Robar el fuego - Faundo Arena - E-Book

Robar el fuego E-Book

Faundo Arena

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Beschreibung

En cada uno de nosotros habita una parte curiosa. Una parte que quiere, que nos motiva e impulsa a hacer cosas. A forjar nuestro camino y a ser quienes deseamos ser. Pero también habita una parte que no quiere, que prefiere que las cosas se queden como están. Una parte que nos bloquea y se alimenta de nuestras dudas y nuestros miedos. Una parte que nos aleja de hacer... y de aquello que podemos llegar a crear. Miedo y curiosidad. ¿No será que existe un vínculo secreto entre ambos? ¿Qué tal si son dos caras de la misma moneda? Esa es la propuesta de este libro: ayudarte a revelar el vínculo secreto que existe entre tus miedos y tu potencial creativo. Robar el fuego ofrece un método práctico para abrir espacio a tu creatividad, superar las limitaciones, los bloqueos, las dudas y sacarle el máximo provecho a cada oportunidad. ¡Convertir el miedo en curiosidad!

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Capítulo 1. Somos lo que nos espera
Capítulo 2. Cómo funcionan nuestros miedos y limitaciones
Capítulo 3. Un método efectivo para convertir el miedo en curiosidad
Capítulo 4. Cómo diseñar una vida en función de nuestros propósitos
Capítulo 5. Cómo animarnos a intentar algo nuevo
Capítulo 6. Cómo animarnos a soltar viejas amarras
Capítulo 7. Cómo animarnos a decidir
Capítulo 8. Cómo animarnos a confiar en el proceso
Capítulo 9. Cómo animarnos a cometer errores
Capítulo 10. Cómo animarnos a jugar e improvisar
Capítulo 11. Cómo animarnos a ser vulnerables
Capítulo 12. Cómo animarnos a crear algo propio
Capítulo 13. Cómo animarnos al misterio
Epílogo: La gran aventura del alma
Agradecimientos
Bibliografía

¿Alguna vez te has preguntado que hubiera sido de ti si te hubieses animado a algo que no te animaste? Seguramente sí, yo lo he hecho muchas veces y siempre me queda la sensación de que, quizás, debí haberme animado. Pero en muchos casos no lo hice. Y de todas esas cosas a las que no me animé solo me queda incertidumbre.

¿Debería estudiar música o arquitectura?

¿Por qué nunca me animo a iniciar mi emprendimiento?

¡Siempre se me ocurre lo que debería haber dicho luego de haber respondido otra cosa!

¿Y si la persona que amo me deja?

¿Y si no tengo el dinero suficiente para pagar la renta?

¡Qué vergüenza cuando mañana todos estén mirándome!

Quizás tengan razón y es mejor no hacer nada…

Dudas, temores y preocupaciones. ¡La naturaleza humana misma! Cómo nos gustaría borrarlas de nuestra mente apretando tan solo un botón, ¿verdad? Pero eso no es posible porque los humanos no tenemos botones. Simplemente no funciona así. Y aquí viene la paradoja, porque la naturaleza humana también es creativa, curiosa y expansiva. Y si el miedo y la curiosidad habitan en cada uno nosotros, ¿cómo hacen para convivir? ¿No será que existe un vínculo secreto entre ellos?

Yo creo que sí. Ese es mi hallazgo personal luego de muchos años de estudiar los procesos creativos en los seres humanos y de transitar mi propia experiencia. Realmente creo que miedo y curiosidad son dos caras de una misma moneda. El problema es que muchos de nosotros ni siquiera nos animamos a arrojarla para descubrir nuestra suerte; simplemente nos quedamos mirándola con la cara del miedo hacia arriba y la de la curiosidad, hacia abajo.

Pero tenemos motivos y es que son tiempos complicados. “La era de la inseguridad”, como le dicen, se caracteriza por un factor determinante, signo del siglo XXI: no hay certezas. El cambio permanente, las crisis (socioeconómicas, culturales y existenciales, por nombrar algunas) y la enorme cantidad de opciones que la tecnología y la información ponen a nuestra disposición, son solo algunos de los factores que estimulan nuestra sensación de inseguridad, de falta de control, vértigo y desorientación. Y, en medio de todo esto, estamos nosotros tratando de ser, crecer y avanzar en la vida sin manual de instrucciones.

Comencé a escribir este libro en medio de una cuarentena por la pandemia global de COVID-19. Una cuarentena que agitó los fantasmas de todos nosotros, pero que además me dio mucho tiempo para estudiar e investigar nuestra relación con los temores. En función de este trabajo, y de mi propia experiencia, desarrollé un sistema que nos ayuda a vincular el miedo con la curiosidad de una manera práctica y accesible para poder ponerlos al servicio de nuestros propósitos personales. Un sistema de cinco pasos, simples de accionar, que no requiere grandes esfuerzos y que nos ofrece un camino gradual hacia el crecimiento personal. La premisa es no dejar que el miedo nos detenga sino todo lo contrario: hacer que su energía nos impulse hacia lo que nos espera, así como un judoka transforma el avance de su oponente en energía para sí mismo y logra derribarlo. Debo atribuir el “momento eureka” respecto a la idea de escribir este libro al sacerdote y escritor jesuita Carlos G. Vallés que, en su libro No temas, plantea de manera extraordinariamente lúcida esta filosofía de utilizar los miedos como vectores de avance en nuestra vida. Es por eso que recomiendo fervientemente su lectura como complemento a las ideas aquí propuestas. Este libro se apoya en esa filosofía y aporta un sistema de trabajo y una serie de herramientas que nos ayudarán a gestionar nuestros miedos, temores, dudas y preocupaciones siempre en relación con nuestro desarrollo personal. Aquí encontrarás técnicas, métodos y planes de acción para que poco a poco puedas ir revelando al héroe en ti, que no es ni más ni menos que la persona que verdaderamente eres.

En la vida siempre hay algo que nos espera y nosotros somos también lo que podríamos ser. Escribí este libro con la esperanza de animarte (y animarme) a salir en la búsqueda de todo ello. El sistema de cinco pasos y todas las herramientas que aquí te ofrezco son solo un punto de partida para que tú utilices cuando más lo necesites, y de la forma que mejor lo consideres. Sin presiones, sin prejuicios, a tu propio modo y a tu propio ritmo. Espero que disfrutes de su lectura (y puesta en práctica) tanto como yo disfruté en escribirlo y me encantará que me cuentes tus aventuras cada vez que te hayas animado a robar el fuego en tu propia vida.

Como dice el proverbio: “Un viaje de mil millas comienza con un solo paso”, y aquí te invito a que demos el primero juntos.

¿Te animas?

FACUNDO ARENA

Febrero de 2021

¿De dónde sale todo esto? ¿Cómo se originó el universo? ¿Qué vine a hacer yo a este mundo? ¿Existe un destino? ¿Qué separa a héroes de seres ordinarios? Aquello que me pasó alguna vez… ¿fue casual o causal? ¿Qué mensaje oculto intentan revelar mis sueños? ¿Los perros piensan?

¡Ah, los misterios de la existencia! ¿No son maravillosos? En lo personal me resultan absolutamente cautivantes. El hecho de que nuestra vida esté rodeada de más preguntas que de respuestas la convierte en un suceso absolutamente misterioso, curioso en sí mismo.

¿Estaban mis padres destinados a conocerse? ¿Qué quiso decirme aquella mirada que atrapó mi atención aquel día? ¿De dónde vienen las vocecitas que escucho en mi cabeza algunas noches?

A grandes rasgos, podríamos trazar una gran frontera divisoria entre las experiencias de nuestra vida: a un lado, todo aquello que forma parte del mundo real y entendible (“mi nombre es Facundo Arena, estoy escribiendo algunas palabras en mi computadora, a mi derecha hay un teclado musical con el que jugueteo por las noches, mañana tendré que hacer tal o cual tarea, etc.”). Al otro lado, todo aquello que forma parte del universo de lo misterioso:

¿Podré realizar mi idea? ¿Será aquella persona el amor de mi vida? ¿Qué me depara ese viaje que planeo hacer? ¿Estaré en lo correcto al tomar la decisión que estoy tomando? ¿Por qué tengo que afrontar este hecho tan desagradable?

¡Misterios, misterios y más misterios! Misterios conscientes, misterios inconscientes. Misterios intrusos, molestos, ¡atrevidos! Hace algunos años descubrí que, cuanta más atención uno pone a estas preguntas, más de ellas aparecen y algunas más grandes se vuelven.

¿Será esta la carrera de mi vida? ¿Y si hay otras cosas que me apasionan y aún no las he descubierto? ¿Por qué tengo tantas dudas? ¿Qué persigo si cada vez que persigo algo y lo obtengo, termino persiguiendo algo más? ¿Alguna vez estaré donde quiero estar?

Una carrera contra la inseguridad

Podemos afirmar sin temor a equivocarnos que la única etapa de nuestras vidas en la que lo misterioso no nos acecha (y la seguridad está “asegurada”) es aquella que vivimos durante nueve meses en el vientre materno. Allí dentro hay poca información (quizás porque tampoco necesitamos mucha), estamos calentitos, acogidos, con todas nuestras necesidades satisfechas. Todo está perfectamente bien y sería genial que así se mantuviera por siempre hasta que nos damos la vuelta y¡paf! salimos al mundo. El oxígeno, la luz, el tacto del doctor que nos recibe, el paño que nos limpia, todo es nuevo, todo es hostil, o al menos muy distinto… ¡con qué necesidad!

Desde ese momento, la vida se convierte en una sucesión de pasos que vamos dando hacia lo desconocido.

¿Quién es esta mujer que me ama y dice ser mi madre? (Facundo Cabral), ¿en dónde estoy? ¿por qué están tan lejos las cosas que atraen mi atención?

Levantarnos del suelo para dar nuestros primeros pasos. Aceptar estar un rato en los brazos de un extraño. Ver a mamá alejarse cuando nos deja por primera vez en el jardín de infantes. Jugar con otros niños. Sentir la soledad en medio de la muchedumbre. Extrañar nuestro hogar. Pasar largas horas en la escuela, luego en la universidad, luego en un empleo sin tener garantías de que nuestra carrera será un éxito. Enamorarse. Apostar a la vida en pareja. Sufrir un accidente, recomponerse y seguir adelante. Apostar a un emprendimiento. Pedir una hipoteca para comprar una casa. La lista de sucesos típicos de la vida humana podría ser infinita. Y en cada uno de esos momentos, el miedo, la incertidumbre, la inseguridad, la duda, el desamparo, la vocecita en nuestra cabeza que nos dice “todo esto podría salir bien mal”.

Si estás leyendo este libro es porque has superado muchísimas de esas etapas. Algunas te habrán generado más miedo que otras, algunas las habrás asumido más por obligación que por decisión propia, pero vamos, a fuerza de coraje las superaste y aquí estamos. ¡Felicidades! Sin embargo, el hecho de que nos hayamos desarrollado como seres humanos funcionales y capaces de actuar con independencia en una sociedad no significa que nuestra comprensión acerca de las grandes incógnitas de nuestra vida (por ejemplo, qué somos y qué somos capaces dehacer) sea mayor. No por habernos hecho adultos nos volvemos sabios. Y esto se debe a que usualmente solemos prestar más atención a la parte “real y explicable” del asunto que a lo que se oculta tras el velo de lo misterioso.

¿Es que mi vida será así por siempre? ¿Alguna vez lograré terminar este proyecto? ¿Qué sucederá con estas líneas que estoy escribiendo? ¿Se convertirán en un libro? Y si así fuera… ¿alguien lo leerá alguna vez? ¿No estaré perdiendo el tiempo?

La vida se convierte así en una especie de conversación entre lo conocible y lo misterioso. Entre lo reconocible y lo que nos evade. Entre lo real y lo que se oculta tras el manto de las preguntas, la incertidumbre, la inseguridad y el miedo. Un diálogo dinámico, que nunca jamás se queda sin tema de conversación, y que forma parte de nuestro día a día pero al que no muchas veces le prestamos atención. En alguna parte de nosotros aún queremos volver a ese vientre materno en el que todo era conocido y todo estaba asegurado y por esta razón muchas veces hacemos oídos sordos a la parte oculta y misteriosa de nuestras vidas. Preferimos no acercarnos a aquello que nos genera miedo o inseguridad. Preferimos aferrarnos a lo conocido, a lo palpable, a lo explicable, aunque eso signifique encorsetar nuestra experiencia de vida. Preferimos animarnos a aquello que podemos prever, limitando las posibilidades de que el juego creativo haga su magia. Preferimos evitar habitar nuevos espacios que nos quiten los puntos de referencia, preferimos movernos en la zona de confort, esa que no solo nos ofrece una seguridad “aparente” sino también que nos define.

Somos (también) lo que no conocemos

Pensamos, quizás erróneamente, que aquellas cosas que forman parte de nuestra experiencia “conocida” hacen a quienes somos y eso en parte es cierto, pero solo en parte. El lugar en el que habito, mi carrera profesional, mis amigos, mi familia, mi nombre, las experiencias que he vivido, todo eso hace a quien soy, pero convengamos que también forma parte del mundo de lo “ya conquistado”. ¿Y qué hay con lo que aún queda por conquistar? ¿Por qué eso no iría a ser parte de lo que somos hoy?

La gracia de la vida es que también se trata de un cúmulo de oportunidades inesperadas. Un exitoso abogado de Nueva York decide dejarlo todo e irse a la India a vivir por unos años, se convierte en un monje y cambia su vida para siempre. Si, lo sé, es el argumento de un best seller (El monje que vendió su Ferrari) pero también es cierto que no hay nada de imposible en su argumento. Y no estoy sugiriendo que lo dejes todo y te vayas a dar la vuelta al mundo mochila al hombro, simplemente quiero poner de manifiesto que las posibilidades son ilimitadas. Posibilidades que aparecen si, o solo si, uno comienza a poner un poco más de atención en el aspecto misterioso de la vida. Si nos animamos a soltar aunque sea una de las manos que tenemos aferradas a la soga de la cotidianeidad para ver qué hay más allá.

¿Hola? ¿Hay algo más allá?

Tu vida está perfectamente definida hasta que te enamoras. Y entonces todo se torna patas para arriba y creas una nueva versión de ti. Lo mismo sucede cuando encontramos una pasión en la cual poner nuestra energía, cuando nos entusiasmamos con un proyecto, cuando decidimos probar una actividad nueva y descubrimos que tenemos cierto potencial para crecer en ella. Cuando salimos del mundo de lo conocido, de lo conquistado, descubrimos que somos más de lo que creemos ser.

Lo que eres hoy no es lo que eras hace diez años. Hagamos el ejercicio juntos, tomémonos algunos minutos para reflexionar acerca de la persona que éramos hace diez años y en qué manera la persona que somos hoy se diferencia de aquel ser. En mi caso, hace diez años no había escrito libros de creatividad. En el medio, me animé a investigar acerca del asunto, escribí, publiqué, y eso me abrió un sinfín de puertas absolutamente inesperadas. Me encontré enriqueciendo mi propio proceso creativo y teniendo la oportunidad de enriquecer la vida de los demás. Me encontré abriendo un laboratorio de creatividad, viajando, dando cursos, conferencias y talleres, viviendo junto a otras personas lo maravilloso de trabajar en aquellas ideas y proyectos que hacen sentido para nosotros.

Nada de todo esto podría habérselo imaginado mi yo de hace diez años que trabajaba cómodamente en una agencia de publicidad. En ese momento, yo “sabía quién era” (¡ja!). Hoy… no estoy tan seguro de poder decir lo mismo.

¿De qué manera me sorprenderá mi yo de dentro de diez años cuando mire hacia atrás e intente conectar los puntos de mi vida?

El misterio como guía

Cuando apostamos al espacio misterioso de nuestras vidas suceden dos grandes cosas: la primera de ellas tiene que ver con una transformación biológica, espiritual y psicológica de nuestro ser. Cada vez que nos sometemos a lo nuevo, que salimos a la conquista de lo que desafía nuestra zona de confort, millones de células y nuevas conexiones neuronales se generan en nuestro cuerpo para afrontar la situación. Todo nuestro cuerpo se prepara para hacer frente a lo inesperado y eso hace que luego de haber atravesado el “espacio oscuro” no seamos los mismos que éramos antes de animarnos a la aventura. Suelo dar el ejemplo de “El increíble Hulk”, ¿se acuerdan? Él era un tipo normal, pero en cuanto presenciaba algún tipo de injusticia todo su cuerpo se convertía en un ser enorme, verde y poderoso capaz de resolver la situación. Bueno, en el mundo real, a nosotros nos sucede algo similar (sin la parte verde ni de los músculos).

Lo segundo que sucede al someternos al universo de lo misterioso es que nuestra autopercepción cambia por completo. A fuerza de animarnos y avanzar hacia nuevos caminos descubrimos capacidades potenciales y destrezas ocultas. Descubrimos que somos mucho más de lo que creemos ser. Que muchas de nuestras limitaciones o definiciones son autoimpuestas. Descubrimos que no tenemos ni idea de cuán lejos podemos llegar… y que la posibilidad de avanzar en esa dirección puede ser cosa de todos los días. Descubrimos el valor del coraje transitando el camino de la inseguridad.

¿Por qué funciona así la vida? ¿Por qué no vivimos en un paraíso eterno en el que todo se nos da servido y no hay necesidad de someterse a grandes dragones para alcanzar nuestros objetivos? ¿Por qué tenemos que vivir bajo la sombra de la incertidumbre y el miedo?

Hagamos un pequeño ejercicio de visualización creativa. Nacemos, llegamos al mundo, viene Dios, San Pedro, la madre naturaleza, el ángel de la vida o quien sea y nos dice lo siguiente: “Te ofrezco dos caminos: Si eliges la puerta izquierda, tendrás una vida absolutamente rutinaria y conocida cada día. Te levantarás siempre a la misma hora, harás las mismas cosas y te irás a dormir a la misma hora. Así pasarás tus días, luego envejecerás y morirás. Si eliges la puerta de la derecha, tendrás una vida absolutamente impredecible. Pondré frente a ti infinitos caminos por tomar, cada uno ocultará dragones y tesoros. Secretos y revelaciones que harán de tus días una experiencia única e irrepetible. Una auténtica aventura. Y todos esos caminos serán tuyos exclusivamente; nadie más podrá transitarlos razón por la cual, con el paso de los años, acumularás una serie de experiencias y recuerdos que te acompañarán por siempre y enriquecerán tu vida. Así pasarás tus días, luego envejecerás y morirás”.

¿Qué camino elegirías?

La respuesta es bastante evidente, es como si fuéramos al cine a ver una película y antes de que se encienda el proyector el dueño de la sala se pare frente a la audiencia y grite: “¿Qué prefieren? ¿Ver la película o que les cuente el final?”.

¡Queremos ver la película!

Mecanismos de defensa

Suena lindo en lo teórico, pero no es tan fácil en la práctica. Hay una relación inversamente proporcional entre nuestro crecimiento biológico y nuestra tendencia a exponernos y animarnos a lo nuevo. Cuando somos niños, tomamos conocimiento de nosotros mismos y del mundo que nos rodea mirando, tocando, moviéndonos de aquí para allá, experimentando. Cuando podemos dar nuestros primeros pasos salimos corriendo en cuanto tenemos la oportunidad de ver y tocar algo nuevo. Todo es experiencia, todo es descubrimiento, todo es asombro. Pero esa curiosidad innata con la cual nacemos los seres humanos no dura para siempre. Crecemos y tenemos experiencias buenas y malas; y las malas (sobre todo), dejan un registro imborrable en nuestra memoria. En el próximo capítulo veremos en detalle el funcionamiento del cerebro y nuestra mente en relación con el miedo y la supervivencia, por ahora nos quedaremos con la siguiente idea: a medida que crecemos, las experiencias negativas nos llevan a construir diversos mecanismos de defensa con el objetivo de evitar que las cosas malas vuelvan a suceder.

Una persona que nunca prestó demasiada atención a las normas de seguridad de la estufa a leño de su casa un día sale a hacer las compras, la deja encendida y al volver se encuentra con su casa prendida fuego. Todas sus pertenencias quedaron reducidas a un cúmulo de cenizas. Luego del drama, las pérdidas y la reconstrucción es posible que al cabo de un tiempo esa persona pueda recobrar su vida y continuar adelante… pero ya nunca verá al fuego de la misma manera. Seguramente tomará todos los recaudos necesarios para que no vuelva a suceder. Utilicé un ejemplo en extremo dramático para ejemplificar mi punto, pero veamos algunos casos mucho más cercanos y cotidianos con los cuales podemos sentirnos identificados:

Una persona siente que tiene una muy buena idea para un emprendimiento. Invierte todo su tiempo y energía en llevarlo adelante, pero motivos imprevistos lo llevan al fracaso. Nunca más se animó a emprender.Un adolescente se anima a declararle su amor a la chica que lo enamora: ella lo rechaza. Él nunca más se animó a pedirle una cita a una chica.En clase el profesor llama a su alumna para que dé examen en voz alta. La hace poner de pie y hablar frente a todos respecto al tema en cuestión. Ella se pone nerviosa, tartamudea y tiene dificultad para recordar aquello que estudió. No aprueba el examen. Nunca más se anima a hablar en público.

Experiencias “negativas” que nos llevan a levantar muros, cables electrificados y redes de contención para evitar que vuelvan a suceder. Así crecemos aumentando nuestras defensas, suponiendo que nos fortalecemos cuando en realidad estamos haciendo todo lo contrario. Esas defensas, esos muros que levantamos a nuestro alrededor para evitar que lo malo vuelva a suceder son alimento para nuestra debilidad interior. Limitaciones autoimpuestas. Limitaciones que se activarán en experiencias futuras sobre las cuales no tenemos ninguna idea respecto a su éxito o fracaso. Si nos quemamos con el fuego de lo inesperado una vez, y lo sufrimos, haremos todo lo posible para que no vuelva a suceder… aún si eso significa tener una vida circunscripta al universo de lo conocido. Y esa es una receta muy efectiva para llevar una vida repleta de preocupaciones y ansiedades.

Noes que el universo de lo conocido sea un espacio necesariamente malo para nosotros, de hecho, es muy bueno: allí podemos actuar con libertad y tranquilidad. Pero el universo de lo desconocido, de lo misterioso, oculta los tesoros más valiosos para nuestro crecimiento y desarrollo. Es ahí, en donde no sabemos qué sucederá ni cómo podremos actuar frente a ello, donde existe la verdadera oportunidad de revelar aquello que nos espera y nos convierte en lo que verdaderamente podemos ser.

Elige tu propia aventura

“El viaje del héroe” es un concepto popularizado por Joseph Campbell en su obra El héroe de las mil carasque ha sido desarrollado en infinidad de libros de autoayuda. Seguro lo conoces, pero vamos a repasarlo:

Este mito nos habla de una especie de “esquema básico” o “mapa de referencia” por medio del cual se pueden narrar todas las historias de aventuras y superación. Historias como La Guerra de las Galaxias, Mulán, Indiana Jones o El Viaje de Chihiro–por mencionar algunas– nos hablan de un recorrido que comienza con un/a protagonista que tiene una vida pacífica hasta que sucede algo inesperado que lo/la obliga a someterse a una aventura de valentía y superación. En el camino pasa por diversos estados de ánimo (al comienzo es muy frecuente que nuestro protagonista no acepte aquello que lo desafía), toma la decisión de avanzar (o se ve empujado a ella), se encuentra enemigos y aliados que harán de la aventura un relato digno de contar. Y así va avanzando, un paso a la vez, cumpliendo pequeñas misiones. “¡Lo siento Mario, la princesa está en otro castillo”, ¡puff! a seguir adelante... Finalmente, llega al último enemigo, saca fuerzas de donde no sabía que tenía, asesta al dragón con la daga y lo vence, liberando al pueblo oprimido u obteniendo la recompensa tan deseada. Hacia el final de la historia el protagonista se vuelve un héroe (o heroína) y todos celebran felices.

Este camino podemos verlo claramente no solo en los cuentos de hadas sino también en los grandes referentes de nuestra historia. Ahora bien… ¿qué tal si lo buscamos en nuestra vida? ¿Qué tal si decidimos elegir nuestras propias aventuras? Aquí es donde aparece lo interesante. Si hacemos un pequeño análisis retrospectivo, todos y cada uno de nosotros encontraremos pequeñas experiencias, “aventuras” que nos convirtieron en pequeños héroes o heroínas de nuestras vidas. Y no me estoy refiriendo a cosas sobrenaturales o maravillosas. Me refiero a cosas cotidianas que nos obligaron a recorrer un camino hasta convertirnos en una mejor versión de nosotros mismos.

El primer día de escuela teníamos miedo de soltar a mamá, el lugar no se veía como nuestro hogar, estaba atestado de niños que tenían costumbres distintas a las nuestras y todo era incierto y hasta temeroso para muchos de nosotros. Pero entonces, a fuerza de asistir a clases y animarnos a relacionarnos con nuestros compañeros, vivimos todo tipo de momentos y aventuras que enriquecieron nuestros años de formación. Al finalizar la escuela, crecimos, no solo en conocimiento sino en experiencia. Sale de la escuela una versión evolucionada de mí respecto a la que ingresó. ¡He aquí un pequeño acto heroico!

Veamos otro ejemplo: Aprendimos a conducir un auto y de a poco nos animamos a recorrer la ciudad, visitar nuevos lugares y así expandir nuestra visión del mundo conocido. Entonces, un día aparece un hecho inesperado: nuestro auto tiene una avería y se queda parado en medio de la calle. ¡Miedo! ¿Quién puede ayudarme? Se nos llena el cuerpo de nervios, buscamos ayuda en nuestro seguro que algunas horas después aparece para remolcarnos hasta casa. Días después el auto es arreglado en el taller y podemos retomar nuestro ritmo de vida habitual. Superamos un pequeño desafío y seguramente tomaremos los recaudos necesarios para que no vuelva a suceder. Pero la próxima vez que suceda (y dalo por seguro, sucederá), una versión evolucionada de nosotros se hará cargo del asunto y el miedo y los nervios es posible que ya no tengan tanto efecto sobre nosotros.

Crecemos a fuerza de exponernos a lo desconocido. ¡Nos fortalecemos a fuerza de exponernos a lo inesperado! Lo repetiré una y otra vez en este libro. Ya sea que estemos exponiéndonos a una gran aventura, o un simple problema doméstico, es solo a través de nuestra actitud de asumir la experiencia y atravesarla que nos convertiremos en seres evolucionados, mejor preparados para las vicisitudes futuras. Quien evita exponerse a lo inesperado, pospone su crecimiento. Y quien pospone su crecimiento… se pospone a sí mismo: nunca sabrá realmente quién es y de qué es capaz.

La variable inevitable

Antes de continuar me gustaría detenerme por un momento sobre una variable en esta ecuación que quizás estés pensando que quiero evitar, pero no lo haré: el sufrimiento.

“¡Ey! ¡Evitamos lo inesperado porque no queremos sufrir! ¡Sufrir es horrible!”.

Verdad. El sufrimiento es feo, ¿quién quiere sufrir? ¿quién quiere pasarla mal en esta vida? ¡Nadie en su sano juicio! Sin embargo… ¿es posible llevar adelante una vida sin dolores? Probablemente no. Porque el dolor es una condición tan humana como la felicidad. Pero cuando se trata de trazar planes de acción para evitar el dolor, la estrategia de minimizar la exposición a lo inesperado puede tener consecuencias terribles. Veámoslo de esta manera, cuando evitamos exponernos a lo inesperado canjeamos la posibilidad de un dolor (que tiene principio y fin, como todo en esta vida) por un sufrimiento más “light” y subyacente, ese que sobreviene cuando tenemos una vida monótona y aburrida, sin desafíos, sin oportunidades para revelar lo que verdaderamente somos capaces de ofrecer. Un sufrimiento que no tiene mucha prensa ni visibilidad, porque solemos taparlo con consumo, series y hábitos improductivos como chequear doscientas veces por día el celular. La desmotivación, la falta de ganas, el aburrimiento excesivo, la falta de ideas, la carencia de entusiasmo son todas formas de sufrimiento subyacente que pueden apagar la luz de nuestros días hasta opacar la vida por completo. Algunas personas atraviesan periodos de crisis que las llevan a tomar determinaciones hacia caminos inesperados. En el medio sufren, se superan, aprenden y se convierten en personas evolucionadas y fortalecidas. Otras, hacen todo lo posible por evitar las crisis minimizando la exposición a nuevas aventuras. Esas son las que se pasan la vida mirando por YouTube como el resto vive… pero pensando muy de vez en cuando, quizás, si la vida no les deparará “algo más” para ellos también.

El sufrimiento es tan real como la vida misma y sucederá. Podemos levantar muros y vallados para evitar las situaciones que nos generan dolor “desde afuera”, pero nada podemos hacer con el sufrimiento que surge desde adentro. Si no somos sinceros, honestos y pacientes con nosotros mismos, entonces estaremos generando nuestro propio sufrimiento y en nuestro universo interior no hay demasiados muros que nos protejan. Todos sabemos que dentro de cada uno de nosotros se encuentra nuestra versión más vulnerable. ¡Y está bien que así sea! Porque es esa vulnerabilidad la que nos permite conectarnos con nosotros mismos y con el mundo. Ser sensibles a lo que sucede, a lo que nos sucede y hacer algo con ello. Aunque intentemos mostrarnos fuertes e inquebrantables, lo cierto es que todos somos vulnerables y permeables a las diversas experiencias de la vida y, quienes no puedan percibir esta realidad, estarán sencillamente cerrando sus ojos a la maravilla de la existencia humana.

En definitiva, la cuestión no se limita a si sufrimos o no. Sufrimos, hemos sufrido y sufriremos. ¡Lo llevamos prácticamente codificado en los genes! Hace miles de años, cuando los seres humanos andábamos descalzos y en contacto directo con la naturaleza, era una tarea fundamental para nosotros salir a cazar/recolectar para obtener alimento. Más de una vez se nos habrá cruzado alguna bestia como un oso o un lobo, y ahí nuestro mecanismo de supervivencia nos incentivó a correr, escondernos en la cueva y quedarnos quietos a oscuras y en silencio, quizás por días, esperando a que el peligro pasara. Hoy, cuando andamos por la vida y alguien o algo se nos presenta como una amenaza (una crítica de un jefe, un amor que nos deja, un proyecto que fracasa, algo que no sale como soñamos) hacemos exactamente lo mismo: nos refugiamos en nuestro cuarto y nos quedamos muchas veces a oscuras, a solas con nuestros pensamientos, quizás por días, hasta lograr reponer nuestras energías y nuestras fuerzas para volver a salir a la vida. Así manejamos el asunto; forma parte de nuestra naturaleza humana.

Ahora bien, ¿qué tal si hay algo de valor en el sufrimiento? ¿Qué tal si podemos poner el sufrimiento al servicio de algo más? Todos nuestros dolores, nuestros miedos, nuestros bloqueos, nuestras dudas e incertidumbres frente a lo misterioso pueden ser bien utilizados en función de recalcular la dirección de nuestra vida. “Si hay miedo, por ahí es el asunto” dice un viejo dicho popular. Si sufro, si temo, si algo me bloquea es porque algo de todo eso tocó algo roto en mí. ¡Ay, cómo duele! Lloro, me recluyo, me enojo, descanso, me voy reponiendo un poco cada día y me hago la pregunta del millón:

¿Cómo puedo arreglar esta parte rota mía de forma tal que en el futuro pueda atravesar mejor estos hechos que me hacen sufrir?

El mito del robo del fuego

Algo absolutamente fascinante de la historia de la humanidad son sus mitos; historias y leyendas que se pasan boca a boca por generaciones en las diversas culturas del mundo y que por lo general ocultan alguna sabiduría esencial que nos ayuda a avanzar en la vida. Al estudiar la mitología universal, descubrimos que hay mitos muy similares, incluso entre culturas distantes. Eso nos habla de una sabiduría esencial en el ser humano que se revela de manera completamente natural.

Uno de esos mitos es el del “robo del fuego”, al cual podemos acceder a través de la mitología griega con la historia de Prometeo, la mitología nórdica, las tribus ojibwa del norte de América o las tribus wichis del norte argentino. Voy a contarles una versión reducida de la historia que contaban los wichis por una cuestión de proximidad geográfica… y porque me gusta mucho.

Hace muchos años, un terrible incendio quemó toda la tierra. Poco a poco la vida volvió a crecer. Pero, mientras esto sucedía, el sol, al ver el desastre ocurrido, decidió quitarles el fuego a los seres vivientes al considerarlos demasiado egoístas por tratar de adueñarse de él. La vida entonces se volvió bastante complicada, ya que en ese momento el fuego se utilizaba para calentar y cocinar los alimentos. Parecía no haber solución, hasta que descubrieron que había un ser que había logrado guardarse un poco de fuego para sí mismo: el temible y peligroso Yaguareté.

Los animales de la aldea intentaron de todo para convencer al Yaguareté de que les diera un poco de fuego, sin demasiada suerte. Fue entonces cuando decidieron abordar otra estrategia. Enviaron a un “tucu tucu” (un simpático roedor de la zona) a robarle el fuego, pero el pobre bicho volvió todo maltrecho y con las manos vacías al ser atrapado por el Yaguareté. Viendo esta situación, el conejo se armó de coraje y se voluntarió para el caso. Pero a diferencia del “tucu tucu”, que no fue precavido en su misión, decidió elaborar una estrategia con mucha dedicación, y luego actuó. Se acercó al Yaguareté con algunos peces que había pescado para ofrecérselos como regalo. Un poco sorprendido, el Yaguareté terminó aceptando: “Déjalos en el suelo y vete”, le respondió. El conejo, que tenía un as bajo la manga, se ofreció muy amablemente a cocinárselos. El Yaguareté aceptó, pero el proceso de cocinar esa pesca se estaba volviendo largo y aburrido. El Yaguareté comenzó a bostezar, dormitaba de a ratos y, aprovechando su distracción, el conejo robó una braza que guardó en la bolsita de piel debajo de su mandíbula y salió corriendo.

Al darse cuenta de esto, el Yaguareté salió en su búsqueda y lo alcanzó. El conejo se sintió atrapado y no tuvo mejor reacción que soltar la braza hacia los yuyos aledaños. Entonces todo empezó a prenderse fuego. Y ahí comenzó el desmadre: llegaron animales de todos lados a robarse un poquito de fuego mientras el desconcertado Yaguareté intentaba apagar el incendio para quedárselo todo para él.

Desde entonces, el fuego volvió a ser de todos y el conejo de la provincia del Chaco tiene una pequeña mancha blanca en su garganta como recuerdo de su hazaña. La leyenda cuenta que el fuego terminó metiéndose dentro de los árboles, razón por la cual cualquiera puede “convocarlo” frotando algunas ramitas sobre hojas secas.

El mito del robo del fuego es una historia fantástica que encierra innumerables enseñanzas, y que quizás podemos resumir de la siguiente manera: