tu feliz natal el claro día.

Las aves en acorde melodía

proclamándolo van... ¿Oyes, amada,

sus trinos armoniosos?, 10

¿de tu nombre los vivas deliciosos?

Tus años son, ¡oh suerte afortunada!,

tus años, de tu vida

el oriente feliz. Fany querida,

loco de gozo, embebecido todo, 15

mi fina llama, mi sin par ternura,

por más que encarecértelo procura

mi cariñoso labio, no hallan modo

cómo este día celebrar; quisiera

que tu pecho inundar dado me fuera 20

del júbilo, mi bien, que inunda el mío,

y embriagarlo en su angélico contento.

Tierno quisiera el fugitivo plazo

que el cielo, oh cara, me destina pío

al de tu vida unir, unir mi aliento, 25

y en delicioso indisoluble lazo

hacer que por entrambos tú aspirases

y, yo acabando, de mi ser gozases.

Entonces, ¡ay!, en mi delirio ardiente

reclinado en tu seno blandamente, 30

¡cuán alegre muriera

y a vida más feliz en ti naciera!

Fin tan delicioso,

de ti acariciado,

no, dueño adorado, 35

no fuera morir;

éxtasi glorioso

de dulces amores,

fuera en mil ardores

por siempre vivir. 40

Esta cadena misteriosa que une

nuestras almas amantes,

más cada vez en su pasión constantes,

que de ambas con suavísima armonía

en solo un punto el anhelar reúne 45

y un solo pensamiento,

siempre a mi gusto tú, yo al tuvo atento,

su firme nudo aún más estrecharía

y un solo ser de nuestro ser haría.

Nuestros dos pechos sin jamás saciarse 50

amaran siempre para más amarse.

Feliz sintiera cuanto tú gustaras;

con tus suaves afectos mi ternura

natural excitaras;

néctar fuera en mis labios tu dulzura; 55

despertaran mis llamas tus ardores;

tu timidez amable, mis temores;

y venturoso fuera en tu ventura.

Unida a la planta

que fiel la sustenta, 60

la hiedra alimenta

su humilde raíz, y ufana levanta

sus tiernos pimpollos

hasta los cogollos 65

del árbol feliz.

Yo dejara de ser, pero en la vida

de mi Fany querida

tornara a florecer. ¡Oh si me oyese

el cielo y luego mi querer cumpliese! 70

¡Qué en vano, idolatrada, la aspereza

de la suerte envidiosa

atribulara entonces mi fineza!,

ni en medio mi delirio apasionado

me vieras siempre en dudas abismado. 75

¡Qué en vano, ay, triste, la memoria odiosa

de tener que ausentándome dejarte

y a un bárbaro opresor abandonarte

atosigara mi doliente seno,

aun en tus brazos de zozobras lleno! 80

¡Qué en vano, en fin, el ansia de perderte,

muy más amarga que la misma muerte,

hoy, a anublarme en mi gozar vendría

ni el vuelo a mi esperanza cortaría!

¿Quién te arrancara 85

del lado mío,

de tu albedrío

fiero opresor?

¿Quién me privara

de las delicias 90

que en tus caricias

me brinda Amor?

Un ser con tu ser hecho

y en nudo celestial a ti ayuntado,

nudo de amor dulcísimo y estrecho, 95

tú aspiraras mi aliento apasionado,

yo inflamara tu angélica ternura;

y embebecido, loco en mi ventura,

cuanto ansío ciego sin cesar gozando,

feliz mi llama se alentara amando 100

y cuanto más ardiera más gozara,

y gozando sin fin, sin fin ansiara,

ni nada, dulce bien, nada temiera.

Cuando ora acaso en la celeste esfera

el sol no acabará su presto giro, 105

y lejos de ti... ¡Oh Dios...! Perdón, amada,

permite a mi dolor sólo un suspiro,

y años mil te haga el cielo afortunada.

Sobre tu amable vida

plácido el tiempo gire, 110

de la vejez retire

lejos de ti el horror.

Siempre en niñez florida

brillar tus gracias veas;

siempre adorada seas, 115

siempre pagues mi amor.

- IV -

A las Musas

Perdón, amables Musas; ya rendido

vuelvo a implorar vuestro favor; el fuego

gratas me dad con que cantaba un día

las dulces ansias del amor más ciego,

o de la ninfa mía 5

las gratas burlas, el desdén fingido,

y aquel huir para rendirse luego.

El entusiasmo ardiente

dadme en que ya pintaba

la florida beldad del fresco prado, 10

la calma ya en que el ánimo embargaba

el escuadrón fulgente

que en la noche serena

el ancho cielo de diamantes llena,

deslizándose en tanto fugitivas 15

las horas y la cándida mañana

sembrando el paso de arrebol y grana

a Febo luminoso.

¡Ah Musas!, ¡qué gozoso

las canciones festivas 20

de las aves armónico siguiera,

saludando su luz, el labio mío,

ora mirando el plateado río

sesgar ondisonante en la ladera,

ora en la siesta ardiente 25

bajo la sombra hojosa

de algún árbol altísimo copado

al raudal puro de risueña fuente,

gozando en paz el soplo regalado

del manso viento en las volubles ramas! 30

Ni allí loca ambición en peligrosos,

falaces sueños embriagó el deseo,

ni sus voraces llamas

sopló en el corazón el odio insano,

o en medio de desvelos congojosos 35

insomne se azoró la vil codicia,

cubriendo su oro con la yerta mano.

Miró el más alto empleo

el alma sin envidia, los umbrales

del magnate ignoró, y a la malicia 40

jamás expuso su veraz franqueza.

De rústicos zagales

la inocente llaneza,

y sus sencillos juegos y alegría

de cuidados exento 45

venturoso gocé, y el alma mía

entró a la parte en su hermanal contento.

La hermosa juventud me sonreía,

y de fugaces flores

ornaba entonces mis tranquilas sienes, 50

mientras el ardiente Baco me brindaba

con sus dulces favores;

y de natura al maternal acento

el corazón sensible,

en calma bonancible 55

y en común gozo y en comunes bienes

de eterna bienandanza me saciaba.

¡Días alegres, de esperanza henchidos,

de ventura inmortal!, ¡amables juegos

de la niñez!, ¡memoria, 60

grata memoria de los dulces fuegos

de amor! ¿Dónde sois idos?

Decidme, Musas, ¿quién ajó su gloria?

Huyó niñez con ignorado vuelo,

y en el abismo hundió de lo pasado 65

el risueño placer. ¡Desventurado!

En ruego inútil importuno al cielo,

y que torne le imploro

la amable inexperiencia, la alegría,

el ingenuo candor, la paz dichosa 70

que ornaron, ¡ay!, mi primavera hermosa;

mas nada alcanzo con mi amargo lloro.

La edad, la triste edad del alma mía

lanzó tan hechicera

magia, y a mil cuidados 75

me condenó por siempre en faz severa.

Crudo decreto de malignos hados

diome de Temis la inflexible vara;

y que mi blando pecho

los yerros castigara 80

del delincuente, pero hermano mío,

Astrea me ordenó, mi alegre frente

de torvo ceño oscureció inclemente

y de lúgubres ropas me vistiera.

Yo mudo, mas deshecho 85

en llanto triste su decreto impío,

obedecí temblando,

y subí al solio, y de la acerba diosa

las leyes pronuncié con voz medrosa.

¡Oh, quién entonces el poder tuviera, 90

Musas, de resistir!, ¡quién me volviese

mi oscura medianía,

el deleite, el reír, el ocio blando

que imprudente perdí!, ¡quién convirtiese

mi toga en un pellico, la armonía 95

tornando a mi rabel con que sonaba

en las vegas de Otea

de mis floridos años los ardores

y de Arcadio la voz le acompañaba,

bailando en torno alegres los pastores! 100

El que insano desea

el encumbrado puesto,

goce en buen hora su esplendor funesto.

Yo viva humilde, oscuro,

de envidia vil, de adulación seguro, 105

entre el pellico y el honroso arado;

y de fáciles bienes abastado,

en salud firme el cuerpo, sana el alma

de pasiones fatales,

entre otros mis iguales, 110

en recíproco amor, entre oficiosos

consuelos. Feliz muera

en venturosa calma,

mi honrada probidad dejando al suelo,

sin que otro nombre en rótulos pomposos 115

mi losa al tiempo guarde lisonjera.

Pero, ¡ah Musas!, que el cielo

por siempre me cerró la florecida

senda del bien; y a la cadena dura

de insoportable obligación atando 120

mi congojada vida,

alguna vez llorando

puedo solo engañar mi desventura

con vuestra voz y mágicos encantos.

Alguna vez en el silencio amigo 125

de la noche callada

puedo en sentidos cantos

adormir mi dolor; y al crudo cielo

hago de ellas testigo,

y en las memorias de mis dichas velo, 130

Musas, alguna vez, pues luego airada

Temis me increpa, y de pavor temblando

callo y su imperio irresistible sigo,

su augusto trono en lágrimas bañando.

Musas, amables Musas, de mis penas 135

benignas os doled: vuestra armonía

temple el son de las bárbaras cadenas

que arrastro miserable noche y día.

- V -

Al céfiro, durmiendo Cloris

Bate las sueltas alas amorosas,

cefirillo süave, silencioso;

no de mi Clori el sueño regalado

ofendas importuno. Al fresco prado

tórnate y a las rosas; 5

tórnate, cefirillo bullicioso,

y de su cáliz goza y sus olores.

A mi Clori perdona; tus favores,

tu lisonjero aliento le escasea,

y huye lejos del labio adormecido. 10

No agravies, no, atrevido

su reposo felice,

que Amor quizá en su idea

me retrata esta vez, quizá le ofrece

mi fe pura y le dice: 15

«Duélete, oh desdeñosa,

de tan fina pasión»; y con su fuego,

su tímida modestia desvanece,

tornándola sensible y cariñosa.

¡Oh, mi ventura no interrumpas ciego! 20

Yo no sé qué, latiéndome gozoso,

me anuncia el corazón al contemplarla.

Déjame ser en sueños venturoso

y escapa lejos a jugar al prado,

o respetoso pósate a su lado. 25

Empero ya travieso por besarla,

una rosa doblaste

y vivaz en sus hojas te ocultaste.

De nuevo tornas y la rosa inclinas,

y con vuelo festivo, 30

bullicioso y lascivo

la meces y a su pecho te avecinas.

¡Oh, que mi ardor provocas

cada vez que lo tocas!

¡Oh, que tal vez ese cogollo esconde 35

letal punzante espina que su nieve

hiera con golpe aleve!

Cesa, y benigno a mi rogar responde;

cesa, céfiro manso,

y siga Clori en plácido descanso. 40

Cesa, y a tu deseo

corresponda tu ninfa agradecida

en fácil himeneo,

¡oh nuncio del verano deleitoso!

Tú que en móviles alas vagaroso, 45

de las flores galán, del prado vida,

vas dulce susurrando,

con delicado soplo derramando

mil fragantes esencias, ¡ay!, no toques

esta vez a mi Clori; no provoques, 50

cefirillo atrevido,

con tu aroma su aliento;

guarda, que Amor con ella se ha dormido.

Mas, ¡ay, con qué contento

parece que se ríe y que me llama! 55

Su boca se desplega

y su semblante celestial se inflama

como la rosa pura

que bañada en aljófares florece,

emulando del alba la hermosura. 60

Llega festivo, llega

a sus párpados bellos,

y con ala traviesa, cariñoso

asentándote en ellos,

apacible los mece; 65

que otra vez ríe y su alegría crece.

¡Ay!, agítala, llega, y tan dichoso

momento no perdamos, cefirillo,

que Amor me llama y su favor me envía.

Acorre, vuela, y tu fugaz soplillo 70

al logro ayude de la dicha mía.

- VI -

Las flores

Naced, vistosas flores,

ornad el suelo que lloró desnudo

so el cetro helado del invierno rudo

con los vivos colores

en que matiza vuestro fresco seno 5

rica naturaleza.

Ya ríe mayo, y Céfiro sereno

con deliciosos besos solicita

vuestra sin par belleza

y el rudo broche a los capullos quita. 10

Pareced, pareced, ¡oh del verano

hijas y la alma Flora!,

y al nacarado llanto de la Aurora

abrid el cáliz virginal; ya siento,

ya siento en vuestro aroma soberano, 15

divinas flores, empapado el viento,

y aspira la nariz y el pecho alienta

los ámbares que el prado les presenta

doquiera liberal. ¡Oh, qué infinita

profusión de colores 20

la embebecida vista solicita!,

¡qué magia!, ¡qué primores

de subido matiz que anhela en vano

al lienzo trasladar pincel liviano!

Con el arte, natura 25

a formaros en una concurrieron,

galanas flores, y a la par os dieron

sus gracias y hermosura.

Mas, ¡ah!, que acaso un día

acaba tan pomposa lozanía, 30

imagen cierta de la suerte humana;

empero más dichosas,

si os roba, flores, el ferviente estío,

mayo os levanta del sepulcro umbrío,

y a brillar otra vez nacéis hermosas. 35

Así, oh jazmín, tu nieve

ya a lucir torna, aunque en espacio breve,

entre el verde agradable de tus ramas;

y con tu olor subido

parece que amoroso 40

a las zagalas que te corten clamas

para enlazar sus sienes venturoso,

mientra el clavel, en púrpura teñido,

en el flexible vástago se mece,

y oficioso desvelo a la belleza, 45

a Flora y al Amor un trono ofrece

en su globo encendido,

hasta que trasladado

a algún pecho nevado,

mustio sobre él desmaya la cabeza 50

y el cerco encoge de su pompa hojosa;

y la humilde violeta, vergonzosa,

por los valles perdida,

su modesta beldad cela encogida;

mas el ámbar fragante, 55

que le roba fugaz mil vueltas dando

el aura susurrante,

en él sus vagas alas empapando,

descubre fiel dó esconde su belleza.

Orgulloso levanta la cabeza 60

y la vista arrebata

entre el vulgo de flores olorosas

el tulipán, honor de los vergeles,

y en galas emulando a los claveles,

con fajas mil vistosas 65

de su viva escarlata

recama la riquísima librea.

Pero, ¡ah!, que en mano avara le escasea

cruda Flora su incienso delicioso;

y solo así a la vista luce hermoso. 70

No tú, azucena virginal, vestida

del manto de inocencia en nieve pura

y el cáliz de oro fino recamado;

no tú, que en el aroma más preciado

bañando afortunada tu hermosura, 75

a par los ojos y el sentido encantas.

De los toques mecida

de mil lindos amores

que vivaces codician tus favores,

¡oh, cómo entre sus brazos te levantas!, 80

¡cómo brilla del sol al rayo ardiente

tu corona esplendente!,

¡y cuál en torno cariñosas vuelan

cien mariposas y en besarte anhelan!

Tuyo, tuvo sería, 85

¡oh azucena!, el imperio sin la rosa,

de Flora honor, delicia del verano,

que en fugaz plazo de belleza breve

su cáliz abre al apuntar el día,

y en púrpura bañada el soberano 90

cerco levanta de la frente hermosa.

Su aljófar nacarado el alba llueve

en su seno divino;

Febo la enciende con benigna llama;

y le dio Citerea 95

su sangre celestial cuando afligida

del bello Adonis la expirante vida,

que en débil voz la llama,

quiso acorrer, y del fatal espino

ofendida, ¡oh dolor!, la planta bella 100

de púrpura tiñó la infeliz huella.

Codíciala Cupido

entre las flores por la más preciada;

y la nupcial guirnalda que ciñera

a su Psiquis amada 105

de rosas fue de su pensil de Gnido,

y el tálamo feliz también de rosa

donde triunfó y gozó cuando abrasado

en su llama dichosa,

tierno exclamó, en sus brazos desmayado: 110

«¡Hoy, bella Psiquis, por la vez primera

siento que el dios de las delicias era!»

¡Oh reina de la flores!,

¡gloria del mayo!, ¡venturoso fruto

del llanto de la Aurora! 115

Salve, ¡rosa divina!,

salve; y ve, llega a mi gentil pastora

a rendirle el tributo

de tus suaves olores,

y humilde a su beldad la frente inclina. 120

Salve, ¡divina rosa!,

salve; y deja que viéndote en su pecho

morar ufana, y por su nieve pura

tus frescas hojas derramar segura,

loco envidie tu suerte venturosa, 125

y anhele, en ti trocado,

sobre él morir: en ámbares deshecho

me aspirará su labio regalado.

- VII -

El sueño

¿Por qué en tanta alegría

se inunda mi semblante

y enajenado el ánimo se goza,

curiosa me demandas, Fili mía?

Hállote, y al instante 5

mi corazón palpita y se alboroza;

y río si te miro,

y no de pena, de placer suspiro.

Un sueño, un sueño sólo mi contento

causa, Fili adorada; 10

óyelo, y goza el júbilo que siento.

En la fresca enramada,

cual solemos triscando

y riendo y burlando,

soñé feliz que estábamos un día. 15

De lindas flores a tu sien tejía

y amáraco oloroso

yo una guirnalda bella;

mas tú, cuando oficioso

ceñírtela intenté, me la robaste; 20

y una cinta con ella

flexible haciendo, blandamente ataste

mis dos manos. «Estrecha, Fili, estrecha»,

dije, «el nudo primero,

y otro y otro tras él y otro me echa, 25

que a gloria tengo el ser tu prisionero».

Luego viendo una rosa

en medio el valle descollar hermosa

sobre todas las flores,

de los besos del céfiro halagada, 30

acortarla corrí. «¡Flor venturosa»,

le dije, «el lácteo seno de mi amada

de tu frescura goce y tus olores!»

Y en él la puse lleno de ternura.

Mi rosa pareció más encendida, 35

y su nieve, más pura

contrapuesta a la púrpura subida.

Tú al punto la tomaste,

y no sin vanidad, ¡ay!, la llegaste

al carmín vivo de tus labios bellos, 40

y besándola, de ellos

a los míos riendo la pasaras.

El alma toda, apenas los tocaras,

el alma toda a recoger tu beso

sobre la rosa se lanzó anhelante; 45

y por uno sin seso,

su tierno cáliz te torné abrasado

con mil y mil en mi pasión amante.

En tales burlas, por el fresco prado

vagando alegres fuimos, 50

cantando mil tonadas

o remedando en voces acordadas

ya el trino delicado a los jilgueros,

ya el plácido balar de los corderos,

cuando a Lícidas vimos 55

que a nosotros venía

cual suele: en torva faz, hosco y celoso.

De súbito nublose tu alegría,

bien como flor cortada

cuya mustia beldad cae desmayada; 60

y con labio medroso,

«Huyamos», me dijiste,

¿zagal tan necio y tan odioso viste?

Yo te idolatro; y quiere

que oiga su amor y alivie su cuidado, 65

y así me sigue cual si sombra fuera.

¡Ay zagal!, aquí estás; en vano espera».

Y fiel mi mano al corazón llevaste;

sobre él la puse, y fino palpitaba,

y el mío de placer mil vuelcos daba. 70

Así en trisca inocente

sin sentirlo llegamos a la fuente

que en torno enrama el álamo pomposo.

«Aquí evitemos la abrasada siesta»,

dijiste, «pues a plácido reposo 75

su sombra brinda y brinda la floresta»;

y te asentaste en la mullida grama.

Yo, cariñoso, me senté a tu lado,

y en torno se derrama,

con el tuyo paciendo, mi ganado 80