Tan solo mujeres - María Eugenia Chagra - E-Book

Tan solo mujeres E-Book

María Eugenia Chagra

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Beschreibung

La niña-mujer tímida, tan tímida que necesita desaparecer para los ojos de los demás. La joven sola que imagina una vida mundana y placentera. La niña criada sin afecto alguno y que necesita exasperadamente del roce de la piel de los otros. La triunfadora que al final queda sola. La mujer altiva, envidiosa y siempre insatisfecha. La bailarina que desaparece en el éxtasis del baile. La intransigencia y la amargura sin par en un cuerpo de mujer. La maternidad torturada y torturadora. La artista de la seducción. La maldición de los atractivos femeninos. El sojuzgamiento, la buena educación y la liberación final.   Una vida desabrida. La obsesión sin fin por la belleza. La acumuladora. La chismosa sin remedio. La melancólica sin fin. La charlatana, la sabia, la estudiosa. Muchas posibles formas de ser mujer llevadas hasta el extremo de lo ridículo, lo terrible o lo imposible. Obsesiones, anhelos, complejos, libertades, dominaciones, risas, llantos... Cada tinte, cada nota de personalidad desemboca inevitablemente en el extremo de desatar cataclismos imposibles de contener.

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TAN SOLO

MUJERES

TAN SOLO

MUJERES

MARÍA EUGENIA CHAGRA

Chagra, María Eugenia

Tan solo mujeres / María Eugenia Chagra. - 2a ed. - Salta : Biblioteca de Textos Universitarios, 2022.

Libro digital, EPUB - (Quena)

Archivo Digital: online

ISBN 978-950-851-128-7

1. Narrativa Argentina. 2. Mujeres. 3. Vida Urbana. I. Título.

CDD A863

© 2022, por BTU (BIBLIOTECA DE TEXTOS UNIVERSITARIOS)

Colección Quena, vol. 7

ISBN: 978-950-851-128-7

Depósito Ley 11.723

1a. ed.: 1997 (Col. La otra cara de la moneda, 3)

Dibujo de tapa: Martín Aibar

Arte de tapa de la colección y adaptación

para cada título: D.G. Carolina Ísola ([email protected])

[email protected]

@edicionesbtu

Teléfono: (+54) 387 4450231

Digitalización: Proyecto451

Todos los derechos reservados.

Índice de contenidos

Portada

Portadilla

Dedicatoria

Agradecimientos

Comienzo de lectura

A las mujeres de mi pequeño mundo,

mi madre, mi tía Sara, aunque ya no estén,

mi hermana, mi hija, mis nietas

Mi agradecimiento a:

Las mujeres que conozco y no tanto, porque por ellas escribo.

UNAS APARECEN

(algunas apenas)

OTRAS DESAPARECEN

y las hay que tienen

UN DULCE FINAL

Todas guardamos un poquito de todas.

De los deseos, sueños y fantasías.

De los miedos, debilidades y miserias.

Un poco más, un poco menos, más evidente o más oculto, nos parecemos…

nos reconocemos.

Sobrellevamos nuestras vidas y nuestro sexo como podemos. Igual que todos.

Había sido

una niña muy delgada a la que le gustaba jugar a las escondidas.

Su madre siempre la estaba buscando en algún lugar oscuro y oculto entre quejas y protestas y mandándola a comer.

La obligaba a engullir sopas sustanciosas, carnes sangrantes y alguna que otra cucharada de aceite de hígado de bacalao, preocupada por la extrema flacura de la niña, con lo que solo lograba aumentar la resistencia de esta que se las arreglaba para escabullirse de algún modo y, cuando esto le era imposible, pasarles sus comidas subrepticiamente a los animales de la casa.

Era una constante preocupación para la familia. Pero ella solo quería que la dejaran en paz. No quería ser vista, y si engordaba, esconderse se le haría una tarea mucho más difícil.

Su intención era reducirse a la mínima expresión y andar por los rincones para evitar las miradas.

Poco a poco y por etapas desarrolló su arte de desaparecer.

Un día se escondió tras un armario y se pasó el día ahuecando la pared mientras chupaba el revoque de sus dedos. Le gustó el sabor metálico. La buscaron con desesperación hasta que decidieron llamar a la policía. Entonces apareció silenciosamente con la boca embadurnada de cal y arena.

Siguió creciendo, lo cual es un decir porque, así como ganaba en altura se reducía en volumen.

Hacerse mujer la disgustó en demasía. Era más difícil evitar las miradas y esconderse en los rincones. La verdad, no entendía para qué estaba en el mundo, lo único que deseaba era desaparecer.

Empezó a practicar otras técnicas de desaparición. Ahora lograba esconderse por pedazos. Nadie sabía cómo lo hacía, pero era como si plegara pedazos de sí misma.

Aprendió a esconder un brazo, luego el otro. Un trozo de su cara, una pierna en la otra.

Podía hacer desaparecer cualquier parte de su cuerpo cada vez con más eficiencia.

La familia, desesperada, decidió internarla. Entonces ella se retiró en absoluto silencio como sabía hacerlo. Sin llamar la atención y haciendo un esfuerzo máximo, desplegando su arte hasta las últimas consecuencias, se fue plegando por partes. De vez en cuando se escuchaba un tenue crujido, tan tenue que no alertaba a nadie.

Cuando la fueron a buscar no la pudieron encontrar. Ella desde un rincón los observaba en silencio. Era solo una línea confundida en la esquina de la habitación con un enorme par de ojos que todo lo miraban.

Desde entonces no se supo más de ella (para alivio de la familia), y todo se desenvolvió normalmente, solo que a veces aparecen pequeños agujeros en las paredes de la casa que nadie puede explicar.

Ellos andaban

por todas partes, viajaban por el mundo, conocían lugares exóticos y se codeaban con las mejores gentes. Ahora tenía a su lado una vida plena de felicidad, de acontecimientos extraordinarios y de placer. Atrás habían quedado sus días de encierro y de quietud.

Él solía regalarle vestidos finísimos y joyas exquisitas que adornaban más su ya envidiable belleza que paseaba con orgullo por todos lados. Juntos recorrían los más hermosos lugares, los ámbitos más refinados, los países más lejanos. Nunca permanecían demasiado tiempo en el mismo sitio, él sabía que ella se entristecía.

Qué más podía pedirle a la vida, lo tenía todo y no deseaba nada más.

Que las gentes creyeran que esa que asomaba quieta, con la mirada perdida tras los visillos de la ventana, podía ser ella, era lo único que a veces, solo a veces lograba inquietarla un poco.

La primera

vez que la vi me llamó la atención que llevara las manos cubiertas con apretados guantes en una época en que ya nadie los usaba. En esa misma ocasión, arrancándose uno intentó tocarme la cara, pero la alejaron inmediatamente; igual ese mínimo roce me produjo una impresión fuerte y desagradable, su mano era húmeda, caliente, y su piel muy gruesa, sentí una repulsión enorme y di un paso atrás en forma evidente a pesar de que su mirada entre triste y ansiosa me partía el corazón.