Qué hacemos con la competitividad - Bruno Estrada - kostenlos E-Book

Qué hacemos con la competitividad E-Book

Bruno Estrada

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Beschreibung

Qué hacemos con la falacia que vincula la salida de la crisis CON bajadas salariales que en realidad no mejoran LA COMPETITIVIDAD. El discurso oficial europeo ya lo conocemos: los países del sur (España entre ellos) tienen un problema de competitividad, y la vía de mejora pasa por políticas de austeridad y contracción salarial. En cuanto al gobierno español, busca una "devaluación interna": abaratar los costes laborales, bajando salarios, para competir en el mercado global. Pero ambos enfoques son erróneos, parten de un análisis equivocado, y sus consecuencias están a la vista: recesión, agravamiento de la crisis y aumento de la desigualdad. Este libro desmonta las falacias de ese discurso de la competitividad, demuestra que el foco no hay que ponerlo en los salarios sino en el uso que se da a los beneficios empresariales, y apuesta por el concepto de Competitividad Estructural, actuando sobre cuestiones como financiación, reinversión de beneficios, y una mejor política industrial y energética.

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Akal / Qué hacemos / 17

Bruno Estrada, María José Paz, Antonio Sanabria, Jorge Uxó

Qué hacemos con la competitividad

Diseño de portada

RAG

Nota a la edición digital:

Algunos de los proyectos artísticos mencionados en el libro ya no son accesibles en la red. No obstante, por motivos historiográficos, se mantiene la referencia a la web original.

© Autores, 2013

© Ediciones Akal, S. A., 2013

Sector Foresta, 1

28760 Tres Cantos

Madrid - España

Tel.: 918 061 996

Fax: 918 044 028

www.akal.com

facebook.com/EdicionesAkal

@AkalEditor

ISBN: 978-84-460-3922-8

Qué hacemos

¿Qué hacemos cuando todo parece en peligro: los derechos sociales, el Estado del bienestar, la democracia, el futuro? ¿Qué hacemos cuando se liquidan en meses conquistas de décadas, que podríamos tardar de nuevo décadas en reconquistar? ¿Qué hacemos cuando el miedo, la resignación, la rabia, nos paralizan?

¿Qué hacemos para resistir, para recuperar lo perdido, para defender lo amenazado y seguir aspirando a un futuro mejor? ¿Qué hacemos para construir la sociedad que queremos, que depende de nosotros: no de mí, de nosotros, pues el futuro será colectivo o no será?

Qué hacemos quiere contribuir a la construcción de ese «nosotros», de la resistencia colectiva y del futuro compartido. Queremos hacerlo desde un profundo análisis, con denuncias pero sobre todo con propuestas, con alternativas, con nuevas ideas. Con respuestas a los temas más urgentes, pero también otros que son relegados por esas urgencias y a los que no queremos renunciar.

Qué hacemos quiere abrir la reflexión colectiva, crear nuevas redes, espacios de encuentro. Por eso son libros de autoría colectiva, fruto del pensamiento en común, de la suma de experiencias e ideas, del debate previo: desde los colectivos sociales, desde los frentes de protesta, desde los sectores afectados, desde la universidad, desde el encuentro intergeneracional, desde quienes ya trabajan en el terreno, pero también desde fuera, con visiones y experiencias externas.

Qué hacemos quiere responder a los retos actuales pero también recuperar la iniciativa; intervenir en la polémica al tiempo que proponemos nuevos debates; resistir las agresiones actuales y anticipar las próximas; desmontar el discurso dominante y generar un relato propio; elaborar una agenda social que se oponga al programa de derribo iniciado.

Qué hacemos esta impulsada por un colectivo editorial y de reflexión formado por Olga Abasolo, Ramón Akal, Ignacio Escolar, Ariel Jerez, José Manuel López, Agustín Moreno, Olga Rodríguez, Isaac Rosa y Emilio Silva.

I. Introducción: ojalá fuéramos bonobos

«Ojalá» fuéramos bonobos. Los bonobos son unos primos hermanos de los chimpancés, un poco más esbeltos, con la cabeza algo más pequeña y con las piernas más largas, aunque seguramente ni usted ni nosotros podríamos diferenciarlos. Mientras que los chimpancés viven en un amplio espacio geográfico del África ecuatorial, desde Senegal hasta la zona de los grandes lagos de Uganda, los casi 20.000 bonobos que sobreviven al ser humano sólo se encuentran en el Congo, concretamente en la orilla izquierda del caudaloso río que Humphrey Bogart y Katherine Hepburn recorrían en La Reina de África.

En esta peculiaridad geográfica estriba la razón de su diferenciación con los chimpancés. En algún momento, hace unos 800.000 años, grupos del antepasado común de ambos simios cruzaron el río Congo y se establecieron en la otra orilla. La dispar evolución de ambos grupos dio lugar a dos especies que, si bien físicamente no son muy diferentes, sí lo son en términos de estructura social.

En la orilla derecha del río Congo los chimpancés llevan miles de años compitiendo con otros grandes simios más fuertes que ellos, lo que les ha obligado a especializar su alimentación en frutos y hojas de los árboles. Las enormes praderas de hierba les están vedadas porque en ellas reinan los enormes gorilas.

Las comunidades de chimpancés, al igual que las de sus vecinos de selva, los gorilas, están lideradas por un macho alfa que adquiere su posición y la conserva mediante la fuerza y la intimidación. Los conflictos se resuelven con violencia. Mientras, en las comunidades de bonobos, que son mayores, las hembras comparten el poder con sus hijos y pueden llegar a dominar al grupo, aunque no utilizan predominantemente métodos violentos. Entre los bonobos, el sexo suele resolver los conflictos, aunque a veces hay pequeñas trifulcas.

¿Cuál es la razón de ese comportamiento social tan diferenciado? La inexistencia de competidores ha permitido a los bonobos disfrutar de una abundancia de alimentos por un largo periodo de tiem­po, lo que ha ido reduciendo los incentivos para resolver de forma competitiva-violenta las disputas entre los miembros de la misma especie.

Los bonobos no tienen competidores en su territorio acotado por el río Congo, lo que les ha permitido ampliar su base alimentaria; comen frutos y hojas de árboles, y también hierba. Han vivido desde hace miles de años en una sociedad de abundancia, donde no era necesario, como les sucedía a los chimpancés, dividirse en grupos pequeños e inestables, que muchas veces pelean entre sí por un alimento escaso y localizado sólo en determinados lugares. En su conducta habitual no es necesario resolver los conflictos de forma violenta. No hay necesidad de competir por un alimento escaso. Eso les ha permitido crear una estructura social más estable y, por tanto, más solidaria. Los individuos más débiles siempre han podido encontrar aliados que les ayudaran en cualquier momento. Mientras, la composición de los grupos de chimpancés que salen a forrajear se modifica continuamente, por lo que no es habitual que se establezcan relaciones estables entre ellos, más allá de la dominación del macho alfa sobre sus hembras.

¿Por qué está tan valorado competir, y tan poco cooperar?

Una versión manipulada de la teoría de Darwin, pero ampliamente difundida, ha intentado apropiarse de la teoría de la selección natural bajo un prisma egoísta-individualista: los mejor dotados se reproducen con mayor rapidez, de forma que contribuyen más que otros a la siguiente generación. Así adquieren un carácter de conducta «ejemplar» en términos evolutivos los comportamientos de quienes abusan de los demás. A partir de ahí se ha creado una moral justificativa de los comportamientos egoístas-individualistas, que está en la base del pensamiento económico liberal desde John Locke, que consideraba como natural la explotación de unos seres humanos sobre otros, ya que para él «los miembros de la clase trabajadora no pueden vivir una vida plenamente racional» y, por tanto, no debían tener plenos derechos políticos. Resulta evidente que esta posición ha redoblado su fuerza a partir de la ofensiva ideológica neoliberal que vivimos desde los años setenta.

Sin embargo, entre los científicos que estudian los comportamientos animales hay un consenso generalizado sobre el importante papel de la cooperación como fuerza motriz de la selección natural. Existe una prevalencia evolutiva de los grupos en los que hay una gran cantidad de individuos dispuestos a cooperar. Martin Nowak, director del Programa de Dinámicas Evolutivas de la Universidad de Harvard, ha llegado a señalar cinco mecanismos por los cuales los individuos cooperan para obtener éxito en términos evolutivos:

• La Reciprocidad Directa entre individuos que se encuentran reiteradamente. El «yo te ayudo hoy por si necesito que tú me ayudes mañana» no es algo propio del ser humano. En los mur­ciélagos vampiros, que viven en grupos estables, se observa con claridad. Cuando por la noche vuelven a su refugio y alguno no ha obtenido nada de comida, este suplica a los otros que le den algo de alimento. No es extraño que alguno de los que se han alimentado satisfactoriamente regurgite parte de la comida y la comparta con el hambriento. Se ha comprobado que es un comportamiento habitual que el vampiro que ha sido auxiliado devuelva más adelante el favor al compañero, lo que indudablemente favorece la supervivencia de un mayor número de individuos.• Selección Espacial. Los cooperadores tienden a agruparse como forma de sobrevivir a los egoístas. Se observa en poblaciones en las que no están entremezclados uniformemente egoístas y altruistas. Esto sucede incluso en organismos tan simples como las levaduras –sí, esos hongos microscópicos unicelulares gracias a los cuales podemos disfrutar del pan, del vino o de la cerveza–. Dentro de las levaduras también hay altruistas y egoístas, aunque su comportamiento no está determinado por elementos emocionales, culturales o por un código racional de conducta. Las levaduras cooperadoras producen una enzima (invertasa) necesaria para alimentarse de los azúcares, pero eso les exige un gasto energético y de recursos, un esfuerzo. Las levaduras oportunistas no son capaces de producir esta enzima, pero se aprovechan de la generada por las cooperadoras, que está dispersa en el medio en el que viven, para alimentarse. Si en una población de levaduras están muy entremezcladas, tienden a prevalecer las células aprovechadas, pero eso no es un óptimo en términos de reproducción colectiva de la especie, ya que en una sociedad dominada por los oportunistas la tendencia será que el número total de levaduras disminuya (muy pocos trabajan para alimentar a muchos). Por eso, cuando las cooperadoras son minoría, tienden a agruparse en estructuras cada vez mayores, compuestas sólo de altruistas, que crecerán más que las explotadoras, es decir, que triunfan en términos evolutivos sobre ellas. En términos humanos, esta necesidad que tienen los explotados de agruparse para sobrevivir explicaría la utilidad, incluso en términos de selección natural, de la existencia de sindicatos de trabajadores.• Selección por Parentesco. Un individuo se sacrifica por sus parientes ya que, aunque al sacrificarse pierda la oportunidad de reproducirse, consigue que sus parientes puedan hacerlo y, por tanto, que su carga genética común no desaparezca. Cuanto más cercanos son los parientes, mayor posibilidad hay de que se produzca este comportamiento, ya que comparte más genes con ellos.• Reciprocidad Indirecta. Esta parece que es la más habitual en los seres humanos: ayudar a otro que tiene una alta reputación en el grupo. Hacer la pelota al jefe, vamos, no es algo específico de los humanos. Entre los macacos japoneses se observa que los monos de bajo estatus social despiojan a los de posición elevada porque aumentan su prestigio al estar junto a los jefes, y así se incrementa la posibilidad de que otros les despiojen a ellos.• Selección de Grupo. Un individuo actúa de forma cooperativa no buscando que algún otro miembro del grupo le devuelva el favor sino por el bien común del grupo. A esta selección natural grupal, que la visión egoísta-individualista de la selección natural ignora interesadamente, ya se refirió Darwin en su Teoría de la Evolución: «Una tribu integrada por muchos miembros [...] siempre dispuestos a ayudarse mutuamente y a sacrificarse por el bien común vencería a la mayor parte de las tribus; esto sería selección natural». O dicho en términos menos belicosos y más demográficos: una tribu que se preocupara por todos sus miembros sería capaz de aumentar su población de manera estable, esto es, tendría mayor capacidad reproductora que tribus altamente competitivas en las que sólo sobrevivieran los individuos mejor dotados.

Es decir, que cooperar para sobrevivir tiene claramente resultados más óptimos, en términos de cantidad de individuos que sobreviven, que luchar individualmente por la supervivencia. Nuestro éxito evolutivo, que se manifiesta en la denostada superpoblación, pone de manifiesto que los seres humanos somos una especie supercooperadora. Partiendo de tribus pequeñas y de sencilla estructura social, los humanos hemos sido capaces de crear instituciones supranacionales que intentan encontrar elementos de gobierno común para 7.000 millones de semejantes en cuestiones comerciales, laborales, políticas, financieras y medio­ambientales.

¿Cómo se casa la enorme capacidad cooperadora del ser humano, a principios de este tercer milenio, con la preeminencia global del modelo de producción capitalista, que parte de presupuestos de comportamiento con altísimo grado de egoísmo-individualismo?

1. En primer lugar, hay que tener en cuenta que el capitalismo también muestra un alto grado de cooperación entre los seres humanos, en el interior de las empresas, entre las propias empresas (creando acuerdos de colaboración tecnológica, oligopolios pactados, etc.) y entre las empresas y los Estados.

2. En segundo lugar, hay que reconocer que el capitalismo ha sido capaz de crear, en los tres últimos siglos, una enorme abundancia material para parte de la población mundial. Abundancia que en parte es real –ha permitido incentivar la producción e intercambio de infinidad de bienes materiales y de servicios– y en parte ficticia –creando en multitud de ocasiones medios de pago muy por encima de las necesidades de intercambio y procesos de inflación de activos que han terminado en burbujas financieras–. Aunque en esa «victoria» del capitalismo está su debilidad. La extensión del crecimiento económico capitalista a todo el planeta, con el objetivo de suministrar bienes y servicios como los que se disfrutan en los países de las dos orillas del Atlántico norte, se encuentra con los límites físicos de la Tierra (en términos de cambio climático y de obtención de recursos y energía). Muchas de las sociedades más avanzadas del planeta, que hasta ahora disponían de todo lo que deseaban, no podrán seguir viviendo en la abundancia, se empobrecerán, al menos en términos relativos con el resto.