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Sócrates no escribió nada, ni fundó ninguna escuela, ni desarrolló teorías concretas. Sin embargo, su figura es una de las más influyentes de la historia del pensamiento y se ha convertido en símbolo del pensador crítico que llega hasta las últimas consecuencias por defender sus ideas. Esta obra ahonda en su personalidad y su filosofía para entender mejor la importancia de su método racional en el pensamiento occidental, que parte del reconocimiento de la propia ignorancia para, medienate el diálogo y la contradicción, conducir al interlocutor hacia la verdad. - Mitos y realidades en la vida y la muerte de Sócrates. - Contexto histórico: la Atenas del siglo V a. C. - Relación con su discípulo Platón e influencia posterior. - Análisis y explicación del método socrático y su aplicación moral.
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Sócrates
Ramon Vilà Vernis
© del texto: Ramon Vilà Vernis.
© de las fotografías: Album: 23, 35, 43, 81, 93, 107, 121, 133, 144-145; Shutterstock; 63; Foto Scala, Florencia: 74-75; Age Fotostock: 99
Diseño de la cubierta: Luz de la Mora.
Diseño del interior y de las infografías: Tactilestudio.com.
© RBA Coleccionables, S.A.
© de esta edición: RBA Libros, S.A. 2019
Avda. Diagonal, 189 - 08018 Barcelona.
rbalibros.com
Primera edición: mayo de 2019.
REF.: ODBO508
ISBN: 9788491874287
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Antes de Sócrates, la filosofía llevaba ya un largo recorrido. Aristóteles señala a Tales de Mileto como el primer filósofo, Pitágoras es el primero en llamarse a sí mismo filósofo, y ambos vivieron sin duda antes que Sócrates. Esta evidente objeción cronológica no ha impedido, sin embargo, que muchos le hayan atribuido un papel fundacional para la filosofía. Ya en la Antigüedad, un pensador tan influyente como Cicerón le califica de «padre de la filosofía». Y los intérpretes modernos no han hecho sino abundar aún más, si cabe, en esta singular paternidad fuera de tiempo. A partir del siglo XIX es habitual colocar a todos los filósofos anteriores a Sócrates dentro de una categoría llamada «filosofía presocrática», lo que parece arrojar sobre ellos una sombra de interinidad, de estado aún nonato. Por seguir con la metáfora biológica, puede decirse que con Sócrates llegan a la madurez una serie de tendencias intelectuales que llevaban largo tiempo gestándose, y les dio una unidad y un propósito mucho más reconocibles tanto para sus coetáneos como para nosotros.
A la vista de lo que se acaba de decir, tal vez sorprenda saber que Sócrates es una figura singularmente desconocida, y no solo en cuanto a sus datos biográficos sino también en cuanto a su pensamiento. Esta situación ha sido motivo de debate académico desde hace largo tiempo, hasta el punto de que ya se conoce convencionalmente con el nombre de «el problema de Sócrates». Dicho problema no consiste precisamente en que falten testimonios acerca de su vida y sus ideas, pues contamos con ellas en una cantidad comparable a los pensadores que mejor conocemos de la Antigüedad. Se trata más bien de que estos testimonios nos han llegado en un formato que no contribuye a que podamos sacar nada en claro de ellos. Parte de la culpa de esta situación se debe al hecho de que no se conserva nada escrito por el propio Sócrates, ni siquiera unos fragmentos sueltos citados en obras posteriores, como ocurre a menudo con los autores de su época; en el caso de Sócrates no hay nada en absoluto, y no porque sus textos se perdieran sino porque, a pesar de ser uno de los pensadores más públicos e influyentes de su momento, se negó a poner sus ideas por escrito. Tampoco fundó ninguna escuela, ni ninguna sociedad filosófica, ya fuera pública o secreta, ni tuvo discípulos en el sentido que la mayoría de filósofos de la época los tenía. A todo eso se habría negado también Sócrates, y de forma además deliberada, según coinciden en señalar los textos conservados de personas que lo conocieron en vida, así como los de otras que pertenecían a su mismo entorno histórico y geográfico. Este es, de hecho, uno de los escasos puntos en que los textos acerca de Sócrates coinciden.
El rechazo de Sócrates a poner por escrito o fijar de cualquier otro modo su pensamiento guarda una relación muy especial con la que fue su mayor originalidad como filósofo, y que consiste en el empleo de un método. Por supuesto, si tomamos esta palabra en un sentido amplio, como conjunto de pasos dirigidos a un fin, no puede decirse que alguien haya podido ser su inventor. Pero tanto la generalidad del procedimiento que diseñó Sócrates como la total deliberación y radicalidad con la que se atuvo a él fueron mucho más allá de lo que se había visto hasta entonces. Esa es la gran diferencia de la forma socrática de hacer filosofía, y no es exagerado decir que, como proyecto racionalizador de la experiencia, la filosofía —al igual que la ciencia, por lo demás— consiste en eso antes que en ninguna otra cosa: en particular, antes que en el objetivo que se proponga el método y en la forma concreta que este pueda adoptar. Ciertamente, diversos aspectos del pensamiento previo avanzaban ya en esta dirección, muy especialmente el razonamiento matemático, que Bertrand Russell ha señalado como la primera fuente de inspiración de la filosofía griega. No obstante, la lectura de los razonamientos de los filósofos presocráticos cuando salen del terreno matemático no puede menos que sorprender al lector moderno por su carácter intuitivo y aparentemente aleatorio, por su falta de método, en definitiva.
El método de Sócrates consistía en un estilo de conversación diseñado para sacar a la luz las contradicciones entre las distintas creencias de las personas. De acuerdo con esto, no podía haber una conversación mejor que otra, ni una conclusión separable de la conversación que había llevado hasta ella, razón por la cual no tenía demasiado sentido ponerlas por escrito. Desde la perspectiva del propio Sócrates, su muerte no debería haber cambiado nada en este sentido, pues su método era tan suyo como de cualquier otro que quisiera aplicarlo; huelga decir que sus discípulos no lo vieron igual, pues de otro modo apenas habríamos tenido noticia de su nombre. Eso sí, para dar su testimonio escogieron una forma de escritura que no tiene nada que ver con el tratado, la biografía o cualquier otro género diseñado para describir la vida o las ideas de alguien. La razón era que no pretendían describir sino más bien proseguir la actividad de Sócrates, en cierto modo, hacer como si este siguiera vivo. El resultado fue el diálogo socrático, réplica literaria y formalizada de las conversaciones que mantenía Sócrates cotidianamente por las calles de Atenas. Un nombre se asocia a este género por encima de cualquier otro, el de Platón, al que debe añadirse también el de Jenofonte, discípulo de Sócrates como él y autor de varios diálogos socráticos. Prácticamente todo lo que sabemos acerca de Sócrates procede de los textos que se han conservado de estos autores, pues los diálogos que escribieron los demás discípulos, conocidos como los «socráticos menores», se han perdido y solo los conocemos por referencias indirectas en la obra de autores posteriores como Aristóteles, Cicerón o Diógenes Laercio.
En sus diálogos, los discípulos de Sócrates lo presentan hablando de los temas más diversos, en toda clase de circunstancias y con los más variados interlocutores. Lo que dice Sócrates en estos diálogos se contradice bastante, no solo entre los de autores distintos sino incluso entre los de un mismo autor. En algunas ocasiones, se le presenta hablando con gente que no pudo haber conocido, o en escenarios donde casi con toda certeza no estuvo, e incluso hay un diálogo que lo sitúa después de la fecha de su muerte. Por supuesto, se puede buscar al Sócrates histórico en el conjunto más coherente de datos que puedan extraerse de los distintos Sócrates de estos diálogos, y así se ha hecho y se sigue haciendo en los estudios socráticos. Es importante tener presente, no obstante, que esta forma de leer los diálogos socráticos va en dirección exactamente opuesta a la intención que más probablemente tenían sus autores al escribirlos, y por tanto sus resultados —de haberlos— no pueden ser otra cosa que precarios y limitados. En este sentido, puede decirse que el diálogo socrático es un tipo de testimonio que a un tiempo muestra y oculta a Sócrates. Lo muestra en el sentido en que recoge del mejor modo posible el aspecto que él mismo destacó por encima de cualquier otro de su filosofía, es decir, su método. Por otro, las ideas y las vivencias concretas de Sócrates se pierden de forma casi irremediable en las brechas entre un diálogo y otro.
«Método» es una palabra de origen griego que significa literalmente «camino hacia». Si la primera aportación de Sócrates a la filosofía es el método, la segunda es el fin que persigue con él, que no es otro que el bien del hombre, y más concretamente su propio bien. También en este caso, la idea de que un filósofo pudiera hacer historia al descubrirse a sí mismo parece risible a primera vista. No obstante, esa es la clase de descubrimiento que cabe esperar de la filosofía. La reflexión hasta entonces había girado principalmente en torno a los dioses o —más recientemente, con los primeros filósofos, que fueron también los primeros científicos— en torno a la naturaleza; por otro lado, la literatura que se interesaba de forma específica por el hombre consistía en un recetario de consejos dispersos todavía muy marcados por la referencia a los dioses. Una reflexión completamente centrada en el hombre, que no lo hiciera depender de nada más que de sí mismo y se empeñara en perseguir la virtud de su conducta antes que ningún otro objetivo más inmediato, era algo sin precedentes. En este sentido, Sócrates es casi unánimemente reconocido como el inventor de la ética.
De acuerdo con lo dicho, la actividad filosófica de Sócrates se centraba enteramente en el hombre, y en un doble sentido: por un lado como medio y por el otro como fin de su investigación. No obstante, tanta atención demostró ser excesiva para sus conciudadanos atenienses, o por lo menos para algunos de ellos, que terminaron por llevar a Sócrates a juicio por un conjunto de motivos bastante vagos y que han dado pie a muchas especulaciones sobre qué había realmente detrás. A los diversos motivos que se han apuntado, y que caen en general en el campo de lo religioso o bien en el de lo político, habría que añadir también otro de carácter estrictamente filosófico. Este sería la propia originalidad de Sócrates que estamos comentando, o mejor dicho, la irritación y la suspicacia que esta podía despertar entre un buen número de atenienses. De hecho, este parece ser el principal motivo que ve Sócrates detrás del juicio.
En su discurso de defensa Sócrates pone en cierto momento el ejemplo de «un caballo grande y noble pero lento por su tamaño, y que necesita ser aguijoneado por una especie de tábano». El caballo es el ciudadano ateniense corriente, menos virtuoso de lo que cabría esperar de él, sobre todo porque no se presta a sí mismo la atención que debería, por lo menos en el sentido que da Sócrates a esta atención. El tábano no es otro que el propio Sócrates, dispuesto a posarse durante todo el día aquí y allá, con el fin de despertar, persuadir y reprochar a los atenienses su conducta, si hace falta uno por uno. Irónicamente —como veremos, esta es otra de las originalidades de Sócrates—, su consejo después de decir esto es: «No llegaréis a tener fácilmente a otro semejante, atenienses, y si me hacéis caso, me dejaréis vivir».
Sócrates no escribió nada, pero a su muerte surgió todo un género literario dedicado a su persona y su filosofía, conocido con el nombre de «diálogo» socrático. La lista de autores de diálogos socráticos es amplia y podría extenderse hasta nombres contemporáneos como André Gide, pero solo se incluyen aquí aquellos que cabe considerar discípulos directos suyos. Se trata de Antístenes, Aristipo de Cirene, Esquines, Euclides de Megara, Fedón de Elis, Jenofonte y Platón. Solo los diálogos de estos dos últimos se han conservado.
Diálogos socráticos de Jenofonte. Tanto la Apología como las Memorables giran en torno a la defensa de Sócrates en relación con su juicio del año 399 a.C. Otros diálogos en los que presenta a Sócrates hablando sobre diversos temas son el Banquete y el Económico.Diálogos socráticos de Platón. Cabe distinguir un primer grupo de diálogos escritos durante su juventud y que reproducen con mayor fidelidad los temas y los métodos propios de su maestro Sócrates. Se trata de la Apología (monólogo que inspira el género de los diálogos), el Critón, el Laques, el Eutifrón, el Ión, el Lisis, el Cármides, el Gorgias, el Hipias menor, el Hipias mayor, y el Protágoras. Algunos incluyen también el libro I de la República. Un segundo grupo de diálogos, escritos durante la madurez de Platón, realizan una transición hacia temas y metodologías más propias de este que de Sócrates. Se trata del Menón, el Fedón, la República (libros II a X), el Banquete, el Fedro, el Eutidemo, el Menéxeno y el Crátilo. En un último grupo de diálogos platónicos, que se suponen escritos en su vejez, la propia figura de Sócrates va perdiendo importancia. Se trata del Parménides, el Teeteto, el Sofista, el Político, el Timeo, el Critias, el Filebo y finalmente las Leyes, donde Sócrates ya no toma parte.CRONOLOGÍA COMPARADA
V VIDA
H HISTORIA
A ARTE Y CULTURA
V469 a.C.Nace Sócrates en el demo de Alopece, una aldea cercana a Atenas. Su padre, Sofronisco, era de profesión cantero, y su madre Fenarete, comadrona.
A460 a.C.Probable fecha de nacimiento del historiador y militar ateniense Tucídides, autor de la Historia de la guerra del Peloponeso.
A456 a.C.Muerte de Esquilo, el primer gran representante de la tragedia griega y antecesor de Eurípides y Sófocles.
V450 a.C.Platón sitúa a Sócrates en conversación con dos filósofos, Parménides y Zenón, que se encontraban de visita en Atenas para las Grandes Panateneas.
H443 a.C.Pericles accede al cargo de strategos, en el que se mantendrá hasta su muerte en 429 a.C.
V433 a.C.Sócrates acude con regularidad a la casa del rico Calias, donde también se reúnen y ofrecen sus enseñanzas sofistas como Protágoras, Pródico o Hipias.
V432 a.C.Sócrates participa como hoplita en la batalla de Potidea, donde salva la vida y la armadura de Alcibíades.
H431 a.C.Comienza la guerra del Peloponeso, desarrollada de forma intermitente durante las tres décadas siguientes. Terminará con la hegemonía de Atenas.
V424 a.C.Sócrates participa en la batalla de Delion, su segunda campaña en el ejército ateniense.
A423 a.C.Dos de las piezas cómicas presentadas a concurso en los festivales dionisíacos de aquel año, Konnos, de Ameipsias, y Las nubes, de Aristófanes, tienen por protagonista a Sócrates.
V420 a.C.Sócrates contrae matrimonio con Jantipa, mujer de mayor nivel social, con la que tendrá tres hijos: Lamprocles, Sofronisco y Menexeno.
H415 a.C.Inicio de la desastrosa campaña de Sicilia. Una serie de profanaciones previas a la partida siembra el clima de caza de brujas que más tarde se girará contra Sócrates.
V406 a.C.Sócrates es el único senador que se opone a la mayoría de la Asamblea en el juicio a diez generales atenienses.
V404 a.C.Sócrates vuelve a arriesgar su vida al desobedecer la orden de arrestar a una persona para su ejecución.
H404 a.C.Capitulación de Atenas. A la entrada de las tropas espartanas a la ciudad, la democracia es reemplazada por el gobierno oligárquico de los Treinta Tiranos.
V399 a.C.Acusado de impiedad y de corromper a los jóvenes, Sócrates es juzgado y condenado a muerte.
El primer texto conservado que habla de Sócrates es una pieza teatral titulada Las nubes, escrita por Aristófanes y estrenada en el año 423 a.C. en Atenas. El filósofo realiza su primera aparición en escena con los pies metidos en un cesto y suspendido de una cuerda en el aire; ante la pregunta de qué hace allí arriba, explica que pretende observar mejor el Sol y los demás astros, y que para ello debe alejarse tanto como le sea posible de la Tierra, pues esta tiene la capacidad de absorber el jugo del pensamiento. Unas cuantas preguntas más nos permiten saber por boca de este estrafalario Sócrates que los dioses no existen y que en su lugar es preciso adorar a las Nubes y, por encima de ellas, al Aire.
No es muy probable que los asistentes a la obra se tomaran demasiado en serio lo que veían. Las nubes es una comedia, y los atenienses eran un público experto que conocía perfectamente las convenciones del género. De hecho, la aparición de Sócrates como tal no debe considerarse un hecho fuera de lo común, pues el género de la comedia buscaba de forma habitual sus personajes y sus historias en la realidad más inmediata de la polis, entre sus militares, magistrados, literatos y, también, filósofos, todos ellos retratados en sus ocupaciones características, o algo parecido, como veremos a continuación.
De acuerdo con el espíritu competitivo característico de la época, el estreno de las comedias tomaba la forma de un concurso que resolvía un jurado elegido entre los ciudadanos, en el marco de unos grandes festivales religiosos conocidos como Grandes Dionisias que se celebraban al término del invierno. Aquel año, Las nubes quedó en tercera posición. La versión que ha llegado hasta nosotros es una redacción posterior, revisada por el autor, que incluye una queja por este mal resultado. La pieza que ocupó el segundo lugar —Konnos, de Ameipsias— se ha perdido, pero sabemos que también tomaba a Sócrates como blanco de sus burlas. La coincidencia resulta sorprendente, si tenemos en cuenta que Sócrates debía de ser todavía un ciudadano relativamente anónimo por entonces.
Se ha especulado con la posibilidad de que Sócrates hiciera algo aquel año para ganarse toda esta publicidad; una de las hipótesis usuales consiste en señalar su participación en la batalla de Delion del año anterior, en la que Sócrates se distinguió por su valor durante la retirada —la batalla terminó en derrota para Atenas—, según el testimonio de varios diálogos. No parece, sin embargo, que este dato guarde demasiada relación con el contenido de la comedia. De haber otro motivo, es probable que la propia comedia aluda a él de alguna manera, aunque en ese caso la referencia es tan indirecta que resulta invisible para el lector actual. También puede ser que Sócrates no hiciera nada especial aquel año; es decir, nada más allá de ser un notorio representante de las últimas tendencias intelectuales en Atenas y deambular a menudo por el ágora interpelando a quienes se prestaran a ello. Su ventaja respecto a los otros sabios y maestros que llegaban cada año a la ciudad —algunos de ellos precedidos por una fama mucho mayor que la suya— sería justamente el hecho de que él había nacido en Atenas y casi no se había ausentado nunca de ella, por lo que debía de ser un personaje familiar para los atenienses. Y ya se sabe que la caricatura gana mucho cuando se conoce al caricaturizado.
Este dibujo del poeta Wilhelm Müller representa el momento de la comedia Las nubes en el que Estrepsíades ve por primera vez a Sócrates. El filósofo se encuentra suspendido de un cesto en el aire: desde allí pretende estudiar los astros y los fenómenos celestes.
La tradición pretende que en el estreno de Las nubes el propio Sócrates, que estaba en las gradas, se puso de pie para que el público pudiera apreciar su parecido con la máscara que llevaba el actor que lo representaba en escena. Más allá del físico, por supuesto, los atenienses también podían comparar el carácter y las ideas de ambos. Y salvo que todo lo demás que nos ha llegado acerca de Sócrates esté profundamente desencaminado —hipótesis que muy pocos han defendido—, se daban perfecta cuenta de las diferencias que existían entre el personaje de ficción y el Sócrates que se sentaba entre el público. El Sócrates que describe Aristófanes es una mezcla de elementos tomados de los físicos y de los sofistas, dos escuelas filosóficas que incluyen a su vez a figuras tremendamente dispares entre sí. La mezcla ni siquiera es consistente: su Sócrates cobra caro por sus enseñanzas como un sofista astuto y codicioso, pero es pobre como corresponde a un hombre que entrega todo su tiempo a cuestiones tales como por qué parte del cuerpo zumba un mosquito. Naturalmente, la licencia artística puede cubrir eso y mucho más, a condición de que toque una fibra sensible. Y la reacción que producían entre los atenienses todas estas nuevas enseñanzas debió de serlo sin duda. Casi una cuarta parte de los chistes que nos han llegado de la Atenas de la época la toman con los filósofos, y la lista de apariciones de Sócrates en las comedias no termina siquiera en las dos que hemos citado. El público de las comedias dedicadas a Sócrates reía porque a la vez reconocía y no reconocía en escena a uno de esos nuevos maestros y sabios que encontraba a menudo por las calles —aquí la diferencia entre unos y otros no era muy relevante—, y porque todos ellos le suscitaban desconfianza y fascinación a partes similares. En este sentido, podría decirse que el Sócrates de la comedia corresponde a la idea que se hacía de él el ciudadano medio de Atenas, que apenas lo conocía de vista u oídas, o a lo sumo de un trato muy ocasional.