¡Reconquista! ¿Reconquista? Reconquista - David Porrinas - E-Book

¡Reconquista! ¿Reconquista? Reconquista E-Book

David Porrinas

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Reconquista. ¿Sí o no? ¿Podemos seguir hablando de Reconquista? ¿En qué medida y con qué cautelas podríamos usar un término que cada vez es más polémico? ¿Es su empleo completamente legítimo? Estas son algunas de las cuestiones a las que este volumen colectivo, editado por David Porrinas, intenta responder, por medio de visiones múltiples y contrastadas proporcionadas por los mayores expertos en un debate que parece cada vez más espinoso y enconado. Un debate que ha permeado a la sociedad, con usos políticos del término difundidos por los medios de comunicación y las redes sociales, hasta dibujar el panorama de una confrontación que, en este caso, es más política que científica, más visceral que racional, más emocional que sosegada. El libro ¡Reconquista! ¿Reconquista? Reconquista reúne a un elenco variado de medievalistas que, desde distintas inquietudes, han profundizado en los orígenes, semánticas e implicaciones de un concepto íntimamente ligado a la historia española, y que ha servido a modo de etiqueta identificadora de una parte del pasado, plenamente asumida allende nuestras fronteras. Todos ellos han estudiado significaciones, interpretaciones, usos y abusos de un constructo, el de Reconquista, que se mantiene hoy tal vez más vivo que nunca en los debates científicos y en las conversaciones cotidianas, en las universidades y en las barras de bar. Para hablar con conocimiento de causa, este libro acerca los debates en torno al tema que se sostienen en el mundo académico, con visiones diversas y en ocasiones enfrentadas, pero siempre desde el rigor que exige el método de trabajo del historiador responsable. A partir de aquí, el lector tendrá ocasión de enjuiciar y razonar la pertinencia o no de la Reconquista como término y como concepto en torno a este pertinente debate. Porque todo en historia puede ser objeto de debate, y nada inmutable, por más que así lo pensemos.

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¡Reconquista! ¿Reconquista? Reconquista. Debates de historia

Porrinas, David (ed.)

¡Reconquista! ¿Reconquista? Reconquista. Debates de historia / Porrinas, David (ed.)

Madrid: Desperta Ferro Ediciones, 2024. – 288 p. ; 23,5 cm – (Debates de Historia) – 1.ª ed.

D.L: M-4957-2024

ISBN: 978-84-127443-4-7

070.447 94(460).02

94(460) “711/1492”

 

 

¡RECONQUISTA! ¿RECONQUISTA? RECONQUISTA

Debates de historia

David Porrinas (ed.)

© de esta edición:

¡Reconquista! ¿Reconquista? Reconquista. Debates de historia

Desperta Ferro Ediciones SLNE

Paseo del Prado, 12, 1.º derecha

28014 Madrid

www.despertaferro-ediciones.com

ISBN: 978-84-127443-5-4

Diseño y maquetación: Raúl Clavijo Hernández

Editor técnico: David Porrinas

Coordinación editorial: Isabel López-Ayllón Martínez

Primera edición: abril 2024

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

Todos los derechos reservados © 2024 Desperta Ferro Ediciones. Queda expresamente prohibida la reproducción, adaptación o modificación total y/o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento ya sea físico o digital, sin autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo sanciones establecidas en las leyes.

Producción del ePub: booqlab

ÍNDICE

Nota del editor

Introducción. Reconquista: un debate necesario David Porrinas

1 RECONQUISTA Y RESTITUTIO

Carlos de Ayala Martínez

2 «¡QUE DIOS LA HAGA VOLVER AL ISLAM!»

Javier Albarrán

3 LA RECONQUISTA: GÉNESIS Y TRAYECTORIA DE UN CONCEPTO HISTORIOGRÁFICO

Martín F. Ríos Saloma

4 UN BALANCE PROBLEMÁTICO

Francisco García Fitz

5 EN DEFENSA DE LA RECONQUISTA

Armando Besga Marroquín

6 FALSOS DEBATES ACERCA DE LA RECONQUISTA

Ana Isabel Carrasco Manchado

7 USOS POLÍTICOS DEL CONCEPTO DE RECONQUISTA

Alejandro García Sanjuán

8 LA RECONQUISTA EN LA CULTURA POPULAR

Francisco J. Moreno Martín

Bibliografía

Relación de autores

NOTA DEL EDITOR

La obra que el lector tiene entre sus manos gira alrededor del término y concepto de Reconquista, un vocablo que verá escrito de cuatro modos diferentes a lo largo de la misma. Esto se debe tanto al intento de ceñirnos a las recomendaciones de la Real Academia Española y Fundeu, como al carácter colectivo del libro, puesto que hemos tratado de respetar el uso consciente o petición expresa de algunos autores de la mayúscula, minúscula, cursiva o comillas.

En primer lugar, la palabra reconquista aparecerá en cursiva y minúscula cuando, como en esta ocasión, tenga un uso metalingüístico y haga referencia directa al elemento de la lengua y no a su significado como recoge la Guía de estilo sobre el uso de la redonda y la cursiva de Fundeu [https://www.fundeu.es/wp-content/uploads/2013/05/CursivasGuiaFundeu.pdf]. Se podrá encontrar en mayúscula y redonda –Reconquista– cuando se refiera al periodo histórico, es decir, a la «Recuperación del territorio hispano invadido por los musulmanes en 711 d. C., que termina con la toma de Granada en 1492» como recoge el Diccionario Panhispánico de Dudas acerca del uso de las mayúsculas en su punto 5.2.38. Y, aparecerá, en redonda y minúscula –reconquista– cuando se refiera a la acción de reconquistar y a los distintos episodios que incluye en su desarrollo según la Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE) en su primera acepción.

INTRODUCCIÓN

Reconquista: un debate necesario

David Porrinas

Reconquista. ¿Sí o no? ¿Podemos seguir hablando de Reconquista? ¿En qué medida y con qué cautelas podríamos usar un término que cada vez es más polémico? ¿Es su empleo completamente legítimo? Estas son algunas de las cuestiones a las que este volumen colectivo intenta responder, por medio de visiones múltiples y contrastadas proporcionadas por los mayores expertos en un debate que parece cada vez más espinoso y enconado. Un debate que ha permeado a la sociedad, con usos políticos del término difundidos por los medios de comunicación y las redes sociales, hasta dibujar el panorama de una confrontación que, en este caso, es más política que científica, más visceral que racional, más emocional que sosegada. En este libro que tienen en sus manos, ¡Reconquista! ¿Reconquista? Reconquista, hemos reunido a un elenco variado de medievalistas que, desde distintas inquietudes y posicionamientos, ha profundizado en los orígenes, semánticas e implicaciones de un concepto íntimamente ligado a la historia española, y que ha servido a modo de etiqueta identificadora de una parte del pasado, plenamente asumida allende nuestras fronteras. Todos ellos han estudiado significaciones, interpretaciones, usos y abusos de un constructo, el de Reconquista, que se mantiene hoy tal vez más vivo que nunca en los debates científicos y en las conversaciones cotidianas, en medios de comunicación y redes sociales.

Para hablar con conocimiento de causa, este libro acerca los debates en torno al tema que se sostienen en el mundo académico, con visiones diversas y en ocasiones enfrentadas, pero siempre desde el rigor que exige el método de trabajo del historiador responsable. A partir de aquí, el lector tendrá ocasión de enjuiciar y razonar la pertinencia o no de la Reconquista como término y como concepto en torno a este oportuno debate. Porque todo en historia puede ser objeto de debate, y nada inmutable, por más que así lo pensemos. Por ello, este libro nace con la voluntad de convertirse en una herramienta que prepare para un debate saludable y fundamentado, alejado del ruido y de la furia a los que por desgracia cada vez nos tienen más acostumbrados las redes sociales y las tribunas políticas. Si conseguimos hacernos un hueco en alguno de esos debates en los que la Reconquista es protagonista, no será poco lo que habremos conseguido.

Así, con la pretensión de ofrecer visiones plurales que ayuden a estimular y esclarecer el debate, hemos intentado reunir a compañeros y colegas que defienden posturas distintas acerca de la pertinencia o no de seguir usando el término reconquista, a fin de ofrecer la diversidad de opiniones existente en el ámbito académico sobre esta problemática cuestión. Creemos haber conseguido congregar a los más señalados representantes de las tres corrientes de opinión que se dan en el contexto académico respecto a la conveniencia o no del empleo de la palabra reconquista. A aquellos que defienden que se puede y se debe seguir hablando de Reconquista, y que esto no implica problema alguno; aquellos que consideran que puede seguir empleándose, pero de una manera restrictiva, constreñida a aspectos muy concretos; y, finalmente, aquellos otros que consideran que el concepto Reconquista debería erradicarse del vocabulario de los historiadores y la sociedad, y, en caso de mantener su uso, tener muy claro que se trata de un invento contemporáneo y no medieval. Ni que decir tiene, resulta obvio, que no hay consenso entre los compañeros y amigos que participan en este libro. Es precisamente esa falta de consenso lo que estimula y enriquece este debate necesario, que no podría haber tenido otro mejor lugar de publicación que en esta nueva colección llamada Debates de Historia, que Desperta Ferro Ediciones ha tenido a bien inaugurar con este volumen sobre Reconquista que he tenido el honor y el placer de coordinar.

Es por ello que me gustaría expresar mi gratitud hacia quienes han hecho posible este libro. En primer lugar, a Desperta Ferro Ediciones, en especial a mi amigo Alberto Pérez Rubio, quien concibió esta magnífica idea, por promover una colección sobre debates historiográficos accesibles a un gran público. Le agradezco la confianza que depositó en mí para impulsar y dar forma a este primer peldaño de una escalera que espero sea larga y plena de éxitos. Me siento muy agradecido también a Isabel López-Ayllón, por la intensa, meticulosa y enriquecedora revisión de textos que ha realizado, desempeñando una labor necesaria que, en ocasiones, parte del público no conoce, y que es obligatorio reivindicar y destacar. Finalmente, este trabajo no habría sido posible sin los conocimientos y generosidad de los distintos autores que nos han brindado los textos que componen el libro. Les estoy muy agradecido por haber acogido la propuesta con entusiasmo, por honrarnos con su presencia en esta obra, por haber hecho un hueco en sus apretadas agendas profesionales y familiares para ofrecer al público sus brillantes ideas y reflexiones y por haber elaborado un trabajo que estoy convencido será un referente. Muchas gracias de todo corazón a Carlos de Ayala Martínez, Javier Albarrán Iruela, Martín Ríos Saloma, Francisco García Fitz, Armando Besga Marroquín, Ana Isabel Carrasco Manchado, Alejandro García Sanjuán y Francisco José Moreno Martín, sin vosotros este trabajo no hubiera sido posible.

Se inicia este libro con la aportación de uno de los máximos estudiosos internacionales de las significaciones e implicaciones de la polémica Reconquista. Se trata del profesor y catedrático de la UAM Carlos de Ayala Martínez, autor de numerosas publicaciones sobre esta temática y director de proyectos de investigación internacionales como Violencia religiosa en la Edad Media peninsular: guerra, discurso apologético y relato historiográfico, siglos X-XV, codirigido por Santiago Palacios Ontalva y en el que participaron, entre los años 2016 y 2021, colegas que colaboran en este trabajo que he tenido el honor de coordinar, como es el caso de Javier Albarrán Iruela, Francisco García Fitz, Martín Ríos Saloma, Alejandro García Sanjuán, Francisco J. Moreno Martín, y quien aquí escribe. Uno de los frutos de ese proyecto fue, precisamente, un extenso volumen titulado La Reconquista. Ideología y justificación de la Guerra Santa peninsular (Madrid, Ediciones de La Ergástula, 2019, coordinado por Carlos de Ayala Martínez, J. Santiago Palacios Ontalva e Isabel Cristina Ferreira Fernandes), que nació de unas jornadas celebradas el año anterior en la ciudad portuguesa de Palmela. En esa obra colectiva se abordó un debate intenso en torno a la noción de Reconquista, parte del cual queremos trasladar aquí, rebajando el tono académico e intentando hacerlo accesible a un público más amplio. A algunos compañeros de aquel proyecto hemos sumado otros colegas, que han ayudado a enriquecer y complementar visiones, enfoques y perspectivas.

Volviendo al capítulo que abre este volumen, el profesor Carlos de Ayala deja claro en las primeras líneas cuál es su posicionamiento sobre la Reconquista. Para él es una «eficaz coartada ideológica» ideada por reyes cristianos medievales de la península ibérica para justificar y legitimar sus conquistas territoriales frente a los musulmanes. Deja claro que hay que distinguir entre la materialidad de la guerra, representada por las operaciones militares, y la cobertura ideológica ideada con fines de justificación y legitimación. Aunque en la Edad Media no existiese la palabra reconquista, sostiene, sí fueron formuladas ideas orientadas a esos fines formulados.

A partir de esas premisas y acotaciones necesarias, Ayala traza la secuencia cronológica del surgimiento y consolidación de esa noción ideológica de Reconquista, que tendría su origen en la corte asturiana de finales del siglo IX y principios del X, durante el reinado de Alfonso III. En esta noción primigenia tienen importancia la revivificación de la unidad política y religiosa de la monarquía visigoda, el protagonismo de Pelayo y de Covadonga. Esta noción «neogótica» de Reconquista tuvo un desarrollo cronológico discontinuo y no afectó a todos los ámbitos peninsulares. Ya en la segunda mitad del siglo XI, Alfonso VI recuperará esa noción neogótica de Reconquista. Poco más adelante, el obispo Pelayo de Oviedo (1101-1153) añade nuevos elementos, como la alusión a la Cruz de la Victoria. En el siglo XIII, el arzobispo cronista Rodrigo Jiménez de Rada retoma el relato y lo complementa, constituyendo una base que será incorporada en la Estoria de España mandada componer por Alfonso X el Sabio en la segunda mitad de ese siglo. Esas visiones neogoticistas influirán en cronistas del siglo XV como Alonso de Cartagena y Rodrigo Sánchez de Arévalo.

La noción neogótica convivió en la Edad Media, prosigue Ayala, con otras nociones de reconquista, que pasa a analizar. La primera de ellas es la que denomina «carolingia», y que sería elaborada en torno a la sede arzobispal de Santiago de Compostela, y donde el protagonismo de Pelayo y Covadonga es sustituido por el de Ordoño II, Santiago de Compostela y la figura de Carlomagno. Otro foco interesante fue el de los territorios de Aragón y Cataluña, donde no se aludía a la vinculación con la monarquía visigoda y sí con una voluntad divina proyectada en las acciones de sus reyes y condes conquistadores. El naciente reino de Portugal también proyectó ideas de reconquista, al igual que había venido haciendo esa institución supranacional que durante la Edad Media fue el papado. A explicar esta idea de «reconquista pontificia» dedica Ayala las siguientes líneas, iluminando sobre los intentos del papado por vincular la reconquista hispánica a Roma. Incluso desde al-Ándalus se hicieron alusiones a esas ideas de reconquista formuladas en el ámbito cristiano, unas visiones analizadas más por extenso por Javier Albarrán en el siguiente capítulo.

Y es que resulta de gran interés un aspecto muy desconocido, el de las nociones de reconquista desarrolladas en el mundo andalusí. A este tema interesante e ignoto dedica Javier Albarrán, gran experto en el tema, su capítulo en este libro, planteando distintas dudas acerca del posible origen de un ideal muy similar al cristiano. Como si de ideas frente al espejo se tratase, los musulmanes de al-Ándalus desplegaron su propio ideario en torno a la idea de recuperar algún día los territorios peninsulares que les habían pertenecido y que les habían sido arrebatados por los cristianos en su avance expansivo. Esas concepciones, al igual que en el lado cristiano, estarían impregnadas de una concepción providencialista del pasado, en la que Dios premia o castiga a los hombres en función de sus acciones. El ideal de reconquista andalusí se consolida en especial a finales del siglo XI, momento crítico para al-Ándalus por la pérdida de Toledo, ciudad simbólica y estratégica, y por la irrupción del Imperio almorávide, llamado a cambiar el statu quo peninsular y las relaciones políticas y militares entre cristianos y musulmanes en ese contexto. Más adelante, tanto almorávides primero como almohades después, se verán obligados a elaborar y reforzar idearios y discursos sobre la necesidad de mantener la guerra santa frente a unos cristianos que continúan avanzando a costa de territorios islámicos. En esos discursos cobran protagonismo ideas de yihad y de recuperación de unos territorios perdidos que es necesario y preceptivo recuperar.

Javier Albarrán se adentra en el análisis de este proceso, que arranca en el siglo XI, en el periodo de los reinos de taifas, cuando la autoridad centralizada y hegemónica que ostentaba el califato de Córdoba desaparece y es sustituido por un mosaico de reinos que en ocasiones se enfrentan entre sí con el apoyo de distintos poderes cristianos. Finaliza su estudio en la fase final del Imperio almohade, el último de los imperios musulmanes que mantiene un pulso frente al avance conquistador cristiano, pero finalmente derrotado por estos y sus propios problemas internos. Y es que ese pensamiento pesimista en el lado andalusí se vería incrementado a medida que los cristianos conquistaban territorios, pero cabe destacar, como señala Albarrán, la más que posible influencia que la ideología de reconquista cristiana ejercería en los intelectuales de la corte cordobesa al menos desde finales del siglo X, quienes plasmaron su pensamiento en distintas obras. Se inicia un proceso que se acelera con la mencionada descomposición del califato y que no hará sino crecer durante los periodos almorávide y almohade.

Así, Javier Albarrán realiza un interesante trabajo de selección y análisis de textos que reflejan con nitidez unas concepciones que le son bastante ajenas y desconocidas a una amplia mayoría. En este estudio se demuestra que los musulmanes fueron plenamente conscientes del ideal de reconquista cristiano y que de algún modo lo asumieron como propio, lo adaptaron y propagaron como uno de los mecanismos de defensa que se vieron obligados a implementar para enfrentarse a un mundo cristiano en expansión feudal. Y es que los andalusíes desarrollaron un sentimiento de apego a las tierras peninsulares que llevaban siglos habitando, considerándolas propias y no ajenas, formando una identidad colectiva en torno a ellas, siendo el sentimiento de pérdida incluso superior al de unos cristianos alejados en el tiempo de un pasado peninsular cristiano. No extraña que esos territorios perdidos fueran mitificados y añorados y que se considerara una desgracia la pérdida de una parte de lo que consideraban su «patria». Esos sentimientos se intensifican en momentos de crisis y avance cristiano. No sorprende que en esas circunstancias se intensificaran los discursos en torno al yihad, a la necesidad de desplegar la guerra santa contra los agresores cristianos, empleando términos dentro del campo semántico de la recuperación del territorio y la restauración de la religión islámica en ellos.

Para comprender el término reconquista en todas sus dimensiones y significaciones, resulta imprescindible rastrear sus orígenes terminológicos y su evolución semántica desde entonces. A esta tarea necesaria consagra Martín Ríos Saloma, el mayor experto en esta materia, su capítulo en este libro. Para ello, propone un interesante ejercicio de la denominada Historia conceptual, aquella rama de la historiografía que se encarga del estudio de los conceptos, su evolución en el tiempo y sus implicaciones ideológicas, semánticas y simbólicas. A través de este interesante análisis, Ríos Saloma indaga en la complejidad que entraña el término reconquista, ya que por su naturaleza polisémica puede tener hasta seis significaciones distintas.

En ese proceso a través del cual reconquista se fue cargando de variadas significaciones tiene una importancia capital la idea de España como nación en los orígenes, como Estado con el transcurrir de los siglos. Es precisamente cuando empieza a construirse el concepto de una manera más decidida, a partir del siglo XVI, cuando nuestro autor arranca su seguimiento y estudio evolutivo. En ese contexto se amplían las fronteras y dominios de la Monarquía Hispánica, con el descubrimiento, conquista y colonización de América, Nuevo Mundo al que se trasladan las fronteras de lo que terminará configurándose como imperio hispánico, y en el que las ideas de reconquista seguirán manteniendo una vigencia destacada. Con el objetivo de conocer y definir los orígenes de la esencia hispánica se acomete en este tiempo un proyecto historiográfico en el que figuras como Pelayo y lugares como Covadonga ocupan un lugar destacado. Allí, en Covadonga, y de la mano de Pelayo, se habría iniciado una «restauración» de Hispania esencial para comprender su posterior devenir. Se incide en esa naturaleza de mito fundacional que tendrían aquellos acontecimientos capitales, y se van sumando añadidos a lo largo del siglo XVII, momento de apogeo de la contrarreforma contra el protestantismo iniciada en el Concilio de Trento. Ya en el siglo XVIII, con los inicios del cientifismo historicista, algunos autores levantarán sus voces críticas contra lo que considerarían fabulaciones no basadas en el rigor histórico. Sin embargo, las viejas concepciones, que arrancan en la propia Edad Media, siguen su trayectoria evolutiva y terminan por constituir un fundamento importante en los orígenes del nacionalismo español.

A mediados del siglo XVII se había empleado por primera vez el término reconquista. Curiosamente ese uso no se había hecho para referirse a realidades peninsulares, sino a una parte concreta del proceso de conquista de América. Será a finales del XVIII cuando el término sea empleado por vez primera en España para a aludir al pasado medieval español. El siglo XIX será fundamental en la articulación del nacionalismo y el patriotismo español, en cuya construcción desempeñará un papel determinante esa reconquista medieval que había venido formulándose como ideario desde los siglos medievales. El desarrollo del romanticismo y la experiencia exitosa de los españoles en la Guerra de la Independencia contra los franceses se convierten en piedras angulares en un proceso en el que sobresalen historiadores como Modesto Lafuente. En este contexto, y mientras comienza a desarrollarse el colonialismo y el imperialismo, se dan intensos debates sobre la esencia de al-Ándalus y sobre la españolidad o no de los musulmanes que habían habitado parte de la Península durante la Edad Media.

En esa construcción del concepto de la nación española va a resultar muy importante esa reconquista frente a los musulmanes, una clave interpretativa que fomenta el patriotismo y explica la esencia de España y de los españoles. Se arrumban explicaciones providencialistas y teleológicas y se abunda en factores políticos, militares, sociales o económicos, pero en el fondo sale reforzada la idea de que España, cristiana, se forjó durante la Edad Media en la lucha con los musulmanes. Ni que decir tiene que se insiste en la naturaleza «española» de héroes de esa Reconquista como Pelayo o el Cid Campeador. Y aunque el XIX es el siglo de consolidación y expansión del término reconquista, no dejará de emplearse el más antiguo de «restauración», relacionándose ambos de manera intensa, empleándose incluso como sinónimos, hasta que triunfa finalmente Reconquista a finales de la centuria.

El siglo XX asiste al triunfo definitivo y la amplificación del término reconquista. Tras el Desastre del 98 se reflexiona sobre el ser de España y sus orígenes, destacando figuras como los autores de la Generación del 98, Marcelino Menéndez Pelayo, Ramiro de Maeztu, Ramón Menéndez Pidal o Claudio Sánchez Albornoz. La Guerra Civil y la consiguiente instauración de la dictadura de Franco consolidará el carácter patriótico y nacionalcatólico de una Reconquista en la que visiones interesadas ven reflejos de lo que está sucediendo en su propio tiempo. Estas visiones se manifiestan desde el ámbito académico hasta el escolar. Desde el ámbito académico, aun desde el exilio, se inicia un debate intenso sobre esas cuestiones esencialistas, entre Américo Castro y Sánchez Albornoz. En ese debate la llamada Reconquista tendrá un lugar central.

Concluye Ríos Saloma su esclarecedor capítulo con una reflexión profunda que conecta el pasado con el presente que vivimos, en el que la Reconquista aún sigue siendo usada y abusada desde posicionamientos más políticos que historiográficos. Merece mucho la pena degustar este texto tan aclaratorio que nos ofrece Martín Rios.

La Reconquista ha sido y es un término intensamente debatido, en torno a él se han dado debates más o menos vehementes y apasionados. Es por ello por lo que esas discusiones han generado una riada de publicaciones que no es sencillo ordenar. A esa compleja e imprescindible labor consagra Francisco García Fitz su capítulo en este libro, advirtiendo desde el propio título sobre las dificultades que esta tarea lleva aparejadas. La principal de estas dificultades, que desgrana en las primeras páginas, es la tendencia abusiva al uso del término por determinados partidos políticos e ideologías de corte conservador y o encuadrables en el nacionalismo español y europeo, fenómeno que se intensificó de manera significativa a partir de la entrada del nuevo milenio en el que vivimos y que aun en los últimos años sigue más vivo que nunca. Tras poner varios ejemplos de esa utilización política y mediática, que desarrolla más por extenso García Sanjuán en su capítulo, García Fitz repasa cuáles han sido los principales posicionamientos hacia el término Reconquista por parte de historiadores pertenecientes al mundo académico. Por una parte, encuadra a aquellos que abogan por la eliminación sin paliativos de una palabra que consideran tóxica, contaminada por un nacionalismo español que abusó de ella para legitimar su existencia y expansión. En este grupo se encuentran también historiadores que entienden que debería dejar de usarse el término por sus inexactitudes explicativas. Desde unos posicionamientos u otros, se integran en este grupo autores como Josep Torró, Alejandro García Sanjuán, Eduardo Manzano Moreno, Ana Isabel Carrasco Manchado o Esther Pascua Echegaray.

A partir de estas premisas, García Fitz sostiene que el uso del término Reconquista sigue siendo útil en algunos aspectos. Y es que la historia como disciplina académica y científica es una ciencia en construcción, que evoluciona y adquiere nuevos enfoques y significaciones, algo que puede ser extensible a la evolución semántica y analítica de conceptos como el de Reconquista. Habría que tener cautela, considera, con la significación que le han dado algunos historiadores, usándolo para englobar la práctica totalidad del pasado medieval español. Otra significación que desde el mundo académico se ha dado a reconquista, y de la cual García Fitz ofrece numerosos ejemplos, ha sido el de un proceso de expansión territorial y política de la cristiandad frente al islam.

En las últimas cinco décadas distintos historiadores han advertido sobre las insuficiencias explicativas de la totalidad que tiene el término Reconquista. Se inicia esta tendencia historiográfica en los años setenta, con un trabajo muy citado y reconocido de los profesores Abilio Barbero y Marcelo Vigil. Ellos advirtieron esas insuficiencias e incorrecciones y, con el transcurrir de los años, se han ido sumando opiniones que refuerzan y complementan esa base interpretativa. Es llamativo que algunos de estos historiadores siguieran utilizando, aun entrecomillado o matizado, el término, pues, como alguno de ellos reconocía, resultaba de una utilidad evidente. Más recientemente, otro grupo de historiadores ha venido sosteniendo que puede seguir usándose Reconquista para aludir a una ideología de guerra articulada durante la propia Edad Media, y que sería un conjunto de ideas originado en la península ibérica, aun alimentándose en ocasiones de otras ideologías como la de cruzada. Esta corriente ha ido ganando adeptos en los últimos años, aun con diferencias y matices, que resume García Fitz en este repaso crítico sobre la historiografía de la Reconquista. Destaca entre todos esos autores el profesor Carlos de Ayala, gran especialista en el tema y que desarrolla sus posturas en otro capítulo de este libro, como ya veíamos en páginas anteriores.

Concluye García Fitz su aportación en este libro con un generoso y lúcido bloque de conclusiones finales, unas páginas esclarecedoras que deberían ser leídas con detenimiento por todas aquellas personas a quienes, de una manera u otra, le interesan o preocupan las problemáticas y controversias, historiográficas y, en especial, sociales, que siguen envolviendo a esta palabra polémica y polisémica en distintos ámbitos, académicos o populares.

Hoy, como venimos diciendo, las opiniones en torno a la pertinencia o no del empleo del término Reconquista están divididas, tanto en el mundo académico como en la sociedad. Una de esas corrientes defiende con argumentos que no existe problema alguno en seguir empleando Reconquista para referirse a la realidad histórica de la Edad Media española. Entre esos defensores del uso del término se encuentra Armando Besga Marroquín, autor de un extenso libro sobre la cuestión y que aquí nos ofrece una serie de razones por las cuales entiende que se puede y se debe seguir hablando de Reconquista. Considera Besga que el rechazo al empleo del término comenzó durante la Transición española de finales de los setenta y principios de los ochenta, y que se fue incrementando con los años desde sectores de lo que denomina «izquierda identitaria», que tiene en la idealización de al-Ándalus y una demonización del mundo occidental dos fundamentos ideológicos que conducen a estas corrientes a una distorsión de la historia. Entiende Besga que los autores de esta corriente negacionista no han articulado sus opiniones en un libro que condense por extenso su argumentario, que se han limitado, por el contrario, a publicar sus opiniones en artículos breves y en entrevistas concedidas a medios de comunicación. Desgrana el autor cuáles serían los cuatro principales bloques en los que lo que él denomina corriente negacionista, con amplia repercusión en los medios, ha cargado las tintas para condenar el uso del término Reconquista.

El primero de ellos es el sostenimiento de la idea de que reconquista es un «neologismo», un término acuñado hace relativamente poco tiempo y que no tuvo presencia y uso durante la Edad Media. Un segundo argumento repetido por los medios de comunicación, según Besga, es que la Reconquista sería un invento del nacionalismo español. Sin embargo, esta idea sería rebatible teniendo en cuenta que el verbo reconquistar se documenta en un texto francés del siglo XVIII, incluso en una obra italiana del siglo anterior, cuando aún no se había desarrollado el nacionalismo español. Una tercera explicación de aquellos que niegan la Reconquista gira en torno a la desvinculación del reino visigodo del reino de Asturias. Finalmente, el cuarto argumento se basa en que ya son muy pocos los medievalistas que utilizan el término Reconquista, por considerarse este caduco y desfasado.

Tras dar cuenta de esas ideas contrarias, Armando Besga despliega las suyas propias, aquellas que legitiman la idoneidad del uso del término para referirse a parte del pasado medieval español. Una de ellas es que ese proceso de recuperación de territorios que llevaron a cabo distintos estados cristianos peninsulares no habría sido hecho en nombre de cada uno de esos estados, y sí en el de lo hispano y lo cristiano. El quid de la cuestión, sostiene, reside en cuándo podemos empezar a hablar de «España» con propiedad, considerando que esta realidad es documentable desde época romana, y no ya como un mero concepto geográfico. Algo similar ocurre con el concepto de «cristiandad», una realidad presente en la península ibérica desde la antigüedad. Alude, en tercer lugar, y como otros autores, que la reconquista fue una ideología que es documentable en la propia Edad Media. El resultado del proceso y, en fin, la utilidad que el término reconquista tiene para contextualizar un periodo complejo, concluye Besga que serían argumentos suficientes para defender la vigencia del uso del término. Aún más, Reconquista no es solo un término útil para comprender una parte de nuestro pasado, sino también necesario, pues sintetiza en una sola palabra muchas ideas y no puede sustituirse por ningún otro equivalente.

Ana Isabel Carrasco Manchado sostiene justo lo contrario que Armando Besga. Nos ofrece en su capítulo un interesante análisis de términos, usos historiográficos y falsos debates sobre la idea de Reconquista. Centra el foco en escritores que publicaron sus obras entre finales del siglo XIX y principios del XX, algunos que se mostraron críticos de una u otra forma hacia la noción de Reconquista, en unos tiempos en los que, por otro lado, se estaban produciendo exaltaciones de ese ideal. Partiendo de un artículo de Camilo José Cela, en el que el escritor gallego daba cuenta de algunos de esos posicionamientos críticos, Ana Isabel Carrasco analiza discursos que giraban en torno a la nación y la españolidad, el denominado «problema de España». En ese sentido examina ideas de autores como Miguel de Unamuno y Ángel Ganivet, quienes mantuvieron un interesante debate epistolar sobre estas cuestiones en los últimos años del siglo XIX, defendiendo el materialismo de los intereses el primero y el idealismo el segundo.

En ese tiempo se estaban dando pasos para transformar la historia en una disciplina científica, en un mundo marcado, por otra parte, por una masculinidad que marginaba a las mujeres del relato histórico y las aulas universitarias. Esa visión masculina de la historia abundaba en temas militares y políticos, esferas en las que las mujeres habían tenido poca cabida en el pasado. Se mantendrá esa tendencia en las primeras décadas del siglo XX, en la que se continúan añadiendo connotaciones nacionalistas, católicas y esencialistas a un concepto que actuaba de facto como sinónimo de la Edad Media española, con todas las consecuencias que esas asociaciones llevaban aparejadas. Esas vinculaciones quedan oficializadas cuando en 1936 –con Menéndez Pidal como director de la Real Academia de la Lengua– se añade una nueva acepción de reconquista en el DRAE, significado que se mantiene hoy en día y que la propia Ana Isabel Carrasco, junto a Alejandro García Sanjuán y otros medievalistas, proponen modificar en ese diccionario referencia.

Y a partir de ahí argumenta por qué para ella Reconquista es un término inválido, y que por ello debería suprimirse no solo en esa acepción del DRAE, también en el discurso de los historiadores y la propia sociedad. Sintetiza el estado de opinión que sobre la Reconquista tienen distintos historiadores en la actualidad, algunos de los cuales participan en este libro, separando a quienes están a favor de eliminar el uso del término de aquellos otros que sostienen que puede usarse con matices, que entienden que refiere a ciertas realidades medievales, como ideología de guerra santa y guerra justa con fines justificadores y legitimadores (Carlos de Ayala) o que, además, consideran que sigue siendo un término útil por su capacidad para condensar muchas ideas en una sola palabra (Francisco García Fitz). Carrasco deja al margen del debate a los historiadores que defienden sin condiciones el uso del término, por razones que ella misma explica de manera detallada.

Para reforzar sus ideas sobre la invalidez del término Reconquista, Ana Isabel Carrasco profundiza en sus problemáticas conceptuales y terminológicas, que disecciona y explica, y que emplea para rebatir los argumentos de Ayala y García Fitz. En este análisis crítico insiste en la necesidad de definir y separar muy bien lo que es «término» y lo que es «concepto», algo que a su juicio no se realiza con todo el rigor deseable. Rebate así las principales tesis de los dos autores aludidos, Ayala y García Fitz, subrayando la influencia tan poderosa que el lenguaje ejerce en la realidad. Por todo ello, considera que sería deseable un debate más profundo e intenso sobre el «concepto de Reconquista». Entiende que Reconquista no es útil como categoría historiográfica, por sus muchos problemas y por las necesidades que muchos historiadores en la actualidad tienen de justificar su uso en distintas publicaciones. Propone, en sustitución, otras semánticas que giren en torno a conceptos más útiles y ajustados como pueden ser «feudalismo», «frontera», «conquista», «colonización». Concluye que es muy necesario seguir investigando sobre la Reconquista y sus significaciones, porque si no es así corremos el riesgo de seguir perdidos en lo que ella considera debates falsos que alejan el foco de lo que realmente importa.

La Reconquista se ha manifestado con diversas caras y en distintos ámbitos. En la historia, en la política, en la literatura, en las conversaciones cotidianas, en la prensa, en la radio y la televisión, más recientemente en foros y redes sociales… Una de esas caras, muy interesante y tal vez poco conocida, es la que nos muestra los usos y abusos de la Reconquista en los discursos políticos. Hermana de la historia, la ciencia política, nos ayuda a los historiadores a aprender y comprender con una mayor profundidad y cantidad de matices fenómenos históricos que pasarían desapercibidos para nosotros y empobrecerían nuestra visión del pasado. Es por ello por lo que resulta fundamental leer con detenimiento el capítulo que ha escrito para este libro Alejandro García Sanjuán, medievalista de formación, gran experto en el análisis de los discursos políticos contemporáneos basados en ideas y símbolos medievales, y gran especialista en las utilizaciones políticas de la Reconquista y el islam medieval.

Parte de una introducción necesaria, en la que sitúa las claves históricas para acometer un análisis de las producciones discursivas e ideológicas que surgieron o se usaron para reforzar las ideologías de los siglos XIX y XX, y que situaron a la Reconquista como clave de bóveda. Comienza esta andadura fijando el foco en las ideas surgidas durante el periodo isabelino (1833-1868), momento en el que triunfa el liberalismo y en el que se asocian al poder monárquico figuras medievales como los Reyes Católicos, Pelayo o el Cid Campeador. Esas asociaciones con el pasado medieval tuvieron un pico de intensidad durante la llamada Guerra de África (1859-1860). Y ya, durante la Restauración, se desarrollan los trabajos de transformación del lugar de máximo culto en la ideología reconquistadora, el santuario de Covadonga. Se pretendía reforzar la imagen de una monarquía debilitada asociándola a uno de los episodios más gloriosos del pasado español, el inicio de la Reconquista por Pelayo. De esa manera, y con esas intervenciones, se fortalecía la imagen no solo de la monarquía, sino también de la Iglesia, atacada por corrientes liberales más exaltadas en esos momentos. Y es que esas vinculaciones se desarrollaron, desde el reinado de Isabel II y en especial a partir de las primeras décadas del siglo XX, a través de la pintura historicista y la escultura monumental, artes que representaban ese pasado medieval glorioso en sus personajes más ilustres de la Reconquista, como Isabel I, Jaime I el Conquistador, Alfonso I el Batallador o Alfonso X. Y resulta curioso constatar también cómo durante finales del XIX y principios del XX se pusieron en valor numerosos monumentos del pasado andalusí, dentro de un concepto acuñado por los arabistas del momento como fue el de «España musulmana».

La gran eclosión de las representaciones ideológicas de la Reconquista se producirá durante el franquismo, para gloria, exaltación y legitimación propagandística de su líder, Francisco Franco. En este proceso se recupera el culto y representación de Santiago como patrón de España, la identificación de Franco con héroes como el Cid Campeador, se recupera la heráldica de los Reyes Católicos o se usa para denominar al líder un término marcadamente medieval: caudillo.

García Sanjuán culmina este interesante capítulo realizando un análisis de los usos políticos de la Reconquista y sus símbolos durante el periodo democrático, desde sus orígenes en la Transición hasta nuestros días. Constata que lejos de abandonarse retóricas y estéticas, estas han permanecido vivas, en forma de discursos y representaciones, de la mano de partidos más o menos conservadores y el desarrollo del estado de las Autonomías, necesitadas muchas de ellas de una identidad que se rastreará en sus manifestaciones pasadas. Ambas realidades, sostiene, no han hecho otra cosa que perpetuar una visión que distorsiona el pasado medieval para ajustarlo a discursos políticos presentes, interesados y deformadores de ese pasado.

El presente volumen concluye con un capítulo realmente interesante. En él, Francisco J. Moreno Martín, expone los usos y abusos de la Reconquista en distintas manifestaciones de la denominada «cultura popular» y propone un paseo fascinante. Previamente, sin embargo, define un concepto complejo como es el de cultura popular, que surge en Alemania a finales del siglo XVIII, que sufre cambios sustanciales a lo largo de los siglos XIX y XX, en un proceso evolutivo que se prolonga en nuestros días y que cada vez confunde más producciones de mercado y producciones culturales. Es por ello que analiza con brevedad las diferencias entre la «cultura popular» y la «cultura elevada» en unas líneas muy clarificadoras de estos fenómenos complejos. Tras esa necesaria acotación terminológica y conceptual, Francisco J. Moreno inicia el recorrido por las distintas manifestaciones de la Reconquista en cuatro periodos, que justifica en función de los vaivenes históricos. El primero termina cuando comienza la Guerra Civil española; el segundo el primer franquismo; el tercero el desarrollismo; y, el cuarto la democracia. En cada uno de estos periodos, fija su atención en la presencia de la Reconquista en monumentos, discursos y movilización política, prensa, fastos y celebraciones, literatura y cine, y también en objetos cotidianos. Ni que decir tiene que esas manifestaciones constituyen un reflejo nítido de distintas posturas ideológicas de cada uno de esos momentos, por lo que esas producciones conforman unas fuentes primarias fundamentales para conocer la evolución de las ideologías y las mentalidades.

El primero de los periodos se caracteriza por la formación del Estado y el triunfo del liberalismo, las tensiones carlistas, la Restauración monárquica, el Desastre del 98 y sus implicaciones, la dictadura de Primo de Rivera, la Segunda República y los inicios de la Guerra Civil. Durante la Guerra Civil y el primer franquismo se llegó a tal grado de exaltación del pasado medieval y su identificación con el presente, que algunas de esas analogías resultan hoy día caricaturescas. Estas se produjeron en artículos de prensa, en pinturas como Cruzados del siglo XX y esculturas como la de El Cid en Burgos, así como en otras producciones que comenta Moreno Martín. Algo similar ocurrirá en estos años en cuanto a la puesta en valor del patrimonio arquitectónico medieval, ya que se le da un tratamiento diferente a los castillos cristianos frente a las grandes construcciones andalusíes.

Durante la guerra y los primeros años del franquismo serán abundantes, en distintos medios, las identificaciones y alusiones a Reconquista y cruzada, a Pelayo, Fernán González y el Cid Campeador, en un intento de vincular el naciente régimen con un pasado medieval glorioso en España. Esas figuraciones se extrapolan a textos educativos destinados a los niveles de Primaria y Secundaria, y se busca el adoctrinamiento de ese público joven a través de cómics como El capitán Trueno y, en especial, El guerrero del antifaz.

A finales de los cincuenta comienzan los años del desarrollismo y de los intentos del régimen franquista por proyectar una imagen internacional y salir del aislamiento, factores que obligaron a conjugar propaganda heroica con pragmatismo. Serán años de resaltar el patrimonio medieval, de grandes producciones cinematográficas, de expansión de las identificaciones con el pasado medieval de marcas de distintos artículos, en una sociedad de consumo naciente, como hoteles, sidras, gaseosas o brandi.

Con el advenimiento de la democracia se redujeron estas representaciones, pero se mantienen inercias del periodo anterior. El recurso al nacionalcatolicismo es presentado con otros ropajes por los partidos de extrema derecha, que intentan resucitar símbolos medievales en sus discursos y en sus campañas. Durante estos años no han dejado de erigirse estatuas y pronunciarse proclamas. Considera Moreno Martín que en estos años más recientes no se ha producido un ejercicio de reflexión dentro de la cultura popular que permita a la ciudadanía profundizar en la complejidad del periodo medieval. La Reconquista sigue estando muy presente en las vidas de los ciudadanos, en nuevas producciones como series de televisión, videojuegos, juegos infantiles y de mesa, pero no se ha dado esa tan necesaria revisión cultural de un concepto que, en cierta medida, sigue siendo heredero de concepciones del pasado superadas en su mayoría.

PLANTEAMIENTO: LA RECONQUISTA, UNA EFICAZ COARTADA IDEOLÓGICA PARA LOS REYES

En principio, todas las guerras son justas. Al menos, eso es lo que piensan aquellos que las promueven. Y es así porque en todas ellas sus responsables, además de buscar recursos, planificar estrategias y alcanzar alianzas para cumplir objetivos, las recubren de un aval justificador que, a modo de propaganda, las legitima.

El enfrentamiento que mantuvieron cristianos y musulmanes en la Península a lo largo de la Edad Media no es una excepción. Obviamente cristianos y musulmanes no estuvieron en permanente confrontación durante ochocientos años, como antaño se nos enseñaba en las escuelas y aún hoy sostiene una divulgación histórica no bien fundamentada.2 No hemos hecho el ejercicio de contabilizar los enfrentamientos en la Edad Media peninsular, pero seguramente los que mantuvieron cristianos y musulmanes entre sí no fueron muchos más que los que emprendieron cristianos contra cristianos, musulmanes contra musulmanes o unos y otros coaligados frente a alianzas que incluían a sus propios correligionarios.

Pues bien, en todos estos enfrentamientos hubo justificaciones que pretendieron hacer digeribles guerras que reportaban dolor, pérdidas humanas y materiales y desesperanza. De entre ellas, las elaboradas por los cristianos en su lucha contra los musulmanes resultaron especialmente eficaces, tanto que hasta hoy día son muchos los que confunden los hechos con las justificaciones y hablan de reconquista para referirse a una guerra de conquista. El error, por tanto, consiste en identificar lo que fue la justificación de una guerra –la reconquista o restitución de un territorio ocupado previamente de modo injusto– con la materialidad de unas operaciones que eran realmente de conquista y que los reyes cristianos del norte emprendían a costa de la tierra que ocupaban los musulmanes.

Por supuesto que en la Edad Media no se utilizó la palabra reconquista. No estaba presente en el vocabulario del momento y sabemos que surge y se populariza modernamente en un contexto ideológico muy determinado.3 Pero lo cierto es que, aunque la palabra no existiera, la idea que expresa sí era una realidad legitimadora para las acciones bélicas de conquista. En este sentido, cabe recordar que los papas empezaron a utilizar la palabra cruzada tiempo después de que los cristianos se vieran obligados a abandonar Tierra Santa a finales del siglo XIII, es decir, que nunca predicaron cruzadas para expulsar a los musulmanes de Jerusalén, pero sí operaciones que obedecían a una perspectiva ideológica que andando el tiempo se identificaría con la palabra cruzada.4

Algo no muy distinto ocurre con la «reconquista». Los reyes y sus cronistas cortesanos nunca hablaron de ella –ocasionalmente sí se utiliza, como veremos más adelante, el verbo «reconquistar»–, pero sí dijeron que lo que justificaba su ofensiva contra los musulmanes era recuperar una tierra que estos les habían arrebatado de forma injusta, lo cual no quería decir otra cosa sino que era lícito reconquistarla. En el siglo XV, y en el contexto de la Guerra de Granada, el cronista Alfonso de Palencia lo expresaba con total claridad:

Eran notorias la violencia y perfidia de que se valieron un tiempo los árabes para ocupar las Españas […] poseídas por los cristianos por derecho hereditario. Y también que los territorios ocupados injustamente podían con justicia ser recuperados por sus señores legítimos […] como los reyes de España en el transcurso de los tiempos, imitando el esfuerzo del primer defensor Pelayo, habían restituido a la fe católica todas las demás regiones de la Península, excepto el reino de Granada […], último refugio de los moros […] ¿Con cuánta más justicia debería tratarse de hacer el mayor daño posible a aquella gente, a la que por el mismo derecho había que expulsar del territorio violentamente usurpado?5

Ahora bien, con la reconquista ocurre lo que con todas las justificaciones: pueden utilizarse o no, según la conveniencia. De ahí, también que no proceda confundirla con la materialidad de las operaciones bélicas a las que sirve para legitimar. Veámoslo con un ejemplo que alude también al reinado de los Reyes Católicos y a las operaciones conducentes a la derrota del emirato granadino. Fernando el Católico, iniciada ya la Guerra de Granada, reunió Cortes en Tarazona en 1484. En ese momento sus intereses se apartaron momentáneamente del sur peninsular porque consideraba prioritaria una operación militar contra Francia que le permitiera recuperar el Rosellón y la Cerdaña y, por ello, según nos informa el cronista Fernando de Pulgar, la decisión del rey fue:

[…] que primero se debía recobrar los condados de Rosellón y de Cerdaña, que los tenía injustamente ocupados el rey de Francia; e que la guerra con los moros se podía por agora suspender, pues era voluntaria e para ganar lo ajeno, e la guerra con Francia no se debía escusar, pues era necesaria e para recobrar lo suyo.6

Es decir que en ese momento para el Rey Católico la Guerra de Granada no se podía justificar como una reconquista que la hubiera convertido en inexcusable e inaplazable objetivo bélico: se trataba de una conquista de un territorio que no pertenecía a la monarquía a diferencia de lo que ocurría con los condados pirenaicos. Sin embargo, pocos años después, en 1489, cuando la confrontación con los granadinos, en fase decisiva ya, volvió a la agenda del rey como cuestión prioritaria, el mismo cronista nos transcribe la carta que dirigió en aquella ocasión al papa Inocencio VIII y en la que le comunicaba que:

[…] bien sabía su santidad y era notorio por todo el mundo que las Españas en los tiempos antiguos fueron poseídas por los reyes sus progenitores; e que si los moros poseían agora en España aquella tierra del reino de Granada, aquella posesión era tiránica e no jurídica; e que por escusar esta tiranía los reyes sus progenitores de Castilla e de León […] siempre pugnaron por lo restituir a su señorío, según que antes había seydo.7

Es decir, ahora la Guerra de Granada, que hacía unos años «era voluntaria y para ganar lo ajeno», sí pasaba a ser exigencia de «restitución» de lo que antes había pertenecido a la monarquía. A fin de cuentas, las bulas papales de cruzada concedidas para llevarla a cabo, y que comportaban beneficios económicos sustanciales, bien podían justificar un argumento legitimador como era el de la reocupación de tierras arrebatadas y bien visto por la sede apostólica desde hacía siglos.

Estamos, pues, ante una justificación que no es guerra sino legitimación de una guerra. Pero obviamente esa justificación basada en la idea de «reconquista», y que Alfonso de Palencia retrotraía a Pelayo, tenía en aquel momento una larga historia detrás de sí. Veamos cuándo surgió, cómo evolucionó y qué modalidades cabe detectar en su desarrollo.

¿CUÁNDO SURGE LA NOCIÓN DE «RECONQUISTA»?

La primera elaboración completa y detallada del discurso reconquistador es producto de la rica historiografía asociada al rey Alfonso III de Asturias (866-910). En su círculo cortesano es, en efecto, donde poco antes del año 900 se formula por vez primera de forma inequívoca un relato que defiende la idea de que los musulmanes han invadido una tierra que no es suya y que correspondía restituir a los herederos de sus antiguos dueños. Podríamos esgrimir varios ejemplos que nos hablan de un combate contra los musulmanes que acabará con su expulsión y la restauración de la antigua monarquía de los godos en la persona de sus sucesores los reyes asturianos. Fijémonos únicamente en uno de ellos, el que nos proporciona el colofón de la llamada Crónica de Albelda. Ese colofón o añadido en su día recibió el calificativo específico de Crónica Profética, y es fechable en el 883. Pues bien, allí se nos dice:

También los propios sarracenos, por algunos prodigios y señales de los astros, predicen que se acerca su perdición y dicen que se restaurará el reino de los godos por este príncipe nuestro; también por revelaciones y apariciones de muchos cristianos se predice que este príncipe nuestro, el glorioso don Alfonso [III], reinará en tiempo próximo en toda España. Y así, bajo la protección de la divina clemencia, el territorio de los enemigos mengua cada día, y la Iglesia del Señor crece para más y mejor. Y cuanto logra la dignidad del nombre de Cristo, tanto desfallece la escarnecida calamidad de los enemigos.8

Es decir, la propaganda del rey Alfonso III daba por descontado que el monarca tenía la tarea de restaurar el antiguo reino de los godos recuperando la unidad de una Hispania rota por los musulmanes a los que era preciso expulsar, entre otras cosas por ser enemigos de la Iglesia. Por supuesto que esta idea no nacía de la nada. Para empezar, presuponía que los musulmanes habían destruido un reino, el de los godos, floreciente, unido e impecablemente católico, y esto no es del todo cierto.

Cuando los musulmanes arribaron a la península, se vieron favorecidos por un enfrentamiento civil que no era sino la manifestación de una realidad políticamente desvertebrada que, por lo menos desde cuarenta años antes, enfrentaba a dos bloques territoriales liderados por familias cimentadas en clientelas enemigas: la Hispania de la Bética y el occidente peninsular frente a la Hispania del nordeste y valle del Ebro. La primera era regida por el rey Rodrigo (710-712), mientras que la segunda lo era por el rey Agila II (710-713). De hecho, cuando los musulmanes desembarcaron en el litoral gaditano, Rodrigo se hallaba luchando en el norte con los vascones, un pueblo reacio a la integración en la monarquía goda, pero en ese momento probablemente aliado de Agila II.9

Tampoco la situación desde el punto de vista religioso era ni mucho menos idílica. Todo parece indicar que la Iglesia visigoda se hallaba dividida en vísperas de la acometida islámica. Hay indicios razonables que nos dibujan un panorama sombrío: el rey Witiza, con el apoyo de su «comprensivo» metropolitano de Toledo, Sinderedo, habría reunido un concilio, el XVIII de Toledo, al comienzo de su reinado, en el 702 probablemente. No se han conservado sus actas, pero todo apunta a que habrían servido, frente a la oposición de la mayoría de los obispos ibéricos, para ratificar las decisiones adoptadas en el discutido concilio in Trullo o Concilio Quinisexto que se había celebrado en Constantinopla en el 692. Entre ellas se hablaba de la legitimidad del matrimonio clerical en determinadas circunstancias, y ello levantaba ampollas en Roma y también en las iglesias de Occidente, entre ellas la hispánica. Lo cierto es que la llamada Crónica Mozárabe de 754, redactada casi con toda seguridad por un clérigo toledano, nos transmite una imagen deplorable del obispo Sinderedo como ejecutor de la política eclesiástica de un Witiza, que más adelante la Crónica de Alfonso III acusaría de ser un hombre lascivo e irrespetuoso con la Iglesia hasta el punto de ordenar, para encubrir sus propios vicios, que los obispos y presbíteros contrajeran matrimonio; esto habría ocasionado la «perdición de Hispania».10 Es obvio que, por motivos disciplinares, la Iglesia visigoda se hallaba en crisis en el momento en que irrumpieron en la península los musulmanes, y ello por no hablar del desgarro social y también religioso que supuso la expulsión decretada contra los judíos en las últimas décadas de la existencia del reino, nuevo signo de su inestabilidad política.11 En definitiva, los musulmanes no hicieron sino profundizar en la ruptura de una Hispania ya seriamente fragmentada desde el punto de vista político y sensiblemente desarticulada en materia eclesiástica y social.

El discurso reconquistador lo ocultó resaltando la unidad política y religiosa de una idealizada monarquía visigoda, pero esta visión no la creó ese discurso. La adoptó a partir de las primitivas comunidades cristianas del sur que, ya bajo dominio islámico, miraban con añoranza el pasado depurándolo de sus realidades menos amables. La propia Crónica Mozárabe de 754 hablaba de la «ruina de Hispania» como consecuencia de la devastación a la que la habían sometido los musulmanes y que contrastaba con la imagen de la monarquía eficaz y protectora de la Iglesia de la que venía haciéndose eco en los capítulos precedentes.12 Un siglo después, Eulogio de Córdoba en su Memoriale sanctorum, redactado en el 851, constataba que por culpa de los pecados el poder en Hispania había recaído en un pueblo infiel, y esto ocurría después de que se hubiese arruinado el reino de los godos que en otro tiempo había brillado por el esplendor de su culto cristiano y la paz alcanzada.13 El mismo Eulogio, cuyos restos junto con su obra, por cierto, serían trasladados al norte por iniciativa de Alfonso III,14 nos había ya proporcionado también una estereotipada imagen del enfrentamiento entre cristianos y musulmanes como un permanente y penoso combate. Lo hacía en una carta dirigida en noviembre del 851 al obispo Wiliesindo de Pamplona.15

Pero el discurso reconquistador tal como lo presenta la historiografía de Alfonso III no fue alimentado únicamente con ideas provenientes de las comunidades cristianas de al-Ándalus. Tenemos algunos testimonios elaborados en el propio reino de Asturias casi un siglo antes de que aquel discurso adoptara su forma definitiva. Uno de esos testimonios es el que se considera la más primitiva crónica de la monarquía asturiana, el llamado Laterculus regum Ovetensium, un listado de reyes desde Pelayo al rey Alfonso II (791-842) compuesto al inicio del reinado de este último, en torno al 800. El listado va precedido de un brevísimo relato que nos dice que los godos fueron expulsados de Ispania por los sarracenos en el 711 después de haberla gobernado durante casi cuatrocientos años; pero los sarracenos solo pudieron mantener su control durante cinco años antes de que reinara don Pelayo y después de él sus sucesores, los reyes asturianos, hasta Alfonso II. De este modo nuestro primitivo testimonio, sin vincular a Pelayo y su dinastía con los godos, sí afirma que gobernaron tras los musulmanes la misma realidad política de una unificada Ispania sobre la que ellos habían reinado.16

En este sentido, más explícito aún es un segundo testimonio asociado también a Alfonso II: su conocido testamentum o dotación de la iglesia ovetense, fechado en el 812. Aunque en su momento se dudó de su autenticidad, parece que no existen indicios suficientes para descartarla.17 En él se alude a un pasado glorioso de los godos, tan glorioso que acabó en soberbia, castigada por Dios mediante la «espada árabe». El reino sucumbió entonces con su rey Rodrigo al frente, pero la misericordia de Dios no quiso que el castigo fuese irreversible, y permitió que su siervo Pelayo, elevado al rango de príncipe, combatiera con éxito a los musulmanes defendiendo al pueblo cristiano y astur. Su labor era ahora continuada por su bisnieto Alfonso II.

En este caso nos encontramos más cerca del discurso reconquistador, de clara impronta neogótica, que acabaría perfilando sus contornos apenas unas décadas después en época de Alfonso III. Todavía no hay, como luego ocurrirá, una ligazón directa entre Pelayo y los reyes godos, pero el hecho de que él fuera librado del castigo, como dice el documento, nos hace ver que formaba parte de aquel glorioso y ensoberbecido pueblo y que, en cualquier caso, él y sus sucesores combatían por voluntad de Dios contra las gentes que, como castigo providencial, el propio Dios había utilizado para desposeer a los godos de su reino. Obviamente a Pelayo y sus sucesores les correspondía restaurarlo.

Recapitulando lo apuntado hasta ese momento, nos encontramos, pues, con un relato legitimador que apela a la idea de restauración, restitución o reconquista formulado en el transcurso del siglo IX. Sus cauces de alimentación son, desde mediados del siglo VIII, las comunidades cristianas disconformes con su sumisión a las nuevas autoridades islámicas de al-Ándalus, y sus primeras manifestaciones en el reino de Asturias datan de comienzos del siglo IX, si bien la articulación del relato, encolada con el espíritu neogótico de la continuidad respecto de un pasado idealizado, no se produce hasta finales del siglo IX. Uno de sus clásicos exponentes es el diálogo que, según la Crónica de Alfonso III en sus dos versiones, rotense y ovetense, habrían mantenido Pelayo y su enemigo, el obispo traidor Oppa, aliado de los árabes, momentos antes de la mítica refriega de Covadonga:

(Oppa): «En otro tiempo toda Spania estuvo sometida bajo el único orden del gobierno de los godos y resplandecía en doctrina y ciencia sobre todas las otras tierras [… pero…] no fue capaz de resistir el ataque de los ismaelitas» […] (Pelayo): «Tenemos depositada nuestra esperanza en Cristo y en que, mediante este pequeño montículo que puedes ver, sea reparada la salvación de Spania y el ejército del pueblo godo».18

En ese breve diálogo se condensa claramente la ideología reconquistadora elaborada en los círculos cortesanos de Alfonso III. Todo indica que este diálogo se inserta en un pasaje de origen litúrgico añadido al texto cronístico, pero seguramente en los primeros años del siglo X, es decir, durante el propio reinado de Alfonso III.19 Eso, si cabe, le da un valor añadido. En cierto modo podría ser el colofón reflexivo de una construcción ideológica que ya venía de antiguo y que se perfila cada vez con más claridad a lo largo del reinado de Alfonso III: una España unida políticamente bajo el gobierno de una sólida monarquía goda, cultural y religiosamente brillante, y que, destruida por los musulmanes, es restaurada por la acción de Pelayo y sus sucesores.

Pero ¿fue esta la única concepción de «reconquista» que sirvió para legitimar la ofensiva cristiana contra el islam en la península? La contestación es categóricamente negativa. Pero antes de conocer otras perspectivas, conviene aludir a la trayectoria de la que acabamos de comentar, la conformada en la ideología «neogótica». Fue, sin duda, la más importante, y ha sido también la «más popular» de cuantas operaron en el escenario de la Edad Media peninsular.

FORTUNA Y DESARROLLO DE LA «RECONQUISTA NEOGÓTICA»20

La perspectiva neogótica de la reconquista elaborada en la corte de Alfonso III de Asturias en tono al 900 se caracteriza por tres notas: tener como objetivo la revivificación de la unidad política y religiosa de la monarquía visigoda, el protagonismo de Pelayo en ese proceso como eslabón necesario entre los antiguos reyes godos y la dinastía por él inaugurada y la victoria milagrosa de Covadonga, expresión de la reconciliación de Dios con su pueblo y signo indiscutible de su aval frente al islam.

Esta perspectiva o modelo para entender la ideología reconquistadora es, como hemos indicado, la más potente y también la más duradera, de modo que hoy día la seguimos teniendo de alguna manera presente a la hora de abordar la cuestión que nos ocupa. Ahora bien, su desarrollo fue cronológicamente discontinuo y no afectó a todos los ámbitos peninsulares por igual, pues estuvo ausente de algunos de ellos hasta su definitiva «oficialización» ya en época de los Reyes Católicos. En efecto, sorprende que tras la muerte de Alfonso III, y a lo largo de todo el siglo X y buena parte del XI, los reinos de León y Castilla, donde arraigaría el modelo, prácticamente lo desconocen. Pero ese desconocimiento no quiere decir que no existiese una difusa idea acerca de una Hispania ancestral y unida que se aspira a recuperar. Es así como es preciso interpretar que el rey Bermudo II en el 996 quisiera controlar el regnum Spanie o que su hijo, Alfonso V (999-1028), dijera haber conocido por una antigua narración –anticorum relatione– que toda Hispania había estado en otros tiempos en posesión de los cristianos.21