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Una proposición irresistible... de un desconocido muy sexy Amber Lawrence era una mujer corriente que trabajaba mucho, pasaba el resto del tiempo con su familia y no esperaba que le ofrecieran dinero a cambio de casarse. El problema era que la proposición de Steve Rockwell había llegado en un momento en el que la familia de Amber necesitaba dinero para salvar su negocio. Ella jamás habría hecho el menor caso a una proposición como aquélla... pero si aceptándola podía ayudar a su familia y casarse con un hombre guapísimo, ¿cómo no iba a pensárselo?
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Seitenzahl: 191
Veröffentlichungsjahr: 2012
Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2004 Nicola Marsh. Todos los derechos reservados.
PROPOSICIÓN INESPERADA Nº 1919 - octubre 2012
Título original: The Wedding Contract
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Publicada en español en 2005
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, logotipo Harlequin y Jazmin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-687-1113-3
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
www.mtcolor.es
Steve Rockwell no tenía tiempo para divertirse. No a no ser que se ajustara a sus propósitos y no lo distrajese de otras cuestiones más importantes, como ganar dinero.
–¿Puedo ayudarte? –preguntó alguien mientras le tocaba el brazo para detenerlo.
Él frunció el ceño y se detuvo. Cuanto antes terminara sus negocios de aquel día en aquella sórdida feria de la Costa Dorada y volase de vuelta a Sydney, mejor.
–No, estoy bien –contestó él, y su impaciencia desapareció cuando se encontró de frente con un par de ojos color avellana como nunca había visto antes. No eran ni verdes ni marrones, sino una increíble combinación de los dos, con pequeñas pecas doradas.
No estaba mal, si te gustaban ese tipo de cosas. Personalmente, él tenía cierto interés por el azul en lo que se refería a las mujeres.
Recorrió el cuerpo de la mujer con la mirada y se preguntó si aquellas ropas anchas y gastadas esconderían curvas debajo. Era un atuendo extraño, ¿pero qué esperaba en una feria?
–Pareces perdido –dijo ella con una voz suave, inocente.
Se fijó en la mano que lo sujetaba por la manga, y observó las uñas cortas y callos en el tercer dedo, la antítesis de las mujeres que normalmente lo agarraban con sus manicuras perfectas.
Él se apartó y quedó sorprendido al descubrir que echaba de menos su tacto. El calor de Queensland, que no podía soportar, debía de estar derritiéndole el cerebro.
–He venido para ver a Colin Lawrence. ¿No es aquella su oficina? –preguntó mientras señalaba a un pequeño edificio móvil, más allá del tiovivo, del puesto de palomitas y de la noria.
–No está. ¿Puedo ayudarte yo? –preguntó la mujer.
A pesar de su falta de tacto, él estuvo a punto de echarse a reír ante la idea de hacer negocios con aquella chica vestida con capas de tela débil y vaporosa.
–No, a no ser que quiera que me lean la mano –dijo él, y observó la súbita postura defensiva de la mujer al cruzar los brazos. Aquel gesto enfatizó sus pechos y él tuvo el repentino deseo de descubrir qué más placeres ocultos habría bajo las telas.
–Oh, estoy segura de que no tendría ningún problema en decirte tu futuro.
Así que a la mujer le gustaba discutir. Él no tendría ningún problema en seguirle el rollo. Al fin y al cabo era lo que mejor se le daba. No había llegado a ser socio de uno de los bufetes de abogados más prestigiosos de Sydney por mera casualidad.
–Entonces adelante, Madame Zelda. Hazlo lo mejor que sepas –dijo él, y extendió la mano, ansioso por ver su reacción.
–Aquí no –dijo ella ignorando su palma extendida–. Demasiado público para lo que tengo que decir. ¿Por qué no vienes a mi guarida?
La verdad era que aquélla era la mejor oferta que le habían hecho en todo el día.
La siguió, admirando el gentil movimiento de su falda alrededor de sus tobillos. Llevaba sandalias, una pulsera en el tobillo y un anillo en un dedo, y por un momento se preguntó si aquello completaba su disfraz o si lo llevaría normalmente. Él nunca había sido un fan de la joyería, sobre todo de esos piercings que a las mujeres les gustaba llevar últimamente. De hecho, habría apostado algo a que aquella mujer llevaba un pendiente en el ombligo para hacer juego con el que llevaba en el dedo del pie.
–¿Piensas entrar o vas a quedarte ahí de pie todo el día admirando mis pies? –preguntó ella mientras, con una sonrisa, sostenía una cortina morada y señalaba hacia el interior.
Él se fijó en su boca carnosa, resaltada por el brillo de labios rosa, que disparó su imaginación al instante. El sol del mediodía debía de haberle afectado a su cerebro más de lo que había imaginado. ¿Desde cuándo mezclaba los negocios con el placer?
Pasó por delante de ella y entró en la oscuridad.
–¿Quién ha dicho que estuviera admirando algo?
–Lo veo todo –dijo ella mientras se sentaba tras una pequeña mesa cubierta de satén rojo–. Ha llegado la hora de la verdad. Muéstrame la palma.
Sintiéndose un poco ridículo y preguntándose qué hacía en aquel lugar, en un parque de atracciones ruinoso, se echó para delante y extendió los dedos.
Tan pronto como ella le tocó la palma, lo supo. Aquella misteriosa mujer había llamado su atención desde el primer minuto en que había puesto sus ojos en ella, y la habría seguido a cualquier parte para averiguar más.
–Muy bien, señorita Sabelotodo. ¿Soy un libro abierto?
Ella observó su palma, girándola por un lado y por el otro.
–Mmm, interesante.
«No hace falta que lo jures», pensó él.
Mientras ella tenía su atención centrada en su mano, él tuvo la oportunidad de estudiarla detenidamente. El velo se le había caído hacia atrás al inclinarse, dejando al descubierto una salvaje melena rubia que le llegaba por debajo de los hombros. A juzgar por el rubio de su pelo, era evidente que pasaba mucho tiempo al aire libre, bajo el sol. Mientras estudiaba su palma, ella frunció el ceño y apretó los labios, y él tuvo una urgente necesidad de borrar aquel ceño fruncido y besar aquellos labios contraídos.
Era una belleza. Era una pena que él tuviera que volver rápidamente a Sydney. De otro modo puede que hubiese disfrutado tratando de conocerla mucho mejor.
–Aún no me has dicho nada –dijo él, deseando que lo mirara y así poder ver esos asombrosos ojos de nuevo.
Como si hubiera leído sus pensamientos, ella levantó la mirada y le dirigió una mirada penetrante.
–Eres impaciente, seguro de ti mismo y estás acostumbrado a salirte con la tuya. No dejas que nadie te impida conseguir tu objetivo y tienes la dosis justa de arrogancia.
–Oh, eres buena –dijo él arqueando las cejas–. ¿Algo más?
–No das más que problemas –dijo ella con voz calmada, aunque él notó cómo le temblaba la mano mientras hablaba.
–Sólo cuando alguien se pone en mi camino –a pesar de lo mucho que llamaba su atención, miró su reloj y decidió que ya había perdido demasiado tiempo. Se levantó, súbitamente molesto por haberse retrasado tanto. Necesitaba encontrar a Colin Lawrence e ir directo a los negocios.
–Dime algo que no sepa. ¿Para qué quieres a Colin? –preguntó ella cruzándose de brazos, como si tuviera todo el tiempo del mundo.
–Estoy aquí por negocios. ¿Dónde puedo encontrarlo?
Ella asintió sin abandonar la imagen de mujer que todo lo ve que fingía ser.
–Lo sabía. Eres uno de los buitres. ¿Contable? ¿Abogado? –preguntó, y prácticamente escupió la última palabra, como si aquella profesión fuese veneno.
–Realmente tienes unos poderes alucinantes. Mi nombre es Steve Rockwell y soy abogado, represento a Water World.
Ella apretó los puños y el miedo fue visible en sus ojos antes de levantar la barbilla.
–Vete. No tenemos nada que decir.
–¿Tenemos?
¿Desde cuando una mujer disfrazada de adivina hablaba en nombre del negocio que él había ido a cerrar?
–Ya me has oído –dijo ella poniéndose en pie–. Mi padre y yo no estamos interesados en tus negocios. Así que vuelve al lugar del que hayas venido.
Dios, era magnífica cuando se enfadaba, como una gata furiosa, con los ojos encendidos como el fuego. A él no le habría importado tratar de domesticarla, a pesar de que acabara de aclararle un punto importante. Era la hija de Colin Lawrence y él nunca mezclaba los negocios con el placer.
Él sacudió la cabeza.
–No es posible. A no ser que el dueño de este lugar hable conmigo y lleguemos a un trato, el lugar queda cerrado.
Ella rodeó la mesa y se colocó frente a él.
–No hay trato. Esa monstruosidad de al lado lleva años intentando comprarnos, y eso no sucederá jamás. ¿Lo entiendes?
–Water World es uno de los parques temáticos más grandes de por aquí. ¿Realmente piensas que tenéis alguna oportunidad? –dijo él encarándose a ella. De pronto se sintió como un ogro malvado que había llegado para acabar con los liliputienses.
Para su sorpresa, ella le clavó el dedo en el pecho repetidas veces.
–Escúchame bien. Este lugar es el sueño en la vida de mi padre, y nadie se lo va a arrebatar, y menos alguien como tú. ¿Qué tengo que hacer para que te lo metas en la cabeza?
Él nunca había sido impulsivo. Todo en su vida había estado planeado, desde su nacimiento por cesárea, como su madre había deseado. De hecho, cada acción de su bien ordenada vida había estado planeada a la máxima potencia.
Excepto lo que hizo a continuación.
La agarró y la apretó contra él, reclamando su boca con una fuerza casi brutal. Ella lo había puesto nervioso con sus respuestas encendidas y su inteligencia vivaz, y necesitaba demostrar algo. El problema fue que olvidó lo que era en el momento en que sus labios tocaron los suyos.
Ella no opuso resistencia mientras la besaba como un hombre hambriento. Sólo emitió un suave sonido antes de entregarse por completo, permitiendo que él introdujese la lengua entre sus labios. Exploró su boca con prolongada destreza, mordiéndole el labio inferior y absorbiendo hasta que ella se inclinó sobre él.
Sus dedos se enredaron en su pelo mientras le orientaba la cabeza para poder tener mejor acceso a la dulzura de su boca. Como una exquisitez prohibida, la saboreó y paladeó, sabiendo que más tarde se arrepentiría. Sorprendentemente ella respondió agarrándole la camisa mientras él profundizaba el beso hasta el punto en que parecía que iba a devorarla. Al sentir su tacto, contuvo el aliento y supo que no debía estar haciendo aquello, aunque era incapaz de detenerse. Había perdido toda razón en el momento en que la tentación en forma de mujer respondió ante él.
De pronto ella se apartó y una mirada de horror asomó a sus ojos.
–¿De qué va todo esto?
–Lo siento –murmuró él evitando su mirada. Se fijó en sus mejillas sonrojadas, sus labios ligeramente hinchados y su respiración agitada. No lo sentía en lo más mínimo.
De hecho, deseaba poder besarla de nuevo, repetidamente, hasta que ella se retorciese de placer, pidiéndole más.
Ella le dio la espalda y se pasó una mano por el pelo.
–Creo que deberías irte.
En aquel momento él habría jurado que le temblaba la voz, y sintió remordimiento en su interior. ¿Qué estaba haciendo tratando así a la hija del hombre con el que debía hacer negocios? Nunca antes se había dejado llevar por las necesidades primarias. Normalmente planeaba sus seducciones, aunque no tenía ninguna intención de seguir con aquello. Las mujeres que llevaban anillos en los dedos del pie no eran su estilo en absoluto.
Se dirigió a tocarla pero luego dejó caer el brazo. Tocarla no sería buena idea teniendo en cuenta las circunstancias.
–¿Cómo te llamas?
Ella se giró de nuevo y él pudo ver el fuego de nuevo en sus ojos.
–Es un poco tarde para los formalismos, ¿no te parece?
Se lo merecía por actuar como un cerdo de primera categoría. Aunque no se le daban bien las disculpas, supo que sería mejor arreglar las cosas antes de que fuera llorándole a papaíto y Colin Lawrence fuera tras él con una pistola. O incluso peor, un pleito.
Él agachó la cabeza sólo un segundo, tratando de ser humilde con la esperanza de que ella lo aceptara. Nunca había actuado así en su vida y no se sentía nada bien.
–No sé qué me ha pasado. Por favor, acepta mis disculpas. Es que me ha molestado lo que has dicho y...
–¿Besas a todo el mundo que te replica? –interrumpió ella.
Una vez más su mente se perdió y comenzó a pensar si sus pechos serían tan firmes y turgentes como aparentaban bajo la tela del disfraz.
Se encogió de hombros y retornó su atención a la cara de la chica.
–No estoy acostumbrado a ello. No me contradicen con tanta frecuencia.
Ella se cruzó de brazos al ver la dirección de su mirada.
–Pues siempre hay una primera vez para todo. Ya era hora de que alguien te bajara a la realidad y yo soy la persona adecuada.
Él se fijó en su postura defensiva, dándose cuenta de algo. Aquella mujer lucharía hasta la muerte por aquello en lo que creía, para proteger lo que era suyo. Él admiraba la lealtad, un atributo poco común en las mujeres con las que tenía la desgracia de salir.
–Ten cuidado. Puede que acepte el desafío –dijo él, e hizo una pausa para mirarla de arriba abajo–. Y ambos sabemos dónde puede que nos lleve eso.
Ella se sonrojó, lo cual acentuó el fascinador color de sus ojos.
–Mi padre no volverá hasta más tarde. Le diré que has preguntado por él. Y ahora, si no te importa, tengo trabajo que hacer.
Levantó la cabeza y pasó por delante de él para sostener la cortina morada y sugerirle que saliera de allí con ella.
–Esta vez has ganado. Pero volveré –dijo él mientras salía de la tienda. El sol lo cegó momentáneamente, de modo que se preguntó si ella le habría echado algún hechizo mientras estaban dentro.
Cuando ella miró hacia arriba, él habría jurado que había guiñado un ojo.
–Estoy segura de que lo harás. Ya nos veremos.
Ella comenzó a alejarse moviendo sus caderas y el cuerpo de él respondió antes de haberse dado cuenta de que no había contestado a su pregunta.
–¿Cómo te llamas?
Ella se detuvo por un momento.
–Amber –dijo ella por encima del hombro, y continuó hablando.
Aquel nombre le pegaba. Su pelo y su piel tenían un tono dorado que encajaba más que bien con la piedra semipreciosa que le daba nombre.
«Qué mujer», pensó él.
Quizá aquel caso iba a ser más complicado de lo que había imaginado. Y, sólo quizá, iba a tener que pasar más tiempo en Gold Coast de lo que había previsto.
Era probable. Pero no tenía ni idea de cómo iba a hacer que la última media hora contara como tiempo de trabajo.
Amber caminó hacia la oficina de su padre preguntándose qué diablos la había poseído para dejarse impresionar por un abogado atractivo.
Le había echado el ojo desde el primer momento en que había entrado en la feria, caminando entre la multitud. El traje de diseño había sido una pista importante, por no mencionar que su padre la había avisado de que un importante abogado de Sydney iba a hacerles una visita.
Muy bien, no era lo que ella había esperado. Viejo, con arrugas y conservador no eran adjetivos que pudieran aplicarse al todo poderoso Steve Rockwell. Ni de lejos. Treinta y pocos años, fuerte y maravilloso de la cabeza a los pies.
No era que quisiera recordarlo. Todo lo que había dicho y aquel maldito beso debían regresar al fondo de su memoria, donde pertenecían.
¿Qué más daba que le hubiera hecho sentir un escalofrío? Ya la habían besado antes. Pero nunca de aquel modo.
Quizá había conseguido juntar calor suficiente para hacer que se derritiese en aquel momento. Pero podría lidiar con ello. Se había visto en peores situaciones y siempre había salido ilesa. Y, si pensaba que iba a hacerle cambiar de opinión sobre la feria con un simple beso, mejor sería que lo pensara otra vez.
Golpeó una vez en la puerta antes de entrar en la oficina de su padre.
–Hola, papá. ¿Tienes un minuto?
Colin Lawrence alzó la cabeza, con aparente placer visible en su cara. Se colocó las gafas en lo alto de su cabeza calva y se recostó sobre su silla.
–Siempre tengo un minuto para mi chica favorita. ¿Qué pasa?
–Acabo de encontrarme con el abogado del que me hablaste. Y huele a problemas.
La expresión de preocupación de su padre hizo que se le encogiese el corazón.
–Ya hemos hablado de esto, cariño. No podemos evitarlo. ¿Dónde está?
–Lo he disuadido por ahora, aunque ha dicho que volvería. ¿Es que no hay nada que podamos hacer? ¿Pedir otro préstamo? –quería patear y gritar por lo injusto que era todo aquello.
Él sacudió la cabeza haciendo que las pocas esperanzas de Amber cayeran en picado.
–No hay nada más. No tengo opción. O se lo vendemos a los grandes o cerramos. Lo siento, cariño. No hay otra cosa que se pueda hacer.
Amber se acercó a su padre, se agachó y lo abrazó.
–No te preocupes, todo saldrá bien. Ya verás –dijo ella, y parpadeó para evitar que salieran las lágrimas que se le acumulaban en los ojos.
Las cosas nunca habían vuelto a ser las mismas desde que su madre había muerto cuando ella tenía doce años, tras una larga y costosa lucha contra el cáncer. Su padre había hecho todo lo posible por mantener la feria a flote, como recuerdo de tiempos más felices, de un negocio que sus padres habían construido de la nada.
Más tarde él había insistido en pagarle los estudios universitarios, dejando su economía bastante mal. Así que ella tenía un título en empresariales. ¿Y qué? Si no podía salvar la feria y sólo le servía para aumentar la culpa.
Y su padre iba a perder aquello que lo era todo para él. Ella no se lo perdonaría si se quedaba allí sin hacer nada y dejaba que ocurriese.
–¿Por qué no te reúnes con ese abogado y escuchas lo que tenga que decir?
Había notado una parte tierna bajo la apariencia del arrogante abogado y esperaba que pudiera tener algo de decencia. En aquella situación tan desesperada, valía la pena intentar cualquier cosa.
Su padre asintió.
–Tenía intención de reunirme con él. ¿Por qué lo ahuyentaste?
Ella se encogió de hombros, recordando el impresionante beso y el tacto de su pecho bajo sus manos. Había tenido que librarse de él antes de hacer cualquier cosa más estúpida que llevarlo de nuevo a su caravana.
–Supongo que no me entró con buen pie.
Dios, si su padre supiera cómo había reaccionado ella ante el abogado y la manera exacta en que la había entrado.
–Eres demasiado fiera a veces, señorita.
–Ningún hombre se aprovecha de mí, papá. Ya lo sabes.
Su padre dejó escapar una risita.
–Algún día un hombre con las suficientes agallas vendrá y te dará un escarmiento. Recuerda mis palabras.
–Tú eres el único hombre en mi vida por el que vale la pena preocuparse.
Le apretó la mano a su padre tratando de ignorar la imagen de un abogado gallito con ojos grises. No se merecía una buena opinión, y mucho menos que pensaran en él.
Lo único que necesitaba Amber era creérselo.
Antes de abandonar la feria, Steve decidió echar un vistazo. Estaba orgulloso de sí mismo por estar preparado para cualquier caso al que tuviera que enfrentarse.
Había aceptado ese caso por su jefe, Jeff Byrne. Jeff conocía al dueño del gran parque temático que había cerca de la feria, Water World, que había llamado pidiendo un favor y había pedido que Byrne y Asociados representaran a su compañía en la absorción de un competidor insignificante.
Así que allí estaba él, en Gold Coast, decidido a concluir con aquello y regresar a su apartamento junto al puerto, a su yate y a su última conquista, que lo esperaban en la civilizada Sydney. Nunca le había gustado el estilo recargado de la Costa Dorada australiana, prefiriendo la clase de una gran ciudad.
En ese momento divisó la figura de Amber entre la multitud y recordó algunas de las atracciones ocultas que tenía la costa. Se detuvo para recuperar un globo que se les había escapado a unos niños y Steve observó cómo el sol iluminaba su melena rubia.
De acuerdo, la Costa Dorada no estaba tan mal.
Mientras se acercaba a ella, Amber levantó la cabeza y puso una expresión nada amigable.
–¿Qué haces todavía aquí?
–Pensé en echar un vistazo por aquí.
–¿Por qué? ¿Te estás preparando para entrar a matar?
Aunque a él le había encantado la guerra de palabras que habían mantenido minutos antes, decidió no juzgarla. Al fin y al cabo él también se sentiría así si alguien amenazase con quitarle su sustento.
–Sólo estoy aquí para llevar un caso. Eso es todo.
–¿Tienes idea de lo que este lugar significa para nosotros?
Steve notó el brillo en sus ojos y se preguntó si acaso la habría hecho llorar.
–¿Por qué no me lo enseñas?
Correcto, era la segunda vez en su vida que se dejaba llevar por su debilidad.
La otra vez había sido cuando una de sus ex, Kara Roberts, había llegado llorándole sobre su novio, Matt Byrne, el que una vez había sido su rival y ahora era su socio. Las lágrimas de las mujeres le hacían sentir incómodo y lo dejaban indefenso, dos sentimientos que no iban con él en absoluto. Había sido una experiencia que no quería repetir.
¿Entonces qué estaba haciendo jugando al caballero de la armadura plateada otra vez con una mujer que apenas conocía?
El brillo de su sonrisa era respuesta más que suficiente.
–¿Estás seguro de que quieres una visita guiada? –preguntó ella con la voz un poco temblorosa.
–Tú me guías –dijo él inclinando la cabeza.
La siguió escuchando el orgullo que destilaban sus comentarios mientras iba resumiendo las características de la feria. Sorprendentemente la operación fue más agradable de lo que había anticipado y la felicidad en las caras de los empleados parecía genuina. ¿Entonces por qué no producía beneficios? ¿Acaso Colin Lawrence tenía un problema con el juego o alguna otra manera de perder dinero en lo que parecía ser un negocio estable?
–¿Por qué tenéis problemas? –preguntó él. Había llevado casos de lugares en peores condiciones que aquél. Quizá algo se podría rescatar de la operación. Y, en el proceso, evitar que su guía dejase de mirarlo como si fuera el hombre del saco.
Ella suspiró.
–Adquirimos una deuda hace algunos años y no hemos sido capaces de recuperarnos desde entonces. Las cosas han ido de mal a peor desde que los otros se unieron a la fiesta.
–¿Te refieres a los otros parques de la zona?
Él conocía al menos tres parques de la zona que atraían a la gente a mares gracias a sus enormes campañas de márketing.
Ella asintió.
–Aunque nosotros nos enorgullecemos de nuestra calidad a la antigua usanza, parece que ya no es suficiente. No podemos permitirnos regalar coches o viajes gratis a nuestros clientes. Todo lo que podemos hacer es proporcionar a los niños una experiencia de feria como en los días pasados.
Él miró a su alrededor, vio el tiovivo con sus caballos pintados a mano, las manzanas de caramelo, los puestos de comida que vendían golosinas y perritos calientes. Ella tenía razón. Él nunca había visto un lugar así salvo en las películas. Y había ido allí a acabar con todo aquello.
–¿Hay algún modo de salvarlo?