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El estudio del populismo de derecha es abordado en este libro a través de estudios de caso desde tres direcciones: como proceso histórico, como construcción de subjetividades y como un reciclaje del discurso de derecha. No existe una versión única de estos partidos o líderes; sin embargo un denominador común les acerca: el roce con posiciones extremas, excluyentes. Los horrores que significó el ascenso de los nazis en los años 30 se esfuman poco a poco de la memoria colectiva en Europa y el resto del mundo. Las generaciones se suceden y este recuerdo, que funcionaba como una muralla de contención de las tendencias más fundamentalistas, va quedando en el olvido, por lo que retomar su estudio de manera permanente contribuye a evitar su posible repetición, sobre todo en la actualidad, cuando el mundo transita derroteros tan inciertos como los de antaño. El reciente éxito del populismo ha estado condicionado por su coherencia a la hora de interpretar el momento histórico en curso y la crisis de su sujeto político. El desgaste de las fuerzas políticas tradicionales así como de las instituciones ha supuesto un cambio al interior del sistema a la hora de redefinir las lealtades y fundar los nuevos liderazgos. De ahí que el discurso populista que caracteriza a estas fuerzas políticas aprovecha la homogeneidad de la ciudadanía para simplificar problemas latentas y ofrecer soluciones superficiales basadas en la exclusión de grupos percibidos como "extraños".
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Seitenzahl: 555
Veröffentlichungsjahr: 2024
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Edición y corrección: Lic. María Luisa Acosta Hernández
Diseño de cubierta:Jadier I. Martínez Rodríguez
Diseño interior, composición y conversión a ebook: Grupo CreativoRuthCasa Editorial
© Colectivo de autores, 2024
© Sobre la presente edición:
RuthCasa Editorial, 2024
Centro de Investigaciones de Política Internacional, 2024
ISBN 9789962740667
Prohibida la reproducción total o parcial, por cualquier medio, sin la autorización del Centro de Investigaciones de Política Internacional y deRuthCasa Editorial. Todos los derechos de autor reservados en todos los idiomas. Derechos reservados conforme a la ley.
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El estudio del populismo de derecha es abordado en este libro, mediante estudios de caso desde tres direcciones: como proceso histórico, como construcción de subjetividades y como un reciclaje del discurso de derecha. No existe una versión única de estos partidos o líderes; sin embargo, un denominador común los acerca: el roce con posiciones extremas, excluyentes. Los horrores que significó el ascenso de los nazis en la década de los treinta se esfuman poco a poco de la memoria colectiva, en Europa y el resto del mundo. Las generaciones se suceden y este recuerdo, que funcionaba como una muralla de contención de las tendencias más fundamentalistas, va quedando en el olvido, por lo que retomar su estudio de manera permanente contribuye a evitar su posible repetición, sobre todo en la actualidad, cuando el mundo transita derroteros tan inciertos como los de antaño. El reciente éxito del populismo ha estado condicionado por su coherencia a la hora de interpretar el momento histórico en curso y la crisis de su sujeto político. El desgaste de las fuerzas políticas tradicionales, así como de las instituciones, ha supuesto un cambio al interior del sistema al momento de redefinir las lealtades y fundar los nuevos liderazgos. De ahí que el discurso populista, que caracteriza a estas fuerzas políticas, aprovecha la homogeneidad de la ciudadanía para simplificar problemas latentes y ofrecer soluciones superficiales, basadas en la exclusión de grupos percibidos como “extraños”.
Ángel Rodríguez Soler (Coordinador). Licenciado en Historia (2007, Universidad de La Habana). Máster en Historia Contemporánea y Relaciones Internacionales (2011, Universidad de La Habana). Actualmente, es Investigador y Profesor Auxiliar del Centro de Investigaciones de Política Internacional (CIPI) y miembro del equipo de Investigación Comunicación, Política y Relaciones Internacionales. Ha desarrollado varias investigaciones sobre estudios relacionados con el auge de la extrema derecha en Europa y de comunicación política, y ha sido autor de varios artículos relacionados con estos temas. Los resultados científicos logrados se han presentado en eventos internacionales y nacionales. Coordina e imparte diversos cursos de grado y posgrado en la Universidad de La Habana, y en la Universidad de Artemisa.
José R. Cabañas Rodríguez1
La Ciencia Política y los estudios sobre relaciones internacionales, en particular, han dedicado gran espacio, en los últimos años, para tratar de comprender las transiciones de los sistemas multilaterales conformados a mediados del siglo xx, y transformados después de la desaparición del llamado “Campo socialista europeo”, en la década de los años noventa.
Aquel supuesto orden se construyó sobre la base de equilibrios y convencionalismos que representaban, sobre todo, los intereses de los polos de poder con capacidad nuclear, en especial los de Estados Unidos. La expansión de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) hacia el Este parecía ser un proceso indetenible entonces, mientras que para la mayoría de los Estados africanos, latinoamericanos, caribeños y asiáticos estaba reservado el papel de simples espectadores, los cuales sufrían un saqueo constante y sin capacidad para alzar la voz.
Cuando hoy se analiza ese mundo, que ya no es y se intenta caracterizar desde el movimiento interfronterizo, las nuevas alianzas y el multilateralismo, comúnmente, se olvida que los cambios, que nos sorprenden ahora, provienen desde el interior de cada uno de los actores. Son expresión externa, en alguna medida, de cómo cada sociedad escoge hoy sus representantes o cómo se imponen en contra de la voluntad popular de la mayoría; cómo son derrocados por vías legales los que ya fueron electos, o por otros subterfugios; cómo los intereses económicos se imponen ante sus elegidos, utilizando las llamadas “nuevas tecnologías” y otros viejos recursos.
En la base de ese entramado están los restos de lo que alguna vez fueron partidos políticos tradicionales y, allí donde subsisten, entonces el papel de víctima le corresponde a las normas que se definieron hace muchos años para el nombrado “juego democrático”.
Cada vez que una fuerza política de izquierda intentó cambiar el estado de cosas por vías pacíficas, o haciendo el uso de la fuerza, las primeras críticas llegaron por tratar de violentar “un sistema basado en normas y principios”. La única norma real era, en realidad, que tal sistema no podía ser modificado, porque en ese caso sus defensores se agencian el derecho de utilizar todos los medios para reinstalarlo, desde el genocidio hasta la supresión de todas las libertades.
En ese escenario, el presente volumen propone distintas miradas a lo que se puede denominar, convencionalmente, como el populismo de derecha, reconociendo la imprecisión de ambos términos.
El populismo ha existido desde el día en que un aspirante a ser electo para un cargo público utilizó el supuesto o real apoyo de un sector social, que podía constituir o no mayoría, como dato suficiente para considerar que podía acceder al poder. El populismo como arma, además, ha tenido la capacidad de convertir en irrelevantes agendas de primer orden, en la política de un país, y muchas veces lo contrario, hacer que las mayorías abracen demandas que no son esencialmente suyas.
En cuanto al uso de ese herramental por la derecha, se comprende que es considerada, bajo un mismo concepto, una diversidad de fuerzas políticas, que en algunos casos tiene puntos de coincidencia con movimientos que son catalogados de izquierda al otro extremo del planeta.
Dicho lo anterior, se puede entender como una herejía afirmar que hubo tanto de populismo entre fuerzas que apoyaron la Revolución Francesa, como en el ascenso de Adolf Hitler en la Alemania fascista. Y es que tras el populismo se han escondido los propósitos reales de muchas fuerzas en su ascenso al poder y ha sido, al mismo tiempo, una herramienta para simplificar el debate, la construcción de agendas, la discusión suficiente para acordar un programa.
En las llamadas “repúblicas democráticas” el populismo ha sido utilizado, en más de una ocasión, para poner en suspenso durante un período el nombrado “equilibrio de poderes”, suprimir la búsqueda de consensos en la rama legislativa y alinear el sistema judicial.
Visto de una manera más radical, hay autores que plantean que el populismo ha estado siempre presente, en una dimensión u otra, en cualquiera de las llamadas “democracias occidentales”, sobre todo en las que la gran carpa de las elecciones presidenciales se levanta solo para esconder el hecho de que el máximo nivel ejecutivo es elegido siempre por una minoría, muchas veces exigua, de los que tienen derecho al sufragio.
Sí es una aberración que a más de 150 años de ocurrida laGuerrade Secesión en Estados Unidos, aún exista un Colegio Electoral como concesión para mantenerse en la Unión a los Estados del Sur y que es la principal razón para que sean electos presidentes que pierden el voto popular, es aún más incomprensible que en las naciones europeas donde aún reinan soberanos, la cabeza del Ejecutivo sea escogida entre 100 o 200 parlamentarios nacionales.
Por alguna razón, crisis económicas severas, copia y recopia de métodos, influencia de grupos transnacionales, el populismo casi siempre le ha llegado a la Humanidad en oleadas. Ese fenómeno estuvo en la base del falangismo, el nacismo y el fascismo, tanto como ahora se pueden relacionar a este las figuras de Donald Trump, Jair Bolsonaro y Javier Milei. Y siempre se piensa que con el surgimiento de estos paladines se ha visto todo, pero nos vuelve a sorprender la creación de otra ficción de peor factura.
Se debe señalar, no obstante, que el populismo de derecha no es un producto que llega de otra galaxia, pues siempre está relacionado con el fracaso de un proyecto anterior, sea de izquierda o de centro, razón por la cual es relativamente fácil captar con pocos mensajes el imaginario popular y lograr que una masa importante de frustrados decida apostar un caballo que ni siquiera han visto correr.
En los artículos que se proponen en este volumen, se analiza con detalle el refinamiento de los métodos, el surgimiento de fuerzas tradicionales que se presentan con una nueva envoltura para ser adquiridas, como si se trataran de un producto nuevo y diferente. Se analiza también de qué manera se ha transformado lo que alguna vez se denominó “movilización popular”. Aunque las imágenes de masas enardecidas siguen teniendo un efecto sobre las mentes, demostrándose en espacios públicos, en función de una u otra agendas, en estos momentos la conquista de los ideales se produce sin que sus dueños salgan de casa, no se lanzan piedras, ni se encienden antorchas, sino que se lazan bytes desde la pantalla de un teléfono o de una laptop.
Y es la derecha la que, precisamente, cuenta con los mayores recursos para cumplir sus propósitos populistas. Dispone de miles de fábricas para refinar mensajes que se prueban una y otra vez en la conocida publicidad comercial, transita por la programación televisiva que estrecha la mente a toda hora y fluye por los algoritmos de las plataformas que crean un mundo distinto para cada usuario.
A la hora de analizar los líderes que se valen del populismo para imponer su agenda, habrá que tener cuidado en deslindar el fenómeno de los que finalmente caen en su trampa. Es común el hecho de que esas agendas se imponen cuando reverdece la frustración, el sentimiento de que ninguna fuerza política representa a los desposeídos, el no sentirse escuchado.
Cuando se interactúa con la base social de lo que fue un Jorg Haider en Austria, hasta con los que llevaron al poder a Georgia Meloni en Italia, se encontrará mucha clase obrera, simpatizantes que en términos de política exterior miran con respeto hacia procesos de cambio lejanos, como puede ser la Revolución cubana.
Si alguna distinción se pudiera hacer entre la ola actual de populismo de derecha y las anteriores, es lo que ha sucedido al interior de Estados Unidos, lugar detonante del fenómeno en su temporada más actual, que no se parece a hitos similares en su historia. Si bien las consignas de Donald Trump son una copia al calco de las utilizadas por políticos como Ronald Reagan, en aquella época el líder populista estaba rodeado de un Estado mayor que garantizaba cierto respeto por los mecanismos institucionales de la clase gobernante. Sin embargo, desde el año 2016 hasta la fecha, se han destruido literalmente las estructuras políticas que sostuvieron la alternancia demócrata-republicana, se ha deteriorado de forma sustancial el papel de las agencias federales y el nivel de producción legislativa se ha reducido de manera dramática.
Quizás otra diferencia esté constituida por el hecho de que, en circunstancias anteriores, el esfuerzo populista tenía por objetivo llevar al poder, un grupo específico y mantenerlo al frente del ejecutivo. Sin embargo, el estudio de fenómenos recientes indicaría que algunas huestes populistas de derecha se sienten satisfechas con solo dar el primer paso, pues de inmediato se pone en marcha un plan de desmembramiento estructural de la nación que se trate, la cual divide y deja sin respuestas a las fuerzas políticas que podrían servir de equilibrio a ese momento de extinción.
En cualquier caso, los textos propuestos acá no pretenden ser conclusivos, sino de alerta, y cada autor está consciente de que describe y aborda, parcialmente, un fenómeno que hace aún mucho más difícil la construcción de un mejor mundo y puede lograr avances aún allí donde se considere que existen regímenes políticos muy estables.
1José Ramón Cabañas Rodríguez. Doctor en Ciencias Políticas. Licenciado en Relaciones Internacionales. Director del Centro de Investigaciones de Política Internacional (CIPI). Profesor Titular adjunto al Instituto Superior de Relaciones Internacionales (ISRI). Miembro del Comité de la Especialidad y del Comité del Doctorado en Relaciones Internacionales del ISRI y del Tribunal Nacional de Doctorado en Ciencia Política. Pertenece al Consejo Técnico Asesor del Ministerio de Relaciones Exteriores (MINREX). Es autor y coordinador de varios libros, entre ellos, Anuncios del 17 de diciembre del 2014. Antecedentes y proceso negociador posterior, el cual recibió Premio de la Academia de Ciencias de Cuba (2022).
El viejo mundo muere
El nuevo tarda en aparecer
Y en ese claroscuro
surgen los monstruos
Antonio Gramsci
Populismos de derechassigue siendo un término contradictorio a la hora de una definición Es un concepto multifacético, que también dificulta identificar qué partidos y líderes representan esas fuerzas políticas o de tendencia. A pesar de las muchas similitudes y los orígenes compartidos de las políticas extremistas en las regiones, no existe una versión única de estos partidos o líderes: cada uno se da en diferentes ámbitos (históricos, culturales, politológicos, sociológicos), por lo tanto, se debería hablar de diferentes partidos populistas de derechas (autoritarismo, populismo, nativismo) en lugar de un fenómeno único. Incluso, la bibliografía académica no logra determinar un consenso para la definición depopulismo de derecha.
Uno de los autores más citado sobre el populismo de derecha es Cas Mudde, que ha definido el populismo como una ideología débil que conceptualiza la sociedad separada, en última instancia, en dos grupos homogéneos y antagonistas: el pueblo puro frente a la élite corrupta, la cual insiste en que la política debería ser una expresión de la voluntad general del pueblo.
Muchos estudiosos del tema descartan la idea del “contagio” populista transnacional, señalando que el resurgir se da por el debilitamiento, pérdida de legitimidad y representación de los partidos tradicionales como una explicación para el auge de estas tendencias dentro de los contextos nacionales de cada país. Están arraigados en problemas estructurales y con una acumulación de crisis de diversos tipos: económicas, provocando incrementos constantes de las desigualdades, con la crisis de representatividad de los partidos tradicionales, así como crisis migratoria, entre otras. Se trata de una oleada populista de derecha que está recorriendo el mundo desde los Estados Unidos de América, Hungría, Italia, Alemania, India, Argentina, entre otros; esta oleada global fomenta grupos y movimientos de extrema derecha, xenófobos e, incluso, neofascistas.
En Suecia, el partido de derecha Demócratas de Suecia ha crecido en cada elección, hasta formar gobierno, en la actualidad. En Alemania, el partido Alternativa para Alemania (AfD; por sus siglas en alemán) logró entrar al Bundestag, tras las elecciones generales de 2017; por primera vez, desde 1945, un partido de extrema derecha consigue tener representación política en el parlamento alemán. En Hungría, el primer ministro Viktor Orbán (Fidesz-Unión Cívica Húngara) ha conseguido ratificar la legislación antiinmigrante más restrictiva de toda Europa, conocida popularmente como “Ley Stop Soros”, en el año 2019. Por su parte, la victoria de Donald Trump para la presidencia de los Estados Unidos de América de América, en noviembre de 2016, bajo la promesa de “devolver el poder al pueblo” y de Make America Great Again, está también en sintonía con el discurso populista europeo.
El libro que se presenta propone un acercamiento al estudio del populismo de derecha desde tres direcciones: como proceso histórico, como construcción de subjetividades y como un reciclaje del discurso de derecha. Con estos objetivos, los artículos de la autoría de Sunamis Fabelo Concepción y Octavia Quiroga Mendizabal se enfocan en la crisis de subjetividad contemporánea que incita a la desconexión entre los sistemas políticos y la población, alimentada por la desafección política y las divisiones identitarias.
De manera complementaria, Ernesto Domínguez López muestra una aproximación al populismo en Estados Unidos de América, como una propuesta teórica, en la cual presenta un debate sobre el concepto populismo, a partir del análisis de las principales perspectivas teóricas contemporáneas sobre el tema y de un enfoque complejo de la sociedad norteamericana.
Por su parte, Elio Perera Pena, Claudia Sánchez Savín y Carlos Fernández Hernández, explican las expresiones del populismo de derecha en la historia contemporánea estadounidense, insertadas en el proceso histórico-lógico de ese fenómeno. El “efecto Trump” es abordado por el profesor Elio Perera Pena desde el personalismo populista de un presidente, con una retórica populista que ha sido asociada a la generación de polarización y la habilidad de utilizar los medios de comunicación sociales al estilo realitys shows, para agrupar un núcleo fuerte de seguidores que “adora” las irreverencias discursivas y actuantes de Donald Trump. Expone los mecanismos emocionales, sociales y culturales mediante un influjo psicológico, alimentan ese comportamiento que llega a trascender al propio Trump, convirtiéndolo en una constante peligrosa.
Desde una mirada asiática, un estudio de Narendra Modi en la India, de la autoría de Julio Francisco Sotés Morales, expone cómo este liderazgo no solo se cuestiona el sistema, sino que se propone como alternativa política, en la que busca el apoyo social y no tanto institucional de los sistemas de partidos tradicionales y el uso de las redes sociales con un discurso emotivo, con marcadas características nacionalistas y una política gubernamental cargada de simbolismos hindúes y en muchos casos estigmatizadora de lo musulmán como minoría.
Sasha Gillies-Lekakis presenta una visión del populismo de extrema derecha en el contexto australiano. Este autor precisa que estos movimientos y partidos tienen su efectividad fuera de las estructuras tradicionales del sistema, donde esos grupos pueden utilizar medios ilegales o violentos, a menudo, para promover sus agendas.
Rachel M. Arencibia Casanova, presenta una valoración de la influencia del populismo en Japón y una aproximación desde un enfoque actual del fenómeno reflejado en su impacto, en la sociedad japonesa, así como en la proyección de sus líderes. En ese sentido, también desde un enfoque de populismo histórico, el investigador Ruvislei González Sáez nos acerca a la experiencia del populismo en la República de Corea.
En lo relacionado con el contexto de América Latina y el Caribe, el artículo dedicado al Escenario comunicacional y al populismo como estilo de comunicación política, de los autores Mayra Bárzaga, Orietta Hernández y Mario Antonio Padilla, resume que el populismo es un estilo comunicacional donde las propuestas racistas, xenófobas, proteccionistas y nacionalistas con un fuerte discurso demagógico se encuentran contenidas, articuladas con otras tendencias que van desde las noticias falsas, la manipulación mediática, la inteligencia de datos y el desmontaje de la historia, que ha ganado simpatía popular a nivel internacional y, particularmente, se expresa en el contexto latinoamericano.
En ese sentido, el retorno populista en America Latina con los casos de estudio de Argentina y El Salvador, suponen unos interesantes estudios de caso que presentan marcadas diferencias con respecto a las experiencias de principio de siglo xx. De ahí que los análisis sobre Nayib Bukele en El Salvador, por Marisleidys Concepción Pérez, dan apuntes sobre cómo en medio de un proceso de “desdemocratización” se produjo el tránsito, de una figura que representó una ruptura con el orden precedente y derivó en una nueva forma de hacer política, matizada por el autoritarismo. El caso argentino estudiado por Laising Chi Lago propone desmontar el discurso anti-populista, tomando como figura de análisis el populismo de derecha de Mauricio Macri y Javier Milei, como sus principales exponentes.
El artículo de David Mouzo Williams que refiere la manifestación del fenómeno populista en Zimbabwe y Sudáfrica en la construcción de la teoría conspirativa del “genocidio blanco”, propone una aproximación crítica sobre una de las principales y recurrentes teorías conspirativas de la extrema derecha, particularmente del supremacismo blanco trasnacional, alrededor de estas naciones, que lo denominan como un “genocidio blanco”.
Por último, se presenta un análisis de Ángel Rodríguez Soler, sobre los partidos populistas de derechas en Europa; contexto que se ha vuelto propicio para la permanencia y el reacomodo, en las últimas décadas, de estas fuerzas políticas como tendencia.
De manera general, este texto presenta una mirada al populismo como tendencia política contemporánea desde diversos puntos de vista, pero sobre todo desde las diversas experiencias regionales, lo cual se trata de un fenómeno heterogéneo, transnacional. Además, sin duda alguna, es una expresión más de nuestro tiempo, causa y consecuencia del paso y el peso de la historia, de la crisis sistémica que ha estado marcando el decurso del siglo xx, a agonía de su final y los primeros 20 años de un siglo xxi traumado y desajustado por los tránsitos que le han dando lugar.
Sunamis Fabelo Concepción
Resumen
El reciente éxito del populismo ha estado condicionado por su coherencia al interpretar el momento histórico actual y la crisis de su sujeto político. La crisis de subjetividad contemporánea, como en otros momentos históricos, se conecta y concatena con otras crisis históricas que afectan la identidad del ser humano esta vez en el terreno político, lo cual implica entender las complejidades que enfrenta el ciudadano común, en este caso, en su dimensión como sujeto político. El desgaste de las fuerzas políticas tradicionales, así como de las instituciones, ha supuesto un cambio al interior del sistema a la hora de redefinir las lealtades y fundar los nuevos liderazgos, lo que implica a su vez una resemantización del sistema simbólico, y de alguna manera una relectura de la historia reciente a la luz del presente.
Las manifestaciones populistas que tienen lugar en la actualidad son protagonizadas por un sujeto político que es, ante todo, el ciudadano común que había quedado perdido u olvidado entre los grandes relatos del siglo xx. Es así que, reflexionar sobre el lugar de ese ciudadano común, como parte de esa trama histórica y resultado de esta desde finales del siglo xx hasta lo que va de siglo xxi, constituye un elemento fundamental para entender las recientes expresiones políticas que en cuanto a populismo se han manifestado de manera exitosa.
Para ello es importante tener en cuenta los principales cambios que han tenido lugar en el sistema de relaciones sociales, del cual participa el sujeto político —dígase el ciudadano común—. Tales transformaciones han condicionado la transición del sistema en sus diferentes partes y en su conjunto; por lo tanto, el populismo, como expresión política de la realidad, también será reflejo de ese fenómeno.
El presente ensayo se propone reflexionar sobre cómo el reciente éxito del populismo ha estado condicionado por su coherencia a la hora de interpretar el momento histórico actual y la crisis de su sujeto político. En ese sentido, un primer epígrafe se dedica a recorrer la evolución de la crisis de subjetividad contemporánea mediante dos conceptos que han sido expresión de esta en dos momentos históricos diferentes: “la sociedad del espectáculo” (Debord, 1967) y “la sociedad del cansancio” (Byung-Chul Han, 2010); un segundo epígrafe está dedicado a los fundamentos de los nuevos liderazgos y, por tanto, a la construcción de consensos en ese contexto; por último, el tercer epígrafe se refiere a las narrativas contemporáneas que caracterizan el discurso populista de nueva derecha, como resultado de los cambios operados al interior del sistema y, por tanto., como manifestación de esa crisis subjetiva que está teniendo lugar al interior del ciudadano común, de la cual es causa y consecuencia.
La crisis de subjetividad contemporánea, como en otros momentos históricos, se conecta y concatena con otras crisis históricas que afectan la identidad del ser humano esta vez en el terreno político, lo cual implica entender las complejidades que enfrenta el ciudadano común, en este caso, en su dimensión como sujeto político.
El período 1917-1989 está marcado por diversas coyunturas históricas que han puesto de manifiesto continuos afanes por encontrar una salida a la crisis del sujeto liberal y a la de su sustrato material: el capitalismo liberal. Estos años han registrado los distintos intentos realizados desde la izquierda, pero también desde la derecha, por hallar una solución a las aporías del liberalismo: el ensayo del socialismo real, el fascismo, la construcción del capitalismo de Estado (y su manifestación para el consumo de masas: el Estado de bienestar), demuestran que el impulso hacia el cambio de la subjetividad constituía una urgencia sentida en los más diversos estratos sociales. Sin embargo, la historia de este sigloxxdemuestra, en ese sentido, su fracaso como época: encontrar los caminos para permitir a la subjetividad humana desembarazarse de las estructuras que la dominaba.2
En ese ámbito, los finales del siglo xx y los inicios del siglo xxi han revelado un sujeto que es resultado de esa crisis existencial en su dimensión política. El mismo sujeto que, en 1968, era expresión de una sociedad que Guy Debord definió como la “sociedad del espectáculo”, y en 2010 Byung-Chul Han ha identificado como la “sociedad del cansancio o del rendimiento”.
La década de los sesenta marcó un determinado grado de maduración de las condiciones revolucionarias, que se expresó en las antagónicas reacciones de un mundo que por una parte tendía a alinearse hacia el sistema capitalista, y por otro lado, una sociedad que hacía resistencia al poder desde todas las manifestaciones, la estética, el arte, la educación, la comunicación. Si bien desde la década de los cuarenta del siglo xx, Theodor Adorno y Max Horkheimer, habían reflexionado sobre las posibilidades inherentes al desarrollo de la modernidad, marcada por la generalización de la razón instrumental asociada con la expansión ilimitada de las técnicas de dominio y manipulación, como apoteosis de la producción incontestada de una subjetividad aherrojada (Acanda, 2000); el nuevo contexto, cuyo punto clímax se puede situar en 1968, puso de manifiesto una profunda crisis de subjetividad, mediante el desarrollo de un nuevo sistema de relaciones sociales condicionado por la irrupción sociocultural de los impactos de la sociedad de consumo y con ello el desarrollo científico-técnico alcanzado al final de la Segunda Guerra Mundial.
Entre los diversos exponentes que reflexionaron al respecto, se encuentra Guy Debord, uno de los teóricos del capitalismo más importante del siglo xx, quien llamó a este fenómeno “la sociedad del espectáculo” porque justamente esta sociedad se presentaba a sí misma como espectacularización del mundo y de todo lo que forma parte de él por medio del simulacro, la exaltación y la banalidad, ante lo cual se manifestaron diversos cuestionamientos y reacciones que marcaron la época:
Si la administración de esta sociedad, así como todo contacto entre los hombres, no pueden llegar a ejercerse más que aceptando como intermediario a este poder de comunicación instantánea, ello es debido a que esta “comunicación” es esencialmente unilateral; de modo que su concentración contribuye a centralizar en las manos de la administración del sistema los medios que le permiten perpetuar justamente esa administración (Debord, 1967).
Los jóvenes de 1968 abrieron una herida importante en la historia: ¿Crisis, huelga, revuelta o revolución? Los intelectuales y teóricos sociales no se han puesto de acuerdo para explicar qué era lo que había traído aquel mayo de 1968 para sorpresa de la primavera parisina, que luego trascendería las fronteras francesas expandiéndose por todo el mundo. ¿Por qué unos jóvenes bien alimentados y con un razonable poder adquisitivo se rebelan contra una sociedad que, lejos de padecer una crisis económica, atraviesa un período de crecimiento sostenido y de bienestar? ¿De qué se quejan si ya lo tienen todo? ¿No son la pobreza y la miseria las causas de las revoluciones? (Pardo, 2003).
Aquel contexto se puso de manifiesto entre los sectores más progresistas. “La imaginación al poder”, “Paren el mundo que me quiero bajar”, “Bajo los adoquines hay una playa”, “Todos somos judíos alemanes”, “No queremos un mundo donde la garantía de no morir de hambre se compense con la garantía de morir de aburrimiento”, “Joven, tienes 29 años, pero tu sindicato es del siglo pasado”, “Seamos realistas, pidamos lo imposible”. Bajo consignas como estas quedó marcado el espíritu de aquella época revolucionaria que reaccionaba contra una sociedad de consumo, cuestionando el papel del individuo en esta. El desarrollo de la Sociedad del Espectáculo estaba íntimamente ligado a la irrupción y auge de las industrias culturales en la vida cotidiana, que comenzó a agregar a las cosas, además de su valor de uso y su valor de cambio, un nuevo valor: el valor simbólico.
Sin embargo, el mayo francés, la sociedad civil que representaron aquellos jóvenes revolucionarios, no logró convertirse en sujeto del cambio. Ante la situación desencadenada, la respuesta fue doble: además de la política contrainsurgente, la apertura del consumo. Ser joven además de una amenaza revolucionaria, se convirtió, al mismo tiempo, en potencial espacio de ganancias económicas. A la represión se sumó la ambigüedad emanada de las relaciones mercantiles, con la intención de metabolizar la inspiración revolucionaria por el propio sistema capitalista, liberal entonces, neoliberal poco después.
Ese sujeto de cambio, que se generó a partir de una época de revoluciones tecnológicas, se frustró, quedó superado por su propia época y el impulso de los propios cambios que engendraron su espíritu revolucionario. De esta manera comenzaba a desencadenarse la siguiente crisis de subjetividad. Byung-Chul Han, en La sociedad del cansancio refiere este tránsito y apunta sus principales signos de continuidad y ruptura:
La sociedad disciplinaria de Foucault, que consta de hospitales, psiquiátricos, cárceles, cuarteles y fábricas, ya no se corresponde con la sociedad de hoy en día. En su lugar se ha establecido desde hace tiempo otra completamente diferente, a saber: una sociedad de gimnasios, torres de oficinas, bancos, aviones, grandes centros comerciales y laboratorios genéticos. La sociedad del sigloxxiya no es disciplinaria, sino una sociedad de rendimiento. Tampoco sus habitantes se llaman ya “sujetos de obediencia”, sino “sujetos de rendimiento”. Estos sujetos son emprendedores de sí mismos. Aquellos muros de las instituciones disciplinarias, que delimitan el espacio entre lo normal y lo anormal, tienen un efecto arcaico. El análisis de Foucault sobre el poder no es capaz de describir los cambios psíquicos y topológicos que han surgido con la transformación de lasociedaddisciplinaria en la de rendimiento. Tampoco el término frecuente “sociedad de control” hace justicia a esa transformación. Aún contiene demasiada negatividad.
La sociedad disciplinaria es una sociedad de la negatividad. La define la negatividad de la prohibición. El verbo modal negativo que la caracteriza es el “no-poder” (Nicht-Dürfen). Incluso al deber (Sollen) le es inherente una negatividad: la de la obligación. La sociedad de rendimiento se desprende progresivamente de la negatividad. Justo la creciente desregularización acaba con ella. La sociedad de rendimiento se caracteriza por el verbo modal positivo poder (können) sin límites. Su plural afirmativo y colectivo Yes, we can expresa precisamente su carácter de positividad. Los proyectos, las iniciativas y la motivación reemplazan la prohibición, el mandato y la ley. A la sociedad disciplinaria todavía la rige el no. Su negatividad genera locos y criminales. La sociedad de rendimiento, por el contrario, produce depresivos y fracasados (Byung-Chul Han, 2010).
Por lo tanto, la sociedad del cansancio o del rendimiento se puede interpretar, en cierta medida, como un estadio superior, proyección, del desarrollo de estos procesos que venían generándose durante la sociedad del espectáculo. A estos efectos, ya no se trata de disciplinar a los individuos ante un sistema de producción específico, basado en un orden social, jurídico y moral establecido, porque el sistema está asumido y aprehendido, y por tanto no constituye el problema, en todo caso el sistema transita, se reacomoda a las nuevas circunstancias a las que él mismo ha dado lugar. La cuestión de la sociedad actual es otra: incrementar la productividad a toda costa, por eso genera una autoexplotación del individuo en la búsqueda constante del éxito. Este nivel de superproducción, superrendimiento y superexigencia no deja espacio para el ocio (en el sentido de que este había sido entendido tradicionalmente), y la contemplación de donde surge la capacidad de reflexión y creación de lo nuevo. Se trata de una sociedad reproductiva y acelerada donde no hay tiempo para pensar y poner atención profunda hacia una realidad, reflexionar, pensar y crear. Por lo tanto se trata de la nulidad de la posibilidad de independencia personal, siendo esta probablemente una de las cuestiones más dramáticas que condiciona al ciudadano común y su lugar en el mundo.
Además, el ciudadano común es producto y consecuencia, si se quiere, de esa realidad, mediante la generación de determinados ambientes comunicacionales, polarizados, fragmentados, pero conectados a la vez a un mismo sistema de relaciones sociales. En ese entorno, los análisis referidos a los diversos mecanismos de construcción de consensos que tienen su base en el control de la subjetividad, coinciden en el análisis actual sobre los nuevos matices que ha adquirido un concepto central asociado al ejercicio del poder: las clases. A partir de ello se cuestiona un sistema de relaciones sociales determinado que genera consenso a partir de relaciones de poder. Sin embargo, en el siglo xxi el concepto de “clase” también se ha ido complejizando y variando esencialmente cada vez más con el impacto de las tecnologías en la vida cotidiana. La economía del conocimiento ha introducido nuevos matices, y por lo tanto, hoy este tema puede generar infinitos debates.
Esta reflexión es un punto de partida para entender la consecuente evolución y complejización de estos procesos, así como el resultado que ha devenido de lo que Bell (1973) denominó la “sociedad post-industrial”, asociada principalmente al lugar importante de los servicios y su resignificación en este contexto. En este tipo de sociedad, cuando se habla de servicios no se trata solo de los tradicionales, sino que se añade un gran número de empresas destinadas a la comercialización del conocimiento y la tecnología, incluso el “ocio”; tal como había sido entendido hasta ahora, alcanza un lugar esencial en este nuevo contexto del “conocimiento” y los “servicios”, adquiriendo un valor racional, funcional para el sistema como “racionalización de del ocio”. De tal manera que el proceso de transferencia tecnológica ha sido articulado por esa vía, en gran medida.
Todo ello está muy relacionado con la creación de lo que se ha denominado, contemporáneamente, “economía del conocimiento”, cuya denominación es aún insuficiente para caracterizar el mundo en que vivimos, y por tato es más adecuado referirse a sociedad del conocimiento, pues engloba reordenamientos sociales y políticos necesarios para que esta pueda existir, e incluye políticas educacionales, interfaces entre los centros de educación y estructuras productivas, aprehensión social del papel del conocimiento, composición por nivel de preparación profesional de la población, entre otros (Domínguez, 2017).
El ciudadano común contemporáneo de alguna manera vive en un mundo en tránsito, de reacomodos del sistema; es resultado de una serie de crisis que impactan su identidad y, sobre todo, está atrapado también en un ambiente hipertecnologizado que le condiciona y le moldea. La llegada de la Inteligencia Artificial ha superado con creces cualquier expectativa en ese sentido.
Por lo tanto, los nuevos liderazgos surgen del conocimiento profundo de esa realidad. Se trata de liderazgos fundados para liderar al ciudadano común que habita en el mundo de hoy, con las características y condicionantes que le distinguen y le convierten también en sujeto de cambio de su tiempo, pero bajo principios diferentes a los que tradicionalmente se asociaban a ese concepto.
El marxismo-leninismo enseña que son los propios hombres los que crean su historia, pero siempre en condiciones materiales históricamente determinadas. La influencia de una personalidad destacada sobre el curso de los acontecimientos es tanto mayor, cuanto mejor comprenda la sujeción objetiva de las leyes y la dirección del desarrollo. La idea de la necesidad histórica en nada menoscaba el papel del individuo en la historia. El curso de los acontecimientos se determina por las condiciones de la vida material de la sociedad. Pero una personalidad que haya comprendido las necesidades del desarrollo económico de la sociedad y de la clase avanzada, puede ponerse a la cabeza de los acontecimientos y, reuniendo en su rededor, los hombres deben impulsar esos acontecimientos adelante. En esto consiste el fundamento de la verdadera importancia de la personalidad, de su autoridad y su papel en la vida social (Diccionario filosófico marxista, 2023).
En la actualidad, las condiciones materiales históricamente establecidas se pueden identificar por medio de la evolución de un nuevo sistema de relaciones sociales profundamente determinadas por el desarrollo de las tecnologías de la Informática y las comunicaciones, y su impacto social. Como consecuencia, tal como plantea Byung-Chul Han, se trata de una generación de ciudadanos “sobrealtados”, marcados por lo que él denomina “violencia neuronal”. La comprensión de esta realidad permite entender hacia dónde están dirigidas las necesidades del desarrollo económico de la sociedad y la clase avanzada. En este caso, como se planteó, en relación con la “sociedad del conocimiento”, es una necesidad la redefinición del concepto de clase tal y como se ha entendido tradicionalmente, en relación con los servicios que cobran una resignificación importante en este contexto.
Por lo tanto, los conceptos de “pueblo” o “élite”, también deben ser comprendidos desde esa nueva lógica de construcción de las representaciones sociales y por consiguiente de conciencia de clase. Por una parte, son conceptos construidos de manera significativa desde el escenario comunicacional (entendido como gran sistema de producción y reproducción de sentidos-emociones), que es el contexto esencial de relacionamiento entre los individuos actualmente, y por tanto responden a los intereses de los grandes monopolios de la comunicación que les ampara, por lo que son apropiados por los sujetos en esa misma lógica. Siendo así, de otra parte, estos conceptos logran una mayor aproximación objetiva a la realidad social que se proponen definir; es decir, se parecen más a la representación social que el ciudadano común adquiere sobre sí mismo, por diversas vías, en la medida que se reconoce y siente que es reconocido como distinto “del otro”. De esta suerte, surge una fuente inestimable de generación de “empatía”, esencial para consolidar liderazgos que contribuyan a la construcción de consensos.
La teoría de las representaciones sociales pasa por concepciones filosóficas, sociológicas y psicológicas, sobre las cuales han teorizado destacados pensadores. De cualquier manera, se puede resumir que toda representación es además de actividad cognitiva, simbólica y, por tanto, significante. Este aspecto de las representaciones sociales, se deriva también de que son opiniones estructuradas, y compartidas por grupos y categorías sociales, es decir, de que se produzcan socialmente.
La propia facultad perceptiva y sensorial de los seres humanos lleva a que existan diferentes miradas sobre un hecho social, económico, político y cultural, en la dimensión del hombre como ser social. Lo que implica que el ser humano por el hecho de nacer como tal, se encuentra, por naturaleza, investido de una condición conflictuante. Es por ello que el conflicto resulta de una forma perceptiva frente a otra visión u otras visiones sobre un mismo objeto o fenómeno de análisis u observación; también es preciso afirmar que esto conlleva algunas veces a que se produzcan cambios de percepciones, o que las miras iniciales del fenómeno ahora asuman formas diferentes. Es decir, que puede haber conflicto a partir de la existencia de representaciones sociales diferentes por distintos sujetos con respecto a un mismo objeto o fenómeno.
La historia y los grandes relatos hacia finales del siglo xx, hoy son leídos desde nuevos significantes. El propio colapso del socialismos en Europa del Este, la crisis del marxismo, las fracturas de la izquierda latinoamericana, la cruzada contra el terrorismo a raíz del atentado a las Torres Gemelas en los Estados Unidos de América, los efectos de la crisis sistémica del capitalismo hacia el año 2008, por solo citar algunos ejemplos entre muchos, se convirtieron en síntomas que advertían sobre un cambio esencial en las estructuras objetivas y subjetivas sobre las cuales se había apoyado el meta relato de la posguerra, más cercano a la cuestión del fascismo, por ejemplo. En este sentido, los nacionalismos, nativismos, la etnicidad, también entran en un proceso revisionista y comienzan a redefinirse en torno a lo individual y lo colectivo, en función de una mirada diferente hacia el pasado.
Si la lectura de la historia del siglo xx fue leída bajo el prisma de los efectos del fascismo, la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Fría, la descolonización y el progresismo, el ciudadano común del sigloxxi, hijo de las crisis de su generación, nativo digital, productor y reproductor social de esa realidad, comenzará a leer la historia del pasado a partir de sus necesidades del presente, de sus cuestionamientos en el aquí y el ahora. Francois Dosse, en su obra La Historia en Migajas explica:
La historia es una respuesta a las cuestiones que el hombre de hoy se plantea por necesidad […]. Cada época construye su representación del pasado según sus preocupaciones […]. La historia parte del presente para remontar el hilo de los tiempos hasta las sociedades del pasado[…]busca y da valor en el pasado a los hechos, los acontecimientos, las tendencias, que preparan el tiempo presente, que permiten comprender y que ayudan a vivir […] se construye el pasado que ella necesita (Torres Fumero, 2005).
Por lo tanto, los liderazgos estarán apoyados en la búsqueda de legitimidad a partir de la construcción de consensos desde la empatía entre individuos —desconectados entre sí como masa, como pueblo o sujeto histórico— que comienzan a redefinir lealtades y a reconocerse en las nuevas circunstancias históricas, de las cuales son resultado y coparticipantes mediante sus proyectos de vida individuales, como grupo social, como nación. Serán, por tanto, la identificación certera de las circunstancias apremiantes del aquí y el ahora del ciudadano común, la que genere determinados liderazgos. Estos, obviamente, por su propia naturaleza, responden a una dinámica diferente, a unos valores también diferentes a los que la experiencia histórica había exhibido de manera tradicional.
En ese sentido, Laclau (2005) explica que ante el colapso de la legitimidad de los partidos políticos, y dada la fragmentación de la sociedad capitalista contemporánea, ya no es posible desarrollar la política democrática por medio de la representación de los partidos. La fragmentación de lo social solo se puede superar mediante una condensación simbólica construida por medios discursivos y mediante la acción en el campo político de un líder fuerte que unifique el campo popular por medios emotivos, estableciendo un lazo afectivo que sustituye al otorgamiento racional de la representación. El líder se torna así en la encarnación de una especie de voluntad popular difusa (Olvera Rivera, Alberto Javier, 2020). Siendo así, el populismo se convierte en una forma de hacer política tan básica y generalizada hoy que se puede considerar que el populismo es la política de nuestro tiempo.
Lo que se ha llamado “relecturas de la historia”, teniendo en cuenta lo explicado, genera ambientes comunicacionales propicios — en relación con los niveles de empatía adquiridos y, por tanto, en lo que se refiere a la construcción de consensos— para desarrollar determinadas narrativas que están en el centro del discurso político de los nuevos liderazgos populistas.
Entre los recursos más explotados para generar narrativas están las frustraciones, la humillación, las expectativas, las emociones en general, para lo cual ha sido fundamental aprovechar el contexto de crisis mundial de los últimos años, así como el desgaste de las fuerzas políticas tradicionales (tanto de derecha como de izquierda) y su discurso en la búsqueda de soluciones efectivas. La despolitización del mensaje de la derecha, la hace presentarse mucho más alternativa y atractiva, frente a una izquierda mucho más heterogénea, dividida y corroída. Como ya se explicó, la propia naturaleza de estas fuerzas políticas está relacionada con este escenario de crisis al tratarse de partidos políticos que comparten la percepción de los años dorados de la posguerra. Eso pone al relieve toda una serie de frustraciones, de distinta índole, entre las que se destaca la deslegitimación de las élites y, por tanto, desconfianza de los ciudadanos hacia las instituciones políticas, las cuales se acumulan y se exacerban en las condiciones actuales por medio de determinadas expresiones nacionalistas, nativistas y xenófobas.
Estas políticas están dirigidas a ciertos sectores estratégicos de la sociedad que en ocasiones son identificados como “los olvidados del sistema”, que no se sienten representados ya en sus instituciones ni en el curso político que su país ha tomado o donde se ha estancado. De manera que no existe un cuestionamiento al sistema en sí mismo, sino a las élites, las instituciones, los líderes que lo representan, y por consiguiente a las circunstancias concretas en las que se expresan determinados fenómenos sociales.
El tema religioso, por ejemplo, en el discurso populista, promueve una de las características fundamentales de la manifestación de este fenómeno en la actualidad: la creación de un nuevo consenso sobre la base de determinados vacíos o frustraciones acumuladas en la subjetividad del ciudadano común. En este caso se trata de presentar ante sí misma a una sociedad que siente haber perdido su “norte moral”.
La utilización de la religión en función de intereses políticos por parte de estas fuerzas se ha convertido en una tendencia. Se destaca la participación de diversas instituciones religiosas, así como su capacidad de proselitismo en función de los intereses de estas nuevas fuerzas política. Para ello se basan en la agenda moral y la defensa de los valores familiares tradicionales.
La relación entre populismo y religión es un tema de particular relevancia. Los líderes populistas apelan con frecuencia a este recurso para conectar con el pueblo, particularmente con su sistema simbólico, a partir de articularse con su sistema de relaciones sociales. Se trata de entender el lugar de la religión como parte de esa base en que se apoya la cultura nacional y como fundamento moral de la recuperación de la política. Por eso las iglesias entran en una relación peculiar con los populistas: aprecian su fe, apoyan su causa, permiten el uso de tropos religiosos en el lenguaje político y buscan ventajas para su grey, pero a la hora del ejercicio del poder, se enfrentan a dilemas éticos y a situaciones incómodas (Olvera Rivera, 2020).
Según Daniel Steinmetz-Jenkins (2019), en la actualidad es posible fundamentar la idea de que gran parte del populismo de hoy es, en cierta medida, una reacción religiosa.
Si bien es cierto que actualmente no se puede hablar de afiliaciones masivas, ni en política ni en religión, también es posible advertir la fuerza de las ideas religiosas en determinados proyectos políticos con fuerte base nacionalista. Así, por ejemplo, tanto en el tradicionalismo euroasiático de Vladimir Putin como en la democracia cristiana de Orbán, en el judeo cristianismo de Donald Trump, en el pentecostalismo de Jair Bolsonaro, en el catolicismo populista de Matteo Salvini y en el nacionalismo hindú de Narendra Modi, hay una reacción religiosa ante los gobiernos seculares. Como decía el fascista francés Charles Maurras, que no creía en Dios, es “esencial que la gente crea en él”. En medio de los vertiginosos cambios de la globalización, el populismo de “Dios y nación” incorpora al capitalismo el marco religioso tradicional. Los populistas están siguiendo el guión de Steve Bannon —católico—, el cual afirma que la crisis financiera mundial fue producto de abandonar la moderación común a las tradiciones religiosas, el destructivo efecto de un secularismo sin Dios (Steinmetz-Jenkins, 2019).
En ese sentido, también es esencial tener en cuenta la influencia política contemporánea de los evangélicos, con especial énfasis en sus estrategias electorales y los temas que reivindican; como la “agenda moral” y la defensa de los valores familiares tradicionales, estas serían las contrapartes esenciales de la lucha contra el “marxismo cultural” y la “ideología de género”.
La migración es otro de los temas más explotados en las narrativas populistas de extrema derecha. La cuestión migratoria generalmente aparece asociada al miedo provocado por los atentados terroristas, y por el riesgo al que pueden estar expuestos los ciudadanos, a diario, de perder sus empleos y ser desplazados hacia condiciones de precariedad. El “miedo” es uno de los sentimientos más profundos, el miedo aglutina y empodera.
Unido a ello, la “humillación”. Dominique Moise (2019), refiere en su libro La geopolítica de la emoción: cómo las culturas del miedo, la humillación y la esperanza están reconfigurando el mundo, la importancia de las emociones para descifrar el mundo actual y como ello se expresa en la reconfiguración geopolítica.
Si ha habido una emoción que ha proliferado por encima del resto en las últimas décadas, ha sido la humillación; la humillación desesperanzada lleva a la desesperación y alimenta un anhelo de venganza que puede convertirse, fácilmente, en un impulso hacia la destrucción. Si no puedes alcanzar el nivel de los que piensas que te están humillando, al menos puedes arrastrarlos y hacerlos caer a tu mismo nivel. La humillación “mala” es la clave para entender la naturaleza del ascenso del populismo en el mundo democrático occidental. Este fenómeno solo se puede explicar en términos emocionales e identitarios. Es el producto de la coincidencia fortuita entre una falta abismal del más mínimo sentido de la responsabilidad por parte de las élites políticas, y de tres nociones claves: la ira, el miedo y la nostalgia. Hay ira contra las élites, tanto nacionales como europeas; hay también miedo al “otro”, y nostalgia por los tiempos mejores. Y son estas nociones las que han sido explotadas por los medios utilizando todos los recursos posibles (Moise, 2019).
Teniendo en cuenta la realidad descrita, las condiciones del mundo circundante, el manejo de este tipo de narrativas, pone de manifiesto cómo puede cristalizar un discurso, que llega para llenar determinados vacíos o abandonos generados por las fuerzas políticas tradicionales y en crisis. Se trata de experiencias transmitidas y aprehendidas que forman parte de la rutina y, por tanto, constituyen ambientes comunicacionales propicios donde el ciudadano común coparticipa, redefine lealtades y genera confianza, empatía y construye consensos.
Ya sea desde la comunicación política o desde el propio ejercicio de la toma de decisiones, la comprensión de las nuevas realidades implica definir la situación del sujeto político como ciudadano común —ser presente, pensante y emotivo— en su preciso lugar histórico y a la vez entender la lógica evolutiva de ese contexto como parte de un proceso histórico más amplio. El llamado populismo es una manifestación de esa realidad, por cuanto ha sido capaz de encarar un sistema y un sujeto en crisis, erigiéndose como un proyecto-promesa bajo las nuevas circunstancias. Se trata, en definitiva, de una alternativa que otorga voz y participación coherente con el sujeto político real que ha engendrado esta época.
La actual crisis de la subjetividad humana es manifestación del fracaso prolongado en la búsqueda de los derroteros históricos transitados durante el siglo xx con el afán de encontrar los caminos para liberarse de las estructuras dominantes. Por lo tanto, en ese contexto de desgaste de las fuerzas políticas tradicionales, crisis de estas, así como de las instituciones, se redefinen lealtades y fructifican los liderazgos capaces de conjugar oportunamente la relación tiempo-espacio.
El ciudadano común de este tiempo es causa y consecuencia de esa realidad, así como el sistema de relaciones sociales del que participa (produce y reproduce). La construcción de empatía y consensos a partir de la racionalización del ocio es un reflejo de las dinámicas que genera ese sistema de relaciones sociales. Por lo tanto, la redefinición de lealtades y el ascenso de nuevos liderazgos están fundados también en estos principios.
La llamada relectura de la historia no es propiamente una “relectura”, sino una manifestación más de una época en transición que llegada una determinada distancia histórica de los principios, bases, fundamentos, que le dieron lugar, ya no puede ser leída bajo las mismas narrativas, entre otras cosas, porque el sujeto que está leyendo la historia ya no es protagonista de ella, sino de su propio tiempo, de sus propias batallas. Por consiguiente se trata de un sujeto también en transición ideológica, con matices, modulaciones, donde los valores, así como los significados y significantes, los sentidos en general, están transitando. Es, ciertamente, la expresión de una crisis.
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2Jorge Luis Acanda: “La confluencia que se frustró: psicoanálisis y bolchevismo”,Temas,No. 14: 107-120, abril-junio de 1998.
Octavia Quiroga Mendizabal
Resumen
El populismo no implica, necesariamente, el fin de la democracia, pero sí refleja una llamada de atención a la desconexión entre los sistemas políticos y la población, alimentada por la desafección política y las divisiones identitarias. El populismo, sobre todo de derecha, aprovecha la homogeneidad de la ciudadanía para simplificar problemas y ofrecer soluciones superficiales basadas en la exclusión de grupos percibidos como “extraños”.
Para contrarrestar el populismo y fortalecer la democracia, es esencial promover la participación ciudadana, la educación cívica y el diálogo intercultural. Revitalizar las instituciones democráticas y restaurar la confianza en el sistema político requiere reformas estructurales que garanticen una representación más equitativa y una mayor responsabilidad por parte de los líderes electos, resistiendo ante los intentos de erosionar los derechos fundamentales en nombre de un supuesto bien común.
La comprensión en torno al término populismo y su discurso se ha deformado y adquirido valoraciones negativas como si fuese una enfermedad o un mal político que define a ciertos gobiernos y sus democracias. Se ha pasado de comprender al populismo como una tendencia política que vincula la voluntad popular con el manejo de poder, a tildarla de estrategia de manipulación política propia de países en vías de desarrollo. Torcuato S. Di Tella, por ejemplo, ha definido el populismo como un término aplicable “sobre todo en América Latina” con “movimientos políticos con fuerte apoyo popular, pero que no buscan realizar transformaciones muy profundas del orden de dominación existente” (Di Tella, 2001; citado por Savarino, 2006).