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Él estaba dispuesto a descubrir la verdad. Morna Vause ya había sufrido antes la traición de un hombre rico y poderoso. Por eso, cuando el guapísimo magnate Hawke Challenger se coló en su vida, ella creyó que tenía motivos para no fiarse de él. No tenía la menor intención de dejarse llevar por la atracción que había entre ellos... ni por sus dotes de seductor. Hawke había oído que Morna era una cazafortunas, y lo demostraba el hecho de que ya hubiera conseguido dos cuantiosas herencias de dos hombres diferentes. Sin embargo, seguía sintiendo una enorme curiosidad por esa bella mujer...
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Seitenzahl: 205
Veröffentlichungsjahr: 2018
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2003 Robyn Donald
© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Rendidos a la tentación, n.º 1451 - febrero 2018
Título original: The Temptress of Tarika Bay
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-9170-733-2
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
MORNA Vause apartó la vista del toro que pasaba frente a ella y echó un vistazo a los espectadores de la Exhibición Agrícola y Ganadera. En el ambiente flotaba el sonido de una música metálica mezclada con el ronroneo de una multitud de neozelandeses pasándolo bien.
–Me sentiría más segura si hubiera algo más que una tira de alambre y unos cuantos espectadores entre ese animal y yo –murmuró con voz aguda.
–Sé que eres una urbanita de pro –sonrió Cathy Harding–, pero, ¿puedes imaginarte a algo tan grande corriendo? Apuesto a que hasta yo soy más rápida. Con la longitud de tus piernas, el animal ni siquiera tendría posibilidad de acercarse a ti. ¿Te aburres? ¿Quieres que volvamos a casa?
–No estoy aburrida –replicó Morna, sinceramente. Entrecerró los ojos y miró el despejado cielo azul desde debajo del ala de su sombrero–. Estamos en otoño, se supone que debería haber refrescado.
–No aquí, en Northland.
Morna echó una ojeada a la multitud; su mirada se detuvo en una cabeza arrogante, a pocos metros de ella. Su dueño medía alrededor de un metro noventa, tenía el pelo negro azulado, piel olivácea y aire de autoridad. Sintió un destello de interés que solo había sentido una vez en su vida.
Se recordó que la vez anterior no le había ido nada bien. El resultado había sido humillación, dolor y una amarga sensación de traición y pérdida de autoestima.
Físicamente, el hombre no se parecía a Glen. Era mucho más alto y tenía una espalda tan ancha como un leñador. Glen adoraba la ciudad, mientras que el hombre al que miraba tenía aspecto de pertenecer a la escena rural.
Una oleada de calor recorrió su cuerpo. Solo veía un pómulo fantástico y una nariz y una barbilla bien definidas; pero algo en su postura, ¿quizá un aura de total confianza?, le provocó un rechazo inmediato. Glen también había tenido…
Apartó sus recuerdos, se abanicó con fuerza y volvió a concentrarse en el circuito, donde otro enorme animal iniciaba su paseo con el hombre que lo guiaba.
–¡Mira, ahí está Marty con nuestro toro! –exclamó Cathy–. Nick está encantado porque haya ganado el premio de Campeón de Campeones.
Nick Harding era el esposo de Cathy y hermano adoptivo de Morna.
–Es un animal magnífico. Espléndido –dijo Morna respetuosamente, apartándose un mechón de pelo negro y húmedo del rostro.
–Yo no lo llamaría espléndido, sino abrumador –Cathy soltó una risita–. Te he visto admirarlos en las cuadras con Nick, como una ganadera veterana.
–Me encantan esos colores bruñidos. Me hacen preguntarme si podría conseguir ese efecto en una joya. Tendría que usar esmalte…
–Me intriga que confíes en las formas y colores de la naturaleza. Diseñar y crear joyas es muy sofisticado.
–Los materiales en crudo son básicos –apuntó Morna, arrugando la nariz–. Las piedras y metales preciosos son un regalo de la tierra. Y, si hablamos de sofisticación, ¿podría haber alguien más sofisticado que Nick? En cambio, aquí está, disfrutando como el que más.
–Ya conoces a Nick, se entrega por completo cuando algo le interesa. Disfruta aprendiendo genética, las palabrotas adecuadas para decirles a los perros pastores y cómo clavar postes.
–¡Nunca tuvo ningún interés por las granjas! Éramos los típicos niños de ciudad, ni siquiera sabíamos de dónde venía la leche. Y después se convirtió en el genio de la publicidad en la mejor agencia de Auckland…
–Es imposible ser más urbanita que eso –Cathy rellenó el silencio. Morna se recriminó por sus palabras, pero era muy difícil no hablar del pasado que los había llevado a conocerse.
A su espalda oyó un risa masculina, profunda y sensual, que le provocó escalofríos. Recordó al alto desconocido de pelo oscuro y se rió de sí misma por comportarse como una adolescente enamoradiza. Inclinó el ala del sombrero para que ocultara su rostro.
–Ojalá nos hubiéramos conocido sin Glen de por medio.
–No se puede cambiar el pasado –afirmó Cathy–. Si no hubiera sido por él, seguramente no habría conocido a Nick, y eso sería…, ahora soy muy feliz. Espero que algún día encuentres a alguien en quien puedas confiar.
–Yo también –Morna se encogió de hombros, en realidad no lo esperaba, y cambió de tema–. Me impresiona lo bien que encaja Nick. Los hombres de las cuadras lo tratan como un igual, y sé que la gente del campo no se entrega fácilmente.
–Nick encajaría en cualquier sitio –como siempre, la voz de Cathy se tiñó de amor y orgullo al hablar de su esposo. Miró a Morna de reojo–. Cuando te conocí, me pregunté si lo querías.
–Lo quiero –dijo Morna con calma–, pero no como insinúas. Daría mi vida por él, pero lo considero un hermano. Siempre lo ha sido y siempre lo será.
–Los dos mosqueteros –asintió Cathy–, uno para el otro y el otro para el uno –soltó una risa–. Tenía celos.
–No había por qué. Somos familia. A ti te quiere de una manera distinta –sonrió a Cathy.
–Y yo lo quiero a él –el rostro de Cathy se iluminó.
Morna se preguntó qué se sentiría al ser tan diminuta y delicadamente bella como la mujer que tenía al lado. Aunque no cambiaría su altura y la marcada estructura ósea de su rostro, de vez en cuando pensaba que sería un cambio interesante que un hombre la amara con el afán protector que Nick reservaba para su esposa.
Se movió incómoda, sentía un cosquilleo en la espalda. Su instinto le dijo que alguien la estaba observando con un interés especial.
–Si te interesa un auténtico señor feudal, tu vecino Hawke Challenger es el mejor candidato. Acaba de volver de África –dijo Cathy con una sonrisa maliciosa.
Morna se dio la vuelta y no la sorprendió captar la mirada del hombre de pelo oscuro. Sus ojos, claros en contraste con su rostro bronceado, la escrutaron unos segundos, antes de volver a concentrarse en la mujer que hablaba con él.
–¿Es ese? –preguntó Morna, furiosa por el frío escrutinio al que había sido sometida.
–Es el dueño del centro de explotación ganadera Somerville’s Reach –afirmó Cathy–. Y del exclusivo complejo vacacional Somerville’s Bay, y de su diabólicamente complicado campo de golf.
Morna sintió un cosquilleó de excitación febril. Hawke Challenger eligió ese momento para sonreír a la mujer que tenía al lado. A Morna le dio un vuelco el corazón. La incomodó percibir cómo un breve destello de dientes blancos y la distensión de una boca fuerte y masculina podían convertir una impresionante máscara de fuerza y poder en un rostro increíblemente atractivo.
Miró a su alrededor y comprendió que no era la única mujer que lo observaba oculta tras unas gafas de sol. Un carisma viril tan potente era como una señal de alerta roja para cualquier mujer que estuviera cerca. Asombrada por su reacción, e intentando resistirla, se concentró en lo que decía Cathy.
–Es un hombre muy interesante, se diría que tiene demasiada presencia.
–Tienes toda la razón –corroboró Morna con voz ligeramente ronca–. Es demasiado, demasiado macho. No es en absoluto lo que esperaba.
El hombre volvió a reír. En vez de suavizar su rostro de bucanero, su risa parecía sardónica y acentuó la dureza de su perfil. Era verdaderamente atractivo, y sus rasgos marcados parecían ir acompañados de una formidable confianza en sí mismo, que retaba a los demás.
Morna tenía por costumbre evitar los retos, excepto los de negocios, y ese hombre era intocable. Sintió un escalofrío porque algo en él, en su sonrisa de superioridad, le recordaba a Glen. Se preguntó si Cathy no lo había notado.
–Ni siquiera te lo han presentado y ya has decidido que no te gusta –Cathy alzó una ceja, inquisitiva.
–Es muy guapo –masculló Morna. Estaba claro que a Cathy sí le gustaba.
–Desde luego –Cathy rio–. ¿Y qué?
–Los hombres guapos, exceptuando a Nick, suelen ser egocéntricos y engreídos –se dio la vuelta–. Te apuesto lo que quieras a que el tal Challenger está al acecho de las mujeres más guapas que hay aquí.
–Es increíble lo bien que interpretas el papel de mujer mundana y hastiada. Admiro ese mohín de desdén y el tono aburrido –Cathy sonrió burlona–. Si está acechando a las mujeres más guapas, te ha incluido en el grupo, porque no te quita el ojo de encima. Disimuladamente, claro, Hawke nunca es obvio.
–Seguramente está mirándote a ti y envidiando a Nick –dijo Morna incómoda, con un nudo en el estómago.
–¿Hawke? No, las mujeres casadas no le van –replicó Cathy–. ¿Por qué no iba a interesarse por ti? Tu rostro es un poema de espíritu y carácter, y tienes un cuerpo perfecto. Y un cutis fabuloso.
–Vaya, gracias…
–Hawke no es engreído. Dominante, sí, y totalmente seguro de sí…
–Bueno, bueno –cortó Morna sonriendo–. Desde luego no se parece en nada al magnate ganadero que me había imaginado.
–¿Qué imagen te habías hecho?
–Un cascarrabias de edad madura con el rostro curtido por el sol y un insano interés por las ovejas.
–¡No me lo creo! –Cathy soltó una carcajada–. Tienes que haber oído hablar de él.
–Los únicos lugareños con los que he hablado desde que me instalé en Tarika Bay sois Nick y tú, y el fantástico señor Challenger nunca ha sido mencionado.
–Es hora de que empieces a conocer a gente –Cathy la miró con determinación–. Te hemos dado un mes para instalarte, pero a partir de ahora voy a invitarte cada vez que tengamos visita, y espero que vengas. Trabajas demasiado…, también hay que divertirse un poco.
–Soy una mujer de negocios autónoma; tengo que trabajar, y duro –pensó para sí que también tenía una antigua deuda que pagar.
En ese momento, Hawke Challenger miró a Cathy directamente y sonrió. Morna apretó los labios cuando el rostro de Cathy se iluminó, le pareció una traición. Se preguntó por qué su amiga no percibía el doloroso parecido de ese hombre con Glen.
No era su aspecto; aunque Glen había sido guapo, no tenía nada que ver con Hawke Challenger. Pero ambos tenían un aire de confianza arrogante, de que podían hacer y conseguir lo que quisieran.
–Ahora sabes que tienes un hombre realmente atractivo al lado de tu casa –dijo Cathy con voz alegre, totalmente ciega ante el parecido.
–Bueno, al otro lado de la colina –dijo Morna–. Y estoy convencida de que cada vez que piensa en Tarika Bay, con sus tres acres de terreno y esa preciosa playa, lo asalta la codicia. Antes de morir, Jacob me dijo que el «circo Challenger» le había hecho un par de ofertas de compra. Jacob las rechazó, pero apuesto a que Hawke Challenger cree que su sucesor venderá el patrimonio.
–Entiendo que Hawke la quiera –comentó Cathy con justicia–. Sus tierras rodean Tarika Bay.
–Puedo que la quiera –afirmó Morna con determinación–. Pero no va a conseguirla.
–Has decidido que no te va a gustar –Cathy suspiró–. ¡Reconozco esa forma de apretar las mandíbulas!
–No he decidido nada –dijo Morna–. En cualquier caso, da igual lo que opine de él. Aquí, la intrusa soy yo. Él encaja perfectamente con estos espléndidos animales: grandes, musculosos y rebosantes de testosterona. El color también coincide, he visto varios toros con un tono bronce idéntico al de su piel. Borra esa expresión casamentera de tu rostro. ¡Es más joven que yo!
–Que cumplieras treinta y cuatro años ayer no te convierte en una vieja. De hecho, es solo dos años menor que Nick…
–Entonces es dos años más joven que yo –interpuso Morna.
–¿Quién los cuenta? ¿A quién le importa? –Cathy miró al cielo con resignación.
El hombre que observaban escogió ese momento para mirar largamente a Morna. Los ojos claros de Hawke Challenger batallaron con sus ojos resentidos y dorados, después alzó una ceja negra, burlón, y volvió a centrarse en la gente que lo acompañaba.
Morna bufó internamente. ¡Era un cerdo engreído! Se había adiestrado para no dejarse intimidar por los de su clase, pero la irritaba que, mientras ella había agradecido la protección del ala de su sombrero, él erguía su autocrática cabeza con orgullo.
–Desde luego, no parece el típico granjero –comentó con voz neutra.
–No lo es; es el equivalente neozelandés de un noble terrateniente.
–He diseñado joyas para algunos de ellos –dijo Morna pensativa–. Exigen calidad y no los asusta lo moderno –se encogió de hombros–. Pero, al contrario del señor Challenger, están bastante curtidos por el sol. A él lo veo seduciendo a turistas en su complejo vacacional, incluso luciéndose en un caballo negro, pero me sorprendería que haga trabajo duro, en el complejo o en la granja.
–Te tiene impresionada, ¿no? –Cathy la miró con curiosidad–. Creció en la estación de ganado vacuno y ovino de la familia, en la costa este, así que supongo que sabe trabajar en una granja.
–Si no le importa el trabajo duro ni mancharse las manos, ¿por qué abandonó la agricultura para dedicarse al turismo?
–No lo ha hecho. Tiene terrenos en toda Nueva Zelanda, sobre todo rústicos. También en otros países, viaja mucho. Este es su centro de operaciones, tiene la oficina en Orewa.
Interesada, a su pesar, Morna asintió. Orewa era una ciudad costera, no muy lejos de allí.
–Si tiene todo el país para elegir, me preguntó porqué ha decidido venir aquí en vez de asentarse en las tierras de la familia.
–Pregúntaselo –dijo Cathy–. Sommerville’s Reach era una ruina cuando lo compró. Invirtió dinero hasta ponerlo a punto, y creó cuatro puestos de trabajo. Después demolió la hacienda de Sommerville’s Bay…
–¡Qué salvajada!
–Era una ruina, y el complejo ha dado muchos más puestos de trabajo al distrito –aclaró Cathy con calma–. No encontrarás a nadie por aquí que se queje de su plan de desarrollo. El campo de golf atrajo a más turistas y creó aún más trabajo –miró a Morna–. Como sabes bien, porque pasas por allí dos veces al día, cuando vas de tu choza a Auckland y de vuelta.
–No es una choza, es una cabaña –contradijo Morna automáticamente. Le echó otra ojeada a Hawke Challenger. Como si lo hubiera percibido, él alzó la cabeza y sus ojos se cruzaron. Su amplia y definida boca esbozó una sonrisa desbordante de sensualidad.
Morna bajó las pestañas e intentó recordar de lo que estaban hablando.
–En tu caso, choza y cabaña son sinónimos.
–¡Esas cabañas son representativas de Nueva Zelanda! –Morna ignoró el resoplido de Cathy y continuó–. De acuerdo, es vieja y destartalada, pero limpia y cómoda. Pero no será mía hasta que se autentique el testamento de Jacob. De momento, pago alquiler –su voz se tornó ácida–. No creo que me relacione con Hawke Challenger; los ricos y bien relacionados dueños de centros vacacionales a veces compran joyas, pero no mantienen relaciones sociales con quienes las hacen.
Echó otra ojeada a Hawke y él volvió a pillarla. Esa vez la examinó deliberadamente. La piel marfileña de Morna se tiñó de rubor. Desconcertada, apartó los ojos.
–Un alquiler mínimo, espero –la voz de Cathy rompió el hechizo.
–Mínimo –admitió Morna. La cabaña era sólida, pero muy básica.
–Es fantástico que vivas tan cerca. Nick se preocupa por ti.
–Nick sigue pensando que aún soy la niña a la que, por su propio bien, protegía y controlaba –Morna sonrió con añoranza–. Dependía de él para todo, pero ya lo he superado.
–Le parece una locura que insistas en donar la herencia de Glen a la beneficencia –la mujer de Nick la miró con sinceridad–. A mí también: Glen era consciente de que te trató muy mal.
A los veintiún años, Morna se había enamorado locamente de Glen Spencer, mentor de Nick y dueño de la empresa publicitaria en la que trabajaba. Glen había sido su primer y único amor, y ella se comportó de forma pecaminosamente ingenua. ¡Estúpida! Cuando le pidió que viviera con él, ignoró las advertencias de Nick y se trasladó a su lujoso apartamento. Se sentía completamente feliz, convencida de que Glen la quería y le era tan fiel como ella.
Hasta que él conoció a Cathy, joven, bella y vulnerable. Cinco años de amor se convirtieron en nada; con pragmatismo brutal, Glen echó a Morna de su cama y de su vida y le ofreció un curso pagado en un prestigioso centro de diseño, al otro lado del mundo.
Ella se tragó su orgullo y aceptó el dinero; él se casó con Cathy con toda pompa y ceremonia. Pero Morna lo humilló considerando el dinero como un préstamo, devolviéndole dinero mes a mes.
Cathy no había sabido nada de eso, ni tampoco que el despiadado rechazo de Glen hacia su hermana adoptiva hizo que Nick abandonara su exitosa carrera en la agencia y se independizara para dedicarse al mundo de la tecnología informativa. Glen había sido el único sorprendido cuando la inteligencia y destreza de Nick lo catapultaron hacia la riqueza y el prestigio internacional.
Cathy fue la esposa de Glen cuatro años, hasta que él falleció en un accidente, pero nunca llegó a entender su mente. En su testamento, le había legado a Morna la cantidad exacta que le había devuelto, tirándole el dinero a la cara como insulto final.
–¿Cómo te enteraste de lo del dinero del curso? –preguntó Morna–. Supongo que te lo dijo Nick.
–Me dijo que no le permitiste que devolviera el dinero a Glen, ni que te lo prestara a ti. Que, en cambio, trabajaste como camarera en clubes nocturnos para conseguirlo –dijo Cathy, inquieta pero firme.
–En los clubes nocturnos dan propinas estupendas –afirmó Morna–. No era problema de Nick. Y me niego a deberle nada a Glen.
–¡Al menos usaste su legado para montar tu negocio! Pero está muerto, Morna, hace años. ¿Por qué pagar a un muerto, donando el dinero a la beneficencia?
–Siempre lo consideré un préstamo –replicó Morna con voz fría y dura como el hielo.
–Tus principios éticos son exagerados –protestó Cathy–. Nick se habría sentido orgulloso de ayudarte…
–Lo sé –la voz de Morna se suavizó–. Cathy, no pienso volver a sacrificar mi independencia por ningún hombre…, ni siquiera por Nick. El legado de Glen me ayudó a montar el negocio, pero si no lo considerara un préstamo me sentiría … como si me hubiera prostituido los cinco años que viví con él. No fue así, no para mí.
–Claro que no. Lo entiendo. Pero parece un desperdicio tener que sufrir y ahorrar cuando no es necesario.
–¿Qué hiciste con lo que te legó a ti?
–Lo utilizo para subvencionar el hospital de Romit –admitió Cathy, sonrojándose.
–Tú lo usas para un hospital y yo para niños desfavorecidos –comentó Morna–. No te preocupes, ni dejes que lo haga Nick. Me apaño.
–Oh, sí, compras ropa de segunda mano, conduces un coche que hace que Nick se estremezca al verlo y reinviertes todo en el negocio –Cathy se controló–. Perdona. Admiro tu determinación por hacer lo que crees correcto, pero eres demasiado independiente. ¡Me preocupo por ti!
–Al menos, compro mi ropa en tiendas de beneficencia de diseño –bromeó Morna.
–Vale –Cathy sonrió–, es cierto. Aunque da igual, estarías preciosa con un saco de patatas.
–Lo dudo –Morna se puso seria–. Es hora de que olvidemos el pasado y nos concentremos en el presente.
–Eso –murmuró Cathy pensativa–, implica concentrarse en Hawke Challenger. Viene hacia aquí.
Morna se dio la vuelta. Él se detuvo a su lado y le sonrió; sus ojos verde jade la escrutaron. Ella dio gracias por llevar puestas gafas de sol.
–Me alegro de verte, Cathy –sonrió abiertamente. Morna sintió que una descarga eléctrica recorría su cuerpo. Su voz era profunda, intrigante y algo salvaje.
Le costó un gran esfuerzo esbozar una sonrisa cautelosa cuando Cathy los presentó. Solo por educación, se quitó las gafas de sol y lo miró, antes de volver a ocultarse tras ellas. No tenía intención de darle la mano.
MORNA Vause no era una belleza tradicional.
Hawke decidió que no importaba: tez de color marfil cálido, ojos color whisky y sedoso pelo negro con reflejos rojizos eran más que suficiente. Eso sin incluir su exuberante boca, una pura incitación sensual.
La situación era interesante; aunque parecían amigas, Cathy había suplantado a Morna en el afecto de Glen Spencer. Aunque Hawke no aprobaba el cotilleo, tendría que haber sido un monje para no saber que Spencer había lucido a su joven amante trofeo hasta abandonarla por una esposa trofeo aún más joven.
Además, Glen no había ocultado el coste de la operación; los años que Morna Vause pasó en su cama habían sido recompensados con el mejor curso de diseño de joyas del mundo y una herencia considerable.
Era obvio que ella sabía manipular a los hombres de su vida para obtener lo mejor.
–¿Cómo está, señor Challenger? –la voz sonó cristalina e impersonal.
–Hawke.
–Hawke –repitió Morna con voz plana y algo ronca.
–Morna –dijo él lacónico, pensando que no solo sus ojos eran color whisky, sino que su voz también era sedosa y compleja, como el mejor whisky de malta–. Un nombre bonito. ¿Celta, no? ¿Qué significa?
–«Bienamada», o eso me dijo mi madre. Pero tenía tendencia a equivocarse –dijo ella, forzando una sonrisa tensa y poco natural. Se recriminó por comportarse como una virgen tímida y dulce, ¡nunca lo había sido! Siempre tuvo que luchar para sobrevivir.
–El tuyo tampoco es común –dijo–. ¿Naciste en Hawke’s Bay? –solo había visitado una vez esa soleada provincia, pero le habían encantado sus ciudades estilo Art Decó y sus impresionantes viñedos.
–No –los ojos verdes la miraron burlones–. Aunque mi madre era una Hawke, no tiene nada que ver con la familia que dio nombre a la provincia. Pero, como era la última de su familia, quiso que el nombre perdurase.
Esa referencia a sus ancestros irritó a Morna. Ella había crecido en la pobreza y la desesperanza, sin ni siquiera conocer el nombre de su padre.
Hawke la observó. Aunque creyera que ocultaba sus emociones tras las gafas de sol, su barbilla cuadrada y desafiante era muy expresiva. Igual que su seductora boca. Sintió el gruñido de sus hormonas. Sus labios denotaban una sensualidad nata, y eso iba en contradicción con lo poco que sabía de ella.
Una segunda ojeada reveló la disciplina que controlaba las esquinas de su boca. Sensual, sin duda, pero ataba sus apetitos con rienda corta; los utilizaba como una cualidad, no como vicio que la dominara.
La deseaba. Había deseado a otras mujeres, pero no con tanta intensidad. Y ninguna lo había mirado con tanta indiferencia. Sonrió, haciendo gala del encanto que sabía que le daba ventaja sobre cualquier otro hombre.
Morna entreabrió la boca un segundo, sus pómulos se tiñeron de rubor y apretó los labios. Ella también sentía ese elemental tirón de los sentidos. Aunque se controlaba, las señales eran obvias.
Ecuánime, admiró su compostura cuando Cathy Harding inició una conversación para romper la tensión. Cortés, siguió la pauta. Algunos minutos después, el sonido de su nombre se oyó por los altavoces.
–Hawke Challenger, por favor, ¿puedes acercarte a entregar los premios? Venga, Hawke, te estoy viendo…
–Tengo que irme –dijo él. Ignoró el silencio de Morna y sonrió a Cathy–. Espero veros a ti y a tu marido en la cena, esta noche.
–Sí, allí estaremos.