Reparar el corazón - María Josefina Llach - E-Book

Reparar el corazón E-Book

María Josefina Llach

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Beschreibung

Corazones rotos, corazones enteros. Corazones heridos o sanos. Corazones que aman o que guardan resentimientos. Corazones cansados o corazones que creen en la vida y apuestan por ella. Los avatares de nuestro corazón llenan gran parte de nuestra vida, con su capacidad de sufrir o de gozar. O con su indiferencia. O su sin sentido. Esto tiene mucho que ver con ser más o menos felices o desgraciados. En este sentido, este libro tiene mucho de autoayuda. Pero tiene algo más. Dios quiso hacerse cargo de nuestras alegrías y tristezas. Sobre todo, quiso dar un sentido a lo que vivimos. Este libro, por eso, está hecho de psicología y de antropología. Pero también de teología, aunque no de la difícil, sino de la teología cotidiana. Ocurre que Dios quiso tomar parte en nuestra vida. Es lo que llamamos "gracia". Ha elegido participar en nuestras penas y alegrías. No vivimos solamente por los esfuerzos y saberes humanos. Somos también fruto del amor gratuito de Dios, que participa en nuestra vida, cuando le abrimos desde adentro la puerta de nuestro corazón, y también, a veces, cuando nos parece que no lo hemos invitado. Aunque siempre va a respetar nuestra libertad. Este libro sugiere cómo puede resultar nuestra vida, cuyo centro es el corazón, cuando aceptamos vivir en diálogo, en equipo, con Dios. Sobre todo, cuando la vida se nos hace dura o incierta o sin sentido. Cómo puede resultar que dejemos la iniciativa al Protagonista, y nosotros caminemos a su lado, poniendo en juego lo que somos y tenemos.

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Seitenzahl: 194

Veröffentlichungsjahr: 2024

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MARÍA JOSEFINA LLACH

Reparar el corazón

Llach, María JosefinaReparar el corazón / María Josefina Llach. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2023.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-4650-0

1. Ensayo. I. Título.CDD A864

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Tabla de contenidos

PARTE I - LOS TÉRMINOS

1. REPARAR AL CORAZÓN DE JESÚS

AL CORAZÓN

DE JESÚS

PARTE II - EL MISTERIO

2. DIOS

2.1. Dios mira

2.2. Dios siente

2.3 Dios crea

2.4 Dios se inclina

2.5 Dios da la vida

3. JESUCRISTO

3. 1. Salvarnos

3. 2. La Encarnación

3.3. Gestos

3.4. La reparación

4. LA IGLESIA

4.1. ¿Por qué, entonces, la Iglesia repara?

4.2. Cuerpo

4.3. La mediación humana

4.4 Activos

4.5. Comunicar

4.6 Algo más que tiempo efímero

PARTE III - PARTICIPAR DEL MISTERIO

5. MIRAR

6. SENTIR

7. PONERSE AL LADO

8. PREFERIR LA MISERIA

9. ASUMIR LO POBRE

10. HACERSE CARGO

11. GRATIS

12. SIEMPRE HAY REMEDIO

13. HACER

14. EXPONERSE

15. ASUMIR EL CONFLICTO

16. PREFERIR LA COMUNIÓN

17. PADECER

18. LA MUERTE… Y DESPUÉS

19. ADORAR, ALABAR, CELEBRAR

Para mi hermana Delfina,

para mi amiga Rosalba,

y en ellas, tantos, tantas.

Gracias.

PRÓLOGO A LA PRIMERA EDICIÓN

Me produjo una profunda alegría que la Hna. Josefina me pidiera introducir este libro. En primer lugar porque tengo verdadera admiración por su persona. Aunque nos vemos muy poco es alguien con quien siempre me sentí comunicado y cuando pienso el porqué de esta comunicación tan directa la atribuyo a una cualidad que Dios le ha dado y que resalta en su personalidad. Se da en ella una rara mezcla de inteligencia mística y práctica a la vez. Y una prueba de lo que digo es el libro que presento.

Es para mí un libro profundo y fácil de leer. Pero su lectura, lejos de llevar a un cierto regodeo intelectual nos invita a meternos desde nuestro corazón, más que desde nuestra cabeza en las entrañas de Dios, es decir en el corazón del Hijo donde se manifiesta el infinito amor de Dios que es amor de compasión (Mc 6,34). De la contemplación, desde nuestro propio corazón, de ese amor compasivo, es donde nace la acción de REPARAR.

La obra es valiente porque lamentablemente el término REPARAR ha sido casi desterrado del lenguaje espiritual moderno. Sin embargo es difícil encontrar un santo que no haya sentido una especial atracción y necesidad de REPARAR.

El libro toma esa dimensión esencial de la espiritualidad cristiana y la va desmenuzando didácticamente, de modo tal que cualquier lector no solo entenderá los “porqué” de la reparación cristiana sino sentirá la necesidad de involucrarse personalmente en esta actitud espiritual.

Una de las virtudes del libro es justamente la de explicar en términos actuales e inteligibles una tradición que nace en el mismo evangelio y que la Iglesia ha perpetuado en su tradición.

Y una de las claves más importantes está dada en el mismo título que a primera vista parece ambiguo. Le pregunté a Josefina ¿el título no debería ser “Reparar al corazón” (de Jesús)? Sin darme explicaciones me contestó que el título será “Reparar el corazón”. La lectura posterior me hizo entender el profundo contenido humano de esta REPARACION. Cuando dirigimos nuestra mirada desde nuestro corazón al corazón de Cristo, captamos hasta que punto es su amor compasivo el que puede curarnos de todos nuestros males. El intento de reparar produce un primer resultado asombroso: somos nosotros los reparados, son nuestros corazones los que se sienten sanados por el entrañable e infinito amor de ese Corazón del Señor.

¡Dichosos los que puedan meterse en la lectura de este libro!

+Jorge CasarettoObispo de San Isidro febrero, 2012

PRÓLOGO A LA SEGUNDA EDICIÓN

A medida que pasan los años, alguien que ha publicado un libro, experimenta la necesidad de completarlo. Es un proceso lógico. Con el correr del tiempo, no solo se acumulan nuevos conocimientos. También se logra lo que podríamos denominar una mayor amplitud conceptual de lo escrito. Creo que es justamente eso lo que nos muestra esta nueva edición de "Reparar el corazón": se han ampliado los horizontes de este estilo de vivir la vocación cristiana.

Personalmente creo haber captado una gran intuición de Jose (así la llamamos los amigos): podemos aplicar el término "corazón" no sólo al orden personal. También tiene una dimensión más amplia: "comunitaria", social.

Lo hemos experimentado en estos últimos tiempos. El mundial de fútbol nos mostró que el equipo tenía un solo corazón y también que todos los argentinos vibrábamos y nos angustiábamos con un mismo corazón. Como contraposición a esta experiencia festiva, también en la pandemia todos sufrimos con un mismo corazón universal los dolores de tantos afectados por la enfermedad, la angustia o la soledad.

En esta nueva edición, los lectores atentos van a descubrir las nuevas realidades en las que la autora expresa estas intuiciones.

Y en el nuevo prólogo, no sólo ratifico todo lo expresado en el anterior sino que amplío mi gratitud por la invitación a volver a introducir este magnífico libro y les invito a los lectores a que se alegren tanto o más que yo al gozar de su lectura; y así a unirnos en la misión de reparar y ser reparados en lo más íntimo de nuestros corazones.

+ Jorge CasarettoObispo Emérito de San [email protected]

PARTE I

LOS TÉRMINOS

1. REPARAR AL CORAZÓN DE JESÚS

Puede resultar chocante.

¿Reparar?

¿Al Corazón?

¿De Jesús?

Vamos a tratar de comprender, de responder a estas tres preguntas que nos cuestionan y que radican en la fe y la vida. Para creer mejor lo que entendamos. Y sobre todo para vivir mejor, para que juntos podamos construir, para todos, un mundo que sea “el hogar de nuestra felicidad, y no un campo de batalla” (DP 184).

REPARAR: en el lenguaje corriente, y para lo que a nosotros nos interesa, tiene tres sentidos:

– uno es el de reconstruir lo que está roto. Así hablamos de reparar los zapatos, o de reparar un muro. En general se usa más para las cosas, pero no exclusivamente. Por ejemplo, respecto a las faltas de las personas, se puede hablar de reparar una situación injusta, una mala relación, o aún de reparar algo en lo que estoy viviendo mal. El diccionario dice: “componer, arreglar una cosa; enmendar, corregir, remediar; precaver un daño o perjuicio”.

– otro es el de “restablecer las fuerzas, dar aliento o vigor”. Este sentido se refiere a algo que sucede con las personas. El objeto del “dar aliento” es una persona. El sujeto, en cambio, puede ser una persona o una cosa. Por ejemplo, en un día de mucho calor, una bebida fría nos resulta reparadora. Y en un momento de tristeza, la presencia del amigo, nos repara también.

– el tercer sentido es “desagraviar, satisfacer al ofendido”. Aquí se habla sólo de personas: es una acción de personas a personas. Satisfacer es hacer algo, o encontrar un modo de que se perdone una ofensa inferida a otro. Acá es importante la palabra “ofensa” o “agravio”. Tradicionalmente se entiende por tal un daño hecho a la fama de la persona, a su honor, o a sus intereses. Pero la ofensa es algo más profundo, tiene su raíz en la dignidad de la persona.

Es importante reconocer que sólo a las personas se las ofende. La persona humana tiene una consistencia, un valor que está alcanzado por el absoluto de Dios, ya que es “la única creatura a la que Dios ha amado por sí misma” (GS 24). Tiene un núcleo irreductible, inviolable; un valor por sí misma; por lo tanto, no se la puede manipular o instrumentalizar sin “ofenderla”.

“Dotado de dignidad, por ser semejante a Dios, el hombre puede ofenderse a sí mismo, como también ser ofendido por otros. Solamente Dios y, en el ámbito de esta creación visible, el hombre, son susceptibles de ofensa. Pero Dios es ofendido también cuando es ofendido el hombre, que es su imagen.

Así como cuando el hombre es dignificado en esta tierra, Dios mismo resulta glorificado en aquél, a quien llama a ser su hijo.

Cuando el hombre es vejado y degradado, entonces es alcanzado y ofendido el fundamento absoluto de su existencia y de su persona. Por eso Dios es la suprema garantía de la dignidad del hombre, no hay en este mundo ningún acto de amor, por oculto que fuere, que no sea recogido por el absoluto de Dios. Tampoco hay injusticia alguna que, aunque se la pretenda acallar y ocultar, quede ante Él definitivamente secreta y silenciada” 1

Para comprender en sentido antropológico y teológico lo que significa “reparar” hay que tener el sentido de la persona y el sentido de Dios. Hay que tener en cuenta que la persona tiene en Dios un fundamento absoluto, que la pone aparte del resto de las criaturas. Lo que se ofende, aquello sobre lo que recae la ofensa, no es un honor hueco, un maquillaje, sino la dignidad intrínseca, la verdad interior de la humanidad de la persona. Por supuesto lo mismo se dice, y en primer lugar, de Dios.

Reparar indica algo de estos tres sentidos: restablecer lo que está roto, animar lo que está mortecino, y restituir lo que se había desconocido de la dignidad de la persona: de la persona de Dios o de la persona humana.

AL CORAZÓN

Éste no es el lugar de hacer un tratado sobre lo que significa “corazón”, en la Escritura o en el lenguaje filosófico. Karl Rahner lo llamó “protopalabra”2. Es decir, una “palabra primera” que alude a una experiencia de la persona que siente que es una, y que expresa su experiencia usando un concepto de origen corporal.

El corazón, para la antropología, es el centro que unifica la totalidad de la persona, y en el cual resuenan todos sus aspectos. Centro de la persona que es el nudo por donde pasan todos los hilos que nos van tejiendo, y que luego alcanzan otras dimensiones de nuestro ser y de nuestra actividad; éstos encuentran en el corazón su coherencia, su trabazón original.

El corazón es, sobre todo, aquello con lo cual pronunciamos los profundos “quiero”, que no son ni pura voluntad, ni puro afecto, ni puro pensamiento, sino compuesto de lo más nuclear de lo que somos; pronunciamos con el corazón esos “quiero” que determinan el sentido de nuestra vida. En el corazón discernimos qué es lo que nos vale de todo lo que recibimos; porque con el corazón recibimos: las cosas profundas que los otros nos dan, caen en el corazón, y el corazón las recibe, y las elabora, y las acepta o las rechaza.

Por eso en el corazón se decide el sentido de nuestra propia vida. Es ese “lugar” de nuestro ser que descubre la luz que da sentido a toda la vida y que la acepta o no. Es también la sala del alma donde accede casi únicamente Dios, donde a Él le gusta “entrar y salir como en casa propia”3; y donde libremente damos acceso a aquellas personas en quienes confiamos. Pero el corazón no queda todo secreto. Se manifiesta, se muestra en lo que hacemos, en los gestos, en las palabras. De ese centro inasible, misterioso, que ni nosotros mismos podemos manejar del todo, salen fuerzas que se despliegan en nuestras capacidades afectivas, volitivas, intelectuales… buenas o malas, según cómo sea el sentido que hemos elegido para nuestra vida, y las decisiones que vayamos tomando, acordes o no con ese sentido.

No todo en el ser humano es corazón. Pero todo lo que tiene algo de importancia, y mucho de lo que no la tiene, se relaciona con “lo que hay en el corazón”: “de la abundancia del corazón habla la boca”.

Aunque quisiéramos sujetar en un manojo apretado todos los hilos del alma, no lo lograríamos: el corazón se expresa, a la corta o a la larga, siempre. Nuestros manoteos para tapar la luz –bien puede ser una luz oscura– que sale del corazón, resultan casi siempre inútiles. Es centro, el corazón. Y el centro tiene siempre periferias:

– “Del corazón provienen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios…: esto es lo que hace impuro al hombre” (Mt 15,19).

– “Lo que cae en buena tierra son los que… conservan la Palabra con corazón bueno y recto” (Lc 8.15).

– “Amarás al Señor, tu Dios, con todo el corazón” (Mt 22,37; Dt 6,5).

– “Esto mismo hará con ustedes mi Padre, si no perdonan de corazón cada uno a su hermano” (Mt 18,35).

– “Donde está tu tesoro está tu corazón” (Mt 6,20).

– “Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios” (Mt 5,8). (¿Habrá sacado de acá el Principito: “sólo se ve bien con el corazón, lo esencial es invisible a los ojos”?; sí, el corazón ve; pero ve más lejos y mejor, un corazón limpio). O sea: corazón: fuente y cumbre de lo que hay en el hombre.

Hablamos de una antigua sabiduría, que Freud estudió y sistematizó, y que de alguna manera nos refiere a lo que llamamos “subconciente”.

Pero hablamos de “reparar el corazón”, o “reparar al corazón”. Y sí, porque el corazón se rompe de mil maneras distintas.Sufre, se desconcierta, se desorienta, se angustia, se siente incapaz de construir, no siempre ama, sino que odia y destruye, o bien queda sepultado bajo las preocupaciones de la vida o el ruido y el tráfago o las meras sensaciones que acallan sus gemidos profundos; o se rompe el corazón cuando es insultado o degradado el hombre o la mujer, cuando es oprimido “por cosas de dentro o de fuera” (GS 17); y sobre todo cuando no alcanza el cumplimiento de sus deseos.

Entonces, hay que reparar el corazón para reparar a la persona rota, o reparar sus vínculos fundantes con Dios, o con los más amigos, o los más amados, o reparar su enganche con la vida cuando todo le hace preferir la muerte. O sea que es lícito, y justo, y necesario reparar el corazón: reparar el propio corazón, y ayudar a reparar la persona de los hermanos, o los vínculos que nos hacen ser familia y no extranjeros. Tan importante es esto de reparar los vínculos entre los hombres, y de éstos con Dios, que es el encargo que va a dar a su profeta, y es en realidad una promesa:

“Reconstruirás las ruinas antiguas, restaurarás los cimientos seculares, y te llamarán “Reparador de brechas”. “Restaurador de moradas en ruinas” (Is 58,12)

Reparar el corazón del hombre: en esto consiste el proyecto de Dios. Y Él va a elegir, para hacerlo, un método particular: ponerse cerca, para lo cual va a exponer su propio corazón: “Yahvé está cerca de los que tienen roto el corazón” (Sal 33, 19).

1 Conferencia Episcopal Argentina, Iglesia y comunidad nacional, 1981, n 53

2 Karl Rahner, Escritos de Teología III, Taurus, Madrid, 1967, 358

3 Rafaela María Porras y Ayllón, Santa Rafaela María. Apuntes espirituales, Palabras a Dios y a los hombres, Inmaculada Yáñez ACI, (ed), BAC, Madrid, 1987,1051. En adelante citamos PDH

DE JESÚS

Que Dios tiene corazón nos lo dice la Biblia; aunque el Antiguo Testamento “814 veces se refiere al corazón del hombre y sólo 26 veces habla del corazón de Dios. Pocas veces, es verdad, pero son siempre textos muy significativos que tienen una relación directa con el ser humano”4. Vamos a poner sólo dos, que nos pueden ayudar:

– “Les pactaré alianza eterna de hacerles bien, y pondré mi temor en sus corazones, de modo que no se aparten de junto a mí; me dedicaré a hacerles bien, y los plantaré en esta tierra firmemente, con todo mi corazón y con toda mi alma” (Jer 32,4041).

Este texto describe algo de “lo que hay en el corazón de Dios”. Él quiere el bien de mujeres y hombres. Lo quiere con su corazón: sede de los deseos, lo que mueve a la persona, y muchas veces lo que mueve también a otros que entran en esos deseos de una persona. Los deseos tienen su propia eficacia.

El amor por el ser humano, el deseo de comunicarle el bien, reside en el corazón de Dios. Y es deseo intenso, por eso el Señor implica en esto todo su corazón: un corazón unificado por el amor.

En el mismo salmo dice: “el plan de Yahveh subsiste para siempre, los proyectos de su corazón por todas las edades… Él forma el corazón de cada uno (de cada persona)” (Sal 33,11.15).

Dios proyecta con el corazón. En continuidad con lo anterior, hace planes de bien sobre el ser humano, y no tanto los piensa cuanto los “corazonea”. El otro versículo nos habla de que el corazón de Dios hace al hombre, lo da a luz, lo forma: es una imagen de creación: Dios va dando forma a cada uno; no sólo Él ha creado “al hombre” sino que se detiene en la creación de cada persona, en pensar amando la concreta personalidad de cada uno.

Con esta pequeña muestra vemos que la Biblia está cargada de la idea de que Dios tiene corazón.

Pero acá hablamos de “corazón de Jesús”. Que no es lo mismo, aunque va a lo mísmo.

“Corazón de Jesús” significa que Dios se acercó tanto al corazón roto del hombre, que se hizo hombre.

Para estar cerca; porque, como decíamos, el método concreto que usó Dios para salvarnos y hacernos hijos, fue la Encarnación. Que de eso se trata.

Ahora estamos seguros de que cuando decimos “el corazón de Dios”, esto no es una pura idea, ni una pura entelequia… ni siquiera un puro espíritu. Sino que Dios, que tiene corazón, se encarnó en Jesús de Nazareth, Jesucristo; y que lo más central de lo que significa la Encarnación está resumido en el corazón de Jesús. En el corazón de este hombre concreto está el corazón de Dios. Y “no otro camino hay”5 para acceder al corazón de Dios que el corazón de Cristo. El corazón de este hombre es el corazón de Dios.

Pero, ¿cómo reparar algo tan sublime? ¿Puede ser que este corazón de Dios que es el de Jesús esté lastimado? Sí: “uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza, y al instante salió sangre y agua; y el que vio es el que lo asegura, y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice la verdad, para que también ustedes crean (Jn 19,3335). Ésta es la historia. Una historia de amor, pero no de amor fácil: porque “nadie tiene amor mayor que el que da la vida por los que ama” (Jn 15,13).

Esto, que ha inspirado a místicos muy grandes –no sólo de los conocidos, sino también a cristianos muy anónimos, muy populares y profundos–, no es sin embargo una alegoría. Es un hecho histórico.

Porque la mística cristiana sólo puede nutrirse de historia y de fe. También porque podríamos pensar que con la resurrección se arregló todo; pero parece que no, y esto lo sabemos gracias a la necesidad de certezas de Tomás: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré”. Una necesidad que Jesús no sólo comprendió, sino que también, a su manera, respaldó, compartió: “Trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente”.

Para nosotros será mejor “creer sin haber visto”, pero esta fe nuestra se apoya en la historia: justamente en el testimonio de los apóstoles, que tiene como finalidad certificamos que “El Verbo se hizo carne”. Para que nosotros creamos, otros vieron, tocaron, palparon, conversaron, se rieron y lloraron. (Jn 20, 25.27.29. Cfr 1 Jn 1,1).

La resurrección ha respetado la herida del corazón de Cristo. Es un hecho y un símbolo. Primero, de que la vida sale del corazón, del corazón herido. La herida no es una desgracia, sino una gracia, una fuente de vida. Segundo, de que hay que seguir curando. Hay que seguir extendiendo, en el espacio y en el tiempo, la reparación del corazón de Cristo. Porque su corazón sigue estando herido y sin resucitar, en miles y miles de hermanas y hermanos –suyos y nuestros–, otros Cristos, que sufren pobreza, opresión, desamor. En esto consiste la misión de la Iglesia. Es una manera de vivirla, que Dios da como carisma a quienes Él elige: un estilo solidario y esperanzado. Vamos entonces a recorrer qué significa en la práctica de la Iglesia “reparar al corazón de Jesús”.

Por último, aunque es lo primero: todo esto es don, regalo, gracia. Lo primero en la vida, lo primero en el reparar es recibir, recibir el amor, la misión y el abrazo de Dios. No es obra, primeramente mía, tuya, nuestra. Es un proceso que inicia Dios, en Jesús, y como regalo.

4 Manuel Díaz Mateos, Dios tiene corazón, Paulinas, BA, 1988, 10; cita a A Wolff, Antropología del Antiguo Testamento, Sígueme, Salamanca, 1975, 63ss

5 PDH, 1025

PARTE II

EL MISTERIO

2. DIOS

Empezamos entonces por Dios para entender la reparación.

La analogía es la manera como la fe busca entender el Misterio, a partir de lo que la razón y el corazón comprenden de la realidad creada. Nos acercarnos al misterio de lo que Él es, con la experiencia de lo que los seres humanos somos y de lo que no somos.

2.1. Dios mira

La Escritura está llena de esta idea de que Dios mira. Yahvé está atento a lo que pasa en el mundo:

“El Señor observa desde el cielo y contempla a todos los hombres; él mira desde su trono a todos los habitantes de la tierra; modela el corazón de cada uno y conoce a fondo todas sus acciones” (Sal 33,1315).

Mirar, en lenguaje bíblico, es una acción de la persona entera, no sólo se refiere al acto del sentido de la vista, aunque por supuesto partiendo de él. Expresa que la persona atiende, que se acuerda de algo o de alguien. Así expresa el Éxodo el comienzo de esta gesta prodigiosa de Dios con su pueblo:

“Dios escuchó sus gemidos –del pueblo– y se acordó de su alianza con Abraham, Isaac y Jacob.

Entonces dirigió su mirada hacia los israelitas y los tuvo en cuenta” (Ex 2,2425).