Reunión secreta - Fernando Héctor Rebour - E-Book

Reunión secreta E-Book

Fernando Héctor Rebour

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Beschreibung

Este cuento-ensayo, con una didáctica impronta de filosofía política, presenta un hipotético, pero temporalmente posible encuentro entre Tomás Moro, el idealista mártir inglés, y Nicolás Maquiavelo, el pragmático político florentino. A lo largo de dos días de conversaciones intensas, ambos pensadores confrontan ideas y puntos de vista sobre la política, la moral, la fe y el poder en un mundo que deja atrás la Edad Media y se adentra en la Edad Moderna. El relato es una inmersión en las tensiones entre los principios morales inquebrantables y la necesidad de pragmatismo en los gobiernos, poniendo en diálogo a dos de las mentes más influyentes del pensamiento político occidental. Ambos personajes históricos son estudiados y analizados en distintos y variados niveles académicos, políticos, literarios y periodísticos; pero popularmente uno es modelo de integridad moral y sacrificio extremo, mientras que el otro es sinónimo de mentiroso, calculador, manipulador y astuto para el engaño. El autor trata de llevar la imagen del segundo a un nivel acorde a su historia personal, poco conocida, y las circunstancias en que se desarrolló su vida.

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Seitenzahl: 236

Veröffentlichungsjahr: 2025

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FERNANDO HÉCTOR REBOUR

Reunión secreta

Rebour, Fernando HéctorReunión secreta / Fernando Héctor Rebour. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2025.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-5986-9

1. Cuentos. I. Título.CDD A860

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Índice de contenido

Prólogo

Dedicatoria

Prefacio

Introducción

Capítulo I - Dick, su amigo y contacto

Capítulo II - Preparando el encuentro

Capítulo III - Nicolás cuenta su historia

Capítulo IV - Se entabla una amistad

Capítulo V - Los motivos del encuentro

Capítulo VI - Fe y razón, guerra y política

Capítulo VII - Tácito acuerdo y despedida

Capítulo VIII - Regreso y reflexión

Prólogo

Este debería ser la presentación de la obra y su autor ante los lectores por una persona con autoridad en la materia o antecedentes editoriales; pero considerando que es mi primera publicación en su primera edición, solo cuento con mis modestos y limitados antecedentes de una larga, hermosa y digna vida; con momentos de aventuras, de duro e interesante trabajo y como todo el mundo con alegrías y tristezas (más de las primeras que las segundas); pero apasionado lector y estudiosa persona, que entre cursos, títulos y honores me permitieron ser Licenciado y Profesor de Relaciones Internacionales y tratar de enseñar en distintos momentos, a adolescentes y jóvenes a encarar su devenir con mejores armas para la lucha diaria en un mundo complejo.

Este Cuento–Ensayo de Filosofía Política que presento, es un género literario posiblemente no inventado por J.L. Borges, pero sí muy utilizado por él; que une el ensayo con la ficción; iluminando la narrativa, histórica, con la filosofía política de un determinado momento histórico, ubicado en los inicios de la Edad Moderna, que deja atrás la denominada Edad Media (según Cristoph Cellarius el primero que dividió la Historia en Edades) con hechos históricos que le dieron marco, como fundamentalmente la invención de la Imprenta por Gutemberg (1450), la caída de Constantinopla (1453), y la aparición al oeste del mapa europeo de un Nuevo Mundo (1492) con Colón, y posteriormente con Magallanes, El Cano y Américo Vespucio, que mostraba otro camino hacia el llamado Oriente proveedor de especias, sedas, tapices, etc; además de probar fácticamente luego de 1700 años que Eratóstenes de Cirene tenía razón al sostener la esfericidad de la tierra y calcular su diámetro y circunferencia, con un error de menos del 1%, aunque cueste creerlo.

Ese momento de la historia fue un período de profundos cambios culturales con el humanismo, la reforma protestante y la aparición de la burguesía; políticos, con la creación de los estados modernos de occidentes e imperios coloniales; del conocimiento con la Revolución Científica; y filosóficos con la Ilustración, donde fueron iniciales precursores y protagonistas Tomás Moro, Maquiavelo y Erasmo, personajes de este trabajo.

Esa “Reunión Secreta” hasta hoy desconocida, más por el tema a tratar que por la presencia propia de los intervinientes, sirvió para confrontar dos posiciones antagónicas entre el ser y el deber ser, entre la POLITICA y la política, la moral, los principios y los valores tradicionales de los hombres creyentes en un Ser superior, un Todo creador, un Primer Motor, del Jehová judío o cristiano; o los ateos (“atehus–sin dios) racionalistas que desde el Siglo V d.C como Diágoras, Demócrito, Critias, Epicuro, pasando por el filósofo romano Sexto Empírico (S III d.C) y muchos más, que concebían la vida e historia de los hombres sin necesidad de dioses que los guíen o controlen.

En ambos bandos o posiciones el bien y el mal eran principios conocidos y considerados pétreos, perennes en eldeber ser, pero en el ser, se consideraban imposibles de cumplir por la propia debilidad humana y los vicios capitales, que como decía Santo Tomás de Aquino, “eran aquellos que tienen fines excesivamente deseables, que impulsan al hombre a cometer muchos pecados instalados en su naturaleza humana y opuestos a las virtudes cardinales y cristianas”.

Por ello Tomás Moro (1478–1535) llegó a ser Santo y su nombre sinónimo de sacrificio, fe, obediencia, y sólidos principios éticos (individuales) y morales (colectivo); en cambio Maquiavelo (1469–1527) llevo su nombre a ser sinónimo de oportunismos, mala intencionalidad, perversidad, astucia, engaño, intriga, malignidad y tantos otros; sin duda marcadamente inmerecidos para una de las inteligencias más preclaras de la época. La iglesia católica (no la IGLESIA como Cuerpo de Cristo constituida por la comunidad de creyentes) que también lo utilizó, fue la que luego lo envió a la figurativa hoguera del desprestigio con algunos de sus filósofos clericales.

Maquiavelo se dedicó a escribir representando las cosas como él en su experiencia veía en realidad como verdades, en lugar de como se imaginaban en los libros o los sermones, confrontando con las ideas de la ética cristiana (Aristotélica–Tomista) de la seudo política medieval. Siguiendo a Cicerón, hacía entrar en conflicto la rectitud moral y la conveniencia. Solo que este consideraba que “Nunca es conveniente hacer el mal, porque el mal siempre es inmoral, en cambio la bondad siempre es moral”; en cambio Maquiavelo consideraba que “El Príncipe” “debe estar preparado para no ser virtuoso y hacerloo no (el bien o el mal) de acuerdo con la necesidad”. Mismos temas o problemas con distinta visión o solución.

Puede cerrarse la idea de este prólogo al cuento–ensayo, con los versos de Ramón de Campoamor en su poema “Las dos linternas”: “Y es que en el mundo traidor/nada hay verdad ni mentira:/ todo es según el color/del cristal con que se mira.”

Y como autor primerizo que escribe su propio PRÓLOGO, hasta ver que pasa con su obra, escribo al final del mismo la:

DEDICATORIA

“A mi querida esposa Betty, madre consagrada y siempre presente de nuestros cinco hijos y catorce nietos, compañera de 54 años en esta aventura de vivir en el país más hermoso, abierto, generoso, anárquico y bipolar (alegre y triste, serio y desenfadado, rico y empobrecido), producto de una mezcla de razas y nacionalidades que hacen de nuestra amada Argentina un genuino producto hibrido que apuesta con fe y esperanza, buscando mínimas e imprescindibles coincidencias, para llegar ser una gran nación, para nosotros, nuestra posteridad y todos los hombres del mundo que quieran habitar este bendito suelo.”

F.H.R.

PREFACIO

De muy joven y gracias a sobresalientes y dedicados profesores de Castellano y Literatura, materias que se impartían en los colegios secundarios de los años 1960 en Argentina; egresé como Bachiller y pocos años después, ordenando y haciendo limpieza de mis papeles, pues debía mudarme al sur de Argentina (Ciudad de Esquel, en la Provincia del Chubut) encontré una lista de autores que debía leer “necesariamente”.

Recordé entonces haber escrito esa lista en un Ateneo Literario durante la exposición final de un disertante cuyo nombre lamentablemente no recuerdo, al igual que autor y el libro que nos leyó y que comentó como era costumbre en esas reuniones. Pero sin duda le estaré eternamente agradecido, y de hecho, entre los varios libros que confisqué de la biblioteca de mi padre, estaban la “Utopía” de Tomás Moro y “El Príncipe” de Nicolás Maquiavelo, que los elegí por que los tenía en esa lista que el mencionado disertante recomendó; pero fundamentalmente porque eran libros de pequeño tamaño para mis ya grandes y sobrecargadas valijas.

Los leí a ambos en un hermoso y recordado viaje en tren de Buenos Aires a Esquel, con transbordo incluido en el último tramo a un trencito de “trocha angosta”, llamado justamente “La Trochita” y que se utiliza hoy en día exclusiva y lamentablemente solo para un corto tramo turístico. Dicho viaje duraba desde la capital dos días y medio, y la mayor parte la pasábamos en los camarotes leyendo o jugando a las cartas con mis compañeros de viaje.

Sin duda esas dos pequeñas pero grandiosas obras las debí releer posteriormente en varias oportunidades por mis estudios de Geopolítica, Estrategia, la licenciatura en Relaciones Internacionales, el Profesorado Universitario, y en charlas, exposiciones, clases, etc.

Siempre quise juntar a estos dos personajes a conversar, confrontar y discutir sus visiones opuestas en muchos casos y coincidentes en otras; pues siendo contemporáneos y europeos, y que los separaban 1.200 km que se debían recorrer sin duda en varias jornadas; los unía la cultura que hoy llamamos occidental y cristiana; sobre todo cuando los libros habían dejado de ser exclusividad de los monasterios o aristócratas adinerados.

La imprenta (1440), invento tan importante como la rueda, unió a la intelectualidad de fines de la Edad Media y los hizo ingresar junto al resto de los mortales a una revolución mental y cultural que cambió la historia futura y permitió el pase a la llamada Edad Moderna y fundamentalmente al “Renacimiento” que mudó la concepción del hombre impuesta dogmáticamente por la Iglesia Católica, que había encadenado al libre albedrío; dando lugar al resurgimiento de los valores y virtudes de la cultura clásica greco–romana; donde el hombre nuevamente tiene derecho a la libre contemplación de la naturaleza y expresión de sus ideas a través del arte, las ciencias y un humanismo filosófico que redescubre y exalta al hombre racional y libre pensador.

Hasta comenzó nuevamente a verse el pene y la vulva símbolos sexuales a la vista, considerados normales, no agraviantes u ofensivos durante el paganismo y heredado por los propios romanos, y que mostraban la belleza del cuerpo desnudo en el arte escultórico como el David de Miguel Ángel; dejando de lado el ocultismo del sexo que comenzó a imponer la Iglesia a partir del Siglo IV aproximadamente, convirtiéndolos en impúdicos, ultrajantes, deshonrosos, insultantes y si no caían en la castración del cincel y martillo eran ocultos con anexiones de hojas de parra.

La ciudad de Florencia, cuna de Maquiavelo, fue la cuna también de este resurgimiento cultural de la humanidad, casi dormida durante mil años, pese a los aportes, sin duda invalorables de San Agustín, Isidoro de Sevilla, Avicena, Abelardo, Averroes, Santo Tomás y tantos otros. Gutenberg los hizo más accesibles y con el tiempo más populares, junto a los pensamientos de Sócrates, Platón, Aristóteles, Lucrecio, Cicerón, Séneca y Marco Aurelio, y fundamentalmente los escritos de los profetas y apóstoles que la Biblia impresa permitió dejaran de ser un secreto clerical o sacerdotal.

La Inglaterra de Moro, tuvo también su inicial renacimiento con los “Cuentos de Canterbury” de Chaucer, que buscaban nuevos horizontes como el “Decameron” de Boccaccio en Italia.

Al fin, supongo, estimo, quiero creer, que en algún momento se produjo esa hipotética pero real reunión entre Moro y Maquiavelo, que llegó a mis oídos gracias a los comentarios que me arrimó una interpósita persona, periodista él según me dijo; en una noche de larga sobremesa y excesiva bebida, en ocasión que mi verba se había exteriorizado sobre el santo inglés y el secretario florentino.

Este personaje me expresó muy convincentemente, aunque con cierta dificultad en su hablar, pues la bebida había entorpecido un poco la movilidad de su lengua; que él había leído unos escritos recuperados en los archivos de una vieja bodega de Calais (Francia), que habrían pertenecido a Dick Whittington un fiel amigo de Tomás Moro que fue responsable y testigo parcial de dicha reunión que duró dos días. Dichos comentarios los escuché intrigado, pero con mucha atención y decidí desde un principio darle una forma más prolija literalmente hablando, pues no tengo razón para creer que este señor tan atento hubiera inventado tal historia, lo mismo que no hay razón para que el lector no me crea a mí.

INTRODUCCIÓN

Sin duda Santo Tomás Moro y el Secretario Florentino Nicolás Maquiavelo han tenido cientos, sino miles, de escritos, ensayos, comentarios, antologías y hasta películas cinematográficas sobre sus vidas y obras; pero siendo contemporáneos y de la misma generación etaria nunca se tuvo conocimiento que se hubieran conocido, intercambiaran cartas y menos tenido alguna reunión personal.

Ellos tampoco supuestamente dejaron ninguna referencia respecto al otro y solo Erasmo conoció a los dos, fundamentalmente a Tomás del quien fue amigo personal. Con Maquiavelo, Erasmo lo trata en la esfera de la política y critica su perspectiva utilitaria, separada y autónoma de la moral religiosa; pues para este humanista y teólogo, la política y en especial el gobierno de un reino, república o feudo sería inconcebible sin un sentido ético fundamentalmente religioso, escindida en una finalidad superior de carácter divino.

Para el florentino la política es una práctica independiente propia del príncipe que ostenta el poder y desea primero conservarlo y luego acrecentarlo. Para Erasmo la política está al servicio de la Iglesia como pueblo de Dios y no de la Iglesia como organización político social clerical. El Príncipe, justamente por ser designado, sostenido o aceptado por el Creador como conductor o líder de su pueblo, está obligado a seguir los preceptos de Jesucristo. Erasmo muy crítico de la Iglesia de Roma y en general de Europa, por la corrupción; deja siempre separada de la iglesia la palabra santidad.

Pero sin conocerse Tomás y Nicolás, – hasta la hipótesis planteada en este libro, ambos con profundas divergencias morales y éticas (siempre diferencio lo moral como social o colectivo, a la ética como personal o individual), tienen también puntos de convergencia. Ambos reconocen las virtudes y valores como importantes y valiosos, solo que el inglés las considera pétreas y sin posibilidad de transgresión para el buen gobierno; mientras que para el florentino son necesarias, pero no indispensables o suficientes.

El fin justifica los medios dicen que expresó el italiano, pero el londinense no cree en ese planteo, todo lo que transgrede el orden sagrado proclamado por Jesucristo no puede ser justificado por ninguna necesidad. No es aceptable ejecutar el mal para obtener un bien. Son conceptos y acciones contradictorias en esencia, por más dialéctica que se utilice. Cualquier idioma, por más amplio que sea en palabras puede manifestar todo el sentir de un hombre, aunque sí formular justificaciones de acciones deleznables para lograr objetivos virtuosos. Solo sería engañar al pueblo u hombres más ignorantes o poco hábiles con el lenguaje, con retórica falaz.

Como otros escritos o charlas de mi autoría, posiblemente desconocidos para el público y por un internalizado sentido de la educación que posiblemente heredé de mi padre, justamente profesor por años de la materia Educación; a la que se suma mi temprana intromisión en el sistema docente como instructor y profesor de cadetes a la edad de 25 años y profesor luego de distintas materias en institutos de enseñanza secundaria, que me llevaron a cursar y recibirme de Licenciado y luego Profesor Universitario en Relaciones Internacionales. Esos antecedentes dejaron sus huellas en mi mente y corazón.

La experiencia docente y los años que tengo los sumo a una numerosa familia de 5 hijos y catorce nietos, muchos ya mayores de edad, con quienes tengo activas relaciones de abuelo que me han motivado a tratar que mis ensayos, cuentos o novelas, más allá del entramado que trata de ser entretenido; quiera llevar al lector a la intriga y curiosidad, a un interés por ampliar luego su visión de esos momentos históricos, pues salvo unos pocos personajes secundarios, todos los otros tuvieron existencia real e influyeron de una u otra forma en los sucesos posteriores de Europa y América del siglo XVI.

Moro y Maquiavelo quedaron como seres atemporales y sus ideas, frases y principios se manejaron, enseñaron, difundieron, discutieron y aplicaron durante cinco siglos como verdadera actualidad y su única y relativa referencia histórica es la cabeza de Ana Bolena o la familia de los mecenas Medici; por eso trato de ampliar el contexto histórico de ambos personajes y de la Europa de ese momento. Muchos sin duda la conocen, inclusive mejor que este autor; a ellos les pido disimular y aprovechar para introducirse más en esta pequeña historia y disfrutarla.

Un personaje es cien por ciento latino, extravertido, amigo de la buena mesa y deliciosos vinos toscanos, de las charlas en largas sobremesas, donde se cambian seguido los principios a medida que aumentan las botellas en la mesa, por el solo placer de discutir y confrontar; de hablarse casi gritando, de disfrutar de las familias, de espíritus alegres y dicharacheros; de abrazarse y tocarse pues el contacto es indispensable entre amigos y familiares; la música es para escuchar y disfrutar, pero especialmente para bailar, gritar y divertirse.

El otro es anglosajón, introvertido, serio, medido, austero, de hablar solo lo necesario sin levantar el tono de voz, pero siempre con fundamentos, poco efusivo, pero siempre educado, sin palabrotas ni exabruptos; como caballero nunca perder la línea, sino se sabe beber sin descontrolarse, entonces no bebe. La música como deleite cerrando los ojos, aunque deban mantenerse abiertos y la que se baila es suave, ligera, no escandalosa.

Trato de mostrar a los personajes que tuvieron existencia real en su condición de hombres en un entorno determinado, con debilidades y defectos, como con sus virtudes y logros que generalmente son parciales, pues no son los panes que reparte Jesucristo que se multiplican hasta saciar el hambre de la multitud; sino los panes limitados que se reparten en un mundo hambriento, donde hay ganadores y perdedores, unos con mucho y muchos sin nada.

Muestro una Iglesia Católica como lo que fue en sus últimos 1.600 o 1700 años, cuando nadie le puede echar la culpa al Espíritu Santo de haber intervenido en la elección de sus herederos de San Pedro. “Aunque la autoridad sea un oso testarudo, con frecuencia se consigue amarrarlo por el hocico, a fuerza de oro”, de “Cuento de Invierno” de William Shakespeare referido a la corrupción.

El libro tiene Prólogo, Prefacio e Introducción; cada uno tiene su motivo, fundamento y razón, aunque muchos lectores y quizás algún improvisado o bisoño escritor no distinguen bien las diferencias. De todas formas, no hay ninguna obligación convencional o legal que obligue al autor, editor o imprenta a incluir los tres, alguno o ninguno de los ítems mencionados.

Yo lo hago especialmente motivado para que loslectores que desconocen los detalles sepan que existen diferencias y el autor puede utilizarlas. Tampoco es una “verdad revelada”, simplemente un detalle literario para los lectores que, como yo, no leen o lo hacen muy por arriba, los prólogos, prefacios o introducciones.

Capítulo I

Dick, su amigo y contacto

En el año 1508 Dick Whittington se desempeñaba como segundo secretario del Alcalde de Calais; cargo que había logrado hacía unos años, gracias a las amistades de su padre y abuelo, Dick y Charles Whittington respectivamente. El segundo había sido alcalde de ese puerto inglés en territorio francés, hacía casi 100 años.

Inútil para toda tarea, Dick vivía o sobrevivía, antes de ese nombramiento, de las pocas libras que le daba su padre, un exfuncionario de la corona que disponía de una pequeña renta del estado y lo poco que también producía una chacra en la zona de Dover, comprada por su abuelo Charles en épocas de esplendor de la familia.

Allí solía pasar Dick sus vacaciones de verano, sobre todo de adolescente, cuando sus padres ya no soportaban sus vagancias, desplantes y peleas o discusiones permanentes con sus hermanos. Dick no había revertido su comportamiento rebelde e indisciplinado ni cuando lo obligaron a hacer amistad con Tomás, el hijo de Sir John Moro, mayordomo del Colegio de Abogados de Lincoln’s Inn quien posteriormente llegaría a juez.

Dick y Tomás se hicieron pese a todo, grandes amigos desde que lo reenviaron a la Escuela de San Antonio, que era gratuita, sacándolo de la escuela privada donde iban los niños de la aristocracia londinense. Guardaba un gran cariño por la Sra Agnes, madre de Tomás y de sus hermanas, todas menores, que con el paso del tiempo trató de enamorarlas una por una, pero con rotundo fracaso, pues estaban educadas de la misma forma que su amigo.

Tomás y Dick pese a ser personalidades completamente distintas, se complementaron en la niñez y adolescencia como si fueran hermanos gemelos. Uno protegía al otro y lo ayudaba hasta lo imposible; el primero nunca tuvo que pelear a puñetazos con nadie, pues la compañía y amistad con Dick, camorrero y peleador, era suficiente garantía y protección aun en su ausencia; el segundo tenía asegurado los trabajos y deberes que daban abundantemente en la escuela, que ayudaban a mantener un promedio regular con sus limitadas actividades o lecciones presenciales. Con el apoyo de Tomás, había convencido a los profesores que era producto del nerviosismo y dificultad que le producía el tener que explicar o expresarse ante terceros, llegando inclusive a simular tartamudeos cuando decía sentirse presionado por los profesores; estratagema inventada por Tomás y facilitada a Dick luego de pedir perdón y persignarse tres veces por la artimaña que sugería.

Dick siempre contaba las anécdotas sobre como Tomás se las tenía que ingeniar para protegerlo, utilizando argumentos retorcidos e increíbles, para justificar sus malos comportamientos sin dejar de cumplir el noveno mandamiento. Lamentablemente tuvieron que separarse un tiempo, cuando Tomás fue admitido por recomendación del Cardenal John Morton en el Canterbury College que dependía de la Universidad de Oxford.

Mientras Dick trabajaba con su padre y aprendía un poco de contabilidad y administración, Tomás se dedicó a estudiar leyes y a los tres años ya ejercía como abogado en los tribunales. Tomás nunca abandonó a su amigo y lo contrataba como ayudante, asesor o perito en temas contables y sucesorios; para que Dick pudiera ganarse unas libras extras, que tanta falta le hacían para “disfrutar un poco de su juventud” como decía.

En esos años Tomás comenzó a estudiar francés pues tenía clientes galos y lo convenció a Dick que lo imitara en el estudio del idioma y estudiara sobre comercio y trámites portuarios de impuestos y aranceles, pues necesitaba que lo ayudara en los pleitos sobre ese tema. Cosa que hizo de inmediato, pues lo que decía o sugería su amigo, por el respeto y agradecimiento que sentía por él, era palabra santa.

Tomás comenzó en esa época a dedicarle su tiempo libre – cuando lo lograba tener– a la poesía, y Dick a cobrarle como arancel a los favores que le hacía con poesías de amor para sus conquistas, que su amigo escribía con gran talento y gusto, pero no podía divulgarlas por pudor; se reía diciendo “esos versos sin duda me los inspiró satanás”. Dick siempre llevaba en su bolsillo una o dos poesías de amor de su amigo, cuando salía de parranda o tenía algún amorío difícil; simulando escribirlas como inspiración del momento provocada por la belleza de su compañera circunstancial.

Las personas que los conocían se preguntaban cómo era posible que Tomás quisiera tanto a ese vago, embaucador, libertino y mujeriego; y lo admitiera como amigo; y Tomás siempre respondía con alguna frase bíblica, dado que las conocía a todas. Siguieron su amistad, incluso cuando Tomás se instaló tres años en un convento cartujo para estudiar religión y con la ilusión de sus padres de convertirlo en sacerdote.

Pero Tomás, joven de gran fe cristiana y formación profundamente católica, no tenía intenciones de tomar los hábitos por varias razones; la primera era su mala experiencia con algunos sacerdotes que le resultaron traumáticas y qué gracias a su personalidad y carácter firme, le impidieron ciertos abusos que sufrieron otros adolescentes y que nunca quiso precisar ni comentar ni siquiera con su amigo Dick.

Si se quejaba ante su amigo y sus padres de la vida monacal, donde algunos sacerdotes o los no ordenados sacerdotalmente como los hermanos “conversos o donados”, no llevaban la vida de contemplación en oración pura y continua, como tampoco eran muy fieles a sus votos de obediencia, pobreza y especialmente castidad. La segunda razón fue que su amistad con Dick le había hecho conocer ciertos placeres de la vida que creía no había causa de privarse de ellos, pues estaban implícitos en la naturaleza humana, como las relaciones sexuales, el amor con una mujer para formar un matrimonio, compartir una buena mesa con amigos, trasnochar hablando de filosofía, política, leyes, astronomía, etc y como tercera y última razón por la que no se hizo sacerdote era porque se sentía y quería ser un hombre libre, donde su única atadura era la fidelidad a su propia conciencia y su fe en Dios.

La conducta de muchos sacerdotes le había demostrado que no eran muchos los que cumplían a rajatabla sus votos sagrados y eran en general propensos al pecado de la soberbia, la gula y la lujuria, varios de ellos, inclusive obispos convivían con mujeres y tenían hijos, pero proclamaban hipócritamente la castidad hasta para los propios hombres solteros.

Los propios sacerdotes del convento le habían enseñado que el celibato era obligatorio desde los dos Concilios de Letrán y el propio Papa León IX consideraba al sexo de los sacerdotes como una degradación moral del clero. Desde esa época los clérigos no podían tener relaciones íntimas con mujeres, concubinas o esposas, quedándoles también vedado casarse. Y Tomás pronto se dio cuenta de la desobediencia general de ese reglamento.

Esas razones, quizás empujados por su amor hacia Jane Colt y sus inquietudes por el derecho y la política, lo convencieron de abandonar el convento, estudiar leyes, y pedirle a Jane compromiso y casamiento. Así lo hace, tiene su primera hija Margaret y se recibe de abogado comenzando de inmediato a ejercer la profesión.

Finalmente, Tomás Moro es nombrado Juez y Subprefecto de la ciudad de Londres, Dick se da cuenta que la amistad debía tomar otro rumbo para no perjudicar con su presencia y antecedentes a su entrañable amigo. Cuando Tomás se casa con Jane Colt y nace al poco tiempo su primera hija; Dick toma la decisión de irse, escapar de Londres; envalentonado con todo lo que había aprendido junto y gracias a su amigo; consiguiendo con apoyo de Tomás el nombramiento de segundo secretario del Alcalde de Calais que ahora ya ejercía. En realidad, la que se liberó fue la familia de Dick, al sacarse de encima lo que consideraban un lastre y un truhan.

Calais, según Dick y lo sostenía con convicción y elocuencia, era la ciudad de su abuelo Dick (Richard) Whittington, su homónimo, héroe y ejemplo a seguir en todo; pese a que su abuelo ocupó el cargo de Alcalde poco más de un año, hacía ya un siglo atrás, pero fue suficiente para que el inteligente mercader que era, dejara sus contactos para manejar, luego desde Londres, grandes negocios de aristócratas y la propia corona. Ese Dick, su abuelo había sido cuatro veces alcalde de Londres y también sheriff de la ciudad y llegó a manejar muchos años las funciones del rey en el contralor de impuestos y en especial aranceles del comercio exterior. Su apellido y prosapia eran una ventaja si sabía aprovecharla.

En dos años, la inteligencia, astucia, contactos y nuevas amistades de Dick en Calais y Dover, lo llevan a convertirse no sólo en un eficiente funcionario de segunda línea; sino también en un irremplazable secretario del Alcalde para solucionar a través de sus relaciones cualquier tipo de problemas; fundamentalmente de comercio, aranceles y lógicamente contrabando si era necesario. Varias veces tuvo oportunidad de ser secretario o Alcalde de Calais, pero siempre con una excusa u otra evitó ese honor; sabía qué al subir en cargo, quedaba demasiado expuesto para sus negocios “paralelos” a los de un funcionario de la corona. Le convenía mantenerse en segunda línea, donde podía moverse y hacer sus negocios con total libertad.

Su vida, más bien su muy buena vida, de relativo trabajo, pero muchos contactos y amistades de todo tipo; le permitían participar de fiestas, invitaciones, hermosas mujeres y viajes permanentes a Londres, París, Ámsterdam, Amberes, etc, los que quedarían condicionados si aceptaba un cargo de mayor relevancia; sin duda accedería a un mejor salario, una carrera con fututo y los honores propios de ellos; pero sacrificaría mucho; en primer lugar su libertad, su cómodo relativo anonimato y fundamentalmente la fortuna que iba acumulando con sus “independientes” actividades de comercio.

Su inteligencia para los negocios, su habilidad para interpretar las normas impositivas y arancelarias de Inglaterra, pero fundamentalmente de Francia, España, Portugal, Alemania y en general de toda Europa; se había transformado en poco tiempo en un especialista para ingresar legal o ilegalmente a Inglaterra, Gales y Escocia la mayor parte de los productos del mercado europeo.

Mientras tanto su amigo Tomás Moro se gana la simpatía del príncipe heredero por algunas oposiciones políticas a resoluciones del Rey Enrique VII que su hijo por debajo no compartía; por eso Dick desarrolla sus actividades tanto en Calais como en Dover y sus habilidades eran conocidas, valoradas y muy utilizadas por un selecto y reducido grupo de aristócratas, funcionarios, comerciantes y militares, cuando debían “solucionar algún inconveniente” de comercio y ni que decir para llenar periódicamente sus bodegas con vinos franceses, españoles e italianos, muy codiciados en las fiestas cortesanas o simplemente en las comidas de los miembros más pudientes de la aristocracia y sus imitadores los burgueses en ascenso.