Proclamas - Xavier Mina Larrea - E-Book

Proclamas E-Book

Xavier Mina Larrea

0,0

Beschreibung

Proclamas y otros escritos reúne los textos hasta hoy conocidos del navarro Xavier Mina, en un primer intento de presentar su pensamiento e ideas que explican y justifican sus acciones a lo largo de su breve pero intensa carrera político-militar en España y México. Esta obra incluye las Proclamas publicadas en México –con un estudio analítico de las de Galveston (1816) y Soto la Marina (1817)–, y una amplia correspondencia y partes militares de su periodo como general insurgente. A continuación se recogen todos los escritos conocidos y recuperados, desde la primera "carta a sus guerrilleros" en abril de 1814, los interrogatorios franceses, la correspondencia de Vincennes, las cartas a las autoridades inglesas y las que escribió a Lord Holland –especialmente las firmadas en Baltimore y Haití–, así como las que intercambió en Galveston con Ortíz de Zárate, representante del Congreso de México en Estados Unidos, a quien sometió su voluntad de integrarse en la lucha por la libertad en México. Proclamas y otros escritos completa el elenco de obras escritas o editadas por el doctor Manuel Ortuño Martínez, dedicadas a la recuperación de este personaje extraordinario, lazo excepcional de unión entre españoles y mexicanos en sus luchas por la libertad y la independencia en España y México.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 191

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Xavier Mina Larrea

Proclamas

y otros escritos

Prólogo de Alberto Gil Novales

Edición de Manuel Ortuño Martínez

Trama editorial

Índice

Portada

Portada interior

Prólogo

Introducción

I. Proclamas, correspondencia y partes de guerra (1817)

Proclamas

PROCLAMA DE GALVESTON

PROCLAMA DE SOTO LA MARINA

PROCLAMA A SUS SOLDADOS

PROCLAMA A LOS SOLDADOS REALISTAS

PROCLAMA DE JAUJILLA

ANÁLISIS COMPARADO DE LAS PROCLAMAS DE GALVESTON Y DE SOTO LA MARINA

Correspondencia

A D. FELIPE DE LA GARZA, TENIENTE CORONEL DEL EJÉRCITO REALISTA

AL BRIGADIER JOAQUÍN ARREDONDO, GOBERNADOR DE LAS PROVINCIAS INTERNAS

A D. ESTEBAN PERIER, CAPITÁN FRANCÉS DE LA EXPEDICIÓN

A MIGUEL DE APEZTEGUÍA

AL ALCALDE DE CRUILLAS (TAMAULIPAS)

AL CURA Y VICARIO DE CROIX (TAMAULIPAS)

A UNA AUTORIDAD LOCAL

A SU PADRE

Partes de guerra

AL PRESIDENTE Y VOCALES DEL GOBIERNO PROVISIONAL MEXICANO

A DESTINATARIO DESCONOCIDO

AL PADRE JOSE ANTONIO TORRES, TENIENTE GENERAL

AL PRESIDENTE Y VOCALES DEL GOBIERNO PROVISIONAL MEXICANO

AL PADRE JOSE ANTONIO TORRES

A D. JOSÉ MARÍA FIGUEROA

AL MINISTRO DE LA GUERRA DEL GOBIERNO PROVISIONAL MEXICANO

AL LIC. YGNACIO AYALA, PRESIDENTE DEL GOBIERNO PROVISIONAL MEXICANO

AL PADRE TORRES

II. Caída y prisión

Pamplona y Bayona (1810)

CARTA A SUS GUERRILLEROS

INTERROGATORIO

Vincennes, París (1810-1813)

INTERROGATORIO

A M. DESMARETS, PREFECTO DE LA POLICÍA

A M. DESMARETS, PREFECTO DE LA POLICÍA

A SU PADRE

Al SR. SAN MARTÍN

A M. DESMARETS, PREFECTO DE LA POLICÍA

A LOS SRES. D’ESPAGNE, BANQUEROS

A M. DESMARETS, PREFECTO DE LA POLICÍA

AL EMPERADOR NAPOLEÓN BONAPARTE

III. Intermedio en Madrid

Madrid (1814)

CARTA AL PERIÓDICO «EL PROCURADOR GENERAL DEL REY Y DE LA NACIÓN»

PIE DE UNA ESTAMPA Y ANUNCIO DE PRENSA

IV. Preparativos de la Expedición

Londres (1815-1816)

A LORD CASTLEREAGH, SECRETARIO DE ESTADO

A LORD HAMILTON, SUBSECRETARIO DE ESTADO

A LORD CASTLEREAGH, SECRETARIO DE ESTADO

A LORD HOLLAND

A LORD HOLLAND, EN EL INICIO DE LA TRAVESÍA

Baltimore (1816)

A FRANCISCO DE FAGOAGA, POSTDATA

A LORD HOLLAND (Y RESPUESTA DE ÉSTE)

A JOSÉ MARIANO DE ALMANZA, LIBERAL VERACRUZANO

Puerto Príncipe, Haití (octubre de 1816)

A MARIANO MONTILLA, INSURGENTE VENEZOLANO

A LORD HOLLAND Y LORD RUSSELL

A Mr. DENNIS A. SMITH, COMERCIANTE DE BALTIMORE

Galveston (diciembre de 1816)

A MR. DENNIS A. SMITH

AL CORONEL ORTÍZ DE ZÁRATE, REPRESENTANTE DEL CONGRESO MEXICANO (Y RESPUESTAS DE ÉSTE)

ACTA DEL GOBIERNO PROVISIONAL DE GALVESTON

Créditos

Xavier Mina Larrea

Prólogo

La fecunda actividad de Manuel Ortuño Martínez en torno a los personajes de su particular elección historiográfica, le lleva ahora a dar a la estampa las Proclamas y otros escritos de quien un día fuera conocido como Mina el Mozo, para diferenciarlo de su tío, y en gran parte sucesor, Francisco Espoz y Mina. Para el público culto, por lo menos español, no hay confusión posible entre uno y otro; pero en el extranjero, sobre todo en el siglo XIX y en gran parte del XX, abrumadoramente, cuando escriben Mina quieren decir Espoz. Sin prejuzgar nada, y sin ánimo de rebajar el significado de éste, Manuel Ortuño ha llevado una simpática campaña para denominar con su apellido a Xavier Mina y para restablecer el de Espoz a su tío. ¿Minucias? No: claridad, desde el principio, para ser fieles a aquello que cantara Jorge Guillén: «Claridad, potencia suma / mi alma en ti se consuma». El título de Proclamas y otros escritos ya lo había utilizado Manuel Ortuño en el capítulo 3 de Expedición a Nueva España de Xavier Mina. Materiales y ensayos (Pamplona, 2006). Allí están los documentos comentados que volvemos a encontrar en la presente edición, pero ahora le añade todo lo referente a la Guerra de la Independencia que en aquella publicación estaban completamente ausentes. Así ganamos en perspectiva.

El personaje lo merece. Los aficionados a estas cuestiones aprendimos a conocerlo en el libro de Martín Luis Guzmán: Mina el Mozo, héroe de Navarra (Madrid, Espasa-Calpe, 1932). El formidable novelista mexicano insistía, con su título, en la españolidad navarra de Mina, precisamente porque lo mexicano se daba por descontado, y queda especificado en el libro. Este es el nivel, y la herencia, que ha recogido Manuel Ortuño, junto con otras aportaciones, en su larga dedicación a Xavier Mina. Mina aparece en la historia nacional como un estudiante, por lo que también se le llamó El Estudiante, uno de los muchos que en la coyuntura de 1808 tuvieron que trocar los libros por las armas para combatir al invasor de España. Es, pues, Xavier Mina un guerrillero, creador de una partida a la que trató de infundir un alto sentido moral. Con ella se enfrenta a las tropas napoleónicas en lo que se llamó el Corso Terrestre de Navarra. Plantea, por tanto, el problema de conocer sus acciones concretas, y sus ideas, en lo personal, y también como paradigma de los guerrilleros, tan ensalzados como denostados en los dos últimos siglos (los brigands del vocabulario francés, brigantes se dijo en español). Es evidente que en estos dos siglos hemos avanzado mucho en el conocimiento de la cuestión, y aunque no se ha llegado a la unanimidad, cosa difícil de alcanzar dada la subjetividad de los escritores, por lo menos propios y extraños se han puesto de acuerdo en que con la Guerra de la Independencia apareció en España un fenómeno guerrillero al que se le han encontrado precedentes e influencias y concomitancias en otros países. Conocer la imagen temprana que Xavier Mina se forjaba de sí mismo, y de su condición guerrillera, no es pequeña aportación.

Herido en un brazo, lo que le causaba grandes dolores, Mina fue derrotado y hecho prisionero. Fue llevado a Bayona y después a Vincennes, en donde sufrió los sólitos interrogatorios (que Ortuño reproduce) y conoció la vida carcelaria. A través de estas experiencias, Mina se está convirtiendo en un protagonista de primera magnitud. Liberado al final de la guerra, conspiró en Madrid a favor de la libertad y tomó parte, junto a su tío, en el pronunciamiento de Pamplona de septiembre de 1814. Fracasado el movimiento, Mina tiene que pasar al exilio, primero en Francia y desde abril de 1815 en Inglaterra. Malas noticias llegan de España, en donde el absolutismo de Fernando VII revela cada vez más su carácter feroz y en donde las intentonas liberales parecen condenadas al fracaso. Especialmente dolorosa fue para Mina la derrota de Juan Díaz Porlier, El Marquesito, en septiembre de 1815. La lucha contra la barbarie fernandina se le está convirtiendo en algo más que una disidencia en las concepciones políticas; es algo personal, algo por lo que merece la pena jugarse la vida. Si hay que descartar, por imposible, toda acción en la Península, en el mundo abigarrado del Londres de aquella época surge la idea genial: Mina se propone golpear al absolutismo en una de sus fuentes más sensibles, México. Este es el origen de la expedición que Mina organiza y que sale en mayo de 1816 para Nueva España y, después de pasar por circunstancias muy difíciles, desembarca el 21 de abril de 1817 en Soto la Marina, ya territorio mexicano. Sus acciones de guerra se prolongan durante siete meses, pero al fracasar en la toma de Guanajuato fue hecho prisionero y fusilado el 11 de noviem­bre de 1817.

México adquirió con su persona y con su acción un héroe nacional, y también España. Esto es muy importante. Los documentos publicados en este libro demuestran la profundidad de la conciencia de Mina, quien siempre rechazó airado que se le considerase traidor a la causa nacional. Luchando en México, lucha por España. Ante la crisis que empieza en 1808, los españoles de ambos hemisferios reaccionan como españoles que son (cuando al cura Morelos, prisionero, se le preguntó por su nacionalidad, contestó sin dudarlo: español). Esto no es óbice para que pueda y deba señalarse en el interior de los diversos movimientos americanos una oposición entre criollos y peninsulares. También los criollos eran españoles, continuadores de una herencia multisecular. Cuando el Imperio español se fracciona, el fraccionamiento afecta a ambas orillas, no se trata de movimientos en los que cada cual tira por su lado. Diferente cuestión es si habría sido mejor que continuase la unidad, pero este pensamiento es todo lo más un futurible, algo que no se dio, y por lo tanto no es histórico. En el plano de las creencias vulgares ha sido frecuente, sin embargo, pensar en los futuribles como algo que no se realizó por la maldad de unos pocos. Esto aparece a menudo en los españoles europeos, pero no exclusivamente. En los años 50 y 60 del siglo XX andaba por Madrid un colombiano que todavía creía, y decía, que los líderes de la Independencia de su país habían sido unos traidores. Ese colombiano se encontraba en Madrid como en su casa, y eso está bien, pero sus opiniones políticas eran ahistóricas y superconservadoras. Las mismas que mantenían gran parte de las autoridades madrileñas, incluso todavía a comienzos del siglo XX, por una reacción que el conflicto de Cuba (1895-1898) había vuelto a poner de actualidad. Esas autoridades no perdonaban al gran José Martí que hubiese planeado la guerra contra España, y ello por ignorancia de lo que la Independencia significaba para Martí, su alto sentido moral, que era en definitiva la salvaguardia creadora de lo mejor de la herencia española. La historia de la cultura española se estaba haciendo desde España y desde América, sin que la independencia significase ninguna interrupción en este terreno. Cervantes es tan de la España europea como de la América independiente, sin perjuicio de su significación universal. Afortunadamente en la misma España existió, desde el principio, otra línea interpretativa, la de la unidad de la historia revolucionaria de España y de América, línea que acaso culmina en aquella grandiosa expresión, casi bíblica, de Joaquín Costa: «Y se regocijarán desde la otra vida las almas de Riego y de Bolívar, estas dos grandes figuras de nuestra historia; que al fin la obra que emprendieron debe dar sus frutos, y no permanecer por siempre baldía y estéril» (Joaquín Costa: Historia crítica de la Revolución española, 1874, aunque inédita hasta que la publiqué en Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1992 [la cita en la p. 208]).

Desde el llamado precursor de la Independencia, Francisco de Miranda, hasta José Martí, pasando por Simón Bolívar, José de San Martín y todos los grandes nombres de la Independencia latinoamericana, la lucha significó asunción de la soberanía, y por tanto de la capacidad de decisión; y no enemistad hacia una España, que era también la suya, en cuanto ente colectivo dotado de lengua y cultura. Entre esos nombres eminentes se encuentra Xavier Mina, y así alcanza la plenitud de su significado. Por esta razón, Manuel Ortuño, en su edición, empieza por las proclamas de Mina en tierras americanas, 1817 (sobre las que ya había trabajado antes), y sólo después vuelve a los escritos anteriores, los de Navarra en 1810 y luego los de Vincennes, Madrid, Londres, Baltimore y Galveston en 1816. Al principio sorprende esta ordenación del material, pero creo que se debe a la intención de subrayar, incluso físicamente, la categoría de la acción mexicana de Mina. Si toda la vida de un hombre entra en su significación histórica, y no podemos caprichosamente prescindir de ninguna parte de su trayectoria, la acción de Nueva España representa al máximo la culminación de la existencia de Xavier Mina. Dicho de otra forma: toda la vida de Mina posee una gran lógica interna, y a la vez va increscendo. El editor se ha esforzado por explicar cómo surgieron los documentos y el sentido de sus alusiones e implicaciones temporales.

Libros como éste nos llevan a la conciencia de la unidad a que antes me he referido. Creo que la historiografía ha hecho grandes progresos en los últimos años. Las cosas son muy complejas. Actualmente, en relación con América, se habla de las revoluciones blancas representadas al máximo por la Independencia de los Estados Unidos. Unos años después, al producirse la insurrección de los negros libres y esclavos de Haití, hubo que admitir la existencia de una revolución negra, aunque todavía Toussaint Louverture fechase en Plaisance, 2 brumario año 7 de la República francesa, una e indivisible (23 de octubre de 1798), el escrito por el que expulsaba de la antigua colonia al último representante de Francia (publicado por Jean Charles Benzaken en Dix-Huitième Siècle, París, n.º 43, 2011, 388-389). La fórmula antecede a los documentos de las Juntas americanas, que decían obrar en nombre de la soberanía de Fernando VII. En esos años era imposible pensar en una revolución cobriza, aunque los indígenas tomasen parte en todas las guerras, en ejércitos contrarios precisamente.

¿Qué tiene que ver todo esto con Xavier Mina? Los textos reunidos por Manuel Ortuño nos lo presentan como heraldo de una revolución que empieza por ser mexicana, pero es también española. No obstante su muerte (siempre hay un bárbaro en nuestros conflictos civiles), la revolución se hizo continental. Acaso Mina, como el Cid, ganó una batalla después de muerto, puesto que su propio óbito se inserta en esa espléndida realidad del nacimiento de todo un mundo (a pesar de sus problemas). Quedaba sin resolver una cuestión que parecía olvidada en la noche de los tiempos: la de la población aborigen de América. En el Congreso Internacional de Ciencias Históricas de San Francisco, 1975, se presentó un indígena reclamando los derechos de su pueblo. El presidente del Congreso, profesor Robert R. Palmer, le dio muy cortésmente la razón, diciendo que se trataba de un «too much neglected problem»; y pasó a los asuntos programados. Ahora, mientras Europa se debate ahogada por sus financieros, es un consuelo pensar que en el espacio americano se empiezan a reconocer los derechos de los nativos, sean los pueblos inuits del Canadá o el ayllu universal de Bolivia (cf. Alvaro García Linera: «Era de noche y parecía que todo estaba acabado», Le Monde diplomatique en español, n.º 187, mayo 2011, 25-26). Y teniendo en cuenta que sin la Revolución francesa no habría existido la Revolución de Haití, igualmente sin las revoluciones de Independencia en el ámbito hispano-portugués de América no se habría dado la asunción de su propia dignidad por las poblaciones indígenas de esa misma América. Me hace mucha ilusión pensar que allá en la lejanía, señalando el camino, aparece Xavier Mina Larrea como un Cristóbal Colón de los tiempos nuevos. La publicación de Proclamas y otros escritos así lo reconoce y lo sitúa en el preclaro lugar histórico que en justicia le corresponde.

Alberto Gil Novales

Introducción

En esta obra no tengo la intención de presentar a Xavier Mina, cuya vida y personalidad he investigado a lo largo de bastantes años. Sin embargo, convencido de que a pesar de todos los esfuerzos por dar a conocer la importancia de sus planteamientos ideológicos y su actividad militar en España y en México sigue resultando un desconocido, he decidido editar por separado y en forma destacada sus escritos. En general, he respetado la grafía de los textos originales, así como el idioma en que fueron escritos.

La brevedad del periodo de actuación de Xavier Mina, entre la liberación de Vincennes en abril de 1814 y su fusilamiento en un cerro (llamado del Borrego o del Bellaco) cercano a Cuerámano en noviembre de 1817 –algo más de tres años–, reduce el volumen del material que se presenta, pero lo dota al mismo tiempo de intensidad y emoción. Asombra constatar que su estancia en América es de un año y cuatro meses, y que la campaña mexicana se limitó a siete escasos meses.

Al llegar Mina acompañado de Fray Servando Teresa de Mier a la costa este de los Estados Unidos el 30 de junio de 1816, uno de sus propósitos inmediatos era entrevistarse con don Pedro Gual, representante de Venezuela en ese país, enviado de Simón Bolívar y amigo de notables personalidades norteamericanas. Mina llegó a Norfolk, Virginia, con una carta de presentación firmada por Manuel Palacio Fajardo, que se había quedado en Londres preparando la primera edición de su libro Outline of the Revolution in Spanish America...[1].

Xavier Mina se encontró con Pedro Gual, confió plenamente en él y entre ambos planearon y organizaron una estrategia de ayuda y apoyo a los insurgentes mexicanos, que variaba sustancialmente los planes que Mina tenía decididos desde Londres. Gual y el grupo de patriotas hispanoamericanos que residían en los Estados Unidos habían llegado al convencimiento de que la liberación del continente tenía que empezar por Nueva España[2]. Era la pieza clave que sos­­tenía el Imperio español y una vez libre de la opresión de la metrópoli el resto del continente caería fácilmente. Este planteamiento lo había discutido Gual con Bolívar, que en esos momentos se encontraba refugiado en Haití, al amparo del presidente Petión, tras su fracasada expedición a Venezuela durante la primavera de 1816[3].

Cuenta Fray Servando que en los encuentros entre Mina y Gual se fraguaron propósitos y planes –entre julio y septiembre de 1816– mien­tras visitaban amigos, anudaban compromisos, establecían cuadros militares y organizaban regimientos y brigadas para la intervención.

El 27 de septiembre de 1816, Mina embarcó en Baltimore con dirección a Puerto Príncipe (Haití), lugar en el que había convocado a sus seguidores y donde se encontró con Simón Bolívar, a quien intentó convencer para que se le uniera en su propósito de liberar Nueva España y al que le prometía seguir los dos juntos la campaña de tierra firme en Venezuela y Colombia[4]. Fracasado en este empeño y ante la negativa de Bolívar, que tenía muy avanzados sus propios planes de acción, con los apoyos y ayuda que recibió del presidente Petión, Mina regresó en busca del comodoro Aury, apostado en Galveston. Allí se dedicó a organizar y preparar sus efectivos, y con la ayuda del coronel venezolano Mariano Montilla, amigo personal de Bolívar, estableció un riguroso periodo de entrenamiento aprovechándose de la necesidad de permanecer en un puerto de abrigo durante los meses de invierno, cuando la navegación en el golfo de México se tornaba más insegura.

En diciembre de 1816 se encontró con Cornelio Ortíz de Zárate, que representaba en Estados Unidos al Congreso insurgente, quien lo aceptó y confirmó en su calidad de jefe de la División Auxiliar del Congreso Mexicano.

Finalmente, la flota con la Expedicción arribó frente a las costas mexicanas el 17 de abril de 1817, desembarcando en Soto la Marina (Tamaulipas) el día 21 de ese mes.

Noticia bibliográfica

ORTUÑO MARTÍNEZ, Manuel, Xavier Mina, guerrillero, liberal, insurgente, UPNA, Pamplona, 2000.

—, Xavier Mina, Fronteras de libertad, Editorial Porrúa, México, 2003.

—, Expedición a Nueva España de Xavier Mina, UPNA, Pamplona, 2006.

—,Vida de Mina, guerrillero, liberal, insurgente, Trama editorial, Madrid, 2008.

—,Vida de Mina, héroe de dos mundos, col. Personajes navarros, Gobierno de Navarra, Pamplona, 2011.

Otras obras relacionadas con el tema:

MIER,Servando Teresa de, Memorias. Un fraile mexicano desterrado en Europa, Trama editorial, Madrid, 2006.

BRUSH, WEBB, BRADBURN y TERRÉS, Diarios. Expedición de Mina. México (1817), Trama editorial, Madrid, 2011.

[1] Palacio Fajardo, Manuel, Outline of the Revolution in Spanish America, Longan, Londres, 1817; edición francesa, París, 1819. Hasta la edición de Caracas de 1953 no se pu-blicó en español. Palacio era uno de los patriotas más influyentes en el exilio londinense y había viajado a los Estados Unidos y a Europa en busca de ayuda para la independencia de Venezuela. Fue uno de los apoyos más firmes de Xavier Mina en Londres.

[2] La convicción de que la independencia de México significaría el comienzo del proceso generalizado al resto de América estaba muy extendida en los ambientes políticos de la época, tanto en Estados Unidos como en Inglaterra.

[3] Lecuna, Vicente, «Episodios de la Expedición de los Cayos. Relación de Cadenas», Boletín Academia Nacional de la Historia,xxx, n.º 114, Caracas, 1946.

[4] Lewis, William F., «Simón Bolívar and Xavier Mina. A ‘rendez vous’ in Haití», Journal of Interamerican Studies, XI, 3, Miami, 1969.

I. Proclamas, correspondencia y partes de guerra (1817)

Proclamas

PROCLAMA DE GALVESTON

22 de febrero de 1817

NOTA INTRODUCTORIA

Según todos los testimonios, esta primera Proclama se redactó con anterioridad a la salida de Xavier Mina hacia Haití. Fray Servando Teresa de Mier afirma que ayudó a escribirla don Pedro Gual, con quien habían convivido a lo largo de las semanas transcurridas entre la llegada a Estados Unidos (30 de junio) y la salida hacia Haití (27 de septiembre de 1816). Es muy probable que en su preparación participase también el propio Fray Servando, así como Joaquín Infante, poeta cubano que en Haití y en Galveston acompañó a Mina sirviéndole de secretario.

El texto que se reproduce aquí está tomado de la obra de Antonio Rivera de la Torre, Francisco Javier Mina y Pedro Moreno, publicada con motivo del centenario de la muerte de ambos caudillos, esto es, en 1917. Existen versiones anteriores, una publicada por Lucas Alamán en el apéndice al tomo IV de su Historia de Méjico (1850), que titula «Proclama de Mina, declarando los motivos de su expedición», y que se diferencia de la transcrita en la acentuación ortográfica, que es más antigua, y en que está firmada «Javier» (no «Xavier»). También hay otra reproducción, la que Carlos María de Bustamante publicó en Cuadro Histórico de la Revolución Mexicana, que apareció en forma de cartas en 1820, editadas posteriormente en libro, que, en su segunda edición, se publicó en la imprenta de J. M. Lara de México en 1844 y tiene la misma expresión ortográfica que el texto de Alamán.