Regreso Al Paladión - Patrice Martinez - E-Book

Regreso Al Paladión E-Book

Patrice Martinez

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Beschreibung

Regreso Al Paladión

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Veröffentlichungsjahr: 2016

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Regreso al Paladión

Patrice Martinez

––––––––

Traducido por Belén Eslava Urío 

“Regreso al Paladión”

Escrito por Patrice Martinez

Copyright © 2016 Patrice Martinez

Todos los derechos reservados

Distribuido por Babelcube, Inc.

www.babelcube.com

Traducido por Belén Eslava Urío

“Babelcube Books” y “Babelcube” son marcas registradas de Babelcube Inc.

Tabla de Contenidos

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Página de Copyright

Regreso al Paladión

REGRESO AL PALADIÓN

Phanès

REGRESO AL PALADIÓN

––––––––

Relato corto

Título original: Retour au Palladium

Ediciones Phanès

ISBN: 978-2-9531759-47-3

Ilustraciones: Gustave Doré – Andromède -

Propiedad intelectual © janvier 2016 de ediciones Phanès

Patrice Martinez

Traducido por Belén Eslava Urío

01, allée des Monts d'Olmes 31770 Colomiers (France)

I

‒ ¡Amaltea! ¡Amaltea...! ¿Dónde se habrá metido esa estúpida cabra? –  preguntó el joven Epiménides en dirección al caprino fugitivo.

El chico se había alejado del camino que conducía a los pastos, dejando atrás los matorrales que señalaban los límites del sendero que llevaba hasta una apartada región de Lacedemonia. Aquella mañana del octavo día de la segunda década del mes de boedromión[1], el cielo se encontraba cubierto de un rebaño de nubes que resultaba agradable a la vista; más abajo, la ciudad real de Esparta –gobernada por una monarquía bicéfala- emergía lentamente de las brumas otoñales. La metrópolis rebelde se hundía en un capullo de seda bordado por la diosa de las nubes, la hermosa Néfele.

El pastor había avanzado un buen trecho buscando a la recalcitrante cabrita; ¿cuántas veces había recorrido las laderas del monte Taygetos, escrutando la menor concavidad del promontorio rocoso que dominaba el valle del Peloponeso? ¿Cuántas veces había estado perdiendo el tiempo por culpa de aquella criatura cabezota e insumisa? Unos haces dorados emanaban de un Helios todavía joven y dibujaban sus rayos luminosos sobre las aristas de la montaña sagrada; los primeros toques de luz depositaban sus tonos luminiscentes sobre los pliegues del macizo rocoso. Ásperos arbustos se aferraban a él con avidez y hundían sus raíces en las heridas del monte divino, mostrando un sinnúmero de adornos de afiladas espinas.

Epiménides escuchó un breve balido que salía de un matorral con espinas urticantes. ¡Demonios! ¿Cómo se las había arreglado aquel maldito herbívoro para penetrar en el seno de aquel Hades del que solamente se podía distinguir el umbral, tan negro como Érebo? Una fisura dejaba ver el rastro de la cabra, disimulado por un manto de verdor.  El chico hundió la cabeza entre las ramillas diseminadas en busca del origen de la llamada caprina. El animal emitió por segunda vez su  balido furtivo, que salía de una cavidad tan desalentadora como angustiosa; después el joven se precipitó en el corazón de la cortina vegetal y emergió en una oscura guarida. Sus crépidas[2] se hundieron en el suelo esponjoso.

El canto de un discreto soliloquio acuoso emergió en el lugar reservado a los quirópteros y a otros animales de la noche; el adolescente (destinado a actos de santidad) fijó su mirada con ansiedad. Epiménides se aproximó al hilillo de agua, lo rodeó y continuó con su búsqueda.

« ¿Amaltea? ¿Amaltea?», y la ninfa Eco se apropió de la llamada del joven pastor.

Él se hundió en la brecha rocosa; su cuerpo se hizo uno con la negrura de Nyx.