Qué hacemos con el poder de crear dinero - Bruno Estrada - kostenlos E-Book

Qué hacemos con el poder de crear dinero E-Book

Bruno Estrada

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Beschreibung

Qué hacemos con el poder que tienen bancos y gobiernos de crear dinero sin ningún control democrático. ¿Cómo democratizamos el poder de crear dinero que los gobiernos han delegado en los Bancos Centrales? La milenaria historia del dinero es una permanente lucha de poder entre lo público y lo privado por controlar su creación. Pero es también una sucesión de ruinas y fraudes provocadas por la creación incontrolada de dinero artificial. Un repaso a su historia, desde las primitivas conchas de caurí al hoy declinante euro, nos permite conocer las distintas formas en que el capital privado ha intentado someter ese poder a sus intereses, hasta llegar a la actual crisis, provocada por el abuso que el sector financiero ha hecho de la creación de deuda, produciendo astronómicas cantidades de "dinero basura". Ante la complicidad de las oligarquías financieras con los gobiernos, apostamos por alternativas para recuperar el control democrático sobre la creación de dinero, limitar el poder de los bancos y evitar que el dinero ficticio se convierta en dinero basura que acaba dañando la economía.

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Akal / Qué hacemos / 6

Bruno Estrada, Francisco Javier Braña, Alejandro Inurrieta y Juan Laborda

Qué hacemos con el poder de crear dinero

Diseño de portada

RAG

El presente libro se publica bajo licencia copyleft, según la cual el lector es libre de copiar, distribuir y comunicar públicamente la obra, conforme a las siguientes condiciones:

– Reconocimiento. Debe reconocer los créditos de la obra de la manera especificada por el autor o el licenciador (pero no de una manera que sugiera que tiene su apoyo o apoyan el uso que hace de su obra).

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– Los derechos derivados de usos legítimos u otras limitaciones reconocidas por ley no se ven afectados por lo anterior.

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– Derechos que pueden ostentar otras personas sobre la propia obra o su uso, como por ejemplo derechos de imagen o de privacidad, no se ven afectados por lo anterior.

– Al reutilizar o distribuir la obra, tienen que dejarse claro los términos de la licencia de esta obra.

Nota a la edición digital:

Algunos de los proyectos artísticos mencionados en el libro ya no son accesibles en la red. No obstante, por motivos historiográficos, se mantiene la referencia a la web original.

© Bruno Estrada, Francisco Javier Braña, Alejandro Inurrieta y Juan Laborda

© Ediciones Akal, S. A., 2012

Sector Foresta, 1

28760 Tres Cantos

Madrid - España

Tel.: 918 061 996

Fax: 918 044 028

www.akal.com

facebook.com/EdicionesAkal

@AkalEditor

ISBN: 978-84-460-3787-3

Qué hacemos

¿Qué hacemos cuando todo parece en peligro: los derechos sociales, el Estado del bienestar, la democracia, el futuro? ¿Qué hacemos cuando se liquidan en meses conquistas de décadas, que podríamos tardar de nuevo décadas en reconquistar? ¿Qué hacemos cuando el miedo, la resignación, la rabia, nos paralizan?

¿Qué hacemos para resistir, para recuperar lo perdido, para defender lo amenazado y seguir aspirando a un futuro mejor? ¿Qué hacemos para construir la sociedad que queremos, que depende de nosotros: no de mí, de nosotros, pues el futuro será colectivo o no será?

Qué hacemos quiere contribuir a la construcción de ese «nosotros», de la resistencia colectiva y del futuro compartido. Queremos hacerlo desde un profundo análisis, con denuncias pero sobre todo con propuestas, con alternativas, con nuevas ideas. Con respuestas a los temas más urgentes, pero también otros que son relegados por esas urgencias y a los que no queremos renunciar.

Qué hacemos quiere abrir la reflexión colectiva, crear nuevas redes, espacios de encuentro. Por eso son libros de autoría colectiva, fruto del pensamiento en común, de la suma de experiencias e ideas, del debate previo: desde los colectivos sociales, desde los frentes de protesta, desde los sectores afectados, desde la universidad, desde el encuentro intergeneracional, desde quienes ya trabajan en el terreno, pero también desde fuera, con visiones y experiencias externas.

Qué hacemos quiere responder a los retos actuales pero también recuperar la iniciativa; intervenir en la polémica al tiempo que proponemos nuevos debates; resistir las agresiones actuales y anticipar las próximas; desmontar el discurso dominante y generar un relato propio; elaborar una agenda social que se oponga al programa de derribo iniciado.

Qué hacemos esta impulsada por un colectivo editorial y de reflexión formado por Olga Abasolo, Ramón Akal, Ignacio Escolar, Ariel Jerez, José Manuel López, Agustín Moreno, Olga Rodríguez, Isaac Rosa y Emilio Silva.

I. El dinero como convención social

El jefe de la expedición de antropólogos estadounidenses no podía creerse lo que estaba pasando. Tras estar buscando fondos durante años, tras una preparación logística de meses, la expedición estaba paralizada junto a un caudaloso río en medio de la densa espesura de la selva de Nueva Guinea porque no tenían suficientes conchas para pagar a los indígenas. Era el año 1960 y de pronto los expedicionarios norteamericanos se encontraron con que sus dólares no valían nada frente a la moneda más antigua del mundo: las conchas de caurí o cipreas. Era evidente que los parámetros culturales entre esos dos grupos sociales, los antropólogos occidentales y los indígenas de Nueva Guinea, eran tan diferentes que había una absoluta disparidad en lo que cada cultura había convenido socialmente que era dinero.

Los porteadores de la primitiva tribu de los asmat, cuya estructura social es asimilable a la de nuestros ancestros de la Edad de Piedra, se negaban a seguir guiando a aquellos pálidos y sudorosos expedicionarios debido a que no tenían más conchas de caracoles marinos con los que pagarles. Conchas de aspecto suave y brillante como la porcelana que han hecho posible que millones de personas durante miles de años en todo el planeta intercambiaran todo tipo de bienes y productos.

Fue la primera moneda mundial de la humanidad; en su periodo de máximo esplendor el área de utilización del caurí abarcó todas las costas que baña el océano Índico y parte importante de las tierras e islas situadas en el Pacifico occidental, incluyendo China, Australia y las islas de la Polinesia. El hallazgo de cientos de ejemplares en las tumbas de la dinastía Shang, la segunda en la historia milenaria de China (1766-1046 a.C.), confirma su uso desde hace al menos cuatro mil años.

El dinero es una convención social que ha sido fundamental para el desarrollo de sociedades cada vez más complejas e interrelacionadas, ya que ha permitido incrementar exponencialmente las transacciones económicas y los contactos culturales entre diferentes grupos sociales distantes entre sí miles de kilómetros. El dinero, entendido como cualquier cosa que los miembros de una comunidad estén dispuestos a aceptar como pago de bienes y deudas, ha tenido múltiples formas antes del surgimiento de las monedas y billetes a los que estamos acostumbrados.

El ganado en Roma y en la India; la sal ampliamente utilizada en el Mediterráneo –y de la que proviene la palabra «salario»–; los granos de cacao en la civilización maya precolombina y aún hasta el siglo xix como moneda menuda para pagar a los trabajadores indios, fueron algunas de ellas. En el antiguo Egipto, curiosamente, durante más de mil ochocientos años no se usaron monedas para intercambios comerciales, usando a cambio unidades de medida aplicadas a diversos bienes.

Estos ejemplos nos ponen sobre la pista de que los seres humanos hemos usado diferentes bienes para las diversas funciones que le adjudicamos al dinero, que son tres:

1) Como medida de valor de los bienes –caso de los metales en el antiguo Egipto premonetario.

2) Como medio de pago y cambio en los intercambios de bienes, productos y servicios, incluido el pago del salario –conchas de caurí, sal o cacao.

3) Como instrumento de acumulación de capital, como ya puso de manifiesto Karl Marx. Sería el caso del ganado en gran parte de las sociedades primitivas; del quauchtli (mantas blancas de algodón) maya; o los grandes discos de piedra de la isla de Yap que se siguen usando para la compra de tierras y para el pago de la dote.

¿Cuáles son las características comunes que tenían todos estos bienes usados como dinero premonetario, y que en muchos casos se dedicaban a diferentes funciones?

En primer lugar que fuera fácil de transportar, que permitiera acumular mucho valor en poco peso y que no requiriese recipientes frágiles, por eso nunca se usó el vino o el aceite.

En segundo lugar que sea incorruptible, que no pierda valor con el paso del tiempo y que sea difícil de falsificar. Esta característica era muy importante para las tres funciones reseñadas. Si el dinero premonetario no perdía valor permitía el desarrollo de un sistema más ágil y cómodo de comerciar con bienes frente a los sistemas sin dinero, basados en pesar continuamente el valor de los bienes intercambiados, lo que dificultaba el comercio. Cuando los japoneses ocuparon Nueva Guinea, durante la Segunda Guerra Mundial, se dieron cuenta de que sus poblaciones aborígenes no estaban acostumbradas a utilizar el papel moneda, por lo que no aceptaron sus yenes. Para controlar su actividad económica los militares japoneses fueron más inteligentes que los antropólogos americanos veinte años después. Inundaron Nueva Guinea de conchas de caurí, provocando una subida generalizada de los precios que desbarató la frágil economía de la isla.

Una tercera característica física del dinero es que debe ser divisible, aunque esta característica sólo es necesaria para aquellos bienes usados como medio de pago en intercambios cotidianos de poco valor, pero no para el dinero principal. Las vacas, las mantas, las grandes piedras no se dividían.

Una cuarta característica de esos bienes intermedios que han funcionado como dinero primitivo, que tiene que ver más con la psicología humana y con la sociología, es que debían ser medios de pago deseados y aceptados por un amplio colectivo social. Al principio la aceptación del dinero premonetario estaba vinculada a su valor intrínseco. Valor que en unos casos era inherente al bien –cabezas de ganado, sal, especias y algunos metales–, pero que en otros muchos fue fruto de convenciones sociales en muchas de las cuales el factor religioso no fue ajeno. Una funcional forma de aceptación generalizada, vinculada a la mayor complejidad de las organizaciones humanas y al ejercicio del poder, es que hubiera una fuerte autoridad que lo impusiera.

La quinta y última característica es plenamente económica. Para que un bien intermedio pudiera ser usado ampliamente como medio de pago debía ser relativamente abundante. La dotación en la naturaleza del bien que fuera usado como dinero premonetario debía guardar relación con el volumen de transacciones que habitualmente tenían lugar en ese territorio, ya que inicialmente no podía ser fabricado, si no tan sólo recolectado. Si el bien utilizado como dinero fuera demasiado abundante perdería su valor respecto a los bienes intercambiados, es decir, se produciría una hiperinflación, como sucedió en Nueva Guinea con los japoneses. Utilizar grandes cantidades de conchas, granos de cacao o sal para intercambios de bienes de poco valor era muy poco útil. Por otra parte, si el bien utilizado como dinero fuera demasiado escaso perdería sus ventajas como instrumento de intercambio, el dinero valdría demasiado y el resto de los bienes muy poco, otorgando excesivo poder a quien obtuviera esos bienes considerados como dinero. Para aquellos bienes que se usaban como instrumento de acumulación de capital este criterio tenía mucha menos relevancia.

El surgimiento del dinero ficticio

La perdida de esta última característica económica es lo que probablemente le sucedió al caurí en las llanuras del norte de China, muy alejadas de la costa, dando lugar por primera vez en la humanidad al dinero ficticio.

La dinastía Shang llegó a dominar extensos territorios del norte de China durante la segunda mitad del segundo milenio a.C., a lo largo de la cuenca del río Amarillo. A medida que creció el volumen de actividad comercial a orillas del río y que dichos intercambios se extendieron hacia el oeste por la que luego se llamaría la Ruta de la Seda, la escasez de cauríes se hizo más patente. Entonces los chinos crearon un nuevo tipo de dinero, el dinero ficticio, cuyo valor intrínseco era muy inferior al valor de cambio: se reprodujeron cipreas en diferentes materiales, hueso, piedra o bronce, pero poco a poco se impuso la reproducción en metal.

Reproducción en bronce, y cubierta de pan de oro, de una Cyprea. Moneda usada durante la dinastía Zhou.

La aparición del dinero ficticio, que apenas tiene valor intrínseco, pone de manifiesto que a lo largo de la historia de la humanidad ha habido una permanente tensión entre dos de las características reseñadas. Por un lado, para cumplir eficazmente su función de medio de pago, debe asegurarse que haya una cantidad suficiente de dinero para hacer frente a las transacciones comerciales. Por otro lado se debe garantizar que no se deteriore físicamente, esto es, que sea fabricado de un material sólido y robusto, y que sea difícil de falsificar, para que sea aceptado y deseado por amplios grupos humanos y que su valor sea conocido y estable.

El dinero ficticio no supone únicamente un paso más en las convenciones sociales para aceptar un bien plenamente intercambiable; además significa que por primera vez el dinero se puede fabricar en grandes cantidades por el hombre a un bajo coste de producción, lo que da un enorme poder a quien puede crearlo.

El que el dinero ficticio haya surgido en China y no en Egipto puede explicarse por dos razones, una demográfica y otra de organización político-social. Históricamente China siempre ha sido un país más poblado que Egipto, ya en el siglo ii a.C. su población era diez veces superior a la egipcia.

En cuanto a la organización político-social, es una evidencia histórica que el estado faraónico egipcio ha tenido una estructura social y un entramado institucional altamente jerarquizado, con una concentración de poder mucho mayor que la que tuvieron los emperadores chinos sobre un territorio mucho más vasto y con una orografía que dificultaba mucho más las comunicaciones. Frente a la fuerte centralización e intervencionismo económico del Estado durante el Imperio Antiguo de Egipto, donde el control de los recursos y del comercio no hacían tan necesario el dinero –los funcionarios del faraón garantizaban el cumplimiento estricto del sistema de unidades de medida, basado en el kahr: 65 kilogramos de cereales; y en el deben: 90 gramos de cobre–, la China de los Shang era más bien un grupo de diferentes Estados organizado en más de mil pueblos o ciudades amuralladas.

Parece que en China el origen de las monedas como dinero ficticio fue una iniciativa fundamentalmente privada debido a una creciente necesidad de medios de pago requerida por un enorme mercado interior de millones de consumidores y por unas fuertes relaciones comerciales con otros reinos y Estados. Esto explicaría la producción casi industrial, mediante molde de fundición de las primeras monedas de cobre imitando cauríes sin cuño de emisión, frente al sistema occidental de monedas de oro o plata acuñadas a mano en las que reflejaba quién era el rey –o noble– emisor.

Con posterioridad, se tendió a utilizar el bronce, e incluso el hierro, pero esas monedas para intercambios menores no solucionaban la necesidad de disponer de «moneda grande» para operaciones de mayor volumen, venta de tierras o dote, y no facilitaban la acumulación de capital. Recurrir a metales de mayor valor intrínseco tuvo sus limitaciones en ciertas regiones que tenían una escasez endémica de oro y plata y que estaban muy alejadas de los principales lugares de extracción de esos metales preciosos. Sería por tanto ese hambre de dinero lo que impulsaría la impresión de los primeros billetes en el siglo ix d.C., durante la dinastía Tang, en la ciudad de Chengdu, situada en el trayecto sur de la Ruta de la Seda. Unos ochocientos años antes de que empezaran a imprimirse en Europa.