Por voluntad del Señor - María Eugenia Chagra - E-Book

Por voluntad del Señor E-Book

María Eugenia Chagra

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Beschreibung

Con palabra precisa, aguda y sugestiva, la autora introduce al lector en la escena, conduciéndolo a experimentar aromas, colores, voces, penas y satisfacciones de la cotidianeidad de diferentes personajes que integran una zona de encuentro de las dos caras de una misma pequeña ciudad: la de los dueños y la de los entenados, hijos de nadie, laburantes, pobres y de piel más oscura. Enclave de trajín y de mezclas, de olores y colores penetrantes. Enorme espacio nutriente, complejo entramado en el que subyacen sórdidas historias que, ante la irrupción de un hecho insólito, desatan toda su fuerza.

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POR VOLUNTAD DEL SEÑOR

POR VOLUNTAD DEL SEÑOR

MARÍA EUGENIA CHAGRA

Chagra, María Eugenia

Por voluntad del Señor / María Eugenia Chagra. - 1a ed. - Salta : Biblioteca de Textos Universitarios, 2021.

Libro digital, EPUB - (Quena ; 3)

Archivo Digital: online

ISBN 978-950-851-114-0

1. Narrativa Argentina. 2. Literatura Argentina. 3. Novelas de la Vida. I. Título.

CDD A863

© 2021, por BTU (BIBLIOTECA DE TEXTOS UNIVERSITARIOS)

Colección Quena, vol. 3

Dibujo de tapa: Martín Aibar

Arte de tapa de la colección

y adaptación para cada título: Carolina Ísola

Domicilio editorial: Los Júncaros 350 - Tres Cerritos - 4400 Salta

Teléfono: (+54) 387 4450231

Depósito Ley 11.723

ISBN: 978-950-851-114-0

Digitalización: Proyecto451

Todos los derechos reservados.

Índice de contenidos

Portada

De una ciudad casi antigua y de su muy devota población

De la Novena y su introducción

De los tiempos de novena en la iglesia principal y de la enunciación de ciertos acontecimientos inesperados que habrían de acaecer

De la Señora y sus penosas circunstancias

De la niña, sus dudas y remordimiento

De las panaderas, de la historia de sus padres y de cómo terminaron vendiendo panes en el mercado

De la viuda, de sus tristes y llorosas condiciones y de cómo la Pancha llegó a su vida

De la empanadera, de su llegada a estas tierras, de las ilusiones perdidas y de su férrea voluntad

De la María, el César y del amor apasionado que vivían a escondidas

De la Marta y de su triste espera

De cuando volvió el José desesperado por encontrarse con la Marta y planificar su futuro

Del día en que la señora demoró su llegada y de la sorpresa que provocó en algunas personas

De la niña y de su paseo por el mercado en tiempos de novena

De las actividades de distintas personas y del ánimo de diferentes interesados en los tiempos de novena en la ciudad

De la Iglesia Matriz en donde se veneraba al Santo Patrono, y de los devotos promesantes

De cómo la presencia policial modificó la índole de las relaciones entre las panaderas y cierto caballero

De cómo los aires festivos parecían mejorar el ánimo de casi todos

De los pedidos y las promesas de cada quien y de cada cual

De cómo la Nicolasa le habló al José

De cómo en el momento menos esperado aconteció el hecho que lo cambiaría todo

De cómo algunos aprovecharon la circunstancia, el miedo y la confusión

De la actuación de las fuerzas de seguridad durante los acontecimientos desencadenados por la explosión… y un poco después

De la viuda y la Pancha

Del miedo por lo sucedido y de su final

De las panaderas y de don Rodolfo que supo estar a la altura de las circunstancias

De la Nicolasa y de cómo supo ponerle el pecho a la situación

Del arribo del César, del José y de los acontecimientos que a continuación se precipitaron

Del duro peregrinar de la Nicolasa y de cómo ciertos hechos del pasado vinieron en su auxilio

De la Señora, de su triste final y del desconcierto de la niña

De cómo la ciudad volvió a recuperar su ritmo normal y de cómo cada quien volvió a lo suyo y la Novena a su fin

Y de cómo, por los acontecimientos mencionados, la población logró trascendencia nacional

Del final…o casi

De cómo la niña perdió su inocencia

De cuando la niña, pasados los años, comprendió por fin

A la inocencia perdida

De una ciudad casi antigua y de su muy devota población

Ciudades como esta han existido siempre. Y siempre existirán. En todo lugar, en distintas geografías. Con algunas escasas variantes debido al clima, la latitud y alguna que otra cuestión, pero, en su esencia, casi idénticas.

Mas, en la que hoy nos ocupa, ocurrió un hecho extraordinario.

Era tan solo una pequeña ciudad con resabios de pasado glorioso y opulento, al menos en lo que guardaba de casonas coloniales, patios empedrados con perfume a azahares y madreselvas, iglesias de altares repujados y señores de estirpe aristocrática, quién sabría decir si auténtica, o fabricada tras riquezas dudosamente habidas en ingenios y haciendas feudales…, pero eso ya es motivo de otros cuentos.

Quizás una de sus particularidades más destacadas consistía en estar enmarcada por un aro de cerros verdes y floridos, fecunda matriz plena de aromas, agradable en sus temperaturas invernales y en su ritmo.

Paseo de forasteros, orgullo de pobladores. Calma, casi perdida, a orillas del mundo, marginal.

Como toda ciudad provinciana, su vida se desarrollaba alrededor de la plaza, circundada por la casa de gobierno y la iglesia principal, sede del Santo Patrono y de las misas de once, convocantes de las más antiguas familias del lugar.

Y también, pero más alejado del centro cívico y comercial, el mercado, zona de encuentro de las dos ciudades, la de los dueños y la de los entenados, hijos de nadie, laburantes, pobres y de piel más oscura. Enclave de trajín y de mezclas, de olores y colores penetrantes. Enorme espacio nutriente.

Pacífica y serena, según lo que se podía entrever en su superficie. Solo conmovida de tanto en tanto por alguna festividad particular, como el caso de la novena, tiempo en el cual la ciudad y para qué decir su mercado, bullían de energía y color.

Porque si había una época efervescente era esta, donde se rendía piadoso culto al Santo Patrono que, según parecía por lo que comentaban los pobladores, los protegía de cuanto mal existiera en el mundo, siempre y cuando no se olvidaran de él, agasajándolo con rezos y flores y lo sacaran en multitudinaria procesión por lo menos una vez al año, como mandaba la tradición y lo recordaba la Introducción a la Novena.

De la Novena y su introducción

NOVENA DEL SEÑOR DE LAS TORMENTAS

Venerado y amado en esta provincia de la cual es su Santo Patrono

Compuesta en el año del Señor de 1701

Capilla de los Milagros

1975

INTRODUCCIÓN

HISTORIA DE LA LLEGADA DE LA SANTA IMAGEN

Según cuenta la historia, repetida por devotos cristianos, la hermosa imagen del Señor de las Tormentas fue enviada desde la Madre Patria hacia estas latitudes, arribando alrededor del año 1600.

Venía guardada en una gran caja de madera lustrada y sobre la tapa llevaba una placa de bronce que indicaba que debía ser entronizada en la Iglesia Matriz de esta ciudad.

Una comitiva de ilustres la recibió cumpliendo con cuanto se había ordenado y dedicándole un culto especial. Culto que con el correr de los años fue olvidado, junto con el Santo Patrono.

Fue en el año del Señor de 1700 que se desató en la provincia una tormenta de tales características, que media ciudad quedó destruida y cientos de pobladores desaparecidos. Solo se calmó dicha tormenta cuando fue sacada la imagen en procesión acompañada por las autoridades provinciales, clericales y pueblo en general.

Desde entonces, todos los años para la misma fecha, se celebran las festividades del Santo, con el rezo de la novena que fue escrita para reverenciarlo y que culmina con una procesión, siendo que nunca más debieron lamentarse catástrofes naturales ni de ninguna otra índole, bajo el resguardo del Patrono.

Se conceden indulgencias a quienes hagan esta Novena.

De los tiempos de novena en la iglesia principal y de la enunciación de ciertos acontecimientos inesperados que habrían de acaecer

En tiempos de novena, la iglesia principal, engalanada e iluminada, cobijaba un hormiguero fervoroso en movimiento continuo, de religiosos, fieles, prome­santes, mujeres, viejos, niños y hombres temerosos de Dios.

El mercado se sumaba a las festividades, henchido de vida con la multitud que lo paseaba, comprando, comiendo o aprovechando para aumentar las ventas.

Quién iba a imaginar que en medio de tanta fiesta y fervor conjugados, un hecho totalmente inesperado cambiaría el curso de los acontecimientos y llevaría a la ciudad a la primera plana de los diarios de todo el país, y no por el Santo o la Novena precisamente, que eso es algo por demás repetido en las más diversas poblaciones, sino por este episodio absolutamente inusual, del que todos fueron protagonistas, cada uno a su manera, y que a lo largo de sus existencias calmosas y provincianas, en medio de tertulias o del trabajo, les daría de qué hablar.

Pero para algunos en particular, ese hecho concurriría a torcer el curso de sus vidas o a cumplirles cierto vaticinio o deseo. Por lo menos así lo quisieron creer.

Porque, en definitiva, quién puede saber con exactitud y sin dudas, cuál es la razón o razones que contribuyen para que acontezcan ciertos hechos. Y del mismo modo, cómo es posible determinar en qué momento estos comienzan a gestarse y cómo terminan de precipitarse.

Seguramente nadie podrá determinar cuál es la verdad, aunque cada uno alentará la suya, para su tranquilidad y por qué no, para su beneficio personal.

De la Señora y sus penosas circunstancias

Todo estaba casi dormido a primera hora de esa mañana fría y plomiza de finales del invierno.

Entonces llegó la señora, temprano, muy temprano, como todas las mañanas, sostenida por el viejo que la tomaba del brazo para que sus pies doloridos por años de inmovilidad forzada pudieran arrastrarse hasta el cajón que era su asiento y su prisión cotidiana. Aparecieron por la esquina del mercado con la primera claridad mañanera. El viejo la ayudó a sentarse en el umbral de la enorme puerta de hierro que todavía estaba cerrada. Allí quedó, minúsculo bulto encogido e indefenso.

Allí quedaría, hasta que al anochecer el viejo la buscara, expuesta sin piedad a los niños que jugaban a su alrededor mientras hurgaban los grandes tachos de basura en busca de las ansiadas sobras, y que de vez en cuando le robaban sus monedas, compelidos ellos también por la necesidad, el hambre y la orfandad. Al frío del invierno, a la lluvia que salpicaba sus toscos y gastados zapatos o al calor humedecido de los eneros provincianos.

Siempre en la misma posición. Siempre en el mismo lugar. Siempre con el mismo vestido oscuro y largo contra el viento o bajo el sol.

Siempre con la misma mantilla rotosa que cubre su cabeza blanca, enmarcando el rostro ajado y gacho que esconde los ojos velados, haciéndola parecer una gastada virgen de la desolación.

Por la calle lateral, van y vienen camiones y carros transportando bolsas y cajones de frutas y verduras, que en medio de los gritos de los changadores son recibidos en los distintos puestos del mercado. De vez en cuando se produce alguna riña, a la que nadie presta atención, porque alguien ve su lugar arrebatado por otro desesperado. Cosas de la supervivencia y la miseria.

Ella percibe los gritos, las risotadas, los ruidos y las peleas, pero nadie le habla ni tampoco la escucha. Siempre quieta en su lugar, presente pero ajena, testigo silencioso de las vidas y determinaciones del pequeño mundo que la rodea.

Poco a poco cesa el ruiderío de la calle y comienza el movimiento en el interior del mercado. Otros sonidos, otras voces, los puesteros acomodando sus pequeños lugares. Los saludos, el trajín, y cada uno a lo suyo. Disimular la mercadería de ayer con alguna que otra nueva. Sacarles brillo a las manzanas y a los tomates. Barrer los despojos que arrastran como reguero los changarines. Que cada puesto aparezca mejor que el otro para ganarse los clientes que pronto llegarán.

El gran hormiguero en pleno movimiento, saturado de colores, olores y sudores.

Afuera la señora en su eterna espera, de la mañana a la noche, a la puerta del mercado, al margen de todo, sobre esa calle que marca un límite imaginario entre la ciudad de la «buena» gente y la otra, la que vive como puede de su trabajo a destajo, la sin tiempo, sin nombre, ni futuro.

De una vereda el mercado, que ocupa el centro de la cuadra con su frente y su entrada principal, abarcando en su interior todo el corazón de manzana, extendiéndose en anchos brazos que encuentran su salida en las tres calles circundantes que conforman una gran cruz.

El resto de la vereda, al igual que la de enfrente, plagada de negocios y, entre ellos, alguna que otra casa de familia con umbrales de granito y pasillos algo sombríos.

De la niña, sus dudas y remordimiento

La fresca mañana empezó a clarear algo más temprano, señal de que el invierno acababa.

De una de las casas, casi en la otra esquina en diagonal con el mercado, salió la niña con su guardapolvo blanco rumbo a la escuela. Antes de dar la vuelta volteó la cabeza para mirar con temor hacia el rincón de la señora; su miedo se confirmó, allí estaba ella, en medio del frío y la soledad, en su eterno y oscuro lugar.