Radiofonía y lituratierra - Miquel Bassols - E-Book

Radiofonía y lituratierra E-Book

Miquel Bassols

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Beschreibung

Dos de los textos más complejos de Jacques Lacan sobre el lenguaje, la comunicación y el inconsciente analizados en profundidad. Los textos que abren la puerta a la última enseñanza de Jacques Lacan, iniciada en la década de 1970, suelen ser de lectura compleja y enigmática, por lo que se necesita un tiempo para descifrarlos y encontrar su lógica. Entre ellos, se cuentan Radiofonía y Lituratierra, dos escritos difíciles pero muy estimulantes, que sin duda necesitan una orientación en dicha lectura. Para ello, dos especialistas como Antoni Vicens y Miquel Bassols elaboran un minucioso análisis de estas propuestas de Lacan con el afán de clarificarlas. Para Radiofonía, un texto situado en la zona del goce discursivo, Vicens propone un comentario exhaustivo elaborado a partir de un seminario impartido sobre este gozne de Lacan, en una apuesta que se mueve, por tanto, entre lo oral y lo escrito. En cuanto a Lituratierra, Bassols nos guía en un viaje hacia un lugar donde se habla la lengua del inconsciente, donde la escritura va más allá de la representación de la lengua hablada, y donde, en definitiva, hay que leer lo que se escribe en aquello que se dice sin saberlo.   Dos especialistas abordan estos temas ofreciendo un minucioso análisis de los textos de Jaques Lacan, siempre complejos y con múltiples interpretaciones. La Escuela Lacaniana de Psicoanálisis es una de las más innovadoras en su ámbito. Las obras reunidas en esta colección renuevan las enseñanzas de Jacques Lacan y las introduce en el debate clínico actual.

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Seitenzahl: 335

Veröffentlichungsjahr: 2024

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Director de la colección:

VICENTE PALOMERA

© del texto: Antoni Vicens y Miquel Bassols, 2024.

© del prólogo: Concha Lechón.

Diseño de la cubierta: Luz de la Mora.

Imagen de la cubierta: interior Cours de linguistique générale, Ferdinand de Saussure, 1916.

© de esta edición: RBA Libros y Publicaciones, S.L.U., 2024.

Avda. Diagonal, 189 - 08018 Barcelona.

rbalibros.com

Primera edición: febrero de 2024.

REF.: OBDO286

ISBN: 978-84-1132-692-6

EL TALLER DEL LLIBRE•REALIZACIÓN DE LA VERSIÓN DIGITAL

Queda rigurosamente prohibida sin autorización por escrito

del editor cualquier forma de reproducción, distribución,

comunicación pública o transformación de esta obra, que será sometida

a las sanciones establecidas por la ley. Pueden dirigirse a Cedro

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(www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

Todos los derechos reservados.

PRÓLOGO

por

CONCHA LECHÓN

El germen de esta publicación fue el seminario de investigación que se realizó en el Instituto del Campo Freudiano de Valencia. Nuestro empeño era esclarecer algunos de los textos que abren la puerta a la última enseñanza de Jacques Lacan, la que comienza en los inicios de la década de 1970, en la que precisa la formalización de los cuatro discursos —el del Amo, el Universitario, el de la Histeria y el del Analista—, matemas que reúnen las operaciones de alienación, en la cadena significante, y separación, producción de un resto; para ello empezamos por «Radiofonía»y continuamos con«Lituratierra»,escritos cuya lectura es compleja y enigmática, por lo que se necesitaba un tiempo para descifrar y encontrar la lógica a los textos que habíamos elegido.

Hacía falta también que esta lectura estuviera orientada, por lo que pedimos a Antoni Vicens y a Miquel Bassols que nos acompañaran en esta travesía. Los encuentros provocaron un entusiasmo colectivo que ha dado como fruto esta publicación.

Alternando con las sesiones de los seminarios de investigación se realizaron mesas preparatorias —pues era necesario también orientarse con otros textos— en las que se trabajaron algunas de las referencias más significativas, de las que hemos hecho una recopilación.

Estos seminarios de investigación nos parecen una guía para despejar el preámbulo de la última enseñanza de Jacques Lacan, la orientación por lo real. Los textos elegidos recogen el avance de su enseñanza del Seminario 16, De un Otro al otro,del Seminario 17, El reverso del psicoanálisis»y del Seminario 18, De un discurso que no fuera semblante;trayecto en el que la introducción del objeto a, agalma de los cuatro discursos, permite dar el paso de una orientación de la lógica del significante a una lógica de la letra.

Encontrarán en este volumen tres estilos diferenciados, que corresponden a los tres momentos en los que se ha realizado este seminario de investigación.

En la primera parte contamos con el texto «Una lectura del escrito de Jacques Lacan, “Radiofonía”», el primer gozne, elaborado por Antoni Vicens a partir de las notas con las que impartió su seminario, es decir, es una lectura de la transcripción de una emisión por radio en junio de 1970, acontecimiento extraordinario en la transmisión que Jacques Lacan hizo en su enseñanza.

Apuesta que se juega entre lo oral y lo escrito.

Se trata, pues, de las respuestas a las siete preguntas realizadas por el periodista Robert Georgin, que fueron emitidas por Radiofusión Belga y posteriormente por Radio France-Culture.

Las siete preguntas plantean cuestiones sobre la estructura y el cuerpo, el sentido y el goce en la metáfora y la metonimia, el inconsciente, las consecuencias del psicoanálisis sobre la ciencia, la filosofía y el marxismo, también sobre la verdad y el saber, para finalizar con una pregunta sobre lo imposible y sobre lo real; es decir, cuestiones claves en la transmisión del psicoanálisis.

La complejidad y la originalidad de las respuestas de Jacques Lacan, en las que reelabora los conceptos que tenía definidos a partir del estructuralismo, han sido abordadas por Antoni Vicens con una lógica rigurosa en el que el texto se funde con el del Escrito para esclarecer los puntos nodales de estas entrevistas, poniendo de relieve que lo que se propaga en psicoanálisis no es por la comunicación de la palabra, sino por un desplazamiento del discurso.

Introduce así un abordaje de lo real, en el que hace falta el tiempo del inconsciente para tejer con nudos lo que se dice.

Inconsciente cuyo dinamismo abre la puerta a la necesidad del plus de gozar para que el discurso pueda desplazarse; dinámica que apunta a producir un viraje de la impotencia imaginaria a la imposibilidad lógica; es lo que está en juego en cada experiencia de un análisis.

El siguiente gozne lo encontramos en «Lituratierra». Esta parte del libro se pudo establecer a través de las desgrabaciones de las sesiones del seminario, recogiendo de este modo también el coloquio suscitado a partir de las exposiciones de Miquel Bassols que hicieron de guía en el recorrido de este texto inagotable, considerado junto con «El Atolondradicho», como los dos textos lacanianos más difíciles de leer, porque condensan lo producido en los años anteriores de su enseñanza, a la vez que orientan hacia las últimas elaboraciones destinadas a atrapar lo real de la experiencia analítica. De ahí el surgimiento de un buen número de neologismos que dan cuenta de la necesidad de inventar para dar un paso más.

Lituratierra es el neologismo con el que Lacan alumbra esa otra tierra que es el lenguaje, texto elegido para la apertura de los Otros escritos, lo que se considera una orientación para su lectura.

La noción de la letra atraviesa toda la enseñanza de Jacques Lacan; aquí vemos surgir como novedoso la relación de la letra con lo real y, por tanto, con el goce. Era preciso, pues, una primera distinción entre la lógica del significante —de lo universal— y la lógica de la letra —de lo singular—, aunque esta solo puede producirse por la estructura del lenguaje.

Vemos emerger la letra en este texto como un objeto, como un recipiente —godet— que aloja el goce, incluso lo fija.

El impacto de este segundo viaje a Japón que Jacques Lacan realizó en 1971 lo aproximan a través de su naturaleza y su cultura a una dimensión de la letra como resto de la erosión del significante sobre lo real del cuerpo. Toma como metáfora los semblantes de la naturaleza: la lluvia (significante) que cae de las nubes (semblantes) y que provoca las escorrentías (letras) sobre la tierra (cuerpo). Se puede leer así el síntoma como una escritura en un cuerpo hecho de letras. Miquel nos introduce por esta vía en la clínica de las cazoletras. Encontrarán este original desarrollo que nos abre una interesante reflexión para el abordaje de nuestra clínica.

La letra en suspenso vuela sobre el texto como la carta robada que siempre llega a su destinatario, que no es otro que el sujeto mismo; la interpretación del analista apunta a que pueda leerse de otra manera.

La tercera parte de este volumen está compuesta por el collage de algunos de los textos que se presentaron en las mesas preparatorias que se realizaron entre las sesiones de esta parte del seminario de investigación dedicado a «Lituratierra».

Margarita Bolinches aportó un recorrido actualizado de «El seminario sobre La carta robada» a la luz de “Lituraterre”», puntualizando los tres momentos —el citado seminario, el Seminario 4 y el Seminario 24—, en el que partiendo del poder de lo simbólico se hace un abordaje de la letra, aportando su vivaz lectura sobre la letra y su relación con el recorrido analítico.

Miguel Ángel Vázquez, tituló el trabajo «La instancia de la letra en “Lituraterre”». El punto de partida es la letra como soporte material del significante. Su trabajo recoge la mutación en Lituratierra, en la que pasa a ser un receptáculo de goce, cuyo resto como significante dibuja el borde del agujero en el saber, lo que matiza con algunas consecuencias clínicas cuando no se produce este borde.

Carmen Carceller, desde la planicie siberiana, nos introduce en la caligrafía y la poesía oriental para extraer la vertiente clínica de este escrito, texto neológico, en el que la interpretación no es una traducción, sino que remite a lo resonante. La letra secundaria al significante da estatuto de escritura al síntoma a la espera de que alguien lo lea.

Shaila García pone en conversación a Lacan, Derrida, Barthes... y Wong Kar-wai. Con la referencia a Derrida introduce los abordajes de la escritura de lo imposible; con Barthes y sus estudios sobre la imagen nos aproxima a la enunciación y a los límites de la interpretación. De la mano del cineasta Wong Kar-wai nos trae la particular relación del cine oriental con el vacío.

Patricia Tassara aporta su trabajo «“Monólogo de la apalabra” del curso La fuga del sentido, de Jacques-Alain Miller», en el que se pregunta por la interpretación en el nivel de lalangue, cuando no sirve para ninguna comunicación. Se trata entonces de la relación de la palabra y el goce; acompaña el texto un comentario sobre el testimonio de pase de Sophie Gayard.

Por mi parte, aporté un acercamiento a los años setenta, en los que Lacan intenta atrapar los lazos del sentido y lo real. De su viaje a Japón extrae que lo que afecta a la lengua es la correlación del S1 con el goce. Se apoya en la caligrafía oriental para introducir la letra como lo singular de la mano, de lo que extrae el rasgo unario. Trazo del pincel que dibuja una huella, un rastro de vida.

Es nuestro anhelo que la experiencia colectiva de estos seminarios de investigación pueda acompañar a cada uno de los lectores en su propio viaje por estos escritos.

UNA LECTURA DEL ESCRITO DE JACQUES LACAN, «RADIOFONÍA»

ANTONI VICENS

Hablar, emitir, escribir, transmitir a través de las ondas, retransmitir, hacer olas, por tanto. Tanto que llegan aún vibrantes a nuestra lectura, no sin los restos de radiación que circulan por la red.[1] Robert Georgin (1929-2011), lector de Lacan, de Jacobson, de Lévi-Strauss, etc., radiofonista de profesión, en 1970 entrevistó a Jacques Lacan para la Radiodifusión Belga. En aquel momento, el entrevistado —por decirlo así— estaba dictando en París su Seminario El reverso del psicoanálisis.[2] Al final de la lección VIII, a modo de Complemento, Jacques-Alain Miller recogió las palabras con las que Lacan presentaba a su interlocutor: «Él, a diferencia de otros muchos, leyó mis Escritos».[3] El resto de la lección fue una lectura del texto de «Radiofonía». El conjunto fue publicado en Scilicet 2-3 (1970) y luego entró a formar parte de los Otros escritos de Lacan.[4]

De modo que entre lo oral y lo escrito se juega esta apuesta. Cierta contención responde a las circunstancias del momento, pero creo que también a un efecto de la lectura de Lacan. Sus escritos no pueden ser abordados sin transferencia. Esto quiere decir que cada escrito de Lacan produce algún efecto en el deseo de su lector, o comentador, causado por lo poco o mucho que consigue descifrar. Avanzar en esa lectura no es adquirir conocimientos, sino ser testigo del muro que se va alzando ante el lector en la medida misma en que adelanta; este muro lo somete a la condición de buscador de agujeros, blanduras, durezas, grietas, porosidades que, cuando hay suerte, no creemos que sean perspectivas sobre ese Otro escenario que nos dio Freud como flor de su deseo. Luego la flor se abre, y nos es imprescindible. En sí, el escrito no es un muro; este se erige casi materialmente ante nosotros en cuanto emprendemos su lectura. Cada vez la dureza se renueva; acaso un poco más allá, un poquito más cerca de lo real. El escrito que presento aquí es testimonio nada más de los coscorrones que he podido recibir de este muro y de los abrazos morales que he sabido acoger. Leer es releer hasta una nueva disolución, hasta una nueva impotencia, hasta una nueva seducción del sentido, hasta una nueva consistencia. Sustituyan aquí muro por amor, y dureza por ser hablante.

Lacan escribía, y en su escrito siempre da muestra de haber leído abundantemente sobre el tema tratado. Su biblioteca parece infinita. Pero me he permitido indicar en nota algunas de esas lecturas que parecen haber acompañado a Lacan en su escritura.

Jacques-Alain Miller, en su exploración de los paradigmas del goce, sitúa «Radiofonía» en la zona del quinto de ellos, el del goce discursivo.[5] Tras la distinción entre alienación y separación, tras la formulación de la lógica del fantasma, Lacan dicta los seminarios 16, De un Otro al otro, y 17, El reverso del psicoanálisis, y escribe y lee «Radiofonía». El trabajo de Lacan en aquel paso de su enseñanza consistía en unificar las parejas síntoma y fantasma, alienación y separación. Tal como indica Jacques-Alain Miller, esta última pareja da lugar a la noción de discurso, en cuyos matemas de cuatro elementos están escritas tanto la alienación en la cadena significante como la producción de un resto irreductible llamado objeto a, sin especificar sus cuatro guisas de goce. Los objetos a proliferan ahora, prosigue Jacques-Alain Miller, como los incorporales de los estoicos, forma paradójica de incorporación del sentido. Así recoge Lacan una relación primitiva del saber con el goce, o del significante con el goce. La repetición, que era una propiedad de la cadena significante, es ahora el retorno de un modo de gozar —tema prometido a los vertiginosos desarrollos de la ultimísima enseñanza de Lacan—. Miller resume así el fundamento de aquel paradigma lacaniano: el significante representa al goce para otro significante; pero esa función falla en la representación. También fallaba en la versión estructuralista del inconsciente: sin el significante no habría sujeto, pero el sujeto es solo discontinuidad, falta, forma de un conjunto vacío. Los términos que se imponen para tratar la lógica del goce son ahora entropía, pérdida, plus, como formas nuevas de un borde que pide sus formas, como trazos de una escritura por hacer. Si el saber es un medio del goce, lo es para más y para menos de goce. El caso es que el goce no es ahora tan oscuro como lo era cuando era tratado como das Ding. Lacan abre aquí una vía entre la Cosa y el plus-de-gozar.

Esto nos permite situar el espacio de este diálogo radiofónico —si aún lo podemos tratar de diálogo—. En una orilla está la lectura de Robert Georgin, que conocía visiblemente escritos como «Función y campo de la palabra y del lenguaje» o «La instancia de la letra en el inconsciente». En la otra está Lacan, atareado con su elaboración del momento. Así vemos cómo Lacan, al calor de las preguntas del radiofonista, reelabora conceptos que tenía definidos a partir del estructuralismo: el campo del lenguaje, la metáfora y la metonimia, la subversión del sujeto, la relación del psicoanálisis con la ciencia, el saber, la verdad, lo imposible... Todas estas nociones son tratadas no tanto desde la dialéctica del deseo, sino desde la lógica del goce. La letra será el paso siguiente.

Una palabra sobre las circunstancias del texto que presento aquí. La peste COVID nos volvía imperio para el amo absoluto. Con las calles casi vacías, enmascarados, tratábamos entre todos de mantener los contactos, las miradas, los equívocos, el deseo, en suma, en aquel zoo mundial de retransmisión audiovisual que se instaló, parece que para quedarse, en nuestra vida. Los colegas del Instituto del Campo Freudiano en Valencia me propusieron un ejercicio de comentario de este texto de Lacan, vía internet. Fue un regalo transferencial. Tras el comentario de cada parte, elaboraba un resumen apretado del trabajo. Lo que sigue es un intento de recoger aquellas sesiones, no sin rememorar las circunstancias que pudimos aliviar con aquella transferencia en la que cada cual ponía algo suyo para creer que las pantallas no eran tan frías ni opacas como parecía. Así aprendimos conjuntamente que el deseo insiste, por poco que le pongamos un grano de sal. Ahora, gracias a Editorial Gredos, a la Colección Escuela Lacaniana y a su director, Vicente Palomera, se puede recuperar algo que se sitúa entre lo que hicimos posible hace tres años y las contingencias del presente.

Durante aquellas sesiones, sostenido por la confianza de mis colegas, adopté una posición de enseñante; y desde esa posición pude rememorar las clases sobre la «Radiofonía» de Lacan dictadas por Serge Cottet en la Section Clinique de París, rue Navarin, y en la École de la Cause Freudienne, rue Huysmans, que pude seguir regularmente entre febrero y junio de 2005. Él mismo publicó un resumen de su seminario en La Lettre mensuelle de l’École de la Cause Freudienne, núm. 241, octubre de 2005, páginas 5-7.

Otras aportaciones con las que he contado son los comentarios a «Radiofonía» que redactaron Pierre-Gilles Guéguen, Véronique Voruz, Hélène Bonnaud y Éric Laurent para los números 115-118 de la revista Quarto. En 1991, Jacques-Alain Miller publicó una «Presentación de “Radiofonía” a los libreros», con la noticia de que el texto iba a aparecer en volumen.[6] No he encontrado ningún indicio de ese libro. En su comentario, Miller da títulos a las respuestas de Lacan, tomadas como capítulos del texto; utilizo estos títulos para mi presentación.

PREGUNTA 1.ACERCA DE LO QUE SE PROPAGA

La pregunta sorprende a Lacan, porque muestra que el entrevistador ha leído los Escritos, y porque supone una idea de la información bien distinta de la practicada por los medios de comunicación de masas. Freud y Saussure no eran conscientes de la información que se transmitían: no se dieron cuenta el uno del otro ni el otro al uno.

La lingüística de Saussure y del Círculo de Praga (los lingüistas Trubetzkoy, Jakobson, etc.) sigue a la de los estoicos, pero introduce algo nuevo, un corte: la barra, la raya, el borde entre el significante y el significado. El significante se constituye por diferencia (esto simboliza la barra) respecto del significado. A partir de ahí, el significante puede ser tomado como un ser autónomo. Basado en un sistema de diferencias, su existencia produce efectos de cristal: los reflejos y las transparencias, las repeticiones y los juegos de lenguaje crean efectos de sentido inesperados. La sustancia de ese ser sin sustancia fue descubierta en el fonema; luego se fue ampliando al morfema, al sintagma (elementos de la morfología y la sintaxis) y, más allá de la red del significante, se fue constituyendo como una ciencia de lo simbólico, el estructuralismo.

El campo del significante excluye al sentido; aunque este puede ser admitido en la medida en que la red responde por él. Pero hay que tener en cuenta que esta respuesta no responde por un contenido, sino por la incidencia del efecto que causa.

De otro lado, la constitución del significante expulsa al significado; pero la constitución del campo del significante hace pensable el significado.

El gran logro de la lingüística estructural es el haber creado el campo del significante. Este campo está en la línea de los campos que constituyen las ciencias físicas: el gravitatorio, el eléctrico, el magnético, los campos subatómicos. El concepto de campo permite a las ciencias físicas incluir el vacío y excluir la metafísica; de un lado, se basan en un espacio sin materia; del otro, su formulación es básicamente de relaciones (entre masas, cargas, etc.), nunca de sustancias. Ni sustancial ni metafísico, es un campo de des-ser.

Siguiendo las conquistas de la lingüística se ha constituido también la semiótica, la cual toma al signo como objeto. El signo se distingue del significante en el hecho de que en su objetivo hay un «alguien». Véase la definición lacaniana de signo: «aquello que representa a algo para alguien». Es a ese «alguien» al que «algo» lo hace signo. La sombra de ese alguien ocultaba la puerta de entrada a la lingüística. La lingüística dio el paso de despersonalizar el lenguaje y tomarlo como una estructura. Basta con el signo para que ese alguien (su nombre siempre será una tontería) se apropie del lenguaje como de un instrumento. El lenguaje le servirá entonces como soporte de la abstracción, como medio para la discusión, y hará practicable la entrada a los progresos del pensamiento y de la crítica.

En el paso del signo al significante se juega algo importante en la noción del objeto de referencia. El signo toma su referencia por lo que hemos indicado: idea, argumento, concepto y, en definitiva, cosa. El significante no tiene otra referencia que la cosa en tanto que crea su propia ausencia: la acosa, la cosa en tanto que es extraña a sí misma, destrucción de lo creado, paradoja, incomprensible. Es ahí donde podemos ver que el signo alimenta la unidad del oscurantismo e impide el vaciamiento del referente.

Hay que distinguir la signatura rerum, obra mágica de Jakob Böhme, del oscurantismo actual.[7] Al menos la primera no servía como argumento para definir el lenguaje por su función de comunicación.

El recurso a la comunicación protege a la lingüística de hacer el ridículo. Por ejemplo, impide creer en el mito de la telepatía, entendida esta como comunicación sin lenguaje. El propio Freud la interrogó como a un pensamiento que se comunicaría sin palabras.[8] El error se introduce en el momento mismo en que la lingüística no se puede desprender de la idea de que el pensamiento es anterior a la palabra, y que la palabra comunica el pensamiento. Esa comunicación, si existiera, sería un milagro; como lo sería la comunicación de los afectos, como disposición a sellar el diálogo (en política), o a instituir un contrato social (en la masa). El significante no comunica: produce un efecto de sujeto.

El significante permite la igualdad; el caso más comunicable de igualdad es: «todo hombre es mortal». Esto nos permite hablar, a todos, de todo. Pero todo el mundo (salvo Aristóteles) se empeña en deducir de ahí que «Sócrates es mortal». Eso permitiría administrar la muerte —pero siempre la de los demás, porque, de lo universal, lo particular queda siempre segregado—. Es un caso de división subjetiva.

La división del sujeto es el motor de la lingüística, sobre todo, cuando incluye al poeta: comido por los vers (palabra que significa a la vez versos y gusanos). Véase Jakobson sobre la poesía.[9] Los versos se las arreglan entre sí, aunque el poeta lo sepa o no. Por eso Platón expulsa a los poetas de su República y muestra en el Cratilo una viva curiosidad por las palabras caprichosas.[10]

Así pues, si bien la lingüística partió del formalismo, antes de ella el interés estuvo en los tropiezos y tropezones de la palabra.

Freud llama inconsciente a un orden de hechos: el sujeto no es aquel que sabe lo que dice, cuando quien lo dice es la palabra que falta; el sujeto no es aquel que sabe lo que hace, cuando comete una torpeza. La neurología quiere meter esto en el cerebro, sobre todo cuando duerme. Es verdad: el cerebro duerme.

Lacan articula el inconsciente freudiano; y a partir de esta articulación se debe leer Freud hoy.

En su pregunta, Robert Georgin manifiesta que Freud anticipa la lingüística. Pero es aún más que eso: el inconsciente es la condición de la lingüística. Sin el inconsciente, la lingüística no habría salido de la tiniebla de la Universidad. No habría salido de la Universidad de Kazán donde Baudouin de Courtenay la coronó.

La Universidad puede hacer ahora tema de tesis de la influencia del genio de Freud sobre el genio de Ferdinand de Saussure. Se podría considerar quizá que esa transmisión sincrónica es un caso de telepatía (antes de que existiera la radio). La Universidad no necesita la radio para ensordecer. Quizá por ello Saussure percibió mejor que Freud lo que este anticipaba: la metáfora y la metonimia lacanianas.

Saussure no consideró universitario el desciframiento de la poesía saturnia.[11] En cambio, el analista infatuado por la Universidad dice una sandez: que el inconsciente es la condición del lenguaje. Dos analistas, dentro de la Sociedad Analítica, definen paso al acto y acting out con los mismos términos que Lacan, pero al revés.

Si Lacan fallara ahora, solo quedarían esos desperdicios de la enseñanza, hecha para parar la información. La cual difunde, o difumina, la enseñanza de Lacan. Lo enunciado por Lacan en un discurso confidencial ha mudado la audición común —hasta llegar a un auditorio enorme—. Es otro caso de transmisión.

Véase el caso del joven que se había mezclado con gentes del partido (comunista) y que acudió a oír «Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el psicoanálisis». Véase en los Escritos, al final de ese artículo, la estupefacción del público. ¿Es suficiente escribir algo en la pizarra para que surta un efecto? Lacan lo demuestra con uno de esos efectos: la Fundación Ford se quedó sin dinero para publicarlo.

El efecto que se propaga no es por la comunicación de la palabra, sino por un desplazamiento del discurso.

El propio Freud, incomprendido, incluso por él mismo, se sirvió de esta propagación. Sin ella las convulsiones de la historia (como los émois, o sea, las emociones, pero también los yoes, de Mayo del 68) son enigmáticas; sus actores mismos no entendieron muy bien lo que estaban haciendo. Este tipo de convulsiones históricas no son siervas de un sentido: son convulsiones histéricas.

PREGUNTA 2.LA ESTRUCTURA Y EL CUERPO

Seguir la estructura es asegurarse de los efectos del lenguaje. El lenguaje no reproduce la estructura; la estructura no proviene de relaciones tomadas en lo real (lo real en el sentido de Lacan). Las relaciones estructurales también forman parte de la realidad; dicho de otro modo, atrapamos la estructura allí donde lo simbólico toma cuerpo.

El lenguaje no es una función de la colectividad. Eso sería volver a un «alguien» que redoblaría la realidad en la representación. No vale la pena reproducir esa doblez: sería caer en el avispero del idealismo. El conocimiento (es decir: el co-nacimiento) es saber supuesto en la existencia viva del organismo o de la especie. Pero, de hecho, el conocimiento es mortinato, porque se ha soltado del lenguaje. Otra cosa es el saber, que, tanto como le es posible, contornea lo real, que le es imposible de saber. Recordemos que, para Lacan, lo real es distinto de la realidad: lo real no es incognoscible; no conocemos lo real; lo real se demuestra.

No hay por qué acorralar a los estructuralistas. Partiendo de la estructura, a nadie le falta motivo para la insurrección.

El cuerpo de lo simbólico no es ninguna metáfora. El ser que se sostiene en un cuerpo no sabe que ese cuerpo se lo otorga el lenguaje: si no pudiese hablar de él, ese ser no estaría ahí (Dasein). El cuerpo de lo simbólico se incorpora en el cuerpo; más aún, el cuerpo de lo simbólico hace el cuerpo. Después de su incorporación, al cuerpo de lo simbólico le queda el incorporal. Los estoicos supieron, con el término de incorporal, en qué lo simbólico atrapa el cuerpo.[12]Lo que es incorporal es la función: lógica, matemática, topológica.

La estructura incorporada hace el afecto. Afecto quiere decir aquello que del ser se articula; que no es ser si no se dice en alguna parte o en parte. Es secundario que el cuerpo esté vivo o muerto. El ser hablante empieza con la sepultura. A diferencia de toda otra especie, el cuerpo muerto del hombre sigue siendo cuerpo. El cuerpo habitado por la palabra es siempre corpse (cadáver); nunca deviene carroña. La zoología se equivoca pensando que el individuo hace el ser de lo vivo; véase el polípero, difícil de captar como individuo.

El cuerpo, en serio, es lo que puede llevar la marca que lo ordena en una serie de significantes. A partir de esa marca sostiene una relación; necesariamente, porque aun sustrayéndose a ella le da soporte. Menos-Uno (el Uno que falta en la serie) designa el lugar del Otro. El significante convierte la extrusión (algo de más) en intrusión (Uno-de-Menos). Esto no le sucede a toda carne.

De las únicas carnes estampadas por el signo —el signo que las negativiza por partes— ascienden las nubes de su goce. Esas nubes son las aguas superiores [cf. el dibujo de Ferdinand de Saussure en su Curso], cargadas de goce, cuyos rayos [cf. el caso Schreber] redistribuirán cuerpo y carne. El reparto será quizá menos contable que la serie de los cuerpos. Pero la sepultura antigua figura el conjunto de la lógica moderna. La osamenta es el conjunto vacío a partir del cual se ordenan como otros tantos elementos los instrumentos de goce: collares, cubiletes, armas, que enumeran el goce y lo hacen entrar en el cuerpo.

Todo esto anima la estructura. La lingüística y la etnología no siguen en esto al psicoanálisis.

Lingüística.La lingüística proporciona al análisis el material y el aparato con el que opera. Pero la operatividad no define un territorio. Si, de un lado, el inconsciente es la condición de la lingüística, esta no puede hacer mella en aquel. La lingüística no sabe nada del objeto a. El objeto a es lo que está en juego en el acto psicoanalítico. Al mostrar esto, Lacan esclarece todos los demás actos.

La contribución de Benveniste —el más grande lingüista francés del momento— a la revista La Psychanalyse mostró esta carencia.[13] Eso sí, le prestó gran atención al artículo de Freud sobre el sentido antitético de las palabras primitivas. Por supuesto, según el lingüista, para que el significado esté a gusto, los significantes han de ser antitéticos. Pero si hablamos árabe, donde estos significantes abundan, habrá que precaverse todo el tiempo del hormiguero que asciende. Lo particular de la lengua es el efecto de cristal.

Saussure hizo un lapsus al calificar al significante de arbitrario. Eso muestra que respondía al discurso universitario, donde el S1 está encubierto. Y esto demuestra que un discurso da forma a la realidad. Y lo hace sin el consenso del sujeto que se pone como enunciador; el cual es dividido por sus enunciados.

Solo el discurso del analista pone al sujeto en el lugar del otro. La ciencia pone al sujeto en el lugar del amo; con ello lo sustrae y, tanto como eso, igual que a Sócrates, lo intercepta.

Etnología.La etnología no tiene barrera ni frontera. Un etnólogo no debe dejarse seducir por los sueños que le cuenta su informador. Estos no forman parte del «terreno». El etnólogo que emite esta censura no marca —aunque sea Lévi-Strauss— ningún desprecio por el terreno de Lacan. Si el inconsciente entra en el terreno del etnólogo, no hará un agujero, sino que formará un charco. Alimentaríamos la recolección de un saber con el saber de nuestro tonel.

En un psicoanálisis, el único mito que se obtendrá es el mito del Edipo freudiano. Es el único que queda en su discurso.

Lévi-Strauss dice que el material de los mitos es intraducible. Los mitos se analizan en mitemas.[14] Ahí se muestra el espejismo de un nivel que sería común con el discurso psicoanalítico.

La cura solo puede hacerse en una lengua (particular, positiva); esto garantiza que «no hay metalenguaje». La universalidad se encuentra en el efecto de cristal por desplazamiento de discurso; se trata de una topología, donde la mitología se reduce hasta el extremo.

El mito, tal como lo articula Lévi-Strauss, no opera con lo que Lacan introdujo en «La instancia de la letra»; no es metáfora, ni metonimia, ni condensación, ni desplazamiento. El mito explica y aloja. El mito combina sus unidades pesadas; forma parejas sobre un fondo que las hace aparecer complementarias. En el psicoanálisis, sobre el fondo mítico del significante fálico, hombre y mujer no saben nada el uno del otro. Este significante levanta pasiones, especialmente entre los universitarios. Los etnólogos forman una etnia de pescadores que, en el terreno, sacan escritos de un saber cuya esencia es no transmitirse por escrito. Nunca pasan de la primera clase: la clasificación.

Psicoanálisis.Hay que guardar aquí la misma distancia a la estructura que la lingüística y la etnología. Lacan definió el significante como nadie lo había hecho; pero más importante es el signo. El psicoanálisis comienza por el signo, pasa por el significante, para volver al signo: del síntoma al fantasma y retorno, que decía Jacques-Alain Miller. Un análisis puede ir de la impotencia del amor al amor amado atravesando el bosque del goce omnipotente.

La lingüística nació de un desasosiego de la semiótica. Hay que rehacer la semiótica, partiendo de la antigua.

Según Lacan, un significante representa a un sujeto para otro significante. El signo representa alguna cosa para algún «alguien». ¿Cómo se cae del significante al signo?

El humo es signo del fuego. El signo señala al psicoanalista la «alguna cosa» que ha de tratar. La lógica del significante, que quiebra el señuelo del signo, le enseña que esa alguna cosa es la división del sujeto. La división del sujeto consiste en que el otro sujeto hace de significante; y ese significante solo puede representar a un sujeto si el otro significante no lo hace ser un significante. Esta división tomó por asalto el saber de lo sexual. Fracasó, porque el significante no es propio para dar cuerpo a una fórmula que sería la de la relación sexual. No hay rapport (relación, vínculo, proporción, trato) sexual formulable en la estructura. Lacan enseña desde hace veinte años al psicoanalista que esa «alguna cosa» —donde el psicoanalista, interpretando, introduce el significante— no es una cosa. Es un fallo estructural. A veces el psicoanalista quiere hacer, de esa alguna cosa, algún alguien: una personalidad en persona, o una personalidad total.

Acordarse, por poco que sea, del inconsciente exige mantener, frente al alg-Uno, algún algundós. Entre Uno y dos hay exclusión lógica. Esta operación de exclusión hizo pasar del significante al signo. La urgencia del análisis es encontrar el alguno. Solo el psicoanalista lacaniano actualiza (nunc) la dificultad (hic), él encarna la dificultad. Pronto todo el mundo será lacaniano. Bastaría con que el objeto a ascendiera al zénit social. Nuestro discurso lo produce a partir de un vaciamiento que provoca angustia. Es una producción en falta. El significante cae y se hace signo.

Cuando el psicoanalista no encuentra más significante que llevarse a la boca, y se aburre, cuando es afectado por el deseo de Otra cosa, se compra un coche nuevo, para dar un signo de inteligencia. Pero el objeto a solo se deduce en el psicoanálisis de cada uno.

Una parábola: la falta de humo le hace signo al fuego. El humo es signo de un sujeto productor de fuego (un fósforo representa a un sujeto para su caja). Cuando Ulises llega a la isla de los cíclopes ve humo: no es una isla desierta. ¿Ulises es el alg-Uno de la definición de signo? Sí; pero a la vez es Nadie para Polifemo («mucha habla»). Si los cíclopes hacen humo no es para Ulises. Ver el mundo como fenómeno es un pecado y una falta de inteligencia: es suponer que todo hace signo. El fenómeno supone el noúmeno, que solo puede hacer signo, y signo de inteligencia, al nous, al supremo alguno que lo urde todo desde ningún lugar. La sentencia «no hay humo sin fuego» es del mismo orden que el «no hay plegaria sin dios». Los incendios forestales no muestran el alguno al que se dirige el dormir del fumador imprudente. El fuego es un significante que representa al sujeto para el goce fálico urinario primitivo.

La mercadería es un significante que representa al productor para la plusvalía.

Un hombre (o una mujer) es un significante que representa a un sujeto para el goce de quien puede decir «ese es alguien (que vale)» en la historia.

Todo esto lo podría esclarecer el psicoanalista en el pase.

PREGUNTA 3.SENTIDO Y GOCE EN LA METÁFORA Y LA METONIMIA

Según Jakobson, la metáfora es la sustitución de un significante por otro; y la metonimia, la selección de un significante en la serie.[15] Jakobson (no Lacan) considera que la sustitución se hace entre similaridades y la selección entre contiguos. Jakobson sigue la mencionada doctrina estoica del lekton (lo que hace legible un significado). Lacan, en los seminarios dictados en Sainte-Anne, ante una audiencia colchón, aunque llena de analistas, lo llamó punto de acolchamiento o «efecto Saussure» (disrupción del significado por el significante).

Era una generación que quería recuperar su crédito después de los procedimientos con los que la anterior se había puesto a cubierto. No fue por nada que el ejemplo que tomó Lacan en el Seminario Las psicosis fuese el diálogo entre Joad y el colaborador Abner.[16]

Cinco años después, alguien [Jean Laplanche] llamó al punto de acolchamiento «el anclaje del lenguaje en el inconsciente». Completamente al contrario de cómo Lacan articulaba la metáfora y la metonimia en el inconsciente. Ese alguien, para explicar la doble inscripción, recurría al dibujo-enigma en el que se puede ver un pícnic familiar, o el sombrero de Napoleón. (Tal como el perfil de Hitler saldría de infancias nacidas de los cólicos de sus padres en Meudon en tiempos del Frente Popular).

El dinamismo del inconsciente no está en la figuración cagona, sino en la metáfora y la metonimia según Lacan, a partir de la barra de Saussure. Solo por abuso delirante se puede entender esa barra como fracción o proporción: es un borde real, que se puede saltar, entre el significante que flota y el significado que fluye. El inconsciente es definido como aquello que hace barrera o estanque para el goce. Mientras que, en el matema de Saussure, la barra es infranqueable, Lacan establece aquí que esa barra es el cuerpo que goza.

La metáfora es el salto entre el significante que flota y el significado que fluye. La metáfora obtiene un efecto de sentido con un significante que cae como un adoquín en un charco, con el resultado de enturbiar el significado. Ese significante, en la poesía, falta metafóricamente en la cadena. Produce un sentido en el sentido del no sentido. El ejemplo de la gavilla de Booz era paja para los asnos.[17]

El efecto de condensación es otra cosa: parte de la represión y retorna como imposible, como el límite a partir del que se instaura la categoría de lo real a partir de lo simbólico. Un profesor ha escrito sobre esto cosas considerables.[18] Materializa muy bien una condensación, cuyo imaginario es tipográfico, con las ranuras de la página: en los pliegues de la bandera se lee: «REV[OLUTION] D’O[CTOB]R[E]». Entre los pliegues, [REV-D’O-R]: sueño dorado. El efecto de no-sentido no es retroactivo en el tiempo, sino actual, real. El significante resurge como una pifia en el significado de la cadena superior a la barra. Decayó; pertenecía a otra cadena significante que en ningún caso debe coincidir con la primera. Con esta el significante hace discurso. Hay un cambio de discurso.

La metáfora, al servicio de la represión, produce la condensación que describe Freud en el sueño. Lacan atribuye esta condensación al inconsciente: límite de lo real en lo simbólico.

El inconsciente son razones (efectos de lenguaje, previos a la significancia del sujeto, que aún no lo representan). El inconsciente no es anclaje, sino depósito, aluvión del lenguaje: materialización del significante; del significante que va «intransitivamente» al significado. Para el sujeto, el inconsciente es lo que reúne las condiciones que le impone: o no es, o no piensa. En el sueño no piensa, su estado es de puede-ser. El ser queda para el despertar.

La metonimia no juega con el sentido anterior al sujeto. No juega con la barrera del sentido. La metonimia es goce donde el sujeto se produce como corte. La metonimia hace la estofa del sujeto, pero con ello lo reduce a una superficie ligada a su cuerpo. Ese cuerpo es obra del significante: cuerpo cubierto con un velo.

Eso no quiere decir que el significante se ancle (Laplanche) ni se entinte (Lyotard) en la cosquilla. Entre otros rasgos con los que se significa el goce, el significante permite la cosquilla, hace la zona erógena; ¿quién se satisface entonces, el sujeto o el Otro? Como la pasión del significante se desliza bajo lo que se inscribe (lo que se entinta) hay que decir que es goce del Otro. Arrebatado de un cuerpo el goce del Otro, el cuerpo deviene lugar del Otro. La metonimia opera a partir de un metabolismo del goce. Su potencial lo regula el corte del sujeto. El valor de la metonimia viene de lo que se transfiere en ella.

Ejemplo clásico de metonimia en la retórica clásica: «treinta velas» que anuncian una flota. Ningún gramático ni lingüista hará de las velas velo de Maya. El psicoanalista puede usar el velo para cubrir su truco de prestidigitador. Tampoco entenderá el psicoanalista el motor de la metonimia con la pregunta de si la doble inscripción es causada por el significante.

La interpretación es un corte en la banda de Moebius (o cross-cap