Por miedo al pasado - Helen Brooks - E-Book
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Por miedo al pasado E-Book

Helen Brooks

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Beschreibung

Kim estaba encantada de ser la secretaria de Lucas Kane… hasta que se dio cuenta de que su nuevo jefe era irresistible. ¿Podría mantenerse firme en su decisión de no mezclar placer y trabajo? Lucas no solo era un empresario poderoso… para colmo, se llevó bien con su hija inmediatamente. Aquel hombre la asombraba. Sobre todo, cuando le dijo que no quería que lo suyo fuera pasajero. ¡La quería para siempre!

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Seitenzahl: 135

Veröffentlichungsjahr: 2015

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2001 Helen Brooks

© 2015 Harlequin Ibérica, S.A.

Por miedo al pasado, n.º 1243 - marzo 2015

Título original: The Irresistible Tycoon

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2001

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-5792-6

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

Kim, no sé si estás haciendo lo correcto. Ya tienes bastante con lo que tienes.

–No tengo elección, Maggie, lo sabes –contestó Kim seriamente.

–Pero… –Maggie Conway se quedó sin palabras, mirando fijamente a su amiga.

–Por favor, recoge a Melody del colegio, ¿de acuerdo? No creo que llegue más tarde de las cinco, pero ya sabes cómo es esto de las entrevistas. A lo mejor me hacen esperar un poco.

–Sin problemas –contestó Maggie.

–Gracias. No sé qué haría sin ti –dijo Kim abrazando a su amiga con cariño.

Kim salió de la casa de estilo victoriano pensando que Maggie era un ángel. Gorda y alta, pelirroja con el pelo rizado y cubierta de pecas de pies a cabeza, pero un ángel.

Kim pensó, mientras iba a la parada del autobús, que no habría podido aguantar los dos últimos años sin el apoyo y el sentido del humor de su amiga.

Se montó en el autobús y se puso a mirar por la ventana. Iba tan absorta en sus pensamientos que no reparó en el apuesto jovencito que tenía enfrente, que no podía apartar la mirada de ella.

Maggie era confidente, amiga, consejera y muchas cosas más. Lo único bueno de su relación con Graham, aparte de Melody, claro, había sido que las presentara.

Graham… Kim se obligó a no pensar en él.

No era el momento. Tenía una entrevista muy importante para el puesto de secretaria del presidente de Kane Electrical. Le habían dicho que había muchas candidatas y debía concentrarse en eso.

Quince minutos después, llegó a las afueras de Cambridge donde la empresa tenía sus oficinas. Entró y le dijo a la recepcionista que tenía una cita con el señor Lucas Kane a las dos y media.

–Bien –dijo la joven mirando a la mujer alta, rubia y discretamente vestida que tenía ante sí–. Señorita Allen, siéntese un momento, por favor, mientras le digo a la secretaria del señor Kane que está usted aquí –sonrió.

–Gracias –contestó Kim sintiéndose un poco intimidada porque el abrigo que llevaba era bueno, pero no nuevo. Tampoco lo eran el bolso ni los zapatos. Sin embargo, la recepcionista llevaba una camisa de seda de firma y el impecable corte de pelo tenía que ser obra de una las peluquerías más caras de Cambridge.

Se sentó y se dijo a sí misma que, aunque no fuera vestida a la última ni le cortara el pelo Vidal Sassoon, era una secretaria excelente, como aseguraban sus referencias.

De repente, entró un hombre cuya atención todo el mundo quiso atraer, incluida la recepcionista. Kim miró al hombre, que estaba de espaldas. No le cayó bien. Había entrado como si fuera Dios y todos los presentes se habían mostrado serviles, algo que a ella la irritaba profundamente porque seguramente lo hacían porque era rico y poderoso.

Kim lo miró con cara de asco mientras él iba hacia el ascensor y, repentinamente, el hombre se giró y la miró.

Dos ojos grises como el acero se clavaron en ella. No pudo disimular a tiempo y él enarcó las cejas, leyendo en la cara de aquella mujer el rechazo que le producía.

Kim se sonrojó y se dijo que había sido increíblemente maleducada. No le dio tiempo a nada porque el ascensor se cerró y él desapareció.

Cerró los ojos avergonzada. ¿Qué habría pensado aquel hombre? Estaba muy claro.

¿Quién sería? Obviamente, alguien importante. Tal vez un directivo de la empresa.

Se le pasó algo terrible por la cabeza. No, no podía ser Lucas Kane. Sería un desastre. No se merecía eso, se merecía un poco de buena suerte.

–¿Señorita Allen? –dijo una mujer alta y elegante tendiéndole la mano–. Soy June West, la secretaria del señor Kane. Acompáñeme, por favor…

–Gracias –dijo Kim mientras iban hacia el ascensor.

–Vamos con un poco de retraso porque esta mañana hemos tenido unas cuantas candidatas que se han puesto muy nerviosas –dijo June sonriendo educadamente.

–¿Es normal? –preguntó Kim también sonriendo.

–Me temo que sí. Si se convierte en su secretaria, trabajará con mucha tensión y tendrá que tomar decisiones usted sola. ¿Cree que podrá hacerlo?

–Sí –contestó Kim pensando que eso era exactamente lo que llevaba haciendo los dos últimos años. Y antes, también.

–Bien. He trabajado diez años para el señor Kane y le aseguro que no he tenido ni un momento de respiro. No siempre es fácil y, desde luego, el horario no es de nueve a cinco, pero es un jefe muy justo que se porta muy bien, ¿me entiende?

Kim asintió aunque no tenía muy claro a qué se refería.

–¿Le puedo preguntar por qué se va?

–Claro –contestó June mientras se abrían las puertas del ascensor–. Me voy a casar y mi futuro marido vive y trabaja en Escocia. Nos conocimos a través de Kane Electrical. Él tiene una empresa y es proveedor de esta, así que es imposible que abandone Escocia.

–Enhorabuena –le deseó Kim sinceramente.

–Gracias –dijo abriendo una puerta y añadiendo en voz baja–. Había renunciado a conocer al hombre de mis sueños, la verdad, pero, quien dijera que la vida empieza a los cuarenta, tenía toda la razón del mundo. Este es mi despacho –era una habitación grande y bien decorada, enmoquetada, con muebles de diseño y un potente ordenador–. Ahí está mi baño privado –añadió señalando una puerta–. El señor Lucas tiene uno para él, además de un vestidor y un saloncito, donde duerme a veces cuando hay mucho trabajo.

–Ya –contestó impávida. Estaba claro que buscaban a alguien que estuviera dispuesto a comer, respirar y vivir allí, que se dedicara completamente a la empresa. Ella no podía, con Melody.

En su currículum decía muy claramente que tenía una hija de cuatro años, pensó mientras se quitaba el abrigo y se sentaba. June desapareció en busca de su jefe.

Volvió a mirar a su alrededor. No se podía creer que hubiera llegado tan lejos en el proceso de selección, la verdad. Lo único que la había movido a enviar un currículum a finales de septiembre, hacía cuatro semanas, había sido la esperanza de que el puesto estuviera bien pagado.

–¿Señorita Allen? –dijo June–. Pase, el señor Kane la recibirá ahora.

Un segundo antes de franquear la puerta que separaba ambos despachos, Kim supo a quién se iba a encontrar sentado.

–Señorita Allen… –dijo una silueta de casi dos metros levantándose–. ¿Qué tal está usted? –sonrió el hombre estrechándole la mano. Seguro que, cuando la había visto en el vestíbulo, había sabido a qué había ido–. Siéntese, por favor.

No le iba a dar el gustazo de tartamudear ni de mostrarse nerviosa. Necesitaba un momento para recomponerse. Sonrió y se sentó muy digna a pesar de que le temblaban las piernas.

En el vestíbulo no se había dado cuenta, pero en aquellos momentos vio que Lucas Kane era un hombre tremendamente atractivo. No era guapo, pero tenía algo, aparte de una cara cincelada y un cuerpo musculoso.

–¿Sabe usted que está en el último paso del proceso de selección? Ya quedan muy pocas candidatas –dijo sin mirarla, leyendo lo que ella creyó que era su currículum.

–Sí, señor Kane –contestó mirándole el pelo, que era negro como el azabache y muy corto.

–¿Qué le hace pensar que debería elegirla a usted?

–Me parece que debe ser usted el que compare y elija, señor Kane –contestó fríamente.

–Claro –dijo él mirándola severamente. Era obvio que no le había gustado la contestación ni el tono de Kim.

Debía de esperar una respuesta estándar, pero Kim no había ido allí a darle gusto sino a decir la verdad. Ella había ido a hacer una entrevista, no a que la intimidaran.

Él la miró fijamente durante uno o dos segundos y ella no bajó la mirada. Luego, él apretó el interfono.

–¿Sí, señor Lucas? –contestó la voz de June.

–June, traiga café para la señorita Allen y para mí –Aquello era lo último que Kim esperaba–. ¿Prefiere té?

–No, café está bien, gracias –contestó ella en tono neutral.

–Bueno, señorita Allen… –dijo el señor Kane arrellanándose en su butaca de cuero y cruzando las piernas–. ¿Es usted una mujer entregada al trabajo?

Estaba claro que tenía que decir que sí.

–Mi trabajo es muy importante para mí –respondió ella pensando que no por lo que él se imaginaba.

–Veo que obtuvo muy buenas notas en la universidad –continuó él–. Supongo que, aparte de estudiar mucho, se le daba bien.

–Supongo que sí –dijo ella. No sabía por qué, pero sospechaba que la iba a atacar de alguna manera.

–Entonces, ¿por qué se casó nada más graduarse y tuvo familia a los pocos meses? Si quería dedicarse a su trabajo, no tiene mucho sentido, ¿no?

¡Maldición!

–Eso no le incumbe a nadie más que a mí, señor Kane –contestó fríamente. Muy bien, había explotado. Estaba todo perdido pero, de todas formas, no quería aquel trabajo.

–¿Conoció a su marido en la universidad? –preguntó él mirando más papeles en vez de contestarle de malos modos.

–Sí.

–Veo que se quedó viuda tres años después. Aquello debió de ser duro. Su hija tenía dos años cuando usted se quedó sola, ¿verdad?

–Sí.

–Menudo trago –Kim detectó que el tono frío del principio se iba dulcificando y, sin saber por qué, no le agradó. Se sorprendió a sí misma mirando aquellos hombros formidablemente fuertes–. ¿Le resulta doloroso hablar de esto? –Kim asintió dando las gracias por que pensara que su estado de agitación se debía a eso–. ¿Tiene usted algún problema en trabajar hasta tarde o en tener que viajar?

–No. Melody va al colegio hasta las cinco y media y, si yo no puedo ir a buscarla, una amiga mía que vive al lado irá. Si tengo que irme de viaje, Maggie se quedará encantada con la niña.

–Qué suerte.

Kim detectó crítica en su tono.

–Sí, tengo mucha suerte de tener una amiga como Maggie –contestó aunque le hubiera apetecido preguntarle si tenía algún problema con cómo se organizaba la vida.

–¿No tiene ningún familiar que viva aquí?

–No. Mi… marido era hijo único y sus padres eran muy mayores cuando lo tuvieron. Mi suegro está enfermo, así que no suelen salir de Escocia.

–¿Y su familia?

–No tengo familia –contestó, preguntándose qué tenía que ver todo aquello con sus cualidades para el puesto.

–¿A nadie?

–Soy huérfana desde niña. Me fui con una tía que era muy mayor, murió y sus familiares se quedaron con la casa, así que yo fui a parar a una casa de acogida. Supongo que tengo parientes lejanos en algún lugar, pero no los considero mi familia. Yo tengo mi vida y así está bien.

–Ya veo –dijo echándose hacia atrás en la butaca sin dejar de mirarla.

Kim no sabía qué estaría pensando aquel hombre, pero supuso que no tenía ninguna posibilidad de que le diera el trabajo.

–Veo que, desde que murió su marido, usted ha trabajado para el señor Curtis en Curtis & Brackley, ¿verdad? La empresa quebró hace un mes –dijo leyendo su currículum.

–Sí, eso fue cuando vi su anuncio.

–El señor Curtis ha escrito una carta de recomendación impresionante sobre usted.

–Era una empresa familiar, pequeña, en la que trabajé muy a gusto.

–Kane Electrical no es una pequeña empresa familiar. ¿Cree que podría con ello?

–No me habría molestado en perder el tiempo ni en hacérselo perder a usted si no creyera que sí, señor Kane –dijo de forma cortante. Aquello no era normal en ella, pero había algo en aquel tipo que la sacaba de sus casillas.

Vio que él apretaba los labios y, en ese momento, entró June con el café. Sabía que estaba roja y que no había contestado de la manera más adecuada para conseguir un trabajo, pero era culpa de aquel arrogante, prepotente.

–¿Tiene usted coche, señorita Allen?

–¿Qué? –dijo ella sorprendida derramando un poco de café.

–Coche, que si tiene coche –dijo él con condescendencia, lo que hizo que Kim tomara aire e intentara no volver a saltar.

–No, no tengo coche.

–Pero veo tiene carné de conducir. ¿Conduce usted bien?

–Sí, Maggie me deja su coche siempre que lo necesito.

–Ah, siempre Maggie.

Definitivamente, no le gustaba su tono. Abrió la boca para hacérselo saber y para decirle que se podía meter el trabajo por donde quisiera.

–Si fuera mi secretaria, le darían un coche, un BMW o algo así, porque no aguanto que mi secretaria llegue tarde por haber perdido el autobús o no pueda cruzar la ciudad a toda velocidad si la necesito. También existe un presupuesto para ropa –continuó. Kim se preguntó si se lo estaba diciendo para que viera todo lo que se iba a perder por no conseguir el puesto–. A veces, tendrá que ir vestida de gala, pero casi siempre bastará con trajes de chaqueta.

Lo había dicho muy diplomáticamente, pero le estaba dando a entender que su ropa no era como la que llevaba June. Eso ya lo sabía ella, pero no pudo evitar enrojecer. Desde que Graham había muerto, no se había comprado nada, solo ropa interior. No podía permitírselo.

–Entiendo –dijo en un hilo de voz tomando un trago de café que la abrasó por dentro.

Aquel hombre no tenía ni idea de cómo vivían los demás, pensó furiosa. Ella llevaba dos años de apuros económicos. Su matrimonio había sido una pesadilla provocada por las continuas borracheras de Graham, pero, después de su muerte, fue todavía peor porque tuvo que hacer frente a unas deudas terribles.

Al quedarse embarazada, se dio cuenta de que su Romeo universitario, guapo y encantador, se había convertido en un ser irreconocible, pero ella lo achacó al trabajo y al inesperado embarazado, ocurrido a raíz de una infección estomacal que había anulado los efectos de la píldora anticonceptiva. Nunca sospechó la verdad y se encontraba pagando deudas todavía e intentando salir adelante con su hija.

Maggie se había portado maravillosamente. Le perdonó las dos mil libras que Graham le había pedido, pero otros no habían sido tan magnánimos.

Intentaba que Melody fuera bien vestida, comiera bien y tuviera un entorno feliz, pero no era fácil. El diminuto estudio que alquiló tras quedarse viuda no era el mejor lugar y las deudas no se acababan nunca.

–Doy por hecho que, si la elijo a usted, podría empezar inmediatamente –dijo Lucas Kane.

–Sí, claro… –contestó. No estaba como para elegir, aunque no le gustara aquel hombre.

–¿Aceptaría el trabajo si la eligiera? –ella lo miró como si creyera que estaba jugando con ella. Ya estaba bien de manipulaciones, verdades a medias, engaños–. Perdón, se me había olvidado comentarle las condiciones económicas –añadió. Le dijo la cantidad como si nada. Era el triple de lo que ganaba en Curtis & Brackley. Kim lo miró boquiabierta–. Pago como nadie, se lo aseguro, pero también exijo lealtad absoluta y sólida fidelidad a Kane Electrical. En fin, pregúntele a la señorita West. ¿Me entiende?

–Supongo que con ese sueldo tan generoso, tiene derecho a esperar dedicación absoluta por parte de su secretaria, señor Kane.

–Bien, por fin, nos entendemos en algo –dijo levantándose, metiéndose las manos en los bolsillos y mirando por la ventana–. No me ha contestado, señorita Allen.

–¿Cómo?

–No me ha dicho si aceptaría el trabajo.

–Sí, sí lo aceptaría –contestó pensando que era uno de los hombres más altos que había visto en su vida.