Revista Bíblica 2023/1-2 - Año 85 - Asociación Bíblica Argentina ABA - E-Book

Revista Bíblica 2023/1-2 - Año 85 E-Book

Asociación Bíblica Argentina ABA

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Beschreibung

La Revista Bíblica fue fundada en 1939 por Mons. Dr. Juan Straubinger como subsidio "para el entendimiento de la Sagrada Escritura". Hoy es propiedad de la Asociación Bíblica Argentina y publica artículos originales (preferentemente en castellano o en portugués) relacionados con las ciencias bíblicas, incluyendo investigaciones de tipo filológico, literario, exegético, histórico o teológico. Como publicación de "alta divulgación científica" favorece la comunicación entre los especialistas, presentando los resultados de los estudios bíblicos de un modo también accesible a los que no son expertos en el mismo campo (pastores, graduados en teología, estudiantes y docentes en institutos y universidades).

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Revista Bíblica (ISSN 0034-7078, edición impresa – ISSN 2683-7153, edición en línea) es propiedad de la Asociación Bíblica Argentina y publica (preferentemente en castellano o en portu­gués) artículos originales de investigación científica en torno a la Biblia, incluyendo trabajos de tipo filológico, literario, exegético, histórico o teológico. Busca favorecer la comunicación entre los especialistas y poner los resultados de las ciencias bíblicas al alcance de pastores, graduados en teología, estudiantes y docentes en institutos superiores y universidades.

Director:

Jorge M. Blunda Grubert, Seminario Mayor de Tucumán (Argentina), Universidad Pontificia de Salamanca (España), Universidad Católica de Córdoba (Argentina), Pontificia Universidad Católica Argentina.

E-mail:

[email protected]

[email protected]

Consejo Editor:

Eleuterio Ruiz, Pontificia Universidad Católica Argentina, Buenos Aires – Editor para AT

Pablo Andiñach, Pontificia Universidad Católica Argentina, Buenos Aires

Juan Alberto Casas Ramírez, Pontificia Universidad Javeriana (Colombia)

Cássio Murilo Dias da Silva, Pontifícia Universidade Católica do Rio Grande do Sul (Brasil)

Ahida Calderón Pilarski, Saint Anselm College, Manchester, NH (Estados Unidos de América)

Wilma Mancuello González, Universidad Católica “Ntra. Sra. de la Asunción” (Paraguay)

Juan Manuel Tebes, Centro de Estudios de Historia del Antiguo Oriente, Pontificia Universidad Católica Argentina, Buenos Aires

Bernardeth Caero Bustillo, Facultad de Teología «San Pablo», Cochabamba (Bolivia)

Raúl Lugo Rodríguez, Yucatán (México)

Edgar Toledo Ledezma, Universidad Católica Nuestra Señora de la Asunción (Paraguay) – Editor para NT

Consejo Asesor (International Advisory Board):

Daniel Kerber, Facultad de Teología del Uruguay

Dominik Markl, Pontificio Istituto Biblico, Roma (Italia)

Dennis Tucker, Jr, Baylor University (Estados Unidos de América)

Francesco Cocco, Universidad Pontificia Comillas, Madrid (España)

Richard Bautch, St. Edward’s University, Austin, TX (Estados Unidos de América)

Paulo A. de Souza Nogueira, Pontifícia Universidade Católica de Campinas (Brasil)

Mahri Leonard-Fleckman, College of the Holy Cross, Worcester, MA (Estados Unidos de América)

Lautaro Roig Lanzillotta, Universidad de Groningen (Holanda)

Irmtraud Fischer, Universidad de Graz (Austria)

Antonio Carlos Frizzo, Faculdade Católica de São José dos Campos (Brasil)

Secretaría:

Mariana Zossi, Seminario Mayor de Tucumán (Argentina)

Juan Pablo Ballesteros, Seminario Mayor de Buenos Aires (Argentina)

Publicación:

Todos los manuscritos podrán ser presentados a través del OJS de la revista https://www.revistabiblica.com/ojs/index.php/RB/login o enviados (en pdf y en formato Word o semejante) a la dirección [email protected]. Los artículos tienen que ser originales y adecuarse al código ético y a la política editorial de la revista. Deberán estar redactados según las “Instrucciones” para los autores, que se encuentran en https://www.revistabiblica.com/acerca-de/publicacion/. Antes de ser admitidos serán sometidos a evaluación por pares en un sistema de “doble ciego”. Más información se encuentra en el sitio web.

Indexación:

Revista Bíblica está indexada en: ATLA Religion Database; Old Testament Abstracts; New Testament Abstracts; Elenchus of Biblica; Dialnet; Latindex Catálogo 2.0; WorldCat; M.I.A.R.; C.I.R.C.; REBIUN, LatinREV, AWOL, Sherpa-Romeo, NBRC.

SUMARIO

Editorial

ESTUDIOS

Pablo JARUF, Magdalena MAGNERES y M. Belén DAIZO, Urbanismo en el Levante meridional, de la Edad del Bronce Tardío a la Edad del Hierro II (ca. 1600-600 a. e. c.)

Juan Manuel TEBES, El extraño caso del dios Qos: ¿por qué la deidad edomita/idumea no es mencionada en la Biblia?

Mariana ZOSSI, Daniel 4 y sus lectores (de ayer y de hoy). Un mensaje arraigado en su historia

Ianire ANGULO ORDORIKA, Esaú y Jacob, ¿un ejemplo de justicia restaurativa?

Ignacio PIZARRO, Las múltiples voces del centinela (cf. Ez 33,1-9). La pluralidad textual como punto de partida de una exégesis dialógica

Hanzel ZÚÑIGA VALERIO, Tocar con la palabra, hablar con las manos. Desafíos desde la “discapacidad” en Mc 3,1-6

Javier QUEZADA DEL RÍO, Pregnosticismo en san Pablo: los arjontes

Dave ALLEN, A Proposal: Three Redactional Layer Model for the Testimonium Flavianum

RECENSIONES Y NOTAS BIBLIOGRÁFICAS

D. J. A. CLINES, The Dictionary of Classical Hebrew Revised (Andrea Hojman)

M. J. GUEVARA, Aproximación a la historia de los orígenes de Israel. Notas de la presentación de un estado de la cuestión (Olga Gienini)

D. BÖHLER, Psalmen 1–50 (Jorge M. Blunda)

F. MOSETTO, Risonanze bibliche del vangelo di Marco. Saggi di esegesi canonica (Gerardo José Söding)

J. VARGA ANDRÉS, La salvación como solidaridad. El paradigma soteriológico del evangelio de Lucas (Álvaro Fernández Fidalgo)

R. AGUIRRE MONASTERIO, La fuerza de la semilla. Jesús y los orígenes cristianos en contexto (Carlos Torres)

LIBROS RECIBIDOS

Suscripción

Créditos

Contra

EDITORIAL

“Exégesis y Hermenéutica”

La relación entre estas dos disciplinas –y dos maneras diferentes de acercarse a la Biblia– es uno de los puntos más discutidos a lo largo de la historia de la interpretación, sobre todo, desde la Ilustración. Este ha sido el tema del congreso organizado por el Instituto Bíblico de Roma con el apoyo de la Universidad Gregoriana (4-6 de mayo de 2023). El lema precisaba ulteriormente dónde querían focalizar la atención: “En búsqueda de un nexo entre historia, teología y culturas/contextos”. La iniciativa tiene lugar con ocasión del 80º aniversario de la publicación de la encíclica Divino Afflante Spiritu (1943), que abrió un nuevo horizonte de libertad para el estudio científico de la Biblia en el mundo católico, y del 30º aniversario de la instrucción de la Pontificia Comisión Bíblica titulada La interpretación de la Biblia en la Iglesia (1993), que acogió como una riqueza la multiplicidad y la complementariedad de los métodos y acercamientos desarrollados en el siglo XX y abogó por una exégesis cultivada como auténtica disciplina teológica al servicio de la vida y la misión de la Iglesia.

En el ámbito académico se ha planteado muy a menudo el problema de que los estudios bíblicos parecen ignorar o bien la historia, o bien la teología, o bien las cuestiones vitales que brotan del propio contexto. Pues, según los diversos ámbitos culturales, se suele privilegiar –a veces de manera unilateral– una u otra de estas dimensiones. Pero ¿cuál es el nexo entre la exégesis bíblica y la historia, la teología y la hermenéutica?

Por un lado, los teólogos católicos son conscientes de que “el estudio de la Escritura es como el alma de la sagrada teología” (Dei Verbum, 24). Los exégetas, por su parte, saben que “su tarea no termina con la distinción de las fuentes, la definición de formas o la explicación de los procedimientos literarios. La meta de su trabajo se alcanza cuando aclaran el significado del texto bíblico como Palabra actual de Dios” (Benito XVI, Verbum Domini, 33). Sin embargo la integración de exégesis y teología sigue siendo un desideratum en la mayoría de los casos.

Además, el panorama de la ciencia bíblica actual muestra con cada vez mayor claridad la pluralidad de contextos en los que se lee la Escritura y se hace teología. No obstante, en gran medida las diferentes orientaciones parecen ignorarse mutuamente y desarrollarse prácticamente sin contactos de unas con otras. Esta pluralidad se ha visto felizmente reflejada en la composición de los participantes en la conferencia de este año, que ha brindado así la oportunidad de reflexionar sobre la hermenéutica y entenderla como componente necesario del entrenamiento que deben recibir quienes han de dedicarse a la exégesis bíblica.

El congreso ha ayudado a revisar y actualizar el mandato de la Iglesia a los biblistas católicos de todo el mundo y a examinar una vez más la tarea exegética, no tanto desde el punto de vista de sus diversos métodos y enfoques, sino más bien en busca del nexo entre exégesis, historia, teología y hermenéutica. Se ha intentado que la conferencia sea a la vez interdisciplinaria (diálogo entre biblistas y especialistas en teología, filosofía e historia) e intercultural (estudiosos de diferentes contextos: el “Occidente”, África, Asia y América Latina).

Cada sesión ha estado diseñada pensando en dos objetivos: (1) ofrecer un marco teórico que permita articular la exégesis bíblica, por un lado, y, por otro, la historia, la teología y la hermenéutica en diálogo con la exégesis; (2) ejemplificar mediante casos prácticos el nexo entre la exégesis y las demás disciplinas (u operaciones).

Las ponencias y los diálogos que tuvieron lugar en el Congreso muestran que los treinta años transcurridos desde la publicación de La interpretación de la Biblia en la Iglesia no han pasado en vano. Si, en 1993, se logró salir de esa suerte de desorientación y perplejidad provocadas por la multiplicidad de métodos exegéticos y la enorme especialización que estos parecían exigir, hoy los desafíos y las perplejidades vienen de otra dirección. Desde entonces ha ido creciendo incesantemente un nuevo tipo de relación con la Biblia más decididamente “hermenéutico”, que no se ocupa tanto del “mundo detrás del texto” ni se contenta con el “mundo del texto”, sino que lo interroga y cuestiona desde las preocupaciones del presente, privilegiando la perspectiva del “mundo delante del texto”1.

En aquel entonces, la Comisión Bíblica incluía bajo el apartado “Acercamiento contextual” (II.E.) solo el “liberacionista” y el “feminista”; hoy se ha tomado mayor conciencia de que “la interpretación de un texto depende siempre de la mentalidad y de las preocupaciones de sus lectores” y “los exegetas [han adoptado] en sus trabajos puntos de vista nuevos, correspondientes a las corrientes de pensamiento contemporáneo que no [habían] obtenido hasta ahora un lugar suficiente” (ibídem)2. En una academia hoy mucho más plural en el plano de las diferencias confesionales, sociales, culturales, raciales y de género, se han desarrollado –de modo especial, en los EE. UU. y en su ámbito de influencia– nuevas aproximaciones hermenéuticas, como la feminista, womanista, mujerista, postcolonial, queer y otras que se hacen en diálogo con los estudios de género, culturales o ecológicos, por mencionar solo algunas. De este modo, se va más allá de una mera “aplicación” del texto a la realidad, para poner a la Biblia en diálogo con el mundo globalizado de hoy y a este mundo en diálogo con la Biblia. Esta nueva orientación se pone de manifiesto no solo en los encuentros nacionales e internacionales de instituciones tan amplias y plurales como la Society of Biblical Literature; también se puede ver, por ejemplo, en la nueva edición de un clásico de la ciencia bíblica católica, The Jerome Biblical Commentary for the Twenty-First Century, T&T Clark, London – New York – Dublin 2022, editado por John J. Collins, Gina Hens-Piazza, Barbara Reid OP y Donald Senior CP. Si en su edición de 1968, casi todos los autores eran clérigos y religiosos, la mitad de los que produjeron esta nueva edición son laicas y laicos, y su conjunto manifiesta una muy variada procedencia nacional y étnica (p. xi). Además, entre los artículos generales que completan el volumen se han incluido varios que presentan las tendencias actuales en el compromiso del catolicismo contemporáneo con la Biblia, tanto en lo metodológico3 como en lo contextual4.

Como respuesta a este panorama, el Pontificio Instituto Bíblico y la Universidad Gregoriana parecen estar descubriendo una nueva vocación y misión. Hace más de un siglo que estos centros de estudio se ocupan de la capacitación exegética de personas procedentes de más de cien países. Estas vuelven a sus respectivas naciones con la destrezas adquiridas en los años de estudio e investigación y se encuentran de nuevo con sus propias realidades, esforzándose por poner al servicio de sus iglesias particulares el ministerio académico para el que se han preparado, enriqueciéndose a su vez con las particularidades concretas de su propio medio. Parece haber llegado la hora de aprovechar el lugar único que ocupan estos centros romanos para constituirse –más deliberada y responsablemente– en punto de encuentro de culturas y miradas, propiciando una reflexión de alto nivel académico sobre aquello que se está haciendo en cada uno de los países y en las diversas instituciones, con miras al desarrollo de una hermenéutica más holística, global y culturalmente inclusiva.

Efectivamente, el congreso del 2023 ha sido un punto de partida para explorar la posibilidad de constituir una red, llamada NExUS5 para “fomentar la comprensión exegética de las Escrituras”, a partir de experiencias regionales informadas por diversos contextos y culturas, en un esfuerzo por escuchar y compartir a nivel mundial, utilizando las instituciones jesuitas de enseñanza superior como puntos focales regionales. Una “red” supone la posibilidad de cada una de las instituciones y personas que la forman pueda mantener la propia identidad y ofrecer su aporte específico, en el conocimiento y la estima por el trabajo de los demás, la escucha mutua y el trabajo interdisciplinar. La iniciativa parece muy en sintonía con el estilo sinodal que está buscando la Iglesia Católica, con el camino ecuménico proseguido incansablemente por las Iglesias cristianas y con el anhelo de un mayor diálogo y cooperación entre las religiones, las culturas y las naciones del mundo.

Revista Bíblica saluda con gran satisfacción esta iniciativa, ya que es lo que ella misma pretende promover como plataforma que hace visible el trabajo plural de los biblistas y propicia espacios de intercambio, con el anhelo de generar una genuina comunidad académica. Esta visión se hace patente en la diversidad de contenidos y enfoques de los artículos publicados en este volumen.

Jorge M. BLUNDA

Director

1 Según las categorías empleadas por P. RICŒUR, Teoría de la interpretación. Discurso y excedente de sentido, México 2003, 100-106.

2 Un ilustrativo panorama de este desarrollo en el ámbito latinoamericano lo ofrecen las ponencias recogidas en E. R. RUIZ (ed.), 80 años de exégesis bíblica en América Latina. Actas del Congreso Internacional de Estudios Bíblicos organizado con ocasión del 80º aniversario de Revista Bíblica (Suplementos a la Revista Bíblica 7), Estella 2021.

3 Barbara E. REID, “Feminist Biblical Interpretation”, 2000-2008; Carol DEMPSEY, “The Bible and Social Justice”, 2009-2044; Jean-François RACINE – Gina HENS-PIAZZA, “Literary Approaches to the Bible”, 2045-2059.

4 Stacy DAVIS, “African and African American Biblical Interpretation”, 2060-2067; Francisco LOZADA JR, “Latinx Biblical Interpretation”, 2068-2075; “Asian American Approaches to the Bible”, 2016-2107.

5 “Nurturing Exegetical Understanding of Scriptures”; véase https://hermenexus.org.

URBANISMO EN EL LEVANTE MERIDIONAL, DE LA EDAD DEL BRONCE TARDÍO A LA EDAD DEL HIERRO II (CA. 1600-600 A. E. C.)

Pablo Jaruf, Magdalena Magneres y M. Belén Daizo

Universidad de Buenos Aires

[email protected]

https://orcid.org/0009-0009-5822-1504

Magdalena Magneres

Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires

[email protected]

https://orcid.org/0009-0004-4179-1424

M. Belén Daizo

IMHICIHU-CONICET

[email protected]

https://orcid.org/0009-0000-4434-9878

Resumen: El período que va desde la Edad del Bronce Tardío hasta la Edad del Hierro II en el Levante meridional (ca. 1600-600 a. e. c.) ha sido clave para la arqueología siro-palestina pues, con base en el relato bíblico, se lo considera el momento cuando se produjo el establecimiento de los israelitas y la conformación de la Monarquía Unida, seguida por los reinos de Israel y de Judá. El objetivo de este artículo es ofrecer un resumen actualizado sobre las características y los cambios en los sistemas de asentamiento urbano durante dicho período, para lo cual se analizan evidencias arqueológicas y epigráficas.

Palabras clave: Urbanismo. Levante meridional. Edad del Bronce Tardío. Edad del Hierro. Monarquía Unidad. Cronología baja.

Urbanism in the Southern Levant, from the Late Bronze Age to the Iron Age II (ca. 1600-600 BCE)

Abstract: The period from the Late Bronze Age to the Iron Age II in the Southern Levant (ca. 1600-600 BCE) has been key for Siro-palestinian archaeology because, based on biblical narration, it is considered the moment when the settlement of the israelites and the conformation of United Monarchy, followed by the kingdoms of Israel and Judah, took place. The aim of this paper is to offer an updated summary about the features and changes in urban settlement systems during that period for which archaeological and epigraphic evidences are analyzed.

Keywords: Urbanism. Southern Levant. Late Bronze Age. Iron Age. United Monarchy. Low Chronology.

1. Introducción

La región del Levante meridional está delimitada al oeste por el mar Mediterráneo, al sur por el desierto del Néguev, el oeste por la meseta occidental transjordana, mientras que al norte llega hasta la parte meridional del Líbano, constituyendo el tramo final del río Litani, a la altura del monte Hermón, su límite imaginario (Fig. 1). En el período que va desde la Edad del Bronce Tardío hasta la Edad del Hierro II (ca. 1600-600 a. e. c.) se produjeron en esta región cambios significativos en los sistemas de asentamiento, los cuales sirvieron como contexto para el establecimiento de los israelitas en la Tierra de Canaán y la conformación de la Monarquía Unida, seguida por los reinos de Israel y de Judá.

Fig. 1. Mapa con los principales sitios mencionados en el texto (elaboración propia a partir de http://onlineresize.club/2021-club.html).

De manera tradicional, se suponía que, siguiendo el relato bíblico, los israelitas habían conquistado la Tierra de Canaán a fines del Bronce Tardío (ca. 1600-1200 a. e. c.), generando poco a poco un proceso de urbanización que los había llevado de una confederación laxa de diversas tribus a una serie de reinos fuertemente centralizados 1. Sin embargo, los problemas para establecer una cronología clara para la supuesta conquista, sumado a diversos testimonios, contenidos principalmente en el libro de Jueces, que ofrecían una visión alternativa donde los recién llegados coexistían con las poblaciones locales, condujeron a poner de relieve otra hipótesis, conocida como infiltración pacífica. Según esta visión, poblaciones seminómadas de los márgenes orientales y meridionales se habrían introducido de manera paulatina en el territorio, mezclándose con los habitantes locales y estrechando vínculos con sectores empobrecidos. Una vez establecidos, habrían comenzado a generarse conflictos, sobre todo debido a la competencia por tierras cada vez más escasas, lo que explicaría entonces que siglos después se recordara como una época de enfrentamientos entre nativos y extranjeros 2.

Tanto esta hipótesis como la anterior respetaban el relato bíblico, en el sentido de considerar que los israelitas era una población que desde fuera había ocupado el territorio, ya sea por medio de la conquista violenta o de la infiltración pacífica. No obstante, a partir de los sesenta comenzó a ganar lugar un tercer enfoque que, en cambio, postulaba un origen local para los israelitas. Durante el Bronce Tardío los señores urbanos habrían oprimido cada vez más a los campesinos, quienes entonces se rebelaron en su contra, destruyendo sus palacios y ciudades, dando origen así a una estructura social más igualitaria y con una nueva ideología religiosa, basada en el culto a un único Dios 3. En esta visión concurría la hipótesis de que las poblaciones ḫabiru, mencionadas en distintos documentos cuneiformes, habrían sido los antecesores de los hebreos bíblicos, mientras que se sugería que los sublevados habrían sido liderados por una vanguardia procedente de Egipto y, por esto mismo, conocedora de la reforma de Akhenatón 4.

Por supuesto, no resultó sencillo articular estas nuevas ideas con las evidencias disponibles, pero abrieron paso para que estudios mejor fundados, alejados ya del relato bíblico, pudieran avanzar en modelos que se basaran principalmente en el registro arqueológico. De aquí surgió una cuarta propuesta, la cual postuló que el origen de los israelitas se debía a un ciclo gradual de urbanización de las tierras altas, con lo cual se descartaba tanto su origen foráneo como la idea de una revuelta campesina. En su lugar, pasó a considerarse que el largo período de desurbanización acaecido durante la presencia egipcia en el Bronce Tardío, que había orientado a las poblaciones a adoptar una forma de vida móvil basada en el pastoreo, habría sido sucedido por un lento proceso de reurbanización en el Hierro I (ca. 1200-900 a. e. c.), cuando estas mismas poblaciones habrían retornado al sedentarismo y desarrollado una nueva identidad colectiva, signada por prácticas culinarias, de culto y materiales que poco a poco darían lugar a los primeros israelitas 5.

Ahora bien, más allá de estas discrepancias sobre la naturaleza del asentamiento, todos compartían que, una vez establecidos, la dinámica habría sido similar, postulando un incremento demográfico a partir de la Edad del Hierro I, seguido de la construcción de ciudades y el desarrollo de una paulatina desigualdad y jerarquización social que derivó en el surgimiento, primero, de la Monarquía Unida y, segundo, de los reinos de Israel y de Judá en la Edad del Hierro II (ca. 900-600 a. e. c.) 6.

En suma, a pesar de las distintas posturas, todos parten de la base de que habría habido una desurbanización que se fue pronunciando a medida que avanzaba el Bronce Tardío, que esta tendencia comenzó a revertirse a comienzos del Hierro I y que a partir del Hierro II se produjo un incremento en la cantidad y el tamaño de los asentamientos, consolidando una fase de reurbanización. Esta situación es la que nos impulsa a ofrecer en este trabajo un resumen actualizado sobre dicho proceso, contemplando a su vez los métodos y técnicas llevados adelante por los investigadores, pues los mismos inciden de manera directa en el tipo de información que se genera y sus posibilidades de interpretación.

2. Sobre el urbanismo: teorías y métodos

El estudio de las ciudades en el Levante meridional cuenta con una larga historia, pues los principales sitios excavados fueron aquellos asentamientos urbanos mencionados en la Biblia, concentrándose en los estratos que habrían correspondido a la época de la Monarquía Unida o los períodos inmediatamente anteriores o posteriores 7. El estudio del espacio rural, por lo tanto, despertaba menos interés, siendo resultado de excavaciones casuales que, o bien no hallaban lo que esperaban, o bien se debían a la construcción de infraestructura moderna, obligando al rescate de sitios que pronto serían cubiertos o destruidos. Recién, a fines de la década de 1960 comenzó a prestarse mayor atención a la relación entre el espacio urbano y el rural, enfoque favorecido, por un lado, por el influjo de la nueva arqueología o arqueología procesual, y, por otro, por la nueva situación política resultado de la guerra de los Seis Días, cuando gracias a la ocupación israelí se emprendieron prospecciones en Transjordania, los Altos del Golán y la península del Sinaí 8. Desde entonces primaron los estudios regionales con una mirada de larga duración que permitieron una mejor comprensión del urbanismo y de la sociedad del Levante meridional, siendo complementados de manera crítica por investigaciones más recientes que ponderan los aspectos cualitativos del paisaje, lo que en general podemos englobar dentro del enfoque de la arqueología postprocesual 9. Asimismo, estas nuevas miradas dan mayor lugar a la idea de conflicto, tanto en el pasado como en el presente, en el sentido de que las disputas actuales en torno al territorio repercuten también en la forma como se estudia la antigüedad 10.

2.1. Consideraciones teóricas

La mayor parte de la evidencia para el estudio de las sociedades del Levante meridional, tanto textual como arqueológica, procede de ciudades. Como vimos, es común asociar los grandes cambios con la emergencia o la transformación de los centros urbanos, pues mientras que su crisis estaría vinculada con la ocupación israelita, su recuperación lo estaría con la formación de los reinos de Israel y de Judá.

Una primera cuestión para señalar es que no resulta fácil definir qué es una ciudad, debido a las marcadas diferencias tanto temporales como espaciales. Para sortear este problema muchos han apelado al método comparativo, buscando aquellos rasgos que permiten establecer un denominador común. Uno de los aportes más significativo fue realizado por el arqueólogo Childe 11 quien, basándose en el modelo de la revolución industrial, consideró a las primeras ciudades de Mesopotamia, de Egipto, del valle del Indo y de Mesoamérica como centros donde ya predominaba una solidaridad orgánica, es decir, una relación interdependiente entre personas que desempeñaban distintas tareas, para cuya coordinación dependían de un grupo gobernante que se imponía sobre el resto con el fin de evitar conflictos derivados de las nuevas formas de desigualdad que estas dinámicas implicaban. Las evidencias materiales de este fenómeno no eran solo el aumento del tamaño de los asentamientos y su arquitectura monumental, sino también los artefactos cuya elaboración denotaba un alto grado de técnica, seguramente resultado de un trabajo artesanal especializado, además del surgimiento de formas de registro, como la escritura, y el desarrollo de ciencias exactas, entre otros indicadores.

Uno de los problemas señalados acerca de aproximaciones como las anteriores es determinar cuántos indicadores hacen falta para identificar a una ciudad. Una posible forma de solucionar este dilema consiste en sintetizar una o dos ideas centrales que permitan comprender aquellos rasgos distintivos que son propios de la vida urbana. Tanto Lull y Micó, como Liverani, basándose en la propuesta de Childe, han ofrecido definiciones en este sentido. Los primeros sostienen que la ciudad se fundamenta en la “concentración y gestión centralizada de excedentes producidos socialmente” y la “división del trabajo que contempla la especialización a tiempo completo entre quienes producen y quienes gestionan el excedente social acumulado” 12. Por su parte, Liverani plantea que “la ciudad se distingue de la aldea por una complejidad que se basa en la especialización laboral y produce desigualdades socioeconómicas” y en “una separación de excedentes (motivada ideológicamente), que se centralizan y redistribuyen a los productores” 13.

Es claro que en este tipo de propuestas predomina el peso de lo redistributivo, centralidad puesta en duda por otros enfoques que prefieren destacar las prácticas de intercambio semejantes al comercio 14. Según estos enfoques, la aglomeración tiene como objetivo maximizar los beneficios, concentrándose las poblaciones en lugares más accesibles a las rutas de intercambio o el control de determinados recursos 15.

Llegados a este punto es evidente que para comprender y definir qué es una ciudad no alcanza con determinar sus rasgos característicos, sino que es necesario considerar todo aquello que está por fuera de la misma, ya sea la campiña rural donde se obtienen los excedentes que son concentrados y redistribuidos, o aquellos otros lugares y personas que conectan las rutas de intercambio. En efecto, la ciudad es solo parte de un sistema mayor, sin el cual su propia existencia sería imposible.

La arqueología del Cercano Oriente, a partir de la década de1960, comenzó a aplicar modelos que abordaban el fenómeno urbano desde una perspectiva sistémica. Un estudio pionero fue el de Adams, quien realizó prospecciones en la Baja Mesopotamia 16. A esto se sumó el trabajo de John­son en Irán sudoccidental, donde estudió la urbanización temprana de la región de Elam 17. En general, lo que tienen en común todos estos enfoques es que las ciudades pasaron a ser consideradas como parte de sistemas regionales. Otra referencia obligada es el trabajo de Redman, quien entendía a la ciudad “como un nódulo de funcionamiento integrado en una red más extensa” que “tan solo puede ser evaluado en términos del sistema en su conjunto”, definiéndose entonces “como una intersección de la red” 18.

El aspecto distintivo de estos enfoques es que incorporan dentro de los estudios urbanos a los poblados y aldeas rurales. Como sostiene Cowgill, “lo rural solo tiene sentido como un sector dentro de sociedades que también tienen un sector urbano”; “todos los asentamientos tienen áreas de captación (catchment areas), pero solo las ciudades tienen campiñas (hinterlands)” 19. De esta manera, hoy podemos encontrar definiciones que ya no se centran tanto en las características intrínsecas de las ciudades, sino en su articulación con otras formas de asentamiento. Por nuestra parte, en un trabajo anterior hemos sugerido que pueden ser entendidas como centros habitados por poblaciones diversas que ocupan la cima (o los niveles más altos) de un sistema jerárquico de asentamiento –caracterizado este por una división espacial del trabajo y la centralización de excedentes–, distinguiéndose por una planificación y una arquitectura propia, según dicten los criterios culturales predominantes de un período y de una región en particular 20.

Con respecto a la división espacial del trabajo y la centralización del excedente, se tratarían de los aspectos que definen, por un lado, la interdependencia y, por el otro, la jerarquización del sistema, así como su cantidad de niveles. La centralización del excedente puede y suele darse a través de distintas vías, ya sea por la imposición de un tributo o bien por la existencia de plazas o puertos de mercado donde las personas acuden para intercambiar sus productos. Desde este punto de vista, una mengua en la división del trabajo, donde en distintos asentamientos se comiencen a producir los mismos bienes, así como una mayor concentración de excedentes en el espacio rural tendrían como resultado una desurbanización.

En resumen, con base en estas consideraciones teóricas, cuando hablamos de urbanización nos referimos a la multiplicación en la cantidad y el aumento del tamaño de ciudades, mientras que, por el contrario, la desurbanización significa la disminución en el número y la dimensión de dichos asentamientos. Lo anterior no implica que ante el descenso de las ciudades aumente el número de aldeas, pues estas últimas también pueden reducirse, lo que en conjunto indicaría un descenso demográfico y/o el aumento del componente móvil de las poblaciones. Por contra, un aumento de las aldeas no sería sinónimo de urbanización, pues podría tratarse de pequeños asentamientos agrícolas poco especializados y con escasos vínculos de intercambio, fenómeno que sería mejor considerar como ruralización.

2.2. Consideraciones metodológicas

Para abordar el fenómeno urbano según las definiciones teóricas esbozadas en el apartado anterior, es necesario considerar los aspectos metodológicos, es decir, el conjunto de métodos empleados en el análisis. En general, los estudios sobre los asentamientos urbanos se apoyan sobre la evidencia que la arqueología provee por medio de técnicas, herramientas analíticas y modelos que permiten relevar e interpretar el registro arqueológico. Los métodos utilizados en el campo y, posteriormente, en el laboratorio permiten dar cuenta de nuevos datos y de revisar los ya conocidos.

Una de las claves para la detección y análisis de sitios son las tecnologías de muestreo e identificación. Si bien tradicionalmente se consideraba al trabajo de campo casi solo en función de la excavación de los yacimientos individuales, en las últimas décadas el enfoque se ha ampliado para abordar los paisajes de forma integral 21 y la prospección superficial se ha incorporado como complemento –e incluso en reemplazo– de la excavación 22. En este sentido, las diferentes técnicas de prospección superficial (por ejemplo, intensiva, extensiva; sistemática, asistemática) se conjugan con el reconocimiento aéreo de los asentamientos y análisis del paisaje 23. Estas tecnologías tienen como objetivo, por un lado, la recolección de datos y, por otro, su análisis e interpretación integrándolos al conjunto mayor de información que no solo es responsable de los descubrimientos, sino que también permite advertir sobre los cambios acontecidos en el terreno.

En este sentido, la fotografía aérea –y la amplia gama de posibilidades que proporciona– es considerada como la herramienta y el medio central de las investigaciones 24. Por ejemplo, el uso de esta técnica en Siria se registra ya desde la década de 1920 para analizar las rutas caravaneras que conducían a las defensas fronterizas romanas del desierto, mientras que hoy en día demuestra incluso su aplicabilidad a entornos subacuáticos, dando a conocer el puerto sumergido de Tiro 25. Es importante tener presente que estas imágenes no revelan yacimientos por sí solas, sino que son los especialistas quienes interpretan los resultados y construyen los datos por medio del reconocimiento de estructuras antrópicas y su dispersión espacial, por ejemplo, la ortografía y la fotogrametría 26. La georreferenciación de imágenes –esto es, el posicionamiento espacial de una entidad en una localización geográfica definida por un sistema de coordenadas único– es la clave para su integración con los softwares de sistemas de información geográfica (SIG o GIS por sus siglas en inglés: geographic information system)considerados como “el mayor paso adelante en la gestión de la información geográfica desde la invención del mapa” 27. Las excavaciones en Kiriath-­Jearim, encabezadas por Finkelstein, son un ejemplo de esta aplicación, donde se comparan las imágenes tomadas a principios del siglo XX, el uso de ortofotografía y las modelizaciones actuales en tres dimensiones por medio de técnicas más avanzadas 28. Asimismo, los trabajos en Megido por parte del Jezreel Valley Regional Project dan cuenta de la amplia gama de aplicaciones del SIG (por ejemplo, sustitución de los dibujos de relevamiento tradicionales por las técnicas digitales de documentación en tres dimensiones) 29.

En relación con lo anterior, conviene señalar que los recientes avances tecnológicos han tenido un fuerte impacto en la esfera de la fotografía aérea: el realce de la fotografía mediante ordenadores y softwares especializados mejora su intensidad, su contraste y permite la manipulación digital de las imágenes ajustándolas a la cartografía aérea, posibilitando la transformación y combinación de varias imágenes tipo plano que facilitan la fotointerpretación y la elaboración de mapas. Algunos ejemplos de la aplicación de estos recientes avances son los estudios por medio de GPR (ground penetrating radar) 30 y LiDAR (light detection and ranging) 31 llevados a cabo en Qumrán –detección de anomalías presentes bajo la superficie 32– y en Tell es-Safi –donde desde 2012 se hacen modelizaciones del paisaje basadas en un modelo real y no matemático 33–. Por lo tanto, el uso de la información obtenida desde el aire como capa SIG, en combinación con los datos topográficos y la información arqueológica disponible, permite alcanzar resultados más fructíferos en la detección, relevamiento y elaboración de planos en el campo arqueológico 34.

Debido a la importancia de los sitios costeros, su estudio posee una centralidad manifiesta, aunque puede presentar un mayor grado de dificultad. Para lo anterior suele recurrirse a la arqueología subacuática, la cual también utiliza métodos geofísicos de muestreo y relevamiento. El objetivo de la investigación es el mismo, ya que se trata de un entorno arqueológico, pero se caracteriza por el desarrollo de un método propio dada la necesidad de adaptación a un medio acuático y todas las complejidades que este escenario presenta. Es muy conveniente su aplicación en naufragios y exploración de líneas de costa que actualmente se encuentran sumergidas producto de la elevación del nivel del mar y del ocultamiento de estos elementos arqueológicos 35. Los resultados de las investigaciones llevadas a cabo por el Proyecto Marítimo de Tel Dor –cuyo objetivo es conocer las interconexiones marítimas durante la Edad de Hierro– es un buen ejemplo del desarrollo de esta disciplina en entornos subacuáticos 36.

Más allá de la pluralidad de métodos de detección y relevamiento de sitios arqueológicos –nivel macro–, es menester mencionar las técnicas analíticas de materiales –nivel micro– que proporcionan valiosa información sobre la composición, procesos de producción y, fundamentalmente, procedencia de los hallazgos. El proceso de caracterización de estos materiales hace referencia a las técnicas analíticas semicuantitativas y cualitativas mediante las que se puede identificar las propiedades características del material constituyente. Para que esto sea factible, debe existir en el lugar de origen del material algún elemento que distinga a sus componentes de los de otra procedencia y, posteriormente, compararlos con los marcos de referencia para la interpretación de los datos.

En este sentido, los estudios petrográficos y metalográficos, tanto físicos como químicos, permiten describir el material de un modo mucho más preciso 37. Los análisis petrográficos 38 de lámina delgada, a partir de una muestra de un objeto lítico o de cerámica, posibilitan la determinación de la procedencia de estos materiales 39. Por su parte, la metalografía 40 analiza todos los procesos derivados de la obtención de piezas metálicas antiguas y, por medio de la identificación de los componentes, permite –al igual que la petrografía– identificar la región de procedencia de los metales y sus derivados 41. Los estudios de procedencia de arcillas levantinas y egipcias de las dinastías XII y XV halladas en Tell el-Daba (Egipto) 42, y de las aleaciones de cobre realizadas en puntas de proyectiles del período helenístico halladas en Ashdod-Yam 43, representan claros ejemplos de análisis petrográficos y metalográficos respectivamente. De manera adicional, cabe destacar otra técnica de análisis, la espectrometría de fluorescencia de rayos X (XRF), que a través de la medición de la radiación permite identificar y cuantificar la cantidad de un elemento presente en la muestra 44. El potencial de este tipo de análisis reside en su cualidad no destructiva y la utilización de instrumentos portátiles que pueden ser utilizados in situ en la labor de campo arqueológico (por ejemplo, en Megido) 45 y en colecciones de museos (por ejemplo, para el análisis de pigmentos) 46.

En suma, las técnicas y modelos aquí presentados dan cuenta de algunos de los avances metodológicos en la arqueología siro-palestina. A nuestro entender, conocer estos avances se torna indispensable para todos aquellos interesados en la articulación con los estudios históricos, pues nos permiten comprender las maneras como se generan los datos que después son interpretados acortando –en cierto modo– la brecha existente entre el trabajo arqueológico en relación con los documentos escritos.

3. Evidencias y dinámicas urbanas en el Levante meridional

Establecidos ya los criterios teóricos y las consideraciones metodológicas necesarias para abordar el fenómeno urbano en el Levante meridional, procedemos ahora a presentar de manera muy breve el estado de los conocimientos alcanzado hasta el momento sobre la Edad del Bronce Tardío, la Edad del Hierro I y la Edad del Hierro II. En los apartados siguientes daremos cuenta de cada una de estas edades, lo que nos obliga a realizar una selección de los aspectos centrales vinculados al problema del urbanismo. Asimismo, para estructurar la exposición, adoptamos dos sitios como ejes, Hazor y Megido, los cuales creemos ilustran de manera clara los cambios y las continuidades.

Si bien no existe unanimidad acerca de los criterios sobre cómo periodizar estas fases arqueológicas ni tampoco se dispone de fechas exactas, en términos generales la mayoría de los investigadores comparte un esquema cronológico como el siguiente:

Edad

Fase

Años a. e. c. aprox.

Bronce Tardío

BT IA

1600-1450

BT IB

1450-1350

BT IIA

1350-1300

BT IIB

1300-1200

Hierro I

H IA

1200-1100(¿?)

H IB

1100(¿?)-900

Hierro II

H IIA

900-800

H IIB

800-700

H IIC-D

700-600/500

Este cuadro tiene una función orientativa, es decir, que las fechas son aproximadas, solo para ilustrar al lector sobre las distintas fases y sus respectivas duraciones. Cabe aclarar que todos los investigadores no comparten esta cronología e incluso desacuerdan en la forma de dividir los períodos. Por nuestra parte, adelantamos que quizás algunos datos estén desactualizados al momento de la publicación, por lo que este cuadro está sujeto a correcciones y modificaciones 47.

3.1. La Edad del Bronce Tardío

La Edad del Bronce Tardío se distingue del período anterior, la Edad del Bronce Medio, por una fuerte reconfiguración del sistema de asentamiento. A partir de 1600 a. e. c., aproximadamente, no solo disminuye la cantidad de sitios, sino que los centros urbanos que subsisten reducen su tamaño y presentan mayores segregaciones internas, destacando ciudadelas donde habría residido una pequeña elite gobernante. Por ejemplo, en las tierras altas centrales del Levante meridional, según la base de datos West Bank, la cantidad de sitios disminuyó de un total de 513 durante el Bronce Medio a 142 para el Bronce Tardío 48. En lo que respecta a las segregaciones internas, destaca el sitio de Megido, en el valle de Jezreel, donde Kempinski analizó la sucesión de estratos arqueológicos en el montículo principal, identificando la construcción de un nuevo complejo palacial desde el BT IA (Fig. 2), más cercano a la puerta central, locación que habrían preferido los nuevos gobernantes hurritas de la ciudad 49. En la ciudad de Hazor se advierte una situación semejante, cuando a partir del BT IB se produce una reestructuración de toda la acrópolis, caracterizada ahora por un enorme complejo ceremonial que combina palacios y templos (Fig. 3), fuertemente vinculada con los grandes reinos de la época, como muestra su rica y variada cultura material, mientras que en la ciudad baja se erigieron otro tipo de santuarios, cuya estructura y repertorio se parecía más a aquellos identificados en ámbitos rurales 50. Este contraste parece haber sido tan grande que, para investigadores como Zuckerman, permitiría explicar la temprana destrucción de partes de la ciudad y su abandono, acaecido en torno a 1250 a. e. c., resultado quizás de enfrentamientos entre los habitantes de la parte baja contra la elite que residía en la acrópolis 51.

Fig. 2. Plano de la oeste del palacio y de un anexo, estrato VIIA, Megido (adaptado de LOUD, Megiddo II, Fig. 384).

Fig. 3. Plano del templo o del palacio ceremonial de la acrópolis de Hazor, BT II (adaptado de GREENBERG, Bronze Age, Fig. 6.11).

En general, la mayor parte de los sitios abandonados a comienzos del Bronce Tardío fueron aquellos de tamaño medio o pequeño y que presentaban solo una fase de ocupación, lo que entonces indicaría, según los estudios de Greenberg, una reducción en la cantidad de asentamientos agrícolas 52. Estas poblaciones parecen haber optado por una forma de vida más móvil, quizás construyendo solo pequeños caseríos con materiales perecederos, hoy invisibles en términos arqueológicos. El conjunto de estos datos es común que sea interpretado como evidencia de un largo proceso de desurbanización, cuyo pico más bajo habría coincidido con el movimiento de poblaciones sucedido en torno a 1200/1150 a. e. c., fecha en la cual suele darse por finalizada la Edad del Bronce Tardío 53.

Ahora bien, más allá de la disminución en la cantidad y el tamaño de las ciudades, nos preguntamos si acaso, en lugar de desurbanización, no sería más preciso hablar de una reconfiguración del sistema urbano. Si adoptamos como criterio la división del trabajo especializado y la gestión centralizada del excedente, pocas dudas caben de que continuaron siendo aspectos claves para la estructuración social durante el Bronce Tardío. Por un lado, contamos con evidencias tanto arqueológicas como epigráficas de que se consolidaron distintos grupos especializados en tareas no productivas, como por ejemplo militares, artesanos, mercaderes y escribas, a lo que se sumó el dominio egipcio, primero indirecto, en la fase conocida como BT IB-­IIA, y después directo, en el BT IIB. Por otro lado, según se deduce de lo anterior, la subsistencia de estos nuevos sectores debió basarse en la extracción del excedente producido por campesinos y pastores, a pesar de que la mayoría de estos ya no habitaran en aldeas.

Sobre el registro epigráfico, la información más relevante la ofrecen las cartas de el-Amarna, donde leemos que los pequeños reyes sudlevantinos contaban con sus propios cuerpos de arqueros y carristas. Es cierto que estos militares especializados no parecen haber sido muy numerosos, como se deduce de los recurrentes pedidos de ayuda que hacían a los faraones, a quienes les solicitaban que al menos enviasen diez arqueros, cantidad que consideraban suficiente para controlar el tipo de problemas que se les presentaban 54.

Además de militares, los líderes locales contaban con escribas a su cargo. Si bien algunos pudieron haber sido itinerantes, otros seguramente establecieron escuelas o al menos archivos, como parece deducirse de la evidencia de Hazor, de Ta’anach y de Afek, donde se hallaron fragmentos de tablillas cuneiformes con listas lexicales, ejercicios matemáticos, textos literarios, modelos de hígados 55, recursos comunes para la educación de escribas, así como cartas, documentos relativos a la gestión de ovejas y de personas, registros de sentencias judiciales, listas de testigos, colecciones de leyes y sellos con inscripciones, dispositivos propios de un sistema administrativo 56.

A pesar de lo minúsculo de estos sectores, dicha situación parece haber dado lugar a una mayor diferenciación social en comparación con el Bronce Medio. Sabemos que los escribas, por ejemplo, eran conscientes de su prestigio y tenían una visión de sí mismos como sector social diferenciado 57. Este personal especializado, a su vez, trababa vínculos con las elites de otras ciudades y reinos del Cercano Oriente, particularmente con Egipto, Mitanni y el País de Hatti, lo que también nos indica la relevancia de los mercaderes, que seguramente estaban a cargo de cumplir con el circuito de dones y contradones que conectaban a los grandes y pequeños reyes del período 58.

La cultura cosmopolita de la época es patente en los palacios y las tumbas. Por ejemplo, en el norte del Levante meridional, en el pequeño sitio de Kamid el-Loz, se encontraron decenas de cerámicas locales, chipriotas, egipcias y minoicas, a lo que suman armas de bronce, joyas de oro, escarabeos, anillos, cuencos de piedras exóticas y varios objetos de marfil, como un set de cajas decoradas que tenían juegos en su interior 59. Hazor, quizás la ciudad más grande y poderosa del Bronce Tardío, también abunda en objetos varios, donde, además de cilindros sellos de estilo mitannio y de paneles egipcianizantes, cuenta con una profusa estatuaria en terracota, piedra y metal 60. Un poco más al sur, destacan los cientos de marfiles hallados en Megido, que muestran influencias artísticas con vínculos desde Anatolia hasta Egipto 61. Artefactos semejantes se multiplican en casi todos los sitios del Levante meridional, sobre todo en aquellos ubicados en la costa. Si bien muchos de estos bienes eran importados, otros denotan que fueron producidos de manera local, combinando o imitando estilos foráneos 62. El conjunto de esta evidencia demuestra también la existencia de un artesanado altamente especializado al servicio de los palacios sudlevantinos.

Ahora bien, la subsistencia de estos distintos especialistas debió basarse en la extracción del excedente producido por campesinos y pastores. Sin embargo, la disminución en la cantidad de asentamientos agrícolas parece indicar que las autoridades no podían establecer con firmeza a estas poblaciones, lo que las obligaba a emprender razias regulares, como se deduce de la permanente referencia a grupos rebeldes y huidizos conocidos como ḫabiru/SA.GAZ. Así, por ejemplo, leemos que Rib-Ḫadda, rey de Biblos, manifestaba que: “La hostilidad de las fuerzas ḫabiru contra mí es fuerte. Que el rey, mi señor, no mantenga el silencio sobre la ciudad de Ṣumur, no permita que nadie se una a los ḫabiru” 63.

Si bien una primera lectura parecería dar a entender que son los ḫabiru quienes acosan a los citadinos, esta preocupación en realidad parecería denotar el escaso control que las autoridades tenían sobre la población rural, la cual en cualquier momento podía rebelarse y aliarse a estos grupos de rebeldes. El mismo rey asegura en otras misivas que: “… ellos me han atacado noche y día. Más aún, tu deberías saber que mis poblados son más fuertes que yo…” 64; “… tengo miedo de mis campesinos, no sea que ellos me ataquen” 65. Aparentemente, la incapacidad para controlar dicha población dificultaba la extracción del excedente, lo cual ponía en riesgo la supervivencia de los sectores urbanos especializados. Que para asegurarse esta entrega se debía recurrir a razias se deduce de otra carta donde Rib-­Ḫadda da a entender que ‘Abdi-Aširta, rey de Amurru, ha capturado a poblaciones otrora sometidas a él: “ha tomado todos mis poblados. Ahora solo me quedan dos, pero él intenta tomarlos” 66.

Este escenario de conflictividad parece verse confirmado por la reiterada destrucción y reconstrucción de varios sitios del Levante meridional durante el Bronce Tardío. Un ejemplo es Tel Batash, un pequeño asentamiento caracterizado por una gran residencia o quizás un pequeño palacio, que muestra indicios de destrucción en cada uno de sus estratos, cada uno más violento que el anterior 67. Incluso Jaffa, un asentamiento costero, donde se constata una temprana y longeva presencia egipcia, cuenta con evidencias de destrucción y reconstrucción en cada uno de los siglos del Bronce Tardío, situación que Burke y colegas asocian con la permanente resistencia armada por parte de los cananeos 68.

Quizás debido a estos conflictos a partir del reinado de Ramsés II comenzó a intensificarse el dominio egipcio, principalmente en la costa sur del Levante y el piedemonte contiguo donde, como plantea Bunimovitz, se instalaron funcionarios procedentes del Nilo y/o los líderes locales reforzaron su emulación de las pautas culturales del Reino Nuevo 69. Esta egipcianización, que muchos han leído en términos de colonización, quizás respondió a los esfuerzos por asegurar el circuito de tributación, el cual como vimos estaba en permanente amenaza. Obsérvese que esta presencia coincide con la destrucción de Hazor, cuyo abandono seguramente resonó en la escena política de la época. Cuencos de ofrendas con inscripciones en hierático hallados en Tel Sera’ y Lachish serían indicio de entregas de grano que quizás se enviaban al templo de Amón en Gaza 70. Afek, donde para esta misma época se construyó una residencia para un gobernante egipcio 71, muestra indicios, como dijimos, de albergar una escuela o un archivo de documentos cuneiformes, lo que, junto a lo anterior, nos lleva a pensar que se había logrado un control más efectivo sobre las poblaciones rurales. Incluso, en contra de la tendencia general, tanto en la costa sur como en el piedemonte contiguo comenzó a aumentar de manera significativa la cantidad de asentamientos y, si bien la presencia egipcia cesó aproximadamente para 1150 a. e. c., el sistema de asentamiento continuó, siendo la zona más urbanizada durante la Edad de Hierro I 72.

Según la información que podemos deducir de documentos escritos en otros reinos de la época, los militares solían contar con dependientes personales, los cuales les eran asignados en función de sus servicios al rey 73. Ahora bien, el uso recurrente de la fuerza parece indicar que estos militares debían asegurarse por sí mismos que dichos dependientes respondieran a su autoridad. De ser así, es probable que esto implicara un incremento de la violencia, lo que pudo haber recrudecido aún más los conflictos, situación que muchos investigadores plantean habría terminado por socavar los cimientos del sistema, abriendo las puertas para la penetración de poblaciones foráneas, las cuales terminarían provocando la caída abrupta de las ciudades y sus palacios 74.

En síntesis, la existencia de sectores dedicados a labores especializadas y sus vínculos de larga distancia nos habla de la persistencia de la división del trabajo, mientras que la extracción y la centralización del excedente, gracias el probable uso de la fuerza y el trabajo de dependientes personales, son suficientes para caracterizar este escenario como un sistema urbano. La apariencia de desurbanización que, sin embargo, muestra el período se debería fundamentalmente al abandono de sitios menores, a diferencia de la tupida red de poblados y aldeas que rodeaban a las ciudades del Bronce Medio. Para el Bronce Tardío, en cambio, parece haberse establecido otra forma de urbanización, caracterizada por una fuerte contraposición entre ciudades y poblaciones rurales, las cuales habrían adoptado una forma de vida más móvil. Como veremos a continuación, en el período subsiguiente, cuando dejan de funcionar los palacios, los sectores rurales volvieron a asentarse, repoblando zonas que prácticamente no contaron con asentamientos durante el Bronce Tardío.

3.2. La Edad del Hierro I

La Edad del Hierro I es una fase que se ubica aproximadamente entre 1200/1150 y 920/900 a. e. c., es decir, entre el colapso del sistema palacial del Bronce Tardío y la emergencia de nuevas entidades políticas, principalmente los reinos de Israel y de Judá. La parte final de esta fase, por lo tanto, correspondería a la época de la Monarquía Unida, cuya historicidad, como vimos, despierta arduos debates en la disciplina 75. Antes de avanzar en dicha cuestión, conviene tener presente que algunos investigadores han criticado esta periodización, acusando de que en realidad la cultura material de comienzos del Hierro muestra más continuidades que rupturas, por lo que mejor sería hablar de una parte final del Bronce Tardío o bien de una fase transicional, como sugiere por ejemplo Greenberg 76.

La razón original de la delimitación de este período había sido la presencia de una nueva cultura material en las tierras altas del Levante meridional, característica de las poblaciones proto-israelitas. Sin embargo, se demostró que todos sus supuestos indicadores, como las vasijas de cuencos carenados (collared rim storage jar) y las casas cuatro habitaciones (four-room houses), no eran exclusivas de las tierras altas ni tampoco eran una novedad de la Edad del Hierro, sino que contaban con paralelos en las tierras bajas e incluso con antecedentes en Egipto 77. En un trabajo reciente, Ilan plantea que “la cultura material de la Edad del Hierro I es muy similar a la de la Edad del Bronce Tardío y en la práctica los pequeños repertorios fragmentarios de las tierras altas a veces son difíciles de atribuir a uno o a otro” 78.

Otra novedad de la Edad del Hierro era el repentino poblamiento de estas tierras altas. Como dijimos en el apartado anterior, durante el Bronce Tardío había muy pocos asentamientos, pero en el período siguiente comenzaron a multiplicarse de manera notable, superando incluso la cantidad conocida para el Bronce Medio 79. Este fenómeno fue común a ambas orillas del río Jordán, es decir, tanto en Cisjordania como en Transjordania. En la introducción de este trabajo comentamos que, desde una perspectiva tradicional, dicha situación se atribuía ya sea a una conquista o a una infiltración pacífica, pero las continuidades en la cultura material parecen indicar un proceso endógeno. Incluso, el poblamiento de las tierras altas habría comenzado un siglo antes del Hierro I, en torno a 1250 a. e. c. 80, fecha aproximada en la que señalamos la caída de Hazor y el incremento de la presencia egipcia.

Estos asentamientos eran muy pequeños pues no superaban la media hectárea 81. Consistían de unidades de vivienda con varias habitaciones y muchas de estas edificaciones compartían sus paredes, formando bloques que en ocasiones protegían un patio interno circular. No contaban con estructuras defensivas, tales como torres o murallas, ni tampoco con edificios comunes de uso público, como por ejemplo templos o santuarios. Su cultura material se nos presenta relativamente sencilla, con vasijas de un repertorio limitado, sin decorar y con una finalidad utilitaria. Su base económica parece haber consistido en el cultivo de cereales, la cría de ganado menor y de vacunos, y un desarrollo muy limitado de la horticultura. No contamos con suficientes talleres especializados que nos permitan sugerir una división espacial del trabajo, por lo que en general cada asentamiento habría dependido de sí mismo para proveerse de los bienes necesarios.

Una situación semejante, como dijimos, tenía lugar en Transjordania, aunque con la diferencia de que allí algunos agrupamientos de viviendas se fortificaron. Por ejemplo, en Wadi al-Majub, que desemboca en el río Jordán, se hallaron varios asentamientos compuestos por unidades que rodeaban un amplio patio interno, estando todo el complejo protegido por murallas, fosas y torres 82.

Según estudios como el de Finkelstein, durante la Edad del Hierro I se iniciaría un nuevo proceso de urbanización, el cual hallaría su despliegue en el período siguiente 83. Sin embargo, con base en la descripción de los asentamientos que presentamos en un párrafo anterior, nos preguntamos si acaso no sería más preciso hablar de ruralización, es decir, de la conformación de un sistema basado en aldeas relativamente iguales, sin vínculos sistémicos ni jerárquicos, por lo cual no podría denominarse urbanismo propiamente dicho. En efecto, la división del trabajo parece haber sido menor que la del Bronce Tardío, mientras que la producción de excedente, antes entregado a los sectores urbanos, ahora permanecería en el ámbito rural, sin existir entonces una gestión centralizada de los recursos.

Este poblamiento incluyó también la reocupación de ciudades que ha­bían sido abandonadas, pero ahora sin mostrar indicios de urbanismo. Un ejemplo es Hazor, que volvió a ser habitada a partir de mediados del siglo XI a. e. c. La única parte ocupada, atribuida a los estratos XII-XI, parece haber sido lo que antes era la ciudad alta, donde se hallaron muy pocas estructuras con bases de paredes de piedra, lo que quizás servía como pie para ladrillos o postes de tiendas (Fig. 4) 84. Pero su rasgo más característico es la gran cantidad de pozos, de 1 m de circunferencia cada uno aproximadamente, en los cuales se descartaron restos orgánicos y materiales, como vasijas rotas. Las únicas construcciones que destacan son unas estructuras de culto con piedras erguidas al aire libre, identificadas en dos áreas, A y B, pero que quizás formaban parte del mismo complejo.

Fig. 4. Hazor Área A, restos arqueológicos de la Edad del Hierro I (adaptado de BEN-AMI, “Iron I Hazor”, Fig. 1).

Este tipo de instalaciones y el repertorio cerámico son similares a los de las tierras altas del Levante meridional, por lo que se asume que se trataba de las mismas poblaciones, los llamados israelitas o proto-israelitas. Más allá de la identidad de estos nuevos habitantes de Hazor, el conjunto de la evidencia apunta muy seguramente a que se trataba de un campamento temporario de una población que vivía principalmente en tiendas o en otro tipo de viviendas desmontables 85.

Un poco más al sur, los sitios de Jezreel y del valle del Jordán también presentan una reocupación, aunque con ligeras diferencias. Por ejemplo, el estrato VIIA de Megido, atribuido al Hierro I, muestra una continuidad directa con el Bronce Tardío y todavía mantenía vínculos comerciales de larga distancia, como indican algunos tesoros de bronce 86. Aparentemente, su final habría sucedido de forma abrupta, tras lo cual el asentamiento se ocupó con pequeñas unidades de vivienda, incluso donde antes había habido palacios, razón por la cual se considera que Megido habría dejado de ser una ciudad para pasar a convertirse en una aldea (Fig. 5). Los dos estratos que completan el Hierro I, denominados VIB y VIA, presentan características semejantes, aunque en el segundo se debate si se reutilizó un viejo templo y si se construyó un pequeño palacio 87. Si bien hay autores que sostienen que estas evidencias reflejarían la ocupación de israelitas o de proto-israelitas 88, lo cierto es que la cultura material no presenta diferencias significativas, por lo que los habitantes debían conservar todavía fuertes vínculos con las poblaciones precedentes 89.

Fig. 5. Plano de Megido, estrato VIA, indicando las distintas áreas de excavación y los diferentes barrios sugeridos, basado en la distribución de cerámica y de arquitectura (adaptado de FAUST, Israel’s, Fig. 19.7).

A continuación, se sucede una serie de estratos cuya división y datación ha sido, y todavía es, objeto de intensos debates. La razón principal de las discrepancias se debe a la Monarquía Unida, pues de haber existido y su reinado haberse extendido hasta Megido, es esperable que tales fenómenos se vieran reflejados en el registro arqueológico del sitio. No obstante, hoy en día la mayoría de los investigadores coincide en que los estratos, en su momento atribuidos a Salomón, deben ser relacionados con Omrí y Ajab, con lo cual el Hierro I no finalizaría en torno a 1000 sino a 900 a. e. c. La época de la Monarquía Unida, de ser así, correspondería con el estrato VB, el cual claramente no es urbano, pues consistía en unidades residenciales dispersas y un único fuerte ubicado en el límite norte del sitio 90. El estrato siguiente, el VA, ya correspondería al Hierro II, donde es posible advertir algunas estructuras de mayor tamaño, quizás con una función pública, aunque la mayor parte de la evidencia está compuesta por pequeñas unidades residenciales mientras que el sitio sigue careciendo de murallas 91.

Como vemos, parte importante de los debates sobre el Hierro I consisten en identificar la identidad de los habitantes del nuevo sistema de asentamiento. Si bien, existen evidencias de continuidad cultural, vario expertos sostienen que el repertorio de las tierras altas define un grupo que ya podría ser considerado como israelita o proto-israelita 92. Los elementos de su repertorio, como dijimos, no eran nuevos ni tampoco se restringían a esa zona. No obstante, autores como Faust siguen sosteniendo que, a pesar de este origen múltiple, todavía puede hablarse de un conjunto bien definido en tiempo y espacio, aunque con fronteras porosas 93. Evidentemente, ninguna cultura surge de la nada, sino que se basa en la recombinación y resignificación de rasgos anteriores, lo que implica por fuerza la emergencia de novedades. Desde nuestro punto de vista, la cultura material de las tierras altas no sería el reflejo directo de una identidad, sino de una forma de vida y de organización social, contexto que será considerado luego como la base de lo que se llamará Israel. Conviene recordar que las memorias que remiten a esta época resaltan justamente la coexistencia de distintas costumbres 94, particularmente religiosas, las cuales perduraron después en la época monárquica, tanto entre el pueblo llano como entre los reyes. A lo sumo, podemos imaginar un proceso paulatino de diferenciación identitaria en el Levante meridional, proceso que recién se vuelve más claro con la presencia de los grandes imperios y el traslado forzoso de poblaciones. Quizás fue ese mismo movimiento y diversidad lo que generó nuevas fronteras, diferenciando a poblaciones que muy posiblemente antes no se veían como extrañas.

Un primer contraste claro habría sido entre las tierras altas y la costa sur del Levante, donde estaban asentados los filisteos. Si bien desde un primer momento se sabía que formaban parte de los Pueblos del Mar y, por esto mismo, se los consideraba como invasores que habrían conquistado la región antedicha, hoy en día se conoce que no se trataba de un grupo homogéneo, sino que estaba compuesto por poblaciones procedentes de distintas partes del Mediterráneo central y oriental, a la vez que se combinaron con elementos cananeos preexistentes 95. No obstante, como plantea Maeir, quizás el principal contraste no era étnico sino su forma de organización social, ya que los filisteos se caracterizaban por una cultura más urbana, a diferencia de los habitantes de una Judea rural, tal como sugieren los testimonios babilonios, quienes, cuando se refieren a sus habitantes, diferencian a los filisteos a partir de sus ciudades, pero cuando nombran a los judaítas los nombran en conjunto, sin señalar su localidad de origen 96.

Estas nociones bien pudieron tener su origen en el Hierro I. Tel Miqne-­Ekron, por ejemplo, que en el Bronce Tardío tenía solo 4 ha, a partir de la presencia filistea aumenta su tamaño a 20 ha y pasa a estar fortificado y subdividido en áreas dedicadas al culto, la producción y la residencia, convirtiéndose entonces en un centro urbano 97. Una situación semejante puede replicarse en toda la zona filistea, al punto que se ha caracterizado como de grandes ciudades con altos niveles de complejidad social y jerarquización socioeconómica, quizás conteniendo en su conjunto diez veces más de población que todas las tierras altas 98. Cabe la pena resaltar que, entonces, la política de los filisteos, si bien aparecen figurados como enemigos de los palacios del Bronce Tardío, era claramente urbana, favoreciendo la construcción de grandes centros amurallados y estimulando la concentración poblacional.