Romper con las megaempresas - Joost Smiers - E-Book

Romper con las megaempresas E-Book

Joost Smiers

0,0

Beschreibung

El autor de "Un mundo sin copyright",Joost Smiers, junto con John Huige y Pieter Pekelharing, firman esta obra sobre las grandes corporaciones. Los autores denuncian las formas injustificables de dominación del mercado, expresadas en la privatización del conocimiento y la creatividad a través de patentes y derechos de propiedad intelectual; en las formas sistemáticas de evasión fiscal y la impunidad de sus crímenes, o en el boicoteo de soluciones para frenar la crisis ecológica. Los autores exigen una reducción inminente de las grandes corporaciones mediante una estricta legislación que las regule y las penalice, y proponen una serie de propuestas para el cambio radical que nos urge como sociedad.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 379

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Joost Smiers, Pieter Pekelharing y John Huige

romper con las megaempresas

La nueva razón del mundo

Ensayo sobre la sociedad liberal

Christian Laval y Pierre Dardot

Común

Ensayo sobre la revolución en el siglo xxi

Christian Laval y Pierre Dardot

La pesadilla que no acaba nunca

El neoliberalismo contra la democracia

Christian Laval y Pierre Dardot

La sombra de Octubre (1917-2017)

Christian Laval y Pierre Dardot

Religiones en el espacio público

Puentes para el entendimiento en una sociedad plural

Enrique Romerales y Eduardo Zazo (coords.)

Elogio de las fronteras

Régis Debray

¿Tiene porvenir el socialismo?

Mario Bunge, Carlos Gabetta (coords.)

Josep Fontana, Antoni Domènech, Antonio Gutiérrez Vegara y Mariano Schuster

Terrorismo

Una guerra civil global

Donatella Di Cesare

romper con las megaempresas

Joost Smiers, Pieter Pekelharing y John Huige

Título original en holandés:

Macht van de megaonderneming. Naar een rechtvaardige internationale economie

© Joost Smiers, Pieter Pekelharing y John Huige, 2018

© De la traducción: Conchita Alegre Gil

Corrección: Maltra Beltrán Bahón

Diseño de cubierta: Juan Pablo Venditti

Primera edición: noviembre de 2018, Barcelona

Derechos reservados para todas las ediciones castellano en todo el mundo

© Editorial Gedisa, S.A.

Avda. Tibidabo, 12, 3º

08022 Barcelona (España)

Tel. 93 253 09 04

[email protected]

www.gedisa.com

Preimpresión: Moelmo, S.C.P.

www.moelmo.com

«El editor agradece el apoyo de la Dutch Foundation for Literature.»

eISBN: 978-84-17341-65-7

Queda prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio de impresión, en forma idéntica, extractada o modificada, en castellano o en cualquier otro idioma.

Índice

Introducción

Parte IEl gran entramado de la economía mundial

1. Las empresas transnacionales no conocen límites

Gigantes llamados «megaempresas»

Abrir los mercados

Casi monopolistas y oligopolistas

Fusiones y cesiones, un móvil perpetuo

Crecimiento exponencial de los beneficios

Tránsito

2. Concentración del poder de mercado

Acumulación de poder

Figuras centrales

Análisis de las redes de trabajo

¿Demasiado grandes o demasiado influyentes?

La responsabilidad limitada

Evasión fiscal

Dinamismo y vulnerabilidad de la megaempresa

El complejo corpocrático

Tránsito

3. Los mercados mundiales

¿Cuán invisible es la mano invisible?

Obsesión por el crecimiento

El mito de los costes comparativos

El intercambio financiero rompe con la economía real

La impredecibilidad del precio de las materias primas

La aguada fiesta del derecho en materia de competencia

Apoyo de los Estados-nación a las empresas transnacionales

Tránsito

Parte IIEl conocimiento, la única materia prima que no se agota

4. Improcedencia de los derechos de propiedad intelectual

La propiedad de bienes que no escasean

Las patentes y el copyright rompen con la cultura tradicional

Los derechos de propiedad intelectual crean monopolios

De difícil delimitación

Menos innovación de lo que parece

Ampliación ilimitada de los derechos de propiedad intelectual

La propiedad intelectual como arma estratégica

First to invent

El gran valor comercial de las patentes

La burbuja de las patentes

El bloqueo de la innovación

Tránsito

5. La guerra contra el intercambio de conocimientos e innovación

Allí donde hay valor, hay robo. Los TRIPS

¿Podemos detener la piratería?

Fracasa el Acuerdo Comercial de Lucha contra la Falsificación

El desenfreno del comercio ilegal

Tránsito

6. Perjuicios de los derechos de propiedad intelectual

¿Fomentan la innovación los derechos de propiedad intelectual?

¿Qué estímulos e innovaciones son convenientes?

Países pobres y algo menos pobres

Punto muerto para la protección del conocimiento y las expresiones culturales tradicionales

¿Dónde quedan los intereses de la pequeña y mediana empresa? ¿O del artista?

Tránsito

IntermedioDe cara al futuro: drásticos cambios a nivel mundial

Parte IIICambio en las relaciones económicas

7. Reinventemos el mercado: se terminaron las empresas dominantes

Regular los mercados para evitar el dominio del mercado

Las compañías chárter, empresas con estatus social

La competencia total reduce los beneficios a cero

Sorpresa

Despertemos la política en materia de competencia y el antitrust de su hibernación

¿Necesitamos grandes bancos?

Limitar el crecimiento de las empresas

Abolir la responsabilidad limitada

Ese extraño malentendido sobre los accionistas

Tributar correctamente y contener el comercio de alta frecuencia

El concepto «empresa» como agrupación

La nueva empresa es híbrida, inspira confianza, se rige por el derecho laboral y ofrece seguridad social

¿Crea empleo la economía sostenible?

Calibrar de nuevo la política industrial y la agrícola

Tránsito

8. Reinventemos el mercado: se terminó la propiedad intelectual

Se terminaron los derechos de propiedad intelectual

Buyouts, licencias obligatorias, consorcios de patentes, la sabiduría de los grupos, confidencialidad, precios

Evitemos que el conocimiento sea propiedad privada

Unos impuestos lejos de ideales, además de ineficaces

De Best sellers a punto muerto y «well sellers»

La marca protege —con razón— el nombre comercial

La marca comercial no es garantía de calidad

La cadena al completo: desde la inversión hasta el consumo

Tránsito

9. Separar los procesos de investigación y fabricación

Sólido fundamento financiero para la investigación independiente

Financiación pública de la investigación

Insuficiencia y exceso de inversiones

Actitud proactiva del Estado ante la investigación

Bienes comunes intelectuales

¿Cómo hacer que el Estado financie la investigación?

Procedimientos

Acumular conocimientos: sociedad en formación

Polizones

La exclusiva posición de los medios de información

Tránsito

Parte IVIntentos de contener el comercio mundial

10. Corta historia de los intentos para formular normas justas para el comercio mundial

Democracia económica

1948. La Carta de La Habana

1950. Cortada de raíz

1950. Desaparece también el bancor

1961. El Movimiento de los Países No Alineados

1965. Resolución de conflictos entre las empresas y los Estados

1966. Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos

1973. Nuevo Orden Mundial de la Información y Comunicación

1974. Nuevo Orden Mundial de la Economía

1980. Informe de la UNESCO: «Un solo mundo, voces múltiples»

1980. Rechazo activo a la política mundial en materia de competencia

Enero de 1985. Estados Unidos y Gran Bretaña abandonan la UNESCO

Principios de los años 1990. Big business: recuperación de la iniciativa política

1986 – 1995. La senda hacia la Organización Mundial del Comercio

1995 – 1998. Rechazado el Acuerdo Multilateral sobre Inversiones, MAI

2000. El comercio es la guerra. El Pacto Mundial de la ONU

Desde 1999 hasta hoy. Del fracaso de Seattle a Doha, un punto en el desierto, y la caída de la OMC

Primeras décadas del siglo xxi: Acuerdo Transatlántico sobre Comercio e Inversión (TTIP), Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP) y Acuerdo Económico y Comercial Global (AECG)

Tránsito

11. Impunidad de las empresas transnacionales

Mucho poder y poco espacio para la ética

Posibles delitos de las empresas

El doble carácter de la empresa

Una ardua tarea para los fiscales

De la autorregulación a una estructura jurídica mundial

Principios Rectores: protección, respeto y solución. Diligencia debida

Informes por país, proyecto BEPS, responsabilidad social corporativa, grupos de inspección

El soborno obstaculiza el comercio honesto

Corte Penal Internacional

Tribunal Penal Internacional para Empresas y Responsables de Empresa

Responsabilidad por operaciones empresariales delictivas

Resolución de Ecuador: empresas transnacionales – derechos humanos

Tránsito

Parte VEl final, y al mismo tiempo, el inicio

12. Dejemos atrás el neoliberalismo

La gravedad de las relaciones económicas actuales

Desarticulemos el pensamiento neoliberal

Un terreno de juego más igualitario

Sí, existe una alternativa

Urgencia

Agradecimientos y optimismo

Bibliografía

Introducción

La economía, la política y la cultura de muchos países vienen dictadas por empresas que ejercen excesiva influencia y dominan el mercado. Suelen ser compañías que han crecido hasta convertirse en empresas transnacionales para las que no existen los límites. Algo de lo que no somos conscientes en la medida suficiente es que este irrefrenable poder de mercado es incompatible con el principio de la libre competencia. Cuando el mercado libre se ve dominado por unas pocas megaempresas, deja de ser libre y de funcionar como debiera. Además, la presencia de esas megaempresas mina la democracia.

Haciendo uso de los nuevos medios de comunicación y técnicas de coordinación, las grandes empresas llevan desde mediados de los años 1980 desarrollando cadenas de producción mundiales que les permiten pagar impuestos allí donde las condiciones son más favorables, trasladar los elementos contaminantes de sus procesos a las zonas con la normativa medioambiental más laxa, y llevar la producción que exige más mano de obra a los países con los salarios más bajos. Esta acumulación de capital económico, social y cultural, confiere a esas empresas más poder que nunca.

En este libro proponemos algunas reformas y medidas para desmantelar ese poder. En primer lugar, trocear las megaempresas y hacerlas más pequeñas, por ejemplo, implementando lo que denominaremos un derecho proactivo en materia de competencia y una política fiscal inteligente. Con ello allanaremos el terreno de juego, las empresas de tamaño medio podrán librar una batalla competitiva normal y evitaremos la monopolización de los beneficios.

También proponemos eliminar el monopolio del conocimiento y la creatividad. Los derechos de propiedad intelectual, un importante pilar en el ejercicio de poder de las megaempresas, no son compatibles con los tiempos en que vivimos. Esos conocimientos de las empresas no son sino el resultado del trabajo de muchas generaciones durante muchos años. No debemos aceptar que las grandes empresas guarden a cal y canto durante décadas una parte crucial de estos conocimientos. Eso les confiere demasiado poder de decisión y les aporta los beneficios de una invención que aunque ciertamente se realizó en esa empresa, nunca hubiera sido posible sin los esfuerzos de otras muchas personas y que, además, muchas veces se ha desarrollado partiendo de investigaciones financiadas con fondos públicos. Va en contra del concepto de los conocimientos como bien común que las grandes empresas se guarden para ellas los conocimientos que poseen sólo para evitar que los exploten otras empresas. El objetivo de los derechos de propiedad intelectual no compensa sus dañinos efectos secundarios: el bloqueo del desarrollo del conocimiento, de tecnologías y de productos necesarios para la sociedad.

Ha llegado el momento de cambiar las cosas. Se acabó la privatización de los conocimientos y la creatividad. Nuestra propuesta excluye la adjudicación de patentes, derechos de autor u otro tipo de derechos de propiedad intelectual. Desde ahora, la investigación necesaria para la innovación y la renovación de conceptos se financiará con medios colectivos. Los resultados estarán exentos de derechos y a la libre disposición de todos los ciudadanos y empresas. También proponemos separar la investigación de la producción tanto desde el punto de vista organizativo como en lo relativo a la gestión. Creemos en una economía al servicio no solo del consumidor, sino también del ciudadano y del trabajador, dos grupos a los que hoy en día no se presta mucha atención.

Para mirar al futuro necesitamos conocer a fondo el presente y el pasado. Por eso empezamos este libro con un estudio enfocado a aclarar por qué las empresas transnacionales dominan el mercado. ¿Cuáles son las circunstancias que hacen posible esa ilimitada expansión del poder de mercado? ¿Qué cambios políticos e ideológicos necesitamos para frenar esa expansión? Por supuesto, las intervenciones que proponemos no servirán para nada si se implementan sólo a nivel nacional, pues desde el origen de las cadenas mundiales de producción, las economías están entrelazadas más allá de las fronteras. Eso significa que tenemos que llevar esos cambios al orden del día mundial.

Manejamos un doble objetivo: en primer lugar, hacer que las empresas se integren mejor en la sociedad, escuchando no sólo a sus accionistas, sino a todos sus socios. Y en segundo lugar, hacer florecer un orden mundial más justo, para lo cual es necesario renovar en profundidad la OMC. En lugar de fomentar sólo el apenas controlado comercio libre, la OMC debe convertirse en una organización dedicada a garantizar que el comercio respete los valores sociales, culturales y ecológicos.

Sabemos que lo que sugerimos es demasiado drástico para realizarlo de la noche a la mañana. Para salvar nuestra democracia, tenemos que reinventar el concepto del empresariado y la producción empresarial. Nuestra economía debe ser más equitativa, más sostenible y más circular. Al final del libro formulamos una agenda: ¿cómo realizar los cambios que proponemos a corto, medio y largo plazo? Las empresas deben estar al servicio del interés social, proporcionar a los empleados ingresos y satisfacción, y generar unos beneficios razonables para quien asume el riesgo.

Parte I

El gran entramado de la economía mundial

1 Las empresas transnacionales no conocen límites

Gigantes llamados «megaempresas»

Un limitado número de actores domina todas las ramas del sector industrial, comercial y de servicios. Veamos algunos ejemplos: en todo el mundo, los cultivadores de cacao dependen para la venta de su mercancía de unas pocas empresas como Archer Daniels Midland, Cargill y Callebaut. Similares relaciones de dependencia encontramos en la industria del café, la cerveza, los plátanos, el transporte, el procesado de alimentos, la producción de medicinas, pesticidas, semillas, maquinaria agrícola, lácteos, hardware y software, en la industria cinematográfica o musical, o en la fabricación de chips; una lista interminable.

En las últimas décadas, Monsanto, DuPont y Syngenta han adquirido miles de empresas de semillas independientes y, en la actualidad, controlan más de la mitad del mercado mundial de semillas. En el terreno de los pesticidas, Bayer y Monsanto dominan el mercado mundial. La exportación de cereales a nivel mundial está en manos de Archer Daniels Midland, Bunge, Cargill, Louis Dreyfuss y Glencore. En Estados Unidos, tres empresas controlan el 89% de la venta de refrescos. En la industria para el procesado de alimentos encontramos a Kraft, Unilever, Nestlé, General Mills y Danone; las demás empresas en este sector no desempeñan un papel de relevancia. Unas pocas farmacéuticas determinan qué medicamentos se desarrollan y bajo qué condiciones se venden. El comercio, almacén y transporte de materias primas y el desecho de residuos nocivos está en manos de tres gigantes: Vitol, Glencore y Trafigura, los tres con sede estatutaria en Suiza. Su volumen de ventas conjunto se eleva a 600.000 millones de dólares anuales.

Lo mismo sucede en el sector energético, donde la cantidad de empresas de gas y petroleras es muy limitada. Las tres petroleras más grandes de China, State Grid Corporation of China, China National Petroleum y Sinopec, alcanzan juntas un volumen de ventas de casi un billón de dólares, el doble que Shell. La empresa rusa Gazprom domina el suministro de energía en Europa. Dondequiera que se extraiga gas o petróleo, uno enseguida se topa con Schlumberger, empresa que opera en 85 países. Sus beneficios anuales se elevan a 48.000 millones de dólares, la plantilla consta de 100.000 empleados, y el número de patentes a su nombre es de 36.000. En China, las ventas por internet están en manos de tres grandes empresas: Tencent domina en el terreno de las aplicaciones chat, los motores de búsqueda de Baidu desempeñan el papel de Google, y Alibaba se encarga del comercio electrónico. Y las tres se apropian de forma despiadada del mercado mundial absorbiendo todo lo que pueden, a diestro y siniestro.

Tres gigantes, Universal, Sony y Warner, controlan el mercado de la música en gran parte del mundo. Y también detrás de las gafas de marca se esconde un oligopolio. En el caso de las gafas de sol, dos empresas, Luxottica y Safilo, ambas italianas, producen prácticamente todas las gafas de marca del mundo, no importa si se trata de Armani, Prada, Versace, Burberry, Dior, Hugo Boss o Gucci. Con un volumen de ventas anual de 7.300 millones de euros, Luxottica supera con creces a Safilo, que ingresa todos los años más de 1.000 millones de euros.

Los estudios cinematográficos de Hollywood siguen determinando qué películas se proyectan en el mundo. Las últimas décadas, el panorama mediático en Estados Unidos se ha concentrado de forma dramática para acabar controlado por unos pocos conglomerados de entretenimiento como Time Warner, News Corporation, Viacom y Disney. Y lo mismo sucede en otras partes del mundo: su oferta es decisiva. En segmentos del mercado independientes y con solapaciones, Microsoft, Apple, Google y Amazon ocupan posiciones tan fuertes que los convierten casi en monopolios. Pensábamos que internet iba a generar un crecimiento del número de oferentes, pero ocurrió todo lo contrario. Entendemos que en la navegación aérea o espacial existan unas pocas empresas clave, pero no es lógico que ocurra lo mismo con la producción de productos como vehículos o en la electrónica.

Las empresas de nueva generación basan su modelo empresarial en la combinación de una buena idea con algoritmos inteligentes. Esta fórmula deriva en nuevos monopolios basados en el principio «the winner takes it all» (el ganador se lo lleva todo). Hablamos de la generación Facebook, Instagram, Google y AirB&B.

Abrir los mercados

Los estudios sobre la economía y nuestras ideas acerca de cómo deberían actuar las empresas, parten de la idea de que los mercados son abiertos, de que los recién llegados consiguen hacerse un hueco con relativa facilidad, de que existe una fuerte competencia entre las empresas, y de que ninguna empresa puede moldear el mercado a su gusto. Pero la realidad es diferente: hasta consideramos normal que cuatro o cinco gigantes dominen un mercado concreto y que, en consecuencia, allí donde unas pocas firmas crecen sin cesar, otras muchas se queden con un palmo de narices.

En un artículo titulado «How mergers damage the economy» (cómo las fusiones perjudican la economía), publicado el 3 de noviembre de 2015 en el International New York Times, se advierte de que la existencia de esas gigantescas empresas impide la entrada al mercado de nuevas compañías. Además, esas megaempresas producto de interminables fusiones pueden elevar sus precios sin perder clientes. Añadamos a esto, comenta el periódico, que pactan, por ejemplo, precios y niveles de producción. Más que suficientes razones para preocuparnos.

Es comprensible que esas empresas tan grandes e influyentes detesten las normas que limitan su poder y su magnitud, y hagan cualquier cosa para sortearlas. Christian Felber aclara la razón: «La verdadera competencia obstaculiza el objetivo consistente en conseguir grandes beneficios. Cuanto más grandes y poderosos son los actores del mercado, más fuerte es su anhelo —y su capacidad— para eliminar la competencia, ya sea absorbiéndola, formando cárteles o ejerciendo influencia en la política para sortear con éxito la legislación que dificulta o impide la formación de cárteles» (Felber 2008: 31, 32).

La cantidad de empresas activas en muchos países ha crecido considerablemente las últimas décadas. Según las estimaciones de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo, son unas 61.000, con unas 900.000 sociedades operativas (Nauwelaerts, 2013). Estas cantidades sugieren la existencia de un enorme mercado, pero si las estudiamos en detalle vemos una imagen muy distinta consistente en una inmensa concentración de empresas. De hecho, son sólo unas cien compañías transnacionales las que ejercen el poder de mercado a nivel mundial. Gracias a ello, tienen mucho más poder que la mayoría de los Estados (Greer, 2000). Ciertos cálculos —entraremos en este tema más adelante— revelan que 150 firmas dominan todo el mercado mundial.

Las grandes empresas se han convertido en empresas transnacionales. Son gigantes que han desglosado su producción trasladando las sedes de trabajo a los lugares más favorables. Empresas sin fábrica, firmas consistentes en una oficina principal desde la que se coordinan todas las actividades: distribución, marketing, servicios, investigación y producción (Letto-Gillies, 2012: 11).

Casi monopolistas y oligopolistas

En ningún mercado encontraremos monopolistas puros; las autoridades en materia de competencia los han eliminado. Las estructuras de mercado han adoptado nuevas denominaciones: se definen como oligopolistas, pero tienden a la formación de monopolios o se dejan conducir por la competencia monopolista. Ninguna empresa puede determinar por sí sola —de cara tanto a sus proveedores como a sus clientes— los precios de mercado, pero la competencia dentro de ese mercado oligopolista suele ser más una fachada que una realidad. Para los recién llegados, las barreras pueden ser insalvables. El mercado mundial en que operan las megaempresas destruye los mercados locales, la pequeña empresa se queda en la cuneta y tiene que despedir a sus empleados, que se ven obligados a ir a trabajar en las zonas urbanas por salarios ínfimos. El mercado mundial se rige por el lema the winner takes it all. En consecuencia, los productos y servicios que ofrecen las megaempresas se parecen cada vez más. Inmediatamente nos vienen al pensamiento gigantes como Google, Apple, Facebook, Amazon o Microsoft.

Parece sorprendente que en internet, que debería ser una fuente de diversidad, apertura y democracia, hayan surgido en un corto período de tiempo unas enormes concentraciones de poder. Si hay un entorno al que no le faltan posibilidades de comunicación o de intercambio, ese entorno es internet. Pero los optimistas se equivocaron al pronosticar los efectos de las redes: al parecer, todos ganan utilizando los mismos servicios o fuentes, o comunicándose por los mismos medios. Quien llega el primero al mercado, se aprovecha de ello y explota su «tiempo de ventaja» (lead time) al máximo. Semimonopolios como MasterCard o Visa son buenos ejemplos de ello (Lanier, 2013).

Un concomitante de la revolución digital que no podemos trivializar es el hecho de que ha producido un puñado de multimillonarios. Son los propietarios de gigantes digitales que empezaron como pequeños emprendedores sin medios. Ahora son semidioses y forman una nueva clase social que se eleva muy por encima de la sociedad (Keen, 2015).

Fusiones y cesiones, un móvil perpetuo

Las fusiones y las expansiones no se limitan al sector original en que actuaba una empresa, sino que abarcan otros sectores empresariales como el corretaje, el transporte, la información o la financiación. Por lo general, las empresas amplían su campo de acción también a ramas de la industria o el comercio completamente diferentes a su actividad principal. Es notorio que compran otras firmas a gran escala y, al mismo tiempo, enajenan ciertas ramas de su consorcio. La composición de las empresas cambia de forma constante, parece que estén siempre en medio de una reorganización, como dice Arnoud Boot (Boot, 2009: 1).

Este hecho aclara ya de entrada que no existen razones de peso por las que ciertas empresas necesiten ser tan grandes. Es importante no olvidar esta realidad: más adelante proponemos reducir de forma sustancial las empresas demasiado grandes o demasiado influyentes aplicando de forma proactiva el derecho en materia de competencia.

A menudo se presupone que las fusiones y las cesiones llevan a la innovación y a una explotación empresarial más eficiente. Un estudio de Hans Schenk envía esta presunción al reino de las fábulas. Schenk analizó 25.000 fusiones para llegar a la conclusión de que un 15% tenía éxito, otro 15% había acabado en una catástrofe y un 70% había fracasado «sin más», es decir, por no aportar los beneficios esperados (NRC Handelsblad, 21 de enero de 2013). Las fusiones incrementan por un tiempo el poder de la empresa, su estatus y los ingresos de los miembros de su administración, pero según parece, no añaden un valor social ni suponen una mejora para la empresa en sí.

Crecimiento exponencial de los beneficios

A pesar de la crisis, las grandes empresas transnacionales consiguen unos beneficios extraordinarios, algunas incluso duplican sus beneficios de un año para otro. Esto significa que existen en el mundo reservas de dinero que buscan destino (Pinto, 2013: 51). A menudo, ese dinero se utiliza para la adquisición de otras firmas. Pero también es un destino frecuente la compra de acciones en la propia empresa para elevar su valor en bolsa. Es poco usual que ese dinero se utilice para iniciar investigaciones que conduzcan, por ejemplo, a una fabricación, transporte o comercio más sostenibles. Para los accionistas, los fondos de pensiones e inversiones o el capital riesgo son asuntos lejanos que, además, no se traducen de forma inmediata en un aumento del valor en bolsa.

El 30 de abril de 2014, el diario neerlandés De Volkskrant describía el campo de batalla:

En menos de cuatro meses se han transferido empresas por un valor de más de un billón de dólares (723.000 millones de euros). Desde el inicio de la crisis en 2007, no se había llegado a estas cifras. [...] La razón de esta ola de megatransacciones radica, según Bloomberg, en las vastas reservas de dinero de las que disponen las empresas tras muchos años de grandes beneficios. Unos cuatro billones de dólares calientan los bolsillos de los administradores de empresa, pero la inseguridad de la actual coyuntura mundial les hace reticentes a la hora de invertir ese dinero en producción o en investigación y desarrollo. Por eso lo utilizan para comprar la competencia.

El resto del año 2014, esta tendencia continuó de forma espectacular: en total, en ese año se realizaron 3.340 adquisiciones de empresas. Un aumento de un 47% respecto a 2013.

Llegados a este punto, debemos hacer una anotación: no queremos dar la impresión de que todas las grandes empresas que operan a nivel mundial y que ejercen gran influencia son ya de entrada reprobables desde el punto de vista financiero, ecológico, social o económico. También existen empresas cuyos empleados desempeñan las tareas que se les ha encomendado con gran sentido de la responsabilidad y de la creatividad social.

A lo que queremos prestar atención es el contexto en el que operan. Vemos que las condiciones para realizar un trabajo responsable desde el punto de vista moral no son en absoluto ni la norma, ni las adecuadas. Muchos incentivos pueden calificarse sin problema de perversos. Para dar más oportunidades a la moral, pondremos sobre la mesa una serie de licenciosas propuestas.

Tránsito

Según los estudios sobre economía, los mercados mantienen sus puertas abiertas a nuevas empresas que se centran en segmentos del mercado exitosos, a consecuencia de lo cual, las grandes firmas se reducen y la participación en el mercado se reparte entre más actores. Pero la realidad es otra, como hemos visto en esta primera parte. La flagrante cuestión que surge es: ¿cómo se origina y se realiza ese poder de mercado? ¿En beneficio o en detrimento de qué?

2 Concentración del poder de mercado

Acumulación de poder

No podemos negar que, hoy por hoy, las empresas transnacionales son la fuerza dominante que determina el desarrollo de la sociedad en cualquier parte del mundo.

Las empresas dan forma organizativa a esta ligazón participando en organizaciones como la Business Roundtable, la European Roundtable of Industrialists, BusinessEurope, el European-American Business Council, el Transatlantic Economic Council o el Transatlantic Business Dialogue. Ejemplos de agrupaciones por sector empresarial son: CropLife America (pesticidas), American Chemistry Council (industria química), el International Life Sciences Institute (Ilsi), el International Food Biotechnology Committee, la asociación europea de bioindustrias Europabio y Copa-Cocega (industria agrícola).

Todas estas organizaciones, que defienden los intereses de la industria en conjunto y de sectores industriales específicos, tienen en plantilla numerosos grupos de presión que operan en Bruselas, en Washington, dentro de la Organización para la Cooperación Económica y el Desarrollo (OCDE) y en otros lugares del mundo en los que se toman decisiones económicas, políticas, sociales, ecológicas y culturales de relevancia. Desde el escándalo sobre el trucaje en las emisiones de gas de los vehículos de Volkswagen, en septiembre de 2015, conocemos mejor los mecanismos de presión en la industria del automóvil en conjunto y en las diferentes marcas. El objetivo del lobby es llegar a los ministros, los altos funcionarios y los medios de comunicación, y conseguir introducir en comisiones de expertos a peritos que intentan de forma sistemática —y a menudo con éxito— influir en la toma de decisiones políticas sobre cuestiones como la autorización de un medicamento, pesticidas, energía o normas sobre la emisión de gases por vehículos.

El problema radica en que las empresas transnacionales forman parte de un sistema en el que una actuación individual por elementos las hace menos poderosas que si operan en conjunto. Ninguna transnacional puede pagar salarios dignos en los países con salarios bajos, tributar decentemente a hacienda en los países de producción y venta, respetar el medioambiente, no caer en la corrupción, y menos que nada, limitar su propio crecimiento. Por grande que sea una empresa y fuerte su posición de mercado, sus accionistas —en especial los fondos de pensiones y el capital riesgo— no verán con buenos ojos estas frivolidades. Y si no, siempre está ahí la competencia para castigar en el mercado esa honrada conducta. La coacción que emana del sistema, las pervierte. Lo mismo sucede con los Estados-nación. Ni siquiera un fuerte bloque económico como la UE parece poder permitirse organizar en su propio territorio otro tipo de relaciones económicas.

Un ejemplo: a pesar de todos los informes del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) acerca de los peligros ecológicos que nos acechan, las empresas transnacionales opinan que no pasa nada y que no hay que tocar la opinión dominante ni los tipos de cambio en Wall Street. El corto plazo financiero le gana la batalla a la creación de relaciones más justas y sostenibles.

Figuras centrales

A mediados de los años 1980, las grandes empresas empezaron a delegar su producción a cadenas de producción mundiales (Baldwin, 2016). Tras conectar el know-how desarrollado en el país de origen con la mano de obra barata del otro país, despiden a los costosos empleados en el primero. La competencia internacional ya no implica a los países, sino a las cadenas de producción de las grandes empresas, en las que todos los países aspiran a conseguir la posición más favorable posible.

Hoy en día, los procesos de producción se desglosan de forma minuciosa en fases independientes que se desvían a los países que ofrecen las condiciones más favorables. En general, en el país de origen no queda más que la oficina central, que se encarga de la dirección y la coordinación. Las grandes empresas se han convertido en las figuras centrales de una red que cubre todo el mundo. Marsch habla de interconnected manufacturing (producción interconectada) (Marsh, 2012: 67); en ella, la empresa inicial sólo se encarga del diseño del producto (ibidem).

Para los no iniciados es muy difícil averiguar quién es el responsable de qué parte de la cadena de producción. Si en un lugar del mundo se cometen errores o se daña de algún modo el medioambiente, ¿de quién es la culpa, de los productores in situ o de quien —a menudo a miles de kilómetros de distancia— dirige la empresa y al fin y al cabo, dicta las condiciones de trabajo de los productores o servicios locales en la cadena de producción mundial? Esta figura central recibe los beneficios mientras que los riesgos son para los productores locales. Pagan los pequeños empresarios y los directores permanecen impunes (Chang, 2013: 174, 185).

Es una situación peligrosa. Jonathan Holslag concluye: «Un mercado demasiado complicado es por definición deficiente, pues un mercado sólo favorece a la sociedad si se pueden determinar sus costos y beneficios» (Holslag, 2014: 538). Hablando sobre el futuro de la economía europea, Holslag opina que debería constar de «cadenas de producción mucho más sencillas que garanticen una mayor participación del consumidor, una mejor comprensión y —casi seguro— menos costes medioambientales» (ibidem).

Análisis de las redes de trabajo

También se puede demostrar la influencia de las empresas transnacionales analizando las redes de trabajo. En 2011, Stefania Vitali, James B. Glattfelder y Stefano Battiston tomaron una base de datos con 43.060 empresas transnacionales con sedes en 116 países diferentes y estudiaron las relaciones de propiedad directas e indirectas. Si la propiedad de acciones supera el 50%, se habla de una participación de control. La empresa A puede participar en la empresa B. A su vez, la empresa B participa en las empresas C y D. En estas relaciones se sopesa también el valor económico de las diversas empresas.

Vitali y sus colegas consiguieron una imagen global de estas relaciones analizando la influencia entre las empresas. Su conclusión es que existen 147 empresas que ejercen una enorme influencia; su control cumulativo de la economía mundial se eleva a un 40%. Si consideramos el 80% de la economía mundial, resulta que 737 firmas llevan la batuta (Vitalli, 2011).

Entre las 147 principales empresas objeto de este análisis de redes se encuentran muchos bancos, empresas de energía y de automóviles, aseguradoras y fondos de inversión. Es comprensible teniendo en cuenta que son las que llevan las riendas del tráfico financiero mundial. ¿No es cierto que las grandes empresas que operan a escala mundial necesitan grandes bancos que operen a escala mundial? Más tarde veremos si esta necesidad es real; por ahora constatamos que la economía mundial ha entrado en una espiral diabólica: bancos demasiado grandes como para hundirse mantienen el tráfico financiero —a menudo ilegal— entre empresas también demasiado grandes como para hundirse. Las ventajas son para los accionistas, las medidas proteccionistas en caso de que las cosas se tuerzan, son para los ciudadanos de a pie.

El crecimiento de las transacciones especulativas es increíble. Bernard Lietaer contrasta el número de operaciones con divisas diario con las exportaciones o importaciones de mercancías y servicios en todo el mundo, en un día. En el año 2010, detectó diferencias porcentuales notorias: sólo un 2% del tráfico financiero guarda relación con la importación o exportación de mercancías o servicios; el 98% restante se debe en exclusiva a transacciones de dinero (Lietaer, 2012). Vemos, pues, que el dinero ya no se utiliza para comprar o vender productos o servicios; el dinero se usa para producir dinero.

¿Demasiado grandes o demasiado influyentes?

¿Cuál es el problema principal? ¿Que las empresas transnacionales son demasiado grandes o influyentes y, con ello, más poderosas y ricas que muchos países? Nuestra conclusión es que el núcleo del problema se encuentra en que las empresas transnacionales son demasiado influyentes, algo que, por lo general se debe a que son tan enormes.

Al revés, las grandes empresas no tienen siempre tanta influencia y poder como muchas empresas transnacionales. Las empresas que destacan por un producto específico —son los «campeones ocultos» (Simon 2009), a menudo desconocidos del gran público— pueden liderar con diferencia su mercado pero no poseen la envergadura suficiente para influir de manera significativa en los procesos políticos. La magnitud y complejidad de las verdaderas empresas transnacionales les impide estimar de forma adecuada las consecuencias de sus decisiones. Sin miedo a exagerar, podemos decir que las empresas complejas y las megaempresas no son sólo «demasiado grandes para hundirse», sino también «demasiado grandes para administrarlas» y «demasiado grandes para controlarlas».

En cualquier sociedad deberían saltar las alarmas cuando se hace evidente que la economía está siendo dirigida y dominada por un número limitado de empresas demasiado grandes en todos los aspectos. Al mismo tiempo, según Jeremy Rifkin, los cuidadanos entregaron miles de millones en tasas a los bancos cuando en 2008, la crisis sacudía los pilares de la economía mundial premiando así la irresponsable actuación de los banqueros. Mientras que esos mismos ciudadanos —demasiado pequeños para merecer la pena— no podían seguir pagando la deuda que habían adquirido para comprar su vivienda, por ejemplo (Ritkin, 2014: 255).

Pero tenemos que ser cautelosos con formulaciones como «demasiado grandes para hundirse». Las megaempresas y los megabancos hacen un refinado uso de estas expresiones amenazando con ellas a la sociedad. «Somos demasiado grandes para hundirnos, así que necesitamos toda la libertad imaginable —ventajas fiscales, subvenciones y otros tipos de apoyo— y nada de normas que puedan acotar nuestro terreno de juego. Si no se conceden nuestros requerimientos podríamos quebrar y arrastrar en nuestra caída toda la economía» (Rifkin, 2014: 255). Tenemos, pues, que hacer un cuidadoso análisis para discernir lo que puede poner en peligro a una empresa o a la economía en conjunto, de la amenaza ficticia que el marketing y el lobby de las empresas y los bancos nos ponen delante.

Es interesante e instructivo estudiar el concepto «banco con importancia sistémica». Si reducimos de forma significativa el tamaño y la capacidad de influencia de las empresas —tal como detallamos más adelante—, ya no necesitaremos bancos gigantes, podremos eliminar del diccionario el concepto «banco con importancia sistémica» y pasará a la historia la fábula de que tienen que existir bancos grandes e inexpugnables que hay que salvaguardar a toda costa.

La responsabilidad limitada

¿A qué nos referimos cuando hablamos de la empresa transnacional? Es el resultado del desarrollo económico, en especial en Estados Unidos, en el siglo xix. La idea original se apoya en varios argumentos. Anclando las empresas en un marco jurídico, se ofrece a los inversores de las clases medias la posibilidad de invertir en acciones el dinero del que pueden prescindir. Sin responsabilidad ninguna por lo que esa empresa pueda hacer con ese dinero: la responsabilidad limitada. El único riesgo que corren es el dinero invertido, que o se pierde, o rinde.

Como corporación, la empresa se convierte, por decirlo así, en una persona que puede operar en derecho como si fuera una persona natural, lo que le da poder para intervenir en el ámbito social. Con una diferencia: los financiadores —o sea, los accionistas—, no responden de lo que la empresa haga con su dinero.

La carrera hacia la responsabilidad limitada, en el siglo xix, no fue fácil. Al respecto, David Korten escribe que el siglo xix se reveló como un período de lucha activa y abierta entre empresas y organizaciones sociales, con el foco puesto en retirar o enmendar el derecho a operar como empresa (Korten, 1995: 57). Joel Bakan añade que la responsabilidad limitada no fue del agrado de todos: «En ambas orillas del océano Atlántico había críticos con objeciones de carácter moral. Al fin y al cabo, la responsabilidad limitada hace imposible culpar a los inversores por los errores de las empresas». Ello socava la moral personal que debería conllevar la responsabilidad y, con ella, la obligación de rendir cuentas (Bakan, 2005: 12).

Si la intención era atraer a los pequeños accionistas, esa idea quedó pronto aniquilada en la pequeña ciudad estadounidense de Delaware, donde existe una ley, la Delaware General Corporation Law, que permite a los accionistas que poseen más de una tercera parte de las acciones de una empresa adoptar o vetar propuestas de forma vinculante. Allí dejaron de existir los intereses y la influencia del pequeño accionista. Es, pues, comprensible el afán de los grandes inversores por que la sede principal de las empresas en las que tienen intereses se establezca en Delaware. Además, el entorno fiscal en esa pequeña ciudad recuerda a los mínimos niveles fiscales de los que se vanaglorian los paraísos fiscales.

En cuanto la empresa alcanzaba una cierta magnitud, algo que en el siglo xix ocurría pronto, se designaba una junta directiva. Los accionistas vendían y adquirían acciones cada vez más deprisa y en mayores cantidades, basándose en suposiciones sobre la situación de una empresa o del sector. Por decirlo así, se distanciaban de la gestión empresarial. Ahora vemos una tendencia en sentido contrario en los denominados «accionistas activistas», capitalistas venture que imponen decisiones drásticas (a menudo con dinero prestado). Pero este fenómeno data de las últimas décadas, desde que los inversores sólo tienen ojos para Wall Street.

Desde 1980, el neoliberalismo se ha ido convirtiendo en el modelo económico dominante. A consecuencia de ello, las empresas se han distanciado más y más de la sociedad real, algo a lo que han contribuido las desregulaciones y privatizaciones. La derogación sin precedentes históricos de muchas leyes por parte de Reagan y Thatcher —y después por Clinton y Blair— dio alas a las empresas, que estaban bien equipadas para hacer uso de la nueva situación: disponían de expertos en muchos terrenos, en el plano internacional habían echado anclas en diversos mercados, a nivel nacional mantenían numerosos contactos y disponían de amplios presupuestos para marketing y lobby. Gracias a, entre otras cosas, el rápido desarrollo de la tecnología de la información, las empresas han adquirido mucha destreza a la hora de conseguir y procesar grandes cantidades de datos a nivel mundial. Es lo que Grazia Letto-Gillies (2012) denomina «capacidad de detección».

Evasión fiscal

Sistematizar la evasión y el fraude fiscal forma parte de la estrategia base de las grandes empresas. El diseño y la organización de las estructuras necesarias para ello se deja en manos de grandes y costosas auditorías y bufetes de abogados especializados en estos temas. El objetivo principal es pagar el mínimo en impuestos, tanto en el país donde se encuentra la sede principal de la empresa como en los países de producción o de mercado. En esencia, todo se reduce a cambiar el momento en que se realizan ciertos pagos, modificar su carácter para que parezca que se han hecho por otra cosa, y denominar de otra forma al receptor del dinero (Picciotto, 2011: 228). Ésta es la sencilla línea a seguir; a partir de allí, se trata de crear estructuras complejas y prácticamente inescrutables.

Ubicando actividades en empresas casi incontrolables y en empresas buzón, las grandes firmas consiguen pagar un mínimo en impuestos o incluso no pagar nada en países que, desde el punto de vista social, manejan tarifas fiscales aceptables. También el comercio entre empresas que operan en el escenario internacional dentro de una rama determinada, fomenta la falta de transparencia sobre la procedencia de los beneficios y, con ello, dónde hay que pagar impuestos. Las ventas por internet hacen aún más confuso entender dónde se lleva a cabo la producción, a quién se suministra, dónde se vende, dónde tiene lugar la actividad empresarial y dónde deben tributar o rendir cuentas las empresas. Todo esto fomenta el fenómeno que se define con el eufemismo «optimización fiscal».

En el otoño de 2014, el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación (International Consortium of Investigative Journalists, ICIJ) publicó unos informes sobre evasión fiscal a gran escala propiciada por el Gran Ducado de Luxemburgo. Eran los LuxLeaks, pero tampoco Países Bajos o Irlanda, por mencionar algunos, están libres de culpa. Por medio de los tax rulings, una empresa acuerda con, por ejemplo, Luxemburgo, cuánto va a pagar en impuestos. Estos tax rulings se crearon para evitar que las empresas pagaran impuestos en dos países, pero al final, el resultado es que casi no pagan en ninguno de los dos. En el caso de LuxLeaks se trata de centenares de empresas que operan en el ámbito mundial y que tienen su buzón en Luxemburgo, donde cotizan poquísimo. Son, entre otras, Apple, Pepsi, Heinz, Amazon, Walt Disney y Koch Industries.

La publicación, a principios de abril de 2016, de los Panama Papers no nos sorprendió por desvelar que prácticamente todas las empresas eluden los impuestos. Lo sorprendente fue la magnitud del fenómeno: la vasta lista de implicados incluía a 32.000 empresas offshore y trusts, personas naturales, deportistas, jefes de Estado y directivos de grandes empresas.

El fenómeno de evasión y fraude fiscal se ve reforzado por el hecho de que en todo el mundo hay sólo cuatro grandes firmas de auditoría que controlan —supuestamente con honradez— los libros de casi todas las empresas de envergadura del mundo: KPMG, Ernst&Young, PwC y Deloitte. En 2010, 99 de las 100 empresas que formaban el FTSE 100 habían contratado los servicios de alguna de estas BigFour. FTSE es el acrónimo de Financial Times Stock Exchange, el principal indicador de la Bolsa de Londres. Detrás de las 100 de la cima, 240 de los 250 siguientes integrantes del FTSE 250 se servían de alguna de las BigFour. Según el comité económico de la Cámara de los Lores británica, eso significa, ni más ni menos, que «el análisis de los libros de contabilidad de las grandes empresas, en Reino Unido y en el resto del mundo, está dominado por un oligopolio, con los consecuentes riesgos» (House of Lords, 2013: 5).

Un estudio publicado por la autoridad neerlandesa para los mercados financieros, en septiembre de 2014, dice que las cuatro auditorías que dominan el mercado muchas veces han dado injustamente su visto bueno a las cuentas anuales de las empresas que se supone tienen que controlar. ¿Son prácticas fraudulentas? ¿Un poco fraudulentas? ¿O se trata de negligencias originadas por las prisas? ¿O intentan obtener más beneficios asesorando sobre formas de eludir los impuestos? Suponemos que estudios similares en otros países sacarían a la luz conductas dolosas comparables, y que tampoco allí se lleva a juicio a los auditores corruptos. El sistema internacional que permite la evasión y el fraude fiscal, priva a los Estados miembro de la UE de miles de millones en impuestos. La suma perdida por tasas no ingresadas se eleva en el conjunto de los estados de la UE a un billón de euros al año, según estimaciones del antiguo presidente de la UE, Herman van Rompuy. Para los Países Bajos, por ejemplo, el importe de la evasión fiscal asciende a unos 30.000 millones de euros, casi la mitad del presupuesto nacional para sanidad. Lógico, entonces, que en tiempos de crisis económica y dolorosos recortes en los servicios públicos, la evasión fiscal ocupe un lugar preferente en las agendas políticas nacionales e internacionales (Berkhout, 2013). Pero está aún por ver si eso cambia las cosas...

Ya en 1995, Korten describió lo que ha acabado sucediendo debido al crecimiento de las empresas transnacionales: «Las últimas décadas hemos sido testigos de la transformación institucional más rápida de la historia de la humanidad; una transformación que se cierne sobre nosotros como un torbellino; una transformación consciente enfocada a crear un nuevo orden económico mundial donde el mundo de los negocios ya no conoce nacionalidades ni fronteras. Lo empujan unas masas omnímodas de imperios corporativos en expansión, gobiernos solícitos, una cultura de consumo mundial y una solidaridad ideológica y universal con el liberalismo corporativo» (Korten, 1995: 121).

Dinamismo y vulnerabilidad de la megaempresa

Como ya hemos indicado, a mediados de los años 1980 asistimos a un verdadero corrimiento de tierra en la forma de producción capitalista. No sólo vimos un aumento de escala espectacular, sino que también fueron eliminadas del mapa ramas comerciales enteras. Una buena parte de la industria manufacturera desapareció a consecuencia de la apertura de inspiración neoliberal de los mercados de Occidente a los nuevos países industriales y en desarrollo. En ese proceso, mu